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2007

Ultimo Aggiornamento: 10/06/2013 20:38
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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A CIENTO SIETE OBISPOS NOMBRADOS
EN LOS ÚLTIMOS DOCE MESES

Castelgandolfo, sábado 22 de septiembre de 2007



Queridos hermanos en el episcopado:

Ya es costumbre, desde hace varios años, que los obispos nombrados recientemente se reúnan en Roma para un encuentro que se vive como una peregrinación a la tumba de san Pedro. Os acojo con particular afecto. La experiencia que estáis realizando, además de estimularos en la reflexión sobre las responsabilidades y las tareas de un obispo, os permite reavivar en vuestra alma la certeza de que, al gobernar la Iglesia de Dios, no estáis solos, sino que, juntamente con la ayuda de la gracia, contáis con el apoyo del Papa y el de vuestros hermanos en el episcopado.

Estar en el centro de la catolicidad, en esta Iglesia de Roma, abre vuestras almas a una percepción más viva de la universalidad del pueblo de Dios y aumenta en vosotros la solicitud por toda la Iglesia.

Agradezco al cardenal Giovanni Battista Re las palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos y saludo en particular a mons. Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales. Os saludo a cada uno de vosotros, pensando en vuestras diócesis.
El día de la ordenación episcopal, antes de la imposición de las manos, la Iglesia pide al candidato que asuma algunos compromisos, entre los cuales, además del de anunciar con fidelidad el Evangelio y custodiar la fe, se encuentra el de "perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo". Hoy quiero reflexionar con vosotros precisamente sobre el carácter apostólico y pastoral de la oración del obispo.

El evangelista san Lucas escribe que Jesucristo escogió a los doce Apóstoles después de pasar toda la noche orando en el monte (cf. Lc 6, 12); y el evangelista san Marcos precisa que los Doce fueron elegidos para que "estuvieran con él y para enviarlos" (Mc 3, 14).

Al igual que los Apóstoles, también nosotros, queridos hermanos en el episcopado, en cuanto sus sucesores, estamos llamados ante todo a estar con Cristo, para conocerlo más profundamente y participar de su misterio de amor y de su relación llena de confianza con el Padre. En la oración íntima y personal, el obispo, como todos los fieles y más que ellos, está llamado a crecer en el espíritu filial con respecto a Dios, aprendiendo de Jesús mismo la familiaridad, la confianza y la fidelidad, actitudes propias de él en su relación con el Padre.

Y los Apóstoles comprendieron muy bien que la escucha en la oración y el anuncio de lo que habían escuchado debían tener el primado sobre las muchas cosas que es preciso hacer, porque decidieron: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6, 4). Este programa apostólico es sumamente actual. Hoy, en el ministerio de un obispo, los aspectos organizativos son absorbentes; los compromisos, múltiples; las necesidades, numerosas; pero en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles.

Ya san Gregorio Magno, en la Regla pastoral afirmaba que el pastor "de modo singular debe destacar sobre todos los demás por la oración y la contemplación" (II, 5). Es lo que la tradición formuló después con la conocida expresión: "Contemplata aliis tradere" (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 188, a. 6).

En la encíclica Deus caritas est, refiriéndome a la narración del episodio bíblico de la escala de Jacob, quise poner de relieve que precisamente a través de la oración el pastor se hace sensible a las necesidades de los demás y misericordioso con todos (cf. n. 7). Y recordé el pensamiento de san Gregorio Magno, según el cual el pastor arraigado en la contemplación sabe acoger las necesidades de los demás, que en la oración hace suyas: "per pietatis viscera in se infirmitatem caeterorum transferat" (Regla pastoral, ib.).

La oración educa en el amor y abre el corazón a la caridad pastoral para acoger a todos los que recurren al obispo. Este, modelado en su interior por el Espíritu Santo, consuela con el bálsamo de la gracia divina, ilumina con la luz de la Palabra, reconcilia y edifica en la comunión fraterna.

En vuestra oración, queridos hermanos, deben ocupar un lugar particular vuestros sacerdotes, para que perseveren siempre en su vocación y sean fieles a la misión presbiteral que se les ha encomendado. Para todo sacerdote es muy edificante saber que el obispo, del que ha recibido el don del sacerdocio o que, en cualquier caso, es su padre y su amigo, lo tiene presente en la oración, con afecto, y que está siempre dispuesto a acogerlo, escucharlo, sostenerlo y animarlo.

Además, en la oración del obispo nunca debe faltar la súplica por nuevas vocaciones. Debe pedirlas con insistencia a Dios, para que llame "a los que quiera" para su sagrado ministerio.

El munus sanctificandi que habéis recibido os compromete, asimismo, a ser animadores de oración en la sociedad. En las ciudades en las que vivís y actuáis, a menudo agitadas y ruidosas, donde el hombre corre y se extravía, donde se vive como si Dios no existiera, debéis crear espacios y ocasiones de oración, donde en el silencio, en la escucha de Dios mediante la lectio divina, en la oración personal y comunitaria, el hombre pueda encontrar a Dios y hacer una experiencia viva de Jesucristo que revela el auténtico rostro del Padre.

No os canséis de procurar que las parroquias y los santuarios, los ambientes de educación y de sufrimiento, pero también las familias, se conviertan en lugares de comunión con el Señor. De modo especial, os exhorto a hacer de la catedral una casa ejemplar de oración, sobre todo litúrgica, donde la comunidad diocesana reunida con su obispo pueda alabar y dar gracias a Dios por la obra de la salvación e interceder por todos los hombres.

San Ignacio de Antioquía nos recuerda la fuerza de la oración comunitaria: "Si la oración de uno o de dos tiene tanta fuerza, ¡cuánto más la del obispo y de toda la Iglesia!" (Carta a los Efesios, 5).
En pocas palabras, queridos hermanos en el episcopado, sed hombres de oración. "La fecundidad espiritual del ministerio del obispo depende de la intensidad de su unión con el Señor. Un obispo debe sacar de la oración luz, fuerza y consuelo para su actividad pastoral", como escribe el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos (Apostolorum successores, 36).

Al orar a Dios por vosotros mismos y por vuestros fieles, tened la confianza de los hijos, la audacia del amigo, la perseverancia de Abraham, que fue incansable en la intercesión. Como Moisés, tened las manos elevadas hacia el cielo, mientras vuestros fieles libran el buen combate de la fe. Como María, alabad cada día a Dios por la salvación que realiza en la Iglesia y en el mundo, convencidos de que para Dios nada es imposible (cf. Lc 1, 37).

Con estos sentimientos, os imparto a cada uno de vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, a los seminaristas y a los fieles de vuestras diócesis, una bendición apostólica especial.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR JOSÉ CUADRA CHAMORRO,
EMBAJADOR DE NICARAGUA ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 24 de septiembre de 2007



Señor Embajador:

1. Recibo complacido de sus manos las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Nicaragua ante la Santa Sede y, a la vez que le agradezco las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme, le doy mi más cordial bienvenida en este solemne acto con el que inicia la misión encomendada por su Gobierno, la cual ya ejerció entre 1997 y 1998.

Le ruego que haga llegar al Señor Daniel Ortega Saavedra, Presidente de la República, mis mejores deseos de paz, bienestar y prosperidad para su querida Nación, tan duramente probada por el reciente huracán “Félix”. Como ya hice en su momento, elevo de nuevo mi oración al Todopoderoso por las víctimas humanas y expreso mi cercanía espiritual a los numerosos damnificados que han perdido su vivienda o sus instrumentos de trabajo. Es de esperar que, además de la ayuda interna, reciban generosas aportaciones por parte de la comunidad internacional.

2. Nicaragua, como tantos otros países, tiene que afrontar diversos problemas de orden económico, social y político. Encontrar los medios para resolverlos no es tarea fácil, ya que se ha de contar siempre no sólo con la buena disposición y colaboración de los ciudadanos, sino sobre todo con la de los responsables de las diferentes instancias políticas y empresariales. Es indispensable, pues, la unión de esfuerzos y voluntades para hacer posible una decidida acción de los gobernantes ante los retos de un mundo globalizado, los cuales hay que acometer con espíritu de auténtica solidaridad.

Esta virtud cristiana y también humana —decía mi predecesor Juan Pablo II— ha de inspirar la acción de los individuos, de los gobiernos, de los organismos e instituciones internacionales, así como de todos los miembros de la sociedad civil, que se han de sentir comprometidos a trabajar por un auténtico desarrollo de los pueblos y de las naciones, teniendo como objetivo el bien de todos y de cada uno, como enseña la doctrina social católica (cf. Sollicitudo rei socialis, 40-41).

3. En sus palabras, Señor Embajador, se ha referido a las prioridades señaladas por su Gobierno, como son lograr la llamada “Hambre cero”, combatir el problema de las drogas, incrementar la alfabetización y eliminar la pobreza. Para alcanzar estos objetivos y reducir así la desigualdad entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de bienes básicos como la educación, la salud y la vivienda, es fundamental la transparencia y honradez en la gestión pública que, frente a cualquier forma de corrupción, favorecen la credibilidad de las autoridades ante los ciudadanos y son determinantes para un justo desarrollo.

Ante estos objetivos, los responsables de las entidades civiles encontrarán en la Iglesia en Nicaragua, a pesar de la escasez de sus recursos pero con la firmeza de los principios inspirados en el Evangelio, una colaboración sincera para la búsqueda de soluciones justas. Se han de reconocer también sus esfuerzos por hacer crecer la conciencia y responsabilidad de los ciudadanos fomentando su participación y su empeño por atender las necesidades de quienes a menudo están sumidos en la pobreza y la marginación.

Los Obispos en su país, desde las estructuras nacionales y diocesanas, y fieles a su misión estrictamente pastoral, ofrecen su disponibilidad a mantener un diálogo y una comunicación constante y sincera con el Gobierno, contribuyendo a que se den las condiciones esenciales que favorezcan una verdadera reconciliación, instaurando un clima de paz y de auténtica justicia social. Sin embargo, “el deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los laicos” (Deus caritas est, 28), los cuales deben desarrollar su actividad política como “caridad social”. En este sentido me dirigía a los Nuncios Apostólicos en América Latina, durante el encuentro con ellos, el 17 de febrero pasado (cf. L’Osservatore Romano, edic. en lengua española, 23 febrero 2007, p. 10).

4. La Santa Sede quiere también expresar su reconocimiento a Nicaragua por su posición en los foros multilaterales sobre temas sociales, especialmente el respeto a la vida, frente a no pocas presiones internas e internacionales. En este sentido cabe considerar muy positivo que, el año pasado, la Asamblea Nacional aprobase la derogación del aborto terapéutico. A este respecto, es imprescindible incrementar la ayuda del Estado y de la sociedad misma a las mujeres que tienen graves problemas con su embarazo.

Junto con el insoslayable tema de la vida, se percibe una urgente necesidad de rescatar y promover los valores humanos y morales, ante tantas formas de violencia, incluso en los hogares, a menudo fruto de la desintegración de la familia o de la degradación de las costumbres. La Iglesia en Nicaragua es bien consciente de esta triste realidad y trata de afrontarla con sus enseñanzas y programas pastorales, pero también es necesaria la intervención de las instituciones públicas con programas educativos apropiados en lo que se refiere a la organización de la vida social.

5. Señor Embajador, al final de este acto quiero formularle mis mejores deseos por el feliz desempeño de sus funciones, que ayuden a fortalecer los tradicionales lazos de buena avenencia y cooperación entre Nicaragua y la Santa Sede. Le ruego que transmita mi saludo al Señor Presidente de la República, a la vez que tengo presente en mi plegaria, por intercesión de Sor María Romero, la primera y tan querida Beata de su país, a todo el pueblo nicaragüense. Pido al Altísimo que lo asista siempre en la misión que hoy comienza, a la vez que invoco abundantes bendiciones sobre usted y sus colaboradores, así como sobre los gobernantes y ciudadanos de Nicaragua.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE UCRANIA

Palacio apostólico de Castelgandolfo
Lunes 24 de septiembre de 2007



Señores cardenales;
queridos y venerados hermanos en el episcopado:

Me alegra particularmente acogeros y os doy a cada uno mi cordial bienvenida, al inicio de la visita ad limina de los obispos de rito latino. Con gran placer saludo a los obispos grecocatólicos, que han aceptado mi invitación a asistir a este encuentro. Hoy están reunidos idealmente, en torno al Sucesor de Pedro, todos los pastores de la amada Iglesia que vive en Ucrania. Se trata de un gesto de comunión eclesial, testimonio elocuente del amor fraterno que Jesús dejó a sus discípulos como signo distintivo. Hagamos nuestras las palabras del salmista: "Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos". Y también: a los que viven en su amor, el Señor "manda la bendición y la vida para siempre" (Sal 133, 1-3). Con esta certeza, y con estos sentimientos de estima y de viva cordialidad, os agradezco a cada uno el trabajo pastoral que realizáis diariamente al servicio del pueblo de Dios.

Sé con cuánto empeño os esforzáis por proclamar y testimoniar el Evangelio en la querida tierra de Ucrania, encontrando a veces muchas dificultades, pero sostenidos siempre por la certeza de que Cristo guía con mano firme a su grey, la grey que él mismo ha puesto en vuestras manos, las manos de sus ministros. El Papa y sus colaboradores de la Curia romana están cerca de vosotros y siguen con afecto el camino de cada una de vuestras Iglesias locales, dispuestos en toda circunstancia a ofreceros su contribución, con la plena certeza de estar llamados por el Señor a servir a la unidad y a la comunión de la Iglesia.

Este encuentro pone de manifiesto la belleza y la riqueza del misterio de la Iglesia. El concilio Vaticano II recuerda que "Cristo, el único mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y amor, como un organismo visible. (...). Constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él" (Lumen gentium, 8). Con la variedad de sus ritos y de sus tradiciones históricas, la única Iglesia católica anuncia y testimonia en todos los rincones de la tierra al mismo Jesucristo, Palabra de salvación para todos los hombres y para todo el hombre.

Por eso, el secreto de la eficacia de todos nuestros proyectos pastorales y apostólicos es sobre todo la fidelidad a Cristo. A nosotros, los pastores, como a todos los fieles, se nos pide vivir una íntima y constante familiaridad con él en la oración y en la escucha dócil de su palabra: este es el único camino que debemos recorrer para llegar a ser en cualquier ambiente signos de su amor e instrumentos de su paz y de su concordia.

Estoy seguro de que para vosotros, queridos y venerados hermanos, al estar animados por este espíritu, no será difícil intensificar una cordial colaboración entre obispos latinos y obispos grecocatólicos, para el bien de todo el pueblo cristiano. Así podréis coordinar vuestros planes pastorales y vuestras actividades apostólicas, dando siempre testimonio de la comunión eclesial, que es también condición indispensable para el diálogo ecuménico con nuestros hermanos ortodoxos y con los de las demás Iglesias.

En particular, me permito presentar a vuestra consideración la propuesta de al menos un encuentro anual, en el que participen los obispos de rito latino y los de rito grecocatólico, con vistas a un oportuno acuerdo entre todos para que la acción pastoral sea cada vez más armoniosa y eficaz. Estoy convencido de que para todos los fieles la cooperación fraterna entre los pastores será un aliento y un estímulo a crecer en la unidad y en el entusiasmo apostólico, y favorecerá también un fructuoso diálogo ecuménico.

Queridos y venerados hermanos, gracias una vez más por haber aceptado mi invitación a participar en esta reunión fraterna. Sobre cada uno de vosotros y sobre vuestras comunidades invoco la protección materna de la Virgen, que la liturgia latina venera hoy como la santísima Virgen de la Merced. Que ella os sostenga en vuestro ministerio diario y lo haga fecundo en frutos espirituales; os consuele y os conforte en las dificultades y en la hora de la prueba; os obtenga la alegría de una comunión cada vez más profunda con su Hijo divino y consolide aún más la fraternidad entre vosotros, sucesores de los Apóstoles.

A María le encomendamos, de modo especial, la visita ad limina de los obispos de rito latino que comienza hoy y los proyectos pastorales de todas vuestras comunidades.

