2006

Ultimo Aggiornamento: 27/05/2013 20:01
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22/05/2013 20:41


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS ARZOBISPOS METROPOLITANOS
QUE RECIBIERON EL PALIO

Viernes 30 de junio de 2006



Queridos hermanos y hermanas:

Este encuentro es como un eco de la solemne celebración que tuvo lugar ayer en la basílica vaticana, durante la cual tuve la alegría de imponer el palio a los arzobispos metropolitanos aquí presentes con sus familiares, sus amigos y una numerosa representación de sus comunidades diocesanas. La diversidad de sus lugares de procedencia manifiesta la índole católica de la Iglesia: en todas las partes de la tierra los fieles de las diversas Iglesias particulares se sienten unidos a la Sede de Pedro con un singular vínculo de comunión, bien expresado por la insignia litúrgica del palio que llevan sus arzobispos metropolitanos. Os saludo con afecto a cada uno de vosotros, venerados y queridos hermanos, y a vuestros fieles que han venido en peregrinación a la tumba de los Apóstoles.

Os dirijo un afectuoso saludo en primer lugar a vosotros, venerados y queridos pastores de la Iglesia que está en Italia. Lo saludo a usted, señor cardenal Crescenzio Sepe que, después de muchos años de servicio directo a la Santa Sede, ha sido llamado a ser pastor de la ilustre archidiócesis de Nápoles; a usted, monseñor Tommaso Valentinetti, arzobispo de Pescara-Penne; a usted, monseñor Luigi Conti, arzobispo de Fermo; a usted, monseñor Ignazio Sanna, arzobispo de Oristano; y a usted, monseñor Andrea Mugione, arzobispo de Benevento. El Señor Jesús, que os ha elegido como pastores de su grey, os sostenga en vuestro servicio diario y con la fuerza del Espíritu Santo os haga heraldos fieles del Evangelio.

Saludo cordialmente a los peregrinos que han venido de Francia y de África para acompañar a los nuevos arzobispos metropolitanos, a los que tuve la alegría de imponer el palio, signo de comunión particular con la Sede de Pedro. Saludo a monseñor Odon Razanakolona, arzobispo de Antananarivo (Madagascar); a monseñor Cornelius Esua, arzobispo de Bamenda (Camerún); a monseñor François-Xavier Maroy Rusendo, arzobispo de Bukavu (República democrática del Congo); a monseñor Jean-Pierre Kutwa, arzobispo de Abiyán (Costa de Marfil); y a monseñor Georges Pontier, arzobispo de Marsella (Francia). A través de vosotros, recuerdo en mi oración a todos los fieles de vuestras diócesis y de vuestros países. Sintiéndome particularmente cercano a África en este momento, pido al Señor que ayude a los países a avanzar por el camino de la paz y del desarrollo de las personas y de los pueblos. Ojalá que seáis cada día más testigos de Cristo, esforzándoos por anunciar el Evangelio a vuestros hermanos, ayudándoles a amar cada vez más a nuestro Padre celestial y a la Iglesia.

Saludo cordialmente a los arzobispos metropolitanos de lengua inglesa, a quienes ayer impuse el palio: a los monseñores George Niederauer, arzobispo de San Francisco (Estados Unidos); Daniel DiNardo, arzobispo de Galveston-Houston (Estados Unidos); José Serofia Palma, arzobispo de Palo (Filipinas); Antonio Javellana Ledesma, arzobispo de Cagayan de Oro (Filipinas); Sylvain Lavoie, arzobispo de Keewatin-Le Pas (Canadá), y Donald Wuerl, arzobispo de Washington (Estados Unidos). También doy la bienvenida a los miembros de sus familias y a sus amigos, así como a los fieles de sus archidiócesis que los han acompañado a Roma. El arzobispo lleva el palio como un símbolo de su comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro en el gobierno del pueblo de Dios. Está confeccionado con lana de cordero, como símbolo de Jesucristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y el buen Pastor, que vela por su amada grey. El palio recuerda a los arzobispos, como vicarios de Cristo en sus Iglesias locales, que están llamados a ser pastores según el corazón de Jesús. A todos os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.

Saludo con afecto a los arzobispos de lengua española y a cuantos les han acompañado en la significativa ceremonia de la imposición del palio, que los distingue y manifiesta su función como metropolitanos. Me refiero a los arzobispos Jorge Liberato Urosa Savino, de Caracas; Jorge Enrique Jiménez Carvajal, de Cartagena; Fabriciano Sigampa, de Resistencia, y José Luis Mollaghan, de Rosario. Queridos fieles que los acompañáis, os ruego que sigáis cercanos a ellos con la oración y la colaboración generosa, constante y leal, para que cumplan su misión según los deseos de Dios. Ruego a la santísima Virgen María, tan entrañablemente venerada en vuestras tierras —Venezuela, Colombia y Argentina—, que aliente el ministerio de los arzobispos y acompañe con ternura a los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles de sus arquidiócesis. Llevadles a todos mi afectuoso saludo, junto con la bendición apostólica, que ahora os imparto de corazón.

La Iglesia en Brasil se alegra hoy porque las sedes arzobispales de São Luís do Maranhão, Ribeirão Preto y Londrina están de fiesta por la imposición del palio a sus nuevos arzobispos, los monseñores José Belisário da Silva, Joviano de Lima Júnior y Orlando Brandes, que hoy están acompañados por sus sacerdotes, fieles y familiares. Por eso, deseo saludar con afecto a vuestras Iglesias particulares, haciendo votos para que esta significativa celebración ayude a fortalecer la unidad y la comunión con la Sede apostólica, y fomente una generosa entrega pastoral de sus obispos para el crecimiento de la Iglesia y la salvación de las almas.

Saludo a los peregrinos provenientes de Polonia. Es una tradición de la Iglesia que en la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo los nuevos arzobispos metropolitanos reciban el palio. Es signo de un vínculo particular de todo arzobispo metropolitano con el Sucesor de Pedro. Ayer, entre los arzobispos metropolitanos provenientes de varias partes del mundo, también vuestro compatriota, monseñor Wojciech Ziemba, arzobispo metropolitano de Warmia, recibió el palio. Le deseo a él y a todos los arzobispos metropolitanos de Polonia abundantes dones en el ministerio apostólico, en unión con el Sucesor de Pedro. A todos los peregrinos aquí presentes, que acompañan al nuevo metropolitano, les imparto de corazón mi bendición. ¡Alabado sea Jesucristo!

Dirijo un cordial saludo al arzobispo de Maribor, monseñor Franc Kramberger, a quien ayer conferí el palio. Querido hermano en el episcopado, que los apóstoles san Pedro y san Pablo, grandes servidores de la unidad de la Iglesia, sean un modelo para ti en tu compromiso por el bien del pueblo de Dios que te ha sido encomendado. Saludo también a todos los eslovenos, compatriotas tuyos, que hoy te acompañan. A todos imparto de corazón la bendición apostólica.

Queridos hermanos y hermanas, también este encuentro pone de relieve que el Señor sigue cuidando a su pueblo, proporcionándole pastores y guías seguros. A la vez que le damos gracias, no podemos menos de tomar conciencia de que cada uno de nosotros, según su propia vocación, está llamado a trabajar con empeño en su viña, para que todos seamos miembros vivos de su Cuerpo místico, que es la Iglesia. En efecto, "como piedras vivas —recuerda el apóstol san Pedro—, entramos en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo" (1 P 2, 5).

María, Madre de la Iglesia, interceda por nosotros y nos ayude a ser siempre fieles a esta misión. A todos vosotros y a las comunidades diocesanas de las que provenís aseguro un recuerdo diario en la oración, a la vez que os imparto de buen grado mi bendición.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CROACIA
EN VISITA "AD LIMINA"

Jueves 6 de julio de 2006



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado:

Con gran alegría os doy una cordial bienvenida a la casa de Pedro, haciendo mías las palabras del apóstol san Pablo: "Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio" (Flp 1, 3-5). Vuestro compromiso en el anuncio de la buena nueva con espíritu de convencida comunión eclesial se confirma en vuestra visita ad limina, con la que deseáis testimoniar la sincera adhesión de la Iglesia que está en Croacia a la Cátedra de Pedro. Doy las gracias al señor cardenal Josip Bozanic que, como presidente de la Conferencia episcopal croata, me ha dirigido palabras de saludo, haciéndose intérprete de todos vosotros y de la grey de Dios encomendada a cada uno.

Los encuentros fraternos y los fructuosos coloquios de estos días, durante los cuales habéis compartido conmigo los resultados positivos y las esperanzas así como las dificultades y las preocupaciones de vuestras diócesis, han sido ocasión para darme a conocer mejor la situación de la Iglesia en vuestras regiones.

Os sentís orgullosos, con razón, de catorce siglos de herencia cristiana y de la fe de vuestro pueblo, pero al mismo tiempo sois bien conscientes de que decidirse por Dios no es sólo fruto de un pasado, sino que es un acto personal que compromete a cada persona ante Dios, independientemente de la generación a la que pertenezca. Para hacer posible a las almas que apacentáis un conocimiento más profundo de Jesucristo y un encuentro personal con él, habéis elaborado numerosos proyectos pastorales, que testimonian vuestro gran empeño y justifican vuestra esperanza y vuestro optimismo.

Son particularmente importantes vuestras iniciativas con vistas a una sólida preparación para los sacramentos y una participación conveniente en la liturgia. He notado también vuestro empeño en la formación religiosa y en una catequesis de calidad, tanto en las escuelas como en las parroquias. ¡Cómo no notar, asimismo, el cultivo de las devociones tradicionales y de las frecuentes peregrinaciones, especialmente a los santuarios marianos! También merece una mención especial la apertura prudente a las nuevas inspiraciones del Espíritu, que distribuye sus carismas e impulsa a asumir responsabilidades y oficios, útiles para la renovación y el mayor desarrollo de la Iglesia. Deseo de corazón que, fiándoos de la promesa del Señor de permanecer siempre entre nosotros, sigáis caminando con vuestras poblaciones por la senda de una adhesión coherente al Evangelio de Cristo.

Vuestro país, Croacia, vive desde siempre en el ámbito de la civilización europea; por eso desea con razón que se lo reconozca como parte de la Unión europea. Con su ingreso en dicha institución, desea cooperar al bien de todos los habitantes del continente. Así la nación, con sentimientos de respeto y diálogo, podrá entrar en relación con los demás pueblos europeos, dando la contribución de su cultura y de sus tradiciones, en la búsqueda común de la plena verdad del hombre.

En efecto, es esencial que la edificación de la casa común europea se base siempre en la verdad del hombre, apoyándose por tanto en la afirmación del derecho de cada uno a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural; en el reconocimiento del componente espiritual del ser humano, en el que radica su dignidad inalienable; en el respeto de las opciones religiosas de cada uno, en las que se testimonia la apertura ineludible a lo trascendente. En estos valores es posible lograr el consenso incluso de quienes, aunque no se adhieran a la Iglesia católica, aceptan la voz de la razón, sensibles a los dictámenes de la ley natural.

Sé que, desde esta perspectiva, os estáis esforzando juntamente con vuestros sacerdotes y fieles. A la vez que os aliento a perseverar, os aseguro el apoyo de la Santa Sede, que siempre ha mirado a Croacia con aprecio y afecto. Los vínculos entre la Sede apostólica y vuestra nación, ya sólidos en el pasado, han seguido fortaleciéndose, como demuestra también la reciente aprobación de Acuerdos bilaterales. La Santa Sede, también en el futuro, estará junto a vosotros y con diligencia seguirá y apoyará los esfuerzos de vuestro pueblo por el camino del progreso auténtico.

Sin embargo, es preciso considerar que incluso los itinerarios hacia metas buenas y deseables no están exentos de las insidias de las actuales corrientes culturales, como la secularización y el relativismo. Por tanto, es necesario un anuncio incansable de los valores evangélicos, para que los fieles puedan evitar dichos peligros.

Siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de grandes figuras de vuestras Iglesias particulares -pienso, de modo especial, en el beato Alojzije Stepinac, obispo y mártir-, no tengáis miedo de indicarles lo que el Evangelio enseña, poniéndolos en guardia sobre lo que es contrario a él, para que vuestras comunidades sean un estímulo para toda la sociedad en la consecución del bien común y en la atención a los más necesitados.

Mi pensamiento va, en este momento, a las familias numerosas; a los que, a pesar del duro trabajo, viven en una situación de precariedad; a los desempleados, a los ancianos y a los enfermos. Por desgracia, vuestro país sufre aún las consecuencias del reciente conflicto, cuyos efectos negativos no sólo repercuten en la economía, sino también en el ánimo de los habitantes, que a veces sienten el peso de esta herencia. Sed siempre promotores de reconciliación y agentes de paz entre los ciudadanos de vuestra patria, alentándolos por el camino de la reconciliación cristiana: el perdón libera ante todo a quien tiene la valentía de concederlo.

Venerados hermanos, los desafíos pastorales son numerosos y el tiempo en el que vivimos no está exento de dificultades. Sin embargo, estamos seguros de la ayuda de lo alto. A este respecto resulta más importante aún el servicio del obispo. Para dar a todos un testimonio creíble, debe pensar únicamente en el servicio a Cristo. Por tanto, sed generosos al servir a la Iglesia y a vuestro pueblo, perseverando en la oración y llenos de celo en el anuncio. Seguid con particular atención la preparación de los sacerdotes, vuestros colaboradores; promoved las vocaciones sacerdotales y vigilad atentamente sobre vuestros seminaristas. Os exhorto a acompañar con amor y con espíritu de colaboración recíproca a las comunidades religiosas, a los institutos de vida consagrada y a las asociaciones de laicos.

Seguid promoviendo en las familias el amor fiel, la armonía y la oración diaria, alentándolas a una generosa apertura a la vida. ¡Cómo no ver, además, la importancia de la presencia de los católicos en la vida pública, al igual que en los medios de comunicación! Depende también de ellos que se pueda oír una voz de verdad sobre los problemas del momento. Oro al Señor para que cada uno trabaje para la gloria de Dios y en favor de los hombres, de modo que por doquier resuene la acción de gracias al Dador de todo bien, según las palabras del Apóstol: "A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos" (Ef 3, 20-21).

Venerados hermanos, tened la seguridad de mi apoyo y mi oración para la obra que Dios os ha encomendado en favor de vuestras comunidades. Vuestra visita ad limina ha mostrado que sois "un solo corazón y una sola alma" con vuestros fieles y que cultiváis un profundo sentido de comunión con el Sucesor de Pedro y, por eso, con la Iglesia universal. A la vez que invoco sobre vosotros y sobre vuestro ministerio la intercesión de María, la Virgen del gran Voto bautismal croata, de corazón os imparto mi bendición a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los consagrados y a las consagradas, así como a todo el pueblo croata. ¡Sean alabados Jesús y María!


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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
EN LA PARROQUIA DE RHÊMES-SAINT GEORGES

Valle de Aosta, domingo 23 de julio de 2006



Sólo unas breves palabras de meditación sobre la lectura que hemos escuchado. En el contexto de la situación dramática de Oriente Próximo, nos impresiona la belleza de la visión ilustrada por el apóstol san Pablo (cf. Ef 2, 13-18): Cristo es nuestra paz. Ha reconciliado a unos y otros, judíos y paganos, uniéndolos en su Cuerpo. Ha superado la enemistad en su Cuerpo, en la cruz. Con su muerte, ha superado la enemistad y nos ha unido a todos en su paz.

Pero aún más que la belleza de esta visión nos impresiona el contraste con la realidad que vivimos y vemos. Y en un primer momento no podemos menos de decirle al Señor: "Señor, ¿cómo es que tu Apóstol nos dice: "están reconciliados"?". Vemos que, en realidad, no están reconciliados... Hay todavía guerra entre cristianos, musulmanes y judíos; y hay otros que fomentan la guerra y en todas partes reina la enemistad, la violencia. ¿Dónde está la eficacia de tu sacrificio? ¿Dónde está, en la historia, la paz de la que nos habla tu Apóstol?

Los hombres no podemos resolver el misterio de la historia, el misterio de la libertad humana de decir "no" a la paz de Dios. No podemos resolver todo el misterio de la relación entre Dios y el hombre, de su acción y nuestra respuesta. Debemos aceptar el misterio. Sin embargo, hay elementos de respuesta que el Señor nos da.

Un primer elemento —esta reconciliación del Señor, su sacrificio— ha sido eficaz. Existe la gran realidad de la comunión de la Iglesia universal, de todos los pueblos, la red de la comunión eucarística, que trasciende las fronteras de culturas, de civilizaciones, de pueblos, de tiempos. Existe esta comunión, existen estas "islas de paz" en el Cuerpo de Cristo. Existen. Y son fuerzas de paz en el mundo.

Si repasamos la historia, podemos ver a los grandes santos de la caridad que han creado "oasis" de esta paz de Dios en el mundo, que han encendido siempre de nuevo su luz, y también han sido capaces de reconciliar y crear la paz siempre de nuevo. Ha habido mártires que han sufrido con Cristo, que han dado este testimonio de la paz, del amor que pone un límite a la violencia.

Y viendo que la realidad de la paz existe —aunque la otra realidad permanece—, podemos profundizar más en el mensaje de esta carta de san Pablo a los Efesios. El Señor ha vencido en la cruz. No ha vencido con un nuevo imperio, con una fuerza más poderosa que las otras y capaz de destruirlas; no ha vencido de modo humano, como imaginamos, con un imperio más fuerte que los otros. Ha vencido con un amor capaz de llegar hasta la muerte.

Este es el nuevo modo de vencer de Dios: a la violencia no opone otra violencia más fuerte. A la violencia opone precisamente lo contrario: el amor hasta el fin, su cruz. Este es el modo humilde de vencer de Dios: con su amor —y sólo así es posible— pone un límite a la violencia. Este modo de vencer parece muy lento, pero es el verdadero modo de vencer al mal, de vencer la violencia, y debemos fiarnos de este modo divino de vencer.

Fiarnos quiere decir entrar activamente en este amor divino, participar en esta obra de pacificación, para estar en sintonía con lo que el Señor dice: "Bienaventurados los pacificadores, los artífices de paz, porque son hijos de Dios". En la medida de lo posible, debemos llevar nuestro amor a todos los que sufren, sabiendo que el Juez del juicio final se identifica con los que sufren. Por tanto, cuanto hacemos a los que sufren lo hacemos al Juez último de nuestra vida. Es importante que en este momento podamos llevar esta victoria suya al mundo, participando activamente en su caridad.

Hoy, en un mundo multicultural y multirreligioso, muchos están tentados de decir: "Para la paz en el mundo entre las religiones, entre las culturas, es mejor no hablar demasiado de lo específico del cristianismo, es decir, de Jesús, de la Iglesia, de los sacramentos. Contentémonos con las cosas que pueden ser más o menos comunes...". Pero no es verdad. Precisamente en este momento —en el momento de un gran abuso del nombre de Dios— necesitamos al Dios que vence en la cruz, que no vence con la violencia, sino con su amor. Precisamente en este momento necesitamos el Rostro de Cristo para conocer el verdadero Rostro de Dios y para llevar así reconciliación y luz a este mundo. Por eso, juntamente con el amor, con el mensaje del amor, con todo cuanto podemos hacer por los que sufren en este mundo, debemos llevar también el testimonio de este Dios, de la victoria de Dios precisamente mediante la no violencia de su cruz.

Así hemos vuelto al punto de partida. Lo que podemos hacer es dar testimonio del amor, testimonio de la fe; es, sobre todo, elevar un grito a Dios: podemos orar. Estamos seguros de que nuestro Padre escucha el grito de sus hijos. En la misa, al prepararnos para la sagrada Comunión, para recibir el Cuerpo de Cristo que nos une, oramos con la Iglesia: "Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días". Que esta sea nuestra súplica en este momento: "Líbranos de todos los males y concédenos la paz". Danos, Señor, la paz hoy, no mañana o pasado mañana. Amén.


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PALABRAS DE SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A SU LLEGADA A CASTELGANDOLFO

Viernes 28 de julio de 2006


Queridos amigos:

Quisiera sólo saludaros de todo corazón.

Me siento feliz de estar en vuestra hermosísima ciudad, en este palacio, que tiene una fachada renovada, de extraordinaria belleza.

Permaneceré algunas semanas con vosotros y espero vivirlas en paz y con la bendición del Señor, en prenda de la cual os imparto ahora mi bendición: "Que os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo".

Os deseo a todos una buena cena, nos vemos el domingo, Dios mediante.


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23/05/2013 20:37


ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL PAPA BENEDICTO XVI
A RADIO VATICANO Y A CUATRO CADENAS
DE TELEVISIÓN ALEMANAS
CON MOTIVO DE SU PRÓXIMO VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA

Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Sábado 5 de agosto de 2006



Hicieron las preguntas representantes de Radio Vaticano (RV) y de cuatro cadenas de televisión alemanas: Bayerischer Rundfunk (BR, televisión de Baviera), la primera cadena nacional (ARD), la segunda (ZDF) y la cadena Deutsche Welle (DW).

Representante de BR: Santo Padre, en septiembre usted visitará Alemania o, con más precisión, naturalmente Baviera. "El Papa tiene nostalgia de su patria", así han dicho sus colaboradores en el curso de la preparación de este viaje. ¿Qué temas desearía tocar en particular durante la visita, y el concepto de "patria" forma parte de los valores que desea proponer de modo especial?

Benedicto XVI: Ciertamente. El motivo de la visita es precisamente que quiero volver a ver los lugares, las personas con las que he crecido, que me han marcado y han formado parte de mi vida. Personas a las que quiero manifestar mi gratitud. Y naturalmente también quiero expresar un mensaje que vaya más allá de mi tierra, como es coherente con mi ministerio. Simplemente he dejado que las conmemoraciones litúrgicas me indicaran los temas. El asunto fundamental es que debemos redescubrir a Dios, no a un Dios cualquiera, sino al Dios que tiene rostro humano, porque cuando vemos a Jesucristo vemos a Dios. Y partiendo de esto debemos hallar los caminos para encontrarnos mutuamente en la familia, entre las generaciones y también entre las culturas y los pueblos; los caminos de la reconciliación y la convivencia pacífica en este mundo. Los caminos que conducen hacia el futuro no los encontraremos si no recibimos la luz desde lo alto. Por tanto, no he elegido temas muy específicos, sino que es la liturgia la que me guía a expresar el mensaje fundamental de la fe, que naturalmente se inserta en la actualidad de hoy, en la que queremos buscar sobre todo la colaboración de los pueblos y los caminos posibles hacia la reconciliación y la paz.

Representante de ZDF: Como Papa, usted es responsable de la Iglesia en el mundo entero. Pero naturalmente su visita hace que la atención se dirija también a la situación de los católicos en Alemania. Ahora todos los observadores concuerdan en que el clima es bueno, entre otras causas, gracias a su elección. Pero naturalmente los antiguos problemas persisten. Por poner algunos ejemplos: cada vez son menos los practicantes; cada vez son menos los bautizados; por lo general, cada vez influyen menos en la vida social. ¿Cómo ve usted la situación actual de la Iglesia católica en Alemania?

Benedicto XVI: Ante todo diría que Alemania forma parte de Occidente, si bien con sus características particulares, y en el mundo occidental hoy vivimos una ola de un nuevo iluminismo drástico o laicismo, o como se lo quiera llamar. Creer se ha vuelto más difícil, porque el mundo en el que nos encontramos está hecho completamente por nosotros mismos y en él, por decirlo así, Dios ya no aparece directamente. Ya no se bebe directamente de la fuente, sino del recipiente que se nos presenta ya lleno. Los hombres se han construido su propio mundo, y resulta difícil encontrar a Dios en este mundo. Esto no es específico de Alemania; es algo que se constata en todo el mundo, de manera particular en el occidental.

Por otra parte, Occidente está hoy fuertemente influenciado por otras culturas, en las que el elemento religioso originario es muy poderoso; esas culturas quedan horrorizadas por la frialdad que encuentran en Occidente con respecto a Dios. Y esta presencia de lo sagrado en otras culturas, aunque sea velada de muchas maneras, toca nuevamente al mundo occidental, nos toca a nosotros, que nos encontramos en una "encrucijada" de muchas culturas. Y también desde lo más profundo del hombre en Occidente, y en Alemania, surge el anhelo de algo "más grande". Vemos cómo la juventud busca "algo más"; en cierto modo el fenómeno religión —como se dice— vuelve, aunque se trate de un movimiento de búsqueda a menudo bastante indeterminado. Pero con todo esto la Iglesia está de nuevo presente; la fe se presenta como respuesta. Yo creo que esta visita, como la de Colonia, es precisamente una oportunidad para que se vea que creer es algo bello, que la alegría de una gran comunidad universal posee una fuerza que arrastra, que tras ella hay algo importante y que, por tanto, junto a los nuevos movimientos de búsqueda existen también nuevas perspectivas de fe, que nos llevan a unos hacia los otros y que son positivas también para la sociedad en su conjunto.

