2007

Ultimo Aggiornamento: 10/06/2013 20:38
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28/05/2013 20:22


ENCUENTRO CON LOS PÁRROCOS Y SACERDOTES DE LA DIÓCESIS DE ROMA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala de las Bendiciones
Jueves 22 de febrero de 2007



1. En la primera pregunta, el párroco y rector del santuario de Santa María del Amor Divino en Castel di Leva pidió indicaciones concretas para poder realizar con mayor eficacia la misión del santuario mariano de la diócesis de Roma más amado.

Ante todo, quisiera decir que estoy contento y feliz de sentirme aquí realmente Obispo de una gran diócesis. El cardenal vicario ha dicho que esperáis luz y consuelo. Y os confieso que ver a tantos sacerdotes de todas las generaciones es luz y consuelo para mí. Ya desde la primera pregunta sobre todo he aprendido: y esto me parece también un elemento esencial de nuestro encuentro. Aquí puedo oír la voz viva y concreta de los párrocos, sus experiencias pastorales, y así puedo comprender también yo vuestra situación concreta, las cuestiones que afrontáis, vuestras experiencias y dificultades. Puedo vivirlas no sólo de modo abstracto, sino en un coloquio concreto con la vida real de las parroquias.

Respondo a esta primera pregunta. Me parece que usted ha dado esencialmente también la respuesta sobre lo que puede hacer este santuario... Sé que es el santuario mariano más querido por los romanos. Yo mismo, cuando fui en diversas ocasiones al santuario antiguo, experimenté esta piedad tan arraigada. Se percibe la presencia orante de las distintas generaciones y casi se palpa la presencia materna de la Virgen. Las distintas generaciones que vienen al encuentro de María con sus deseos, necesidades, estrecheces, sufrimientos e incluso alegrías nos permiten constatar realmente esta antigua devoción mariana. Así, ese santuario, al que van las personas con sus esperanzas, problemas, interrogantes, sufrimientos, es un hecho esencial para la diócesis de Roma. Comprobamos cada vez más que los santuarios son una fuente de vida y de fe en la Iglesia universal, y lo mismo en la Iglesia de Roma. En mi tierra natal tuve la experiencia de las peregrinaciones a pie a nuestro santuario nacional de Altötting. Es una gran misión popular. Van sobre todo los jóvenes y, peregrinando a pie durante tres días, viven en clima de oración, de examen de conciencia, casi redescubriendo su conciencia cristiana de fe. Esos tres días de peregrinación son días de reconciliación, de oración, son un verdadero camino hacia la Virgen, hacia la familia de Dios y, también, hacia la Eucaristía. Caminando, van a la Virgen y van, con la Virgen, al Señor, al encuentro eucarístico, preparándose a la renovación interior por medio de la confesión. Viven de nuevo la realidad eucarística del Señor que se entrega a sí mismo, como la Virgen dio su propia carne al Señor, abriendo así la puerta a la Encarnación. La Virgen dio su carne para la Encarnación, y así hizo posible la Eucaristía, en la que recibimos la Carne que es el Pan para el mundo. Saliendo al encuentro de la Virgen, los jóvenes aprenden a ofrecer su propia carne, la vida de cada día, para entregarla al Señor. Y aprenden a creer, a decir, poco a poco, "sí" al Señor.
Por eso, retomando la pregunta, diría que el santuario como tal, como lugar de oración, de confesión, de celebración de la Eucaristía, es un gran servicio en la Iglesia de nuestros días para la diócesis de Roma. Por tanto, pienso que el servicio esencial, del que usted, por otra parte, ha hablado de modo concreto, es precisamente ofrecerse como lugar de oración, de vida sacramental y de vida de caridad. Si he entendido bien, usted ha hablado de cuatro dimensiones de la oración. La primera es personal. Y aquí María nos muestra el camino. San Lucas nos dice dos veces que la Virgen "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Era una persona en coloquio con Dios, con la palabra de Dios, y también con los acontecimientos a través de los cuales Dios hablaba con ella. El Magníficat es un "tejido" de palabras de la Sagrada Escritura, y nos muestra cómo María vivió en un coloquio permanente con la palabra de Dios y, así, con Dios mismo. Naturalmente, en la vida junto al Señor estuvo siempre en coloquio con Cristo, con el Hijo de Dios y con el Dios trino. Por consiguiente, aprendamos de María a hablar personalmente con el Señor, ponderando y conservando en nuestra vida y en nuestro corazón la palabra de Dios, para que se convierta en verdadero alimento para cada uno. De este modo, María nos guía en una escuela de oración, en un contacto personal y profundo con Dios.

La segunda dimensión de la que usted ha hablado es la oración litúrgica. En la liturgia el Señor nos enseña a rezar, primero dándonos su Palabra y después introduciéndonos mediante la oración eucarística en la comunión con su misterio de vida, de cruz y de resurrección. San Pablo dijo en una ocasión que "no sabemos cómo pedir para orar como conviene" (Rm 8, 26): no sabemos cómo rezar, qué decirle a Dios. Por eso Dios nos ha dado las palabras para la oración, tanto en el Salterio, como en las grandes oraciones de la sagrada liturgia o en la misma liturgia eucarística. Aquí nos enseña a rezar. Entramos en la oración que se ha formado a lo largo de los siglos bajo la inspiración del Espíritu Santo, y nos unimos al coloquio de Cristo con el Padre. Por tanto, la liturgia es sobre todo oración: primero escucha y después respuesta, sea en el salmo responsorial, sea en la oración de la Iglesia, sea en la gran plegaria eucarística. La celebramos bien, si la celebramos con actitud "orante", uniéndonos al misterio de Cristo y a su coloquio de Hijo con el Padre. Si celebramos la Eucaristía de este modo, primero como escucha y después como respuesta, o sea, como oración con las palabras indicadas por el Espíritu Santo, la celebramos bien. Y la gente es atraída a través de nuestra oración común hacia la comunidad de los hijos de Dios.

La tercera dimensión es la piedad popular. Un importante documento de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos habla de esta piedad popular y nos indica cómo "orientarla". La piedad popular es una fuerza nuestra, porque se trata de oraciones muy arraigadas en el corazón de las personas. Incluso personas que están algo alejadas de la vida de la Iglesia y no tienen una gran comprensión de la fe, se sienten tocados en el corazón por esta oración. Se debe sólo "iluminar" estos gestos, "purificar" esta tradición, para que se convierta en vida actual de la Iglesia.

Luego, la adoración eucarística. Estoy muy agradecido, porque se renueva de forma constante. Durante el Sínodo sobre la Eucaristía, los obispos hablaron mucho de su experiencia, de cómo las comunidades recobran nueva vida con esta adoración, incluso nocturna, y de cómo precisamente así nacen nuevas vocaciones. Puedo decir que dentro de poco firmaré la exhortación postsinodal sobre la Eucaristía, que luego estará a disposición de la Iglesia. Es un documento que se ofrece precisamente para la meditación. Será una ayuda tanto en la celebración litúrgica, como en la reflexión personal, en la preparación de las homilías, en la celebración de la Eucaristía. Y servirá también para guiar, iluminar y revitalizar la piedad popular.

Por último, usted nos ha hablado del santuario como lugar de la caritas. Esto me parece muy lógico y necesario. He releído hace poco tiempo lo que san Agustín dice en el libro X de las Confesiones: he sido tentado, y ahora comprendo que era una tentación encerrarme en la vida contemplativa, buscar la soledad contigo, Señor; pero tú me lo has impedido, me has sacado y me has hecho oír las palabras de san Pablo: "Cristo murió por todos. Así nosotros debemos morir con Cristo y vivir para todos"; he comprendido que no puedo encerrarme en la contemplación; tú has muerto por todos, por tanto, debo vivir contigo para todos, y así vivir las obras de caridad. La verdadera contemplación se demuestra en las obras de caridad. Por consiguiente, el signo de que verdaderamente hemos rezado, de que nos hemos encontrado con Cristo, es que somos "para los demás". Así debe ser un párroco. Y san Agustín era un gran párroco. Dice: en mi vida quería vivir siempre a la escucha de la Palabra, en meditación, pero ahora —día a día, hora a hora— debo estar a la puerta, donde suena siempre la campanilla: debo consolar a los afligidos, ayudar a los pobres, reprender a los que disputan, crear paz, etc. San Agustín hace una lista de todo el trabajo de un párroco, porque en aquel tiempo el obispo era también lo que ahora es el cadí en los países islámicos. Podemos decir que para los problemas de derecho civil era el juez de paz: debía favorecer la paz entre los que disputaban. Por tanto, vivió una existencia que para él, hombre contemplativo, fue muy difícil. Pero comprendió esta verdad: así estoy con Cristo; siendo "para los demás", estoy en el Señor crucificado y resucitado.

Me parece que este es un gran consuelo para los párrocos y los obispos. Si queda poco tiempo para la contemplación, siendo "para los demás", estamos con el Señor. Usted ha hablado de los otros elementos concretos de la caridad, que son muy importantes. Son también un signo para nuestra sociedad, en particular, para los niños, los ancianos, los que sufren. Por tanto, pienso que usted, con estas cuatro dimensiones de la vida, nos ha dado la respuesta a la pregunta: ¿qué debemos hacer en nuestro santuario?

2. Un sacerdote que se ocupa de la pastoral juvenil en la diócesis le pidió una palabra de orientación sobre el modo de transmitir a los jóvenes la alegría de la fe cristiana, en particular frente a los desafíos culturales actuales y le instó a indicar los temas prioritarios sobre los que emplear más las energías para ayudar a los muchachos y muchachas a encontrar concretamente a Cristo.

Gracias por el trabajo que realiza por los adolescentes. Sabemos que la juventud debe ser realmente una prioridad en nuestro trabajo pastoral, porque vive en un mundo alejado de Dios. Y en nuestro contexto cultural es muy difícil tener el encuentro con Cristo, vivir la vida cristiana, la vida de fe. Los jóvenes necesitan mucho acompañamiento para poder encontrar realmente este camino. Aunque por desgracia vivo bastante lejos de ellos y, por tanto, no puedo dar indicaciones muy concretas, diría que el primer elemento me parece precisamente y sobre todo el acompañamiento. Deben experimentar que se puede vivir la fe en este tiempo, que no se trata de una cosa del pasado, sino que es posible vivir hoy como cristianos y encontrar así realmente el bien.
Recuerdo un elemento autobiográfico en los escritos de san Cipriano: He vivido en este mundo nuestro —dice— totalmente alejado de Dios, porque las divinidades estaban muertas y Dios no era visible. Y viendo a los cristianos, he pensado: es una vida imposible, ¡esto no se puede realizar en nuestro mundo! Pero después, encontrando a algunos de ellos, estando en su compañía, dejándome guiar en el catecumenado, en este camino de conversión hacia Dios, poco a poco he comprendido: ¡es posible! Y ahora soy feliz por haber encontrado la vida. He comprendido que aquella otra no era vida, y en verdad —confiesa— sabía ya antes que aquella no era la verdadera vida.

Me parece muy importante que los jóvenes encuentren a personas —bien de su edad, bien más maduras— en las que puedan descubrir que la vida cristiana hoy es posible y también razonable y realizable. Sobre estos dos últimos elementos creo que existen dudas: sobre la factibilidad, porque los demás caminos están muy lejos del estilo de vida cristiano, y sobre la racionalidad, porque a primera vista parece que la ciencia nos dice cosas totalmente diversas y, por tanto, no es posible comenzar un recorrido razonable hacia la fe, de modo que se muestre que es una cosa en sintonía con nuestro tiempo y con la razón.

El primer punto es, pues, la experiencia, que abre luego la puerta también al conocimiento. En este sentido, el "catecumenado" vivido de modo nuevo, es decir, como camino común de vida, como experiencia común del hecho de que es posible vivir así, es de gran importancia. Sólo si hay una cierta experiencia, se puede también comprender. Recuerdo un consejo que Pascal daba a un amigo no creyente. Le decía: prueba a hacer las cosas que hace un creyente y, después, con esta experiencia, verás que todo es lógico y verdadero.

Un aspecto importante nos lo muestra precisamente ahora la Cuaresma. No podemos pensar en vivir inmediatamente un vida cristiana al ciento por ciento, sin dudas y sin pecados. Debemos reconocer que estamos en camino, que debemos y podemos aprender, que necesitamos también convertirnos poco a poco. Ciertamente, la conversión fundamental es un acto que es para siempre. Pero la realización de la conversión es un acto de vida, que se realiza con paciencia toda la vida. Es un acto en el que no debemos perder la confianza y la valentía del camino. Precisamente debemos reconocer esto: no podemos hacer de nosotros mismos cristianos perfectos de un momento a otro. Sin embargo, vale la pena ir adelante, ser fieles a la opción fundamental, por decirlo así, y luego continuar con perseverancia en un camino de conversión que a veces se hace difícil. En efecto, puede suceder que venga el desánimo, por lo cual se quiera dejar todo y permanecer en un estado de crisis. No hay que abatirse enseguida, sino que, con valentía, comenzar de nuevo. El Señor me guía, el Señor es generoso y, con su perdón, voy adelante, llegando a ser generoso también yo con los demás. Así, aprendemos realmente a amar al prójimo y la vida cristiana, que implica esta perseverancia de no detenerme en el camino.

En cuanto a los grandes temas, diría que es importante conocer a Dios. El tema "Dios" es esencial. San Pablo dice en la carta a los Efesios: "Recordad cómo en otro tiempo estabais sin esperanza y sin Dios. Pero ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca" (Ef 2, 11-13). Así la vida tiene un sentido, que me guía también en medio de las dificultades. Por consiguiente, es necesario volver al Dios creador, al Dios que es la razón creadora, y luego encontrar a Cristo, que es el Rostro vivo de Dios. Podemos decir que aquí hay una reciprocidad. Por una parte, el encuentro con Jesús, con esta figura humana, histórica, real, me ayuda a conocer poco a poco a Dios; y, por otra, conocer a Dios me ayuda a comprender la grandeza del misterio de Cristo, que es el Rostro de Dios. Sólo si logramos entender que Jesús no es un gran profeta, una de las personalidades religiosas del mundo, sino que es el Rostro de Dios, que es Dios, hemos descubierto la grandeza de Cristo y hemos encontrado quién es Dios. Dios no es sólo una sombra lejana, la "Causa primera", sino que tiene un Rostro: es el Rostro de la misericordia, el Rostro del perdón y del amor, el Rostro del encuentro con nosotros. Por tanto, estos dos temas se compenetran recíprocamente y deben ir siempre juntos.

Además, debemos comprender que la Iglesia es la gran compañera del camino en el que estamos. En ella la palabra de Dios se mantiene viva y Cristo no es sólo una figura del pasado, sino que está presente. Así, debemos redescubrir la vida sacramental, el perdón sacramental, la Eucaristía, el bautismo como nacimiento nuevo. San Ambrosio, en la Noche pascual, en la última catequesis mistagógica, dijo: Hasta ahora hemos hablado de las cosas morales; ahora es el momento de hablar del Misterio. Había ofrecido una guía para la experiencia moral, naturalmente a la luz de Dios, que luego se abre al Misterio. Pienso que hoy estas dos cosas deben compenetrarse: un camino con Jesús, que descubre cada vez más la profundidad de su misterio. Así, se aprende a vivir de modo cristiano, se aprende la grandeza del perdón y la grandeza del Señor, que se entrega a nosotros en la Eucaristía.

En este camino nos acompañan los santos. Ellos, a pesar de tantos problemas, vivieron y son la "interpretación" auténtica y viva de la Sagrada Escritura. Cada uno tiene su santo, del que puede aprender mejor qué comporta vivir como cristiano. Son, sobre todo, los santos de nuestro tiempo. Y luego, por supuesto, está siempre María, que es la Madre de la Palabra. Redescubrir a María nos ayuda a ir adelante como cristianos y a conocer al Hijo.

3. El rector de la iglesia de Santa Lucía del Gonfalone expuso la experiencia de la lectura integral de la Biblia que está haciendo la comunidad junto con la Iglesia valdense, y preguntó cuál es el valor de la palabra de Dios en la comunidad eclesial, cómo promover el conocimiento de la Biblia para que la Palabra forme a la comunidad también para un camino ecuménico.

Usted tiene ciertamente una experiencia más concreta de cómo hacer esto. Ante todo, puedo decir que el próximo Sínodo tratará sobre la palabra de Dios. He visto ya los Lineamenta elaborados por el Consejo del Sínodo, y pienso que estarán bien presentadas las diversas dimensiones de la presencia de la Palabra en la Iglesia.

Sin duda alguna, la Biblia, en su integridad, es algo grandioso y que hay que descubrir poco a poco. Porque si la consideramos sólo parcialmente, a menudo puede resultar difícil comprender que se trata de la palabra de Dios: por ejemplo, en ciertas partes de los libros de los Reyes, con las crónicas, con el exterminio de los pueblos existentes en Tierra Santa. Muchas otras cosas son difíciles. Precisamente también el Qohélet puede ser aislado y puede resultar muy difícil: justamente parece teorizar la desesperación, porque nada permanece y porque también el sabio al final muere junto con los necios. Acabamos de leerlo ahora en el Breviario.

Un primer punto me parece precisamente leer la Sagrada Escritura en su unidad e integridad. Cada parte forma parte de un camino, y sólo viéndolas en su integridad, como un camino único, donde una parte explica la otra, podemos comprender esto. Detengámonos, por ejemplo, con el Qohélet. En otro tiempo estaba la palabra de la sabiduría, según la cual quien es bueno vive también bien, es decir, Dios premia a quien es bueno. Y después viene Job y se ve que no es así, y precisamente quien vive bien sufre más. Parece verdaderamente olvidado por Dios. Siguen los Salmos de aquel período, donde se dice: ¿qué hace Dios? Los ateos, los soberbios viven bien, están gordos, se alimentan bien, se ríen de nosotros y dicen: ¿dónde está Dios? No se interesa por nosotros, y nosotros hemos sido vendidos como ovejas de matadero ¿Qué haces con nosotros? ¿Por qué es así? Llega el momento en que el Qohélet dice: pero toda esta sabiduría, al final, ¿dónde permanece? Es un libro casi existencialista, en el que se afirma: todo es vano. Este primer camino no pierde su valor, sino que se abre a la nueva perspectiva que, al final, conduce hacia la cruz de Cristo, "el Santo de Dios", como dice san Pedro en el capítulo sexto del evangelio de san Juan. Termina con la cruz. Y precisamente así se demuestra la sabiduría de Dios, que luego nos describirá san Pablo.

Y, por tanto, sólo si consideramos todo como un único camino, paso a paso, y aprendemos a leer la Escritura en su unidad, podemos también realmente acceder a la belleza y a la riqueza de la Sagrada Escritura. Por consiguiente, leer todo, pero siempre teniendo presente la totalidad de la Sagrada Escritura, donde una parte explica la otra, un paso del camino explica el otro. La exégesis moderna puede ser de gran ayuda en lo que respecta a este punto. Consideremos, por ejemplo, el libro de Isaías, cuando los exegetas descubrieron que a partir del capítulo 40 el autor es otro, el Deutero-Isaías, como se dijo en aquel tiempo. Para la teología católica fue un momento de gran terror.

Alguno pensó que así se destruía Isaías y, al final, en el capítulo 53, la visión del Siervo de Dios ya no era del Isaías que había vivido casi 800 años antes de Cristo. ¿Qué hacemos?, se preguntaron. Ahora hemos comprendido que todo el libro es un camino de relecturas siempre nuevas, donde se entra cada vez con más profundidad en el misterio propuesto al inicio y se abre cada vez más plenamente cuanto estaba inicialmente presente, pero aún cerrado.

En un libro podemos comprender precisamente todo el camino de la Sagrada Escritura: se trata de una relectura permanente, un volver a comprender cuanto se ha dicho antes. La luz se va encendiendo lentamente y el cristiano puede comprender cuanto el Señor ha dicho a los discípulos de Emaús, explicándoles que todos los profetas habían hablado de él. El Señor nos abre la última relectura: Cristo es la clave de todo, y sólo uniéndose en el camino a los discípulos de Emaús, sólo caminando con Cristo, releyendo todo en su luz, con él crucificado y resucitado, entramos en la riqueza y en la belleza de la Sagrada Escritura.

Por esta razón, diría que el punto importante es no fragmentar la Sagrada Escritura. Precisamente la crítica moderna, como vemos ahora, nos ha hecho comprender que es un camino permanente. Y también podemos ver que es un camino que tiene una dirección y que Cristo es el punto de llegada. Comenzando desde Cristo podemos reanudar el camino y entrar en la profundidad de la Palabra.