Con estos deseos, a la vez que invoco una abundante efusión de gracias y de consuelos celestiales sobre vuestras personas y sobre vuestras respectivas actividades eclesiales, os imparto de corazón a cada uno una bendición especial, que de buen grado extiendo a los fieles encomendados a vuestro ministerio episcopal, así como a todo el amado pueblo de Ucrania.


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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL D UN CONCIERTO EN EL 110 ANIVERSARIO
DEL NACIMIENTO DE PABLO VI

Sala de los Suizos, Castelgandolfo
Miércoles 26 de septiembre de 2007



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Hemos pasado juntos una sugestiva velada musical, que nos ha permitido volver a escuchar fragmentos ciertamente conocidos, pero siempre capaces de suscitar nuevas y profundas emociones espirituales. La circunstancia que ha motivado esta velada es significativa: el 110° aniversario del nacimiento del siervo de Dios Pablo VI, acaecido en Concesio, el 26 de septiembre de 1897, precisamente como hoy.

Con sentimientos de viva gratitud os saludo a todos vosotros, que habéis participado en este acto conmemorativo de un gran Pontífice, que marcó la historia del siglo XX. Doy las gracias de corazón a quienes han promovido, organizado y ejecutado con apreciada maestría este concierto. Saludo con afecto a los señores cardenales presentes y, en particular, al cardenal Giovanni Battista Re, paisano del Papa Montini. Dirijo un saludo especial al obispo auxiliar de Brescia, monseñor Francesco Beschi, al que agradezco las palabras que acaba de dirigirme, a los demás prelados, a los sacerdotes y a todos vosotros.

Extiendo, además, mi saludo deferente a las personalidades que nos honran con su presencia, y de modo especial a los alcaldes de Brescia y de Bérgamo, a las demás autoridades civiles y militares, así como a los representantes de las instituciones que han contribuido particularmente a la realización de esta significativa manifestación.

Deseo, sobre todo, hacerme intérprete de los sentimientos comunes, expresando mi agradecimiento y mi aprecio a los solistas y a todos los componentes de la Orquesta del festival internacional de piano Arturo Benedetti Michelangeli de Brescia y Bérgamo, dirigida por el conocido maestro Agostino Orizio. Con extraordinario talento y eficacia, han ejecutado fragmentos musicales de Vivaldi, Bach y Mozart, ayudando a nuestro espíritu a percibir en el lenguaje musical la íntima armonía de la belleza divina.

Esta tarde, la escucha de célebres fragmentos musicales nos ha brindado la ocasión de recordar a un ilustre Papa, Pablo VI, que prestó a la Iglesia y al mundo un servicio muy valioso en tiempos difíciles y en condiciones sociales caracterizadas por profundos cambios culturales y religiosos. Rindamos homenaje al espíritu de sabiduría evangélica con el que este amado predecesor mío supo guiar a la Iglesia durante y después del concilio Vaticano II. Percibió, con intuición profética, las esperanzas y las inquietudes de los hombres de aquella época; se esforzó por valorar sus experiencias positivas, tratando de iluminarlas con la luz de la verdad y del amor de Cristo, el único Redentor de la humanidad. Sin embargo, el amor que sentía por la humanidad, con sus progresos, con sus maravillosos descubrimientos, los beneficios y las facilidades de la ciencia y de la técnica, no le impidió poner de relieve las contradicciones, los errores y los riesgos de un progreso científico y tecnológico sin una firme referencia a valores éticos y espirituales. Por tanto, su enseñanza sigue siendo actual y constituye una fuente a la cual recurrir para comprender mejor los textos conciliares y analizar los acontecimientos eclesiales que caracterizaron la segunda parte del siglo XX.

Pablo VI fue prudente y valiente al guiar a la Iglesia con un realismo y un optimismo evangélico alimentados por una fe inquebrantable. Deseó la venida de la "civilización del amor", convencido de que la caridad evangélica constituye el elemento indispensable para construir una auténtica fraternidad universal. Sólo reconociendo como Padre a Dios, que en Cristo ha revelado a todos su amor, los hombres pueden llegar a ser y sentirse realmente hermanos. Sólo Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, puede convertir el corazón humano y capacitarlo para contribuir a realizar una sociedad justa y solidaria. Sus sucesores han recogido la herencia espiritual del siervo de Dios Pablo VI y han seguido sus pasos.

Oremos para que su ejemplo y sus enseñanzas sean para nosotros aliento y estímulo a amar cada vez más a Cristo y a la Iglesia, animados por la inquebrantable esperanza que sostuvo al Papa Montini hasta el final de su existencia.

Con estos sentimientos, doy una vez más las gracias a quienes han preparado, animado y realizado este encuentro musical e, invocando sobre los presentes la constante protección del Señor, de corazón imparto a todos la bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS UCRANIOS DE RITO LATINO
EN VISITA "AD LIMINA"

Palacio pontificio de Castelgandolfo
Jueves 27 de septiembre de 2007



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado:

"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre" (Col 1, 2). Con este saludo apostólico me dirijo a vosotros, miembros del Episcopado de rito latino de Ucrania. A cada uno deseo la gracia y la paz del Señor, que son el secreto de nuestra misión de obispos al servicio del hombre. Al final de la visita ad limina, que me ha permitido encontrarme personalmente con vosotros, conocer mejor la realidad de cada una de vuestras diócesis y compartir con vosotros las esperanzas y los problemas que marcan su camino diario, doy gracias a Dios por todo lo que, en su amor misericordioso, va realizando a través de vuestro ministerio pastoral.

Dirijo un saludo particular al cardenal Marian Jaworski y le agradezco sus palabras, que han interpretado el pensamiento de todos vosotros. En su intervención he percibido el vivo deseo que tenéis de consolidar entre vosotros la unidad y la colaboración para afrontar juntos los grandes desafíos sociales, culturales y espirituales del momento actual. No os cansáis de buscar posibles soluciones, incluso mediante el diálogo con las autoridades locales, con la única finalidad de velar por el bien espiritual de la grey que el Señor os ha encomendado. Con vivo aprecio he tenido noticia del esfuerzo catequístico, litúrgico, apostólico y caritativo de vuestras diócesis: un programa que tiende también a consolidar el anhelo de catolicidad, que hace que todos los bautizados se sientan miembros del único cuerpo de Cristo.

Vuestra labor pastoral, venerados hermanos, se realiza en un territorio en el que conviven católicos de rito latino y de rito grecocatólico, junto con otros creyentes que encuentran la razón de su propia vida en el único Señor Jesucristo. Incluso entre los católicos la colaboración no siempre resulta fácil, pues es normal que haya diferentes sensibilidades, teniendo en cuenta también la diversidad de las respectivas tradiciones. Pero, ¿cómo no considerar una oportunidad providencial el hecho de que coexistan dos comunidades distintas en sus tradiciones, pero plenamente católicas, ambas orientadas a servir al único Kyrios y a anunciar el Evangelio?

La unidad de los católicos, en la diversidad de los ritos, y el esfuerzo por manifestarla en todos los ámbitos, muestra el rostro auténtico de la Iglesia católica y constituye un signo muy elocuente también para los demás cristianos y para toda la sociedad. Vuestro análisis ha puesto de manifiesto una serie de problemas, cuya solución exige una sinergia indispensable de fuerzas, para un renovado anuncio del Evangelio. Los largos años de la dominación atea y comunista han dejado huellas evidentes en las generaciones actuales. Esas huellas constituyen otros tantos desafíos que os interpelan, queridos hermanos, y con razón están en el centro de vuestras preocupaciones y programas pastorales.

"Ut unum sint". La oración de Cristo en el Cenáculo resuena constantemente en la Iglesia como invitación a buscar, sin cansarse, la unidad. Si se consolida la comunión en el seno de las comunidades católicas, será más fácil desarrollar un diálogo provechoso entre la Iglesia católica y las demás Iglesias y comunidades eclesiales. Vosotros sentís con fuerza la exigencia ecuménica, pues desde hace muchos siglos convivís con nuestros hermanos ortodoxos, y con ellos tratáis de mantener un diálogo que abarque distintos aspectos de la vida.

Que las dificultades, los obstáculos e incluso los posibles fracasos no disminuyan vuestro entusiasmo al caminar en esta dirección. Con paciencia y humildad, con caridad, verdad y apertura de corazón, el camino por recorrer se hace menos arduo, sobre todo si no se pierde jamás la perspectiva de fondo, es decir, la convicción de que todos los discípulos de Cristo están llamados a seguir sus huellas, dejándose guiar dócilmente por su Espíritu, que actúa siempre en la Iglesia.

Queridos hermanos, son muchos los temas abordados en nuestras conversaciones personales que me gustaría retomar para alentaros a seguir por el camino emprendido. Pienso, por ejemplo, en la exigencia fundamental de formar de modo adecuado a los sacerdotes, para que puedan cumplir mejor su misión; así como en el cuidado de las vocaciones, que constituye una prioridad pastoral para garantizar obreros a la mies del Señor.

En su gran mayoría, los sacerdotes son testigos de auténtica abnegación, de generosidad gozosa y de humilde adaptación a las situaciones precarias en las que trabajan, a veces con dificultades de tipo económico. Que Dios los conserve y proteja siempre. Amadlos, porque son para vosotros colaboradores insustituibles; sostenedlos y animadlos; orad con ellos y por ellos. Sed para ellos padres amorosos a los que puedan recurrir con confianza.

Conozco vuestros esfuerzos por llevar adelante varias iniciativas para promover las vocaciones. Cuidad de que en los seminarios se imparta a los aspirantes al sacerdocio una formación armoniosa y completa. Acompañad con solicitud paterna a los sacerdotes jóvenes en los primeros pasos de su ministerio, y no descuidéis la formación permanente de los presbíteros.

He notado con satisfacción la presencia y el compromiso de los consagrados y las consagradas: un auténtico don para el crecimiento espiritual de cada comunidad. El cuidado de las vocaciones presupone naturalmente una pastoral familiar eficaz. La formación de un laicado que sepa dar razón de su fe es aún más necesaria en nuestro tiempo y representa uno de los objetivos pastorales que hay que perseguir con empeño.

Queridos y venerados hermanos, a veces el conjunto de las situaciones, con sus relativas dificultades, podría hacer que vuestro trabajo os parezca ímprobo y verdaderamente por encima de las fuerzas humanas. No temáis; el Señor está siempre con vosotros. Por tanto, permaneced unidos a él en la oración y en la escucha de su palabra.

A María, la Virgen Madre de Dios y de la Iglesia, os encomiendo a vosotros y a vuestras comunidades, para que os proteja y os guíe siempre con mano materna, a la vez que os imparto con afecto la bendición apostólica.


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Ad una delegazione della "Hochschule für katholische Kirchenmusik und Musikpädagogik" di Ratisbona (28 settembre 2007)

Sólo alemán

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ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL DESPEDIRSE DE CASTELGANDOLFO

Viernes 28 de septiembre de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Antes de dejar Castelgandolfo, deseo dirigir unas palabras de cordial gratitud a cada uno de vosotros, que habéis contribuido, de diversas maneras, a que mi estancia estival fuera saludable y relajante. Saludo ante todo al párroco de Castelgandolfo y a la comunidad parroquial, así como a las diversas comunidades religiosas masculinas y femeninas que viven y trabajan aquí. A cada uno quiero decirle: el Papa cuenta con vuestro apoyo espiritual y os acompaña con su oración para que sigáis con generosidad constante la exigente llamada a la perfección evangélica, a fin de servir con alegría y entrega al Señor y a los hermanos.

Ahora quiero dar las gracias, de modo especial, al señor alcalde y a los representantes de la administración municipal de Castelgandolfo. Gracias, de corazón, por vuestra visita. En estos meses he sentido vuestra cercanía, y sé con cuánto esmero os habéis ocupado de mí y de los que viven en el palacio apostólico. Todos conocen el estilo de cordial hospitalidad que caracteriza a vuestra ciudad y a sus habitantes; una acogida que no sólo se reserva al Papa, sino también a los numerosos peregrinos que vienen a visitarlo, sobre todo el domingo para la habitual cita del Ángelus.

Queridos amigos, os pido que os hagáis intérpretes de mis sentimientos de gratitud ante toda la comunidad ciudadana, con la que me he encontrado en varias ocasiones. Muchas gracias a todos.

Ciertamente, no pueden faltar unas palabras de sincera gratitud al personal médico y a los encargados de los diversos servicios de la Gobernación, que durante estos meses han trabajado, cada uno en su sector, con competencia y abnegación. Queridos amigos, conozco vuestra disponibilidad y los sacrificios que implican los diversos trabajos que estáis llamados a realizar. Que el Señor os recompense por todo.

Asimismo, siento la necesidad de renovar mis sentimientos de aprecio y gratitud a los funcionarios y a los agentes de las diversas Fuerzas del orden italianas, que, con la acostumbrada diligencia, han colaborado con el cuerpo de la Gendarmería vaticana y con el de la Guardia suiza pontificia. Gracias por vuestra discreta y eficiente presencia, que ha facilitado a los peregrinos y visitantes el acceso ordenado y seguro al palacio apostólico.

Por último, no puedo menos de recordar a los oficiales y a los aviadores del 31° escuadrón de la Aeronáutica militar. Vosotros, queridos amigos, cumplís una misión muy cualificada y útil, acompañándome a mí y a mis colaboradores en los desplazamientos en helicóptero y en avión. Os expreso mi agradecimiento por este servicio tan útil.

Queridos hermanos y hermanas, me gustaría detenerme para conversar con cada uno de vosotros y agradeceros personalmente la aportación que, con solicitud y generosidad, dais al buen funcionamiento de la actividad del Papa aquí, en Castelgandolfo. A menudo se trata de servicios ocultos que os obligan a seguir horarios fatigosos, permaneciendo lejos de casa durante muchas horas. De este modo, también vuestras familias están implicadas en los sacrificios que debéis hacer. Por eso, quiero aseguraros de nuevo mi más sincera gratitud, que extiendo a vuestros familiares.

A todos os llevo en mi corazón y os encomiendo a la maternal protección de la santísima Virgen María, a la vez que de corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.


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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS EMPELADOS DE LAS VILLAS PONTIFICIAS
DE CASTELGANDOLFO

Lunes 1 de octubre de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Con este encuentro se concluye, también este año, mi estancia de verano en Castelgandolfo, que vosotros habéis contribuido a hacer fructuosa y tranquila. Por tanto, esta visita de despedida me brinda la ocasión para expresaros a cada uno mi sincera gratitud por vuestro trabajo y por el esmero con que lo realizáis. Os saludo a todos con afecto, comenzando por el doctor Saverio Petrillo, director general de las villas pontificias, al que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

En estos meses he podido experimentar, una vez más, la eficacia y la generosidad de vuestros servicios. Que el Señor, fuente de todo bien, os recompense por el espíritu de sacrificio con que los lleváis a cabo cada día. Con generoso empeño aportáis una contribución significativa al ministerio del Sucesor de Pedro; una contribución a menudo oculta, pero siempre útil. Seguid obrando con espíritu de fe, para que vuestras actividades sean testimonio de amor y fidelidad a Cristo, que llama a todos sus discípulos a seguirlo, realizando cada uno su vocación específica en la Iglesia y en el mundo.

A todos os digo un cordial: "¡Hasta la vista!". Os aseguro que seguiré pidiendo a Dios que os proteja a vosotros y a vuestros seres queridos; y también vosotros, queridos amigos, acompañadme siempre con vuestro recuerdo en la oración. De modo especial, en la perspectiva de la fiesta de los Ángeles custodios, que celebraremos mañana, os encomiendo a la amorosa protección de estos espíritus celestiales, que el Señor ha puesto a nuestro lado. Que ellos os guíen y acompañen por el camino del bien.

Os doy nuevamente las gracias por todo, y expreso a cada uno de vosotros mis mejores deseos de una vida serena y fructuosa. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a vosotros, aquí presentes, así como a vuestras familias —me alegra que estén presentes tantas familias: aquí nacen muchos niños—, la bendición apostólica, signo de mi constante benevolencia.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA SESIÓN PLENARIA
DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

Viernes 5 de octubre de 2007




Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres profesores y queridos colaboradores:

Os acojo con alegría al final de los trabajos de vuestra sesión plenaria anual. Ante todo deseo expresar mi profundo agradecimiento por las palabras de saludo que me ha dirigido, en nombre de todos, usted, señor cardenal, como presidente de la Comisión teológica internacional.