Representante de RV: Santo Padre, hace exactamente un año usted estaba en Colonia con los jóvenes, y creo que en esa ocasión experimentó que la juventud está muy dispuesta a acoger, y que usted personalmente fue muy bien acogido. En este próximo viaje, ¿lleva un mensaje especial para los jóvenes?

Benedicto XVI: Quisiera decir, antes que nada, que estoy muy contento de que haya jóvenes que quieran estar juntos, que quieran estar juntos en la fe, y que quieran hacer el bien. La disponibilidad al bien es muy fuerte en la juventud; basta pensar en las diversas formas de voluntariado. El compromiso para dar una contribución personal ante las necesidades de este mundo es una gran cosa. Por tanto, un primer impulso puede ser alentar a esto: "Seguid adelante; buscad las ocasiones para hacer el bien; el mundo necesita esta voluntad, necesita este compromiso".

Luego, quizá, podría recordar el valor de las decisiones definitivas. Los jóvenes son muy generosos, pero ante el riesgo de comprometerse para toda la vida, sea en el matrimonio sea en el sacerdocio, se tiene miedo. El mundo está en continuo movimiento de manera dramática: ¿Puedo disponer ya desde ahora de mi vida entera con todos sus imprevisibles acontecimientos futuros? ¿Con una decisión definitiva, no renuncio yo mismo a mi libertad, privándome de la posibilidad de cambiar? Conviene fomentar la valentía de tomar decisiones definitivas, que en realidad son las únicas que permiten crecer, caminar hacia adelante y lograr algo importante en la vida, son las únicas que no destruyen la libertad, sino que le indican la justa dirección en el espacio. Tener el valor de dar este salto —por así decir— a algo definitivo, acogiendo así plenamente la vida, es algo que me alegraría poder comunicar.

Representante de DW: Santo Padre, una pregunta sobre la política exterior. La esperanza de paz en Oriente Próximo se ha debilitado nuevamente en las semanas pasadas. ¿Qué posibilidades ve usted para la Santa Sede con respecto a la situación actual? ¿Qué influencia positiva puede ejercer usted en el desarrollo de la situación en Oriente Próximo?

Benedicto XVI: Naturalmente no tenemos ninguna posibilidad política, y no queremos ningún poder político. Pero queremos hacer un llamamiento a los cristianos y a todos aquellos que se sienten de alguna manera unidos e interpelados por la palabra de la Santa Sede, para que se movilicen todas las fuerzas que reconocen que la guerra es la peor solución para todos. No aporta nada bueno para nadie, ni siquiera para los supuestos "vencedores". En Europa lo sabemos muy bien, con la experiencia de las dos guerras mundiales. La paz es lo que todos necesitan. Existe una fuerte comunidad cristiana en el Líbano; hay cristianos también entre los árabes; hay cristianos en Israel; y los cristianos de todo el mundo se comprometen en favor de estos países tan queridos por todos nosotros. Existen fuerzas morales dispuestas a hacer comprender que la única solución es aprender a convivir. Estas son las fuerzas que queremos movilizar. Corresponde a los políticos encontrar los caminos para que esto acontezca lo más pronto posible y sobre todo de forma duradera.

Representante de BR: Como Obispo de Roma usted es Sucesor de san Pedro. ¿Cómo puede mostrarse de modo adecuado en los tiempos actuales el ministerio de Pedro? ¿Cómo ve usted la relación de tensión y equilibrio entre el primado del Papa, por una parte, y la colegialidad de los obispos, por otra?

Benedicto XVI: Existe naturalmente una relación de tensión y equilibrio, y así debe ser. La multiplicidad y la unidad deben encontrar siempre nuevamente su relación recíproca, y esta relación debe restablecerse de una manera siempre nueva en las cambiantes situaciones del mundo. Hoy en día existe una nueva polifonía de culturas, en la cual Europa ya no es la única que determina, sino que las comunidades cristianas de los diversos continentes están adquiriendo su propio peso, su propio color. Debemos fomentar siempre de nuevo esta sinergia. Por eso hemos desarrollado diversos instrumentos. Las visitas "ad limina" de los obispos, que han existido siempre, en la actualidad se valoran mucho más, pues permiten hablar con todos los organismos de la Santa Sede y también conmigo. Yo hablo personalmente con cada obispo. Ya he hablado con casi todos los obispos de África y con muchos de los de Asia. Ahora vendrán los de Europa central, Alemania, Suiza. En estos encuentros, en los que precisamente el centro y la periferia se encuentran juntos en un intercambio franco, crece la correcta relación recíproca en una tensión equilibrada.

Además tenemos otros instrumentos, como el Sínodo, o el consistorio, que yo celebraré regularmente y que quisiera desarrollar. En ellos, incluso sin tener un gran orden del día, se pueden discutir juntos los problemas actuales, intentando encontrar soluciones. Por un lado sabemos que el Papa no es un monarca absoluto, pero, escuchando todos a Cristo, —por decirlo de alguna forma— debe personificar la totalidad.

Es muy fuerte la conciencia de que resulta necesaria una instancia unificadora que asegure también la independencia de las fuerzas políticas y garantice que las comunidades cristianas no se identifiquen demasiado con las nacionalidades; es fuerte la conciencia de que es necesaria esa instancia superior y más amplia que, por una parte, cree unidad integrando dinámicamente todo y, por otra, acoja, acepte y promueva la multiplicidad. Por eso creo que, en este sentido, hay verdaderamente una adhesión íntima al ministerio petrino, con la voluntad de desarrollarlo ulteriormente, de forma que responda tanto a la voluntad del Señor como a las necesidades de los tiempos.

Representante de ZDF: Alemania como tierra de la Reforma está marcada naturalmente y de forma particular por las relaciones entre las distintas confesiones. Las relaciones ecuménicas son una realidad sensible, que de vez en cuando encuentra dificultades. ¿Qué posibilidades ve de mejorar la relación con la Iglesia evangélica, o qué dificultades ve en este camino?

Benedicto XVI: Quizá sea importante decir, antes que nada, que la Iglesia evangélica presenta una notable variedad. En Alemania, si no me equivoco, tenemos tres comunidades principales: luteranos; reformados y la Unión prusiana. Además hoy se forman numerosas Iglesias libres (Freikirchen) y, dentro de las Iglesias clásicas, movimientos como la "Iglesia confesante" entre otras. Por tanto, se trata también de un conjunto con muchas voces, con el cual tenemos que entrar en diálogo, respetando la multiplicidad de voces, para buscar la unidad y entablar una colaboración.

Lo primero que hay que lograr es que en esta sociedad todos juntos nos preocupemos por hacer que sean claras las grandes directrices éticas, por encontrarlas nosotros mismos y por traducirlas en hechos, para garantizar de este modo la cohesión ética de la sociedad, sin la cual no puede llevar a cabo la finalidad de la política, que es la justicia para todos, una buena convivencia y la paz.

En este sentido creo que ya se ha conseguido mucho: frente a los grandes desafíos morales nos encontramos realmente unidos gracias al fundamento cristiano común. Naturalmente, después hay que testimoniar a Dios en un mundo que tiene dificultades para encontrarlo, como ya hemos dicho; hay que hacer visible al Dios que tiene el rostro humano de Jesucristo, ofreciendo a los hombres el acceso a las fuentes sin las cuales la moral resulta estéril y pierde sus referencias; también hay que comunicar la alegría, porque no estamos solos en este mundo. Sólo de este modo nace la alegría ante la grandeza del hombre, que no es un producto defectuoso de la evolución, sino imagen de Dios.

Nos tenemos que mover en estos dos niveles: el de las grandes referencias éticas y el que muestra, desde el interior de esas referencias y orientándose hacia ellas, la presencia de Dios, de un Dios concreto. Si lo hacemos, y sobre todo si cada una de nuestras comunidades trata de vivir la fe no de forma particularista, sino siempre desde sus raíces más profundas, entonces, aunque tal vez no lleguemos muy rápido a manifestaciones externas de unidad, avanzaremos hacia una unidad interior, que si Dios quiere un día llevará también a formas exteriores de unidad.

Representante de RV: Tema: la familia. Hace un mes usted estuvo en Valencia para celebrar el Encuentro mundial de las familias. Quien ha escuchado con atención —como hemos intentado hacerlo desde Radio Vaticano— se ha dado cuenta de que usted no ha pronunciado la palabra "matrimonio homosexual", no ha hablado de aborto, ni de anticoncepción. Algunos observadores atentos han dicho: "¡Interesante! Evidentemente su intención es anunciar la fe y no dar la vuelta al mundo como "apóstol de la moral"". ¿Nos puede hacer un comentario al respecto?

Benedicto XVI: Claro que sí. Ante todo debo decir que tuve solamente dos ocasiones de veinte minutos para hablar. Teniendo tan poco tiempo no se puede comenzar inmediatamente con lo negativo. Lo primero es saber qué es lo que queremos decir, ¿no es así? Y el cristianismo, el catolicismo no es un cúmulo de prohibiciones, sino una opción positiva. Y es muy importante que esto se vea nuevamente, ya que hoy esta conciencia ha desaparecido casi completamente. Se ha hablado mucho de lo que no está permitido, y ahora hay que decir: Pero nosotros tenemos una idea positiva que proponer: el hombre y la mujer están hechos el uno para el otro; existe una escala, por decirlo de algún modo: sexualidad, eros, agapé, que son las dimensiones del amor; así se forma en primer lugar el matrimonio como encuentro, lleno de felicidad, entre un hombre y una mujer y después la familia, que garantiza la continuidad entre las generaciones; en ella se reconcilian las generaciones entre sí y también las culturas se pueden encontrar. Por tanto, sobre todo es importante poner de relieve lo que queremos.

En segundo lugar, se puede ver después también por qué no queremos algunas cosas. Y yo creo que es necesario reconocer que el hecho de que un hombre y una mujer estén hechos el uno para el otro para que la humanidad siga viviendo no es una invención católica: en el fondo lo saben todas las culturas. Con respecto al aborto, no pertenece al sexto mandamiento, sino al quinto: "No matarás". Y esto deberíamos considerarlo obvio, reafirmando siempre de nuevo que la persona humana comienza en el seno materno y sigue siendo persona humana hasta su último respiro. Es necesario respetar siempre al hombre como persona humana. Pero todo esto resulta más claro si antes hemos explicado lo positivo.

Representante de DW: Santo Padre, mi pregunta se relaciona en cierto modo con la del padre von Gemmingen. En todo el mundo los creyentes esperan de la Iglesia católica respuestas a los problemas globales más urgentes, como el sida y la superpoblación. ¿Por qué la Iglesia católica insiste tanto en la moral en lugar de intentar soluciones concretas para estos problemas cruciales de la humanidad, por ejemplo en el continente africano?

Benedicto XVI: Sí, el problema es: ¿insistimos realmente demasiado en la moral? Después de mis conversaciones con los obispos africanos, estoy cada vez más convencido de que, si queremos avanzar en este campo, la cuestión fundamental es la educación, la formación. El progreso sólo puede ser progreso real si sirve a la persona humana y si la persona humana crece; no sólo debe crecer su poder técnico, sino también su capacidad moral. Y creo que el verdadero problema de nuestra situación histórica es el desequilibrio entre el crecimiento increíblemente rápido de nuestro poder técnico y el de nuestra capacidad moral, que no crece de forma proporcional.

Por eso la formación de la persona humana es la verdadera receta, la clave de todo; y este es también nuestro camino. En pocas palabras, esta formación tiene dos dimensiones. Ante todo, naturalmente, tenemos que aprender, adquirir conocimientos, capacidad, know-how, como se suele decir. En esta dirección Europa, y en los últimos decenios América, han hecho mucho, y se trata de algo importante. Pero si sólo se difunde el know-how, si sólo se enseña cómo se construyen y se usan las máquinas, y cómo se emplean los métodos de anticoncepción, entonces no debe sorprendernos que al final nos encontremos con guerras y con epidemias de sida.

Necesitamos dos dimensiones: hace falta al mismo tiempo la formación del corazón —si me puedo expresar de este modo— con la que la persona humana adquiere referencias y así aprende también a usar correctamente la técnica, que es asimismo necesaria. Y esto es lo que estamos intentando hacer. En toda África, y también en muchos países de Asia, tenemos una gran red de escuelas de todos los grados, donde ante todo se puede aprender, adquirir verdadero conocimiento, capacidad profesional, y con ello alcanzar autonomía y libertad. Pero en estas escuelas nosotros no sólo tratamos de enseñar el know-how, sino también formar a personas que quieran reconciliarse, que sepan que tenemos que construir y no destruir, y que tengan las referencias necesarias para saber convivir.

En gran parte de África, las relaciones entre musulmanes y cristianos son ejemplares. Los obispos han formado comités comunes junto con los musulmanes para ver cómo crear paz en las situaciones de conflicto. Y esta red de escuelas, de aprendizaje y formación humana, que es muy importante, se completa con una red de hospitales y de centros de asistencia, que llegan de forma capilar incluso a las aldeas más remotas. Y en muchos lugares, a pesar de las destrucciones de la guerra, la Iglesia es la única realidad que ha permanecido intacta. No una fuerza, sino una realidad donde se cura, también a los enfermos de sida, y por otro lado se ofrece una educación que ayuda a entablar buenas relaciones con los demás. Por eso creo que se debería corregir la imagen según la cual sólo sembramos en nuestro entorno rígidos "no". Precisamente en África se trabaja mucho para que se puedan integrar las diferentes dimensiones de la formación y así sea posible superar la violencia y también las epidemias, entre las que están también la malaria y la tuberculosis.

Representante de BR: Santo Padre, el cristianismo se ha difundido por todo el mundo partiendo de Europa. Ahora muchos piensan que el futuro de la Iglesia se encuentra en los otros continentes. ¿Es verdad? En otras palabras, ¿qué futuro tiene el cristianismo en Europa, donde parece que se está reduciendo a asunto privado de una minoría?

Benedicto XVI: Ante todo, quiero hacer una aclaración. En realidad, como sabemos, el cristianismo nació en Oriente Próximo, y durante mucho tiempo su desarrollo principal se quedó allí, difundiéndose por Asia mucho más de lo que pensamos hoy tras los cambios introducidos por el islam. Por otra parte, precisamente por este motivo su eje se trasladó sensiblemente hacia Occidente y Europa, y Europa —estamos orgullosos de ello y nos alegramos— ha desarrollado ulteriormente el cristianismo en sus grandes dimensiones, también intelectuales y culturales. Pero creo que es importante que recordemos a los cristianos de Oriente, ya que se corre el peligro de que ellos, que han sido siempre una minoría importante, ahora emigren. Existe el peligro de que precisamente esos lugares donde tuvo su origen el cristianismo se queden sin cristianos. Creo que debemos ayudar mucho para que se puedan quedar.

Ahora contesto a su pregunta. Sin lugar a dudas, Europa se ha transformado en el centro del cristianismo y de su actividad misionera. Hoy los demás continentes, las otras culturas, entran con igual peso en el concierto de la historia del mundo. De este modo crece el número de las voces de la Iglesia, y esto es positivo. Conviene que se puedan expresar los diferentes temperamentos, los dones propios de África, de Asia y de América, especialmente de América Latina.
Naturalmente todos ellos no sólo han sido tocados por la palabra del cristianismo, sino también por el mensaje secularista de este mundo, que lleva también a los demás continentes la dura prueba que hemos sufrido en nosotros mismos. Todos los obispos del resto del mundo dicen: todavía necesitamos a Europa, aunque Europa sea sólo una parte de un todo mayor. Todavía tenemos una responsabilidad al respecto. Para los otros continentes son muy importantes nuestras experiencias, la ciencia teológica que se ha desarrollado aquí, toda nuestra experiencia litúrgica, nuestras tradiciones, incluidas las experiencias ecuménicas que hemos acumulado.

Por eso es necesario que nosotros no nos rindamos, diciendo: "Ya somos sólo una minoría; intentemos al menos conservar nuestro número reducido". Al contrario, debemos mantener vivo nuestro dinamismo, entablar relaciones de intercambio, para que en consecuencia nos lleguen de ahí nuevas fuerzas. Hoy hay sacerdotes indios y africanos en Europa, también en Canadá, donde trabajan muchos sacerdotes africanos. Es interesante. Se trata de un intercambio recíproco. Pero aunque en el futuro nos toque recibir más, debemos seguir siendo capaces de dar, desarrollando en este sentido la valentía y el dinamismo necesarios.

Representante de ZDF: Santo Padre, quiero volver a un tema del que ya se ha tratado. Las sociedades modernas en las decisiones importantes sobre política y ciencia no se orientan según los valores cristianos. Y la Iglesia, como muestran las encuestas, está considerada casi siempre sólo como una voz que amonesta o incluso frena. ¿No debería salir la Iglesia de esta posición defensiva, asumiendo una actitud más positiva en lo que respecta al futuro y a su construcción?

Benedicto XVI: Diría que en cualquier caso tenemos el deber de poner de relieve que nosotros queremos lo positivo. Y esto debemos hacerlo a través del diálogo con las culturas y las religiones, ya que, como he dicho, el continente africano, el alma africana y también el alma asiática están desconcertadas ante la frialdad de nuestra racionalidad. Es importante demostrar que aquí no sólo hay eso. De forma recíproca es importante que nuestro mundo laicista se dé cuenta de que la fe cristiana no es un impedimento, sino un puente para el diálogo con los otros mundos. No es correcto pensar que la cultura puramente racional, gracias a su tolerancia, permita un acercamiento más fácil a las otras religiones. Le falta en gran parte "el órgano religioso" y así el punto de enganche a partir del cual y con el cual los otros quieren entrar en relación. Por eso debemos y podemos mostrar que precisamente por la nueva interculturalidad, en la que vivimos, la pura racionalidad separada de Dios no es suficiente, sino que es necesaria una racionalidad más amplia, que vea a Dios en armonía con la razón; debemos mostrar que la fe cristiana, que se ha desarrollado en Europa, es también un medio para armonizar la razón y la cultura, y para integrarlas también con las acciones en una visión unitaria y comprensiva. En este sentido creo que tenemos una gran tarea: mostrar que esta Palabra, que nosotros poseemos, no es algo perteneciente al pasado, sino que es necesaria también hoy.

Representante de RV: Santo Padre hablemos de sus viajes. Usted está en el Vaticano; posiblemente le cueste estar un poco lejos de la gente y separado del mundo, también aquí en el bellísimo ambiente de Castelgandolfo. Pero usted dentro de poco tendrá 80 años. ¿Piensa poder realizar muchos viajes, con la ayuda de Dios? ¿Tiene idea de los que quisiera realizar? ¿A Tierra Santa?, ¿a Brasil? ¿Lo sabe ya?

Benedicto XVI: En realidad, no estoy tan solo. Efectivamente existen —por decirlo de alguna manera— las murallas que dificultan el acceso, pero hay una "familia pontificia"; todos los días hay muchas visitas, especialmente cuando estoy en Roma. Llegan obispos y otras personas; hay visitas de Estado, de personalidades que quieren hablar conmigo también personalmente y no sólo de cuestiones políticas. En este sentido, gracias a Dios, tengo continuamente múltiples encuentros. Y también es importante que la sede del Sucesor de Pedro sea un lugar de encuentro. ¿No es verdad?

Además, desde el tiempo del Papa Juan XXIII, el péndulo se ha desplazado en otra dirección: ahora son los Papas los que han comenzado a realizar visitas. Debo confesar que no me siento tan fuerte como para incluir en mi agenda muchos viajes largos, pero donde permiten dirigir un mensaje, donde responden a un auténtico deseo, los quisiera realizar, con la "dosis" que me sea posible. Alguno ya está previsto: el próximo año en Brasil hay un encuentro del Celam, el Consejo episcopal latinoamericano, y creo que mi presencia allí es un paso importante, teniendo en cuenta las vicisitudes dramáticas que está viviendo América del sur y también las esperanzas que se tienen puestas en esa región. Después quisiera ir a Tierra Santa, y espero poder visitarla en tiempo de paz. Por lo demás, veremos qué me reserva la Providencia.

Representante de RV: Permítame insistir. Los austriacos hablan también alemán y lo esperan en Mariazell.

Benedicto XVI: Sí, ya está acordado. Yo sencillamente lo he prometido, de manera un poco imprudente. Es un lugar que me ha gustado tanto que he dicho: "Sí, volveré a la Magna Mater Austriae". Naturalmente esa afirmación se convirtió inmediatamente en una promesa, y la mantendré con gusto.

Representante de RV: Insisto aún. Yo lo admiro cada miércoles, cuando celebra la audiencia general. Acuden cincuenta mil personas. Debe ser cansado, muy cansado. ¿Cómo logra resistir?

Benedicto XVI: Sí, Dios me da la fuerza necesaria. Y cuando se ve la acogida cordial, naturalmente uno se siente animado.

Representante de DW: Santo Padre, acaba de decir que ha hecho una promesa un poco imprudente. ¿Quiere decir que a pesar de su ministerio, con sus abundantes compromisos protocolarios, usted no se deja arrebatar su espontaneidad?

Benedicto XVI: En cualquier caso, lo intento, pues, aunque los compromisos estén fijados, yo quisiera conservar y realizar también algo propiamente personal.

Representante de BR: Santo Padre, las mujeres son muy activas en diversas funciones en la Iglesia católica. ¿Su aportación no debería ser más claramente visible, también en puestos de mayor responsabilidad en la Iglesia?

Benedicto XVI: Sobre este asunto naturalmente se reflexiona mucho. Como usted sabe, nosotros estamos convencidos de que nuestra fe, la constitución del Colegio de los Apóstoles, nos obliga y no nos permite conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres. Pero no hay que pensar que en la Iglesia la única posibilidad de desempeñar un papel importante es la de ser sacerdote. En la historia de la Iglesia hay muchísimas tareas y funciones. Basta recordar las hermanas de los Padres de la Iglesia, y la Edad Media, cuando grandes mujeres desempeñaron un papel muy decisivo, y también en la época moderna.

Pensemos en Hildegarda de Bingen, que protestaba enérgicamente ante los obispos y el Papa; en Catalina de Siena y en Brígida de Suecia. También en los tiempos modernos las mujeres deben buscar siempre de nuevo —y nosotros con ellas— el lugar que les corresponde. Hoy, están muy presentes en los dicasterios de la Santa Sede. Pero existe un problema jurídico: el de la jurisdicción, es decir, el hecho de que, según el Derecho canónico, la facultad de tomar decisiones jurídicamente vinculantes va unida al Orden sagrado. Desde este punto de vista hay límites, pero creo que las mismas mujeres, con su ímpetu y su fuerza, con su "preponderancia", con su "fuerza espiritual", sabrán crearse su espacio. Y nosotros deberíamos tratar de ponernos a la escucha de Dios, para no oponernos a él; es más, nos alegramos de que el elemento femenino obtenga en la Iglesia el puesto operativo que le corresponde, comenzando por la Madre de Dios y por María Magdalena.

Santo Padre, en tiempos más recientes se habla de una nueva fascinación del catolicismo. ¿Cuál es la vitalidad y la capacidad de futuro de esta institución, por otra parte antiquísima?

Benedicto XVI: Todo el pontificado de Juan Pablo II ha atraído la atención de los hombres y los ha reunido. Lo que ocurrió con ocasión de su muerte fue un acontecimiento histórico muy especial: cientos de miles de personas acudían con gran orden a la plaza de San Pedro, permanecían largas horas de pie y, en lugar de desfallecer, resistían sostenidas por una fuerza interior.

Luego lo revivimos con ocasión de la ceremonia de inicio de mi pontificado y también en Colonia. Es muy hermoso que la experiencia de la comunidad se convierta al mismo tiempo en una experiencia de fe; que la comunión no solamente se viva en un lugar cualquiera, sino que sea más viva precisamente en los lugares de la fe, haciendo que la catolicidad resplandezca con toda su luminosidad.