Resumiendo, diría que la lectura de la Sagrada Escritura debe ser siempre una lectura a la luz de Cristo. Sólo así podemos leer y comprender, incluso en nuestro contexto actual, la Sagrada Escritura y obtener realmente de ella la luz. Debemos comprender esto: la Sagrada Escritura es un camino con una dirección. Quien conoce el punto de llegada también puede dar, ahora de nuevo, todos los pasos y aprender así, de modo más profundo, el misterio de Cristo. Comprendiendo esto, también hemos comprendido el carácter eclesial de la Sagrada Escritura, porque estos caminos, estos pasos del camino, son pasos de un pueblo. Es el pueblo de Dios que va adelante. El verdadero propietario de la Palabra es siempre el pueblo de Dios, guiado por el Espíritu Santo, y la inspiración es un proceso complejo: el Espíritu Santo guía adelante, y el pueblo recibe.

Es, pues, el camino de un pueblo, del pueblo de Dios. La sagrada Escritura hay que leerla bien. Pero esto sólo puede hacerse si caminamos dentro de este sujeto que es el pueblo de Dios que vive, que es renovado y fundado de nuevo por Cristo, pero que conserva siempre su identidad.
Por consiguiente, diría que hay tres dimensiones relacionadas y compenetradas entre sí: la dimensión histórica, la dimensión cristológica y la dimensión eclesiológica —del pueblo en camino—. En una lectura completa las tres dimensiones están presentes. Por eso, la liturgia —la lectura común y orante del pueblo de Dios— sigue siendo el lugar privilegiado para la comprensión de la Palabra, porque precisamente aquí la lectura se convierte en oración y se une a la oración de Cristo en la Plegaria eucarística.

Quisiera añadir aún una cosa, que han subrayado todos los Padres de la Iglesia. Pienso, sobre todo, en un bellísimo texto de san Efrén y en otro de san Agustín, en los que se dice: si has comprendido poco, acepta, no pienses que has comprendido todo. La Palabra sigue siendo siempre mucho más grande de lo que has podido comprender. Y esto hay que decirlo ahora de modo crítico ante una cierta parte de la exégesis moderna, que piensa que ha comprendido todo y que por eso, después de la interpretación elaborada por ella, ya no se puede decir nada más. Esto no es verdad. La Palabra es siempre más grande que la exégesis de los Padres y que la exégesis crítica, porque también esta comprende sólo una parte, diría, más bien, una parte mínima. La Palabra es siempre más grande, este es nuestro gran consuelo. Y, por una parte, es hermoso saber que hemos comprendido solamente un poco. Es hermoso saber que existe aún un tesoro inagotable y que cada nueva generación redescubrirá nuevos tesoros e irá adelante con la grandeza de la palabra de Dios, que va siempre delante de nosotros, nos guía y es siempre más grande. Con esta certeza se debe leer la Escritura.

San Agustín dijo: beben de la fuente la liebre y el asno. El asno bebe más, pero cada uno bebe según su capacidad. Sea que seamos liebres, sea que seamos asnos, estemos agradecidos porque el Señor nos permite beber de su agua.

4. El tema de esta pregunta fueron los Movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, don providencial para nuestro tiempo, realidades con un impulso creativo que viven la fe y buscan nuevas formas de vida para encontrar una justa colocación misionera en la Iglesia. Se pidió al Papa un consejo sobre cómo insertarse para desarrollar realmente un ministerio de unidad en la Iglesia universal.

Bien, veo que debo ser más breve. Gracias por esta pregunta. Me parece que usted ha citado las fuentes esenciales de cuanto puedo decir sobre los movimientos. En este sentido, su pregunta es también una respuesta.

Quisiera precisar inmediatamente que durante estos meses estoy recibiendo a los obispos italianos en visita "ad limina", y así puedo aprender un poco mejor la geografía de la fe en Italia. Veo tantas cosas hermosas juntamente con los problemas que todos conocemos. Veo, sobre todo, cómo la fe está aún profundamente arraigada en el corazón italiano, aunque, sin duda, en las circunstancias actuales, está amenazada de muchos modos. También los movimientos aceptan bien mi función paterna de Pastor. Otros son más críticos y dicen que los movimientos no se insertan. Pienso que realmente las situaciones son diversas, todo depende de las personas en cuestión.

Me parece que tenemos dos reglas fundamentales, de las que usted ha hablado. La primera regla nos la ha dado san Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses: no extingáis los carismas. Si el Señor nos da nuevos dones, debemos estar agradecidos, aunque a veces sean incómodos. Y es algo hermoso que, sin iniciativa de la jerarquía, con una iniciativa de la base, como se dice, pero también con una iniciativa realmente de lo alto, es decir, como don del Espíritu Santo, nazcan nuevas formas de vida en la Iglesia, como, por otra parte, han nacido en todos los siglos.

En sus comienzos fueron siempre incómodas: también san Francisco fue muy incómodo, y para el Papa era muy difícil dar, finalmente, una forma canónica a una realidad que era mucho más grande que los reglamentos jurídicos. Para san Francisco era un grandísimo sacrificio dejarse encastrar en este esqueleto jurídico, pero, al final, nació una realidad que vive aún hoy y que vivirá en el futuro: da fuerza y nuevos elementos a la vida de la Iglesia.

Sólo quiero decir esto: en todos los siglos han nacido movimientos. También san Benito, inicialmente, era un Movimiento. Se insertan en la vida de la Iglesia con sufrimiento, con dificultad. San Benito mismo debió corregir la dirección inicial del monaquismo. Y así también en nuestro siglo el Señor, el Espíritu Santo, nos ha dado nuevas iniciativas con nuevos aspectos de la vida cristiana: vividos por personas humanas con sus límites, crean también dificultades.

Así pues, la primera regla: no extinguir los carismas, estar agradecidos, aunque sean incómodos. La segunda regla es esta: la Iglesia es una; si los movimientos son realmente dones del Espíritu Santo, se insertan y sirven a la Iglesia, y en el diálogo paciente entre pastores y movimientos nace una forma fecunda, donde estos elementos llegan a ser elementos edificantes para la Iglesia de hoy y de mañana.

Este diálogo se desarrolla en todos los niveles, comenzando por el párroco, el obispo y el Sucesor de Pedro; está en curso la búsqueda de estructuras adecuadas: en muchos casos la búsqueda ya ha dado su fruto. En otros, aún se está estudiando; por ejemplo, se nos pregunta si al cabo de cinco años de experimento se deben confirmar de modo definitivo los estatutos del Camino Neocatecumenal, o si aún se requiere un tiempo de experimento o si quizá se deben retocar un poco algunos elementos de esta estructura.

En todo caso, he conocido a los neocatecumenales desde el inicio. Ha sido un Camino largo, con muchas complicaciones, que existen todavía, pero hemos encontrado una forma eclesial que ya ha mejorado mucho la relación entre el Pastor y el Camino. ¡Y así vamos adelante! Lo mismo vale para los demás movimientos.

Ahora, como síntesis de las dos reglas fundamentales, diría: gratitud, paciencia y aceptación incluso de los sufrimientos, que son inevitables. También en un matrimonio existen siempre sufrimientos y tensiones. Y, sin embargo, van adelante, y así madura el verdadero amor. Lo mismo sucede en la comunidad de la Iglesia: juntos tengamos paciencia. También los diversos niveles de la jerarquía —desde el párroco al obispo, hasta el Sumo Pontífice— deben tener juntos un continuo intercambio de ideas, deben promover el coloquio para encontrar juntos el camino mejor. Las experiencias de los párrocos son fundamentales, pero también las experiencias del obispo y, digamos, la perspectiva universal del Papa tienen su lugar teológico y pastoral en la Iglesia.

En consecuencia, por una parte, este conjunto de diversos niveles de la jerarquía; por otra, la realidad vivida en las parroquias, con paciencia y apertura, en obediencia al Señor, crean realmente la vitalidad nueva de la Iglesia.

Estamos agradecidos al Espíritu Santo por los dones que nos ha dado. Seamos obedientes a la voz del Espíritu, pero seamos también claros al integrar estos elementos en la vida: este criterio sirve, al fin, a la Iglesia concreta, y así, con paciencia, con valentía y con generosidad el Señor ciertamente nos guiará y nos ayudará.

5. El párroco de San Gelasio, parroquia encomendada a la Comunidad "Misión Iglesia mundo" señaló la importancia de desarrollar una unicidad entre la vida espiritual y la vida pastoral, que no es una técnica organizativa, pero que coincide con la vida misma de la Iglesia, y preguntó al Santo Padre cómo hacer pasar en el pueblo de Dios el concepto de la pastoral como verdadera vida de la Iglesia y cómo hacer para que la pastoral se nutra cada vez más de la eclesiología conciliar.

Me parece que son preguntas diversas. Una pregunta es cómo inspirar la parroquia en la eclesiología conciliar, hacer vivir a los fieles esta eclesiología; otra es cómo debemos actuar y hacer que en nosotros mismos el trabajo pastoral se convierta en espiritual. Comencemos por esta última pregunta. Una cierta tensión entre lo que debo absolutamente hacer y cuáles reservas espirituales debo tener existe siempre. Lo veo también en san Agustín, que se lamenta en sus predicaciones; ya lo he citado: me gustaría tanto vivir con la palabra de Dios, pero desde la mañana hasta la noche debo estar con vosotros. Sin embargo, san Agustín encuentra este equilibrio estando siempre a disposición, pero reservándose también momentos de oración, de meditación de la sagrada Palabra, porque, de lo contrario, no podría decir nada. En particular, quisiera subrayar aquí cuanto usted ha dicho acerca de que la pastoral no debería ser jamás una simple estrategia, un trabajo administrativo, sino que debería ser siempre un trabajo espiritual. Ciertamente, no puede faltar tampoco del todo lo otro, porque estamos en esta tierra y estos problemas existen: cómo administrar bien el dinero, etc.; también este es un aspecto que no se puede descuidar totalmente.

El acento se debe poner fundamentalmente en que el ser pastor es en sí mismo un acto espiritual. Usted ha hecho alusión justamente al evangelio de san Juan, capítulo 10, donde el Señor se define como buen Pastor. Y como primer momento definitivo, Jesús dice que el pastor precede, es decir, muestra el camino, hace antes lo que deben hacer los demás, emprende antes el camino, que es el camino para los demás. El pastor precede. Esto quiere decir que él mismo vive ante todo la palabra de Dios: es un hombre de oración, es hombre de perdón, es hombre que recibe y celebra los sacramentos como actos de oración y de encuentro con el Señor. Es un hombre de caridad, vivida y realizada. Y así todos los simples actos de coloquios, encuentros, todo lo que se debe hacer, se convierten en actos espirituales en comunión con Cristo. Su "pro omnibus" se convierte en nuestro "pro meis".

De esta forma es como precede, y me parece que en este preceder ya se ha dicho lo esencial. El capítulo 10 de san Juan refiere también que Jesús nos precede entregándose a sí mismo en la cruz. Y esto es también inevitable para el sacerdote. Este ofrecerse a sí mismo es una participación en la cruz de Cristo, y gracias a esto también nosotros podemos consolar de modo creíble a los que sufren, estar con los pobres, con los marginados, etc.

Por tanto, en este programa que usted ha desarrollado, la espiritualización del trabajo diario de la pastoral es fundamental. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero debemos intentarlo; y para poder espiritualizar nuestro trabajo, debemos seguir de nuevo al Señor. Los evangelios nos dicen que de día trabajaba y por la noche estaba en el monte, con el Padre, y rezaba. Debo confesar aquí mi debilidad: por la noche no puedo rezar; por la noche quisiera dormir. Sin embargo, se requiere un poco de tiempo libre para el Señor: la celebración de la misa, la oración de la liturgia de las Horas y la meditación diaria, aunque sea breve, y luego la liturgia y el rosario. Este coloquio personal con la palabra de Dios es importante; y sólo así podemos tener las reservas para responder a las exigencias de la vida pastoral.

Segundo punto: usted ha subrayado justamente la eclesiología del Concilio. Me parece que esta eclesiología la debemos interiorizar aún mucho más, sea la de la Lumen gentium, sea la de la Ad gentes, que es también un documento eclesiológico, sea también la de los documentos menores, y la de la Dei Verbum. Interiorizando esta visión también podemos atraer a nuestro pueblo hacia ella, para que comprenda que la Iglesia no es simplemente una gran estructura, una de esas entidades supranacionales que existen. La Iglesia, aun siendo un cuerpo, es cuerpo de Cristo y, por tanto, un cuerpo espiritual, como dice san Pablo. Es una realidad espiritual. Esto me parece muy importante: que la gente pueda ver que la Iglesia no es una organización supranacional, que no es un cuerpo administrativo o de poder, que no es una agencia social —aunque haga un trabajo social y supranacional—, sino que es un cuerpo espiritual.

Me parece que al rezar con el pueblo, al escuchar juntos la palabra de Dios, al celebrar los sacramentos, al actuar con Cristo en la caridad, etc., pero sobre todo en las homilías debemos transmitir esta visión. En este sentido, creo que la homilía sigue siendo una ocasión maravillosa para estar cerca de la gente y comunicar la espiritualidad enseñada por el Concilio, y así creo que si la homilía ha crecido en la oración, en la escucha de la palabra de Dios, es comunicación del contenido de la palabra de Dios. El Concilio llega realmente a nuestra gente, no los fragmentos de prensa que han dado una imagen equivocada del Concilio, sino la verdadera realidad espiritual del Concilio. Y así, con el Concilio y con el espíritu del Concilio, interiorizando su visión, debemos aprender siempre de nuevo la palabra de Dios. Haciendo esto, podemos comunicarnos también con nuestra gente, y así hacer realmente un trabajo pastoral y espiritual.

6. El rector de la basílica de Santa Anastasia habló de la adoración eucarística perpetua y le pidió al Papa que explicara el valor de la reparación eucarística frente a los robos sacrílegos y a las sectas satánicas.

La adoración eucarística, ha penetrado realmente en nuestro corazón y penetra en el corazón del pueblo, por eso no hablamos en general de ello. Usted ha formulado esta pregunta específica sobre la reparación eucarística. Es un discurso que se ha hecho difícil. Recuerdo que cuando era joven, en la fiesta del Sagrado Corazón, se rezaba una hermosa oración de León XIII y también otra de Pío XI, en la que la reparación tenía un lugar particular, precisamente con referencia, ya en aquel tiempo, a los actos sacrílegos que debían repararse.

Me parece que es necesario profundizar, llegar al Señor mismo, que ha ofrecido la reparación por el pecado del mundo, y buscar los modos de reparar, es decir, de establecer un equilibrio entre el plus del mal y el plus del bien. Así, en la balanza del mundo, no debemos dejar este gran plus en negativo, sino que tenemos que dar un peso al menos equivalente al bien. Esta idea fundamental se apoya en todo lo que Cristo hizo. Por lo que puedo entender, este es el sentido del sacrificio eucarístico. Contra este gran peso del mal que existe en el mundo y que abate al mundo, el Señor pone otro peso más grande, el del amor infinito que entra en este mundo. Este es el punto importante: Dios es siempre el bien absoluto, pero este bien absoluto entra precisamente en el juego de la historia; Cristo se hace presente aquí y sufre a fondo el mal, creando así un contrapeso de valor absoluto. El plus del mal, que existe siempre si vemos sólo empíricamente las proporciones, es superado por el plus inmenso del bien, del sufrimiento del Hijo de Dios.

En este sentido existe la reparación, que es necesaria. Me parece que hoy resulta un poco difícil comprender estas cosas. Si vemos el peso del mal en el mundo, que aumenta continuamente, que parece prevalecer absolutamente en la historia —como dice san Agustín en una meditación—, se podría incluso desesperar. Pero vemos que hay un plus aún mayor en el hecho de que Dios mismo ha entrado en la historia, se ha hecho partícipe de la historia y ha sufrido a fondo. Este es el sentido de la reparación. Este plus del Señor es para nosotros una llamada a ponernos de su parte, a entrar en este gran plus del amor y a manifestarlo, incluso con nuestra debilidad. Sabemos que también nosotros necesitábamos este plus, porque también en nuestra vida existe el mal. Todos vivimos gracias al plus del Señor. Pero nos hace este don para que, como dice la carta a los Colosenses, podamos asociarnos a su abundancia y, así, hagamos crecer aún más esta abundancia, concretamente en nuestro momento histórico.

La teología debería hacer más para comprender aún mejor esta realidad de la reparación. A lo largo de la historia no han faltado ideas equivocadas. He leído en estos días los discursos teológicos de san Gregorio Nacianceno, que en cierto momento habla de este aspecto y se pregunta: ¿a quién ofreció el Señor su sangre? Dice: el Padre no quería la sangre del Hijo, el Padre no es cruel, no es necesario atribuir esto a la voluntad del Padre; pero la historia lo exigía, lo exigían la necesidad y los desequilibrios de la historia; se debía entrar en estos desequilibrios y recrear aquí el verdadero equilibrio. Esto es precisamente muy iluminador. Pero me parece que aún no poseemos suficientemente el lenguaje para comprender nosotros mismos este hecho y para hacerlo comprender después a los demás. No se debe ofrecer a un Dios cruel la sangre de Dios. Pero Dios mismo, con su amor, debe entrar en los sufrimientos de la historia para crear no sólo un equilibrio, sino un plus de amor que es más fuerte que la abundancia del mal que existe. El Señor nos invita a esto.

Se trata de una realidad típicamente católica. Lutero dice: no podemos añadir nada. Y esto es verdad. Y también dice: por tanto, nuestras obras no cuentan nada. Y esto no es verdad. Porque la generosidad del Señor se muestra precisamente en el hecho de que nos invita a entrar, y da valor también a nuestro estar con él. Debemos aprender mejor todo esto y sentir la grandeza, la generosidad del Señor y la grandeza de nuestra vocación. El Señor quiere asociarnos a este gran plus suyo. Si comenzamos a comprenderlo, estaremos contentos de que el Señor nos invite a esto. Será la gran alegría de experimentar que el amor del Señor nos toma en serio.

7. Un profesor de la facultad de misionología de la Pontificia Universidad Urbaniana, que trabaja pastoralmente en la basílica de San Bartolomé de la Isla Tiberina, lugar memorial de los nuevos mártires del siglo XX, hizo una reflexión sobre la ejemplaridad y la capacidad atractiva de las figuras de los mártires en relación sobre todo con los jóvenes: desvelan la belleza de la fe cristiana y testimonian ante el mundo que es posible responder al mal con el bien fundamentando la vida en la fuerza de la esperanza. A esta reflexión el Papa no quiso añadir nada.

Los aplausos que hemos oído demuestran que usted mismo ya nos ha dado amplias respuestas... Por tanto, a su pregunta simplemente podría responder: sí, es así como usted ha dicho. Y meditemos sus palabras.

8. Ante el problema del relativismo en la cultura contemporánea, un vicario parroquial pidió al Santo Padre una palabra iluminadora sobre la relación entre unidad de fe y pluralismo en teología.

¡Es una gran pregunta! Cuando aún era miembro de la Comisión teológica internacional afrontamos durante un año este problema. Fui el relator y, por tanto, lo recuerdo bastante bien. Y, sin embargo, me reconozco incapaz de explicar con pocas palabras esta cuestión. Quisiera decir solamente que la teología ha sido siempre múltiple. Pensemos en los Padres, en el Medioevo, la escuela franciscana, la escuela dominicana, luego en la Baja Edad Media, etc. Como hemos dicho, la palabra de Dios es siempre más grande que nosotros; por eso no podemos agotar jamás el alcance de esta Palabra, y se necesitan enfoques diversos, diversos tipos de reflexión.

Quisiera simplemente decir: es importante que el teólogo, por una parte, en su responsabilidad y en su capacidad profesional, trate de encontrar pistas que respondan a las exigencias y a los desafíos de nuestro tiempo; y, por otra, que sea siempre consciente de que todo esto se basa en la fe de la Iglesia y, por tanto, debe volver siempre a la fe de la Iglesia. Pienso que si un teólogo está arraigado personal y profundamente en la fe y comprende que su trabajo es reflexión sobre la fe, logrará conciliar la unidad con la pluralidad.

9. La última intervención se centró en el arte sacro. La pregunta que se hizo al Papa fue si no se lo debe valorar más adecuadamente como medio de comunicación de la fe.

La respuesta podría ser muy simple: ¡sí! He llegado a vosotros con un poco de retraso, porque antes he visitado la capilla Paulina, en obras de restauración desde hace varios años. Me han dicho que durarán todavía dos años más. He podido ver un poco entre los andamios una parte de este arte maravilloso. Y vale la pena restaurarla bien, para que resplandezca de nuevo y sea una catequesis viva.