Los trabajos de este séptimo "quinquenio" de la Comisión teológica internacional, como ha recordado usted, señor cardenal, ya han dado un fruto concreto con la publicación del documento "La esperanza de la salvación para los niños que mueren sin bautismo". En él se afronta este tema en el contexto de la voluntad salvífica universal de Dios, de la universalidad de la mediación única de Cristo, del primado de la gracia divina y de la sacramentalidad de la Iglesia. Confío en que este documento constituya un punto de referencia útil para los pastores de la Iglesia y para los teólogos, y también una ayuda y una fuente de consuelo para los fieles que han sufrido en sus familias la muerte inesperada de un niño antes de que recibiera el baño de regeneración.

Vuestras reflexiones podrán ser también una oportunidad para profundizar e investigar ulteriormente ese tema. En efecto, es necesario penetrar cada vez más a fondo en la comprensión de las diferentes manifestaciones del amor de Dios a todos los hombres, especialmente a los más pequeños y a los más pobres, que nos fue revelado en Cristo.

Os felicito por los resultados ya alcanzados y, al mismo tiempo, os aliento a continuar con empeño el estudio de los demás temas propuestos para este quinquenio, sobre los cuales ya habéis trabajado en los años pasados y en esta sesión plenaria. Como ha recordado usted, señor cardenal, se trata de los fundamentos de la ley moral natural y los principios de la teología y de su método. En la audiencia del 1 de diciembre de 2005 presenté algunas líneas fundamentales del trabajo que el teólogo debe desempeñar en comunión con la voz viva de la Iglesia, bajo la guía del Magisterio.

Ahora quiero hablar en particular sobre el tema de la ley moral natural.

Como probablemente es sabido, por invitación de la Congregación para la doctrina de la fe, varios centros universitarios y asociaciones han celebrado o están organizando simposios o jornadas de estudio para encontrar líneas y convergencias útiles para profundizar de forma constructiva y eficaz en la doctrina sobre la ley moral natural. Esta invitación ha encontrado hasta ahora una acogida positiva y un gran eco. Por tanto, se espera con mucho interés la contribución de la Comisión teológica internacional, orientada sobre todo a justificar e ilustrar los fundamentos de una ética universal, perteneciente al gran patrimonio de la sabiduría humana, que de algún modo constituye una participación de la criatura racional en la ley eterna de Dios.

Así pues, no se trata de un tema de índole exclusiva o principalmente "confesional", aunque la doctrina sobre la ley moral natural esté iluminada y se desarrolle en plenitud a la luz de la Revelación cristiana y de la realización del hombre en el misterio de Cristo.

El Catecismo de la Iglesia católica resume bien el contenido central de la doctrina sobre la ley natural, revelando que indica "los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo en cuanto igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana" (n. 1955).

Con esta doctrina se logran dos objetivos esenciales: por una parte, se comprende que el contenido ético de la fe cristiana no constituye una imposición dictada a la conciencia del hombre desde el exterior, sino una norma que tiene su fundamento en la misma naturaleza humana; por otra, partiendo de la ley natural, que puede ser descubierta por toda criatura racional, con ella se pone la base para entablar el diálogo con todos los hombres de buena voluntad y, más en general, con la sociedad civil y secular.

Precisamente a causa de la influencia de factores de orden cultural e ideológico, la sociedad civil y secular se encuentra hoy en una situación de desvarío y confusión: se ha perdido la evidencia originaria de los fundamentos del ser humano y de su obrar ético, y la doctrina de la ley moral natural se enfrenta con otras concepciones que constituyen su negación directa.

Todo esto tiene enormes y graves consecuencias en el orden civil y social. En muchos pensadores parece dominar hoy una concepción positivista del derecho. Según ellos, la humanidad, o la sociedad, o de hecho la mayoría de los ciudadanos, se convierte en la fuente última de la ley civil. El problema que se plantea no es, por tanto, la búsqueda del bien, sino del poder, o más bien, del equilibrio de poderes.

En la raíz de esta tendencia se encuentra el relativismo ético, en el que algunos ven incluso una de las condiciones principales de la democracia, porque el relativismo garantizaría la tolerancia y el respeto recíproco de las personas. Pero, si fuera así, la mayoría que existe en un momento determinado se convertiría en la última fuente del derecho. La historia demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse. La verdadera racionalidad no queda garantizada por el consenso de un gran número de personas, sino sólo por la transparencia de la razón humana a la Razón creadora y por la escucha común de esta Fuente de nuestra racionalidad.

Cuando están en juego las exigencias fundamentales de la dignidad de la persona humana, de su vida, de la institución familiar, de la equidad del ordenamiento social, es decir, los derechos fundamentales del hombre, ninguna ley hecha por los hombres puede trastocar la norma escrita por el Creador en el corazón del hombre, sin que la sociedad misma quede herida dramáticamente en lo que constituye su fundamento irrenunciable. Así, la ley natural se convierte en la verdadera garantía ofrecida a cada persona para vivir libre, respetada en su dignidad y protegida de toda manipulación ideológica y de todo arbitrio o abuso del más fuerte.

Nadie puede sustraerse a esta exigencia. Si, por un trágico oscurecimiento de la conciencia colectiva, el escepticismo y el relativismo ético llegaran a cancelar los principios fundamentales de la ley moral natural, el mismo ordenamiento democrático quedaría radicalmente herido en sus fundamentos. Contra este oscurecimiento, que es crisis de la civilización humana, antes incluso que cristiana, es necesario movilizar la conciencia de todos los hombres de buena voluntad, tanto laicos como pertenecientes a religiones diferentes del cristianismo, para que juntos y de manera efectiva se comprometan a crear, en la cultura y en la sociedad civil y política, las condiciones necesarias para una plena conciencia del valor inalienable de la ley moral natural. Del respeto de esta ley depende, de hecho, que las personas y la sociedad avancen por el camino del auténtico progreso, en conformidad con la recta razón, que es participación en la Razón eterna de Dios.

Juntamente con mi gratitud, os expreso a todos mi aprecio por la entrega que os caracteriza y mi estima por el trabajo que habéis desarrollado y que estáis desarrollando. Con mis mejores deseos para vuestros compromisos futuros, os imparto con afecto mi bendición.


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Alla Squadra Nazionale Austriaca di Sci Alpino (6 ottobre 2007)

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DEL CABILDO DE LA BASÍLICA VATICANA

Sala del Consistorio
Lunes 8 de octubre de 2007



Queridos miembros del cabildo vaticano:

Desde hace tiempo deseaba encontrarme con vosotros, y aprovecho de buen grado esta ocasión para manifestaros personalmente mi estima y mi afecto. Os dirijo un saludo cordial a cada uno. En particular, saludo al arcipreste, monseñor Angelo Comastri, al que agradezco las palabras con las que ha presentado a esta antigua y venerable institución. Saludo también al vicario, monseñor Vittorio Lanzani, a los canónigos y a los coadjutores. He apreciado que usted, señor arcipreste, haya recordado la presencia ininterrumpida de clero orante en la basílica vaticana desde los tiempos de san Gregorio Magno: una presencia continua, que voluntariamente no ha querido ser llamativa, sino fiel y perseverante.

Sin embargo, precisamente vosotros, queridos canónigos, sabéis bien que vuestro cabildo comenzó en el año 1053, cuando el Papa León IX confirmó al arcipreste y a los canónigos de San Pedro, establecidos en el monasterio de san Esteban el Mayor, las posesiones y los privilegios concedidos por sus predecesores. Después, en el pontificado de Eugenio IV (1145-1153), el cabildo asumió las características de una comunidad bien estructurada y autónoma. En suma, hubo un paso largo y gradual desde una estructura monástica, puesta al servicio de la basílica, hasta la actual estructura canónica.

Bajo la guía del arcipreste, la actividad del cabildo vaticano se orientó desde sus orígenes hacia diversos ámbitos de compromiso: el ámbito litúrgico, para la celebración coral y la atención diaria de los servicios anexos al culto; el ámbito administrativo, para la gestión del patrimonio de la basílica y de las iglesias filiales; el ámbito pastoral, en el que el cabildo tenía el encargo de la pastoral del barrio Borgo; y el ámbito caritativo, en el que el cabildo prestaba servicios propios de asistencia y de colaboración con el hospital del Espíritu Santo y otras instituciones.

Desde el siglo XI hasta hoy se cuentan once Papas que formaron parte del cabildo vaticano, y entre estos me complace recordar en particular a dos Papas del siglo XX: Pío XI y Pío XII. Desde el siglo XVI, cuando comenzó la construcción de la nueva basílica —el año pasado celebramos el V centenario de la colocación de la primera piedra—, la historia del cabildo vaticano se entrelaza con la de la Fábrica de san Pedro, dos instituciones separadas, pero unidas en la persona del arcipreste, que se encarga de garantizar una beneficiosa colaboración recíproca.

En el siglo pasado, especialmente durante los últimos decenios, la actividad del cabildo en la vida de la basílica vaticana se orientó progresivamente hacia el redescubrimiento de sus verdaderas funciones originarias, que consisten sobre todo en el ministerio de la oración. Si la oración es fundamental para todos los cristianos, para vosotros, queridos hermanos, es una tarea, por decirlo así, "profesional". Como dije durante mi reciente viaje a Austria, la oración es servicio al Señor, que merece ser alabado y adorado siempre, y al mismo tiempo es testimonio para los hombres. Y donde se alaba y adora a Dios con fidelidad, no falta la bendición (cf. Discurso a los monjes cistercienses de la abadía de Heiligenkreuz, 9 de septiembre de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de septiembre de 2007, p. 6). La naturaleza propia del cabildo vaticano y la contribución que el Papa espera de vosotros es recordar con vuestra presencia orante junto a la tumba de san Pedro que no se debe anteponer nada a Dios; que la Iglesia está totalmente orientada a él, a su gloria; que el primado de Pedro está al servicio de la unidad de la Iglesia y que esta, a su vez, está al servicio del designio salvífico de la santísima Trinidad.

Queridos y venerados hermanos, confío mucho en vosotros y en vuestro ministerio para que la basílica de San Pedro sea un auténtico lugar de oración, de adoración y de alabanza al Señor. En este lugar sagrado, adonde llegan cada día miles de peregrinos y turistas de todo el mundo, más que en cualquier otro lugar es necesario que junto a la tumba de San Pedro haya una comunidad estable de oración, que garantice continuidad con la tradición y al mismo tiempo interceda por las intenciones del Papa en el hoy de la Iglesia y del mundo.

Desde esta perspectiva, invoco sobre vosotros la protección de san Pedro, de san Juan Crisóstomo, cuyas reliquias se conservan precisamente en vuestra capilla, y de los demás santos y beatos presentes en la basílica. Que sobre vosotros vele la Virgen Inmaculada, cuya imagen venerada por vosotros en la capilla del Coro fue coronada por el beato Pío IX en 1854 y rodeada de estrellas cincuenta años después, en 1904, por san Pío X.

Os doy las gracias una vez más por el celo con que lleváis a cabo vuestra tarea y, a la vez que os aseguro un recuerdo especial en la santa misa, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR JI-YOUNG FRANCISCO KIM.
NUEVO EMBAJADOR DE COREA ANTE LA SANTA SEDE*

Jueves 11 de octubre de 2007



Excelencia:

Me complace darle la bienvenida al Vaticano para recibir las cartas credenciales con las que el presidente de la República de Corea lo ha designado embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede. Aprovecho esta ocasión para renovar la expresión de mi respeto y mi profundo afecto por el pueblo coreano, y le ruego que transmita al presidente Roh Moo-hyun y a todos sus conciudadanos mis mejores deseos de paz y prosperidad para su nación.

Su excelencia ha puesto de relieve el notable crecimiento de la Iglesia católica en su país, debido en gran parte al ejemplo heroico de hombres y mujeres cuya fe los ha llevado a dar su vida por Cristo y por sus hermanos y hermanas. Su sacrificio nos recuerda que ningún precio es demasiado alto para perseverar con fidelidad en la verdad. Lamentablemente, en nuestro mundo contemporáneo, pluralista, algunos ponen en tela de juicio o incluso niegan la importancia de la verdad. Pero la verdad objetiva es la única base segura para la cohesión social. La verdad no depende del consenso, sino que lo precede y lo hace posible, generando auténtica solidaridad humana.

La Iglesia, siempre consciente de la fuerza de la verdad para unir a las personas y siempre atenta al deseo irreprimible de la humanidad de una convivencia pacífica, se esfuerza con empeño por fortalecer la concordia y la armonía social tanto en la vida eclesial como en la civil, proclamando la verdad sobre la persona humana tal como es conocida por la razón natural y plenamente manifestada mediante la revelación divina.

Excelencia, la comunidad internacional se une a los ciudadanos de su país en sus elevadas aspiraciones a una nueva paz en la península coreana y en toda la región. Aprovecho esta ocasión para reiterar el apoyo de la Santa Sede a toda iniciativa que tienda a una reconciliación sincera y duradera, poniendo fin a la enemistad y a las reivindicaciones aún por resolver. El progreso auténtico se construye con actitudes de honradez y verdad.

Felicito a su país por los esfuerzos encaminados a fomentar un diálogo fructuoso y abierto, mientras se trabaja simultáneamente por aliviar el dolor de quienes sufren por las heridas de la división y la desconfianza. En verdad, toda nación participa en la responsabilidad de garantizar un mundo más estable y seguro. Albergo la ferviente esperanza de que la participación permanente de los diversos países implicados en el proceso de negociación lleve al cese de programas concebidos para desarrollar y producir armas con un potencial tremendo de destrucción indecible.

Su país ha logrado notables éxitos en la investigación científica y en el desarrollo. Entre ellos destacan los avances en biotecnología, que pueden tratar y curar enfermedades, además de mejorar la calidad de vida en su país y en otras partes. Los descubrimientos en este campo invitan al hombre a una conciencia más profunda de las importantes responsabilidades que implica su aplicación. El uso que la sociedad espera hacer de la ciencia biomédica debe medirse constantemente con sólidos y firmes modelos éticos (cf. Discurso a la Academia pontificia de ciencias, 6 de noviembre de 2006).

El más importante de ellos es la dignidad de la vida humana, por la cual de ninguna manera se puede manipular o tratar un ser humano como un mero instrumento para la experimentación. La destrucción de embriones humanos, tanto para obtener células madre como con cualquier otra finalidad, contradice la supuesta intención de investigadores, legisladores y funcionarios de salud pública, de promover el bienestar humano.

La Iglesia no duda en aprobar e incentivar la investigación con células madre somáticas, no sólo por los resultados favorables obtenidos mediante estos métodos alternativos, sino también, lo que es más importante, porque están en armonía con la intención, mencionada anteriormente, de respetar la vida del ser humano en todas las etapas de su existencia (cf. Discurso a la Academia pontificia con ocasión de un congreso sobre la vida, 16 de septiembre de 2006). Señor embajador, pido a Dios que la sensibilidad moral propia del pueblo coreano, demostrada por su rechazo de la clonación humana y de los procesos relacionados con ella, ayude a la comunidad internacional a estar en armonía con las profundas implicaciones éticas y sociales de la investigación científica y de su utilización.

La promoción de la dignidad humana también impulsa a las autoridades públicas a garantizar que los jóvenes reciban una sana educación. Las escuelas basadas en la fe pueden contribuir en gran medida a este respecto. Incumbe a los gobiernos brindar a los padres la oportunidad de enviar a sus hijos a escuelas religiosas, facilitando el establecimiento y la financiación de dichas instituciones. En la medida de lo posible, los subsidios públicos deberían eximir a los padres de una excesiva carga económica que limita su capacidad de elegir los medios más idóneos para la educación de sus hijos.