Como es obvio, esto debe realizarse también en la vida cotidiana. Las dos cosas deben ir juntas. Por una parte, los grandes momentos, en los que se experimenta que es hermoso participar, que el Señor está presente y que formamos una gran comunidad reconciliada más allá de todos los confines. Pero, naturalmente, después eso nos debe estimular para resistir durante las fatigosas vicisitudes de la vida diaria, afrontándolas a partir de estos puntos luminosos e invitando también a otros a formar parte de la comunidad en camino.

Pero quiero aprovechar esta ocasión para decir: me sonroja todo lo que se está haciendo como preparación de mi visita, todo lo que la gente está haciendo. Mi casa ha sido pintada nuevamente; una escuela profesional ha rehecho el recinto. El profesor evangélico de religión ha colaborado para mi recinto. Se trata de pequeños detalles, pero son indicios de todo lo que se está haciendo. Todo esto lo considero extraordinario, y no lo refiero a mí mismo; lo veo como expresión de una voluntad de pertenecer a esta comunidad de fe y de un servicio recíproco. Me conmueve esa solidaridad, ese dejarse inspirar en esto por el Señor, y también por ello quiero dar gracias de todo corazón.

Santo Padre, usted ha hablado de la experiencia de la comunidad. Ahora va a ir a Alemania por segunda vez tras su elección. Por la Jornada mundial de la juventud, y posiblemente también por el campeonato mundial de fútbol, en cierto sentido el clima ha cambiado. Se tiene la impresión de que los alemanes se han abierto más al mundo, de que son más tolerantes, más alegres. ¿Qué cosa espera de los alemanes?

Benedicto XVI: Yo creo que, ya con el final de la segunda guerra mundial, comenzó naturalmente una transformación interior de la sociedad alemana, también de la mentalidad alemana, y que esa transformación se ha reforzado además con la reunificación. Nos hemos insertado mucho más en la sociedad mundial y naturalmente, en cierta medida, nos ha influido su mentalidad. Así salen a la luz también aspectos del carácter alemán que antes se desconocían. Posiblemente se nos ha caracterizado un poco como si todos fuéramos siempre disciplinados y reservados, algo que también tiene su fundamento. Pero me alegra que ahora se aprecie y resulte visible a todos que los alemanes no solamente son reservados, puntuales y disciplinados, sino también espontáneos, alegres y hospitalarios. Esto es muy hermoso. Mi deseo es que estas virtudes se desarrollen aún más y se hagan duraderas con el estímulo de la fe cristiana.

Representante de RV: Santo Padre, su Predecesor declaró beatos y santos a un número muy grande de cristianos. Algunos piensan que demasiados. De ahí mi pregunta: las beatificaciones y las canonizaciones sólo benefician a la Iglesia si estas personas pueden ser consideradas como verdaderos modelos. Alemania da relativamente pocos santos y beatos, en comparación con otros países. ¿Se puede hacer algo para que esta dimensión pastoral se desarrolle, y para que la necesidad de beatificaciones y canonizaciones produzca un verdadero fruto pastoral?

Benedicto XVI: Al inicio yo también era de la idea de que la gran cantidad de beatificaciones casi nos abrumaba y que tal vez convenía elegir más: sólo figuras que entrasen más claramente en nuestra conciencia. Mientras tanto he descentralizado las beatificaciones, para que estas figuras se hagan más visibles en los lugares específicos a los que pertenecen. Quizá un santo de Guatemala interesa menos en Alemania y, viceversa, uno de Altötting quizá no interesa mucho en Los Ángeles, y así sucesivamente.

En este sentido, creo que esta descentralización, que corresponde también a la colegialidad del Episcopado, a su estructura colegial, es algo oportuno precisamente para poner de relieve que los diferentes países tienen sus propias figuras y que estas son eficaces especialmente en esos mismos países. También he observado que estas beatificaciones en diferentes lugares afectan a innumerables personas y que la gente dice: "¡Por fin uno de los nuestros!" y acude a él y le inspira devoción. El beato pertenece a ellos, y nosotros nos alegramos de que haya muchos. Y sería hermoso que gradualmente, con el desarrollo de la sociedad mundial, también nosotros los conociéramos mejor. Pero sobre todo es importante que también en este campo exista la multiplicidad; en este sentido es importante que también nosotros en Alemania aprendamos a conocer a nuestras propias figuras y a alegrarnos de ellas.

Paralelamente están las canonizaciones de las figuras más destacadas, que tienen relieve para toda la Iglesia. Yo creo que cada Conferencia episcopal debería elegir, debería ver quién es apto para nosotros, quién nos transmite realmente algo. Y debería hacer visibles esas figuras más significativas, dándolas a conocer a los fieles mediante la catequesis, la predicación; quizá se podrían presentar también mediante una película. Puedo imaginar películas muy hermosas. Yo naturalmente sólo conozco bien a los Padres de la Iglesia: una película sobre san Agustín, también una sobre san Gregorio Nacianceno y su figura muy particular (huyó continuamente de las responsabilidades cada vez mayores que le venían asignadas), etc.

Conviene demostrar que no existen sólo situaciones desagradables como las que se presentan en tantas de nuestras películas, sino que en la historia hay también figuras admirables, que no son en absoluto aburridas y que tienen gran actualidad. En pocas palabras, hay que evitar cargar demasiado a la gente; más bien, conviene hacer visibles para muchos las figuras que son actuales y que inspiran devoción.

Representante de DW: ¿Historias en las que haya también humor? En 1989, en Munich, se le hizo entrega de la condecoración de la orden de Karl Valentin. ¿Qué papel desempeña en la vida de un Papa el humor y la desenvoltura?

Benedicto XVI: Yo no soy un hombre al que se le ocurran continuamente chistes. Pero considero muy importante, y diría que también necesario, para mi ministerio saber ver también el aspecto divertido de la vida y su dimensión alegre, sin tomarse todo de forma trágica. Un escritor dijo que los ángeles pueden volar porque no se toman demasiado en serio. Y nosotros quizá podríamos volar un poco más si no nos diéramos tanta importancia.

Cuando se desempeña un ministerio tan importante como el suyo, Santo Padre, es natural que sea muy observado. Los demás hablan de usted. Y, leyendo, me sorprendió lo que dicen muchos observadores: que el Papa Benedicto es una personalidad diferente del cardenal Ratzinger. Por eso, me permito preguntarle: ¿Cómo se ve a sí mismo?

Benedicto XVI: Me han analizado ya en diferentes ocasiones: como profesor durante mi primer período y durante el período intermedio, como cardenal y en el período sucesivo. Ahora me analizan de nuevo. Naturalmente influyen las circunstancias y las situaciones, y también los hombres, ya que he asumido responsabilidades diferentes. Creo que mi personalidad fundamental y mi visión fundamental han crecido, pero en todo lo que es esencial han permanecido idénticas. Me alegra que ahora se pongan de relieve aspectos que antes no se notaban.

¿Se podría decir que su ministerio le gusta, que no es un peso para usted?

Benedicto XVI: Sería demasiado decir eso, porque en realidad es cansado, pero de todas formas intento encontrar la alegría también en este ministerio.

Conclusión (Bellut - ZDF): En nombre mío y en el de mis compañeros, le agradezco muy sinceramente esta entrevista, esta "primicia mundial". Nos alegra su próxima visita a Alemania, a Baviera. ¡Hasta pronto!


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA REPRESENTACIÓN DE LA OBRA
"EL MISTERIO DE LA CARIDAD DE JUANA DE ARCO"

Sábado 19 de agosto de 2006



Queridos amigos:

Al concluir esta excelente representación de "El misterio de la caridad de Juana de Arco", que me habéis ofrecido esta tarde, agradezco cordialmente a monseñor Bernard Barsi, arzobispo de Mónaco y al arzobispado de Mónaco, promotores de esta hermosa iniciativa, que he apreciado mucho. También saludo cordialmente al señor embajador del Principado de Mónaco ante la Santa Sede, así como a las demás autoridades presentes.

La obra de Charles Péguy que nos han representado tres actrices de gran talento nos ha llevado a descubrir el alma de Juana de Arco y la raíz de su vocación. A través de una profunda reflexión sobre temas siempre presentes en el pensamiento de nuestros contemporáneos, hemos sido introducidos en el corazón del misterio cristiano. En este texto de gran riqueza, Péguy ha sabido expresar con gran fuerza la plegaria que Juana de Arco elevó a Dios con pasión, implorándole que eliminara la miseria y el sufrimiento que veía a su alrededor, y expresando la inquietud del hombre y su búsqueda de la felicidad.

La excelente interpretación de "El misterio de la caridad de Juana de Arco", que nos han ofrecido, también nos ha mostrado que esa apremiante plegaria de Juana, que manifiesta su dolor y su desconcierto, revela ante todo su fe ardiente y lúcida, caracterizada por la esperanza y la valentía.

Adentrándonos aún más en la meditación, Péguy nos ha hecho vislumbrar en el "misterio" de la pasión de Cristo lo que, en definitiva, da sentido a la oración de la joven, cuya fuerza de espíritu no puede por menos de conmovernos.

La representación de esta obra ante nosotros esta tarde me parece particularmente oportuna. En efecto, en el contexto internacional que vivimos hoy, ante los dramáticos acontecimientos de Oriente Próximo y ante las situaciones de sufrimiento provocadas por la violencia en numerosas regiones del mundo, el mensaje transmitido por Charles Péguy en "El misterio de la caridad de Juana de Arco" es una fuente de reflexión muy provechosa. Que Dios escuche la plegaria de la santa de Domremy y la nuestra, y conceda al mundo la paz que anhela.

Deseo expresar mi agradecimiento al director, que ha sabido poner de relieve con gran sobriedad los elementos esenciales de esta obra maestra de Charles Péguy. Felicito vivamente a las artistas, que nos han ofrecido una interpretación de gran calidad, poniendo al servicio del texto no sólo su talento, su "oficio" de actrices teatrales, sino también su interioridad, llevándonos así a entrar en los sentimientos de los personajes que han hecho revivir ante nosotros.

Doy las gracias también a los técnicos y a todas las personas que han participado en la realización de esta representación, de la que conservaremos un grato recuerdo.

Que, después de esta hermosa velada, santa Juana de Arco nos ayude a entrar cada vez más profundamente en el misterio de Cristo para descubrir en él el camino de la vida y de la felicidad.
Sobre todos vosotros invoco de corazón la abundancia de las bendiciones del Señor.



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ENCUENTRO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON LOS SACERDOTES DE LA DIÓCESIS DE ALBANO

Sala de los Suizos, Palacio pontificio de Castelgandolfo
Jueves 31 de agosto de 2006



Algunos problemas de vida de los sacerdotes

P. Giuseppe Zane, vicario ad omnia, de 83 años:

Nuestro obispo le ha explicado, aunque brevemente, la situación de nuestra diócesis de Albano. Los sacerdotes estamos plenamente insertados en esta Iglesia, viviendo todos sus problemas y vicisitudes. Tanto los jóvenes como los mayores nos sentimos inadecuados, en primer lugar porque somos pocos en comparación con las muchas necesidades y procedemos de lugares muy diversos; además, sufrimos escasez de vocaciones al sacerdocio. Por estos motivos a veces nos desanimamos, tratando de tapar agujeros aquí o allá, a menudo obligados sólo a realizar "primeros auxilios", sin proyectos precisos. Al ver las muchas cosas que habría que hacer, sentimos la tentación de dar prioridad al hacer, descuidando el ser; y esto se refleja inevitablemente en la vida espiritual, en el diálogo con Dios, en la oración y en la caridad, en el amor a los hermanos, especialmente a los alejados. Santo Padre, ¿qué nos puede decir al respecto? Yo soy de edad avanzada..., pero estos jóvenes hermanos míos ¿pueden tener esperanza?


BENEDICTO XVI:

Queridos hermanos, ante todo, quisiera dirigiros unas palabras de bienvenida y de agradecimiento. Gracias al cardenal Sodano por su presencia, con la que expresa su amor y su solicitud por esta Iglesia suburbicaria. Gracias a usted, excelencia, por sus palabras. Con pocas frases me ha presentado la situación de esta diócesis, que no conocía en esta medida. Sabía que es la mayor de las diócesis suburbicarias, pero no sabía que hubiera crecido hasta los cincuenta mil habitantes. Veo que es una diócesis llena de desafíos, de problemas, pero ciertamente también de alegrías en la fe. Y veo que todas las cuestiones de nuestro tiempo están presentes: la emigración, el turismo, la marginación, el agnosticismo, pero también una fe firme.

No pretendo ser aquí ahora como un "oráculo", que podría responder de modo satisfactorio a todas las cuestiones. Las palabras de san Gregorio Magno que ha citado usted, excelencia, "que cada uno conozca infirmitatem suam", valen también para el Papa. También el Papa, día tras día, debe conocer y reconocer "infirmitatem suam", sus límites. Debe reconocer que sólo colaborando todos, en el diálogo, en la cooperación común, en la fe, como "cooperatores veritatis", de la Verdad que es una Persona, Jesús, podemos cumplir juntos nuestro servicio, cada uno en la parte que le corresponde. En este sentido, mis respuestas no serán exhaustivas, sino fragmentarias. Sin embargo, aceptamos precisamente esto: que sólo juntos podemos componer el "mosaico" de un trabajo pastoral que responda a la magnitud de los desafíos.

Usted, cardenal Sodano, ha comentado que nuestro querido hermano el padre Zane parece un poco pesimista. Pero hay que reconocer que cada uno de nosotros pasa por momentos en los que puede desanimarse ante la magnitud de lo que tiene que hacer y los límites de lo que en realidad puede hacer. Esto sucede también al Papa. ¿Qué debo hacer en esta hora de la Iglesia, con tantos problemas, con tantas alegrías, con tantos desafíos que afronta la Iglesia universal? Suceden tantas cosas cada día y no soy capaz de responder a todo. Hago mi parte, hago lo que puedo hacer.
Trato de encontrar las prioridades. Y soy feliz de contar con muchos buenos colaboradores. Puedo decir en este momento que constato cada día el gran trabajo que lleva a cabo la Secretaría de Estado bajo su sabia guía. Y sólo con esta red de colaboración, insertándome con mis pequeñas capacidades en una totalidad más grande, puedo y me atrevo a seguir adelante.

Así, naturalmente, también un párroco que está solo ve que son muchas las cosas que es preciso hacer en esta situación que usted, padre Zane, ha descrito brevemente. Y sólo puede hacer una: tapar agujeros —como dijo usted—, dedicarse a los "primeros auxilios", consciente de que se debería hacer mucho más. Pues bien, la primera necesidad de todos nosotros es reconocer con humildad nuestros límites, reconocer que debemos dejar que el Señor haga la mayoría de las cosas. Hoy escuchamos en el evangelio la parábola del siervo fiel (cf. Mt 24, 42-51). Este siervo, como nos dice el Señor, da la comida a los demás a su tiempo. No lo hace todo a la vez, sino que es un siervo sabio y prudente, que sabe distribuir en los diversos momentos lo que debe hacer en aquella situación. Lo hace con humildad, y también está seguro de la confianza de su señor. Así nosotros debemos hacer lo posible para tratar de ser sabios y prudentes, y también tener confianza en la bondad de nuestro Señor, porque al fin y al cabo debe ser él quien guíe a su Iglesia. Nosotros nos insertamos con nuestro pequeño don y hacemos lo que podemos, sobre todo las cosas siempre necesarias: los sacramentos, el anuncio de la Palabra, los signos de nuestra caridad y de nuestro amor.

Por lo que respecta a la vida interior, a la que usted ha aludido, es esencial para nuestro servicio sacerdotal. El tiempo que dedicamos a la oración no es un tiempo sustraído a nuestra responsabilidad pastoral, sino que es precisamente "trabajo" pastoral, es orar también por los demás. En el "Común de pastores" se lee que una de las características del buen pastor es que "multum oravit pro fratribus". Es propio del pastor ser hombre de oración, estar ante el Señor orando por los demás, sustituyendo también a los demás, que tal vez no saben orar, no quieren orar o no encuentran tiempo para orar. Así se pone de relieve que este diálogo con Dios es una actividad pastoral.

Por consiguiente, la Iglesia nos da, casi nos impone —aunque siempre como Madre buena— dedicar tiempo a Dios, con las dos prácticas que forman parte de nuestros deberes: celebrar la santa misa y rezar el breviario. Pero más que recitar, hacerlo como escucha de la Palabra que el Señor nos ofrece en la liturgia de las Horas. Es preciso interiorizar esta Palabra, estar atentos a lo que el Señor nos dice con esta Palabra, escuchar luego los comentarios de los Padres de la Iglesia o también del Concilio, en la segunda lectura del Oficio de lectura, y orar con esta gran invocación que son los Salmos, a través de los cuales nos insertamos en la oración de todos los tiempos. Ora con nosotros el pueblo de la antigua Alianza, y nosotros oramos con él. Oramos con el Señor, que es el verdadero sujeto de los Salmos. Oramos con la Iglesia de todos los tiempos. Este tiempo dedicado a la liturgia de las Horas es tiempo precioso. La Iglesia nos da esta libertad, este espacio libre de vida con Dios, que es también vida para los demás.

Así, me parece importante ver que estas dos realidades, la santa misa, celebrada realmente en diálogo con Dios, y la liturgia de las Horas, son zonas de libertad, de vida interior, que la Iglesia nos da y que constituyen una riqueza para nosotros. Como he dicho, en ellas no sólo nos encontramos con la Iglesia de todos los tiempos, sino también con el Señor mismo, que nos habla y espera nuestra respuesta. Así aprendemos a orar, insertándonos en la oración de todos los tiempos y nos encontramos también con el pueblo.

Pensemos en los Salmos, en las palabras de los profetas, en las palabras del Señor y de los Apóstoles; pensemos en los comentarios de los santos Padres. Hoy tuvimos el maravilloso comentario de san Columbano sobre Cristo, fuente de "agua viva", de la que bebemos. Orando nos encontramos también con los sufrimientos del pueblo de Dios hoy. Estas oraciones nos hacen pensar en la vida de cada día y nos guían al encuentro con la gente de hoy. Nos iluminan en este encuentro, porque a él no sólo acudimos con nuestra pequeña inteligencia, con nuestro amor a Dios, sino que también aprendemos, a través de esta palabra de Dios, a llevarles a Dios. Esto es lo que ellos esperan: que les llevemos el "agua viva", de la que habla hoy san Columbano.

La gente tiene sed. Y trata de apagar esta sed con diversas diversiones. Pero comprende bien que esas diversiones no son el "agua viva" que necesitamos. El Señor es la fuente del "agua viva". Pero en el capítulo 7 de san Juan nos dice que todo el que cree se convierte en una "fuente", porque ha bebido de Cristo. Y esta "agua viva" (v. 38) se transforma en nosotros en agua que brota, en una fuente para los demás.

Así, tratemos de beberla en la oración, en la celebración de la santa misa, en la lectura; tratemos de beber de esta fuente para que se convierta en fuente en nosotros, y podamos responder mejor a la sed de la gente de hoy, teniendo en nosotros el "agua viva", teniendo la realidad divina, la realidad del Señor Jesús, que se encarnó. Así podremos responder mejor a las necesidades de nuestra gente.

Esto por lo que se refiere a la primera pregunta: ¿Qué podemos hacer? Hagamos siempre todo lo posible en favor de la gente —en las otras preguntas tendremos la posibilidad de volver a este punto— y vivamos con el Señor para poder responder a la verdadera sed de la gente.

Su segunda pregunta era: ¿Tenemos esperanza para esta diócesis, para esta porción de pueblo de Dios que es la diócesis de Albano y para la Iglesia? Respondo sin dudarlo: sí. Naturalmente, tenemos esperanza: la Iglesia está viva. Tenemos dos mil años de historia de la Iglesia, con tantos sufrimientos, incluso con tantos fracasos. Pensemos en la Iglesia en Asia menor, la grande y floreciente Iglesia de África del norte, que con la invasión musulmana desapareció. Por tanto, porciones de Iglesia pueden desaparecer realmente, como dice san Juan en el Apocalipsis, o el Señor a través de san Juan: "Si no te arrepientes, iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero" (Ap 2, 5). Pero, por otra parte, vemos cómo entre tantas crisis la Iglesia ha resurgido con nueva juventud, con nueva lozanía.

En el siglo de la Reforma, la Iglesia católica parecía en realidad casi acabada. Parecía triunfar esa nueva corriente, que afirmaba: ahora la Iglesia de Roma se ha acabado. Y vemos que con los grandes santos, como Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Carlos Borromeo, y otros, la Iglesia resurgió. Encontró en el concilio de Trento una nueva actualización y una revitalización de su doctrina. Y revivió con gran vitalidad. Lo vemos también en el tiempo de la Ilustración, en el que Voltaire dijo: "Por fin se ha acabado esta antigua Iglesia, vive la humanidad". Y ¿qué sucedió, en cambio? La Iglesia se renovó. En el siglo XIX florecieron grandes santos, hubo una nueva vitalidad con tantas congregaciones religiosas: la fe es más fuerte que todas las corrientes que van y vienen.

Lo mismo sucedió en el siglo pasado. Hitler dijo en cierta ocasión: "La Providencia me ha llamado a mí, un católico, para acabar con el catolicismo. Sólo un católico puede destruir el catolicismo". Estaba seguro de contar con todos los medios para destruir por fin al catolicismo. Igualmente la gran corriente marxista estaba segura de realizar la revisión científica del mundo y de abrir las puertas al futuro: "la Iglesia está llegando a su fin, está acabada". Pero la Iglesia es más fuerte, según las palabras de Cristo. Es la vida de Cristo la que vence en su Iglesia.

También en tiempos difíciles, cuando faltan las vocaciones, la palabra del Señor permanece para siempre. Y, como dice el Señor mismo, el que construye su vida sobre esta "roca" de la palabra de Cristo, construye bien. Por eso, podemos tener confianza. Vemos también en nuestro tiempo nuevas iniciativas de fe. Vemos que en África la Iglesia, a pesar de todos sus problemas, tiene una gran floración de vocaciones que estimula. Y así, con todas las diversidades del panorama histórico de hoy, vemos —y no sólo, creemos— que las palabras del Señor son espíritu y vida, son palabras de vida eterna. San Pedro, como escuchamos el domingo pasado en el evangelio, dijo: "Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el santo de Dios" (Jn 6, 69). Y viendo a la Iglesia de hoy; viendo la vitalidad de la Iglesia, a pesar de todos sus sufrimientos, podemos decir también nosotros: hemos creído y conocido que tú tienes palabras de vida eterna y, por tanto, una esperanza que no defrauda.

La pastoral "integrada"

Mons. Gianni Macella, párroco de Albano:

En los últimos años, en sintonía con el proyecto de la Conferencia episcopal italiana para el decenio 2000-2010, estamos tratando de realizar un proyecto de "pastoral integrada". Son muchas las dificultades. Vale la pena recordar al menos el hecho de que muchos de los sacerdotes estamos aún vinculados a una praxis pastoral poco misionera y que parecía consolidada, pues estaba unida a un contexto "de cristiandad" como suele decirse; por otra parte, muchas de las peticiones de numerosos fieles dan por supuesto que la parroquia es como una especie de "supermercado" de servicios sagrados. Por eso, Santidad, quisiera preguntarle: una pastoral "integrada" ¿es sólo cuestión de estrategia, o hay una razón más profunda por la que debemos seguir trabajando en este sentido?

BENEDICTO XVI:

Confieso que con su pregunta he escuchado por primera vez la expresión "pastoral integrada". Me parece haber entendido su contenido: debemos tratar de integrar en un único camino pastoral tanto a los diversos agentes pastorales que existen hoy, como las diversas dimensiones del trabajo pastoral. Así, yo distinguiría las dimensiones de los sujetos del trabajo pastoral, y trataría de integrarlo todo en un único camino pastoral.

En su pregunta, usted ha dado a entender que existe un nivel que podríamos llamar "clásico" del trabajo en la parroquia para los fieles que han quedado —y tal vez aumentan— dando vida a la parroquia. Esta es la pastoral clásica, que siempre es importante. De ordinario distingo entre evangelización continuada —porque la fe continúa, la parroquia vive— y nueva evangelización, que trata de ser misionera, de ir más allá de los confines de los que ya son "fieles" y viven en la parroquia, o se benefician, tal vez también con una fe "reducida", de los servicios de la parroquia.