Con esto quería recordar que Italia es particularmente rica en arte, y el arte es un tesoro de catequesis inagotable, increíble. Para nosotros es también un deber conocerlo y comprenderlo bien. No como hacen algunas veces los historiadores del arte, que lo interpretan sólo formalmente, según la técnica artística. Más bien, debemos entrar en el contenido y hacer revivir el contenido que ha inspirado este gran arte. Me parece realmente un deber —también en la formación de los futuros sacerdotes— conocer estos tesoros y ser capaces de transformar en catequesis viva cuanto está presente en ellos y nos habla hoy a nosotros. Así, también la Iglesia podrá presentarse como un organismo no de opresión o de poder —como algunos quieren hacer ver—, sino de una fecundidad espiritual irrepetible en la historia, o al menos, me atrevería a decir, como no puede encontrarse fuera de la Iglesia católica. Este es también un signo de la vitalidad de la Iglesia, que, con todas sus debilidades y también con sus pecados, sigue siendo siempre una gran realidad espiritual, una inspiradora que nos ha dado toda esta riqueza.

Por tanto, es un deber para nosotros entrar en esta riqueza y ser capaces de convertirnos en intérpretes de este arte. Esto vale sea para el arte pictórico y escultórico, sea para la música sacra, que es un sector del arte que merece ser vivificado. El Evangelio vivido de diversos modos es aún hoy una fuerza inspiradora que nos da y nos dará arte. También hoy, sobre todo, hay esculturas bellísimas, que demuestran que la fecundidad de la fe y del Evangelio no se ha agotado; hoy hay también composiciones musicales... Me parece que se puede subrayar una situación, podemos decir, contradictoria del arte, una situación también un poco desesperada del arte. También hoy la Iglesia inspira, porque la fe y la palabra de Dios son inagotables. Y esto nos da ánimo a todos. Nos da la esperanza de que también el mundo futuro tendrá nuevas visiones de la fe y, al mismo tiempo, la certeza de que los dos mil años de arte cristiano que han transcurrido están siempre vivos y son siempre un "hoy" de la fe.

Gracias por vuestra paciencia y por vuestra atención. ¡Os deseo una buena Cuaresma!


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN AL ASAMBLEA GENERAL
DE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA

Sábado 24 de febrero de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Es para mí una verdadera alegría recibir en esta audiencia tan numerosa a los miembros de la Academia pontificia para la vida, reunidos con ocasión de la XIII asamblea general; y a los que han querido participar en el congreso que tiene por tema: "La conciencia cristiana en apoyo del derecho a la vida". Saludo al señor cardenal Javier Lozano Barragán, a los arzobispos y obispos presentes, a los hermanos sacerdotes, a los relatores del congreso, y a todos vosotros, que habéis venido de diversos países.

Saludo en particular al arzobispo Elio Sgreccia, presidente de la Academia pontificia para la vida, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el trabajo que lleva a cabo, junto con el vicepresidente, el canciller y los miembros del consejo directivo, para realizar las delicadas y vastas tareas de la Academia pontificia.

El tema que habéis propuesto a la atención de los participantes, y por tanto también de la comunidad eclesial y de la opinión pública, es de gran importancia, pues la conciencia cristiana tiene necesidad interna de alimentarse y fortalecerse con las múltiples y profundas motivaciones que militan en favor del derecho a la vida. Es un derecho que debe ser reconocido por todos, porque es el derecho fundamental con respecto a los demás derechos humanos. Lo afirma con fuerza la encíclica Evangelium vitae: "Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política" (n. 2).

La misma encíclica recuerda que "los creyentes en Cristo deben, de modo particular, defender y promover este derecho, conscientes de la maravillosa verdad recordada por el concilio Vaticano II: "El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes, 22). En efecto, en este acontecimiento salvífico se revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios, que "tanto amó al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16), sino también el valor incomparable de cada persona humana" (ib.).

Por eso, el cristiano está continuamente llamado a movilizarse para afrontar los múltiples ataques a que está expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con motivaciones que tienen raíces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia.

Desde esta perspectiva, sobre todo después de la publicación de la encíclica Evangelium vitae, se ha hecho mucho para que los contenidos de esas motivaciones pudieran ser mejor conocidos en la comunidad cristiana y en la sociedad civil, pero hay que admitir que los ataques contra el derecho a la vida en todo el mundo se han extendido y multiplicado, asumiendo nuevas formas.

Son cada vez más fuertes las presiones para la legalización del aborto en los países de América Latina y en los países en vías de desarrollo, también recurriendo a la liberalización de las nuevas formas de aborto químico bajo el pretexto de la salud reproductiva: se incrementan las políticas del control demográfico, a pesar de que ya se las reconoce como perniciosas incluso en el ámbito económico y social.

Al mismo tiempo, en los países más desarrollados aumenta el interés por la investigación biotecnológica más refinada, para instaurar métodos sutiles y extendidos de eugenesia hasta la búsqueda obsesiva del "hijo perfecto", con la difusión de la procreación artificial y de diversas formas de diagnóstico encaminadas a garantizar su selección. Una nueva ola de eugenesia discriminatoria consigue consensos en nombre del presunto bienestar de los individuos y, especialmente en los países de mayor bienestar económico, se promueven leyes para legalizar la eutanasia.

Todo esto acontece mientras, en otra vertiente, se multiplican los impulsos para legalizar convivencias alternativas al matrimonio y cerradas a la procreación natural. En estas situaciones la conciencia, a veces arrollada por los medios de presión colectiva, no demuestra suficiente vigilancia sobre la gravedad de los problemas que están en juego, y el poder de los más fuertes debilita y parece paralizar incluso a las personas de buena voluntad.

Por esto, resulta aún más necesario apelar a la conciencia y, en particular, a la conciencia cristiana. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, "la conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto" (n. 1778).

Esta definición pone de manifiesto que la conciencia moral, para poder guiar rectamente la conducta humana, ante todo debe basarse en el sólido fundamento de la verdad, es decir, debe estar iluminada para reconocer el verdadero valor de las acciones y la consistencia de los criterios de valoración, de forma que sepa distinguir el bien del mal, incluso donde el ambiente social, el pluralismo cultural y los intereses superpuestos no ayuden a ello.

La formación de una conciencia verdadera, por estar fundada en la verdad, y recta, por estar decidida a seguir sus dictámenes, sin contradicciones, sin traiciones y sin componendas, es hoy una empresa difícil y delicada, pero imprescindible. Y es una empresa, por desgracia, obstaculizada por diversos factores. Ante todo, en la actual fase de la secularización llamada post-moderna y marcada por formas discutibles de tolerancia, no sólo aumenta el rechazo de la tradición cristiana, sino que se desconfía incluso de la capacidad de la razón para percibir la verdad, y a las personas se las aleja del gusto de la reflexión.

Según algunos, incluso la conciencia individual, para ser libre, debería renunciar tanto a las referencias a las tradiciones como a las que se fundamentan en la razón. De esta forma la conciencia, que es acto de la razón orientado a la verdad de las cosas, deja de ser luz y se convierte en un simple telón de fondo sobre el que la sociedad de los medios de comunicación lanza las imágenes y los impulsos más contradictorios.

Es preciso volver a educar en el deseo del conocimiento de la verdad auténtica, en la defensa de la propia libertad de elección ante los comportamientos de masa y ante las seducciones de la propaganda, para alimentar la pasión de la belleza moral y de la claridad de la conciencia. Esta delicada tarea corresponde a los padres de familia y a los educadores que los apoyan; y también es una tarea de la comunidad cristiana con respecto a sus fieles.

Por lo que atañe a la conciencia cristiana, a su crecimiento y a su alimento, no podemos contentarnos con un fugaz contacto con las principales verdades de fe en la infancia; es necesario también un camino que acompañe las diversas etapas de la vida, abriendo la mente y el corazón a acoger los deberes fundamentales en los que se basa la existencia tanto del individuo como de la comunidad.

Sólo así será posible ayudar a los jóvenes a comprender los valores de la vida, del amor, del matrimonio y de la familia. Sólo así se podrá hacer que aprecien la belleza y la santidad del amor, la alegría y la responsabilidad de ser padres y colaboradores de Dios para dar la vida. Si falta una formación continua y cualificada, resulta aún más problemática la capacidad de juicio en los problemas planteados por la biomedicina en materia de sexualidad, de vida naciente, de procreación, así como en el modo de tratar y curar a los enfermos y de atender a las clases débiles de la sociedad.

Ciertamente, es necesario hablar de los criterios morales que conciernen a estos temas con profesionales, médicos y juristas, para comprometerlos a elaborar un juicio competente de conciencia y, si fuera el caso, también una valiente objeción de conciencia, pero en un nivel más básico existe esa misma urgencia para las familias y las comunidades parroquiales, en el proceso de formación de la juventud y de los adultos.

Bajo este aspecto, junto con la formación cristiana, que tiene como finalidad el conocimiento de la persona de Cristo, de su palabra y de los sacramentos, en el itinerario de fe de los niños y de los adolescentes es necesario promover coherentemente los valores morales relacionados con la corporeidad, la sexualidad, el amor humano, la procreación, el respeto a la vida en todos los momentos, denunciando a la vez, con motivos válidos y precisos, los comportamientos contrarios a estos valores primarios. En este campo específico, la labor de los sacerdotes deberá ser oportunamente apoyada por el compromiso de educadores laicos, incluyendo especialistas, dedicados a la tarea de orientar las realidades eclesiales con su ciencia iluminada por la fe.

Por eso, queridos hermanos y hermanas, pido al Señor que os mande a vosotros, y a quienes se dedican a la ciencia, a la medicina, al derecho y a la política, testigos que tengan una conciencia verdadera y recta, para defender y promover el "esplendor de la verdad", en apoyo del don y del misterio de la vida. Confío en vuestra ayuda, queridos profesionales, filósofos, teólogos, científicos y médicos. En una sociedad a veces ruidosa y violenta, con vuestra cualificación cultural, con la enseñanza y con el ejemplo, podéis contribuir a despertar en muchos corazones la voz elocuente y clara de la conciencia.

"El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón —nos enseñó el concilio Vaticano II—, en cuya obediencia está la dignidad humana y según la cual será juzgado" (Gaudium et spes, 16). El Concilio dio sabias orientaciones para que "los fieles aprendan a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como miembros de la sociedad humana" y "se esfuercen por integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier cuestión temporal han de guiarse por la conciencia cristiana, pues ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios" (Lumen gentium, 36).

Por esta razón, el Concilio exhorta a los laicos creyentes a acoger "lo que los sagrados pastores, representantes de Cristo, decidan como maestros y jefes en la Iglesia"; y, por otra parte, recomienda "que los pastores reconozcan y promuevan la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia, se sirvan de buena gana de sus prudentes consejos" y concluye que "de este trato familiar entre los laicos y los pastores se pueden esperar muchos bienes para la Iglesia" (ib., 37).

Cuando está en juego el valor de la vida humana, esta armonía entre función magisterial y compromiso laical resulta singularmente importante: la vida es el primero de los bienes recibidos de Dios y es el fundamento de todos los demás; garantizar el derecho a la vida a todos y de manera igual para todos es un deber de cuyo cumplimiento depende el futuro de la humanidad. También desde este punto de vista resalta la importancia de vuestro encuentro de estudio.

Encomiendo sus trabajos y resultados a la intercesión de la Virgen María, a quien la tradición cristiana saluda como la verdadera "Madre de todos los vivientes". Que ella os asista y os guíe. Como prenda de este deseo, os imparto a todos vosotros, a vuestros familiares y colaboradores, la bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Capilla "Redemptoris Mater"
Sábado 3 de marzo de 2007



Señor cardenal:

En nombre de todos los que nos encontramos aquí reunidos, le agradezco de corazón la maravillosa anagogía que nos ha dado durante esta semana.

En la santa misa, antes de la plegaria eucarística, cada día respondemos a la invitación "Levantemos el corazón" con las palabras: "Lo tenemos levantado hacia el Señor". Y me temo que esta respuesta a menudo sea más ritual que existencial. Pero en esta semana realmente usted nos ha enseñado a elevar nuestro corazón, a subir hacia lo invisible, hacia la realidad verdadera. Y nos ha dado también la clave para responder cada día a los desafíos de esta realidad.

Durante su primera conferencia me di cuenta de que en las incrustaciones de mi reclinatorio está representado Cristo resucitado, rodeado de ángeles que vuelan. Pensé que esos ángeles pueden volar porque no se encuentran en la gravitación de las cosas materiales de la tierra, sino en la gravitación del amor del Resucitado, y que nosotros podríamos volar si saliéramos de la gravitación de lo material y entráramos en la gravitación nueva del amor del Resucitado.

Usted nos ha ayudado realmente a salir de esta gravitación de las cosas de cada día y a entrar en la gravitación del Resucitado, subiendo así a las alturas. Por eso le damos las gracias.

También quisiera expresarle mi agradecimiento porque nos ha ofrecido análisis muy acertados y precisos de nuestra situación actual y sobre todo nos ha mostrado cómo detrás de muchos fenómenos de nuestro tiempo, aparentemente muy lejanos de la religión y de Cristo, hay una pregunta, una espera, un deseo; y que la única respuesta verdadera a este deseo, omnipresente precisamente en nuestro tiempo, es Cristo.

Así usted nos ha ayudado a seguir con mayor valentía a Cristo y a amar más a la Iglesia, la "Immaculata ex maculatis", como usted nos ha enseñado con palabras de san Ambrosio.

Por último, quisiera darle las gracias por su realismo, por su humorismo y por su concreción; incluso por la teología un poco audaz de una de sus asistentas: no me atrevería a someter esas palabras —"el Señor tal vez tiene sus defectos"— al juicio de la Congregación para la doctrina de la fe. Pero, en cualquier caso, hemos aprendido: y sus pensamientos, señor cardenal, nos acompañarán no sólo en las próximas semanas.

Lo encomendamos en nuestras oraciones.

Muchas gracias.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DEL COMITÉ CIENTÍFICO Y DEL COMITÉ EJECUTIVO DEL INSTITUTO "PABLO VI" DE BRESCIA

Sábado 3 de marzo de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros a cada uno de vosotros, que formáis parte del comité científico y del comité ejecutivo del Instituto "Pablo VI", promovido por la "Obra para la educación cristiana" de Brescia con el fin de fomentar el estudio de la vida, del pensamiento y de la actividad de este inolvidable Pontífice.

Os saludo a todos cordialmente, comenzando por los señores cardenales presentes. En particular, saludo al doctor Giuseppe Camadini, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en su calidad de presidente de vuestro Instituto. Dirijo, además, un saludo especial a monseñor Giulio Sanguineti, obispo de la diócesis en la que mi venerado predecesor nació, fue bautizado y ordenado sacerdote. Le agradezco también todo lo que hace para sostener y acompañar de forma autorizada la actividad de una institución tan benemérita. Gracias, queridos amigos, por haberme obsequiado con un ejemplar de todas las publicaciones que habéis editado hasta ahora. Se trata de una serie muy amplia de volúmenes, que testimonian el notable trabajo que habéis realizado durante más de 25 años.

Como se ha dicho, tuve ocasión de conocer la actividad de vuestro Instituto. He admirado su fidelidad al Magisterio, así como su intención de honrar a un gran Pontífice, cuyo anhelo apostólico procuráis destacar gracias a un riguroso trabajo de investigación y a iniciativas de elevada calidad científica y eclesial. Al siervo de Dios Pablo VI me siento muy vinculado personalmente por la confianza que me demostró al nombrarme arzobispo de Munich y, tres meses después, incluyéndome en el Colegio cardenalicio, en 1977.

Fue llamado por la divina Providencia a guiar la barca de Pedro en un período histórico marcado por muchos desafíos y problemas. Al repasar con el pensamiento los años de su pontificado, impresiona el celo misionero que lo animó y lo impulsó a emprender arduos viajes apostólicos, incluso a naciones lejanas, y a realizar gestos proféticos de amplio alcance eclesial, misionero y ecuménico. Fue el primer Papa en viajar a la tierra donde Cristo vivió y de la que partió Pedro para venir a Roma. Aquella visita, sólo seis meses después de su elección como Supremo Pastor del pueblo de Dios y mientras se estaba celebrando el concilio ecuménico Vaticano II, revistió un claro significado simbólico. Indicó a la Iglesia que el camino de su misión consiste en seguir las huellas de Cristo. Esto fue precisamente lo que el Papa Pablo VI trató de hacer durante su ministerio petrino, que desempeñó siempre con sabiduría y prudencia, con plena fidelidad al mandato del Señor.

En efecto, el secreto de la acción pastoral que Pablo VI llevó a cabo con incansable entrega, tomando a veces decisiones difíciles e impopulares, radica precisamente en su amor a Cristo, un amor que vibra con expresiones conmovedoras en todas sus enseñanzas. Su alma de Pastor estaba totalmente impregnada de celo misionero, alimentado por un sincero deseo de diálogo con la humanidad. Su invitación profética, repetida muchas veces, a renovar el mundo atormentado por inquietudes y violencias mediante "la civilización del amor", nacía de su total confianza en Jesús, Redentor del hombre.

¿Cómo olvidar, por ejemplo, aquellas palabras que también yo, entonces presente como perito en el concilio Vaticano II, escuché en la basílica vaticana en la inauguración de la segunda sesión, el 29 de septiembre de 1963? "Cristo, nuestro principio —proclamó Pablo VI con íntima emoción, y oigo aún su voz—; Cristo, nuestro camino y nuestro guía; Cristo, nuestra esperanza y nuestro término. (...) Que no se cierna sobre esta reunión otra luz si no es Cristo, luz del mundo; que ninguna otra verdad atraiga nuestros ánimos fuera de las palabras del Señor, nuestro único Maestro; que ninguna otra aspiración nos anime si no es el deseo de serle absolutamente fieles" (Concilio Vaticano II. Constituciones, Decretos, Declaraciones, BAC, Madrid 1968, p. 1045). Y hasta su último suspiro, su pensamiento, sus energías y su acción fueron para Cristo y para su Iglesia.

El nombre de este Pontífice, cuya grandeza la opinión pública mundial comprendió precisamente con ocasión de su muerte, sigue unido sobre todo al concilio Vaticano II. En efecto, aunque fue Juan XXIII quien lo convocó e inició, le tocó a él, su sucesor, llevarlo a término con mano experta, delicada y firme. No menos arduo fue para el Papa Montini gobernar la Iglesia en el período posconciliar. No se dejó condicionar por incomprensiones y críticas, aunque tuvo que soportar sufrimientos y ataques, a veces violentos, pero en todas las circunstancias fue firme y prudente timonel de la barca de Pedro.

Con el paso de los años resulta cada vez más evidente la importancia de su pontificado para la Iglesia y para el mundo, así como el valor de su alto magisterio, en el que se han inspirado sus Sucesores, y al que también yo sigo haciendo referencia. Por tanto, me complace aprovechar esta circunstancia para rendirle homenaje, a la vez que os animo, queridos amigos, a proseguir el trabajo que habéis emprendido desde hace tiempo.

Haciendo mía la exhortación que os dirigió el amado Papa Juan Pablo II, os repito de buen grado: "Estudiad con amor a Pablo VI (...); estudiadlo con rigor científico (...); estudiadlo con la convicción de que su herencia espiritual continúa enriqueciendo a la Iglesia y puede alimentar la conciencia de los hombres de hoy, tan necesitados de "palabras de vida eterna"" (Discurso al Instituto Pablo VI de Brescia, 26 de enero de 1980, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de febrero de 1980, p. 20).

Queridos hermanos y hermanas, gracias una vez más por vuestra visita; os aseguro un recuerdo en la oración y os bendigo con afecto a vosotros, a vuestras familias y todas las iniciativas del Instituto Pablo VI de Brescia.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS SOCIOS DEL CÍRCULO SAN PEDRO

Jueves 8 de marzo de 2007



Queridos amigos:

Gracias por vuestra presencia en este encuentro, con el que queréis renovar los sentimientos de afecto y devoción que unen a vuestra Asociación con el Sucesor del apóstol Pedro. Os saludo a todos cordialmente. Saludo a los miembros de la presidencia general de vuestro benemérito Círculo y de modo especial al presidente, don Leopoldo de los duques Torlonia, al que expreso mi gratitud también por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, ilustrándome vuestras actividades litúrgicas y caritativas. Extiendo mi saludo a vuestro consiliario, a vuestras familias y a cuantos de diferentes modos participan en las actividades que organizáis.

De acuerdo con una larga tradición, esta cita anual tiene lugar en relación con la fiesta de la Cátedra de San Pedro, para subrayar la peculiar fidelidad a la Santa Sede que queréis que distinga a vuestro Círculo, y para entregar al Papa la colecta del tradicional Óbolo de san Pedro, que realizáis en las parroquias y en las instituciones de la diócesis de Roma.