Las escuelas católicas y las demás escuelas religiosas deberían gozar de un apropiado espacio de libertad para proyectar y llevar a la práctica currículos que alimenten la vida del espíritu, sin la cual la vida de la mente se deforma seriamente. Exhorto a la Iglesia y a los líderes civiles a proseguir con espíritu de cooperación para garantizar un futuro a la educación católica en su país, que contribuirá a la maduración moral e intelectual de las generaciones más jóvenes, en beneficio de toda la sociedad.

Excelencia, en esta feliz ocasión del comienzo de su misión, le aseguro que la Santa Sede y sus diferentes oficinas siempre estarán dispuestas a ayudarle en el cumplimiento de sus funciones. Invoco las bendiciones divinas sobre usted, sobre su familia y sobre la población de su país, que en este momento ocupa un lugar especial en mis pensamientos y en mis oraciones.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON MOTIVO DE LA CONCLUSIÓN DE LOS TRABAJOS
DE RESTAURACIÓN DEL PORTÓN DE BRONCE

Viernes 12 de octubre de 2007



Venerados hermanos;
ilustres señores y señoras;
queridos hermanos y hermanas:

Nos hemos dado cita en este lugar, que constituye el ingreso principal al palacio apostólico, para bendecir e inaugurar el Portón de Bronce completamente restaurado después de dos años de paciente y esmerado trabajo. Se trata de un acontecimiento que de por sí no tiene gran relieve, pero es significativo por la función que desempeña este singular Portón y por los siglos de historia eclesial que ha visto transcurrir. Por tanto, os agradezco vuestra presencia y os dirijo a cada uno mi cordial saludo.

Este Portón fue realizado por Giovanni Battista Soria y Orazio Censore durante el pontificado de Pablo V, que entre los años 1617 y 1619 quiso renovar completamente toda la estructura de la Porta Palatii. En el año 1663, después de la imponente intervención arquitectónica debida al genio de Gian Lorenzo Bernini, fue desplazado hasta su posición actual, es decir, en el umbral entre la columnata de la plaza de San Pedro y el brazo de Constantino.

Desgastado por el tiempo, se pensó restaurarlo con ocasión del gran jubileo del año 2000, pero esta operación de restauración radical sólo fue posible algunos años después. De este modo, el Portón fue desmontado y no sólo se le devolvió su belleza originaria según los métodos y las técnicas más modernas, sino que también se consolidó con acero en su interior. Y ahora ha vuelto a ocupar su lugar y a desempeñar su función, bajo el hermoso mosaico que representa a la Virgen con el Niño entre san Pedro y san Pablo.

Precisamente porque marca el acceso a la casa de aquel a quien el Señor llamó a guiar como padre y pastor a todo el pueblo de Dios, este Portón asume un valor simbólico y espiritual. Lo cruzan quienes vienen a encontrarse con el Sucesor de Pedro. Pasan por él peregrinos y visitantes que se dirigen a las diferentes oficinas del palacio apostólico. Expreso de corazón el deseo de que todos los que entran por el Portón de Bronce se sientan acogidos, desde su ingreso, por el abrazo del Papa. La casa del Papa está abierta a todos.

Manifiesto mi aprecio y mi agradecimiento a quienes han hecho posible esta urgente y radical obra de restauración. Ante todo a quienes han dirigido y realizado los trabajos en sus diferentes fases: a los Servicios técnicos de la Gobernación y a los laboratorios de restauración de los Museos vaticanos, que se han servido de la colaboración competente de empresas especializadas para las partes de madera y de metal.

Se ha podido afrontar esta larga y ardua intervención gracias a la generosa ayuda económica de la Orden ecuestre del Santo Sepulcro y del Crédito artesano. Por tanto, expreso mi profunda gratitud a estas dos instituciones, que así han querido renovar una manifestación de fidelidad al Sumo Pontífice y de atención a los bienes artísticos de la Santa Sede. Mi agradecimiento más sincero se extiende a quienes, de diversas maneras, han dado su contribución.

Y ahora aseguro un recuerdo en la oración a los responsables, a los obreros y a los bienhechores, así como a cada uno de vosotros, aquí presentes, a la vez que con afecto imparto a todos la bendición apostólica.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
DURANTE LA VISITA AL INSTITUTO PONTIFICIO DE MÚSICA SACRA

Sábado 13 de octubre de 2007



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos profesores y alumnos del Instituto pontificio de música sacra:

En el memorable día 21 de noviembre de 1985 mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II visitó esta "aedes Sancti Hieronymi de Urbe", donde, desde su fundación, en 1932, por obra del Papa Pío XI, una comunidad elegida de monjes benedictinos había trabajado diligentemente en la revisión de la Biblia Vulgata. Era el momento en que, por voluntad de la Santa Sede, el Instituto pontificio de música sacra se había trasladado aquí, aun conservando en la antigua sede del palacio de san Apolinar la histórica sala Gregorio XIII, la sala Académica o aula magna del Instituto, que aún hoy es, por decirlo así, el "santuario" donde se celebran las solemnes academias y los conciertos. El gran órgano, donado al Papa Pío XI por la señora Justine Ward en 1932, ha sido restaurado ahora íntegramente con la generosa contribución del Gobierno de la "Generalitat" de Cataluña. Me alegra saludar en este momento a los representantes de dicho Gobierno aquí presentes.

He venido con alegría a la sede didáctica del Instituto pontificio de música sacra, completamente renovada. Con mi visita quedan inaugurados y bendecidos los imponentes trabajos de restauración llevados a cabo durante estos últimos años por iniciativa de la Santa Sede y con la significativa contribución de varios bienhechores, entre los cuales destaca la fundación "Pro musica e arte sacra", que se ha encargado de la restauración íntegra de la biblioteca. También quiero inaugurar y bendecir idealmente las restauraciones efectuadas en la sala Académica donde, en el palco, junto al gran órgano mencionado, se ha colocado un magnífico piano, donado por Telecom Italia Mobile al amado Papa Juan Pablo II para "su" Instituto de música sacra.

Expreso ahora mi agradecimiento al señor cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica y vuestro gran canciller, por las palabras de saludo que me ha dirigido en vuestro nombre. En esta circunstancia confirmo de buen grado mi estima y mi satisfacción por el trabajo que el cuerpo académico, reunido en torno al director, lleva a cabo con sentido de responsabilidad y con apreciada profesionalidad. Saludo a todos los presentes: a los familiares, con sus hijos, y a los amigos que los acompañan; a los oficiales, al personal, a los alumnos y a los residentes, así como a los representantes de la Asociación internacional de música sacra y de la Federación internacional de "pueri cantores".

Vuestro Instituto pontificio se está encaminando a grandes pasos hacia el centenario de su fundación por obra del santo Pontífice Pío X, que en 1911, con el breve Expleverunt desiderii, erigió la "Escuela superior de música sacra", la cual, después de sucesivas intervenciones de Benedicto XV y de Pío XI, con la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus del mismo Pío XI se convirtió en el Instituto pontificio de música sacra, también hoy activamente comprometido en el cumplimiento de su misión originaria al servicio de la Iglesia universal.

Numerosos alumnos, que vienen aquí de todas las partes del mundo para formarse en las disciplinas de la música sacra, se convierten a su vez en formadores en sus respectivas Iglesias locales. Y ¡cuántos han sido en el arco de casi un siglo! En este momento me alegra dirigir un cordial saludo a quien, en su espléndida longevidad, representa en cierto modo la "memoria histórica" del Instituto y personifica a muchos otros que han trabajado aquí: el maestro monseñor Domenico Bartolucci.

En esta sede me complace recordar lo que dice el concilio Vaticano II con respecto a la música sacra: en la línea de una tradición secular, el Concilio afirma que "constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne" (Sacrosanctum Concilium, 112).

¡Cuán rica es la tradición bíblica y patrística al subrayar la eficacia del canto y de la música sacra para mover los corazones y elevarlos hasta penetrar, por decirlo así, en la misma intimidad de la vida de Dios! Muy consciente de ello, Juan Pablo II afirmó que hoy, como siempre, tres características distinguen la música sacra litúrgica: la "santidad", el "arte verdadero" y la "universalidad", es decir, la posibilidad de proponerla a cualquier pueblo o tipo de asamblea (cf. quirógrafo "Impulsado por el vivo deseo", 22 de noviembre de 2003).

Precisamente por esto, la autoridad eclesiástica debe comprometerse a orientar sabiamente el desarrollo de un género de música tan exigente, no "congelando" su tesoro, sino tratando de insertar en la herencia del pasado las novedades válidas del presente, para llegar a una síntesis digna de la elevada misión reservada a ella en el servicio divino.

Estoy seguro de que el Instituto pontificio de música sacra, en sintonía con la Congregación para el culto divino, dará su contribución con vistas a una actualización, adecuada a nuestros tiempos, de las valiosas tradiciones que atesora la música sacra. Por tanto, a vosotros, queridos profesores y alumnos de este Instituto pontificio, os encomiendo esta tarea exigente y a la vez apasionada, con la certeza de que constituye un valor de gran importancia para la vida misma de la Iglesia.

A la vez que invoco sobre vosotros la protección materna de la Virgen del Magníficat y la intercesión de san Gregorio Magno y de santa Cecilia, os aseguro un constante recuerdo en la oración. Deseándoos que el nuevo año académico que está a punto de comenzar esté lleno de toda gracia, os imparto de corazón a todos una especial bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA REPÚBLICA DEL CONGO
EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 19 de octubre de 2007

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Me alegra acogeros a vosotros, que habéis recibido del Señor la misión de ser los pastores del pueblo de Dios que está en la República del Congo. Deseo que nuestro encuentro, expresión de la comunión con el Sucesor de Pedro, sea también fuente de una comunión cada vez más intensa entre vosotros y entre vuestras Iglesias diocesanas, llenándoos de confianza y animándoos a perseverar en el anuncio del Evangelio.

Agradezco a monseñor Louis Portella Mbuyu, obispo de Kinkala y presidente de vuestra Conferencia episcopal, su presentación de la vida de la Iglesia en la República del Congo. A través de vosotros, saludo cordialmente a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a los fieles laicos de vuestras diócesis, que han manifestado con frecuencia su adhesión a Cristo y su solidaridad con sus hermanos en los momentos difíciles de la historia reciente de vuestro país, y los invito a seguir siendo constructores infatigables de justicia y de paz, juntamente con todos los hombres de buena voluntad.

Vuestra Conferencia episcopal no cesa de despertar las conciencias y fortalecer las voluntades, aportando una contribución específica y concreta al establecimiento de la paz y la reconciliación en el país. Exhorto, pues, a los cristianos y a toda la población del país a abrir caminos de reconciliación, para que las diferencias étnicas y sociales, vividas en el respeto y en el amor mutuos, se conviertan en riqueza común y no en motivo de división.

Vuestras relaciones quinquenales señalan la urgencia de desarrollar un verdadero dinamismo misionero en vuestras Iglesias locales. La Iglesia no puede sustraerse a esta misión primordial, que la invita a una exigencia fundamental de coherencia y armonía entre fe y normas éticas. Para evangelizar de verdad y en profundidad, es necesario ser testigos cada vez más fieles y creíbles de Cristo. Esta responsabilidad eminente os corresponde de una forma muy peculiar. Sed "hombres de Dios", presentes en vuestras diócesis junto a vuestros sacerdotes, preocupados ante todo por el anuncio del Evangelio, sacando de vuestra intimidad con Cristo la fuerza para establecer vínculos cada vez más fuertes de fraternidad y unidad entre vosotros y con todos. Esta exigencia concierne también a la Conferencia episcopal, llamada a ser cada vez más un lugar privilegiado de comunión, pero también de vida fraterna y de trabajo concertado sobre proyectos comunes. Numerosos frutos brotarán de este proceso.

Con una real solicitud misionera por construir la Iglesia-familia, vuestra acción pastoral se apoya en las comunidades eclesiales vivas, lugares concretos de anuncio del Evangelio y de ejercicio de la caridad, sobre todo con los más pobres, que ponen por obra una pastoral de cercanía y constituyen también una poderosa defensa contra las sectas.

Os invito a prestar una atención particular a la formación cristiana inicial y permanente de los fieles, para que conozcan el misterio cristiano y lo vivan, sostenidos por la lectura de la Escritura y la vida sacramental. Así, descubrirán la riqueza de su vocación bautismal y el valor de sus compromisos cristianos según los principios éticos, con vistas a una presencia cada vez más activa en la sociedad. Doy las gracias a las personas comprometidas en la formación de los laicos, en particular a los catequistas y a sus familias, valiosos auxiliares de la evangelización, deseando que se pongan a su disposición estructuras de formación adecuadas para cumplir su importante misión.

Transmitid a vuestros sacerdotes el aliento del Papa. Os corresponde a vosotros sostenerlos, exhortándolos a vivir, en plena comunión con vosotros y con verdadero espíritu de servicio a Cristo y a la comunidad cristiana, una existencia cada vez más digna y santa, fundada en una vida espiritual profunda y en una madurez afectiva vivida en el celibato, a través del cual ofrecen, con la gracia del Espíritu y mediante la libre respuesta de su voluntad, la totalidad de su amor y de su solicitud a Jesucristo y a la Iglesia (cf. Pastores dabo vobis, 44).

Estando cerca de los sacerdotes, vosotros mismos seréis modelos de vida sacerdotal y les ayudaréis a tomar una conciencia cada vez más viva de la fraternidad sacramental en la que la ordenación sacerdotal los ha establecido. Exhorto también a los numerosos sacerdotes congoleños que residen en el extranjero a considerar con seriedad las necesidades pastorales de sus diócesis y a hacer las opciones necesarias para responder a los apremiantes llamamientos de sus Iglesias diocesanas.

Me alegra que hayáis programado realizar próximamente una profunda reflexión sobre el ministerio sacerdotal, para proponer a los sacerdotes y a los seminaristas una existencia propia de sacerdotes diocesanos, arraigada en una intensa vida espiritual, que corresponda a la exigencia de la configuración con Jesucristo, Cabeza y Servidor de la Iglesia, y fundada en un amor a la misión y en una vida conforme a los compromisos de la ordenación. Como ya he señalado, es necesario "exponer la fe de manera irreprochable" mediante la enseñanza y el comportamiento.

La sensible disminución del número de matrimonios canónicos es un auténtico desafío que pesa sobre la familia, cuyo carácter insustituible para la estabilidad del edificio social es bien conocido. La legislación civil, el debilitamiento de la estructura familiar, pero también el peso de ciertas prácticas tradicionales, sobre todo el coste exorbitante de la dote, son un freno real al compromiso de los jóvenes en el matrimonio. Es necesaria una reflexión pastoral de fondo para promover la dignidad del matrimonio cristiano, reflejo y realización del amor de Cristo a su Iglesia. Es importante ayudar a los matrimonios a adquirir la madurez humana y espiritual necesaria para asumir de manera responsable su misión de esposos y de padres cristianos, recordándoles que su amor es único e indisoluble, y que el matrimonio contribuye a la plena realización de su vocación humana y cristiana.

Quiera Dios que la Iglesia siga desempeñando un papel profético al servicio de todos los habitantes del país, en especial de los más pobres y de los que no tienen voz, revelando a cada uno su dignidad y proponiéndoles el amor de Dios plenamente revelado en Jesucristo. El amor "es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar" (Deus caritas est, 39).

Por intercesión de la santísima Virgen, Estrella de la evangelización, os imparto de buen grado la bendición apostólica a vosotros y a vuestras comunidades diocesanas.


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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN DE LA CONFERENCIA MENONITA MUNDIAL

Viernes 19 de octubre de 2007



Queridos amigos:

"A vosotros gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (2 Co 1, 2). Me alegra acogeros en Roma, donde san Pedro y san Pablo dieron testimonio de Cristo derramando su sangre por el Evangelio.

Con el espíritu ecuménico de los últimos tiempos, hemos comenzado a mantener contactos después de siglos de aislamiento. Soy consciente de que los responsables de la Conferencia menonita mundial aceptaron la invitación de mi amado predecesor Juan Pablo II a unirse a él en Asís, tanto en 1986 como en 2002, para orar por la paz en el mundo con ocasión del gran encuentro de responsables de Iglesias y comunidades eclesiales y de otras religiones del mundo.
Me alegra que oficiales del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos hayan respondido a vuestras invitaciones a participar en vuestras asambleas mundiales de 1997 y 2003.