Me parece que en la parroquia tenemos tres compromisos fundamentales, que brotan de la esencia de la Iglesia y del ministerio sacerdotal. El primero es el servicio sacramental. El bautismo, su preparación y el esfuerzo por dar continuidad a los compromisos bautismales ya nos ponen en contacto también con los que no son demasiado creyentes. Podríamos decir que no es una actividad para conservar la cristiandad, sino un encuentro con personas que tal vez raramente van a la iglesia. El esfuerzo por preparar el bautismo, por abrir las almas de los padres, de los familiares, de los padrinos y las madrinas, a la realidad del bautismo ya puede y debe ser un compromiso misionero, que va más allá de los confines de las personas ya "fieles".

Al preparar el bautismo, tratemos de dar a entender que este sacramento es insertarse en la familia de Dios, que Dios vive y se preocupa de nosotros hasta el punto de que asumió nuestra carne e instituyó la Iglesia, que es su Cuerpo, en el que puede asumir de nuevo —por decirlo así— carne en nuestra sociedad. El bautismo es novedad de vida en el sentido de que, más allá del don de la vida biológica, necesitamos el don de un sentido para la vida que sea más fuerte que la muerte y que perdure aunque los padres un día desaparezcan. El don de la vida biológica sólo se justifica si podemos añadir la promesa de un sentido estable, de un futuro que, incluso en las crisis que se presentarán y que no podemos conocer, dará valor a la vida, de forma que valga la pena vivir, ser criaturas.

Creo que en la preparación de este sacramento, o hablando con los padres que no aprecian el bautismo, tenemos una situación misionera. Es un mensaje cristiano. Debemos hacernos intérpretes de la realidad que comienza con el bautismo. No conozco suficientemente bien el Ritual italiano. En el Ritual clásico, herencia de la Iglesia antigua, el bautismo comienza con la pregunta: "¿Qué pedís a la Iglesia de Dios?". Hoy, al menos en el Ritual alemán, se responde sencillamente: "El bautismo".
Esto no explicita suficientemente qué es lo que se debe desear. En el antiguo Ritual se decía: "la fe", es decir, una relación con Dios. Conocer a Dios. "Y ¿por qué pedís la fe?", continúa. "Porque queremos la vida eterna". Es decir, queremos una vida segura también en las crisis futuras, una vida que tenga sentido, que justifique el ser hombre.

En cualquier caso, yo creo que este diálogo se debe realizar con los padres ya antes del bautismo. Sólo para decir que el don del sacramento no es simplemente una "cosa", no es simplemente "cosificación", como dicen los franceses, sino que es una actividad misionera.

Luego viene la Confirmación, que conviene preparar en la edad en que las personas comienzan a tomar decisiones también con respecto a la fe. Ciertamente, no debemos transformar la Confirmación en una especie de "pelagianismo", como si en ella uno se hiciera católico por sí mismo, sino en una unión de don y respuesta.

Por último, la Eucaristía es la presencia permanente de Cristo en la celebración diaria de la santa misa. Como he dicho ya, es muy importante para el sacerdote, para su vida sacerdotal, como presencia real del don del Señor.

Ahora podemos mencionar el matrimonio: también este sacramento se presenta como una gran ocasión misionera, porque hoy, gracias a Dios, siguen queriendo casarse en la iglesia también muchos que no frecuentan demasiado la iglesia. Es una ocasión para ayudar a estos jóvenes a confrontarse con la realidad que es el matrimonio cristiano, el matrimonio sacramental. Me parece también una gran responsabilidad. Lo vemos en los procesos de nulidad y lo vemos sobre todo en el gran problema de los divorciados que se han vuelto a casar, que quieren recibir la Comunión y no entienden por qué no es posible. Probablemente, en el momento del "sí" ante el Señor no entendieron lo que implica ese "sí". Es unirse al "sí" de Cristo con nosotros. Es entrar en la fidelidad de Cristo y, por tanto, en el sacramento que es la Iglesia y así en el sacramento del matrimonio.

Por eso, la preparación para el matrimonio es una ocasión de suma importancia, tiene una dimensión misionera, para anunciar de nuevo en el sacramento del matrimonio el sacramento de Cristo, para comprender esta fidelidad y así hacer comprender luego el problema de los divorciados que se han vuelto a casar.

Este es el primer sector, el sector "clásico", de los sacramentos, que nos brinda la ocasión para encontrarnos con personas que no van todos los domingos a la iglesia y, por tanto, es una ocasión para realizar un anuncio realmente misionero, una "pastoral integrada". El segundo sector es el anuncio de la Palabra, con sus dos elementos esenciales: la homilía y la catequesis.

En el Sínodo de los obispos del año pasado los padres hablaron mucho de la homilía, poniendo de relieve cuán difícil es encontrar el "puente" entre la palabra del Nuevo Testamento, escrita hace dos mil años, y nuestro presente. La exégesis histórico-crítica a menudo no basta para ayudarnos en la preparación de la homilía. Lo constato yo mismo al tratar de preparar homilías que actualicen la palabra de Dios, o mejor, dado que la Palabra tiene una actualidad en sí misma, para hacer que la gente vea, perciba esta actualidad.

La exégesis histórico-crítica nos dice mucho acerca del pasado, acerca del momento en que nació la Palabra, acerca del significado que tuvo en el tiempo de los Apóstoles de Jesús, pero no siempre nos ayuda suficientemente a comprender que las palabras de Jesús, de los Apóstoles, y también del Antiguo Testamento, son espíritu y vida: en su palabra el Señor habla también hoy. Creo que debemos plantear a los teólogos el "desafío" —así lo hizo el Sínodo— de proseguir, de ayudar más a los párrocos a preparar las homilías, de hacer ver la presencia de la Palabra: el Señor habla conmigo hoy y no sólo en el pasado.

En estos últimos días he leído el proyecto de exhortación apostólica postsinodal. He visto, con satisfacción, que se habla de este "desafío" de preparar modelos de homilías. Al final, la homilía la prepara el párroco en su contexto, porque habla a "su" parroquia. Pero necesita ayuda para comprender y para ayudar a entender este "presente" de la Palabra, que nunca es una palabra del pasado sino que tiene plena actualidad.

Por último, el tercer sector: la cáritas, la diakonía. Siempre somos responsables de los que sufren, de los enfermos, de los marginados, de los pobres. A través del retrato de vuestra diócesis veo que son muchos los que necesitan de vuestra diakonía y también esta es una ocasión siempre misionera. Así, me parece que la pastoral parroquial "clásica" se autotrasciende en los tres sectores y es una pastoral misionera.

Paso ahora al segundo aspecto de la pastoral, tanto con respecto a los agentes como al trabajo que es preciso realizar. El párroco no puede hacerlo todo. Es imposible. No puede ser un "solista"; no puede hacerlo todo; necesita la ayuda de otros agentes pastorales. Me parece que hoy, tanto en los Movimientos como en la Acción católica, en las nuevas comunidades que existen, contamos con agentes que deben ser colaboradores en la parroquia para una pastoral "integrada".

Para esta pastoral "integrada" hoy es importante que los otros agentes que hay no sólo sean activos, sino que además se integren en el trabajo de la parroquia. El párroco no debe actuar él solo; debe también delegar. Deben aprender a integrarse realmente en el trabajo común de la parroquia y, naturalmente, también en la autotrascendencia de la parroquia en dos sentidos: autotrascendencia en el sentido de que las parroquias colaboran en la diócesis, porque el obispo es su pastor común y ayuda a coordinar también sus compromisos; y autotrascendencia en el sentido de que trabajan para todos los hombres de este tiempo y tratan también de llevar el mensaje a los agnósticos, a las personas que están en fase de búsqueda.

Este es el tercer nivel, del que ya hablamos antes ampliamente. Me parece que las ocasiones señaladas nos dan la posibilidad de encontrarnos con los que no frecuentan la parroquia, los que no tienen fe o tienen poca fe, y decirles una palabra misionera. Sobre todo estos nuevos sujetos de la pastoral, y los laicos que viven en las profesiones de nuestro tiempo, deben llevar la palabra de Dios también a los ámbitos que para el párroco a menudo son inaccesibles.

Coordinados por el obispo, tratemos de coordinar estos diversos sectores de la pastoral, de activar a los diversos agentes y sujetos pastorales en el compromiso común: por una parte, ayudar a la fe de los creyentes, que es un gran tesoro; y, por otra, hacer que el anuncio de la fe llegue a todos los que buscan con corazón sincero una respuesta satisfactoria a sus interrogantes existenciales.

La liturgia

Don Vittorio Petruzzi, vicario parroquial en Aprilia:

Santidad, para el año pastoral que está a punto de comenzar nuestra diócesis ha sido llamada por el obispo a prestar atención particular a la liturgia, tanto a nivel teológico como en la práctica de las celebraciones. Las semanas residenciales, en las que participaremos el próximo mes de septiembre, tendrán como tema central de reflexión: "Programar y realizar el anuncio en el Año litúrgico, en los sacramentos y en los sacramentales". Los sacerdotes estamos llamados a realizar una liturgia "seria, sencilla y hermosa", según una bella fórmula recogida en el documento "Comunicar el Evangelio en un mundo que cambia" del Episcopado italiano. Padre Santo, ¿puede ayudarnos a comprender cómo se puede llevar todo esto a la práctica en el ars celebrandi?

BENEDICTO XVI:

También en el ars celebrandi existen varias dimensiones. La primera es que la celebratio es oración y coloquio con Dios, de Dios con nosotros y de nosotros con Dios. Por tanto, la primera exigencia para una buena celebración es que el sacerdote entable realmente este coloquio. Al anunciar la Palabra, él mismo se siente en coloquio con Dios. Es oyente de la Palabra y anunciador de la Palabra, en el sentido de que se hace instrumento del Señor y trata de comprender esta palabra de Dios, que luego debe transmitir al pueblo. Está en coloquio con Dios, porque los textos de la santa misa no son textos teatrales o algo semejante, sino que son plegarias, gracias a las cuales, juntamente con la asamblea, hablamos con Dios.

Así pues, es importante entrar en este coloquio. San Benito, en su "Regla", hablando del rezo de los Salmos, dice a los monjes: "Mens concordet voci". La vox, las palabras preceden a nuestra mente. De ordinario no sucede así. Primero se debe pensar y luego el pensamiento se convierte en palabra. Pero aquí la palabra viene antes. La sagrada liturgia nos da las palabras; nosotros debemos entrar en estas palabras, encontrar la concordia con esta realidad que nos precede.

Además de esto, debemos también aprender a comprender la estructura de la liturgia y por qué está articulada así. La liturgia se ha desarrollado a lo largo de dos milenios e incluso después de la reforma no es algo elaborado sólo por algunos liturgistas. Sigue siendo una continuación de un desarrollo permanente de la adoración y del anuncio. Así, para poder sintonizar bien con ella, es muy importante comprender esta estructura desarrollada a lo largo del tiempo y entrar con nuestra mens en la vox de la Iglesia.

En la medida en que interioricemos esta estructura, en que comprendamos esta estructura, en que asimilemos las palabras de la liturgia, podremos entrar en consonancia interior, de forma que no sólo hablemos con Dios como personas individuales, sino que entremos en el "nosotros" de la Iglesia que ora; que transformemos nuestro "yo" entrando en el "nosotros" de la Iglesia, enriqueciendo, ensanchando este "yo", orando con la Iglesia, con las palabras de la Iglesia, entablando realmente un coloquio con Dios.

Esta es la primera condición: nosotros mismos debemos interiorizar la estructura, las palabras de la liturgia, la palabra de Dios. Así nuestro celebrar es realmente celebrar "con" la Iglesia: nuestro corazón se ha ensanchado y no hacemos algo, sino que estamos "con" la Iglesia en coloquio con Dios. Me parece que la gente percibe si realmente nosotros estamos en coloquio con Dios, con ellos y, por decirlo así, si atraemos a los demás a nuestra oración común, si atraemos a los demás a la comunión con los hijos de Dios; o si, por el contrario, sólo hacemos algo exterior.

El elemento fundamental de la verdadera ars celebrandi es, por tanto, esta consonancia, esta concordia entre lo que decimos con los labios y lo que pensamos con el corazón. El "sursum corda", una antiquísima fórmula de la liturgia, ya debería ser antes del Prefacio, antes de la liturgia, el "camino" de nuestro hablar y pensar. Debemos elevar nuestro corazón al Señor no sólo como una respuesta ritual, sino como expresión de lo que sucede en este corazón que se eleva y arrastra hacia arriba a los demás.

En otras palabras, el ars celebrandi no pretende invitar a una especie de teatro, de espectáculo, sino a una interioridad, que se hace sentir y resulta aceptable y evidente para la gente que asiste. Sólo si ven que no es un ars exterior, un espectáculo —no somos actores—, sino la expresión del camino de nuestro corazón, entonces la liturgia resulta hermosa, se hace comunión de todos los presentes con el Señor.

Naturalmente, a esta condición fundamental, expresada en las palabras de san Benito: "Mens concordet voci", es decir, que el corazón se eleve realmente al Señor, se deben añadir también cosas exteriores. Debemos aprender a pronunciar bien las palabras. Cuando yo era profesor en mi patria, a veces los muchachos leían la sagrada Escritura, y la leían como se lee el texto de un poeta que no se ha comprendido.

Como es obvio, para aprender a pronunciar bien, antes es preciso haber entendido el texto en su dramatismo, en su presente. Así también el Prefacio. Y la Plegaria eucarística. Para los fieles es difícil seguir un texto tan largo como el de nuestra Plegaria eucarística. Por eso, se han "inventado" siempre plegarias nuevas. Pero con Plegarias eucarísticas nuevas no se responde al problema, dado que el problema es que vivimos un tiempo que invita también a los demás al silencio con Dios y a orar con Dios. Por tanto, las cosas sólo podrán mejorar si la Plegaria eucarística se pronuncia bien, incluso con los debidos momentos de silencio, si se pronuncia con interioridad pero también con el arte de hablar.

De ahí se sigue que el rezo de la Plegaria eucarística requiere un momento de atención particular para pronunciarla de un modo que implique a los demás. También debemos encontrar momentos oportunos, tanto en la catequesis como en otras ocasiones, para explicar bien al pueblo de Dios esta Plegaria eucarística, a fin de que pueda seguir sus grandes momentos: el relato y las palabras de la institución, la oración por los vivos y por los difuntos, la acción de gracias al Señor, la epíclesis, de modo que la comunidad se implique realmente en esta plegaria.

Por consiguiente, hay que pronunciar bien las palabras. Luego, debe haber una preparación adecuada. Los monaguillos deben saber lo que tienen que hacer; los lectores deben saber realmente cómo han de pronunciar. Asimismo, el coro, el canto, deben estar preparados; el altar se debe adornar bien. Todo ello, aunque se trate de muchas cosas prácticas, forma parte del ars celebrandi. Pero, para concluir, este arte de entrar en comunión con el Señor, que preparamos con toda nuestra vida sacerdotal, es un elemento fundamental.

La familia

Don Angelo Pennazza, párroco en Pavona:

Santidad, en el Catecismo de la Iglesia católica leemos que "el Orden y el matrimonio, están ordenados a la salvación de los demás. (...) Confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del pueblo de Dios" (n. 1534). Esto nos parece realmente fundamental no sólo para nuestra acción pastoral, sino también para nuestro modo de ser sacerdotes. ¿Qué podemos hacer los sacerdotes para llevar a la práctica pastoral esta afirmación y, según lo que usted mismo ha reafirmado recientemente, cómo podemos comunicar de forma positiva la belleza del matrimonio, de forma que siga siendo atractivo también para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo? La gracia sacramental de los esposos, ¿qué puede dar a nuestra vida sacerdotal?

BENEDICTO XVI:

Se trata de dos grandes preguntas. La primera es: ¿cómo comunicar a la gente de hoy la belleza del matrimonio? Vemos cómo muchos jóvenes tardan en casarse en la iglesia, porque tienen miedo de hacer una opción definitiva. Más aún, también tardan en casarse por lo civil. A muchos jóvenes, y también a muchos no tan jóvenes, una opción definitiva les parece un vínculo contra la libertad. Y su primer deseo es la libertad. Tienen miedo de fallar al final. Ven muchos matrimonios fracasados. Tienen miedo de que esta forma jurídica, como ellos la perciben, sea una carga exterior que apague el amor.

Es preciso ayudarles a comprender que no se trata de un vínculo jurídico, de una carga que se asume con el matrimonio. Al contrario, la profundidad y la belleza radican precisamente en el hecho de que es una opción definitiva. Sólo así el matrimonio puede hacer madurar el amor en toda su belleza. Pero, ¿cómo comunicarlo? Creo que es un problema que afrontamos todos nosotros.

Para mí, en Valencia —y usted, eminencia, podrá confirmarlo— un momento importante no sólo fue cuando hablé de esto, sino también cuando se presentaron ante mí diversas familias con más o menos hijos; una familia era casi una "parroquia", con muchos niños. La presencia, el testimonio de estas familias fue realmente mucho más fuerte que todas las palabras. Esas familias presentaron ante todo la riqueza de su experiencia familiar: cómo una familia tan grande resulta realmente una riqueza cultural, una oportunidad de educación de unos y otros, una posibilidad de hacer que convivan juntas las diversas expresiones de la cultura de hoy, la entrega, la ayuda mutua también en los momentos de sufrimiento, etc...

Pero también fue importante el testimonio de las crisis que han sufrido. Uno de esos matrimonios casi había llegado al divorcio. Explicaron cómo habían aprendido a superar esa crisis, el sufrimiento ante la alteridad del otro, y cómo habían aprendido a aceptarse de nuevo. Precisamente al superar el momento de la crisis, del deseo de separarse, creció una nueva dimensión del amor y se abrió una puerta hacia una nueva dimensión de la vida, que sólo podía abrirse soportando el sufrimiento de la crisis. Esto me parece muy importante. Hoy se llega a la crisis en el momento en que se constata la diversidad de temperamentos, la dificultad de soportarse cada día, durante toda la vida. Entonces, al final, se decide: separémonos.

A través de estos testimonios hemos comprendido que en la crisis, soportando el momento en que parece que ya no se puede más, realmente se abren nuevas puertas y una nueva belleza del amor. Una belleza hecha sólo de armonía no es una verdadera belleza; le falta algo; es deficitaria. La verdadera belleza necesita también el contraste. Lo oscuro y lo luminoso se completan. La uva para madurar no sólo necesita el sol, sino también la lluvia; no sólo el día, sino también la noche.

Los sacerdotes, tanto los jóvenes como los mayores, debemos aprender la necesidad del sufrimiento, de la crisis. Debemos aguantar, trascender este sufrimiento. Sólo así la vida resulta rica. Para mí el hecho de que el Señor lleve por toda la eternidad los estigmas tiene un valor simbólico. Esos estigmas, expresión de los atroces sufrimientos y de la muerte, son ahora sellos de la victoria de Cristo, de toda la belleza de su victoria y de su amor por nosotros.

Tanto los sacerdotes como las personas casadas debemos aceptar la necesidad de soportar la crisis de la alteridad, del otro, la crisis en que parece que ya no se puede convivir. Los esposos deben aprender juntos a seguir adelante, también por amor a los hijos, y así conocerse de nuevo, amarse de nuevo, con un amor mucho más profundo, mucho más verdadero. Así, en un camino largo, con sus sufrimientos, realmente madura el amor.

Me parece que nosotros, los sacerdotes, podemos también aprender de los esposos, precisamente de sus sufrimientos y de sus sacrificios. A menudo pensamos que sólo el celibato es un sacrificio.
Pero, conociendo los sacrificios de las personas casadas —pensemos en sus hijos, en los problemas que surgen, en los temores, en los sufrimientos, en las enfermedades, en la rebelión, y también en los problemas de los primeros años, cuando se pasan casi todas las noches en vela porque los niños lloran— debemos aprender de ellos, de sus sacrificios, nuestro sacrificio. Y aprender juntos que es hermoso madurar en los sacrificios y así trabajar por la salvación de los demás.

Usted, don Pennazza, con razón ha citado el Catecismo, que afirma que el matrimonio es un sacramento para la salvación de los demás: ante todo para la salvación del otro, del esposo, de la esposa, pero también de los niños, de los hijos y, por último, de toda la comunidad. Así el sacerdote madura también al encontrarse con los demás.

Así pues, creo que debemos implicar a las familias. Las fiestas de la familia me parecen muy importantes. Con ocasión de las fiestas conviene que aparezca la familia, que se destaque la belleza de las familias. También los testimonios, aunque quizá estén demasiado de moda, en ciertas ocasiones pueden ser realmente un anuncio, una ayuda para todos nosotros.

Para concluir, a mi parecer sigue siendo muy importante que en la carta de san Pablo a los Efesios las bodas de Dios con la humanidad a través de la encarnación del Señor se realicen en la cruz, en la que nace la nueva humanidad, la Iglesia. El matrimonio cristiano nace precisamente en estas bodas divinas. Como dice san Pablo, es la concretización sacramental de lo que sucede en este gran misterio. Así debemos seguir redescubriendo siempre este vínculo entre la cruz y la resurrección, entre la cruz y la belleza de la Redención, e insertarnos en este sacramento. Pidamos al Señor que nos ayude a anunciar bien este misterio, a vivir este misterio, a aprender de los esposos cómo lo viven ellos, a ayudarnos a vivir la cruz, de forma que lleguemos también a los momentos de la alegría y de la resurrección.

Los jóvenes

Don Gualtiero Isacchi, responsable del servicio diocesano de pastoral juvenil:

Los jóvenes son objeto de una atención especial por parte de nuestra diócesis. Las Jornadas mundiales los han puesto al descubierto: son muchos y entusiastas. Sin embargo, por lo general, nuestras parroquias no están adecuadamente preparadas para acogerlos; las comunidades parroquiales y los agentes pastorales no están suficientemente preparados para dialogar con ellos; los sacerdotes, comprometidos en las diversas tareas, no tienen el tiempo necesario para escucharlos. Sólo nos acordamos de ellos cuando resultan un problema o cuando los necesitamos para animar una celebración o una fiesta... ¿Cómo puede un sacerdote expresar hoy la opción preferencial por los jóvenes, a pesar de una agenda tan cargada? ¿Cómo podemos servir a los jóvenes a partir de sus valores, en vez de servirnos de ellos para "nuestras cosas"?

BENEDICTO XVI:

Ante todo, quisiera subrayar lo que usted ha dicho. Con motivo de las Jornadas mundiales de la juventud, y también en otras ocasiones, como recientemente en la Vigilia de Pentecostés, se pone de manifiesto que en la juventud hay un deseo, una búsqueda también de Dios. Los jóvenes quieren ver si Dios existe y qué les dice. Por tanto, tienen cierta disponibilidad, a pesar de todas las dificultades de hoy. También tienen entusiasmo. Por tanto, debemos hacer todo lo posible por mantener viva esta llama que se manifiesta en ocasiones como las Jornadas mundiales de la juventud.

¿Cómo hacerlo? Es nuestra pregunta común. Creo que precisamente aquí debería realizarse una "pastoral integrada", porque en realidad no todos los párrocos tienen la posibilidad de ocuparse suficientemente de la juventud. Por eso, se necesita una pastoral que trascienda los límites de la parroquia y que trascienda también los límites del trabajo del sacerdote. Una pastoral que implique también a muchos agentes.

Me parece que, bajo la coordinación del obispo, por una parte, se debe encontrar el modo de integrar a los jóvenes en la parroquia, a fin de que sean fermento de la vida parroquial; y, por otra, encontrar para estos jóvenes también la ayuda de agentes extra-parroquiales. Las dos cosas deben ir juntas. Es preciso sugerir a los jóvenes que, no sólo en la parroquia sino también en diversos contextos, deben integrarse en la vida de la diócesis, para luego volver a encontrarse en la parroquia. Por eso, hay que fomentar todas las iniciativas que vayan en este sentido.

Creo que es muy importante en la actualidad la experiencia del voluntariado. Es muy importante que a los jóvenes no sólo les quede la opción de las discotecas; hay que ofrecerles compromisos en los que vean que son necesarios, que pueden hacer algo bueno. Al sentir este impulso de hacer algo bueno por la humanidad, por alguien, por un grupo, los jóvenes sienten un estímulo a comprometerse y encuentran también la "pista" positiva de un compromiso, de una ética cristiana.