La antigua práctica del Óbolo de san Pedro, que en cierto modo ya se efectuaba en las primeras comunidades cristianas, brota de la certeza de que todos los fieles están llamados a sostener también materialmente la obra de evangelización y, al mismo tiempo, a ayudar con generosidad a los pobres y a los necesitados, recordando las palabras de Jesús: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Como leemos en los Hechos de los Apóstoles, gracias a que se compartían los bienes materiales, "no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los Apóstoles" (Hch 4, 34 s); y también: "Los discípulos determinaron enviar algunos recursos, según las posibilidades de cada uno, para los hermanos que vivían en Judea" (Hch 11, 29).

Esta práctica eclesial ha ido desarrollándose con el paso de los siglos, adaptándose a las diversas exigencias de los tiempos, y prosigue también ahora. En efecto, en cada diócesis, en cada parroquia y comunidad religiosa se recoge anualmente el Óbolo de san Pedro, que después se envía al centro de la Iglesia para ser redistribuido según las necesidades y las peticiones que llegan al Papa desde todas las partes de la tierra.

En la historia de la Iglesia ha habido momentos en los que la ayuda económica de los cristianos al Sucesor de Pedro ha sido particularmente significativa, como podemos comprender fácilmente, por ejemplo, leyendo lo que escribió el beato Papa Pío IX en la encíclica Saepe venerabilis, del 5 de agosto de 1871: "Llegó a Nosotros, más abundante de lo acostumbrado, el Óbolo, con el que pobres y ricos se han esforzado por socorrernos en la pobreza que Nos han provocado; a él se han añadido numerosos, diversos y nobilísimos dones, y un espléndido tributo de las artes cristianas y de los ingenios, particularmente apto para poner de relieve la doble potestad, espiritual y real, que Dios Nos ha concedido" (Ench. Enc., 2, n. 452, p. 609).

También en nuestro tiempo la Iglesia sigue difundiendo el Evangelio y cooperando en la construcción de una humanidad más fraterna y solidaria. Precisamente también gracias al Óbolo de san Pedro le es posible cumplir esta misión de evangelización y promoción humana. Por eso, os agradezco vuestro compromiso de recoger, como ha subrayado vuestro presidente, los donativos de los romanos, signo de su gratitud por la acción pastoral y caritativa del Sucesor de Pedro.

Sé que os impulsan el celo y la generosidad. Que el Señor os recompense y haga fructuoso el servicio eclesial que prestáis, y que os ayude también a realizar todas las iniciativas de vuestro Círculo. Entre estas, me complace recordar especialmente el valioso servicio que prestáis desde hace más de seis años con el Hospicio del Sagrado Corazón, donde la presencia diaria de vuestros voluntarios ofrece ayuda a los enfermos y a sus familiares: vuestro testimonio de amor a la vida humana, que merece atención y respeto hasta su último suspiro, es silencioso pero muy elocuente.

Queridos amigos, estamos en el tiempo cuaresmal, durante el cual la liturgia nos recuerda que, además del compromiso de la oración y del ayuno, debemos prestar atención a los hermanos, especialmente a los que se encuentran en dificultades, acudiendo en su ayuda con gestos y obras de apoyo material y espiritual.

Os repito hoy la invitación que dirigí a todos los cristianos en el Mensaje para la Cuaresma, es decir, el deseo de que este tiempo litúrgico sea para todos "una experiencia renovada del amor de Dios que se nos ha dado en Cristo, amor que también nosotros cada día debemos "volver a dar" al prójimo, especialmente al que sufre y al necesitado" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de febrero de 2007, p. 4).

Al mismo tiempo que os expreso una vez más mi agradecimiento por vuestra visita, os animo a proseguir con entusiasmo vuestras actividades caritativas y el servicio de honor y de acogida a los fieles, que prestáis en la basílica vaticana y durante las celebraciones presididas por el Papa. Os encomiendo a la protección materna de María, a quien invocáis como Salus populi romani. Con estos sentimientos, asegurándoos un recuerdo en la oración por vosotros y por vuestras iniciativas, os imparto a todos una especial bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Viernes 9 de marzo de 2007



Eminencias;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Me alegra acogeros hoy en el Vaticano con ocasión de la asamblea plenaria anual del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales. Agradezco, ante todo, al arzobispo mons. Foley, presidente del Consejo, sus amables palabras de saludo. Deseo expresaros a todos mi gratitud por vuestro compromiso en el apostolado de las comunicaciones sociales, cuya importancia no puede subestimarse en nuestro mundo cada vez más tecnológico.

El campo de las comunicaciones sociales cambia continuamente. Mientras los medios de comunicación de prensa se esfuerzan por mantener su difusión, los demás medios, como la radio, la televisión e internet se están desarrollando con una rapidez extraordinaria. En el trasfondo de la globalización, este influjo de los medios electrónicos coincide con su concentración cada vez mayor en manos de algunas multinacionales, cuya influencia se extiende a todos los ámbitos sociales y culturales.

¿Cuáles han sido los resultados y los efectos de este incremento en los medios de comunicación social y en la industria del entretenimiento? Sé que esta pregunta requiere mucha atención por vuestra parte. En efecto, teniendo en cuenta el gran influjo que ejercen los medios de comunicación social para modelar la cultura, eso atañe a todos los que se interesan en serio por el bienestar de la sociedad civil.

No cabe duda de que los diversos componentes de los medios de comunicación social han aportado un gran beneficio a la civilización. Basta pensar en los excelentes documentales e informativos, en el sano entretenimiento, así como en los debates y las entrevistas que ayudan a reflexionar. Además, con respecto a internet, es preciso reconocer que ha abierto un mundo de conocimiento y de aprendizaje al que antes muchos, si no todos, tenían difícilmente acceso. Estas contribuciones al bien común merecen aplauso y han de estimularse.

Por otro lado, también es evidente que mucho de lo que se transmite, de varias formas, a las casas de millones de familias en todo el mundo es destructor. La Iglesia, iluminando con la luz de la verdad de Cristo esas sombras, engendra esperanza. Intensifiquemos nuestros esfuerzos por impulsar a todos a poner la lámpara sobre el candelero a fin de que ilumine a todos en la casa, en la escuela y en la sociedad (cf. Mt 5, 15-16).

A este respecto, mi Mensaje para la Jornada de las comunicaciones sociales de este año llama la atención hacia la relación entre los medios de comunicación social y los jóvenes. Mi preocupación no difiere de la de cualquier madre, padre, profesor o ciudadano responsable. Todos reconocemos que "la belleza, que es como un espejo de lo divino, inspira y vivifica el corazón y la mente de los jóvenes, mientras que la fealdad y la vulgaridad tienen un impacto deprimente en las actitudes y en el comportamiento" (n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de febrero de 2007, p. 5). Por tanto, es grave la responsabilidad de introducir y educar a los niños y a los jóvenes en la belleza, en la verdad y en la bondad. Las multinacionales de medios de comunicación sólo pueden sostenerla en la medida en que promuevan la dignidad humana fundamental, el valor auténtico del matrimonio y de la vida familiar, así como los resultados positivos y las metas de la humanidad.

Apelo, una vez más, a los responsables de la industria de los medios de comunicación social, para que impulsen a los productores a salvaguardar el bien común, sostener la verdad, proteger la dignidad humana individual y promover el respeto a las necesidades de la familia.

A la vez que os animo a todos vosotros, aquí reunidos hoy, confío en que os esforzaréis por garantizar que los frutos de vuestras reflexiones y de vuestros estudios sean efectivamente compartidos con las Iglesias particulares a través de las parroquias, las escuelas y las instituciones diocesanas.

A todos vosotros, a vuestros compañeros y a los miembros de vuestras familias que están en casa imparto mi bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO,
EN LA V JORNADA EUROPEA DE LOS UNIVERSITARIOS

Sábado 10 de marzo de 2007



Queridos jóvenes universitarios:

Me alegra mucho dirigiros mi cordial saludo al final de la Vigilia mariana que el Vicariato de Roma ha organizado con ocasión de la Jornada europea de los universitarios. Expreso mi agradecimiento al cardenal Camillo Ruini y a mons. Lorenzo Leuzzi, así como a todos los que han cooperado en la iniciativa: las instituciones académicas, los Conservatorios de música, el Ministerio de Universidades e investigación, el Ministerio de comunicaciones. Felicito a los directores de la orquesta y del gran coro, y a vosotros, queridos músicos y miembros del coro.

Al acogeros a vosotros, amigos de Roma, mi pensamiento se dirige con igual afecto a vuestros coetáneos que, gracias a las conexiones de radio y televisión, han podido participar en este momento de oración y reflexión desde varias ciudades de Europa y Asia: Praga, Calcuta, Hong Kong, Bolonia, Cracovia, Turín, Manchester, Manila, Coimbra, Tirana e Islamabad-Rawalpindi. Realmente, esta "red", realizada con la colaboración del Centro televisivo vaticano, de Radio Vaticano y de Telespazio, es un signo de los tiempos, un signo de esperanza.

Es una "red" que demuestra todo su valor si consideramos el tema de esta vigilia: "La caridad intelectual, camino para una nueva cooperación entre Europa y Asia". Es sugestivo pensar en la caridad intelectual como fuerza del espíritu humano, capaz de unir los itinerarios formativos de las nuevas generaciones. Más globalmente, la caridad intelectual puede unir el camino existencial de jóvenes que, aun viviendo a gran distancia unos de otros, logran sentirse vinculados en el ámbito de la búsqueda interior y del testimonio.

Esta tarde realizamos un puente ideal entre Europa y Asia, continente de riquísimas tradiciones espirituales, donde se han desarrollado algunas de las más antiguas y nobles tradiciones culturales de la humanidad. Por consiguiente, es muy significativo este encuentro. Los jóvenes universitarios de Roma se hacen promotores de fraternidad con la caridad intelectual, fomentan una solidaridad que no se basa en intereses económicos o políticos, sino sólo en el estudio y la búsqueda de la verdad. En definitiva, nos situamos en la auténtica perspectiva "universitaria", es decir, en la perspectiva de la comunidad del saber, que ha sido uno de los elementos constitutivos de Europa. ¡Gracias, queridos jóvenes!

Me dirijo ahora a los que están en conexión con nosotros desde las diversas ciudades y naciones.

(en checo)
Queridos jóvenes que estáis reunidos en Praga: que la amistad con Cristo ilumine siempre vuestro estudio y vuestro crecimiento personal.

(en inglés)
Queridos universitarios de Calculta, Hong Kong, Islamabad-Rawalpindi, Manchester y Manila: testimoniad que Jesucristo no nos quita nada, sino que lleva a hacer realidad nuestros más profundos anhelos de vida y verdad.

(en polaco)
Queridos amigos de Cracovia: conservad siempre como un tesoro las enseñanzas que el venerado Papa Juan Pablo II dejó a los jóvenes y, de modo especial, a los universitarios.

(en portugués)
Queridos estudiantes de la universidad de Coimbra: que la Virgen María, Sede de la Sabiduría, sea vuestra guía, para que seáis verdaderos discípulos y testigos de la Sabiduría cristiana.

(en albanés)
Queridos jóvenes de Tirana: comprometeos para construir como protagonistas la nueva Albania, recurriendo a las raíces cristianas de Europa.

(en italiano)
Queridos estudiantes de las universidades de Bolonia y Turín: nunca dejéis de dar vuestra contribución original y creativa a la construcción del nuevo humanismo, basado en el diálogo fecundo entre la fe y la razón.

Queridos amigos, estamos viviendo el tiempo de Cuaresma, y la liturgia nos exhorta continuamente a fortalecer nuestro seguimiento de Cristo. También esta Vigilia, según la tradición de la Jornada mundial de la juventud, puede considerarse una etapa de la peregrinación espiritual guiada por la cruz. Y el misterio de la cruz no está separado del tema de la caridad intelectual, más aún, lo ilumina. La sabiduría cristiana es sabiduría de la cruz: los estudiantes, y con mayor razón los profesores cristianos, interpretan todas las realidades a la luz del misterio de amor de Dios, que tiene en la cruz su revelación más alta y perfecta.

Una vez más, queridos jóvenes, os encomiendo la cruz de Cristo: acogedla, abrazadla, seguidla. Es el árbol de la vida. Junto a ella podéis encontrar siempre a María, la Madre de Jesús. Como ella, Sede de la Sabiduría, fijad vuestra mirada en Aquel que por nosotros fue traspasado (cf. Jn 19, 37); contemplad el manantial inagotable del amor y de la verdad, y también vosotros podréis llegar a ser discípulos y testigos llenos de alegría.

Es el deseo que os expreso a cada uno. Lo acompaño de corazón con la oración y con mi bendición, que de buen grado extiendo a todos vuestros seres queridos.


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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS EMPLEADOS DE LA FÁBRICA DE SAN PEDRO

Miércoles 14 de marzo de 2007



Venerados hermanos en el episcopado;
queridos amigos:

Me alegra mucho este encuentro con vosotros, que tiene lugar en la sede de una antigua e ilustre institución pontificia: la Fábrica de San Pedro. Saludo ante todo al arzobispo mons. Angelo Comastri, arcipreste de la basílica de San Pedro y vuestro presidente, que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes.

Saludo asimismo al obispo mons. Vittorio Lanzani, delegado de la misma Fábrica, y a cada uno de vosotros. Trabajáis en un lugar, la veneranda basílica del Apóstol, que es el corazón de la Iglesia católica: un corazón que late, gracias al Espíritu Santo que lo mantiene siempre vivo, pero también gracias a la actividad de quienes diariamente lo hacen funcionar.

Hace poco se celebró el V centenario de la colocación de la primera piedra de la segunda basílica vaticana, como recordó mons. Comastri. Cinco siglos, y a pesar de todo sigue siempre viva y joven; no es un museo, es un organismo espiritual, y también las piedras participan de esta vitalidad. Vosotros, los que trabajáis aquí, sois "piedras vivas", como escribía el apóstol san Pedro, piedras vivas del edificio espiritual que es la Iglesia.

Me complace este encuentro, aunque breve, con el que en cierto modo se clausuran las celebraciones del V centenario de la basílica vaticana, donde realizáis concretamente vuestro trabajo. Quisiera aprovechar la ocasión para recordar, en este momento, a todos vuestros compañeros que os han precedido en los quinientos años pasados. A vosotros os expreso mi gratitud por lo que hacéis, con empeño y competencia, para que este "corazón" de la Iglesia, como decía antes, pueda seguir "latiendo" con perenne vitalidad: atrayendo a sí a hombres y mujeres del mundo entero y ayudándoles a realizar una experiencia espiritual que marque su vida.

En efecto, gracias a vuestra contribución, casi siempre oculta pero siempre oportuna, numerosas personas, peregrinos de todas las partes del mundo, pueden vivir con fruto su peregrinación, o simplemente su visita a la basílica vaticana, y llevar consigo en el corazón un mensaje de fe y de esperanza, no sólo la certeza de haber visto grandes obras de arte, sino también de haberse encontrado con la Iglesia viva, con el apóstol Pedro y, en definitiva, con Cristo. Nuevamente os doy las gracias y os animo: realizad siempre vuestro trabajo como un acto de amor a la Iglesia, a san Pedro y, por tanto, a Cristo.

A todos vosotros y a vuestros seres queridos os encomiendo a la protección especial de san Pedro. Y, a la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración y os pido que también vosotros oréis por mí, os bendigo de corazón.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR ALFONSO RIVERO MONSALVE,
EMBAJADOR DE PERÚ ANTE LA SANTA SEDE*

Viernes 16 de marzo de 2007



Señor Embajador:

1. Al recibir las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Perú ante la Santa Sede, me complace darle la más cordial bienvenida, deseándole una fecunda labor para mantener las buenas relaciones que existen entre su noble País y esta Sede Apostólica. Al agradecerle las amables y sentidas palabras que me ha dirigido, le ruego que tenga a bien transmitir mi deferente saludo al Excelentísimo Dr. Alan García Pérez, Presidente de la República, a su Gobierno y al querido pueblo peruano.

2. Este encuentro nos trae a la memoria los profundos lazos que su Nación ha tenido y tiene con la Iglesia. Desde el primer momento, la fe católica —llevada allí por evangelizadores como santo Toribio de Mogrovejo, cuyo IV centenario de su muerte se ha conmemorado el año pasado— fue acogida y llegó a penetrar poco a poco en los entresijos culturales y sociales de ese pueblo bendito, en el que florecieron muy pronto los primeros santos y santas en suelo latinoamericano. Y como usted ha mencionado, además del santo Obispo, deseo recordar a los santos Rosa de Lima, Martín de Porres, Francisco Solano, Juan Macías y a la beata Ana de los Ángeles Monteagudo, beatificada por el Papa Juan Pablo II en su primera visita al Perú en 1985. También yo tuve ocasión de visitar su Patria en 1986 cuando era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Conservo un gratísimo recuerdo de aquellos días, sobre todo de mis encuentros con personas sencillas de barrios populares, tanto en Lima como en el Cuzco.

3. En este mundo de rápidas transformaciones sociales, políticas y económicas, su País no es una excepción al experimentar también profundos cambios. Son procesos que inciden directamente en las personas y en sus valores. A este respecto, son notables los esfuerzos realizados por la Iglesia y el Estado en materia de educación y en el uso de las nuevas tecnologías, con el fin de generar una mayor inclusión de los sectores menos favorecidos en los nuevos espacios culturales de nuestro tiempo. Por otra parte, subsisten problemas morales y religiosos que tanto la Iglesia como el Estado deben afrontar, cada uno en el marco de su propia competencia y precisamente para el bien de los peruanos.

Se sabe que el Perú quiere hacer frente adecuadamente al fenómeno de la globalización aprovechando las oportunidades ofrecidas por el crecimiento económico, de modo que la riqueza producida y otros bienes sociales lleguen a todos de modo equitativo. Los peruanos, como todos los seres humanos, esperan también que los servicios de salud atiendan debidamente a todas las capas sociales; que la educación sea patrimonio de todos, mejorando su calidad a todos los niveles; que frente a la corrupción impere la integridad que permita la acción eficaz de las diversas instituciones públicas, ayudando así a superar tantas situaciones de hambre y miseria.

Urge, pues, la unión de intentos para hacer posible una continua acción de los gobernantes ante los desafíos de un mundo globalizado, los cuales deben ser afrontados con auténtica solidaridad. Esta virtud, como decía mi predecesor Juan Pablo II, ha de inspirar la acción de los indivi­duos, de los gobiernos, de los organismos e instituciones internacionales y de todos los miembros de la sociedad civil, comprometiéndolos a trabajar para un justo crecimiento de los pueblos y de las naciones, teniendo como objetivo el bien de todos y de cada uno (cf. Sollicitudo rei socialis, 40).

4. La Iglesia, que reconoce al Estado su competencia en las cuestiones sociales, políticas y económicas, asume como un propio deber, derivado de su misión evangelizadora, la salvaguardia y difusión de la verdad sobre el ser humano, el sentido de su vida y su destino último que es Dios. Ella es fuente de inspiración a fin de que la dignidad de la persona y de la vida, desde su concepción hasta su término natural, sea reconocida y protegida, como garantiza la Constitución Peruana. Por esto, seguirá colaborando de manera leal y generosa en la educación, en la atención sanitaria y en la ayuda a los más pobres y necesitados.

5. Desde esta Sede Apostólica se continuará apoyando todo el esfuerzo social que ya se lleva a cabo, para que haya siempre igualdad de oportunidades y cada peruano se sienta respetado en sus derechos inalienables. Por eso, el Episcopado del Perú seguirá fomentando, a la luz del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia, la búsqueda de la verdad en el campo familiar, laboral y sociopolítico. Por su parte, los católicos peruanos están también llamados a ser fermento del mensaje cristiano en las instituciones sociales y en la vida pública, para contribuir así a la construcción de una sociedad más fraterna. La Iglesia, consciente de su propia “misión religiosa y, por esto mismo, sumamente humana” (Gaudium et spes, 11), así como de su deber de proponer la verdad de todo hombre, que por ser hijo de Dios está dotado de una dignidad superior y anterior a toda ley positiva, seguirá trabajando para alcanzar estos objetivos. Ella, “experta en humanidad” (Populorum progressio, 13), enseña además que sólo en el respeto de la ley moral, que defiende y protege la dignidad de la persona humana, se puede construir la paz favoreciendo un progreso social estable. Por eso es de desear que continúe la mutua colaboración entre el Estado y la Iglesia en el Perú, que hasta ahora ha dado buenos frutos.