Dado que es Cristo mismo quien nos llama a buscar la unidad de los cristianos, es muy justo y necesario que menonitas y católicos hayan emprendido el diálogo para comprender los motivos del conflicto surgido entre nosotros en el siglo XVI. Comprender es el primer paso hacia la solución del conflicto. Sé que las actas de ese diálogo, publicadas en el año 2003 y actualmente estudiadas en varios países, han puesto énfasis de modo especial en la purificación de la memoria.

Los menonitas son conocidos por su fuerte compromiso cristiano por la paz en nombre del Evangelio, y aquí, a pesar de siglos de división, el documento sobre el diálogo —"Llamados a ser todos juntos artífices de paz"— ha demostrado que tenemos en común numerosas convicciones. Ambos subrayamos que nuestra promoción de la paz está arraigada en Jesucristo "porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno (...), haciendo la paz, para reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz" (Ef 2, 14-16) (Documento, n. 174).

Ambos comprendemos que "la reconciliación —no la violencia— y la construcción activa de la paz pertenecen a la esencia del Evangelio" (cf. Mt 5, 9; Rm 12, 14-21; Ef 6, 15)" (ib., n. 179). Nuestra constante búsqueda de la unidad de los discípulos del Señor es de suma importancia. Nuestro testimonio será débil mientras el mundo asista a nuestras divisiones. Lo que nos impulsa a buscar la unidad cristiana es, ante todo, la oración de nuestro Señor al Padre: "para que todos sean uno (...), para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21).

Deseo que vuestra visita sea un paso ulterior hacia la comprensión y la reconciliación mutuas. Que la paz y la alegría de Cristo estén con todos vosotros y con vuestros seres queridos.


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VISITA PASTORAL
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A NÁPOLES

PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS LÍDERES RELIGIOSOS

Seminario mayor arzobispal de Capodimonte
Domingo 21 de octubre de 2007



Santidad;
Beatitudes;
ilustres autoridades;
líderes de las Iglesias y comunidades eclesiales;
amables representantes de las grandes religiones mundiales:

Aprovecho de buen grado esta ocasión para saludar a las personalidades que han venido aquí, a Nápoles, para el XXI Encuentro sobre el tema: "Por un mundo sin violencia: religiones y culturas en diálogo". Lo que vosotros representáis expresa, en cierto sentido, los diferentes mundos y patrimonios religiosos de la humanidad, que la Iglesia católica mira con sincero respeto y cordial atención. Quiero manifestar mi aprecio al señor cardenal Crescenzio Sepe y a la archidiócesis de Nápoles, que acoge este encuentro, así como a la Comunidad de San Egidio, que trabaja con empeño para fomentar el diálogo entre religiones y culturas según el "espíritu de Asís".

Este encuentro nos remonta idealmente al año 1986, cuando mi venerado predecesor Juan Pablo II invitó a altos representantes religiosos a orar por la paz en la colina de san Francisco, subrayando en aquella circunstancia el vínculo intrínseco que une una auténtica actitud religiosa con la viva sensibilidad por este bien fundamental de la humanidad. En el año 2002, después de los dramáticos acontecimientos del 11 de septiembre del año anterior, el mismo Juan Pablo II volvió a convocar en Asís a los líderes religiosos, para pedir a Dios que detuviera las graves amenazas que se cernían sobre la humanidad, especialmente a causa del terrorismo.

Respetando las diferencias de las religiones, todos estamos llamados a trabajar por la paz y a un compromiso activo para promover la reconciliación entre los pueblos. Este es el auténtico "espíritu de Asís", que se opone a toda forma de violencia y al abuso de la religión como pretexto para la violencia. Ante un mundo desgarrado por conflictos, donde a veces se justifica la violencia en nombre de Dios, es importante reafirmar que las religiones jamás pueden convertirse en vehículos de odio; jamás, invocando el nombre de Dios, se puede llegar a justificar el mal y la violencia.

Al contrario, las religiones pueden y deben ofrecer valiosos recursos para construir una humanidad pacífica, porque hablan de paz al corazón del hombre. La Iglesia católica quiere seguir recorriendo el camino del diálogo para fomentar el entendimiento entre las diversas culturas, tradiciones y sabidurías religiosas. Deseo vivamente que este espíritu se difunda cada vez más sobre todo donde son más fuertes las tensiones, donde se niega la libertad y el respeto al otro, y donde hombres y mujeres sufren las consecuencias de la intolerancia y la incomprensión.

Queridos amigos, que estos días de trabajo y de escucha orante sean fructuosos para todos. Con este fin, elevo mi oración al Dios eterno, para que derrame sobre cada uno de los participantes en el encuentro la abundancia de sus bendiciones, de su sabiduría y de su amor. Que él libere el corazón de los hombres de todo odio y de toda raíz de violencia, y nos haga a todos artífices de la civilización del amor.

Os doy las gracias a todos y os expreso mis mejores deseos para este importante encuentro.


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VISITA PASTORAL
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A NÁPOLES

PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA COMIDA

Seminario mayor arzobispal de Capodimonte
Domingo 21 de octubre de 2007



Antes de despedirnos, os saludo cordialmente a cada uno de vosotros, con los que he tenido la alegría de compartir esta comida.

Doy nuevamente las gracias al cardenal Crescenzio Sepe, pastor de esta archidiócesis, que el Señor me ha concedido la oportunidad de visitar hoy; y, a través de él, renuevo la expresión de mi sincera gratitud por la acogida que me han dispensado según el estilo de inmediata simpatía que es típico de los napolitanos. Saludo, asimismo, a los demás cardenales, a los obispos que vinieron para pasar con nosotros este día de fiesta, y a todos los presentes.

No pueden faltar unas palabras de agradecimiento a las personas que han preparado con esmero y han servido con profesionalidad esta comida amistosa. Gracias por habernos alegrado con una comida grata y sabrosa.

Al despedirme, quiero asegurar a cada uno un recuerdo en la oración, a la vez que invoco sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos las abundantes bendiciones de Dios. Muchas gracias. Gracias a todos vosotros y os felicito por este importante encuentro.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE LA INAUGURACIÓN OFICIAL DEL CURSO ACADÉMICO DE LAS UNIVERSIDADES PONTIFICIAS

Jueves 25 de octubre de 2007



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias al Señor que me concede, también este año, la posibilidad de encontrarme, al inicio de un nuevo año académico, con los profesores y alumnos de las universidades pontificias y eclesiásticas presentes en Roma. Es un encuentro de oración —acaba de terminar la celebración de la santa misa, que constituye el fulcro de toda nuestra vida cristiana—; y, al mismo tiempo, es una ocasión propicia para reflexionar sobre el sentido y el valor de vuestra experiencia de estudio aquí en Roma, en el corazón de la cristiandad.

Os saludo con afecto a cada uno. Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica, agradeciéndole las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Saludo al cardenal Ivan Dias y también a los demás prelados presentes, a los rectores de las universidades y a los miembros de los respectivos claustros de profesores, a los responsables y a los superiores de los seminarios y colegios, así como a los estudiantes, que proceden prácticamente de todas las partes del mundo.

La cita anual, en la que se reúne idealmente aquí, en la basílica vaticana, toda la familia académica de las universidades eclesiásticas romanas, os permite, queridos amigos, percibir mejor la singular experiencia de comunión y fraternidad que podéis hacer durante estos años: una experiencia que, para ser fructuosa, necesita la aportación de todos y cada uno.

Habéis participado juntos en la celebración eucarística y juntos pasaréis este nuevo año. Tratad de crear entre vosotros un clima donde el esfuerzo del estudio y la cooperación fraterna os lleven a un enriquecimiento común, no sólo por lo que atañe al aspecto cultural, científico y doctrinal, sino también al aspecto humano y espiritual. Aprovechad al máximo las oportunidades que, al respecto, se os ofrecen en Roma, ciudad realmente única también desde este punto de vista.

Roma está llena de memorias históricas, de obras maestras de arte y de cultura; y sobre todo está llena de elocuentes testimonios cristianos. A lo largo del tiempo han surgido universidades y facultades eclesiásticas, ya más que seculares, donde se han formado enteras generaciones de sacerdotes y agentes pastorales, entre los que se encuentran grandes santos e ilustres hombres de Iglesia. En esta misma línea os insertáis también vosotros, dedicando años importantes de vuestra vida a profundizar en las diferentes disciplinas humanísticas y teológicas.

Como escribía en 1979 el amado Juan Pablo II en la constitución apostólica Sapientia christiana, las finalidades de estas beneméritas instituciones son, entre otras: "Cultivar y promover, mediante la investigación científica, las propias disciplinas y, ante todo, ahondar cada vez más en el conocimiento de la Revelación cristiana y de lo relacionado con ella, estudiar a fondo sistemáticamente las verdades que en ella se contienen, reflexionar a la luz de la Revelación sobre las cuestiones que plantea cada época, y presentarlas a los hombres contemporáneos de manera adecuada a las diversas culturas" (Título I, art. 3, 1).

Este compromiso, sumamente urgente en nuestra época posmoderna, en la que existe la necesidad de una nueva evangelización, requiere maestros en la fe y heraldos y testigos del Evangelio adecuadamente preparados.

En efecto, el período de permanencia en Roma puede y debe servir para prepararos a cumplir del mejor modo posible la tarea que os espera en diversos campos de acción apostólica. La misión evangelizadora propia de la Iglesia exige, en nuestro tiempo, no sólo que se propague por doquier el mensaje evangélico, sino también que penetre a fondo en los modos de pensar, en los criterios de juicio y en los comportamientos de la gente.

En una palabra, es preciso que toda la cultura del hombre contemporáneo sea penetrada por el Evangelio. Todas las enseñanzas que os imparten en los ateneos y centros de estudio que frecuentáis quieren contribuir a responder a este amplio y urgente desafío cultural y espiritual.

La posibilidad de estudiar en Roma, sede del Sucesor de Pedro y por tanto del ministerio petrino, os ayuda a reforzar el sentido de pertenencia a la Iglesia y el compromiso de fidelidad al magisterio universal del Papa. Además, la presencia en las instituciones académicas y en los colegios y seminarios de profesores y alumnos procedentes de todos los continentes, os brinda una oportunidad ulterior de conoceros y de experimentar cuán hermoso es formar parte de la única gran familia de Dios. Aprovechadla plenamente.

Sin embargo, queridos hermanos y hermanas, es indispensable que el estudio de las ciencias humanísticas y teológicas vaya siempre acompañado de un conocimiento íntimo y profundo, cada vez mayor, de Cristo. Eso implica que, juntamente con el interés necesario por el estudio y la investigación, tengáis un deseo sincero de santidad. Por eso, estos años de formación en Roma, además de ser tiempo de un serio y asiduo compromiso intelectual, han de ser en primer lugar tiempo de intensa oración, en constante sintonía con el Maestro divino que os ha elegido para su servicio. Asimismo, el contacto con la realidad religiosa y social de la ciudad os debe servir para un enriquecimiento espiritual y pastoral.

Invoquemos la intercesión de María, Madre dócil y sabia, a fin de que os ayude a estar atentos en toda circunstancia para reconocer la voz del Señor, que os protege y acompaña en vuestro itinerario de formación y en todos los momentos de vuestra vida. Yo os aseguro un recuerdo en la oración y, a la vez que os deseo un año sereno y rico en frutos, confirmo estos anhelos con una especial bendición apostólica.


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DISCURSO EL PAPA BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GABÓN
EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 26 de octubre de 2007



Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Os acojo con alegría, pastores de la Iglesia que está en Gabón, deseando que vuestra visita ad limina sea para vosotros un tiempo fuerte de comunión eclesial y de vida espiritual. Reforzáis así vuestra misión apostólica, para ser cada vez más servidores y guías del pueblo que se os ha confiado. Agradezco a monseñor Timothée Modibo-Nzockena, obispo de Franceville y presidente de vuestra Conferencia episcopal, el cuadro que me ha trazado de los aspectos pastorales. En vuestro ministerio, con las fuerzas vivas de vuestras diócesis, estáis llamados a desarrollar una pastoral, diocesana y nacional, cada vez más orgánica. Asimismo, es preciso organizar de manera cada vez más adecuada vuestra Conferencia episcopal, en vuestros encuentros y en las estructuras que conviene poner por obra para colaborar con vosotros. Al compartir vuestras riquezas pastorales y vuestros proyectos, podréis infundir en vuestras diócesis un dinamismo renovado. Cuanto mayor sea la comunión entre vosotros y entre todos los católicos, tanto más fuerte y eficaz será la evangelización.

Los habitantes de Gabón a veces se dejan atraer por la sociedad del consumismo y la permisividad; en consecuencia, prestan menor atención a los más pobres del país. Los aliento a acrecentar su sentido fraterno y su solidaridad. Asimismo, se constata cierto relajamiento en la vida de los cristianos, arrastrados por las seducciones del mundo. Deseo que tengan una conducta cada vez más ejemplar por lo que concierne a los valores espirituales y morales.

Entre las tareas urgentes de la Iglesia en Gabón conviene citar ante todo la transmisión de la fe y la profundización del misterio cristiano. Para afrontar las tentaciones, los fieles necesitan tener una formación profunda que les permita fundamentar su vida cristiana en principios claros. Esto supone que organicéis las estructuras de formación de manera que sean realmente eficaces. No tengáis miedo de preparar para esta tarea a sacerdotes y a laicos capacitados para ello. Así, las comunidades eclesiales serán más vivas y los fieles sacarán de la liturgia, de la oración personal, familiar y comunitaria las fuerzas para ser, en todos los ámbitos de la vida social, testigos de la buena nueva, artífices de reconciliación, de justicia y de paz, que nuestro mundo necesita hoy más que nunca.

En calidad de sucesores de los Apóstoles, sois para todos vuestros diocesanos como padres, llamados a prestar una atención particular a la juventud de vuestro país. Que todos los cristianos, y en particular los padres, se movilicen para invitar a los jóvenes a abrir su corazón a Cristo y a seguirlo. El Señor quiere dar a cada uno la gracia de una vida hermosa y buena, y la esperanza que permite encontrar el sentido verdadero de la existencia, en medio de las vicisitudes de la vida diaria. Deseo que los jóvenes no tengan miedo de ser también los primeros evangelizadores de sus coetáneos. A menudo, gracias a la amistad y a la comunión, estos últimos podrán descubrir la persona de Cristo y adherirse a él.

En vuestras relaciones señaláis que las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son aún poco numerosas. Siempre es motivo de sufrimiento para un pastor que falten jóvenes dispuestos a escuchar la llamada del Señor. La presencia de un seminario en Libreville debe ser para vosotros objeto de una atención muy particular, puesto que está en juego el futuro de la evangelización y de la Iglesia. Además, será un estímulo para que se desarrolle y se intensifique la pastoral vocacional en cada diócesis. Ojalá que los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, así como las familias, se movilicen mediante la oración, mediante el acompañamiento de los más jóvenes y mediante la solicitud por la transmisión de la llamada de Cristo, a fin de que surjan y se desarrollen las vocaciones que vuestro país necesita.

No se puede olvidar el papel de la enseñanza católica, donde los profesores y los educadores tienen como tarea la educación integral de los jóvenes, que necesita el testimonio y la transmisión de la fe, así como una atención a las vocaciones. Juntamente con vosotros, yo también quiero dar gracias por todos los misioneros, hombres y mujeres, que han permitido a vuestro país recibir la semilla del Evangelio. Agradezcámosles la obra que han realizado y siguen realizando con fidelidad, en colaboración con los pastores de Gabón.