Me parece de gran importancia que los jóvenes tengan realmente compromisos cuya necesidad vean, que los guíen por el camino de un servicio positivo para prestar una ayuda inspirada en el amor de Cristo a los hombres, de forma que ellos mismos busquen las fuentes donde pueden encontrar fuerza y estímulo.

Otra experiencia son los grupos de oración, donde aprenden a escuchar la palabra de Dios, a comprender la palabra de Dios, precisamente en su contexto juvenil, a entrar en contacto con Dios. Esto quiere decir también aprender la forma común de oración, la liturgia, que tal vez en un primer momento les parezca bastante inaccesible. Aprenden que existe la palabra de Dios que nos busca, a pesar de toda la distancia de los tiempos, que nos habla hoy a nosotros. Nosotros llevamos al Señor el fruto de la tierra y de nuestro trabajo, y lo encontramos transformado en don de Dios.
Hablamos como hijos con el Padre y recibimos luego el don de él mismo. Recibimos la misión de ir por el mundo con el don de su presencia.

También serían útiles algunas clases de liturgia, a las que los jóvenes puedan asistir. Por otra parte, hacen falta ocasiones en que los jóvenes puedan mostrarse y presentarse. Aquí, en Albano, según he escuchado, se hizo una representación de la vida de san Francisco. Comprometerse en este sentido quiere decir entrar en la personalidad de san Francisco, de su tiempo, y así ensanchar la propia personalidad. Se trata sólo de un ejemplo, algo en apariencia bastante singular. Puede ser una educación para ensanchar la propia personalidad, para entrar en un contexto de tradición cristiana, para despertar la sed de conocer mejor la fuente donde bebió este santo, que no era sólo un ambientalista o un pacifista, sino sobre todo un hombre convertido.

Me ha complacido leer que el obispo de Asís, mons. Sorrentino, precisamente para salir al paso de este "abuso" de la figura de san Francisco, con ocasión del VIII centenario de su conversión convocó un "Año de conversión" para ver cuál es el verdadero "desafío". Tal vez todos podemos animar un poco a la juventud para que comprenda qué es la conversión, remitiéndonos a la figura de san Francisco, a fin de buscar un camino que ensanche la vida. Francisco al inicio era casi una especie de "playboy". Luego, cayó en la cuenta de que eso no era suficiente. Escuchó la voz del Señor: "Reconstruye mi casa". Poco a poco comprendió lo que quería decir "construir la casa del Señor".

Así pues, no tengo respuestas muy concretas, porque se trata de una misión donde encuentro ya a los jóvenes reunidos, gracias a Dios. Pero me parece que se deben aprovechar todas las oportunidades que se ofrecen hoy en los Movimientos, en las asociaciones, en el voluntariado, y en otras actividades juveniles.

También es necesario presentar la juventud a la parroquia, a fin de que vea quiénes son los jóvenes. Hace falta una pastoral vocacional. Todo debe coordinarlo el obispo. Me parece que, a través de la auténtica cooperación de los jóvenes que se forman, se encuentran agentes pastorales. Así, se puede abrir el camino de la conversión, la alegría de que Dios existe y se preocupa de nosotros, de que nosotros tenemos acceso a Dios y podemos ayudar a otros a "reconstruir su casa". Me parece que, en resumen, nuestra misión, a veces difícil, pero en último término muy hermosa consiste en "construir la casa de Dios" en el mundo actual.

Os agradezco vuestra atención y os pido disculpas por lo fragmentario de mis respuestas. Queremos colaborar juntos para que crezca la "casa de Dios" en nuestro tiempo, para que muchos jóvenes encuentren el camino del servicio al Señor.

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[Modificato da Paparatzifan 23/05/2013 20:54]
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PEREGRINACIÓN AL SANTUARIO DE LA SANTA FAZ DE MANOPELLO

DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Viernes 1 de septiembre de 2006



Antes de entrar en el santuario el Santo Padre saludó a la multitud de fieles reunidos fuera.



Queridos hermanos y hermanas:

Gracias por esta bienvenida tan cordial. Veo que la Iglesia es una gran familia. Donde está el Papa, la familia se reúne con gran alegría. Para mí es signo de la fe viva, de la alegría que nos da la fe, de la comunión, de la paz que crea la fe. Y os agradezco mucho esta bienvenida. En vuestros rostros veo toda la belleza de esta región de Italia.

Saludo en particular a los enfermos. Sabemos que el Señor está muy cerca de vosotros, os ayuda, os acompaña en vuestros sufrimientos. Os tenemos presentes en nuestras oraciones. También vosotros orad por nosotros.

Un saludo en especial a los jóvenes y a los niños de primera Comunión. Gracias por vuestro entusiasmo, por vuestra fe. Todos nosotros, como dicen los Salmos, "buscamos el rostro del Señor". También este es el sentido de mi visita. Juntos tratemos de conocer cada vez mejor el rostro del Señor y de encontrar en el rostro del Señor la fuerza de amor y de paz que nos muestra también el camino de nuestra vida.

Gracias y felicidades a todos vosotros.

* * *

Excelencia;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Ante todo quiero manifestar una vez más mi gratitud por esta acogida; por sus palabras, excelencia, tan profundas y cordiales; por la expresión de su amistad, de vuestra amistad; y por los dones tan significativos: la faz de Cristo, aquí venerada, para mí, para mi casa, y luego estos dones de vuestra tierra, que expresan la belleza y la bondad de la tierra, de los hombres que viven y trabajan aquí, y la belleza y la bondad del Creador mismo.

Quisiera sencillamente dar gracias a Dios por este encuentro cordial y familiar, en un lugar donde podemos meditar en el misterio del amor divino contemplando el icono de la Santa Faz. A todos vosotros, aquí presentes, va mi agradecimiento más sincero por vuestra afectuosa acogida y por el compromiso y la discreción con que habéis favorecido esta peregrinación privada, que, sin embargo, como peregrinación eclesial, no puede ser del todo privada.

Saludo y doy las gracias en particular a vuestro arzobispo, amigo mío desde hace muchos años. Hemos colaborado en la Comisión teológica. En muchas conversaciones he aprendido siempre de su sabiduría y también de sus libros. Gracias por los dones que me habéis ofrecido y que aprecio mucho por tratarse de "signos", como los ha llamado mons. Forte. En efecto, son signos de la comunión afectiva y efectiva que une al pueblo de esta querida tierra de los Abruzos con el Sucesor de Pedro.

Os saludo en especial a vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, y seminaristas aquí reunidos. Me alegra en particular ver un gran número de seminaristas, por consiguiente el futuro de la Iglesia presente entre nosotros. Dado que no me es posible encontrarme con toda la comunidad diocesana -tal vez será posible en otra ocasión-, me complace que la representéis vosotros, personas ya dedicadas al ministerio presbiteral y a la vida consagrada, o encaminadas hacia el sacerdocio; personas que me alegra considerar enamoradas de Cristo, atraídas por él y comprometidas a hacer de su vida una continua búsqueda de su santo rostro.

Por último, saludo cordialmente a la comunidad de los padres capuchinos, que nos acogen, y que desde hace siglos atienden este santuario, meta de tantos peregrinos.

Cuando, hace poco, me encontraba orando, pensaba en los dos primeros Apóstoles, los cuales, impulsados por Juan Bautista, siguieron a Jesús junto al río Jordán, como leemos en el evangelio de san Juan (cf. Jn 1, 35-37). El evangelista narra que Jesús se volvió hacia ellos y les preguntó: "¿Qué buscáis?". Ellos respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?". Y él a su vez les dijo: "Venid y lo veréis" (Jn 1, 38-39).

Ese mismo día los dos que lo siguieron hicieron una experiencia inolvidable, que los impulsó a decir: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1, 41). Aquel a quien pocas horas antes consideraban un simple "rabbí", había adquirido una identidad muy precisa, la del Cristo esperado desde hacía siglos. Pero, en realidad, ¡cuán largo camino tenían aún por delante esos discípulos! No podían ni siquiera imaginar cuán profundo podía ser el misterio de Jesús de Nazaret; cuán insondable e inescrutable sería su "rostro"; hasta el punto de que, después de haber convivido con él durante tres años, Felipe, uno de ellos, escucharía de labios de Jesús estas palabras durante la última Cena: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe?", y luego las palabras que expresan toda la novedad de la revelación de Jesús: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 9).

Sólo después de su pasión, cuando se encontraron con él resucitado, cuando el Espíritu iluminó su mente y su corazón, los Apóstoles comprendieron el significado de las palabras que Jesús les había dicho y lo reconocieron como el Hijo de Dios, el Mesías prometido para la redención del mundo.
Entonces se convirtieron en sus mensajeros incansables, en sus testigos valientes hasta el martirio.
"El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". Sí, queridos hermanos y hermanas, para "ver a Dios" es preciso conocer a Cristo y dejarse modelar por su Espíritu, que guía a los creyentes "hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). El que encuentra a Jesús, el que se deja atraer por él y está dispuesto a seguirlo hasta el sacrificio de la vida, experimenta personalmente, como hizo él en la cruz, que sólo el "grano de trigo" que cae en tierra y muere da "mucho fruto" (cf. Jn 12, 24).

Este es el camino de Cristo, el camino del amor total, que vence a la muerte: el que lo recorre y "el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12, 25). Es decir, vive en Dios ya en esta tierra, atraído y transformado por el resplandor de su rostro.

Esta es la experiencia de los verdaderos amigos de Dios, los santos, que han reconocido y amado en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados, el rostro de aquel Dios largamente contemplado con amor en la oración. Ellos son para nosotros ejemplos estimulantes, dignos de imitar; nos aseguran que si recorremos con fidelidad ese camino, el camino del amor, también nosotros, como canta el salmista, nos saciaremos de gozo en la presencia de Dios (cf. Sal 16, 15).

"Jesu... quam bonus te quaerentibus", "Jesús, qué bondadoso eres con los que te buscan". Así hemos cantado hace poco, entonando el antiguo canto "Jesu, dulcis memoria", que algunos atribuyen a san Bernardo. Es un himno que adquiere un significado especial en este santuario dedicado a la Santa Faz y que nos trae a la mente el salmo 23: "Esta es la generación de los que lo buscan, los que buscan tu rostro, oh Dios de Jacob" (v. 6). Pero, ¿cuál es la "generación" que busca el rostro de Dios?, ¿cuál es la generación digna de "subir al monte del Señor", de "estar en el recinto sacro"? Explica el salmista: son los que tienen "manos inocentes y puro corazón", los que no dicen mentiras ni juran contra el prójimo en falso (cf. vv. 3-4).

Así pues, para entrar en comunión con Cristo y contemplar su rostro, para reconocer el rostro del Señor en el de los hermanos y en las vicisitudes de todos los días, es preciso tener "manos inocentes y puro corazón". "Manos inocentes" quiere decir existencias iluminadas por la verdad del amor, que vence a la indiferencia, la duda, la mentira y el egoísmo. Además, hay que tener un corazón puro, un corazón arrebatado por la belleza divina, como dice santa Teresa de Lisieux en su oración a la Santa Faz; un corazón que lleve impresa la faz de Cristo.

Queridos sacerdotes, si queda impresa en vosotros, pastores de la grey de Cristo, la santidad de su rostro, no tengáis miedo: también los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral se contagiarán y transformarán. Y vosotros, seminaristas, que os preparáis para ser guías responsables del pueblo cristiano, no os dejéis atraer por nada que no sea Jesús y el deseo de servir a su Iglesia.
Lo mismo os digo a vosotros, religiosos y religiosas, para que todas vuestras actividades sean reflejo visible de la bondad y de la misericordia divina.

"Busco tu rostro, Señor". Buscar el rostro de Jesús debe ser el anhelo de todos los cristianos, pues nosotros somos "la generación" que en este tiempo busca su rostro, el rostro del "Dios de Jacob". Si perseveramos en la búsqueda del rostro del Señor, al final de nuestra peregrinación terrena será él, Jesús, nuestro gozo eterno, nuestra recompensa y gloria para siempre: "Sis Jesu nostrum gaudium, qui es futurus praemium: sit nostra in te gloria, per cuncta semper saecula".

Esta es la certeza que ha impulsado a los santos de vuestra región, entre los cuales me complace citar en particular a Gabriel de la Dolorosa y Camilo de Lelis; a ellos va nuestro recuerdo reverente y nuestra oración. Pero ahora queremos dirigir un pensamiento de especial devoción a la "Reina de todos los santos", la Virgen María, a la que veneráis en diversos santuarios y capillas esparcidas por los valles y los montes de los Abruzos.

Que la Virgen, en cuyo rostro, más que en cualquier otra criatura, se ven los rasgos del Verbo encarnado, vele sobre las familias y las parroquias, sobre las ciudades y las naciones del mundo entero. Que la Madre del Creador nos ayude a respetar también la naturaleza, gran don de Dios que aquí podemos admirar contemplando las estupendas montañas que nos rodean. Este don, sin embargo, siempre corre un serio peligro de degradación ambiental y por tanto es preciso defenderlo y protegerlo. Se trata de una urgencia que, como decía mons. Forte, pone muy bien de relieve la Jornada de reflexión y oración para la salvaguardia de la creación, que celebra precisamente hoy la Iglesia en Italia.

Queridos hermanos y hermanas, a la vez que os doy nuevamente las gracias por vuestra presencia y por vuestros dones, invoco sobre todos vosotros y sobre vuestros seres queridos la bendición de Dios con la antigua fórmula bíblica: "El Señor os bendiga y os guarde; ilumine su rostro sobre vosotros y os sea propicio; el Señor os muestre su rostro y os conceda la paz" (cf. Nm 6, 24-26).
Amén.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR PEDRO PABLO CABRERA GAETE
NUEVO EMBAJADOR DE CHILE ANTE LA SANTA SEDE*

Viernes 8 de septiembre de 2006



Señor Embajador:

1. Me complace recibirle en esta Audiencia en la que me presenta las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Chile ante la Santa Sede. Le doy la bienvenida al asumir la alta responsabilidad que su Gobierno le ha confiado, y le expreso los mejores deseos de que su misión sea fructuosa para continuar y fortalecer las buenas relaciones diplomáticas existentes entre su país y esta Sede Apostólica.

Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el deferente saludo que la Señora Presidenta de la República, doña Michelle Bachelet, ha querido hacerme llegar por medio de Vuestra Excelencia, expresión de la cercanía espiritual del pueblo chileno al Sucesor de Pedro, labrada a lo largo de la historia en concomitancia con la continua labor de la Iglesia a través de sus miembros e instituciones.

2. Chile se aproxima a su bicentenario como República con las esperanzas que nacen de un periodo particularmente significativo, en el cual se han logrado metas de desarrollo notables, se han ido consolidando las Instituciones y parece prosperar el clima de una convivencia pacífica. La trayectoria económica favorable ha propiciado también avances en campos como el de la educación o la salud, así como en iniciativas sociales encaminadas a conseguir que todos los ciudadanos puedan vivir plenamente de acuerdo con su dignidad.

Estos factores, así como la apertura a horizontes que van más allá de los propios confines, son ciertamente motivo de satisfacción, y también un nuevo llamado al sentido de responsabilidad, para mantener vigorosos los más altos ideales que dan vida a todo verdadero progreso y, a la larga, lo hacen posible. Como Vuestra Excelencia ha recordado con sus palabras, el desarrollo perenne de los valores, que han de inspirar las realizaciones técnicas, es una dimensión en la que debe crecer tanto la comunidad nacional como internacional para promover el bien común.

3. A este respecto, la Iglesia cumple su misión anunciando el Evangelio de Cristo, proyectando su luz sobre las realidades del mundo y del ser humano, proclamando por ello su más alta dignidad. En efecto, «la fe lo ilumina todo con luz nueva y manifiesta el plan divino sobre la vocación integral del hombre, y por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas» (Gaudium et spes, 11). En este sentido, comparte los anhelos de una justicia que no se vea mermada por el insuficiente respeto de la dignidad del hombre y los derechos inalienables que de ella se derivan.

Estos derechos son inalienables precisamente porque el hombre los posee por su propia naturaleza y, por tanto, no están al servicio de otros intereses. Entre ellos cabe mencionar, ante todo, el derecho a la vida en todas las fases de su desarrollo o en cualquier situación en que se encuentre.
También el derecho a formar una familia, basada en los vínculos de amor y fidelidad establecidos en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y que ha de ser protegida y ayudada para cumplir su incomparable misión de ser fuente de convivencia y célula básica de toda sociedad. En ella, como institución natural, reside, además, el derecho primario a educar a los hijos según los ideales con los que los padres desean enriquecerlos tras haberles acogido con gozo en sus vidas.

4. Vuestra Excelencia sabe bien que la querida Patria chilena cuenta con abundantes recursos históricos y espirituales para afrontar el futuro con fundadas esperanzas de alcanzar nuevas metas de humanidad, contribuyendo así a favorecer también en el concierto de las naciones vínculos de cooperación y convivencia pacífica. Muestra de ello son los Santos, que tanto renombre han adquirido por doquier, como Teresa de los Andes o el Padre Alberto Hurtado. Los muchos dones que el Creador ha otorgado en la naturaleza a los hijos e hijas de Chile han de seguir dando frutos que abran un futuro más próspero a las nuevas generaciones, y sean amantes de la paz y tengan un sentido trascendente de la vida, acorde con las seculares raíces cristianas del País.

Al terminar este encuentro, le renuevo mi saludo y bienvenida. Le deseo una feliz estancia en Roma, no solamente rica de experiencias profesionales, sino también personales. Esta es una ciudad que ofrece tantas posibilidades en sí misma y, en cierto modo, una atalaya privilegiada para comprender los avatares del orbe.

Con estos sentimientos, invoco la maternal protección de la Santísima Virgen María que, bajo la advocación del Carmelo, es Patrona de los chilenos, e imparto de corazón a usted, a su distinguida familia y demás seres queridos, así como a sus colaboradores en la Embajada, la Bendición Apostólica.

Castelgandolfo, 8 de septiembre de 2006.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL TERCER GRUPO DE OBISPOS DE CANADÁ
EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 8 de septiembre de 2006



Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado:

1. "Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4, 16). Con afecto fraterno os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, obispos de Ontario, y agradezco a monseñor Smith los amables sentimientos expresados en vuestro nombre. Correspondo a ellos afectuosamente y os aseguro a vosotros, y a quienes están encomendados a vuestro cuidado pastoral, mis oraciones y mi solicitud. Vuestra visita ad limina Apostolorum, y al Sucesor de Pedro, es una ocasión para confirmar vuestro compromiso de hacer que Cristo sea cada vez más visible en la Iglesia y en la sociedad a través del testimonio gozoso del Evangelio, que es Jesucristo mismo.

Las numerosas exhortaciones del evangelista san Juan a permanecer en el amor y en la verdad de Cristo evocan una imagen espléndida de una morada segura y cierta. Dios nos ama primero (cf. 1 Jn 4, 10) y luego nosotros, impulsados hacia este don, encontramos una morada para descansar donde podemos "seguir bebiendo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios" (cf. Deus caritas est, 7). San Juan también fue impulsado a exhortar a sus comunidades a permanecer en ese amor, pues algunas ya se habían debilitado por las disputas y distracciones, que pueden llevar a divisiones.

2. Queridos hermanos, vuestras comunidades diocesanas están llamadas a hacer que resuene la proclamación viva de fe: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene" (1 Jn 4, 16). Estas palabras, que manifiestan con gran elocuencia la fe como adhesión personal a Dios y al mismo tiempo asienten a toda la verdad que Dios revela (cf. Dominus Iesus, 7), sólo pueden proclamarse de modo creíble como consecuencia de un encuentro con Cristo. Impulsado por su amor, el creyente se encomienda totalmente a Dios y así llega a ser uno con el Señor (cf. 1 Co 6, 17). En la Eucaristía esta unión se fortalece y se renueva, entrando en la dinámica de la entrega de Cristo para participar en la vida divina: "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 56; cf. Deus caritas est, 13).

Sin embargo, la exhortación de san Juan sigue siendo siempre actual. En las sociedades cada vez más secularizadas vosotros mismos experimentáis cómo el amor a la humanidad que brota del corazón de Dios puede pasar desapercibido o incluso ser rechazado. El hombre, pensando que sustraerse a esta relación constituye, de una manera u otra, una solución para su propia liberación, se transforma de hecho en extraño a sí mismo, puesto que "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes, 22). Numerosos hombres y mujeres, mostrando poco interés por el amor que revela la plenitud de la verdad del ser humano, siguen alejándose de la morada de Dios para vivir en el desierto del aislamiento individual, de la fractura social y de la pérdida de identidad cultural.

3. Desde esta perspectiva, la tarea fundamental de la evangelización de la cultura es el desafío de hacer visible a Dios en el rostro humano de Jesús. Ayudando a las personas a reconocer y experimentar el amor de Cristo, despertaréis en ellas el deseo de habitar en la casa del Señor, abrazando la vida de la Iglesia. Esta es nuestra misión, que expresa nuestra naturaleza eclesial y asegura que toda iniciativa de evangelización fortalece al mismo tiempo la identidad cristiana.

A este respecto, debemos reconocer que cualquier reducción del mensaje central de Jesús, es decir, el "reino de Dios", a un discurso indefinido sobre "valores del reino" debilita la identidad cristiana y disminuye la contribución de la Iglesia a la regeneración de la sociedad. Cuando creer se reemplaza por "hacer", y el testimonio por discursos sobre "cuestiones", urge recuperar la alegría profunda y el estupor de los primeros discípulos, cuyo corazón, en presencia del Señor, "ardía en su interior", impulsándolos a "contar lo que les había pasado" (cf. Lc 24, 32. 35).

Hoy se experimentan muy dramáticamente los obstáculos a la difusión del reino de Cristo en la separación entre Evangelio y cultura, excluyendo a Dios de la esfera pública. Canadá tiene una merecida reputación de país comprometido generosa y prácticamente en favor de la justicia y la paz; y en vuestras ciudades multiculturales existe un atractivo clima de vitalidad y oportunidad. Sin embargo, al mismo tiempo, algunos valores separados de sus raíces morales y de su pleno significado, que se encuentra en Cristo, se han desarrollado de un modo muy preocupante. En nombre de la "tolerancia" vuestro país ha tenido que soportar la insensatez de la redefinición del término "cónyuge", y en nombre de la "libertad de elección" afronta la destrucción diaria de niños no nacidos. Cuando se ignora el plan divino del Creador, se pierde la verdad de la naturaleza humana.

En el seno de la misma comunidad cristiana existen falsas dicotomías, que son particularmente dañinas cuando los líderes cristianos de la vida civil sacrifican la unidad de la fe y sancionan la desintegración de la razón y los principios de la ética natural, rindiéndose a efímeras tendencias sociales y a falsas exigencias de los sondeos de opinión. La democracia sólo tiene éxito si se basa en la verdad y en una correcta comprensión de la persona humana. Los católicos que participan en la vida política no pueden aceptar componendas con respecto a este principio; de lo contrario, se silenciaría el testimonio cristiano del esplendor de la verdad en la esfera pública y se proclamaría la autonomía de la moral (cf. Nota doctrinal La participación de los católicos en la vida política, 2-3, 6). Os exhorto a que, en vuestros debates con los líderes de la vida política y civil, demostréis que nuestra fe cristiana, lejos de ser un obstáculo para el diálogo, es un puente, precisamente porque une razón y cultura.

4. En el contexto de la evangelización de la cultura, deseo mencionar la excelente red de escuelas católicas en el centro de la vida eclesial de vuestras provincias. La catequesis y la educación religiosa constituyen un arduo apostolado. Doy las gracias y aliento a los numerosos laicos, hombres y mujeres, que, juntamente con los religiosos, se esfuerzan por asegurar que vuestros jóvenes aprecien cada día más el don de la fe que han recibido. Hoy más que nunca esto exige que el testimonio, alimentado por la oración, sea el medio principal de toda escuela católica. Los maestros, en cuanto testigos, deben dar razón de la esperanza que alimenta su vida (cf. 1 P 3, 15), viviendo la verdad que proponen a sus alumnos, siempre en referencia a Aquel con quien se han encontrado y cuya gran bondad han experimentado con alegría (cf. Discurso a la asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6 de junio de 2005). Y así, con san Agustín, dicen: "Tanto nosotros, que hablamos, como vosotros, que escucháis, somos discípulos y seguidores de un solo Maestro" (Sermón 23, 2).