6. Señor Embajador, al concluir este grato encuentro renuevo a usted mi más cordial bienvenida, formulando los mejores votos por el éxito de la misión que ahora inicia. Al implorar al Señor de los Milagros que derrame abundantes bendiciones sobre Vuestra Excelencia, su distinguida familia, sus colaboradores y sobre las Autoridades de su País, pido también a Nuestra Señora de las Mercedes que proteja al querido pueblo peruano para que siga progresando por los caminos de la justicia, de la solidaridad y de la paz.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO SOBRE EL FUERO INTERNO ORGANIZADO POR LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA

Viernes 16 de marzo de 2007



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Me alegra acogeros hoy y dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, participantes en el curso sobre el fuero interno organizado por la Penitenciaría apostólica. En primer lugar saludo al señor cardenal James Francis Stafford, penitenciario mayor, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido; al obispo Gianfranco Girotti, regente de la Penitenciaría; y a todos los presentes.

Este encuentro me brinda la oportunidad de reflexionar juntamente con vosotros sobre la importancia del sacramento de la Penitencia también en nuestro tiempo y de reafirmar la necesidad de que los sacerdotes se preparen para administrarlo con devoción y fidelidad, para alabanza de Dios y para la santificación del pueblo cristiano, como prometen al obispo en el día de su ordenación presbiteral.

En efecto, se trata de una de las tareas características del peculiar ministerio que están llamados a desempeñar "in persona Christi". Con los gestos y las palabras sacramentales, los sacerdotes hacen visible sobre todo el amor de Dios, que en Cristo se reveló en plenitud. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, al administrar el sacramento del perdón y de la reconciliación, el presbítero actúa como "el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador" (n. 1465). Por tanto, lo que sucede en este sacramento es ante todo misterio de amor, obra del amor misericordioso del Señor.

"Dios es amor" (1 Jn 4, 16): en esta sencilla afirmación el evangelista san Juan encerró la revelación de todo el misterio de Dios Trinidad. Y en el encuentro con Nicodemo, Jesús, anunciando su pasión y muerte en la cruz, afirma: "Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). Todos necesitamos acudir a la fuente inagotable del amor divino, que se nos manifiesta totalmente en el misterio de la cruz, para encontrar la auténtica paz con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo. Sólo de esta fuente espiritual es posible sacar la energía interior indispensable para vencer el mal y el pecado en la lucha sin tregua que marca nuestra peregrinación terrena hacia la patria celestial.

El mundo contemporáneo sigue presentando las contradicciones que pusieron muy bien de relieve los padres del concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 4-10): vemos una humanidad que quisiera ser autosuficiente, donde no pocos creen que pueden prescindir de Dios para vivir bien; y, sin embargo, ¡cuántos parecen tristemente condenados a afrontar dramáticas situaciones de vacío existencial!, ¡cuánta violencia hay aún sobre la tierra!, ¡cuánta soledad pesa sobre el corazón del hombre de la era de las comunicaciones! En una palabra, parece que hoy se ha perdido el "sentido del pecado", pero en compensación han aumentado los "complejos de culpa".

¿Quién podrá librar el corazón de los hombres de este yugo de muerte, si no es Aquel que con su muerte derrotó para siempre el poder del mal con la omnipotencia del amor divino? Como recordaba san Pablo a los cristianos de Éfeso, "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo" (Ef 2, 4).

En el sacramento de la Confesión, el sacerdote es instrumento de este amor misericordioso de Dios, que invoca en la fórmula de absolución de los pecados: "Dios, Padre misericordioso, que reconcilió al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo, y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz".

El Nuevo Testamento, en cada una de sus páginas, habla del amor y de la misericordia de Dios, que se hicieron visibles en Cristo. En efecto, Jesús, que "acoge a los pecadores y come con ellos" (Lc 15, 2), y con autoridad afirma: "Hombre, tus pecados te quedan perdonados" (Lc 5, 20), dice: "No necesitan médico los que están sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores" (Lc 5, 31-32). El compromiso del sacerdote y del confesor consiste principalmente en llevar a cada uno a experimentar el amor que Cristo le tiene, encontrándolo en el camino de la propia vida, como san Pablo lo encontró en el camino de Damasco.

Conocemos la apasionada declaración del Apóstol de los gentiles después de aquel encuentro que cambió su vida: "Me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Esta es su experiencia personal en el camino de Damasco: el Señor Jesús amó a san Pablo y dio su vida por él. Y en la Confesión este es también nuestro camino, nuestro camino de Damasco, nuestra experiencia: Jesús me amó y se entregó por mí. Ojalá que cada persona haga esta misma experiencia espiritual, como la hizo el siervo de Dios Juan Pablo II, "redescubriendo a Cristo como mysterium pietatis, en el que Dios nos muestra su corazón misericordioso y nos reconcilia plenamente consigo. Este es el rostro de Cristo que es preciso hacer que descubran también a través del sacramento de la Penitencia" (Novo millennio ineunte, 37).

El sacerdote, ministro del sacramento de la Reconciliación, debe considerar siempre como tarea suya hacer que en sus palabras y en el modo de tratar al penitente se refleje el amor misericordioso de Dios. Como el padre de la parábola del hijo pródigo, debe acoger al pecador arrepentido, ayudarle a levantarse del pecado, animarlo a enmendarse sin llegar a componendas con el mal, sino recorriendo siempre el camino hacia la perfección evangélica. Todas las personas que se confiesan han de revivir en el sacramento de la Reconciliación esta hermosa experiencia del hijo pródigo, que encuentra en el padre toda la misericordia divina.

Queridos hermanos, todo esto implica que el sacerdote comprometido en el ministerio del sacramento de la Penitencia esté animado él mismo por una constante tensión hacia la santidad. El Catecismo de la Iglesia católica apunta alto en esta exigencia cuando afirma: "El confesor (...) debe tener un conocimiento probado del comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído; debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con paciencia hacia la curación y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él, confiándolo a la misericordia del Señor" (n. 1466).

Para cumplir esta importante misión, siempre unido interiormente al Señor, el sacerdote ha de mantenerse fiel al magisterio de la Iglesia por lo que atañe a la doctrina moral, consciente de que la ley del bien y del mal no está determinada por las situaciones, sino por Dios.

A la Virgen María, madre de misericordia, pido que sostenga el ministerio de los sacerdotes confesores y ayude a todas las comunidades cristianas a comprender cada vez más el valor y la importancia del sacramento de la Penitencia para el crecimiento espiritual de todos los fieles. A vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos imparto con afecto mi bendición.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA OBRA FEDERATIVA PARA EL TRANSPORTE DE ENFERMOS
A LOURDES Y AL MOVIMIENTO APOSTÓLICO DE CIEGOS

Sábado 17 de marzo de 2007



Queridos amigos de la Obra federativa para el transporte de enfermos a Lourdes (OFTAL) y del Movimiento apostólico de ciegos (MAC):

Con gran alegría me encuentro con vosotros en la basílica vaticana, donde habéis participado en la celebración eucarística presidida por mi secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone, al que saludo cordialmente. Saludo al arzobispo Angelo Comastri, vicario general para la Ciudad del Vaticano y arcipreste de la basílica vaticana, y a vuestros consiliarios. Os saludo a cada uno, en particular al presidente de la OFTAL, monseñor Franco Degrandi, y al vicepresidente del MAC, doctor Francesco Scelzo, al que doy las gracias por haberme presentado vuestras respectivas asociaciones, nacidas con poca diferencia de tiempo una de otra.

En efecto, el Movimiento apostólico de ciegos surgió en 1928 gracias a la intuición y al impulso apostólico de una profesora ciega de Monza, Maria Motta, dotada de profunda fe y de gran fuerza de espíritu, mientras que la Obra federativa para el transporte de enfermos a Lourdes celebra su 75° aniversario. De hecho, iniciada en 1913 por monseñor Alessandro Rastelli, sacerdote de la diócesis de Vercelli, nació oficialmente en 1932, promovida por el arzobispo de esa Iglesia particular. Vuestra presencia aquí hoy es providencial, porque las dos asociaciones, aun diferenciándose en muchos aspectos, tienen en común uno fundamental, que deseo poner inmediatamente de relieve.

Me refiero al hecho de que tanto el MAC como la OFTAL se presentan como experiencias de comunión fraterna, basada en el Evangelio y capaz de permitir que las personas que tienen dificultades, en este caso enfermas y ciegas, participen plenamente en la vida de la comunidad eclesial y en la construcción de la civilización del amor. Dos realidades que, como rezaba el tema de la reciente Asamblea eclesial de Verona, dan testimonio de Cristo resucitado, esperanza del mundo, manifestando que la fe y la amistad cristiana permiten superar juntamente cualquier condición de fragilidad.

En este sentido, es emblemática la experiencia de los dos fundadores: don Rastelli y Maria Motta. El primero acudió a Lourdes después de un accidente que lo obligó a permanecer un mes en el hospital. La experiencia de la enfermedad lo hizo particularmente sensible al mensaje de la Virgen Inmaculada, que lo invitó a volver a la gruta de Massabielle, primero en compañía de un solo enfermo —y esto es muy significativo— y después guiando la primera peregrinación diocesana con más de 300 personas, de las cuales 30 eran enfermos. Para Maria Motta, ciega de nacimiento, la limitación visual no fue un impedimento para su vocación; antes bien, el Espíritu la convirtió en un apóstol de los ciegos, y a continuación hizo fecunda su iniciativa más allá de sus mismas expectativas.

De la "red" espiritual que ella había formado se desarrolló una verdadera asociación, integrada por grupos diocesanos presentes en todas las partes de Italia y aprobada por el beato Juan XXIII con el nombre de Movimiento apostólico de ciegos. En ella, invidentes y videntes, aprendiendo el estilo de la reciprocidad y de la comunión, asumen el compromiso de la formación para ponerse al servicio de la misión apostólica de la Iglesia.

Cada una de las dos asociaciones contribuye a edificar la Iglesia con su carisma específico.

Vosotros, amigos de la OFTAL, ofrecéis la experiencia de la peregrinación con los enfermos, signo fuerte de fe y de solidaridad entre personas que salen de sí mismas y de la obsesión por sus propios problemas para dirigirse a una meta común, un lugar del espíritu: Lourdes, Tierra Santa, Loreto, Fátima y otros santuarios. Así ayudáis al pueblo de Dios a mantener despierta la conciencia de su naturaleza peregrinante en el seguimiento de Cristo, como aparece de manera relevante en la sagrada Escritura. Pensemos en el libro del Éxodo, que la liturgia nos invita a meditar en este tiempo cuaresmal; pensemos en la vida pública de Jesús, que los evangelios presentan como una gran peregrinación hacia Jerusalén, donde debe cumplirse su "éxodo".

También vosotros, amigos del MAC, sois portadores de una experiencia típica, propia de vosotros: la de caminar juntos, unidos, invidentes y videntes. Es un testimonio de cómo el amor cristiano permite superar la discapacidad y vivir positivamente la diversidad, como ocasión de apertura al otro, de atención a sus problemas —pero ante todo a sus dones— y de servicio mutuo.
Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia necesita también vuestra contribución para responder fiel y plenamente a la voluntad del Señor. Y lo mismo se puede decir de la sociedad civil: la humanidad necesita vuestros dones, que son profecía del reino de Dios. Que no os asusten los límites y la pobreza de recursos: a Dios le complace realizar sus obras con medios pobres. Pero pide que se le ponga a disposición una fe generosa.

En resumidas cuentas, habéis venido aquí precisamente para implorar ante la tumba de san Pedro el don de una fe más sólida. Mañana concluiréis vuestra peregrinación en dos lugares marianos de Roma: el MAC, en la basílica de Santa María la Mayor; y la OFTAL, en el santuario de la Virgen del Amor Divino. Por tanto, recomenzad desde este momento de gracia, animados por la fe de Pedro y de María. Y con esta fe proseguid vuestro camino, acompañados también por mi oración y mi bendición, que con afecto os imparto a vosotros, aquí presentes, a todos vuestros socios y a vuestros seres queridos.


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[Modificato da Paparatzifan 31/05/2013 13:45]
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ALOCUCIÓN DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA VISITA AL CENTRO PENITENCIARIO
PARA MENORES DE CASAL DEL MARMO, ROMA

Domingo 18 de marzo de 2007



Queridos muchachos y muchachas:

Ante todo, quisiera daros las gracias por vuestra alegría. ¡Gracias por esta participación! Para mí es una gran alegría haberos dado un poco de luz con mi visita. Así se concluye ahora nuestro encuentro, así se concluye mi breve pero intensa visita. Como se ha recordado, es mi primer contacto con el mundo de las cárceles desde que soy Papa. He escuchado con atención las palabras del director, del comandante y de un representante vuestro, y os agradezco los sentimientos cordiales que me habéis manifestado, así como la felicitación que me habéis dirigido con ocasión de mi onomástico. Además, he percibido que aún sigue vivo entre vosotros el recuerdo del cardenal Casaroli, llamado familiarmente padre Agostino. Él me habló muchas veces de sus experiencias, a través de las cuales se sentía siempre muy amigo, muy cercano a todos los muchachos y muchachas presentes aquí.

Vosotros, queridos muchachos y muchachas, provenís de diversas naciones. Me gustaría poder permanecer más tiempo con vosotros; pero, por desgracia, el tiempo es limitado. Quizá en otra oportunidad encontremos una jornada más larga. Sin embargo, sabed que el Papa os quiere y os sigue con afecto. Asimismo, deseo aprovechar esta ocasión para extender mi saludo a todos los que están en la cárcel y a cuantos, de diferentes maneras, trabajan en el ámbito penitenciario.

Queridos muchachos y muchachas, hoy para vosotros, como se ha dicho, es una jornada de fiesta: ha venido a visitaros el Papa; están presentes el ministro de Justicia, diversas autoridades, el cardenal vicario, el obispo auxiliar, vuestro capellán, muchas otras personalidades y amigos. Por tanto, es una jornada de alegría. La liturgia misma de este domingo comienza con una invitación a estar alegres: "¡Alégrate!" es la primera palabra de la misa. Pero, ¿cómo puede ser feliz quien sufre, quien está privado de libertad, quien se siente abandonado?

Durante la misa hemos recordado que Dios nos ama: este es el manantial de la verdadera alegría. Aun teniendo todo lo que se desea, a veces se es infeliz; en cambio, se podría estar privado de todo, incluso de libertad y de salud, y estar en paz y en alegría, si dentro del corazón está Dios. Por tanto, el secreto está aquí: es preciso que Dios ocupe siempre el primer lugar en nuestra vida. Jesús nos reveló el verdadero rostro de Dios. Queridos amigos, antes de dejaros os aseguro de todo corazón que seguiré recordándoos ante el Señor. Estaréis siempre presentes en mis oraciones.

Os anticipo mi felicitación por la próxima fiesta de Pascua, y os bendigo a todos. Que el Señor os acompañe siempre con su gracia y os guíe en vuestra vida futura.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN DE LA FACULTAD TEOLÓGICA
DE LA UNIVERSIDAD DE TUBINGA (ALEMANIA)

Miércoles 21 de marzo de 2007



Querido señor obispo;
estimado señor decano;
amables señores colegas, ¡si me permitís decirlo así!

Os agradezco esta visita, y puedo decir que me alegra verdaderamente de corazón. Por un lado, el encuentro con el propio pasado es siempre una cosa hermosa, puesto que encierra en sí algo que rejuvenece. Por otro, es algo más que un encuentro nostálgico. Usted mismo, señor obispo, ha dicho que es también un signo: un signo, por un lado, de cuánto me importa la teología —¿y cómo podría ser de otro modo?—, puesto que había considerado como mi verdadera vocación la enseñanza, aunque el buen Dios improvisamente quiso otra cosa. Pero, inversamente, también es un signo de vuestra parte que veáis la unidad interior entre la investigación teológica, la enseñanza y el trabajo teológico, y el servicio pastoral en la Iglesia, y con ello la totalidad del compromiso eclesial con respecto al hombre, al mundo y a nuestro futuro.

Naturalmente, anoche, con vistas a este encuentro, comencé a repasar un poco algunos de mis recuerdos. Y así me ha venido a la memoria un recuerdo que se combina con lo que usted, señor decano, acaba de exponer, es decir, el recuerdo del gran senado. No sé si aún hoy todos los nombramientos pasan por el gran senado. Por ejemplo, era muy interesante que, cuando se debía asignar una cátedra de matemáticas, o de asiriología, o de física de los cuerpos sólidos o cualquier otra materia, la contribución por parte de las otras Facultades era mínima y todo se resolvía más bien rápidamente, porque casi nadie osaba dar su opinión. Era diversa la situación cuando se trataba de las disciplinas humanísticas. En resumidas cuentas, cuando se trataba de las cátedras de teología en ambas Facultades, todos daban su opinión, de modo que se veía que todos los profesores de la Universidad se sentían en cierto modo competentes en teología, tenían la sensación de poder y deber participar en la decisión. Obviamente, la teología les interesaba particularmente.

Así, por una parte, se percibía que los colegas de las otras Facultades consideraban en cierto modo la teología como el corazón de la Universidad, y, por otra, que precisamente la teología era algo que concernía a todos, en la que todos se sentían implicados y, en cierto modo, sabían que eran competentes. En otras palabras, pensándolo bien, esto significa que precisamente en el debate sobre las cátedras de teología la Universidad se podía experimentar como Universidad. Me alegra saber que ahora existen estas cooptaciones, más que en el pasado, aunque Tubinga se ha comprometido siempre en esto. No sé si existe todavía el Leibniz-Kolleg, del que formé parte; de todas formas, la Universidad moderna corre mucho peligro de transformarse en un complejo de institutos superiores, unidos más bien externa e institucionalmente, y menos capaces de formar una unidad interior de universitas.

La teología era evidentemente algo en lo que la universitas estaba presente y donde se mostraba que el conjunto forma una unidad y que, precisamente en la base, hay un interrogante común, una tarea común, una finalidad común. Pienso que en esto se puede ver, por una parte, un alto aprecio de la teología. Considero que se trata de un hecho particularmente importante, que manifiesta que en nuestro tiempo —en el que al menos en los países latinos la laicidad del Estado y de las instituciones estatales se subraya hasta el extremo y, por tanto, se exige dejar fuera todo lo relacionado con Iglesia, cristianismo y fe— existen entramados de los que el complejo que llamamos teología (que, precisamente, también está relacionado de modo fundamental con Iglesia, fe y cristianismo) no puede separarse. Así, resulta evidente que en este conjunto de nuestras realidades europeas —aunque, bajo un cierto aspecto, son y deben ser laicas— el pensamiento cristiano, con sus preguntas y respuestas, está presente y lo acompaña.

Digo que este hecho, por un lado, manifiesta que precisamente la teología sigue dando en cierto modo su aportación a la constitución de lo que es la Universidad; pero, por otro, significa naturalmente también un inmenso desafío para la teología satisfacer esta expectativa, estar a su altura y prestar el servicio que se le encomienda y se espera de ella. Me complace que, a través de las cooptaciones, ahora sea visible de modo muy concreto —aún mucho más que entonces— que el debate intrauniversitario hace de la Universidad verdaderamente lo que ella es, implicándola en una dinámica colectiva de preguntas y respuestas. Pero pienso que hay aún un motivo para reflexionar hasta qué punto somos capaces —no sólo en Tubinga, sino también en otros lugares— de satisfacer esta exigencia. En efecto, la Universidad y la sociedad, la humanidad, necesitan preguntas, pero necesitan también respuestas. Y considero que a este respecto es evidente para la teología —y no sólo para la teología— una cierta dialéctica entre el cientificismo rígido y la pregunta más grande que la trasciende, y repetidamente emerge en ella, la pregunta sobre la verdad.

Quisiera hacer esto más claro mediante un ejemplo. Un exegeta, un intérprete de la Sagrada Escritura, debe explicarla como obra histórica "secundum artem", es decir, con el rígido cientificismo que conocemos, según todos los elementos históricos que esto requiere, según el método necesario. Sin embargo, esto por sí solo no basta para ser un teólogo. Si se limitara a hacer esto, entonces la teología, o como quiera que sea, la interpretación de la Biblia, sería algo semejante a la egiptología, a la asiriología o a cualquier otra especialización. Para ser teólogo y prestar el servicio a la Universidad y, me atrevo a decir, a la humanidad, por tanto, el servicio que se espera de él debe ir más allá y preguntarse: Pero ¿es verdad lo que allí se dice? Y si es verdad, ¿nos concierne? Y ¿de qué modo nos concierne? Y ¿cómo podemos reconocer que es verdadero lo que nos concierne?