Mi pensamiento afectuoso va a los sacerdotes, a los que felicito por su generosidad en el ministerio. Viviendo continuamente en intimidad con Cristo, tendrán una conciencia más viva de la exigencia de fidelidad a los compromisos asumidos ante Dios y ante la Iglesia, principalmente la obediencia y la castidad en el celibato. Así, vivirán cada vez más su ministerio sacerdotal como un servicio a los fieles. Deben recordar también que, en el ministerio, forman parte de un presbiterio en torno al obispo. En la fraternidad sacerdotal, confortados por vosotros, que sois para ellos padres y hermanos, encontrarán un apoyo espiritual. De este modo podréis realizar proyectos pastorales comunes, que darán nuevo impulso a la misión. Exhorto a cada sacerdote a buscar ante todo el bien de la Iglesia y no ventajas personales, conformando su vida y su misión al gesto del lavatorio de los pies (cf. Jn 13, 1-11). Este amor, vivido en una perspectiva de servicio desinteresado, suscita una alegría profunda.

Transmitid a los sacerdotes, a todas las personas que colaboran en la vida pastoral, a todos los fieles y a todos los habitantes de Gabón, el saludo afectuoso del Papa. Encomendándoos a la intercesión de la Virgen María, Estrella de la evangelización, os imparto a vosotros, así como a todos vuestros diocesanos, la bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR FAUSTO CORDOVEZ CHIRIBOGA,
EMBAJADOR DE ECUADOR ANTE AL SANTA SEDE*

Sábado 27 de octubre de 2007



Señor Embajador:

1. Me es grato recibir las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Ecuador ante la Santa Sede. A la vez que le doy mi cordial bienvenida en este solemne acto, quiero expresar una vez más el sincero afecto que siento por todos los hijos e hijas de esa noble Nación.

Le agradezco el deferente saludo que ha tenido a bien transmitirme de parte del Señor Presidente Constitucional, Dr. Rafael Correa Delgado, así como las amables expresiones para con esta Sede Apostólica y mi persona, las cuales testimonian también los filiales sentimientos del pueblo ecuatoriano. Le ruego, pues, que tenga la bondad de hacerle llegar mi sincero reconocimiento.

2. Durante mi visita al Ecuador, como representante del Papa Juan Pablo II en el año 1978, tuve la dicha de encontrarme con un pueblo pacífico, sencillo y acogedor, pero sobre todo muy arraigado en la fe cristiana que, como usted ha destacado en sus palabras, ha dado tantos frutos a lo largo de varias generaciones. En este sentido quiero recordar a Santa Marianita de Jesús y de modo especial a la joven seglar, Beata Narcisa de Jesús, tan querida por el pueblo fiel, el cual desea poder verla pronto canonizada.

En sus santos, los fieles cristianos descubren el fruto maduro de una fe que ha marcado su historia. Se trata de un patrimonio transmitido a lo largo de los siglos, y que bajo diversas expresiones de piedad popular y del arte, junto con los valores morales, cívicos y sociales, forma parte de su identidad como nación.

3. La humanidad se encuentra hoy ante nuevos escenarios de libertad y esperanza, turbados a menudo por situaciones políticas inestables y por las consecuencias de estructuras sociales débiles. Además, se va ampliando cada vez más la interdependencia entre los Estados. Por esto es necesario y urgente trabajar por la construcción de un orden interno e internacional que promueva la convivencia pacífica, la cooperación, el respeto de los derechos humanos y el reconocimiento, ante todo, del puesto central de la persona y de su inviolable dignidad.

En este sentido, y pensando en los numerosos ecuatorianos que emigran a otros países en condiciones difíciles, buscando un futuro mejor para sí mismos y sus familias, no podemos olvidar que "el amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre" (Deus caritas est, 28). La caridad es, pues, la que, como generoso don de sí mismo al otro, ha generado y sigue generando ese entramado de obras educativas, asistenciales, de promoción y desarrollo, que honran a la Iglesia y a la sociedad ecuatoriana.

4. La Iglesia católica, mediante su propio ministerio pastoral, y que "en virtud de su misión y su naturaleza, no está ligada a ninguna forma de cultura humana o sistema político, económico o social" (Gaudium et spes, 42), realiza una importante aportación al bien común del País. De ahí se ve la necesidad de promover y afianzar el ámbito de libertad que le han reconocido los textos constitucionales y legales del Ecuador. Por eso es de esperar también que el nuevo ordenamiento constitucional contemple las más amplias garantías para la libertad religiosa de los ecuatorianos, de modo que la Nación pueda contar con un marco legal, conforme también al contexto y a los acuerdos internacionales.

5. La libertad de acción de la Iglesia, además de ser un derecho inalienable, es condición primordial para llevar a cabo su misión entre el pueblo, incluso en circunstancias difíciles. Por eso, "lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que reconozca y apoye generosamente, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales" (Deus caritas est, 28).

No puede tampoco ser otra la aspiración de un gobierno democrático empeñado en fomentar una cultura de respeto e igualdad ante la ley, así como un ejercicio ejemplar de la autoridad, orientada a servir a todo el pueblo. Por todo ello, el Gobierno ecuatoriano ha manifestado su decidida voluntad de atender con prioridad a los más necesitados, inspirándose en la Doctrina Social de la Iglesia. Es de desear, pues, que los ciudadanos puedan disfrutar de todos los derechos, junto con sus correspondientes obligaciones, obteniendo mejores condiciones de vida y un acceso más fácil a una vivienda digna y al trabajo, a la educación y a la salud, en el pleno respeto de la vida desde su concepción hasta su término natural.

6. Señor Embajador, antes de concluir este encuentro deseo expresarle mis mejores deseos por el feliz desempeño de su alta misión, que ayude a fortalecer los tradicionales lazos de diálogo y cooperación entre el Ecuador y la Santa Sede, rogándole que tenga la bondad de hacerse intérprete de mis sentimientos ante su Gobierno y demás Autoridades nacionales. Al mismo tiempo, tengo presente en mi plegaria al querido pueblo ecuatoriano, a la vez que imploro abundantes bendiciones del Altísimo sobre el Ecuador, sobre usted, su distinguida familia y sus colaboradores.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO POR LA ORQUESTA SINFÓNICA Y EL CORO DE LA RADIO BÁVARA

Sábado 27 de octubre de 2007



Señores cardenales;
honorable señor ministro presidente;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustre señor profesor Gruber;
señoras y señores:

Después de esta emotiva velada musical deseo expresar mi profunda gratitud a cuantos han contribuido a su realización. En primer lugar, naturalmente, doy las gracias a la orquesta sinfónica y al coro de la Radio Bávara, así como a los excelentes solistas y a su gran director Mariss Jansons.

La interpretación sensible y conmovedora de la novena sinfonía de Beethoven —nueva demostración de su excepcional talento— resonará aún durante mucho tiempo en mi interior y quedará grabada en mi memoria como un regalo particular. Pero agradezco también la excelente ejecución del "Tu es Petrus", que fue compuesto aquí, en Roma, para la basílica de San Pedro, y forma parte de las obras de la literatura coral. Por último, agradezco al cardenal Friedrich Wetter y al profesor Thomas Gruber las amables y profundas palabras con las que, por decirlo así, me han "entregado" el regalo de este concierto.

La novena sinfonía, esta imponente obra maestra que, como ha dicho usted, querido cardenal, pertenece al patrimonio universal de la humanidad, suscita siempre mi admiración: después de años de auto-aislamiento y de vida retirada, durante los cuales Beethoven tuvo que afrontar dificultades interiores y exteriores que le causaban depresión y profunda amargura, y amenazaban con ahogar su creatividad artística, el compositor, ya totalmente sordo, en el año 1824 sorprende al público con una composición que rompe la forma tradicional de la sinfonía y, con la colaboración de la orquesta, del coro y de los solistas, se eleva hasta un final extraordinario de optimismo y alegría. ¿Qué había sucedido?

A los oyentes atentos, la música misma les permite intuir algo de lo que está en el origen de esta inesperada explosión de júbilo. El intenso sentimiento de alegría transformado aquí en música no es algo ligero y superficial: es un sentimiento conquistado con esfuerzo, superando el vacío interior de un hombre a quien la sordera había impulsado al aislamiento; las quintas vacías al inicio del primer movimiento y la irrupción repetida de una atmósfera triste son su expresión.

Sin embargo, la soledad silenciosa había enseñado a Beethoven un modo nuevo de escuchar, que iba más allá de la simple capacidad de experimentar con la imaginación el sonido de las notas que se leen o escriben. En este contexto me viene a la memoria una expresión misteriosa del profeta Isaías que, hablando de la victoria de la verdad y del derecho, decía: "Oirán aquel día los sordos palabras de un libro (es decir, palabras solamente escritas); liberados de la tiniebla y de la oscuridad, los ojos de los ciegos las verán" (cf. Is 29, 18-24). Se alude así a una facultad de percibir que recibe como don quien obtiene de Dios la gracia de una liberación exterior e interior.

Por eso, cuando en 1989, con ocasión de la "caída del muro" de Berlín, el coro y la orquesta de la Radio Bávara al ejecutar bajo la dirección de Leonard Bernstein la sinfonía que acabamos de escuchar, cambiaron el texto del "Himno a la alegría" en "Libertad, hermosa chispa de Dios", expresaron mucho más que el simple sentimiento de ese momento histórico: la verdadera alegría reside en la libertad que, en el fondo, sólo Dios puede dar. Él —a veces precisamente a través de períodos de vacío y de aislamiento interiores— quiere que estemos atentos y seamos capaces de "escuchar" su presencia silenciosa, no sólo "sobre la bóveda llena de estrellas", sino también en lo más íntimo de nuestra alma. Allí arde la chispa del amor divino que puede liberarnos para que seamos lo que debemos ser.

Os doy las gracias de corazón y os imparto a todos mi bendición.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL
DE FARMACÉUTICOS CATÓLICOS

Lunes 29 de octubre de 2007



Señor presidente;
queridos amigos:

Me alegra acogeros, miembros del Congreso internacional de farmacéuticos católicos, con ocasión de vuestro 25° congreso, que tiene por tema: "Las nuevas fronteras de la farmacia". El desarrollo actual del arsenal de medicinas, y las posibilidades terapéuticas que de él se derivan, exigen que los farmacéuticos reflexionen sobre las funciones cada vez más amplias que están llamados a ejercer, en particular como intermediarios entre el médico y el paciente.

Desempeñan un papel educativo con respecto a los pacientes con vistas al uso correcto de los medicamentos y, sobre todo, para dar a conocer las implicaciones éticas de la utilización de ciertos medicamentos. En este campo no es posible anestesiar las conciencias, por ejemplo, sobre los efectos de moléculas que tienen como finalidad evitar la implantación de un embrión o abreviar la vida de una persona. El farmacéutico debe invitar a cada uno a un impulso de humanidad, para que todo ser humano sea protegido desde su concepción hasta su muerte natural, y para que los medicamentos cumplan verdaderamente su función terapéutica.

Por otra parte, ninguna persona puede ser utilizada, de manera desconsiderada, como un objeto, para realizar experimentos terapéuticos. Estos deben realizarse según protocolos que respeten las normas éticas fundamentales. Todo tratamiento o experimento debe tener como perspectiva una posible mejoría de la persona, y no solamente la búsqueda de avances científicos. No se puede buscar un bien para la humanidad en detrimento del bien de los pacientes.

En el campo moral, vuestra federación está invitada a afrontar la cuestión de la objeción de conciencia, que es un derecho que debe reconocerse a vuestra profesión, permitiéndoos no colaborar, directa o indirectamente, en la suministración de productos que tengan como finalidad opciones claramente inmorales, como por ejemplo el aborto y la eutanasia.

Conviene también que las diferentes estructuras farmacéuticas, desde los laboratorios hasta los centros hospitalarios y las oficinas, así como todos nuestros contemporáneos, se preocupen por ser solidarios en el campo terapéutico, para permitir el acceso a la asistencia y a los medicamentos de primera necesidad a todos los sectores de la población y en todos los países, sobre todo a las personas más pobres.

Ojalá que, en calidad de farmacéuticos católicos, bajo la guía del Espíritu Santo, toméis de la vida de fe y de la enseñanza de la Iglesia los elementos que os guíen en vuestra actividad profesional con los enfermos, que necesitan un apoyo humano y moral para vivir con esperanza y para encontrar la fuerza interior que les ayude cada día.

A vosotros os corresponde también ayudar a los jóvenes que entran en las diferentes profesiones farmacéuticas a reflexionar sobre las implicaciones éticas cada vez más delicadas de sus actividades y de sus decisiones. Con este fin es importante que se movilicen y se unan todos los profesionales católicos del ámbito de la salud y las personas de buena voluntad, para profundizar su formación no sólo en el campo técnico sino también en lo que concierne a las cuestiones de bioética, y para proponer dicha formación a todos los que ejercen esa profesión.

El ser humano, por ser imagen de Dios, debe ocupar siempre el centro de las investigaciones y de las opciones en materia biomédica. Al mismo tiempo, es fundamental el principio natural del deber de proporcionar asistencia al enfermo. Las ciencias biomédicas están al servicio del hombre; si no fuera así, tendrían un carácter frío e inhumano. Todo conocimiento científico en el campo de la salud y toda actividad terapéutica están al servicio del hombre enfermo, considerado en su ser integral, que debe participar activamente en los cuidados que se le suministran y debe ser respetado en su autonomía.

Encomendándoos a vosotros, así como a los enfermos que estáis llamados a asistir, a la intercesión de la santísima Virgen y de san Alberto Magno, os imparto la bendición apostólica a vosotros, a todos los miembros de vuestra federación y a vuestras familias.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UN GRUPO DEL MOVIMIENTO "FAMILIAS NUEVAS"

Sábado 3 de noviembre de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Bienvenidos y gracias por vuestra visita. Provenís de los cinco continentes y pertenecéis al Movimiento Familias Nuevas, nacido hace 40 años en el ámbito del Movimiento de los Focolares. Por tanto, sois una ramificación de los Focolares, y hoy formáis una red de 800.000 familias que actúan en 182 naciones, todas comprometidas a hacer de su casa un "hogar" que irradie en el mundo el testimonio de una vida familiar centrada en el Evangelio.

A cada uno de vosotros mi más cordial saludo, que se extiende también a todos los que han querido acompañaros a este encuentro. De modo particular, saludo a vuestros responsables centrales, que se han hecho intérpretes de los sentimientos comunes y me han ilustrado el estilo con el que trabaja y los objetivos de vuestro Movimiento. Agradezco el saludo que me han transmitido de parte de Chiara Lubich, a la que envío de corazón mi saludo y mis mejores deseos, dándole las gracias porque, con sabiduría y firme adhesión a la Iglesia, sigue guiando a la gran familia de los Focolares.

Como nos acaban de recordar, es precisamente en el ámbito de esta vasta y benemérita institución donde vosotras, queridas parejas de esposos, os ponéis al servicio del mundo de las familias con una acción pastoral importante y siempre actual, orientada según cuatro directrices: la espiritualidad, la educación, la sociabilidad y la solidaridad. En efecto, vuestro compromiso de evangelización es silencioso y profundo, orientado a testimoniar que sólo la unidad familiar, don de Dios-Amor, puede transformar la familia en un verdadero nido de amor, una casa acogedora de la vida y una escuela de virtudes y de valores cristianos para los hijos.

Ante los numerosos desafíos sociales y económicos, culturales y religiosos que la sociedad contemporánea debe afrontar en todas las partes del mundo, vuestra obra, verdaderamente providencial, constituye un signo de esperanza y un aliento a las familias cristianas para ser "espacio" privilegiado donde se proclame en la vida de cada día, incluso en medio de muchas dificultades, la belleza de poner en el centro a Jesucristo y de seguir fielmente su Evangelio.

El tema mismo de vuestro encuentro —"Una casa construida sobre roca: el Evangelio vivido, respuesta a los problemas de la familia hoy"— pone de relieve la importancia de este itinerario ascético y pastoral. El secreto es precisamente vivir el Evangelio. Por tanto, en los trabajos de vuestras asambleas durante estos días, además de las contribuciones que ilustran la situación en que se encuentra hoy la familia en los diversos contextos culturales, habéis previsto con razón la profundización de la palabra de Dios y la escucha de testimonios que muestran cómo el Espíritu Santo actúa en los corazones y en la vida familiar, incluso en situaciones complejas y difíciles.