Como mencionáis en vuestras relaciones, un obstáculo muy insidioso para la educación en la actualidad es la marcada presencia en la sociedad del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, considera como criterio último sólo la propia voluntad y los propios deseos. Dentro de este horizonte relativista se produce un eclipse de los sublimes objetivos de la vida, así como una reducción del nivel de excelencia, una timidez ante la categoría de bien y una búsqueda de novedades tenaz pero sin sentido, que se ostenta como realización de la libertad. Esas tendencias perjudiciales ponen de relieve la particular urgencia del apostolado de "caridad intelectual" que sostiene la unidad esencial de conocimiento, guía a los jóvenes a la sublime satisfacción de ejercer su libertad en relación con la verdad, y articula la conexión entre la fe y todos los aspectos de la familia y de la vida civil. Confío en que los jóvenes canadienses, iniciados en el amor a la verdad, quieran acudir a la casa del Señor, que "ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1, 9) y satisface todo deseo de humanidad.

5. Queridos hermanos, con afecto y gratitud fraterna os ofrezco estas reflexiones y os animo en vuestro anuncio de la buena nueva de Jesucristo. Experimentad su amor y, de este modo, haced que la luz de Dios ilumine el mundo (cf. Deus caritas est, 39). Invocando sobre vosotros la intercesión de María, Sede de la Sabiduría, os imparto de corazón mi bendición apostólica a vosotros y a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.


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ENCUENTRO DEL PAPA BENEDICTO XVI
CON SU SECRETARÍA DE ESTADO CON OCASIÓN DE LA CEREMONIA DE DESPEDIDA DEL CARGO DE SECRETARIO DEL CARDENAL ANGELO SODANO,
Y DEL NOMBRAMIENTO COMO SECRETARIO DE ESTADO
DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE, S. D. B

PALABRAS DEL SANTO PADRE AL FINAL DEL ENCUENTRO

Sala de los Suizos, Palacio apostólico de Castelgandolfo
Viernes 15 de septiembre de 2006


Eminencias,
excelencias,
queridos colaboradores y colaboradoras:

No puedo terminar este encuentro sin añadir, una vez más, unas palabras que en este momento me brotan del corazón. En cierto sentido, es un momento de tristeza; pero sobre todo es un momento de profunda gratitud. Usted, eminencia, ha trabajado con varios Papas, y al final conmigo, en calidad de secretario de Estado, con la entrega, la competencia y la voluntad de servicio de las que ya he hablado. Asociándome a su discurso, quisiera extender mi agradecimiento a todos los colaboradores y colaboradoras, así como a las representaciones pontificias del mundo.

Cada vez comprendo mejor que sólo esta red de colaboración hace posible responder al mandato del Señor: "Confirma fratres tuos in fide". Sólo en virtud de la suma de todas estas competencias, sólo en virtud de la humildad de un compromiso laborioso y muy experto de tantas personas, el Papa puede "confirmar a sus hermanos", obedeciendo así al Señor. Gracias a esta amplia colaboración el Papa puede cumplir adecuadamente su misión.

Solamente en estos últimos años, siendo prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, he comprendido cada vez más cuánta competencia hay aquí, cuánta entrega, cuánta humildad y cuánta voluntad de servir realmente al Señor en su Iglesia. En realidad, este trabajo curial es un trabajo pastoral en sentido eminente, porque ayuda de verdad a guiar al pueblo de Dios a las verdes praderas —como dice el Salmo— donde la palabra de Dios está presente y nos alimenta toda nuestra vida.

Eminencia, en las última semanas he reflexionado en qué signo de mi gratitud podría darle en este momento. He tenido la alegría de que usted me acompañara en mi viaje a Baviera. Hemos visitado sedes episcopales importantes —Munich, Ratisbona y la antigua sede de Freising— y hemos visitado Altötting, nuestro santuario nacional, por decirlo así, que desde hace siglos ha sido llamado "corazón" de Baviera. Es realmente el "corazón" del país, porque allí, al encontrarnos con la Madre, nos encontramos con el Señor. Allí, en todas las vicisitudes de la historia, y también en todas las dificultades del presente, hallamos nuevamente, junto con la protección de la Madre, también la alegría de la fe. Allí se renueva nuestro pueblo.

Usted, señor cardenal, ha sido testigo de que el obispo de Passau me entregó como recuerdo perenne una copia de la imagen de la Virgen, del siglo XV, que atrae continuamente a los peregrinos que desean experimentar el amor de la Madre de todos nosotros. He podido obtener una copia fiel —hay copias menos valiosas— de la Virgen de Altötting. Y creo que esta Virgen de Altötting no sólo puede ser el signo de mi perenne gratitud, sino también el signo de nuestra unión en la oración. Que la Virgen lo acompañe siempre; que lo proteja siempre, y lo guíe. Esta es la expresión de mi sincera gratitud.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR IVAN REBERNIK
NUEVO EMBAJADOR DE ESLOVENIA ANTE LA SANTA SEDE*

Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Sábado 16 septiembre de 2006



Señor embajador:

El cordial y solemne gesto de presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Eslovenia ante la Sede apostólica recuerda las relaciones milenarias entre el Sucesor de Pedro y el amado pueblo que usted representa aquí. Sea bienvenido, señor embajador. Estoy seguro de que los sentimientos que ha evocado en las palabras que acaba de dirigirme reflejan las íntimas convicciones de sus compatriotas con respecto al Papa. Acepto con sincero placer estas genuinas expresiones, manifestando a las autoridades que lo acreditan, de modo especial al presidente de la República su excelencia el señor Janez Drnovsek, mi aprecio y mi agradecimiento.

La República de Eslovenia, en su nativa libertad, cultiva un diálogo fecundo y constructivo con las instituciones eclesiales presentes en el territorio, reconociendo su aportación positiva a la vida de la nación. Esto confirma cómo las tradiciones católicas, que desde siempre han caracterizado al pueblo esloveno, constituyen un tesoro valioso del que se puede tomar para expresar la identidad más profunda y verdadera de esa noble tierra.

En este marco se han desarrollado de manera fecunda las relaciones cordiales entre los eslovenos y la Sede de Pedro: las testimonian también hoy las buenas relaciones bilaterales a las que usted ha querido aludir oportunamente. Desde los primeros siglos del cristianismo la fuerza del Evangelio ha actuado en tierra eslovena: lo revela la presencia de santos como san Victorino y san Maximiano, cuyo testimonio contribuyó a la consolidación de la fe cristiana entre los pueblos que, en el siglo VII, se establecieron en la actual Eslovenia. ¿Cómo no pensar, también, en la figura de un obispo como el beato Anton Martin Slomsek que, en tiempos más recientes, impulsó el despertar nacional realizando una valiosa obra como formador del pueblo esloveno? El cristianismo y la identidad nacional están íntimamente relacionados. Por tanto, es natural que exista una profunda sintonía entre el Obispo de Roma y el noble pueblo que en usted tiene hoy aquí a su representante y su portavoz.


ruto de este intenso y constructivo diálogo, que no se interrumpió durante los tristes acontecimientos del siglo recién transcurrido, es el Acuerdo entre la República de Eslovenia y la Santa Sede sobre cuestiones jurídicas, del 14 de diciembre de 2001. Se trata de un acuerdo importante, cuya aplicación fiel no podrá por menos de fortalecer las relaciones recíprocas y la colaboración con vistas a la promoción de la persona y del bien común (cf. art. 1), respetando la legítima laicidad del Estado.

Sin embargo, como usted ha destacado oportunamente, existen cuestiones aún abiertas, que esperan una solución adecuada. Conociendo la estima y el afecto de los eslovenos por el Papa, estoy seguro de que sus representantes a nivel político sabrán interpretar sus tradiciones, su sensibilidad y su cultura. En efecto, el pueblo esloveno tiene el derecho de consolidar y poner de manifiesto el alma cristiana que ha plasmado su identidad y lo ha insertado en el contexto de la Europa cuyas raíces más profundas sacan vigor de la semilla evangélica operante en el continente desde hace casi dos milenios.

Los responsables de hoy tienen la tarea de buscar los métodos convenientes para implicar a las nuevas generaciones en el conocimiento y en el aprecio de los valores del pasado, capacitándolas para llevar al milenio recién iniciado el rico patrimonio heredado. Por tanto, a esas nuevas generaciones se les debe ayudar a llegar al conocimiento concreto y específico de los fundamentos culturales, éticos y religiosos sobre los que la nación ha sido edificada a lo largo de los siglos.

En efecto, sería una estrategia verdaderamente miope no favorecer la apertura de los jóvenes al conocimiento de las raíces históricas de las que fluye la savia necesaria para asegurar a la nación nuevas estaciones fecundas en frutos. En este sentido, se debe afrontar la cuestión de su instrucción también con respecto a los valores religiosos compartidos por la mayoría de la población, si se quiere evitar el peligro de la pérdida progresiva de los rasgos más específicos de la fisonomía nacional. Está en juego el respeto de la misma libertad de los ciudadanos, sobre la cual la República de Eslovenia vigila con atención, y que asimismo la Sede apostólica desea que se promueva según el espíritu del mencionado acuerdo.

Con todo, también es esta la experiencia de los demás pueblos del continente, en particular de los pueblos eslavos que, conscientes de la importancia del cristianismo para su identidad social y de la valiosa contribución que en este sentido puede dar la Iglesia, no se han sustraído al deber de asegurar, también en el campo legislativo, que el rico patrimonio ético y religioso siga dando abundantes frutos a las generaciones jóvenes.

Ojalá que el diálogo abierto en este ámbito entre las autoridades civiles y religiosas en Eslovenia lleve al entendimiento justo y sincero, tan necesario: es el deseo que de buen grado expreso en esta circunstancia. Eso no puede por menos de favorecer a las personas a las que, aunque desde perspectivas diversas, tanto el Estado como la Iglesia se sienten comprometidos a prestar el debido servicio. Puedo asegurar que la Iglesia católica colaborará con sinceridad y cordialidad con el Estado, sin exigir para sí privilegios, sino presentando propuestas que, según su parecer, pueden contribuir al progreso común de la nación.

A la vez que deseo que las relaciones cordiales entre Eslovenia y la Santa Sede sigan desarrollándose sobre las sólidas bases que las han guiado hasta ahora, le reafirmo la estima y el apoyo míos y de mis colaboradores de la Curia romana en el cumplimiento de la alta misión que le ha sido confiada, y confirmo estos sentimientos con la invocación de abundantes bendiciones divinas sobre usted y sobre sus seres queridos.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES E UN CONGRESO
ORGANIZADO POR LA ACADEMIA PONTIFICA PARA LA VIDA

Sala de los Suizos, Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Sábado 16 de septiembre de 2006



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores; amables señoras:

Os dirijo a todos mi saludo cordial. El encuentro con científicos y estudiosos como vosotros, dedicados a la investigación destinada a la terapia de enfermedades que afligen profundamente a la humanidad, es para mí motivo de particular consuelo. Doy las gracias a los organizadores de este congreso sobre un tema que ha cobrado cada vez mayor importancia durante estos años. El tema específico del simposio está formulado oportunamente con un interrogante abierto a la esperanza: "Las células madre: ¿qué futuro para la terapia?".

Agradezco al presidente de la Academia pontificia para la vida, monseñor Elio Sgreccia, las amables palabras que me ha dirigido también en nombre de la Federación internacional de asociaciones de médicos católicos (FIAMC), asociación que ha cooperado a la organización del congreso y está aquí representada por el presidente saliente, profesor Gianluigi Gigli, y por el presidente electo, profesor Simón de Castellví.

Cuando la ciencia se aplica al alivio del sufrimiento y cuando, por este camino, descubre nuevos recursos, se muestra doblemente rica en humanidad: por el esfuerzo del ingenio aplicado a la investigación y por el beneficio anunciado a los afectados por la enfermedad. También los que proporcionan los medios económicos e impulsan las estructuras de estudio necesarias comparten el mérito de este progreso por el camino de la civilización. Quisiera repetir en esta circunstancia lo que afirmé en una audiencia reciente: "El progreso sólo puede ser progreso real si sirve a la persona humana y si la persona humana crece; no sólo debe crecer su poder técnico, sino también su capacidad moral" (Entrevista concedida a Radio Vaticano y cuatro cadenas de televisión alemanas, 5 de agosto de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de agosto de 2006, p. 6).

Desde esta perspectiva, también la investigación con células madre somáticas merece aprobación y aliento cuando conjuga felizmente al mismo tiempo el saber científico, la tecnología más avanzada en el ámbito biológico y la ética que postula el respeto del ser humano en todas las fases de su existencia. Las perspectivas abiertas por este nuevo capítulo de la investigación son fascinantes en sí mismas, porque permiten vislumbrar la posibilidad de curar enfermedades que comportan la degeneración de los tejidos, con los consiguientes riesgos de invalidez y de muerte para los afectados.

¿Cómo no sentir el deber de felicitar a los que se dedican a esta investigación y a los que sostienen su organización y sus costes? En particular, quisiera exhortar a las instituciones científicas que por inspiración y organización tienen como referencia a la Iglesia católica a incrementar este tipo de investigación y a establecer contactos más estrechos entre sí y con quienes buscan del modo debido el alivio del sufrimiento humano.

Permitidme también reivindicar, ante las frecuentes e injustas acusaciones de insensibilidad dirigidas contra la Iglesia, el apoyo constante que ha dado a lo largo de su historia bimilenaria a la investigación encaminada a la curación de las enfermedades y al bien de la humanidad. Si ha habido ―y sigue habiendo― resistencia, era y es ante las formas de investigación que incluyen la eliminación programada de seres humanos ya existentes, aunque aún no hayan nacido. En estos casos la investigación, prescindiendo de los resultados de utilidad terapéutica, no se pone verdaderamente al servicio de la humanidad, pues implica la supresión de vidas humanas que tienen igual dignidad que los demás individuos humanos y que los investigadores. La historia misma ha condenado en el pasado y condenará en el futuro esa ciencia, no sólo porque está privada de la luz de Dios, sino también porque está privada de humanidad. Quisiera repetir aquí cuanto escribí hace algún tiempo: "Aquí hay un problema que no podemos ignorar: nadie puede disponer de la vida humana. Se debe establecer una frontera infranqueable a nuestras posibilidades de actuar y experimentar. El hombre no es un objeto del que podamos disponer, sino que cada individuo representa la presencia de Dios en el mundo" (J. Ratzinger, Dio e il mondo, p. 119).

Ante la supresión directa de un ser humano no puede haber ni componendas ni tergiversaciones; no es posible pensar que una sociedad pueda combatir eficazmente el crimen cuando ella misma legaliza el delito en el ámbito de la vida naciente. Con ocasión de recientes congresos de la Academia pontificia para la vida reafirmé la enseñanza de la Iglesia, dirigida a todos los hombres de buena voluntad, acerca del valor humano del recién concebido, aunque sea antes de su implantación en el útero. El hecho de que vosotros, en este congreso, hayáis expresado el compromiso y la esperanza de conseguir nuevos resultados terapéuticos utilizando células del cuerpo adulto sin recurrir a la eliminación de seres humanos recién concebidos, y el hecho de que los resultados estén premiando vuestro trabajo, constituyen una confirmación de la validez de la invitación constante de la Iglesia al pleno respeto del ser humano desde su concepción.

El bien del hombre no sólo se ha de buscar en las finalidades universalmente válidas, sino también en los métodos utilizados para alcanzarlas: el fin bueno jamás puede justificar medios intrínsecamente ilícitos. No es sólo cuestión de sano criterio en el empleo de los recursos económicos limitados, sino también, y sobre todo, de respeto de los derechos fundamentales del hombre en el ámbito mismo de la investigación científica.

A vuestro esfuerzo, ciertamente sostenido por Dios, que obra en todo hombre de buena voluntad y obra para el bien de todos, deseo que él le conceda la alegría del descubrimiento de la verdad, la sabiduría en la consideración y en el respeto de todo ser humano, y el éxito en la investigación de remedios eficaces para el sufrimiento humano. Como prenda de este deseo os imparto de corazón a vosotros, a vuestros colaboradores y familiares, así como a los pacientes a los que se aplicarán vuestros recursos de ingenio y el fruto de vuestro trabajo, una afectuosa bendición, con la seguridad de un recuerdo especial en la oración.


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All'Ambasciatore della Repubblica di Austria presso la Santa Sede (18 settembre 2006)

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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE LA AUDIENCIA CONCEDIDA
AL CARDENAL TARCISIO BERTONE, S.D.B., SECRETARIO DE ESTADO, JUNTAMENTE CON SU FAMILIARES

Lunes 18 de septiembre de 2006



Eminencia;
queridos amigos:

Me alegra saludar aquí una vez más públicamente al nuevo secretario de Estado y a toda su familia. Nos conocimos cuando su eminencia era consultor de la Congregación para la doctrina de la fe. Me ayudó muchísimo en algunos difíciles coloquios que tuvimos en 1988.

Después, cuando el querido mons. Bovone pasó a la Congregación para las causas de los santos, resultó necesario buscar un nuevo secretario para la Congregación para la doctrina de la fe. Y no tuve que reflexionar mucho tiempo, porque los recuerdos de aquel trabajo común eran tan vivos que comprendí que el Señor ya me había indicado el sucesor.

Siguieron años muy hermosos de colaboración en la Congregación para la doctrina de la fe. Siempre ha estado presente san Eusebio de Vercelli; no sé si también hoy esta presencia sigue custodiando la fe. Hicimos todo lo que pudimos. Tuve la posibilidad de ver Vercelli y de conocer esa hermosa archidiócesis. En ese tiempo, al venir a la Congregación, el cardenal Bertone había «perdido» la púrpura que había tenido en Vercelli. Luego, al ir a Génova, volvió la púrpura y tuvo ocasión de ver también las bellezas de Génova.

Más adelante llegó el tiempo en que algunos cardenales de la Curia, que nacieron en 1927, presentaran la dimisión. Así me acordé nuevamente de los años en que trabajamos juntos y el Señor me concedió esta gracia del «sí» de su eminencia.

Con valentía comenzamos juntos nuestro camino. Me alegra ver que cuenta con el apoyo de una familia fuerte. A todos os expreso mis mejores deseos.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS NOMBRADOS EN LOS ÚLTIMOS DOCE MESES

Jueves 21 de septiembre de 2006



Queridos hermanos en el episcopado:

Os saludo cordialmente a cada uno de vosotros. Mi saludo se dirige ante todo al señor cardenal Giovanni Battista Re, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos, y lo extiendo con afecto a cuantos han organizado y coordinado vuestro encuentro. Durante estos días habéis escuchado la experiencia de algunos jefes de dicasterio de la Curia romana y de obispos, que os han ayudado a reflexionar sobre algunos aspectos del ministerio episcopal de gran importancia para nuestro tiempo.

Hoy es el Papa quien os acoge con alegría, y se siente feliz de compartir con vosotros los sentimientos y las expectativas que vivís durante estos primeros meses de vuestro ministerio episcopal. Ciertamente ya habréis experimentado cómo Jesús, el buen Pastor, obra en las almas con su gracia. «Te basta mi gracia» (2 Co 12, 9), fue la respuesta que escuchó el apóstol san Pablo cuando pidió al Señor que le ahorrara los sufrimientos. Que esta misma certeza alimente siempre vuestra fe y estimule en vosotros la búsqueda de caminos para llegar al corazón de todos con el sano optimismo que debéis irradiar siempre en torno a vosotros.

En la encíclica Deus caritas est reafirmé que los obispos tienen la primera responsabilidad de edificar la Iglesia como familia de Dios y como lugar de ayuda recíproca y de disponibilidad (cf. n. 32). Para poder cumplir esta misión habéis recibido, con la consagración episcopal, tres oficios peculiares: el munus docendi, el munus sanctificandi y el munus regendi, que en conjunto constituyen el munus pascendi. En particular, el munus regendi tiene como finalidad el crecimiento en la comunión eclesial, es decir, la construcción de una comunidad concorde en la escucha de la enseñanza de los Apóstoles, en la fracción del pan, en la oración y en la unión fraterna (cf. Hch 2, 42).

Íntimamente unido a los oficios de enseñar y santificar, el de gobernar —es decir, el munus regendi— constituye para el obispo un auténtico acto de amor a Dios y al prójimo, que se manifiesta en la caridad pastoral. Lo indicó autorizadamente el concilio Vaticano II en la constitución Lumen gentium, presentando a los obispos como modelo a Cristo, buen Pastor, que no vino para ser servido sino para servir (cf. n. 27). En esta línea, la carta apostólica postsinodal Pastores gregis invita al obispo a inspirarse constantemente en la imagen evangélica del lavatorio de los pies (cf. n. 42). Sólo Cristo, que es el amor de Dios encarnado (cf. Deus caritas est, 12), puede indicarnos de modo autorizado cómo amar y servir a la Iglesia.

Queridos hermanos, cada uno de vosotros, siguiendo el ejemplo de Cristo, en la atención diaria a la grey, ha de hacerse «todo a todos» (cf. 1 Co 9, 22), proponiendo la verdad de la fe, celebrando los sacramentos de nuestra santificación y testimoniando la caridad del Señor.

Acoged con corazón abierto a los que llaman a vuestra puerta: aconsejadlos, consoladlos y sostenedlos en el camino de Dios, tratando de llevarlos a todos a la unidad en la fe y en el amor, cuyo principio y fundamento visible, por voluntad del Señor, debéis ser vosotros en vuestras diócesis (cf. Lumen gentium, 23). Tened en primer lugar esta solicitud con respecto a los sacerdotes. Actuad siempre con ellos como padres y hermanos mayores que saben escuchar, acoger, consolar y, cuando sea necesario, también corregir; buscad su colaboración y estad cerca de ellos, especialmente en los momentos significativos de su ministerio y de su vida. Tened la misma solicitud por los jóvenes que se preparan para la vida sacerdotal y religiosa.

En virtud del oficio de gobernar (cf. Lumen gentium, 27), el obispo está llamado también a juzgar y regular con leyes, indicaciones y sugerencias, la vida del pueblo de Dios encomendado a su cuidado pastoral, según lo previsto por la disciplina universal de la Iglesia. Este derecho y deber del obispo es muy importante para que la comunidad diocesana esté internamente unida y avance con profunda comunión de fe, de amor y de disciplina con el Obispo de Roma y con toda la Iglesia.

Por tanto, os exhorto, queridos hermanos en el episcopado, a ser custodios atentos de esta comunión eclesial y a promoverla y defenderla vigilando constantemente sobre la grey de la que habéis sido constituidos pastores. Se trata de un acto de amor que requiere discernimiento, valentía apostólica y bondad paciente al tratar de convencer e implicar, para que vuestras indicaciones sean acogidas de buen grado y aplicadas con convicción y prontitud. Con la dócil obediencia al obispo, cada fiel contribuye responsablemente a la edificación de la Iglesia. Esto será posible si, conscientes de vuestra misión y de vuestras responsabilidades, sabéis alimentar en cada uno de ellos el sentido de pertenencia a la Iglesia y la alegría de la comunión fraterna, implicando a los organismos específicos previstos por la disciplina eclesial. Construir la comunión eclesial ha de ser vuestro compromiso diario.

La carta apostólica Pastores gregis y el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos insisten en indicar a cada pastor que su autoridad objetiva debe ser sostenida por una vida ejemplar. La serenidad en las relaciones, la delicadeza en el trato y la sencillez de vida son dotes que sin duda enriquecen la personalidad humana del obispo.

En la «Regla pastoral», san Gregorio Magno escribe que «el gobierno de las almas es el arte de las artes» (n. 1). Este arte requiere el crecimiento constante de las virtudes, entre las cuales deseo recordar la prudencia, que san Bernardo define «madre de la fortaleza». La prudencia os hará pacientes con vosotros mismos y con los demás, valientes y firmes en las decisiones, misericordiosos y justos, preocupados únicamente por vuestra salvación y por la de vuestros hermanos «con temor y temblor» (Flp 2, 12).

La entrega total de vosotros mismos, que exige el cuidado de la grey del Señor, necesita el apoyo de una intensa vida espiritual, alimentada por una asidua oración personal y comunitaria. Por tanto, un contacto constante con Dios debe caracterizar vuestras jornadas y acompañar todas vuestras actividades. Vivir en íntima unión con Cristo os ayudará a alcanzar el necesario equilibrio entre el recogimiento interior y el esfuerzo necesario requerido por las múltiples ocupaciones de la vida, evitando caer en un activismo exagerado.