Considero que, en este sentido, aun en el ámbito del cientificismo, la teología siempre se necesita y se interpela incluso más allá del cientificismo. La Universidad y la humanidad necesitan hacerse preguntas. Allí donde ya no se hacen preguntas, incluso las que se refieren a lo esencial y van más allá de toda especialización, ya no recibimos ni siquiera respuestas. Sólo si preguntamos y con nuestras preguntas somos radicales, tan radicales como debe ser radical la teología, más allá de toda especialización, podemos esperar obtener respuestas a estas preguntas fundamentales que nos conciernen a todos. Ante todo, debemos preguntar. Quien no pregunta, no recibe respuesta. Pero —añadiría— la teología necesita, además de la valentía de preguntar, también la humildad de escuchar las respuestas que nos da la fe cristiana; la humildad de percibir en estas respuestas su racionalidad y de hacerlas de este modo nuevamente accesibles a nuestro tiempo y a nosotros mismos. Así, no sólo se constituye la Universidad, sino también se ayuda a la humanidad a vivir. Para esta tarea, invoco sobre vosotros la bendición de Dios.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA VII ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PASTORAL DE LA SALUD

Jueves 22 de marzo de 2007



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros con ocasión de la sesión plenaria del Consejo pontificio para la pastoral de la salud. Dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, que venís de diversas partes del mundo, como expresiones válidas del compromiso de las Iglesias particulares, de los institutos de vida consagrada y de las numerosas obras de la comunidad cristiana en el campo sanitario. Agradezco al cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del dicasterio, las amables palabras con que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes, ilustrándome los objetivos que son actualmente objeto de vuestro trabajo. Saludo y expreso mi gratitud al secretario, al subsecretario, a los oficiales y a los consultores presentes, así como a los demás colaboradores.

Vuestra reunión no se propone profundizar en un tema específico, sino evaluar el estado de aplicación del programa que habéis establecido anteriormente y fijar en consecuencia los objetivos futuros. Por eso, mi encuentro con vosotros en una circunstancia como esta me brinda la alegría de hacer que cada uno de vosotros sienta la cercanía concreta del Sucesor de Pedro y, a través de él, de todo el Colegio episcopal en vuestro servicio eclesial.

En efecto, la pastoral de la salud es un ámbito plenamente evangélico, que recuerda de modo inmediato la obra de Jesús, buen Samaritano de la humanidad. Cuando pasaba por las aldeas de Palestina anunciando la buena nueva del reino de Dios, siempre acompañaba su predicación con los signos que realizaba en favor de los enfermos, curando a todos los que se hallaban prisioneros de diversas enfermedades y dolencias.

La salud del hombre, de todo el hombre, fue el signo que Cristo escogió para manifestar la cercanía de Dios, su amor misericordioso que cura el espíritu, el alma y el cuerpo. Queridos amigos, el seguimiento de Cristo, al que los Evangelios nos presentan como "Médico" divino, ha de ser siempre la referencia fundamental de todas vuestras iniciativas.

Esta perspectiva bíblica da valor al principio ético natural del deber de curar al enfermo, en virtud del cual hay que defender toda existencia humana según las dificultades particulares en que se encuentra y según nuestras posibilidades concretas de ayuda. Socorrer al ser humano es un deber, sea como respuesta a un derecho fundamental de la persona, sea porque la curación de los individuos redunda en beneficio de la colectividad. La ciencia médica progresa en la medida en que acepta replantearse siempre tanto el diagnóstico como los métodos de tratamiento, dando por supuesto que los anteriores datos adquiridos y los presuntos límites pueden superarse.

Por lo demás, la estima y la confianza con respecto al personal sanitario son proporcionados a la certeza de que esos defensores de la vida por profesión jamás despreciarán una existencia humana, aunque sea discapacitada, e impulsarán siempre intentos de curación. Por consiguiente, el esfuerzo por curar se ha de extender a todo ser humano, con el fin de abarcar toda su existencia. En efecto, el concepto moderno de atención sanitaria es la promoción humana: va desde el cuidado del enfermo hasta los tratamientos preventivos, buscando el mayor desarrollo humano y favoreciendo un ambiente familiar y social adecuado.

Esta perspectiva ética, basada en la dignidad de la persona humana y en los derechos y deberes fundamentales vinculados a ella, se confirma y se potencia con el mandamiento del amor, centro del mensaje cristiano. Por tanto, los agentes sanitarios cristianos saben bien que existe un vínculo muy estrecho e indisoluble entre la calidad de su servicio profesional y la virtud de la caridad a la que Cristo los llama: precisamente realizando bien su trabajo llevan a las personas el testimonio del amor de Dios.

La caridad como tarea de la Iglesia, sobre la que reflexioné en mi encíclica Deus caritas est, se aplica de modo particularmente significativo en la atención a los enfermos. Lo atestigua la historia de la Iglesia, con innumerables testimonios de hombres y mujeres que, tanto de forma individual como en asociaciones, han actuado en este campo. Por eso, entre los santos que han practicado de forma ejemplar la caridad, mencioné en la encíclica a figuras emblemáticas como san Juan de Dios, san Camilo de Lelis y san José Benito Cottolengo, que sirvieron a Cristo pobre y doliente en las personas de los enfermos.

Por consiguiente, queridos hermanos y hermanas, permitidme que os entregue de nuevo hoy, idealmente, las reflexiones que propuse en la encíclica, con las relativas orientaciones pastorales sobre el servicio caritativo de la Iglesia como "comunidad de amor". Y a la encíclica puedo añadir ahora también la exhortación apostólica postsinodal recién publicada, que trata de modo amplio y articulado sobre la Eucaristía como "Sacramento de la caridad".

Precisamente de la Eucaristía la pastoral de la salud puede sacar continuamente la fuerza para socorrer de modo eficaz al hombre y promoverlo según la dignidad que le es propia. En los hospitales y en las clínicas, la capilla es el corazón palpitante en el que Jesús se ofrece incesantemente al Padre celestial para la vida de la humanidad. La Eucaristía, distribuida a los enfermos dignamente y con espíritu de oración, es la savia vital que los conforta e infunde en su corazón luz interior para vivir con fe y con esperanza la condición de enfermedad y sufrimiento.

Así pues, os encomiendo también este documento reciente. Hacedlo vuestro, aplicadlo al campo de la pastoral de la salud, sacando de él indicaciones espirituales y pastorales apropiadas.

A la vez que os deseo todo bien para vuestros trabajos de estos días, los acompaño con un recuerdo particular en la oración, invocando la protección maternal de María santísima, Salus infirmorum, y con la bendición apostólica, que os imparto de corazón a vosotros, aquí presentes, a vuestros colaboradores en las respectivas sedes y a todos vuestros seres queridos.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UN CONGRESO ORGANIZADO CON OCASIÓN DEL 50 ANIVERSARIO DE LA FIRMA DE LOS TRATADOS DE ROMA

Sábado 24 de marzo de 2007



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
honorables parlamentarios;
amables señoras y señores:

Me alegra particularmente recibiros en tan gran número en esta audiencia, que tiene lugar en la víspera del 50° aniversario de la firma de los Tratados de Roma, realizada el 25 de marzo de 1957. Culminaba entonces una etapa importante para Europa, que había salido exhausta de la segunda guerra mundial y deseaba construir un futuro de paz y de mayor bienestar económico y social, sin disolver o negar las diversas identidades nacionales.

Saludo a mons. Adrianus Herman van Luyn, obispo de Rotterdam, presidente de la Comisión de los Episcopados de la Unión europea, y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido. Saludo a los demás prelados, a las distinguidas personalidades y a todos los que participan en el Congreso organizado en estos días por la COMECE para reflexionar sobre Europa.

Desde marzo de hace cincuenta años, este continente ha recorrido un largo camino, que ha llevado a la reconciliación de los dos "pulmones" —Oriente y Occidente— unidos por una historia común, pero arbitrariamente separados por un telón de injusticia. La integración económica estimuló la política y favoreció la búsqueda, que todavía se lleva a cabo no sin dificultades, de una estructura institucional adecuada para una Unión europea que cuenta ya con 27 países y aspira a llegar a ser en el mundo un actor global.

En estos años se ha sentido cada vez más la necesidad de establecer un sano equilibrio entre la dimensión económica y la social, a través de políticas capaces de producir riqueza y de incrementar la competitividad, pero sin descuidar las legítimas expectativas de los pobres y los marginados. Por desgracia, desde el punto de vista demográfico, se debe constatar que Europa parece haber emprendido un camino que la podría llevar a despedirse de la historia. Eso, además de poner en peligro el crecimiento económico, también puede causar enormes dificultades a la cohesión social y, sobre todo, favorecer un peligroso individualismo, al que no le importan las consecuencias para el futuro.

Casi se podría pensar que el continente europeo de hecho está perdiendo la confianza en su propio porvenir. Además, por lo que atañe, por ejemplo, al respeto del medio ambiente o al ordenado acceso a los recursos y a las inversiones energéticas, se fomenta poco la solidaridad, no sólo en el ámbito internacional sino también en el estrictamente nacional. No todos comparten el proceso mismo de unificación europea, por la impresión generalizada de que varios "capítulos" del proyecto europeo han sido "escritos" sin tener debidamente en cuenta las expectativas de los ciudadanos.

De todo ello se sigue claramente que no se puede pensar en edificar una auténtica "casa común" europea descuidando la identidad propia de los pueblos de nuestro continente. En efecto, se trata de una identidad histórica, cultural y moral, antes que geográfica, económica o política; una identidad constituida por un conjunto de valores universales, que el cristianismo ha contribuido a forjar, desempeñando así un papel no sólo histórico, sino también fundacional con respecto a Europa.

Esos valores, que constituyen el alma del continente, en la Europa del tercer milenio deben seguir actuando como "fermento" de civilización. En efecto, si llegaran a faltar, ¿cómo podría el "viejo" continente continuar desempeñando la función de "levadura" para el mundo entero? Si, con ocasión del 50° aniversario de los Tratados de Roma, los Gobiernos de la Unión desean "acercarse" a sus ciudadanos, ¿cómo podrían excluir un elemento esencial de la identidad europea como es el cristianismo, con el que una amplia mayoría de ellos sigue identificándose?

¿No es motivo de sorpresa que la Europa actual, a la vez que desea constituir una comunidad de valores, parezca rechazar cada vez con mayor frecuencia que haya valores universales y absolutos? Esta forma singular de "apostasía" de sí misma, antes que de Dios, ¿acaso no la lleva a dudar de su misma identidad? De este modo se acaba por difundir la convicción de que la "ponderación de bienes" es el único camino para el discernimiento moral y que el bien común es sinónimo de compromiso. En realidad, si el compromiso puede constituir un legítimo balance de intereses particulares diversos, se transforma en un mal común cuando implica acuerdos que perjudican la naturaleza del hombre.

Una comunidad que se construye sin respetar la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que toda persona ha sido creada a imagen de Dios, acaba por no beneficiar a nadie. Precisamente por eso resulta cada vez más indispensable que Europa evite la actitud pragmática, hoy ampliamente generalizada, que justifica sistemáticamente el compromiso con respecto a los valores humanos esenciales, como si fuera la inevitable aceptación de un presunto mal menor.

Ese pragmatismo, presentado como equilibrado y realista, en el fondo no es tal, precisamente porque niega la dimensión de valor e ideal, que es inherente a la naturaleza humana. Además, cuando en ese pragmatismo se insertan tendencias y corrientes laicistas y relativistas, se acaba por negar a los cristianos el derecho mismo de intervenir como tales en el debate público o, por lo menos, se descalifica su contribución acusándolos de querer defender privilegios injustificados.

En el actual momento histórico y ante los numerosos desafíos que lo caracterizan, la Unión europea, para ser garante efectiva del estado de derecho y promotora eficaz de valores universales, no puede por menos de reconocer con claridad la existencia cierta de una naturaleza humana estable y permanente, fuente de derechos comunes a todas las personas, incluidas las mismas que los niegan. En ese contexto, es preciso salvaguardar el derecho a la objeción de conciencia, cuando se violan los derechos humanos fundamentales.

Queridos amigos, sé cuán difícil es para los cristianos defender denodadamente esta verdad del hombre. Sin embargo, no os canséis ni os desalentéis. Sabéis que tenéis la misión de contribuir a edificar, con la ayuda de Dios, una nueva Europa, realista pero no cínica, rica en ideales, sin ingenuas y falsas ilusiones, inspirada en la perenne y vivificante verdad del Evangelio.

Por esto, participad activamente en el debate público a nivel europeo, conscientes de que ya forma parte integrante del debate nacional; y, además de ese empeño, llevad a cabo una eficaz acción cultural. No cedáis a la lógica del poder que es fin en sí mismo. Que os sirva de constante estímulo y apoyo la exhortación de Cristo: si la sal se desvirtúa, no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada (cf. Mt 5, 13). Que el Señor haga fecundos todos vuestros esfuerzos y os ayude a reconocer y valorar los elementos positivos presentes en la civilización actual, pero denunciando con valentía todo lo que es contrario a la dignidad del hombre.

Estoy seguro de que Dios no dejará de bendecir el esfuerzo generoso de todos aquellos que, con espíritu de servicio, trabajan por construir una casa común europea donde cada aportación cultural, social y política esté orientada al bien común. A vosotros, ya comprometidos de diversas maneras en esa importante empresa humana y evangélica, os expreso mi apoyo y os dirijo mi más fuerte estímulo. Sobre todo os aseguro un recuerdo en la oración y, a la vez que invoco la maternal protección de María, Madre del Verbo encarnado, os imparto de corazón mi afectuosa bendición a vosotros y a vuestras familias y comunidades.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA FRATERNIDAD DE COMUNIÓN Y LIBERACIÓN
EN EL XXV ANIVERSARIO DE SU RECONOCIMIENTO PONTIFICIO

Sábado 24 de marzo de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Es para mí un gran placer acogeros hoy, en esta plaza de San Pedro, con ocasión del XXV aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación. Os dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, en particular a los prelados, a los sacerdotes y a los responsables presentes. De modo especial, saludo a don Julián Carrón, presidente de vuestra Fraternidad, y le agradezco las bellas y profundas palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros.

Mi primer pensamiento va a vuestro fundador, monseñor Luigi Giussani, al que me unen tantos recuerdos y que llegó a ser un verdadero amigo mío. El último encuentro, como ha aludido mons. Carrón, tuvo lugar en la catedral de Milán, en febrero de hace dos años, cuando el amado Juan Pablo II me envió para presidir sus solemnes funerales. El Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia, a través de él, un Movimiento, el vuestro, que testimoniara la belleza de ser cristianos en una época en la que iba difundiéndose la opinión de que vivir el cristianismo era algo arduo y agobiante. Don Giussani trabajó entonces por volver a despertar en los jóvenes el amor a Cristo, "camino, verdad y vida", repitiendo que sólo él es el camino hacia la realización de los deseos más profundos del corazón del hombre, y que Cristo no nos salva prescindiendo de nuestra humanidad, sino a través de ella.

Como recordé en la homilía con ocasión de su funeral, este valiente sacerdote, que creció en una casa pobre en pan, pero rica en música —como solía decir—, desde el inicio fue tocado, más aún, herido por el deseo de la belleza, pero no de una belleza cualquiera. Buscaba la Belleza misma, la Belleza infinita que encontró en Cristo.

¿Cómo no recordar, además, los numerosos encuentros y contactos de don Giussani con mi venerado predecesor Juan Pablo II? En un aniversario muy significativo para vosotros, el Papa reafirmó, una vez más, que la original intuición pedagógica de Comunión y Liberación consiste en volver a proponer, de modo fascinante y en sintonía con la cultura contemporánea, el acontecimiento cristiano, percibido como fuente de nuevos valores y capaz de orientar toda la existencia.

Ese acontecimiento, que cambió la vida del fundador, "hirió" también la de muchísimos de sus hijos espirituales, y dio lugar a las múltiples experiencias religiosas y eclesiales que forman la historia de vuestra vasta y articulada familia espiritual. Comunión y Liberación es una experiencia comunitaria de fe, que no nació en la Iglesia de una voluntad organizativa de la jerarquía, sino que se originó de un encuentro renovado con Cristo y así, podemos decir, de un impulso derivado, en definitiva, del Espíritu Santo. Aún hoy se presenta como una posibilidad de vivir de modo profundo y actualizado la fe cristiana, por una parte, con una total fidelidad y comunión con el Sucesor de Pedro y con los pastores, a quienes está encomendado el gobierno de la Iglesia; y, por otra, con una espontaneidad y una libertad que permiten nuevas y proféticas realizaciones apostólicas y misioneras.

Queridos amigos, así vuestro Movimiento se inserta en el vasto florecimiento de asociaciones, movimientos y nuevas realidades eclesiales suscitados providencialmente por el Espíritu Santo en la Iglesia después del concilio Vaticano II. Todo don del Espíritu Santo está originaria y necesariamente al servicio de la edificación del Cuerpo de Cristo, dando testimonio del inmenso amor de Dios por la vida de todo hombre. Por tanto, la realidad de los movimientos eclesiales es signo de la fecundidad del Espíritu del Señor, para que se manifieste en el mundo la victoria de Cristo resucitado y se cumpla el mandato misionero encomendado a toda la Iglesia.

En el Mensaje al Congreso mundial de movimientos eclesiales, el 27 de mayo de 1998, el siervo de Dios Juan Pablo II repitió que, en la Iglesia, no hay contraste o contraposición entre la dimensión institucional y la dimensión carismática, de la cual los Movimientos son una expresión significativa, porque ambas son igualmente esenciales para la constitución divina del pueblo de Dios. En la Iglesia también las instituciones esenciales son carismáticas y, por otra parte, los carismas deben institucionalizarse de un modo u otro para tener coherencia y continuidad. Así ambas dimensiones, suscitadas por el mismo Espíritu Santo para el mismo Cuerpo de Cristo, concurren juntas para hacer presente el misterio y la obra salvífica de Cristo en el mundo. Esto explica la atención con que el Papa y los pastores observan la riqueza de los dones carismáticos en la época contemporánea.

A este propósito, durante un reciente encuentro con el clero y los párrocos de Roma, recordando la invitación que san Pablo dirige en la primera carta a los Tesalonicenses a no apagar los carismas, dije que si el Señor nos da nuevos dones, debemos agradecérselos, aunque a veces sean incómodos. Al mismo tiempo, puesto que la Iglesia es una, si los Movimientos son realmente dones del Espíritu Santo, naturalmente deben insertarse en la comunidad eclesial y servirla, de modo que mediante el diálogo paciente con los pastores puedan constituir elementos edificantes para la Iglesia actual y del futuro.

Queridos hermanos y hermanas, el amado Juan Pablo II, en otra circunstancia, para vosotros muy significativa, os dio esta consigna: "Id por todo el mundo para llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo redentor". Don Giussani hizo de esas palabras el programa de todo el Movimiento, y para Comunión y Liberación fue el inicio de una etapa misionera que os ha llevado a ochenta países. Hoy os invito a continuar por este camino, con una fe profunda, personalizada y sólidamente enraizada en el Cuerpo vivo de Cristo, la Iglesia, que garantiza la contemporaneidad de Jesús con nosotros.

Terminemos este encuentro dirigiendo nuestro pensamiento a la Virgen, con el rezo del Ángelus. Don Giussani sentía hacia ella una gran devoción, alimentada por la invocación Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam y por el rezo del himno a la Virgen de Dante Alighieri, que habéis repetido también esta mañana. Que la Virgen María os acompañe y os ayude a pronunciar generosamente vuestro "sí" a la voluntad de Dios en todas las circunstancias. Queridos amigos, podéis contar con mi constante recuerdo en la oración, a la vez que con afecto os bendigo a vosotros, aquí presentes, y a toda vuestra familia espiritual.


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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
DE SANTA FELICIDAD E HIJOS, MÁRTIRES

PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS FIELES ANTES DE ENTRAR EN EL TEMPLO PARROQUIAL

Domingo 25 de marzo de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

En este domingo de primavera -aunque no haya buen tiempo- os saludo a todos cordialmente, comenzando por el cardenal vicario, el obispo auxiliar y el párroco. Pero sobre todo os saludo a vosotros, que sois la parroquia viva, las "piedras vivas" de la Iglesia.

Hoy es el día de la Anunciación a María, el día en el que recordamos que María, con su "sí", abrió el cielo, de forma que ahora Dios es uno de nosotros. Ella nos invita a decir también nosotros "sí" a Dios, a dejarlo entrar en nuestra vida. Vosotros tenéis esta hermosa iglesia parroquial, signo visible de que Dios habita con nosotros. Pero siempre es importante construir la Iglesia viva. Y vosotros, con vuestra fe, con vuestro compromiso, construís día a día la Iglesia viva, que luego da vida también al edificio. ¡

Gracias por vuestro compromiso. Esperamos que el Señor os dé un buen domingo.