Basta pensar en la incertidumbre de los novios ante opciones definitivas para el futuro, en la crisis de las parejas, en las separaciones y en los divorcios, así como en las uniones irregulares, en la condición de las viudas, en las familias que se encuentran en dificultades, en la acogida de los menores abandonados. Deseo de corazón que, también gracias a vuestro compromiso, se descubran estrategias pastorales que permitan salir al encuentro de las crecientes necesidades de la familia contemporánea y de los múltiples desafíos que debe afrontar, para que pueda cumplir su misión peculiar en la Iglesia y en la sociedad.

Al respecto, en la exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, mi venerado y amado predecesor Juan Pablo II escribió: "La Iglesia sostiene que el matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos" (n. 40). Para cumplir su vocación, la familia, consciente de que es la célula primaria de la sociedad, no debe olvidar que puede sacar fuerza de la gracia de un sacramento, querido por Cristo para corroborar el amor entre el hombre y la mujer: un amor entendido como una entrega recíproca y profunda.

Como afirmó también Juan Pablo II, "la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa" (Familiaris consortio, 17). Así pues, según el proyecto divino, la familia es un lugar sagrado y santificador, y la Iglesia, desde siempre cercana a ella, la sostiene en su misión hoy más aún, puesto que son numerosas las amenazas que se ciernen sobre ella tanto desde el interior como desde el exterior.

Para no ceder al desaliento hace falta la ayuda divina; por eso, es necesario que todas las familias cristianas miren con confianza a la Sagrada Familia, la original "iglesia doméstica" en la que "por misterioso designio de Dios vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es, pues, el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas" (ib., 86).

Queridos hermanos y hermanas, la humilde y santa Familia de Nazaret, icono y modelo de toda familia humana, os dará su apoyo celestial. Pero es indispensable que recurráis constantemente a la oración, a la escucha de la palabra de Dios y a una intensa vida sacramental, junto con un esfuerzo continuo por vivir el mandamiento de Cristo del amor y del perdón. El amor no busca su interés, no toma en cuenta el mal recibido, sino que se alegra con la verdad. El amor "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (cf. 1 Co 13, 5-7).

Queridos hermanos y hermanas, proseguid vuestro camino y sed testigos de este Amor, que os transformará cada vez más en "corazón" y "levadura" de todo el Movimiento Familias Nuevas. Os aseguro mi recuerdo en la oración por cada uno de vosotros, por vuestras actividades y por cuantos encontréis en vuestro apostolado, y con afecto os imparto ahora a todos la bendición apostólica.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA FEDERACIÓN UNIVERSITARIA
CATÓLICA ITALIANA

Viernes 9 de noviembre de 2007



Queridos jóvenes amigos de la FUCI:

Me es particularmente grata vuestra visita, que realizáis al final de las celebraciones por el 110° aniversario del nacimiento de vuestra asociación, la Federación universitaria católica italiana (FUCI). Os dirijo a cada uno mi saludo cordial, comenzando por los presidentes nacionales y por el consiliario central, y les agradezco las palabras que me han dirigido en vuestro nombre.

Saludo a monseñor Giuseppe Betori, secretario general de la Conferencia episcopal italiana, y a monseñor Domenico Sigalini, obispo de Palestrina y consiliario general de la Acción católica italiana, que os han acompañado a esta audiencia y con su presencia testimonian el fuerte arraigo de la FUCI en la Iglesia que está en Italia. Saludo a los consiliarios diocesanos y a los miembros de la fundación FUCI. A todos y cada uno renuevo el aprecio de la Iglesia por el trabajo que vuestra asociación lleva a cabo en el mundo universitario al servicio del Evangelio.

La FUCI celebra sus 110 años: una ocasión propicia para mirar el camino recorrido y las perspectivas futuras. La custodia de la memoria histórica representa un gran valor porque, al considerar la validez y la consistencia de las propias raíces, las personas se sienten impulsadas más fácilmente a proseguir con entusiasmo el itinerario emprendido.

En esta feliz circunstancia, repito de buen grado las palabras que hace diez años os dirigió mi venerado y amado predecesor Juan Pablo II, con ocasión de vuestro centenario: "la historia de estos cien años confirma, precisamente, que la realidad de la FUCI constituye un capítulo significativo de la vida de la Iglesia en Italia, en particular del vasto y multiforme movimiento laical que ha tenido su eje principal en la Acción católica" (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de mayo de 1996, p. 6).

¿Cómo no reconocer que la FUCI ha contribuido a la formación de generaciones enteras de cristianos ejemplares, que han sabido traducir en su vida y con su vida el Evangelio, comprometiéndose en el ámbito cultural, civil, social y eclesial? En primer lugar, pienso en los beatos Piergiorgio Frassati y Alberto Marvelli, vuestros coetáneos; recuerdo a personalidades ilustres, como Aldo Moro y Vittorio Bachelet, ambos asesinados bárbaramente. No puedo olvidar tampoco a mi venerado predecesor Pablo VI, que fue atento y valiente consiliario central de la FUCI durante los difíciles años del fascismo, y a monseñor Emilio Guano y a monseñor Franco Costa.

Además, los últimos diez años se han caracterizado por el decisivo empeño de la FUCI por redescubrir su dimensión universitaria. Después de muchos debates y fuertes discusiones, a mitad de la década de 1990 se llevó a cabo en Italia una reforma radical del sistema académico, que ahora presenta una nueva fisonomía llena de perspectivas prometedoras, pero incluye elementos que suscitan una legítima preocupación. Y vosotros, tanto durante los recientes congresos como desde las páginas de la revista Ricerca, os habéis preocupado constantemente por la nueva configuración de los estudios académicos, por las relativas modificaciones legislativas, por el tema de la participación estudiantil y por los modos como las dinámicas globales de la comunicación influyen en la formación y en la transmisión del saber.

Precisamente en este ámbito la FUCI puede expresar plenamente también hoy su carisma antiguo y siempre actual, es decir, el testimonio convencido de la "posible amistad" entre inteligencia y fe, que implica el esfuerzo incesante por conjugar la maduración en la fe con el crecimiento en el estudio y en la adquisición del saber científico. En este contexto, cobra un valor significativo la expresión tan arraigada entre vosotros: "Creer en el estudio". En efecto, ¿por qué considerar que quien tiene fe debe renunciar a la búsqueda libre de la verdad, y que quien busca libremente la verdad debe renunciar a la fe?

En cambio, precisamente durante los estudios universitarios y gracias a ellos, es posible realizar una auténtica maduración humana, científica y espiritual. "Creer en el estudio" quiere decir reconocer que el estudio y la investigación —especialmente durante los años de universidad— poseen una fuerza intrínseca de ampliación de los horizontes de la inteligencia humana, con tal de que el estudio académico conserve un perfil exigente, riguroso, serio, metódico y progresivo.

Más aún, en estas condiciones representa una ventaja para la formación global de la persona humana, como solía decir el beato Giuseppe Tovini, observando que con el estudio los jóvenes jamás habrían sido pobres, mientras que sin el estudio jamás habrían sido ricos.

El estudio constituye, al mismo tiempo, una oportunidad providencial para avanzar en el camino de la fe, porque la inteligencia bien cultivada abre el corazón del hombre a la escucha de la voz de Dios, mostrando la importancia del discernimiento y de la humildad. Precisamente al valor de la humildad me referí en la reciente Ágora de Loreto, cuando exhorté a los jóvenes italianos a no seguir el camino del orgullo, sino el de un sentido realista de la vida abierto a la dimensión trascendente.

Hoy, como en el pasado, quien quiera ser discípulo de Cristo está llamado a ir contracorriente, a no dejarse atraer por reclamos interesados y persuasivos que provienen de diversos púlpitos, desde donde se promueven comportamientos marcados por la arrogancia y la violencia, la prepotencia y la conquista del éxito a toda costa. En la sociedad actual se registra una carrera, a veces desenfrenada, al aparecer y al tener, por desgracia en detrimento del ser; y la Iglesia, maestra de humanidad, no se cansa de exhortar especialmente a las nuevas generaciones, a las que vosotros pertenecéis, a permanecer vigilantes y a no temer elegir caminos "alternativos", que sólo Cristo sabe indicar.

Sí, queridos amigos, Jesús llama a todos sus amigos a fundamentar su existencia en un estilo de vida sobrio y solidario, a entablar relaciones afectivas sinceras y desinteresadas con los demás. A vosotros, queridos jóvenes estudiantes, os pide que os comprometáis honradamente en el estudio, cultivando un sentido maduro de responsabilidad y un interés compartido por el bien común.

Por tanto, los años de universidad han de ser un gimnasio de convencido y valiente testimonio evangélico. Y para realizar esta misión, tratad de cultivar una amistad íntima con el divino Maestro, imitando a María, Sede de la Sabiduría. Os encomiendo a su intercesión materna y, a la vez que os aseguro un recuerdo en la oración, con afecto os imparto de corazón a todos una especial bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestras familias y a vuestros seres queridos.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE PORTUGAL
EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 10 de noviembre de 2007



Señor cardenal patriarca;
amados obispos portugueses:

Siento gran alegría al recibiros hoy en la Casa de Pedro, por la fuerza de Dios sólido pilar del puente que estáis llamados a ser y a crear entre la humanidad y su destino supremo, la santísima Trinidad. Ocho años después de vuestra última visita ad limina, encontráis cambiado el rostro de Pedro, pero no su corazón ni sus brazos, que os acogen y confirman con la fuerza de Dios que nos sostiene y nos hace hermanos en Cristo Señor: "A vosotros gracia y paz abundantes" (1 P 1, 2). Con estas palabras de bienvenida, os saludo a todos, agradeciendo al presidente de la Conferencia episcopal, monseñor Jorge Ortiga, el esbozo que ha presentado de la vida y de la situación de vuestras diócesis y los sentimientos devotos que me ha expresado en nombre de todos, a los que correspondo con vivo afecto y con la certeza de mis oraciones por vosotros y por cuantos están encomendados a vuestra solicitud pastoral.

Amados obispos de Portugal, cruzasteis la Puerta santa del jubileo del año 2000 a la cabeza de la peregrinación de vuestros diocesanos, invitándolos a entrar y a permanecer en Cristo como en la casa de sus deseos más profundos y auténticos, o sea, la casa de Dios, y a medir hasta qué punto ya se habían hecho realidad tales deseos, esto es, hasta qué punto la vida y el ser de cada uno encarna al Verbo de Dios, a semejanza de san Pablo, que decía: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).

Signo concreto de esta encarnación es comunicar a los demás la vida de Cristo que irrumpe en mí. Porque "no puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. (...) Nos hacemos "un solo cuerpo", aunados en una única existencia" (Deus caritas est, 14). Este "cuerpo" de Cristo que abarca a la humanidad de todos los tiempos y lugares es la Iglesia. San Ambrosio vio su prefiguración en la "tierra santa" indicada por Dios a Moisés: "Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa" (Ex 3, 5); y allí, más tarde, se le ordenó: "Y tú quédate aquí junto a mí" (Dt 5, 31), orden que el santo obispo de Milán actualiza para los fieles en estos términos: "Tú permaneces conmigo (con Dios), si permaneces en la Iglesia. (...) Permanece, pues, en la Iglesia; permanece donde me he aparecido a ti; ahí estoy yo contigo. Donde está la Iglesia, ahí encontrarás el punto de apoyo más firme para tu mente; donde me he aparecido a ti, en la zarza ardiente, ahí está el fundamento de tu alma. De hecho, me he aparecido en la Iglesia, como en otro tiempo en la zarza ardiente. Tú eres la zarza, yo el fuego; fuego en la zarza, soy yo en tu carne. Por eso, yo soy fuego: para iluminarte, para destruir tus espinas, tus pecados, y para manifestarte mi benevolencia (Epistulae extra collectionem: Ep. 14, 41-42). Estas palabras traducen bien la vivencia y la exhortación hecha por Dios a los peregrinos del gran jubileo.

En este momento quiero dar gracias, juntamente con vosotros, a Cristo Señor por la gran misericordia que tuvo con su Iglesia peregrina en Portugal en los días del Año santo y en los años sucesivos, impregnados del mismo espíritu jubilar, que os ha permitido ver, sin miedo, limitaciones y fallos que os han dejado sin pan y os han impulsado a tomar el camino de regreso a la casa del Padre, donde hay pan en abundancia.

De hecho, se siente el mismo clima del jubileo en numerosas iniciativas que habéis emprendido durante los últimos años: el censo general de la práctica dominical, la reanudación del camino sinodal hecho o por hacer, la convocación en diversas diócesis de la statio eucarística o de la misión general según modalidades nuevas y antiguas, la realización nacional del encuentro de movimientos y nuevas comunidades eclesiales y del congreso de la familia, la voluntad de servir al hombre manifestada por la Iglesia y el Estado en un nuevo concordato, y la aclamación de la santidad ejemplar en la persona de nuevos beatos.

Durante esta larga peregrinación, la confesión más frecuente en los labios de los cristianos ha sido la falta de participación en la vida comunitaria, proponiéndose encontrar nuevas formas de integración en la comunidad. La palabra de orden era, y es, construir caminos de comunión. Es preciso cambiar el estilo de organización de la comunidad eclesial portuguesa y la mentalidad de sus miembros, para tener una Iglesia en armonía con el concilio Vaticano II, en la que esté bien definida la función del clero y del laicado, teniendo en cuenta que, desde que hemos sido bautizados e integrados en la familia de los hijos de Dios, todos somos uno y todos somos corresponsables del crecimiento de la Iglesia.

Esta eclesiología de comunión en el camino abierto por el Concilio, por la que la Iglesia portuguesa se siente particularmente interpelada en continuidad con el gran jubileo, es, mis amados hermanos, el camino cierto que hay que seguir, sin perder de vista posibles escollos, como el horizontalismo en su fuente, la democratización en la atribución de los ministerios sacramentales, la equiparación entre el Orden conferido y los servicios emergentes, la discusión sobre cuál de los miembros de la comunidad es el primero (inútil discutir, porque el Señor Jesús ya decidió que es el último). Con esto no quiero decir que no se debe discutir acerca del recto ordenamiento en la Iglesia y sobre la atribución de las responsabilidades; siempre habrá desequilibrios, que exigen corrección. Pero esas cuestiones no pueden distraernos de la verdadera misión de la Iglesia: esta no debe hablar primariamente de sí misma, sino de Dios.

Los elementos esenciales del concepto cristiano de "comunión" se encuentran en el texto de la primera carta de san Juan: "Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1, 3). Sobresale aquí el punto de partida de la comunión: está en la unión de Dios con el hombre, que es Cristo en persona; el encuentro con Cristo crea la comunión con él y, en él, con el Padre en el Espíritu Santo.

Como escribí en mi primera encíclica, así vemos que "no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona (Jesucristo), que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus caritas est, 1); la evangelización de la persona y de las comunidades humanas depende totalmente de si existe, o no, este encuentro con Jesucristo.

Sabemos que el primer encuentro puede tener muchas formas, como lo demuestran innumerables vidas de santos (su presentación forma parte de la evangelización, que debe ir acompañada por modelos de pensamiento y de conducta); pero la iniciación cristiana de la persona pasa, normalmente, a través de la Iglesia: la actual economía divina de la salvación requiere la Iglesia. Teniendo en cuenta el número cada vez mayor de cristianos no practicantes en vuestras diócesis, tal vez valga la pena verificar "la eficacia de los actuales procesos de iniciación, para ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la acción educadora de nuestras comunidades y a asumir en su vida una impronta auténticamente eucarística, que le haga capaz de dar razón de su propia esperanza de modo adecuado en nuestra época" (Sacramentum caritatis, 18).

Amados obispos de Portugal, hace cuatro semanas os reunisteis en el santuario de Fátima con el cardenal secretario de Estado, a quien envié allí como mi legado especial para la clausura de las celebraciones por los 90 años de las apariciones de Nuestra Señora. Me complace pensar en Fátima como escuela de fe, con la Virgen María como Maestra; allí puso su cátedra para enseñar a los pequeños videntes, y después a las multitudes, las verdades eternas y el arte de orar, creer y amar.