El día de vuestra consagración episcopal habéis hecho la promesa de orar de forma incansable por vuestro pueblo. Queridos hermanos, permaneced siempre fieles a este compromiso, que os capacitará para ejercer de modo irreprensible vuestro ministerio pastoral. Mediante la oración, las puertas de vuestro corazón se abren al proyecto de Dios, que es proyecto de amor, al que él os ha llamado uniéndoos más íntimamente a Cristo con la gracia del episcopado. Siguiéndolo a él, el Pastor y Obispo de vuestras almas (cf. 1 P 2, 25), seréis impulsados a tender siempre a la santidad, que es el objetivo fundamental de la existencia de todo cristiano.

Queridos hermanos, a la vez que os agradezco vuestra grata visita, quiero aseguraros mi recuerdo diario ante el Señor por vuestro servicio eclesial, que encomiendo a la Virgen Mater Ecclesiae. Invoco su protección sobre vosotros, sobre vuestras diócesis y sobre vuestro ministerio. Con estos sentimientos, os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos una especial bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS

Viernes 22 de septiembre de 2006


Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme hoy por primera vez con vosotros, queridos miembros y consultores del Consejo pontificio para los laicos, reunidos con ocasión de la asamblea plenaria. Vuestro Consejo pontificio tiene la peculiaridad de contar entre sus miembros y consultores, además de cardenales, obispos, sacerdotes y religiosos, con una mayoría de fieles laicos, provenientes de diversos continentes y países, y de las más variadas experiencias apostólicas. Os saludo a todos con afecto y os doy las gracias por el servicio que prestáis a la Sede de Pedro y a la Iglesia extendida por todas las partes del mundo. Mi saludo se dirige de manera especial al presidente, el arzobispo Stanisław Ryłko, a quien agradezco sus amables y devotas palabras, al secretario, el obispo Josef Clemens, y a cuantos trabajan a diario en vuestro dicasterio.

Durante los años de mi servicio a la Curia romana ya pude darme cuenta de la creciente importancia que ha asumido en la Iglesia el Consejo pontificio para los laicos; importancia que constato aún más desde que el Señor me llamó a suceder al siervo de Dios Juan Pablo II en la guía de todo el pueblo cristiano, pues tengo la posibilidad de ver más de cerca el trabajo que realizáis. En efecto, he presidido dos encuentros de indudable importancia eclesial organizados por vuestro dicasterio: la Jornada mundial de la juventud, que tuvo lugar en Colonia en el mes de agosto del año pasado, y el encuentro celebrado en la plaza de San Pedro, en la Vigilia de Pentecostés de este año, con la presencia de más de cien movimientos eclesiales y nuevas comunidades. Pienso, además, en el primer congreso latinoamericano de movimientos y nuevas comunidades eclesiales, que vuestro Consejo pontificio organizó en colaboración con el Celam, en Bogotá, del 9 al 12 de marzo de 2006, con vistas a la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano.

Después de examinar, en la anterior asamblea plenaria, la naturaleza teológica y pastoral de la comunidad parroquial, ahora estáis afrontando la cuestión desde un punto de vista operativo, buscando elementos útiles para fomentar una auténtica renovación parroquial. En efecto, el tema de vuestro encuentro es: «La parroquia redescubierta. Caminos de renovación». De hecho, el aspecto teológico pastoral y el práctico no pueden separarse, si se quiere acceder al misterio de comunión del que la parroquia está llamada a ser cada vez más signo e instrumento de actuación.

En los Hechos de los Apóstoles, el evangelista san Lucas indica los criterios esenciales para una adecuada comprensión de la naturaleza de la comunidad cristiana y, por tanto, también de toda parroquia, cuando describe la primera comunidad de Jerusalén que perseveraba en la escucha de la enseñanza de los Apóstoles, en la unión fraterna, «en la fracción del pan y en la oración», una comunidad acogedora y solidaria hasta el punto de que todo lo ponía en común (cf. Hch 2, 42; 4, 32-35).

La parroquia puede revivir esta experiencia y crecer en el entendimiento y en la cohesión fraterna si ora incesantemente, si permanece a la escucha de la palabra de Dios y, sobre todo, si participa con fe en la celebración de la Eucaristía presidida por el sacerdote. En este sentido escribía el amado Juan Pablo II en su última encíclica Ecclesia de Eucharistia: «La parroquia es una comunidad de bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la celebración del sacrificio eucarístico» (n. 32).

Por tanto, la anhelada renovación de la parroquia no puede ser resultado sólo de oportunas iniciativas pastorales, por más útiles que sean, ni de programas elaborados en despachos. Inspirándose en el modelo apostólico, tal y como aparece en los Hechos de los Apóstoles, la parroquia se redescubre en el encuentro con Cristo, especialmente en la Eucaristía. Alimentada con el pan eucarístico, crece en la comunión católica, camina en plena fidelidad al Magisterio y siempre está atenta a acoger y discernir los diferentes carismas que el Señor suscita en el pueblo de Dios. De la unión constante con Cristo la parroquia saca vigor para comprometerse sin cesar al servicio de los hermanos, especialmente de los pobres, para quienes representa de hecho el primer punto de referencia.

Queridos hermanos y hermanas, mientras os expreso gran aprecio por la actividad de animación y de servicio que desempeñáis, deseo de corazón que los trabajos de la asamblea plenaria contribuyan a hacer que los fieles laicos sean cada vez más conscientes de su misión en la Iglesia, en particular dentro de la comunidad parroquial, que es una «familia» de familias cristianas. Por esta intención aseguro un constante recuerdo en la oración e, invocando sobre cada uno la maternal protección de María, de buen grado os imparto mi bendición a todos vosotros, a vuestros familiares y a las comunidades a las que pertenecéis.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHAD
EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 23 de septiembre de 2006



Queridos hermanos en el episcopado:

Durante estos días en que realizáis vuestra visita ad limina me alegra acogeros a vosotros, a quienes el Señor ha elegido para guiar al pueblo de Dios en Chad. Vuestra peregrinación a Roma os lleva a seguir las huellas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y os permite encontraros con el Sucesor de Pedro y con sus colaboradores para fortalecer vuestra comunión con la Iglesia universal. Deseo que estos días sean para vosotros una ocasión para intensificar vuestro celo apostólico, a fin de que vuestras comunidades reciban un nuevo impulso para ser luz que ilumina y conduce hacia Aquel que trae la salvación.

Agradezco a vuestro presidente, monseñor Jean-Claude Bouchard, obispo de Pala, su presentación de las realidades eclesiales en vuestro país. Al volver a vuestras diócesis, llevad a los sacerdotes, a los consagrados, a los catequistas y a todos los fieles mi saludo afectuoso y la seguridad de mi cercanía espiritual, así como mi aliento para su vida cristiana.

Queridos hermanos en el episcopado, a imagen de Cristo, buen Pastor, habéis sido enviados para ser misioneros de la buena nueva. Seguid realizando esta misión con confianza y valentía. La santidad de vuestra vida os convertirá en signos auténticos del amor de Dios. Mediante la proclamación del Evangelio, guiad a vuestras comunidades al encuentro con el Señor y ayudadles a testimoniar su esperanza, contribuyendo a la edificación de una sociedad más justa, fundada en la reconciliación y en la unidad entre todos. La participación regular de los fieles en los sacramentos, principalmente en la Eucaristía, les dará la fuerza para seguir a Cristo; así sentirán la necesidad de compartir con sus hermanos la alegría de su encuentro con el Señor. Como prolongación del primer Congreso eucarístico nacional, que vuestras diócesis celebraron en Mundú a inicios de este año, todos deben esforzarse por profundizar su conocimiento de este gran sacramento, para hacer que dé frutos en su vida. Por otra parte, una sólida formación religiosa, fundada en fuertes convicciones espirituales, permitirá a los fieles vivir una existencia conforme a los compromisos de su bautismo y testimoniar los valores cristianos en la sociedad.

Deseo saludar con particular afecto a vuestros sacerdotes y alentarlos en su misión, difícil pero entusiasmante, de anunciar el Evangelio y servir al pueblo de Dios. Como ya he subrayado, "ser sacerdote significa convertirse en amigo de Jesucristo, y esto cada vez más con toda nuestra existencia" (Homilía en la misa Crismal, 13 de abril de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de abril de 2006, p. 4). Por tanto, ya desde su formación, es preciso impulsar a los sacerdotes a comprometerse cada vez más íntimamente en la amistad que el Señor no cesa de proponerles.

Para garantizar esta formación en las mejores condiciones, os invito a velar atentamente sobre vuestros seminarios, estimulando a los formadores en su tarea de discernimiento de las vocaciones. La amistad con Cristo exige una búsqueda constante y gozosa de comunión de pensamiento, de voluntad y de acción con él, mediante una obediencia humilde y fiel. Esta comunión podrá realizarse en la medida en que el sacerdote sea un auténtico hombre de oración.

Queridos hermanos en el episcopado, cuidad la vida espiritual de vuestros sacerdotes, alentándolos a permanecer fieles a una regla de vida sacerdotal que les ayude a conformar su existencia a la llamada recibida del Señor. Manifestadles vuestra cercanía fraterna en su ministerio; en los momentos de prueba y de incertidumbre, confortadlos y corregidlos, si es necesario, invitándolos a permanecer con la mirada fija en Jesús.

Uno de los desafíos que debéis afrontar es la urgencia de proclamar la verdad integral sobre el matrimonio y la familia. En efecto, es fundamental mostrar que la institución del matrimonio contribuye al verdadero desarrollo de las personas y de la sociedad, y permite garantizar la dignidad, la igualdad y la verdadera libertad del hombre y de la mujer, así como el crecimiento humano y espiritual de los niños. "Creados el uno y el otro a imagen de Dios, el hombre y la mujer, aunque diferentes, son esencialmente iguales desde el punto de vista de su humanidad" (Ecclesia in Africa, 82).

Una seria formación de los jóvenes favorecerá una renovación de la pastoral familiar y contribuirá a superar las dificultades de orden social, cultural o económico que, para numerosos fieles, son obstáculos al matrimonio cristiano. Ojalá que los jóvenes de vuestro país, conservando los valores esenciales de la familia africana, acojan en su vida la belleza y la grandeza del matrimonio cristiano que, en su unicidad, supone un amor indisoluble y fiel de los esposos.
La acción caritativa, manifestación del amor al prójimo, arraigada en el amor a Dios, ocupa un lugar importante en la pastoral de vuestras diócesis. "El amor es el servicio que presta la Iglesia para salir constantemente al encuentro de los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres" (Deus caritas est, 19).

Expreso mi agradecimiento a todas las personas, especialmente a las religiosas, que, en vuestras diócesis, realizan una actividad caritativa al servicio del desarrollo, de la educación y de la salud, así como de la acogida de refugiados. Ojalá que, al fomentar una auténtica solidaridad con las personas necesitadas, sin ninguna distinción de origen, no olviden la especificidad eclesial de sus actividades y refuercen su conciencia de ser testigos creíbles de Cristo en medio de sus hermanos y hermanas.

La consolidación de la fraternidad entre las diferentes comunidades que componen la nación es un objetivo que exige el compromiso de todos, a fin de que en el país se eviten enfrentamientos que sin duda implicarían nuevas violencias. El reconocimiento de la dignidad de cada persona, de la identidad de cada grupo humano y religioso, y de su libertad de practicar su religión, forma parte de los valores comunes de paz y de justicia que todos deben promover y en los que los responsables de la sociedad civil tienen un papel importante que desempeñar.

Me alegra saber que en vuestro país las relaciones entre cristianos y musulmanes por lo general son buenas, sobre todo gracias a la búsqueda de un mejor conocimiento mutuo. Así pues, os animo a proseguir la colaboración con espíritu de diálogo sincero y de respeto recíproco, para ayudar a cada uno a llevar una vida conforme a la dignidad recibida de Dios, promoviendo una auténtica solidaridad y un desarrollo armonioso de la sociedad.

Queridos hermanos en el episcopado, encomiendo vuestro país a la protección maternal de Nuestra Señora, Reina de África. Que ella interceda ante su Hijo para obtener la paz y la justicia en ese continente tan probado. A todos os imparto de todo corazón la bendición apostólica, así como a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UN GRUPO DE OBISPOS QUE PARTICIPABAN
EN UN CURSO DE ACTUALIZACIÓN

Sábado 23 de septiembre de 2006



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra poderme encontrar con vosotros con ocasión del seminario de actualización organizado por la Congregación para la evangelización de los pueblos, y a cada uno de vosotros le doy mi más cordial bienvenida. Saludo en primer lugar al señor cardenal Ivan Dias, prefecto del dicasterio misionero desde hace sólo unos meses, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido también en vuestro nombre.

Saludo también y doy las gracias a quienes han prestado su colaboración para el éxito de este curso de formación. Extiendo mi afectuoso saludo a vuestras comunidades diocesanas, jóvenes y llenas de entusiasmo, donde la evangelización muestra signos prometedores de desarrollo, aunque a veces el contexto sea duro y difícil. Ciertamente, estos días de convivencia fraterna os son útiles para la misión pastoral que, a su servicio, el Señor os ha encomendado desde hace poco tiempo.

Estáis llamados a ser pastores en medio de poblaciones que, en buena parte, no conocen aún a Jesucristo. Por tanto, como primeros responsables del anuncio evangélico, debéis hacer notables esfuerzos para que todos tengan la posibilidad de acogerlo. Sentís cada vez más la exigencia de inculturar el Evangelio, de evangelizar las culturas y alimentar un diálogo sincero y abierto con todos, para construir juntos una humanidad más fraterna y solidaria. Sólo impulsados por el amor a Cristo es posible realizar este compromiso apostólico, que requiere el celo intrépido de quien por el Señor no teme ni la persecución ni la muerte.

¿Cómo no recordar a los numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que, en los siglos pasados y también en nuestro tiempo, han sellado con su sangre su fidelidad a Cristo y a la Iglesia en los territorios de misión? Durante los días pasados, al número de estos heroicos testigos del Evangelio se ha sumado el sacrificio de sor Leonella Sgorbati, Misionera de la Consolota, asesinada bárbaramente en Mogadiscio, Somalia. Este martirologio adorna, hoy como ayer, la historia de la Iglesia y, aunque con sufrimiento y aprensión, mantiene viva en nuestra alma la confianza en un glorioso florecimiento de fe cristiana, pues, como afirma Tertuliano, «la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos».

Vosotros, pastores de la grey de Dios, habéis recibido el mandato de custodiar y transmitir la fe en Cristo, que ha llegado a nosotros a través de la tradición viva de la Iglesia y por la que tantos han dado su vida. Para cumplir esa misión, es esencial que en primer lugar vosotros seáis «ejemplo de buenas obras, con pureza de doctrina, dignidad, palabra sana, intachable» (Tt 2, 7-8). «El hombre contemporáneo —escribió mi predecesor de venerada memoria el siervo de Dios Pablo VI— escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos» (Evangelii nuntiandi, 41). Por eso es preciso que deis la máxima importancia en vuestro ministerio episcopal a la oración y a la búsqueda incesante de la santidad.

Es importante que os preocupéis por una seria formación de los seminaristas y por una actualización permanente de los sacerdotes y los catequistas. Mantener la unidad de la fe en la variedad de sus expresiones culturales es otro valioso servicio que se os pide, queridos hermanos en el episcopado. Esto exige que estéis unidos a la grey, a ejemplo de Cristo, buen Pastor, y que la grey camine siempre unida a vosotros. Como centinelas del pueblo de Dios, evitad con firmeza y valentía las divisiones, especialmente cuando se deben a motivos étnicos y socioculturales, pues atentan contra la unidad de la fe y debilitan el anuncio y el testimonio del Evangelio de Cristo, que vino al mundo para hacer de toda la humanidad un pueblo santo y una sola familia donde Dios es Padre de todos.

Es motivo de alegría y de consuelo constatar que en muchas de vuestras Iglesias se está produciendo un constante florecimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, don maravilloso de Dios que es preciso acoger y promover con gratitud y celo. Preocupaos por dotar a los seminarios de un número suficiente de formadores, selectos y preparados con esmero, que sean ante todo ejemplos y modelos para los seminaristas. Como sabéis bien, el seminario es el corazón de la diócesis, y precisamente por eso el obispo lo sigue personalmente. De la preparación de los futuros sacerdotes y de todos los demás agentes de pastoral, en particular de los catequistas, depende el futuro de vuestras comunidades y el de la Iglesia universal.

Venerados y queridos hermanos, dentro de algunos días volveréis a vuestras diócesis, enriquecidos por esta estancia formativa en Roma. Yo seguiré sintiéndome espiritualmente unido a vosotros, y os pido que aseguréis mi afecto y mi cercanía en la oración también a vuestras comunidades, sobre las que invoco la protección maternal de María santísima, Estrella de la evangelización, y la intercesión de san Pío de Pietrelcina, cuya memoria litúrgica se celebra hoy.

Con estos sentimientos, os imparto mi bendición apostólica a todos vosotros, extendiéndola de buen grado a cuantos están encomendados a vuestra solicitud de pastores, especialmente a los niños, a los jóvenes y a los ancianos, a los enfermos, a los pobres y a los que sufren.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS DIPLOMÁTICOS DE LOS PAÍSES DE MAYORÍA MUSULMANA
Y A EXPONENTES DE LAS COMUNIDADES MUSULMANAS EN ITALIA

Sala de los Suizos del palacio apostólico de Castelgandolfo
Lunes 25 de septiembre de 2006

Señor cardenal;
señoras y señores embajadores;
queridos amigos musulmanes:

Me alegra daros la bienvenida en este encuentro que he deseado para consolidar los vínculos de amistad y solidaridad entre la Santa Sede y las comunidades musulmanas del mundo. Doy las gracias al señor cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, por las palabras que me acaba de dirigir, así como a todos vosotros por haber aceptado mi invitación.

Las circunstancias que han motivado nuestro encuentro son bien conocidas. Ya he hablado de ellas durante la semana pasada. En este contexto particular, quisiera hoy volver a expresar toda la estima y el profundo respeto que albergo por los creyentes musulmanes, recordando lo que afirma al respecto el concilio Vaticano II y que para la Iglesia católica constituye la carta magna del diálogo islámico-cristiano: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica se refiere de buen grado» (Nostra aetate, 3).

Situándome decididamente en esta perspectiva, desde el inicio de mi pontificado he manifestado mi deseo de seguir estableciendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones, expresando particularmente mi aprecio por el crecimiento del diálogo entre musulmanes y cristianos (cf. Discurso a los representantes de las Iglesias y comunidades cristianas y de otras tradiciones religiosas, 25 de abril de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 2).

Como subrayé en Colonia, el año pasado, «el diálogo interreligioso e intercultural entre cristianos y musulmanes no puede reducirse a una opción temporal. En efecto, es una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro» (Discurso a los representantes de algunas comunidades musulmanas, 20 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 9).

En un mundo caracterizado por el relativismo, y que con demasiada frecuencia excluye la trascendencia de la universalidad de la razón, necesitamos con urgencia un auténtico diálogo entre las religiones y entre las culturas, que pueda ayudarnos a superar juntos todas las tensiones con espíritu de colaboración fecunda.

Así pues, continuando la obra emprendida por mi predecesor el Papa Juan Pablo II, deseo vivamente que las relaciones inspiradas en la confianza, que se han entablado entre cristianos y musulmanes desde hace muchos años, no sólo continúen, sino que se desarrollen con espíritu de diálogo sincero y respetuoso, fundado en un conocimiento recíproco cada vez más auténtico que, con alegría, reconozca los valores religiosos comunes y, con lealtad, respete las diferencias.

El diálogo interreligioso e intercultural es una necesidad para construir juntos el mundo de paz y fraternidad que anhelan ardientemente todos los hombres de buena voluntad. En este ámbito, nuestros contemporáneos esperan de nosotros un testimonio elocuente para mostrar a todos el valor de la dimensión religiosa de la existencia.

Por consiguiente, fieles a las enseñanzas de sus respectivas tradiciones religiosas, cristianos y musulmanes deben aprender a trabajar juntos, como ya sucede en diversas experiencias comunes, para evitar toda forma de intolerancia y oponerse a toda manifestación de violencia; y nosotros, autoridades religiosas y responsables políticos, debemos guiarles y animarles a actuar así.

En efecto, «si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua, defiendan y promuevan juntos la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (Nostra aetate, 3).

Por tanto, las lecciones del pasado deben ayudarnos a buscar caminos de reconciliación para que, respetando la identidad y la libertad de cada uno, practiquemos una colaboración fecunda al servicio de toda la humanidad. Como afirmó el Papa Juan Pablo II en su memorable discurso a los jóvenes en Casablanca (Marruecos), «el respeto y el diálogo requieren la reciprocidad en todos los terrenos, sobre todo en lo que concierne a las libertades fundamentales y en particular a la libertad religiosa. Favorecen la paz y el entendimiento entre los pueblos» (Discurso del 19 de agosto de 1985, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 1985, p. 14).

Queridos amigos, estoy profundamente convencido de que, en la situación en que se encuentra hoy el mundo, los cristianos y los musulmanes tienen el deber de comprometerse para afrontar juntos los numerosos desafíos que se plantean a la humanidad, especialmente en lo que concierne a la defensa y la promoción de la dignidad del ser humano, así como a los derechos que de ella se derivan. Mientras aumentan las amenazas contra el hombre y contra la paz, los cristianos y los musulmanes, reconociendo el carácter central de la persona y trabajando con perseverancia para que se respete siempre la vida humana, manifiestan su obediencia al Creador, que quiere que todos vivan con la dignidad que les ha otorgado.

Queridos amigos, deseo de todo corazón que Dios misericordioso guíe nuestros pasos por las sendas de una comprensión recíproca cada vez más auténtica. En el momento en el que los musulmanes comienzan el itinerario espiritual del mes de Ramadán, formulo para todos mis votos más cordiales, deseando que el Todopoderoso les conceda una vida serena y tranquila.

Que el Dios de la paz os colme con la abundancia de sus bendiciones a vosotros y a las comunidades que representáis.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS DIPLOMÁTICOS DE LOS PAÍSES DE MAYORÍA MUSULMANA
Y A EXPONENTES DE LAS COMUNIDADES MUSULMANAS EN ITALIA

Sala de los Suizos del palacio apostólico de Castelgandolfo
Lunes 25 de septiembre de 2006

Señor cardenal;
señoras y señores embajadores;
queridos amigos musulmanes:

Me alegra daros la bienvenida en este encuentro que he deseado para consolidar los vínculos de amistad y solidaridad entre la Santa Sede y las comunidades musulmanas del mundo. Doy las gracias al señor cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, por las palabras que me acaba de dirigir, así como a todos vosotros por haber aceptado mi invitación.

Las circunstancias que han motivado nuestro encuentro son bien conocidas. Ya he hablado de ellas durante la semana pasada. En este contexto particular, quisiera hoy volver a expresar toda la estima y el profundo respeto que albergo por los creyentes musulmanes, recordando lo que afirma al respecto el concilio Vaticano II y que para la Iglesia católica constituye la carta magna del diálogo islámico-cristiano: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica se refiere de buen grado» (Nostra aetate, 3).

Situándome decididamente en esta perspectiva, desde el inicio de mi pontificado he manifestado mi deseo de seguir estableciendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones, expresando particularmente mi aprecio por el crecimiento del diálogo entre musulmanes y cristianos (cf. Discurso a los representantes de las Iglesias y comunidades cristianas y de otras tradiciones religiosas, 25 de abril de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 2).

Como subrayé en Colonia, el año pasado, «el diálogo interreligioso e intercultural entre cristianos y musulmanes no puede reducirse a una opción temporal. En efecto, es una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro» (Discurso a los representantes de algunas comunidades musulmanas, 20 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 9).

En un mundo caracterizado por el relativismo, y que con demasiada frecuencia excluye la trascendencia de la universalidad de la razón, necesitamos con urgencia un auténtico diálogo entre las religiones y entre las culturas, que pueda ayudarnos a superar juntos todas las tensiones con espíritu de colaboración fecunda.

Así pues, continuando la obra emprendida por mi predecesor el Papa Juan Pablo II, deseo vivamente que las relaciones inspiradas en la confianza, que se han entablado entre cristianos y musulmanes desde hace muchos años, no sólo continúen, sino que se desarrollen con espíritu de diálogo sincero y respetuoso, fundado en un conocimiento recíproco cada vez más auténtico que, con alegría, reconozca los valores religiosos comunes y, con lealtad, respete las diferencias.