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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
DE SANTA FELICIDAD E HIJOS, MÁRTIRES

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CONSEJO PASTORAL Y A LOS GRUPOS PARROQUIALES

Domingo 25 de marzo de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Me siento muy feliz de estar entre vosotros, de ver una comunidad rica en fe, una comunidad joven, comprobando así que la Iglesia sigue viva hoy. Mientras el centro de Roma está un poco deshabitado, aquí vemos la Roma viva. Es la comunidad a la que san Pablo escribió y en la que san Pedro enseñó el Evangelio. Aquí nació el Evangelio de san Marcos, según la tradición, como reflejo de la predicación de san Pedro. Por eso, nos encontramos en un lugar donde, desde el inicio, creció la semilla de la palabra de Dios, donde creció también el "agapé", el amor, de forma que cien años después, más o menos en el año 100, san Ignacio pudo decir que Roma preside en la caridad. Y así debe ser. No basta que en Roma esté el Papa. En Roma debe vivir una Iglesia activa, comprometida, una Iglesia que presida en la caridad. Por eso, para mí es una experiencia muy grata ver en la parroquia que esta Iglesia de Roma existe, que sigue viva después de dos mil años.

Quisiera saludaros a todos. El párroco ya me ha presentado a los diversos componentes de la comunidad que están aquí presentes. Comenzamos naturalmente por el cardenal vicario, el obispo auxiliar, el párroco y los sacerdotes. Además, están aquí muchos grupos. No hace falta repetir ahora lo que ya dijo vuestro párroco. Expreso mi agradecimiento a todos los colaboradores. Agradezco la hermosa poesía que me han declamado; se ve que brota realmente del corazón de esta comunidad. Veo que en Roma el don de la poesía sigue vivo también en estos tiempos poco poéticos, por decirlo así.

No quisiera ahora recomenzar con consideraciones y reflexiones comprometedoras. Sólo quisiera manifestar mi gratitud al laicado adulto, que construye la parroquia viva. Vosotros tenéis aquí a los padres vocacionistas. La palabra "vocacionistas" hace pensar en "vocación". Podemos examinar dos dimensiones de esta palabra. Ante todo, se piensa inmediatamente en la vocación al sacerdocio. Pero la palabra tiene una dimensión mucho más amplia, más general. Todo hombre lleva en sí mismo un proyecto de Dios, una vocación personal, una idea personal de Dios sobre lo que está llamado a hacer en la historia para construir su Iglesia, templo vivo de su presencia. Y la misión del sacerdote consiste sobre todo en despertar esta conciencia, en ayudar a descubrir la vocación personal, el proyecto de Dios para cada uno de nosotros.

Veo que aquí son muchos los que han descubierto el proyecto que les concierne, tanto por lo que atañe a la vida profesional, en la formación de la sociedad de hoy -en la que la presencia de las conciencias cristianas es fundamental- como también por lo que atañe a la llamada a hacer que la Iglesia crezca y viva. Ambas cosas son igualmente importantes. Una sociedad en la que la conciencia cristiana ya no vive, pierde la dirección, ya no sabe a dónde ir, qué se puede hacer y qué no se puede hacer, y acaba en el vacío, fracasa.

Sólo si la conciencia viva de la fe ilumina nuestros corazones, podemos también construir una sociedad justa. El Magisterio no impone doctrinas. El Magisterio ayuda para que la conciencia misma pueda escuchar la voz de Dios, para que la conciencia pueda conocer lo que está bien, lo que es voluntad del Señor. Es sólo una ayuda para que la responsabilidad personal, alimentada por una conciencia viva, pueda realmente funcionar y así contribuir a que la justicia esté efectivamente presente en nuestra sociedad: la justicia en su interior y la justicia universal para todos los hermanos en el mundo actual. Hoy no sólo hay una globalización económica; también hay una globalización de la responsabilidad, la universalidad por la que todos somos responsables de todos.

La Iglesia nos ofrece el encuentro con Cristo, con el Dios vivo, con el "Logos", que es la Verdad, la Luz, que no hace violencia a las conciencias, no impone una doctrina parcial, sino que nos ayuda a ser nosotros mismos hombres y mujeres plenamente realizados; así nos ayuda a vivir en la responsabilidad personal y en la comunión más profunda entre nosotros, una comunión que nace de la comunión con Dios, con el Señor.

Aquí veo esta comunidad viva. Expreso mi agradecimiento a los sacerdotes y a todos los colaboradores. Y os deseo que el Señor os ayude y os ilumine siempre. Ya hoy, domingo de Pasión, os deseo una feliz Pascua y os deseo todo bien en el futuro para vuestra parroquia, para vuestra comunidad y para este barrio de Fidene.


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31/05/2013 13:52


Al nuovo Ambasciatore di Ucraina presso la Santa Sede (30 marzo 2007)

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XXII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA MISA DEL DOMINGO DE RAMOS

Plaza de San Pedro
Domingo 1 de abril de 2007


Antes de concluir esta celebración, deseo dirigir un afectuoso saludo a los numerosos peregrinos que han participado en ella.

A los peregrinos de lengua francesa reunidos en este domingo de Ramos, y en particular a los jóvenes que han venido para la Jornada mundial de la juventud de 2007, dirijo mi más cordial saludo. Acogiendo las palabras de Jesús: "Amaos unos a otros, como yo os he amado" (Jn 13, 34), abrid vuestro corazón y creced en el amor verdadero, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz, que revela plenamente el amor de Dios a todos los hombres.

Saludo a los peregrinos y visitantes de lengua inglesa que han venido aquí, en este domingo de Ramos, para aclamar a Jesús, modelo de humildad, nuestro Mesías y Rey. De modo especial saludo a todos los jóvenes reunidos en Roma y en todo el mundo para celebrar la Jornada mundial de la juventud. Que los grandes acontecimientos de la Semana santa, en la que vemos cómo se manifiesta el amor en su forma más radical, os impulsen a ser valientes "testigos de la caridad" para vuestros amigos, para vuestras comunidades y para el mundo entero. Sobre cada uno de vosotros, aquí presentes, y sobre vuestras familias invoco las bendiciones divinas de paz y sabiduría.

Saludo cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua alemana, de modo especial a los numerosos jóvenes que en este domingo de Ramos celebran la XXII Jornada mundial de la juventud. Jesús, como hizo con los discípulos, nos invita también a nosotros a seguirlo: "Amaos unos a otros, como yo os he amado" (Jn 13, 34). Actuemos de tal manera que el amor de Cristo, que se manifiesta de forma tan clara en su pasión, sea visible también en nuestra vida. Que el Señor os acompañe a todos en esta Semana santa.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a vosotros, queridos jóvenes, que muy numerosos habéis participado en esta celebración de la Jornada mundial de la juventud, que tiene como lema: "Amaos unos a otros como yo os he amado". Con gran alegría y fervor habéis acogido este mandamiento nuevo de Cristo, que os envía a ser sus testigos entre vuestros coetáneos. No tengáis miedo de seguirle fielmente, recordando aquellas palabras de la Virgen María cuando nos habla al corazón: "Haced lo que él os diga".

Queridos jóvenes de lengua portuguesa, vuestras aclamaciones y hosannas a Jesús son debidas y justas, pues él es el Dios que a todos salva. Salvó muriendo; murió amando; y amando resucitó. Hoy es visible en el corazón que le obedece y que ama como él amó: "Amaos unos a otros, como yo os he amado". Queridos amigos, con el amor de Cristo que brota de vuestro corazón, id y bendecid la tierra.

Saludo cordialmente a los polacos y, en particular, a los jóvenes participantes en la Jornada mundial de la juventud. Que el mandamiento de Cristo: "Amaos unos a otros, como yo os he amado" (Jn 13, 34) sea para nosotros lo más importante. A todos os deseo que viváis intensamente la Semana santa para gozar después de la alegría de la Pascua. Que Dios os bendiga.

Os saludo, por último, a vosotros, queridos hermanos y hermanas de lengua italiana y, en particular, a los jóvenes que han venido con ocasión de la Jornada mundial de la juventud. A todos os deseo una Semana santa llena de frutos espirituales. Por eso os invito a vivirla en íntima unión con la Virgen María. Aprendamos de ella el silencio interior, la mirada del corazón y la fe amorosa, para seguir a Jesús por el camino de la cruz, que lleva a la luz gozosa de la Resurrección.


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VÍA CRUCIS EN EL COLISEO

DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Viernes Santo, 6 de abril de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Siguiendo a Jesús en el camino de su pasión, no sólo vemos la pasión de Jesús; también vemos a todos los que sufren en el mundo. Y esta es la profunda intención de la oración del vía crucis: abrir nuestro corazón, ayudarnos a ver con el corazón.

Los Padres de la Iglesia consideraban que el mayor pecado del mundo pagano era su insensibilidad, su dureza de corazón, y citaban con frecuencia la profecía del profeta Ezequiel: "Os quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (cf. Ez 36, 26). Convertirse a Cristo, hacerse cristiano, quería decir recibir un corazón de carne, un corazón sensible ante la pasión y el sufrimiento de los demás.

Nuestro Dios no es un Dios lejano, intocable en su bienaventuranza. Nuestro Dios tiene un corazón; más aún, tiene un corazón de carne. Se hizo carne precisamente para poder sufrir con nosotros y estar con nosotros en nuestros sufrimientos. Se hizo hombre para darnos un corazón de carne y para despertar en nosotros el amor a los que sufren, a los necesitados.

Oremos ahora al Señor por todos los que sufren en el mundo. Pidamos al Señor que nos dé realmente un corazón de carne, que nos haga mensajeros de su amor, no sólo con palabras, sino también con toda nuestra vida. Amén.


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A S. Em. il Cardinale Friedrich Wetter con una Delegazione del Capitolo Metropolitano di Monaco (16 aprile 2007)

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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA COMIDA CON LOS CARDENALES
EN EL DÍA DE SU 80º CUMPLEAÑOS

Lunes 16 de abril de 2007



Queridos hermanos y amigos:

En este momento quiero dar gracias de todo corazón. Ante todo, doy gracias al señor decano del sacro Colegio, tanto por las palabras que me dirigió ayer con gran benevolencia, como también por lo que ha escrito en la revista "30 Giorni", y por la preparación tan delicada y competente de esta hermosísima comida, en la que hemos vivido un momento de nuestra colegialidad afectiva y efectiva. Más aún; no sólo se ha tratado de un momento de colegialidad, sino también de auténtica fraternidad. Verdaderamente hemos experimentado cuán hermoso es estar juntos: "Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum" (Sal 133, 1).

Agradezco esta experiencia de fraternidad, que vivo cada día. Aunque no nos veamos continuamente, siento siempre y constato la colaboración de quienes me ayudan. Realmente, el Colegio cardenalicio da un apoyo eficaz y grande al trabajo del Sucesor de Pedro.

Quisiera dar las gracias también a todos los cardenales que han escrito tantas cosas hermosas en "30 Giorni", en el suplemento especial del diario Avvenire y también en otras publicaciones.

Gracias, asimismo, a los que no han escrito, pero han pensado y orado. Para mí el verdadero don de este día es la oración, que me da la certeza de que me aceptan desde el interior y, sobre todo, me ayudan y sostienen en mi ministerio petrino, un ministerio que no puedo desempeñar yo solo, sino únicamente en comunión con todos los que me ayudan, también orando, para que el Señor esté con todos nosotros y esté conmigo.

Hoy, en el Oficio de lectura, rezamos las palabras de un Salmo que tienen un sabor particular de verdad y que para mí son muy valiosas: "In manibus tuis sortes meae" (Sal 31, 16); en la traducción Vetus latina el texto decía: "In manu tua tempora mea", es decir, "en tus manos están mis días". En el texto griego se hablaba de kairoí mou. Todas estas versiones entrañan una gran verdad: nuestro tiempo, cada día, las vicisitudes de nuestra vida, nuestro destino, nuestra acción están en buenas manos, en las manos del Señor.

Esta es la gran confianza con la que seguimos adelante, sabiendo que las manos del Señor están sostenidas por las manos y los corazones de tantos cardenales. Esto es para mí el motivo de la gran alegría de este día.

Os doy las gracias a todos vosotros, con mis mejores deseos.


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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL CONCIERTO OFRECIDO CON OCASIÓN
DE SU 80° CUMPLEAÑOS

Lunes 16 de abril de 2007



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señoras y señores,
queridos amigos:

Al final de este estupendo concierto que nos ha ofrecido la orquesta sinfónica de la Radiotelevisión de Stuttgart, elevando nuestro espíritu, deseo saludaros en primer lugar a todos vosotros con viva cordialidad.

Agradezco al ministro Willi Stächele y al director de la Südwestrundfunk, profesor Peter Voss, las amables palabras que me han dirigido al inicio.

He recibido con alegría vuestro don musical, este maravilloso regalo de cumpleaños de la región sur-occidental de Alemania, sobre todo teniendo en cuenta que el land de Baden-Würtenberg está vinculado a una etapa importante de mi vida y de mi formación. El ministro ya ha recordado mis raíces. De hecho, pienso de buen grado en el período de mi vida en Tubinga, en el intercambio intelectual y científico realizado en esa importante universidad, y en los numerosos y valiosos encuentros humanos que tuvieron lugar allí y que me han guiado en los años y decenios siguientes. Y han proseguido.

Ahora quisiera sobre todo dar las gracias a los artistas de esta velada, a los miembros de la orquesta sinfónica de la Radiotelevisión de Stuttgart, que con su arte nos han ofrecido a todos una auténtica experiencia de fuerza inspiradora de gran música. Expreso mi agradecimiento al director Gustavo Dudamel, a la solista Hilary Hahn, y a todos vosotros, señoras y señores. Dado que el lenguaje de la música es universal, vemos personas de orígenes culturales y religiosos completamente diversos, que se dejan llevar y guiar por ella, y que se hacen sus intérpretes.

Esta universalidad de la música se acentúa de modo especial hoy gracias a los medios de comunicación electrónicos y digitales. ¡Cuántas personas, en los países más diversos, tienen la posibilidad de participar, desde su casa, en esta ejecución musical o también de revivirla después!

Estoy convencido de que la música —y aquí pienso de modo especial en el gran Mozart y, esta tarde, naturalmente en la maravillosa música de Gabrieli y en el majestuoso "Mundo nuevo" de Dvorák— es realmente el lenguaje universal de la belleza, capaz de unir entre sí a los hombres de buena voluntad en toda la tierra y de hacer que eleven su mirada hacia las alturas y se abran al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen su manantial último en Dios mismo.

Al echar una mirada hacia mi vida pasada, doy gracias a Dios porque puso a mi lado la música casi como una compañera de viaje, que siempre me ha dado consuelo y alegría. También doy las gracias a las personas que, desde los primeros años de mi infancia, me acercaron a esta fuente de inspiración y de serenidad.

Doy las gracias a los que unen música y oración en la alabanza armoniosa de Dios y de sus obras: nos ayudan a glorificar al Creador y Redentor del mundo, que es obra maravillosa de sus manos. Y expreso el deseo de que la grandeza y la belleza de la música os den también a vosotros, queridos amigos, nueva y continua inspiración para construir un mundo de amor, de solidaridad y de paz.

Por esto invoco sobre los que nos hallamos reunidos aquí esta tarde en el Vaticano, y sobre todos los que están en conexión con nosotros mediante la radio y la televisión, la protección constante de Dios, del Dios de amor que desea encender continuamente en nuestro corazón la llama del bien y alimentarla con su gracia. Él, el Señor y dador de la vida nueva y definitiva, cuya victoria celebramos con alegría en este tiempo pascual, os bendiga a todos.

Os agradezco una vez más vuestra presencia y las felicitaciones. ¡Feliz tiempo pascual a todos! Gracias.


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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN PAPAL

Viernes 20 de abril de 2007



Queridos amigos:

Me alegra saludaros a vosotros, miembros de la Fundación Papal, con ocasión de vuestra peregrinación anual a Roma. Este año, una vez más, nuestro encuentro está lleno de la alegría del tiempo pascual, en el que la Iglesia conmemora el paso de Cristo de la muerte a la vida, el alba de la nueva creación y la efusión del Espíritu Santo. Que este mismo Espíritu colme vuestro corazón con los dones de sabiduría, alegría y paz, y que vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles y de los mártires renueve vuestro amor al Señor y a su Iglesia.

Desde el inicio, la Fundación Papal se ha comprometido a promover la misión de la Iglesia sosteniendo obras de caridad específicas impulsadas por el Sucesor de Pedro en su solicitud por todas las Iglesias (cf. 2 Co 11, 28). De buen grado aprovecho la ocasión para expresar mi gratitud no sólo por la ayuda que la Fundación ha dado a los países en vías de desarrollo financiando gran variedad de proyectos caritativos y educativos, sino también por las becas concedidas a las Universidades pontificias de Roma en favor de laicos, sacerdotes y religiosos. Así estáis contribuyendo de modo significativo a la formación de futuros líderes, cuya mente y corazón se modelan de acuerdo con la enseñanza del Evangelio, la sabiduría de la doctrina social católica y un profundo sentido de comunión con la Iglesia universal en su servicio a toda la familia humana.

Durante este tiempo pascual, os exhorto a todos a descubrir cada vez más plenamente en la Eucaristía, el sacramento del amor sacrificial de Cristo, la inspiración y la fuerza necesarias para trabajar con mayor generosidad aún por la difusión del reino de Dios y el crecimiento de la civilización del amor (cf. Sacramentum caritatis, 90).

Con gran afecto os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia, y de corazón os imparto mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.


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VISITA PASTORAL A VIGÉVANO Y PAVÍA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS JÓVENES Y A LOS ENFERMOS

Plaza de San Ambrosio, Vigévano
Sábado 21 de abril de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme entre vosotros, y os agradezco vuestra cordial y jubilosa acogida. Al bajar del helicóptero, casi escuché el eco de las campanas de todas las iglesias de la diócesis, que a mediodía repicaron dándome la bienvenida. Os agradezco también este gesto de afecto.

Mi primer encuentro ha sido con los muchachos de las escuelas y de las sociedades deportivas, que acudieron al estadio municipal para acogerme. Además, a lo largo del trayecto he visto a mucha gente. Gracias a todos y a cada uno. He querido iniciar esta peregrinación pastoral a Italia aquí en Vigévano, la única diócesis de Lombardía que no visitó mi predecesor Juan Pablo II. De este modo, es como si reanudara el camino que recorrió él, para seguir llevando a los hombres y mujeres de la amada Italia el anuncio, antiguo y siempre nuevo, que resuena con especial vigor en este tiempo pascual: "¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo está vivo! ¡Cristo está con nosotros hoy y siempre!".

Saludo al alcalde de esta ciudad, al que agradezco las corteses palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de toda la comunidad civil. También doy las gracias de corazón a quienes han colaborado de varias maneras en la preparación y la realización de esta visita, a la que os habéis preparado especialmente con la oración.

Saludo en particular a las religiosas Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento, con quienes me acabo de encontrar. Su presencia orante constituye para toda la diócesis una invitación a considerar cada vez más la importancia de la Eucaristía, centro y cumbre de la vida de la Iglesia. A estas queridas hermanas, que han consagrado toda su vida al Señor, expreso mi aliento y mi gratitud.

Saludo, asimismo, a los enfermos y, al dirigirme a los presentes, quiero saludar en particular a los que en los pueblos y en las ciudades de la diócesis sufren, atraviesan dificultades o están marginados. Que la protección maternal de la Virgen santísima sea para cada uno apoyo y consuelo en la prueba.

Un saludo especial os dirijo ahora a vosotros, queridos jóvenes reunidos en esta plaza, mientras abrazo espiritualmente a todos los jóvenes de Vigévano y de Lomellina. Queridos amigos, Cristo resucitado os renueva a cada uno su invitación a seguirlo. No dudéis en fiaros de él: encontraos con él, escuchadlo, amadlo con todo vuestro corazón; en la amistad con él experimentaréis la verdadera alegría, que da sentido y valor a la existencia.

Queridos hermanos y hermanas, de buen grado hubiera aceptado la invitación a prolongar mi estancia en vuestra diócesis, pero no me es posible; por eso, quiero estrechar en un gran abrazo a todos los habitantes de esta ciudad y de los vicariatos de Mortara, Garlasco, Mede y Cava Manara.

Dentro de poco, reunidos todos espiritualmente en torno al altar para la solemne concelebración eucarística, invocaremos al Señor resucitado pidiéndole que la visita del Sucesor de Pedro suscite en todos los miembros de vuestra comunidad diocesana un renovado fervor espiritual.

Con este deseo, imparto a todos de corazón una bendición apostólica especial.


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02/06/2013 12:21


VISITA PASTORAL A VIGÉVANO Y PAVÍA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE PAVÍA

Plaza de la Catedral, sábado 21 de abril de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Después de pasar la tarde en Vigévano, me encuentro ahora con vosotros, en Pavía, en esta plaza, con la majestuosa e imponente catedral del siglo XV como telón de fondo. En esta iglesia, desde hace siglos, se conservan celosamente, como en un cofre, las reliquias de san Siro, primer obispo del siglo III-IV. En este momento esas reliquias se encuentran provisionalmente en la iglesia del Carmen. Os doy las gracias a todos por haberme esperado y por haberme acogido con gran entusiasmo.