Con la actitud humilde de alumnos que necesitan aprender la lección, encomendad diariamente a la Maestra tan insigne y Madre del Cristo total a todos y cada uno de vosotros y a los sacerdotes, vuestros colaboradores directos en la dirección de la grey, a los consagrados y las consagradas, que anticipan el cielo en la tierra, y a los fieles laicos que modelan la tierra a imagen del cielo. Implorando para todos, por intercesión de Nuestra Señora de Fátima, la luz y la fuerza del Espíritu, os imparto mi bendición apostólica.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LA CONFEDERACIÓN DE COFRADÍAS DE LAS DIÓCESIS DE ITALIA

Sábado 10 de noviembre de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros y os saludo a todos vosotros, que idealmente representáis el vasto y variado mundo de las cofradías presentes en todas las regiones y diócesis de Italia. Saludo a los prelados que os acompañan y, en particular, a monseñor Armando Brambilla, obispo auxiliar de Roma y delegado de la Conferencia episcopal italiana para las cofradías y las asociaciones, agradeciéndole las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo al doctor Francesco Antonetti, presidente de la Confederación de las cofradías italianas, así como a los miembros de los consejos directivos y a vuestros consiliarios.

Vosotros, queridos amigos, habéis venido a la plaza de San Pedro con vuestros trajes característicos, que evocan antiguas tradiciones cristianas muy arraigadas en el pueblo de Dios. Gracias por vuestra visita, que quiere ser una manifestación coral de fe y, al mismo tiempo, un gesto que expresa adhesión filial al Sucesor de Pedro.

¿Cómo no recordar inmediatamente la importancia y la influencia que las cofradías han ejercido en las comunidades cristianas de Italia ya desde los primeros siglos del milenio pasado? Muchas de ellas, suscitadas por personas llenas de celo, se han convertido pronto en asociaciones de fieles laicos dedicados a poner de relieve algunos rasgos de la religiosidad popular vinculados a la vida de Jesucristo, especialmente a su pasión, muerte y resurrección, a la devoción a la Virgen María y a los santos, uniendo casi siempre obras concretas de misericordia y de solidaridad.

Así, desde los orígenes, vuestras cofradías se han distinguido por sus formas típicas de piedad popular, a las que se unían muchas iniciativas de caridad en favor de los pobres, los enfermos y los que sufren, implicando a numerosos voluntarios, de todas las clases sociales, en esta competición de ayuda generosa a los necesitados. Se comprende mejor este espíritu de caridad fraterna si se tiene en cuenta que comenzaron a surgir durante la Edad Media, cuando aún no existían formas estructuradas de asistencia pública que garantizaran intervenciones sociales y sanitarias a los sectores más débiles de la colectividad. Dicha situación ha perdurado a lo largo de los siglos sucesivos, podríamos decir hasta nuestros días, en que, a pesar del incremento del bienestar económico, todavía no han desaparecido las bolsas de pobreza y, por tanto, hoy como en el pasado, queda mucho por hacer en el campo de la solidaridad.

Sin embargo, las cofradías no son simples sociedades de ayuda mutua o asociaciones filantrópicas, sino un conjunto de hermanos que, queriendo vivir el Evangelio con la certeza de ser parte viva de la Iglesia, se proponen poner en práctica el mandamiento del amor, que impulsa a abrir el corazón a los demás, de modo especial a quienes se encuentran en dificultades.

El amor evangélico, amor a Dios y amor a los hermanos, es el signo distintivo y el programa de vida de todo discípulo de Cristo, así como de toda comunidad eclesial. Es evidente que en la sagrada Escritura el amor a Dios está íntimamente unido al amor al prójimo (cf. Mc 12, 29-31). "La caridad —escribí en la encíclica Deus caritas est— no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia" (n. 25). Sin embargo, para comunicar a los hermanos la ternura previdente del Padre celestial es necesario surtirse en el manantial, que es Dios mismo, mediante momentos prolongados de oración, mediante la escucha constante de su Palabra y mediante una existencia totalmente centrada en el Señor y alimentada con los sacramentos, especialmente la Eucaristía.

En la época de grandes cambios que estamos atravesando, la Iglesia en Italia os necesita también a vosotros, queridos amigos, para llevar el anuncio del Evangelio de la caridad a todos, recorriendo caminos antiguos y nuevos. Así pues, vuestras beneméritas cofradías, arraigadas en el sólido fundamento de la fe en Cristo, con la singular multiplicidad de carismas y la vitalidad eclesial que las distingue, han de seguir difundiendo el mensaje de la salvación en medio del pueblo, actuando en las múltiples fronteras de la nueva evangelización.

Para cumplir esta importante misión, necesitáis cultivar siempre un amor profundo al Señor y una dócil obediencia a vuestros pastores. Con estas condiciones, vuestras cofradías, manteniendo bien firmes los requisitos de "evangelicidad" y "eclesialidad", podrán seguir siendo escuelas populares de fe vivida y talleres de santidad; podrán seguir siendo en la sociedad "fermento" y "levadura" evangélica, contribuyendo a suscitar la renovación espiritual que todos deseamos.

Por tanto, es vasto el campo en el que debéis trabajar, queridos amigos, y os animo a multiplicar las iniciativas y actividades de cada una de vuestras cofradías. Os pido sobre todo que cuidéis vuestra formación espiritual y tendáis a la santidad, siguiendo los ejemplos de auténtica perfección cristiana, que no faltan en la historia de vuestras cofradías. Muchos de vuestros hermanos, con valentía y gran fe, se han distinguido a lo largo de los siglos como sinceros y generosos obreros del Evangelio, a veces hasta el sacrificio de la vida. Seguid sus pasos. Hoy es más necesario que nunca cultivar un verdadero impulso ascético y misionero para afrontar los numerosos desafíos de la época moderna.

La Virgen santísima os proteja y os guíe, y desde el cielo os asistan vuestros santos patronos. Con estos sentimientos, formulo para vosotros aquí presentes y para todas las cofradías de Italia el deseo de un fecundo apostolado y, a la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración, os bendigo a todos con afecto.


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All'Ambasciatore della Repubblica di Indonesia presso la Santa Sede (12 novembre 2007)

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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO
DE SUPERIORES MAYORES

Viernes 16 de noviembre de 2007



Eminencia;
excelencias;
queridos padres:

Me alegra en particular saludaros a vosotros, superiores generales de las sociedades misioneras de vida apostólica, con ocasión de vuestro encuentro en Roma organizado por la Congregación para la evangelización de los pueblos. Vuestra asamblea, que reúne a los superiores de las quince sociedades misioneras de derecho pontificio y de las seis de derecho diocesano, da un testimonio elocuente de la permanente vitalidad del impulso misionero en la Iglesia y del espíritu de comunión que une a vuestros miembros y sus diversas actividades al Sucesor de Pedro y a su ministerio apostólico universal.

Vuestro encuentro es también un signo concreto de la relación histórica entre las diversas sociedades misioneras de vida apostólica y la Congregación para la evangelización de los pueblos. Durante estos días habéis buscado nuevos modos de consolidar y fortalecer esta relación privilegiada. Como reafirmó el concilio Vaticano II, el mandato de Cristo de anunciar el Evangelio a toda criatura corresponde ante todo e inmediatamente al Colegio de los obispos, cum et sub Petro (cf. Ad gentes, 38).

Dentro de la unidad jerárquica del Cuerpo de Cristo, enriquecido con los diferentes dones y carismas derramados por el Espíritu, la comunión con los sucesores de los Apóstoles sigue siendo el criterio y la garantía de la fecundidad espiritual de toda actividad misionera, porque la comunión de la Iglesia en la fe, la esperanza y la caridad es, de por sí, el signo y la anticipación de la unidad y la paz que forman el plan de Dios en Cristo para toda la familia humana.

Un signo prometedor de renovación de la conciencia misionera de la Iglesia en los últimos decenios ha sido el deseo creciente de muchos laicos, hombres y mujeres, tanto solteros como casados, de cooperar generosamente en la misión ad gentes. Como subrayó el Concilio, la obra de evangelización es un deber fundamental de todo el pueblo de Dios, y todos los bautizados están llamados a una "viva conciencia de su responsabilidad (...) en la obra de evangelización" (Ad gentes, 36).

Mientras algunas sociedades misioneras han tenido una larga historia de estrecha colaboración con laicos, hombres y mujeres, otras sólo recientemente han desarrollado formas de asociación laical con su apostolado. Dada la amplitud y la importancia de la contribución que han dado estas personas a la labor de las diversas sociedades, las formas propias de su cooperación deberían regirse naturalmente mediante estatutos específicos y directrices claras, respetando la identidad canónica propia de cada instituto.

Queridos amigos, nuestro encuentro de hoy me brinda la grata oportunidad de expresaros mi gratitud a vosotros y a todos los miembros de vuestras sociedades, pasados y presentes, por su compromiso constante en favor de la misión de la Iglesia. Hoy, como en el pasado, los misioneros siguen abandonando sus familias y sus hogares, a menudo con gran sacrificio, con el único fin de anunciar la buena nueva de Cristo y servirlo en sus hermanos y hermanas. Muchos de ellos, también en nuestro tiempo, han confirmado heroicamente su predicación con el derramamiento de su sangre y han contribuido a implantar la Iglesia en países remotos.

Hoy nuevas circunstancias han llevado en muchos casos a una disminución del número de jóvenes atraídos por las sociedades misioneras, y a un consiguiente debilitamiento del impulso misionero. Con todo, como insistía el Papa Juan Pablo II, la misión ad gentes aún está sólo en su inicio, y el Señor nos llama a todos a comprometernos sin reservas a su servicio (cf. Redemptoris missio, 1). "La mies es mucha" (Mt 9, 37). Consciente de los desafíos que afrontáis, os animo a seguir fielmente las huellas de vuestros fundadores y a reavivar los carismas y el celo apostólico que habéis heredado de ellos, con la seguridad de que Cristo seguirá obrando con vosotros y confirmando vuestra predicación con las señales de su presencia y de su fuerza (cf. Mc 16, 20).

Con gran afecto os encomiendo a vosotros, a los miembros y socios de vuestras diferentes sociedades, a la protección amorosa de María, Madre de la Iglesia. A todos os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de sabiduría, fortaleza y paz en el Señor.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA XXII CONFERENCIA INTERNACIONAL DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL DE LA SALUD

Sábado 17 de noviembre de 2007



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de esta Conferencia internacional organizada por el Consejo pontificio para los agentes sanitarios. Dirijo a cada uno mi cordial saludo; en primer lugar, al señor cardenal Javier Lozano Barragán, con sentimientos de gratitud por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo, asimismo, al secretario y a los demás componentes del Consejo pontificio, a las autorizadas personalidades presentes y a cuantos han participado en este encuentro para reflexionar juntos sobre el tema del cuidado pastoral de los enfermos ancianos. Se trata de un aspecto hoy central de la pastoral de la salud que, debido al aumento de la edad media, afecta a una población cada vez más numerosa, que tiene muchas necesidades pero, al mismo tiempo, cuenta con indudables recursos humanos y espirituales.

Aunque es verdad que la vida humana en cada una de sus fases es digna del máximo respeto, en ciertos aspectos lo es más aún cuando está marcada por la ancianidad y la enfermedad. La ancianidad constituye la última etapa de nuestra peregrinación terrena, que tiene distintas fases, cada una con sus luces y sombras. Podríamos preguntarnos: ¿tiene aún sentido la existencia de un ser humano que se encuentra en condiciones muy precarias, por ser anciano y estar enfermo? ¿Por qué seguir defendiendo la vida cuando el desafío de la enfermedad se vuelve dramático, sin aceptar más bien la eutanasia como una liberación? ¿Es posible vivir la enfermedad como una experiencia humana que se ha de asumir con paciencia y valentía?

Con estas preguntas debe confrontarse quien está llamado a acompañar a los ancianos enfermos, especialmente cuando parece que no tienen ninguna posibilidad de curación. La actual mentalidad eficientista a menudo tiende a marginar a estos hermanos y hermanas nuestros que sufren, como si sólo fueran una "carga" y un "problema" para la sociedad. Al contrario, quien tiene el sentido de la dignidad humana sabe que se les ha de respetar y sostener mientras afrontan serias dificultades relacionadas con su estado. Más aún, es justo que se recurra también, cuando sea necesario, a la utilización de cuidados paliativos que, aunque no pueden curar, permiten aliviar los dolores que derivan de la enfermedad.

Sin embargo, junto a los cuidados clínicos indispensables, es preciso mostrar siempre una capacidad concreta de amar, porque los enfermos necesitan comprensión, consuelo, aliento y acompañamiento constante. En particular, hay que ayudar a los ancianos a recorrer de modo consciente y humano el último tramo de la existencia terrena, para prepararse serenamente a la muerte, que —como sabemos los cristianos— es tránsito hacia el abrazo del Padre celestial, lleno de ternura y de misericordia.

Quisiera añadir que esta necesaria solicitud pastoral hacia los ancianos enfermos no puede menos de implicar a las familias. En general, conviene hacer todo lo posible para que las familias mismas los acojan y se hagan cargo de ellos con afecto y gratitud, de modo que los ancianos enfermos puedan pasar el último período de su vida en su casa y prepararse para la muerte en un clima de calor familiar.

Aunque fuera necesario internarlos en centros sanitarios, es importante que no se pierda el vínculo del paciente con sus seres queridos y con su propio ambiente. Conviene que en los momentos más difíciles el enfermo, sostenido por el cuidado pastoral, se sienta animado a encontrar la fuerza de afrontar su dura prueba en la oración y en el consuelo de los sacramentos. Que se sienta rodeado por sus hermanos en la fe, dispuestos a escucharlo y compartir sus sentimientos. En verdad, este es el verdadero objetivo del cuidado "pastoral" de las personas ancianas, especialmente cuando están enfermas, y más aún si están gravemente enfermas.

En diversas ocasiones mi venerado predecesor Juan Pablo II, que especialmente durante su enfermedad dio un testimonio ejemplar de fe y de valentía, exhortó a los científicos y a los médicos a comprometerse en la investigación para prevenir y curar las enfermedades vinculadas al envejecimiento, sin caer jamás en la tentación de recurrir a prácticas de abreviación de la vida anciana y enferma, prácticas que de hecho serían formas de eutanasia.

Los científicos, los investigadores, los médicos y los enfermeros, así como los políticos, los administradores y los agentes pastorales no deberían olvidar nunca que "la tentación de la eutanasia (...) es uno de los síntomas más alarmantes de la cultura de la muerte, que avanza sobre todo en las sociedades del bienestar" (Evangelium vitae, 64). La vida del hombre es don de Dios, que todos están llamados a custodiar siempre. Este deber también corresponde a los agentes sanitarios, que tienen la misión específica de ser "ministros de la vida" en todas sus fases, particularmente en las marcadas por la fragilidad propia de la enfermedad. Hace falta un compromiso general para que se respete la vida humana no sólo en los hospitales católicos, sino también en todos los centros sanitarios.

Para los cristianos es la fe en Cristo la que ilumina la enfermedad y la condición de la persona anciana, al igual que cualquier otro acontecimiento y fase de la existencia. Jesús, al morir en la cruz, dio al sufrimiento humano un valor y un significado trascendentes. Ante el sufrimiento y la enfermedad los creyentes están invitados a no perder la serenidad, porque nada, ni siquiera la muerte, puede separarnos del amor de Cristo. En él y con él es posible afrontar y superar cualquier prueba física y espiritual y, precisamente en el momento de mayor debilidad, experimentar los frutos de la Redención. El Señor resucitado se manifiesta, en quienes creen en él, como el viviente que transforma la existencia, dando sentido salvífico también a la enfermedad y a la muerte.

Queridos hermanos y hermanas, a la vez que invoco sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro trabajo diario la protección materna de María, Salus infirmorum, y de los santos que han dedicado su vida al servicio de los enfermos, os exhorto a esforzaros siempre por difundir el "evangelio de la vida". Con estos sentimientos, os imparto de corazón la bendición apostólica, extendiéndola de buen grado a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y, en particular, a las personas ancianas enfermas.


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