En este primer encuentro con vosotros, deseo saludar a la señora alcaldesa y al ministro Mastella, a quienes agradezco las cordiales palabras que me han dirigido. Saludo asimismo a las demás autoridades civiles presentes. Dirijo un saludo particular al pastor de la diócesis, el obispo Giovanni Giudici, así como a los sacerdotes, las religiosas y los religiosos, y a todos los que se dedican activamente al trabajo pastoral.

Quiero saludaros con especial afecto a vosotros, queridos jóvenes, que habéis acudido en gran número a este primer contacto mío con vuestra diócesis. Vosotros representáis su esperanza y su futuro. Por eso me alegra comenzar mi primera visita precisamente con vosotros. Gracias por vuestra numerosa presencia.

Vengo a vosotros esta tarde para renovaros un anuncio siempre joven, para comunicaros un mensaje que, cuando se lo acoge, cambia la vida, la renueva y la colma. La Iglesia proclama este mensaje con particular alegría en este tiempo pascual: Cristo resucitado está vivo entre nosotros, también hoy. ¡Cuántos coetáneos vuestros en el decurso de la historia, queridos jóvenes, se han encontrado con él y se han convertido en amigos suyos! Lo han seguido fielmente y han dado testimonio de su amor con la propia vida.

Así pues, no tengáis miedo de entregar vuestra vida a Cristo. Él jamás defrauda nuestras expectativas, porque sabe lo que hay en nuestro corazón. Siguiéndolo con fidelidad no os resultará difícil encontrar la respuesta a los interrogantes que embargan vuestra alma: "¿Qué debo hacer? ¿Qué tarea me espera en la vida?". La Iglesia, que necesita vuestro compromiso para llevar, especialmente a vuestros coetáneos, el anuncio evangélico, os sostiene en el camino del conocimiento de la fe y del amor a Dios y a los hermanos.

La sociedad, marcada en nuestro tiempo por innumerables cambios sociales, espera vuestra aportación para construir una convivencia común menos egoísta y más solidaria, realmente animada por los grandes ideales de la justicia, la libertad y la paz.

Esta es vuestra misión, queridos jóvenes amigos. Trabajemos por la justicia, por la paz, por la solidaridad, por la verdadera libertad. Que os acompañe Cristo resucitado y, juntamente con él, la Virgen María, Madre suya y nuestra. Con su ejemplo y su constante intercesión, la Virgen os ayude a no desalentaros en los momentos de fracaso y a confiar siempre en el Señor.

Os agradezco una vez más, de corazón, vuestra presencia y os bendigo a todos con afecto.

¡Buenas noches y hasta mañana!


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS ENFERMOS, A LOS MÉDICOS Y AL PERSONAL
DEL HOSPITAL POLICLÍNICO SAN MATEO DE PAVÍA

Domingo 22 de abril de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

En el programa de mi visita pastoral a Pavía no podía faltar una etapa en el hospital policlínico "San Mateo" para encontrarme con vosotros, queridos enfermos, que provenís no sólo de la provincia de Pavía sino también de toda Italia. A cada uno le expreso mi cercanía personal y mi solidaridad, a la vez que abrazo espiritualmente también a los enfermos, a los que sufren y a las personas con dificultades que se encuentran en vuestra diócesis y a todos los que los asisten con amorosa solicitud. Quisiera dirigir a todos unas palabras de aliento y de esperanza.

Saludo cordialmente al presidente del hospital policlínico, señor Alberto Guglielmo, y le agradezco las amables palabras que acaba de dirigirme. Mi gratitud se extiende a los médicos, a los enfermeros y a todo el personal que trabaja diariamente aquí. Saludo y expreso mi agradecimiento a los padres camilos, que con gran celo pastoral llevan cada día a los enfermos el consuelo de la fe, así como a las Religiosas de la Providencia, comprometidas en un generoso servicio según el carisma de su fundador, san Luis Scrosoppi. Doy las gracias de corazón a la representante de los enfermos, y también saludo con afecto a los familiares de los enfermos, que con sus seres queridos comparten momentos de preocupación y de espera confiada.

El hospital es un lugar que, en cierto modo, podríamos llamar "sagrado", donde se experimenta la fragilidad de la naturaleza humana, pero también las enormes potencialidades y recursos del ingenio del hombre y de la técnica al servicio de la vida. ¡La vida del hombre! Este gran don, por más que se lo explore, sigue siendo siempre un misterio.

Sé que vuestro hospital, el policlínico "San Mateo", es muy conocido en esta ciudad y en Italia entera, sobre todo por algunas operaciones de vanguardia. Aquí os esforzáis por aliviar el sufrimiento de las personas, con el fin de que puedan recuperar plenamente la salud, y muy a menudo esto sucede, también gracias a los modernos descubrimientos científicos. Aquí se obtienen resultados verdaderamente confortantes. Deseo vivamente que el necesario progreso científico y tecnológico vaya acompañado siempre de la conciencia de promover también, junto con el bien del enfermo, los valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida en todas sus fases, de los que depende la calidad auténticamente humana de una convivencia.

Encontrándome entre vosotros, pienso de modo espontáneo en Jesús, que durante su existencia terrena siempre mostró una particular atención a los que sufrían, curándolos y dándoles la posibilidad de volver a la vida de relación familiar y social, que la enfermedad había impedido. Pienso también en la primera comunidad cristiana, donde, como leemos durante estos días en los Hechos de los Apóstoles, muchas curaciones y prodigios acompañaban la predicación de los Apóstoles. La Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Señor, manifiesta siempre una predilección especial por quienes sufren, y, como ha dicho el señor presidente, ve en el que sufre a Cristo mismo, y no cesa de prestar a los enfermos la ayuda necesaria, la ayuda técnica y el amor humano, consciente de que está llamada a manifestar el amor y la solicitud de Cristo a ellos y a quienes los atienden. El progreso técnico, tecnológico, y el amor humano deben ir siempre juntos.

En este lugar, además, resultan particularmente actuales las palabras de Jesús: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40. 45). En toda persona afectada por la enfermedad, es él mismo quien espera nuestro amor. Ciertamente, el sufrimiento repugna a la sensibilidad humana; pero es verdad que, cuando se lo acoge con amor, con compasión, y está iluminado por la fe, se convierte en una valiosa ocasión que une de manera misteriosa a Cristo Redentor, Varón de dolores, que en la cruz cargó sobre sí el dolor y la muerte del hombre. Con el sacrificio de su vida, redimió el sufrimiento humano y lo transformó en el medio fundamental de la salvación.

Queridos enfermos, encomendad al Señor las molestias y los dolores que debéis afrontar, y en su plan se transformarán en medios de purificación y de redención para todo el mundo. Queridos amigos, os aseguro a cada uno mi recuerdo en la oración y, a la vez que invoco a María santísima, Salus infirmorum, Salud de los enfermos, para que os proteja a vosotros y a vuestras familias, a los dirigentes, a los médicos y a toda la comunidad del hospital policlínico, con afecto os imparto a todos una especial bendición apostólica.


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VISITA PASTORAL A VIGÉVANO Y PAVÍA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL MUNDO DE LA CULTURA EN LA UNIVERSIDAD DE PAVÍA

Domingo 22 de abril de 2007



Rector magnífico;
ilustres profesores;
queridos estudiantes:

Mi visita pastoral a Pavía, aun siendo breve, no podía menos de incluir una etapa en esta universidad, que constituye desde hace siglos un elemento característico de vuestra ciudad. Por eso, me alegra estar entre vosotros para este encuentro, al que atribuyo un valor particular, pues también yo vengo del mundo académico.

Saludo cordialmente a los profesores y, en primer lugar, al rector, profesor Angiolino Stella, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Saludo a los estudiantes y, de modo especial, al joven que se ha hecho portavoz de los sentimientos de los demás universitarios. Me ha asegurado vuestra valentía en la entrega a la verdad, vuestra valentía para buscar más allá de los límites de lo conocido, para no rendiros ante la debilidad de la razón. Y agradezco mucho estas palabras. Saludo también y expreso mis mejores deseos a todos los que forman parte de vuestra comunidad académica y hoy no han podido estar aquí presentes.

Vuestra universidad es una de las más antiguas e ilustres de Italia. Como ha dicho el rector magnífico, entre sus docentes ha tenido personalidades destacadas, como Alessandro Volta, Camillo Golgi y Carlo Forlanini. Me complace recordar también que por vuestro ateneo han pasado profesores y alumnos que han alcanzado una eminente talla espiritual, como Michele Ghislieri, que llegó a ser el Papa san Pío V, san Carlos Borromeo, san Alejandro Sauli, san Ricardo Pampuri, santa Gianna Beretta Molla, el beato Contardo Ferrini y el siervo de Dios Teresio Olivelli.

Queridos amigos, toda universidad tiene por naturaleza una vocación comunitaria, pues es precisamente una universitas, una comunidad de profesores y alumnos comprometidos en la búsqueda de la verdad y en la adquisición de competencias culturales y profesionales superiores. La centralidad de la persona y la dimensión comunitaria son dos polos igualmente esenciales para un enfoque correcto de la universitas studiorum. Toda universidad debería conservar siempre la fisonomía de un centro de estudios "a medida del hombre", en el que la persona del alumno salga del anonimato y pueda cultivar un diálogo fecundo con los profesores, que los estimule a crecer desde el punto de vista cultural y humano.

De este enfoque se derivan algunas aplicaciones relacionadas entre sí. Ante todo, es verdad que sólo poniendo en el centro a la persona y valorando el diálogo y las relaciones interpersonales se puede superar la fragmentación de las disciplinas derivada de la especialización y recuperar la perspectiva unitaria del saber. Las disciplinas tienden naturalmente, y con razón, a la especialización, mientras que la persona necesita unidad y síntesis.

En segundo lugar, es de fundamental importancia que el compromiso de la investigación científica se abra al interrogante existencial del sentido de la vida misma de la persona. La investigación tiende al conocimiento, mientras que la persona necesita también la sabiduría, es decir, la ciencia que se manifiesta en el "saber vivir".

En tercer lugar, la relación didáctica sólo puede llegar a ser relación educativa, un camino de maduración humana, si se valora a la persona y las relaciones interpersonales. En efecto, la estructura privilegia la comunicación, mientras que las personas aspiran a la participación.

Sé que esta atención a la persona, a su experiencia integral de vida y a su tendencia a la comunión, está muy presente en la actividad pastoral de la Iglesia en Pavía en el ámbito cultural. Lo atestigua la labor de los Colegios universitarios de inspiración cristiana. Entre estos, quisiera recordar también yo el Colegio Borromeo, impulsado por san Carlos Borromeo, cuya bula de fundación es del Papa Pío IV, y el Colegio Santa Catalina, fundado por la diócesis de Pavía por voluntad del siervo de Dios Pablo VI, con una contribución decisiva de la Santa Sede.

En este sentido, también es importante la labor de las parroquias y de los movimientos eclesiales, en particular del Centro universitario diocesano y de la FUCI, que tienen como finalidad acoger a la persona en su integridad, proponer caminos armónicos de formación humana, cultural y cristiana, y ofrecer espacios de participación, de confrontación y de comunión.

Quisiera aprovechar esta ocasión para invitar a los alumnos y a los profesores a no sentirse sólo objeto de atención pastoral, sino también a participar activamente y a contribuir al proyecto cultural de inspiración cristiana que la Iglesia promueve en Italia y en Europa.

Al encontrarme con vosotros, queridos amigos, me viene espontáneo pensar en san Agustín, copatrono de esta universidad, juntamente con santa Catalina de Alejandría. El camino existencial e intelectual de san Agustín testimonia la fecunda interacción que existe entre la fe y la cultura. San Agustín estaba impulsado por el deseo incansable de encontrar la verdad, de descubrir qué es la vida, de saber cómo vivir, de conocer al hombre. Y, precisamente a causa de su pasión por el hombre, buscaba necesariamente a Dios, porque sólo a la luz de Dios puede manifestarse también plenamente la grandeza del hombre, la belleza de la aventura de ser hombre.

Al inicio, este Dios le parecía muy lejano. Luego lo encontró. Ese Dios grande, inaccesible, se hizo cercano, uno de nosotros. El gran Dios es nuestro Dios, es un Dios con rostro humano. Así, la fe en Cristo no puso fin a su filosofía, a su audacia intelectual; al contrario, lo estimuló aún más a buscar la profundidad del ser humano y a ayudar a los demás a vivir bien, a encontrar la vida, el arte de vivir. Esto era para él la filosofía: saber vivir, con toda la razón, con toda la profundidad de nuestro pensamiento, de nuestra voluntad, y dejarse guiar en el camino de la verdad, que es un camino de valentía, de humildad, de purificación permanente.

Toda la búsqueda de san Agustín encontró cumplimiento en la fe en Cristo, pero en el sentido de que siempre permaneció en camino. Más aún, nos dice: incluso en la eternidad proseguirá nuestra búsqueda; será una aventura eterna descubrir nuevas grandezas, nuevas bellezas. Al interpretar las palabras del Salmo: "Buscad siempre su rostro", dijo: esto vale para la eternidad; y la belleza de la eternidad consiste en que no es una realidad estática, sino un progreso inmenso en la inmensa belleza de Dios. Así pudo encontrar a Dios como la razón fundante, pero también como el amor que nos abraza, nos guía y da sentido a la historia y a nuestra vida personal.

Esta mañana expliqué que ese amor a Cristo dio forma a su compromiso personal. De una vida planteada como búsqueda pasó a una vida totalmente entregada a Cristo y así a una vida para los demás. Descubrió —esta fue su segunda conversión— que convertirse a Cristo significa no vivir ya para sí mismos, sino estar realmente al servicio de todos.

San Agustín ha de ser para nosotros, precisamente también para el mundo académico, modelo de diálogo entre la razón y la fe, modelo de un diálogo amplio, que sólo puede buscar la verdad y así también la paz. Como afirmó mi venerado predecesor Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio, "el Obispo de Hipona consiguió hacer la primera gran síntesis del pensamiento filosófico y teológico, en la que confluían las corrientes del pensamiento griego y latino. En él, además, la gran unidad del saber, que encontraba su fundamento en el pensamiento bíblico, fue confirmada y sostenida por la profundidad del pensamiento especulativo" (n. 40).

Por eso, invoco la intercesión de san Agustín para que la Universidad de Pavía se distinga siempre por una atención especial a la persona, por una acentuada dimensión comunitaria en la investigación científica y por un fecundo diálogo entre la fe y la cultura.

Os agradezco vuestra presencia y, a la vez que os expreso mis mejores deseos de éxito en vuestros estudios, imparto a todos mi bendición, que hago extensiva a vuestros familiares y a vuestros seres queridos.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL SÍNODO EXTRAORDINARIO DE LA IGLESIA DE ANTIOQUÍA
DE LOS SIRO-CATÓLICOS

Sábado 28 de abril de 2007



Beatitud;
venerados hermanos:

"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (1 Co 1, 3). Con estas palabras, que el Apóstol de los gentiles dirigió a los cristianos de la comunidad de Corinto, os acojo y os saludo a todos, al final de vuestro encuentro.

La solicitud por todas las Iglesias, conforme al mandato que Cristo confió al apóstol san Pedro y a sus Sucesores, me impulsó a convocar vuestro Sínodo extraordinario, que presidió en mi nombre el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, al que saludo y doy las gracias cordialmente. Deseo agradecer igualmente a Su Beatitud y a cada uno de vosotros vuestra activa participación en los trabajos del Sínodo y vuestra aportación generosa a la solución de los problemas y las dificultades que encuentra desde hace algún tiempo la benemérita Iglesia siro-católica.

Al convocaros a esta asamblea extraordinaria, mi única intención era reavivar cada vez más intensamente los vínculos seculares que unen a vuestra Iglesia con la Sede apostólica y, al mismo tiempo, manifestaros la estima y la solicitud que alberga el Obispo de Roma por cada uno de vosotros, pastores de una porción del pueblo de Dios que no es grande, pero sí antigua y significativa. Mi saludo se dirige también a vuestros colaboradores, en primer lugar a los sacerdotes y a los diáconos, así como a todos los miembros de la Iglesia siro-católica.

La liturgia del tiempo pascual, que estamos viviendo, nos invita a dirigir la mirada y el corazón hacia el acontecimiento fundamental de la fe cristiana: la muerte y la resurrección de Cristo. Los Hechos de los Apóstoles, que leemos durante estos días, nos presentan el camino de la Iglesia naciente, un camino que no siempre es fácil, pero que es rico en frutos apostólicos. Desde los orígenes, no han faltado ni la hostilidad ni las persecuciones provenientes de fuera, ni los riesgos de tensiones y de oposiciones en el interior mismo de las comunidades.

A pesar de estas sombras y de los diferentes tipos de dificultades que debieron afrontar los primeros cristianos, siempre ha brillado la luz resplandeciente de la fe de la Iglesia en Jesucristo. Desde sus primeros pasos, la Iglesia, guiada por los Apóstoles y por sus colaboradores, animada por una valentía extraordinaria y por una fuerza interior, ha sabido conservar y acrecentar el valioso tesoro de la unidad y de la comunión, por encima de las diferencias de personas, lenguas y culturas.

Venerados hermanos, al concluir el Sínodo extraordinario en el que habéis participado, consciente de las dificultades que os han preocupado durante todos estos años y que habéis tratado de superar, pienso con gratitud en mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II, que estuvo cerca de vosotros de muchas maneras. Os escuchó, se reunió con vosotros y os exhortó en repetidas ocasiones, sobre todo con su carta de agosto de 2003, a buscar la unidad y la reconciliación, con la participación de todos.

Yo, por mi parte, he continuado la obra emprendida por él, con mi carta de octubre de 2005, puesto que estoy profundamente convencido de que hoy, como en los albores del cristianismo, toda comunidad está llamada a dar un testimonio claro de fraternidad. Es conmovedor leer en los Hechos de los Apóstoles que "la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32). Aquí, en este amor compartido que es don del Espíritu Santo, se encuentra el secreto de la eficacia apostólica.

Durante estos días, queridos y venerados hermanos, habéis reflexionado sobre los medios para superar los obstáculos que impiden el desarrollo normal de vuestra vida eclesial. Sois muy conscientes de lo que es necesario e incluso indispensable. Lo exige el ministerio que el Señor os ha confiado en su grey; y lo exige el bien de la Iglesia siro-católica. Lo exigen también la situación particular que vive el Oriente Medio y el testimonio que pueden dar con su unidad las Iglesias católicas. Que resuene en vuestro corazón la exhortación de san Pablo, impregnada de tristeza, a los fieles de Corinto: "Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estad unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio" (1 Co 1, 10).

En nuestra época las comunidades cristianas en todas las partes del mundo deben afrontar muchos desafíos, y son numerosos los peligros y asechanzas que amenazan con desvirtuar los valores del Evangelio. Por lo que concierne a vuestra Iglesia, la violencia y los conflictos que afligen a una parte de la grey encomendada a vosotros constituyen dificultades suplementarias que ponen aún más en peligro no sólo la convivencia pacífica, sino también la vida misma de las personas. En estas situaciones, es preciso que la comunidad eclesial siro-católica anuncie el Evangelio con vigor, promueva una pastoral adecuada a los desafíos de la era posmoderna y dé un ejemplo luminoso de unidad en un mundo fragmentado y dividido.

Venerados hermanos, el concilio ecuménico Vaticano II subraya que, para responder a la oración de Cristo ut unum sint, las Iglesias orientales católicas están llamadas a desempeñar un papel particular en la promoción del camino ecuménico, "principalmente con la oración, con el ejemplo de vida, con la religiosa fidelidad a las tradiciones orientales, con un mejor conocimiento mutuo, con la colaboración y estima fraterna de las instituciones y de las mentalidades" (Orientalium Ecclesiarum, 24). Este es un último elemento que, con las exigencias dictadas por el diálogo interreligioso, puede impulsaros a cumplir con confianza la misión apostólica que el Señor ha confiado a vuestra Iglesia.

Precisamente ayer, la liturgia latina nos presentó el conmovedor episodio de la conversión de san Pablo en el camino de Damasco. También vosotros estáis llamados hoy a continuar con entusiasmo, confianza y perseverancia, la acción misionera del apóstol san Pablo, siguiendo las huellas de san Ignacio de Antioquía, de san Efrén y de vuestros demás santos patronos.

María, a la que veneráis con el título de Nuestra Señora de la Liberación, interceda siempre por vosotros y os proteja. Con estos sentimientos, os aseguro mi pleno apoyo y el de mis colaboradores, y os imparto una bendición apostólica especial a vosotros, aquí presentes, al Patriarca y a los miembros de vuestro santo Sínodo, así como a todos los fieles de rito siro-católico.


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