El diálogo interreligioso e intercultural es una necesidad para construir juntos el mundo de paz y fraternidad que anhelan ardientemente todos los hombres de buena voluntad. En este ámbito, nuestros contemporáneos esperan de nosotros un testimonio elocuente para mostrar a todos el valor de la dimensión religiosa de la existencia.

Por consiguiente, fieles a las enseñanzas de sus respectivas tradiciones religiosas, cristianos y musulmanes deben aprender a trabajar juntos, como ya sucede en diversas experiencias comunes, para evitar toda forma de intolerancia y oponerse a toda manifestación de violencia; y nosotros, autoridades religiosas y responsables políticos, debemos guiarles y animarles a actuar así.

En efecto, «si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua, defiendan y promuevan juntos la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (Nostra aetate, 3).

Por tanto, las lecciones del pasado deben ayudarnos a buscar caminos de reconciliación para que, respetando la identidad y la libertad de cada uno, practiquemos una colaboración fecunda al servicio de toda la humanidad. Como afirmó el Papa Juan Pablo II en su memorable discurso a los jóvenes en Casablanca (Marruecos), «el respeto y el diálogo requieren la reciprocidad en todos los terrenos, sobre todo en lo que concierne a las libertades fundamentales y en particular a la libertad religiosa. Favorecen la paz y el entendimiento entre los pueblos» (Discurso del 19 de agosto de 1985, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 1985, p. 14).

Queridos amigos, estoy profundamente convencido de que, en la situación en que se encuentra hoy el mundo, los cristianos y los musulmanes tienen el deber de comprometerse para afrontar juntos los numerosos desafíos que se plantean a la humanidad, especialmente en lo que concierne a la defensa y la promoción de la dignidad del ser humano, así como a los derechos que de ella se derivan. Mientras aumentan las amenazas contra el hombre y contra la paz, los cristianos y los musulmanes, reconociendo el carácter central de la persona y trabajando con perseverancia para que se respete siempre la vida humana, manifiestan su obediencia al Creador, que quiere que todos vivan con la dignidad que les ha otorgado.

Queridos amigos, deseo de todo corazón que Dios misericordioso guíe nuestros pasos por las sendas de una comprensión recíproca cada vez más auténtica. En el momento en el que los musulmanes comienzan el itinerario espiritual del mes de Ramadán, formulo para todos mis votos más cordiales, deseando que el Todopoderoso les conceda una vida serena y tranquila.

Que el Dios de la paz os colme con la abundancia de sus bendiciones a vosotros y a las comunidades que representáis.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR HANS-HENNING HORSTMANN
NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA
ANTE LA SANTA SEDE*

Palacio pontificio de Castelgandolfo
Jueves 28 de septiembre de 2006



Señor embajador:

Aprovecho de buen grado la ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan oficialmente como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federal de Alemania ante la Santa Sede para darle la bienvenida y, congratulándome por su nombramiento, expresarle mis mejores deseos para su nueva y elevada misión. Le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre del presidente federal, señor Horst Köhler y del Gobierno federal alemán. Por mi parte, envío mi saludo al presidente de la República federal, a los miembros del Gobierno federal y a todo el pueblo alemán. Ojalá que las buenas relaciones entre la República federal de Alemania, mi amada patria, y la Santa Sede sean en los próximos años aún más fecundas para el bien del hombre.

En los días pasados he reflexionado con gratitud sobre mi visita pastoral a Baviera, que tuvo como lema: "El que cree nunca está solo". Quise unir el recuerdo de las personas y de los lugares a los que me siento vinculado por motivos históricos, a encuentros con la comunidad de fe. A las numerosas personas que participaron en la santa misa les anuncié el mensaje del amor liberador y salvífico de Dios. En esta ocasión deseo agradecer, un vez más, a las autoridades estatales de la Federación y del Estado libre de Baviera, así como a los numerosos voluntarios, el gran apoyo ofrecido, mediante el cual contribuyeron a la realización de mi viaje apostólico. Los mensajes que en los últimos días recibí de los participantes en las misas en Baviera y también de los telespectadores de Alemania y de otros países demuestran que en aquellos días hubo una auténtica comunión. Considero que todo esto tiene también una importancia social: cuando la sociedad crece y las personas se fortalecen en el bien gracias al mensaje de fe, también se beneficia la convivencia social y los ciudadanos incrementan su disponibilidad para asumir responsabilidades en beneficio del bien común.

Señor embajador, la misión de la Santa Sede es universal. La atención y la solicitud del Papa y de sus colaboradores en la Curia romana se refieren, en la medida de lo posible, a todos los hombres y a todos los pueblos. Naturalmente, la Santa Sede se dirige en primer lugar a los cristianos de los diversos países del mundo, pero atribuye gran significado al bien de todos los hombres, independientemente de su cultura, lengua y pertenencia religiosa.

Por consiguiente, la Santa Sede procura colaborar con todos los hombres de buena voluntad al servicio de la dignidad, de la integridad y de la libertad del hombre. La Iglesia católica se preocupa por su salvación. Por eso, la persona y las comunidades a las que pertenece y en las que vive están en el centro de las actividades de la Santa Sede. Su acción, también en el escenario internacional, demuestra que la Iglesia defiende al hombre, aquí en Europa y en todas las partes del mundo. De hecho, la Iglesia comparte "el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos" (Gaudium et spes, 1).

Con todo, la Iglesia no se impone. No obliga a ninguna persona a acoger el mensaje del Evangelio. De hecho, la fe en Jesucristo anunciada por la Iglesia sólo puede existir en la libertad. Por consiguiente, la tolerancia y la apertura cultural deben caracterizar el encuentro con el prójimo. Pero la tolerancia nunca debe confundirse con la indiferencia, porque cualquier forma de indiferencia es radicalmente contraria al profundo interés cristiano por el hombre y por su salvación. La auténtica tolerancia también presupone siempre el respeto del otro, del hombre, de la criatura de Dios cuya existencia él ha querido. La tolerancia que nuestro mundo tanto necesita ―lo recordé también en Munich― incluye "el temor de Dios, el respeto de lo que es sagrado para el otro. Pero este respeto de lo que los demás consideran sagrado exige que nosotros mismos aprendamos de nuevo el temor de Dios. Este sentido de respeto sólo puede renovarse en el mundo occidental si crece de nuevo la fe en Dios" (Homilía durante la misa en la explanada de la Nueva Feria de Munich, 10 de septiembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 2006, p. 12).

Señor embajador, en su discurso ha destacado justamente las relaciones eclesiales existentes entre la República federal de Alemania y la Santa Sede, y la buena cooperación de estos dos Estados en algunos sectores. Ciertamente, en estas buenas relaciones se refleja también la sólida relación entre el Estado y la Iglesia en Alemania. En ocasiones precedentes se ha puesto de relieve varias veces la buena cooperación de las dos instituciones en diversos ámbitos con vistas al bien del hombre en nuestra patria. Es de desear que esta probada colaboración entre la Iglesia y el Estado en Alemania prosiga y también se desarrolle, a pesar de las cambiantes premisas en el ámbito europeo.

Como en toda nación, también en Alemania la relación entre el Estado y la Iglesia está íntimamente unida a la legislación. Por eso, la Santa Sede sigue con gran interés los desarrollos y las tendencias en la Federación y en cada uno de los Länder. Ahora deseo destacar brevemente algunos ámbitos que considera importantes la Iglesia católica, la cual ―como ya he dicho― se preocupa ante todo por el hombre y por su salvación.

En primer lugar, cito la defensa del matrimonio y de la familia, que está garantiza por la Ley fundamental, pero que está amenazada, por un lado, por el cambio de interpretación de la comunión matrimonial que se verifica en la opinión pública y, por otro, por nuevas formas previstas por la legislación, que se alejan de las de la familia natural. La interrupción del embarazo, absolutamente injustificable, que cuesta la vida, como sucede siempre, a numerosos niños inocentes, sigue siendo una preocupación dolorosa para la Santa Sede y para toda la Iglesia. Tal vez el actual debate de los responsables políticos sobre la interrupción del embarazo en estado avanzado pueda fortalecer la conciencia de que la discapacidad diagnosticada del niño no puede ser un motivo para abortar, porque también la vida del discapacitado es querida y apreciada por Dios, y porque en esta tierra nadie puede tener la certeza de vivir sin límites físicos o espirituales.

Por consiguiente, la Iglesia jamás se cansará de indicar a las instituciones europeas competentes y a cada una de las naciones los problemas éticos ínsitos en el contexto de la investigación con células madre embrionarias y de las llamadas "terapias innovadoras".

Señor embajador, Alemania ha ofrecido una nueva patria y asilo a refugiados y a muchas personas que en sus países de origen están amenazadas con la persecución por motivos políticos o religiosos. La red de ayuda y de solidaridad, que incluye también a los extranjeros necesitados, representa de hecho un orden social humano. La capacidad de esta red depende de las contribuciones de todos. Por tanto, es de desear que se garantice el asilo según la intención del legislador, en conformidad con las directrices justas y según el principio de justicia. Es necesario tener presente que para gran número de refugiados encontrar asilo en Alemania es vital. A este propósito, la Santa Sede pide a las instituciones estatales competentes que no pongan obstáculos a los cristianos extranjeros, cuya vida y bienestar están amenazados a causa de su fe, y que les faciliten la integración en Alemania.

Con razón Alemania se siente orgullosa de su gran tradición cultural. La transmisión de la cultura a las generaciones sucesivas es una de las tareas importantes del Estado. Con todo, el saber debe ir acompañado por los valores, para que la formación sea auténtica. En la mayor parte de los Länder alemanes el Estado comparte este gran desafío con la Iglesia, que está presente en las escuelas a través de las clases de religión, como "materia habitual de enseñanza". En muchos lugares, los alumnos que no pertenecen a ninguna confesión religiosa reciben clases de ética "neutra desde el punto de vista religioso". Estas clases de ética no pueden y no deben ser en ningún caso "neutras desde el punto de vista de los valores". Deben permitir que los alumnos se familiaricen con la gran tradición del espíritu occidental, que ha forjado la historia y la cultura de Europa y sigue inspirándolas.

La Iglesia considera importante que estas clases de ética se impartan juntamente con la de religión confesional, pero sin sustituirla de ninguna manera.

Señor embajador, Alemania es un país abierto al mundo. Nuestra patria tiene hoy su lugar firme y reconocido en la comunidad de los Estados y de los pueblos europeos. Alemania, además de las cuestiones de interés nacional, no olvida los diversos problemas de numerosos países pobres de otras partes del mundo. También las instituciones caritativas internacionales de la Iglesia católica que tienen su sede en Alemania pueden contar con la generosidad auténtica de la población. En numerosas cuestiones humanitarias e internacionales, relativas a los derechos del hombre, la Santa Sede puede contar con una colaboración basada en la confianza del Gobierno federal alemán.

Por todos estos motivos, la Iglesia y yo estamos sinceramente agradecidos. Con su larga experiencia diplomática al servicio de la República federal de Alemania, usted, señor embajador, puede hacer que esta colaboración sea siempre sólida y esté al servicio del hombre. Imploro de corazón sobre usted, sobre su familia y sobre todos los miembros de la embajada, la protección constante de Dios y sus abundantes bendiciones.


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All' Ambasciatore di Albania presso la Santa Sede (29 settembre 2006)

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MALAWI
EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 29 de septiembre de 2006



Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra daros la bienvenida, obispos de Malawi, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, y os agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre el arzobispo Tarcisius Ziyaye, presidente de la Conferencia episcopal. Vuestra visita expresa los profundos vínculos de comunión y afecto que unen a vuestras Iglesias locales en África oriental con la Sede de Roma. Simón Pedro fue llamado a confirmar a sus hermanos (cf. Lc 22, 32) y a apacentar las ovejas del Señor (cf. Jn 21, 17), y también vosotros habéis sido puestos como jefes y pastores de vuestro pueblo, para instruirlo, santificarlo y gobernarlo en nombre del Señor. Ruego para que, al venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, mediante su intercesión seáis fortalecidos y alimentados con vistas a vuestro ministerio en medio del pueblo de Malawi, y sigáis proclamando intrépidamente el Evangelio de Jesucristo, que vino "para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).

En todo el mundo se conoce la exuberancia con la que los pueblos de África alaban a Dios en sus celebraciones litúrgicas, y la Iglesia en Malawi no es una excepción. Su celebración gozosa expresa la gran vitalidad de vuestras comunidades cristianas, y refleja el predominio de los jóvenes en vuestra población. Seguid guiándolos con verdadera solicitud paternal hacia un conocimiento más profundo de su Señor crucificado y resucitado, impartiéndoles siempre una sólida catequesis en la fe.

Con este fin, es importante que los maestros y los catequistas reciban una buena preparación para su noble tarea, puesto que, como sabéis, desempeñan un papel vital para ayudar al obispo a cumplir con su responsabilidad de enseñar con la autoridad de Cristo. Por esta razón, deben estar bien formados en la fe y ser capaces de comunicar tanto la alegría como el compromiso de seguir a Cristo. Espero que la Universidad católica de Malawi, recién abierta, logre dar una contribución significativa en este ámbito, y os aliento a hacer todo lo que podáis para proporcionarle recursos suficientes y mantener una enseñanza de gran calidad, con fidelidad al magisterio de la Iglesia.
En un mundo dominado por valores seculares y materialistas puede ser difícil mantener el estilo de vida contracultural que es tan necesario en el sacerdocio y en la vida religiosa. El clero en vuestro país, como los fieles a los que sirve, se encuentra a veces en situaciones precarias, careciendo de los medios necesarios para su "honesta sustentación (...) y para realizar obras de apostolado o de caridad" (Presbyterorum ordinis, 17). Estoy seguro de que haréis todo lo posible para proveer a las legítimas necesidades de vuestros colaboradores, previniéndolos al mismo tiempo contra la excesiva preocupación por los bienes materiales. Ayudad a vuestros sacerdotes a no caer en la trampa de considerar el sacerdocio como un medio de progreso social, recordándoles que "el único camino para subir legítimamente hacia el ministerio de pastor es la cruz" (Homilía durante la misa de ordenaciones sacerdotales, 7 de mayo de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de mayo de 2006, p. 5).

El personal dedicado a la formación en los seminarios debe enseñar a los estudiantes que un sacerdote está llamado a vivir para los demás y no para sí mismo, a imitación de Cristo, que "no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (cf. Mc 10, 45). Sobre todo, el ejemplo del obispo realizando un ministerio verdaderamente centrado en Cristo puede estimular a sus sacerdotes.

Queridos hermanos en el episcopado, vivid como auténticos seguidores de Cristo y haced que vuestra vida sea la base de la autoridad que ejercéis. Ruego para que de este modo seáis capaces de fortalecer los vínculos de caridad fraterna dentro del presbyterium de cada una de vuestras Iglesias locales.

Me complace constatar que seguís ejerciendo vuestro oficio de enseñar afrontando cuestiones de interés social. En efecto, vuestra carta pastoral de Pentecostés "Renovar nuestra vida y la sociedad con la fuerza del Espíritu Santo", que publicasteis a principios de este año, menciona algunos males sociales y morales que afligen a la nación. La seguridad alimentaria no sólo está amenazada por la sequía, sino también por la gestión ineficaz e injusta de la agricultura. La difusión del sida está aumentando por no permanecer fieles a un solo cónyuge en el matrimonio o por no practicar la abstinencia. Los derechos de las mujeres, de los niños y de los hijos por nacer son cínicamente violados por el tráfico de seres humanos, por la violencia doméstica y por quienes defienden el aborto.

No dejéis jamás de proclamar la verdad, e insistid en ella, "a tiempo y a destiempo" (2 Tm 4, 2), porque "la verdad os hará libres" (Jn 8, 32). El buen Pastor, que nunca deja abandonado su rebaño, vela sobre sus ovejas y las protege siempre. Siguiendo su ejemplo, continuad guiando a vuestro pueblo lejos de los peligros que lo amenazan, y conducidlo a praderas seguras. Ruego para que los fieles presten atención a vuestro consejo, a fin de que se renueve la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30) y el Espíritu de Dios mantenga verdaderamente la unidad de vuestra nación con el vínculo de la paz (cf. Ef 4, 3).

Al concluir mis reflexiones de hoy, deseo recordaros la imagen de los Apóstoles reunidos en el Cenáculo con María, Madre del Señor, implorando la venida del Espíritu Santo, la misma escena que describís tan hermosamente en el párrafo final de vuestra reciente carta pastoral. En ese documento animáis a vuestro pueblo a reunirse para rezar en familia y en pequeñas comunidades cristianas. Sé que también vosotros seguís implorando juntos, y en comunión con los sacerdotes y los fieles laicos, los dones del Espíritu sobre la Iglesia en vuestro país. El Espíritu es la fuerza "que transforma el corazón de la comunidad eclesial para que sea, en el mundo, testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia" (Deus caritas est, 19).

También yo oro para que el Espíritu Santo se derrame abundantemente sobre todos vosotros, y a la vez que os encomiendo a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y fortaleza en nuestro Señor y Salvador Jesucristo.


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PALABRAS DE DESPEDIDA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD DE CASTELGANDOLFO

Sábado 30 de septiembre de 2006



Queridos hermanos y hermanas:

Está a punto de terminar mi estancia en la residencia estiva de Castelgandolfo y, antes de volver al Vaticano, deseo dar las gracias cordialmente a cuantos han contribuido de diversos modos a hacer que mi permanencia fuera fructífera y serena. Por tanto, con alegría me encuentro hoy con todos vosotros, y a cada uno dirijo mi saludo agradecido. Saludo, ante todo, al obispo de Albano, monseñor Marcello Semeraro, y le estoy agradecido por la solicitud que siempre me manifiesta. Saludo al párroco de Castelgandolfo y a la comunidad parroquial. Dirijo un saludo afectuoso a los jesuitas del Observatorio astronómico vaticano y a las comunidades religiosas y laicales, masculinas y femeninas, presentes en Castelgandolfo.

Durante estos meses he sentido su cercanía espiritual, y les doy las gracias de corazón, deseando a todos que respondan con renovada generosidad a la llamada de Dios, gastando sus energías al servicio del Evangelio.

Dirijo mi saludo deferente, además, al señor alcalde, a la administración y al concejo municipal. A través de él deseo extender mi saludo a toda la población de Castelgandolfo, que de tantos modos me muestra su solicitud, y a cuantos transcurren conmigo los meses de verano en Castelgandolfo. Además, es bien conocida la amabilidad y la hospitalidad de los "castellanos" para con los numerosos peregrinos y visitantes que vienen a encontrarse con el Papa, especialmente durante la cita dominical del Ángelus.

Expreso mi agradecimiento y aprecio y dirijo un saludo afectuoso al personal médico y a los agentes de los varios servicios de la Gobernación, que, ciertamente con muchos sacrificios, han garantizado su presencia y sus servicios competentes. Con estima saludo a los funcionarios y a los agentes de las Fuerzas del orden italianas que, colaborando eficazmente con la Gendarmería vaticana y la Guardia suiza pontificia, han podido garantizarme una estancia tranquila y segura a mí y a mis colaboradores, así como un acceso ordenado de los visitantes y los peregrinos al Palacio apostólico. Y no puedo olvidar a los oficiales y a los aviadores del 31° escuadrón de la Aeronáutica militar, que amablemente aseguran mis desplazamientos en helicóptero. A todos y a cada uno expreso mi gratitud más sincera, que confirmo con la seguridad de un constante recuerdo en la oración por cada uno de vosotros, queridos amigos, por vuestros familiares y por vuestros seres queridos.

En este día, sábado, dedicado a la Virgen, invoco sobre cada uno su materna protección, mientras una vez más os agradezco vuestra oración, expresando sinceros deseos de todo bien para cada uno de vosotros, para vuestro trabajo y para vuestros proyectos. Con estos sentimientos, de corazón os imparto la bendición apostólica, prenda de abundantes favores celestiales, a vosotros y a vuestros seres queridos.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PERSONAL DE LAS VILLAS PONTIFICIAS DE CASTELGANDOLFO

Sábado 30 de septiembre de 2006



Queridos hermanos y hermanas:

También este año llega a su fin mi estancia estiva en Castelgandolfo. Doy gracias al Señor por haber podido transcurrir estos meses, en sereno reposo, en tan amena localidad de los Castillos Romanos. Mi gratitud se extiende a cada uno de vosotros, que, en cierto modo, formáis parte de la "familia" del Papa cuando él reside en Castelgandolfo. Día tras día he podido apreciar vuestra dedicación y generosidad. Por eso os doy las gracias, a la vez que saludo a todos con afecto. En primer lugar, saludo al doctor Saverio Petrillo, director general de las villas pontificias, siempre atento y diligente. A él va mi sincera gratitud también por las amables palabras que ha querido dirigirme en vuestro nombre. Extiendo, además, mi saludo agradecido a cuantos prestan su colaboración, de diversas formas, en las villas pontificias, y pido a Dios que os recompense, queridos amigos, por el compromiso y la fidelidad con que lleváis a cabo las tareas que se os encomiendan.

Uno de buen grado en el recuerdo afectuoso a vuestras familias y a vuestros seres queridos.

Por mi parte, os aseguro que no dejaré de orar por cada uno de vosotros y por todas vuestras intenciones, y os pido que me recordéis en vuestras oraciones. El Señor, rico en bondad y misericordia, que jamás hace faltar su ayuda a los que confían en él, sea siempre vuestro firme apoyo. Que sobre vosotros vele con maternal protección la Virgen María, a quien durante el mes de octubre invocaremos de modo especial con el rezo del santo rosario. Que ella os acompañe a vosotros y a vuestras familias en todo momento.

Con estos sentimientos, os bendigo con afecto, juntamente con vuestros familiares y todos vuestros seres queridos.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS DE ROMAÑA

Sábado 7 de octubre de 2006



Queridos peregrinos de Romaña:

Me alegra daros mi más cordial bienvenida. Os saludo a todos con afecto, comenzando por mons. Giuseppe Verucchi, arzobispo de Rávena-Cervia, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo, asimismo, a los obispos de Faenza-Modigliana, Forlí-Bertinoro, Ímola, Cesena-Sarsina y Rímini, y al arzobispo emérito de Rávena-Cervia, monseñor Luigi Amaducci. Dirijo un saludo particular y deferente a los queridos cardenales Ersilio Tonini y Pio Laghi, que han querido participar en este encuentro, que constituye uno de los "momentos fuertes" de vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles.

Además de saludaros a vosotros, aquí presentes, saludo con afecto a cuantos en vuestras respectivas diócesis están unidos a nosotros espiritualmente, con un recuerdo especial para los niños y los jóvenes, las familias, las personas solas y cuantos viven momentos difíciles. A cada uno aseguro mi cercanía espiritual en la oración.

Queridos hermanos y hermanas, habéis venido hoy en gran número para recordar con gratitud la visita pastoral que mi predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II realizó en mayo de hace veinte años a vuestra amada tierra. Os habéis preparado para esta cita con un significativo momento de oración, guiados por la palabra del venerado cardenal Tonini, que por la tarde presidirá la solemne concelebración eucarística programada en la basílica de San Pedro.

Me ha complacido que para esta ocasión providencial hayáis querido recordar los discursos que el amado Juan Pablo II pronunció durante su inolvidable peregrinación apostólica a Romaña. Sus palabras han permanecido grabadas en vuestro corazón y en vuestra memoria. Por tanto, la relectura de su valiosa enseñanza constituye una singular oportunidad para vuestras hermosas y vivas comunidades diocesanas; es un estímulo para la reflexión y la profundización de la comunión afectiva y efectiva entre todos los componentes de las respectivas Iglesias particulares; es una invitación a caminar unidos a vuestros pastores y al Sucesor de Pedro; es un aliento para los miembros de vuestras diócesis a proseguir, con renovado impulso, la misión evangelizadora común, testimoniando el Evangelio de la esperanza en nuestra época.

Sólo es posible llevar a cabo este exigente mandato misionero gracias a la ayuda de Dios y a la valoración convencida y valiente del patrimonio espiritual que la población de Romaña ha sabido conservar y defender a lo largo de los siglos, como subrayó Juan Pablo II, reconociendo en ella "una comunidad humana y cristiana llena de fervor operativo, consciente de su papel en la sociedad del actual momento histórico; una comunidad de cristianos que, según la tradición de los católicos de Romaña, quiere tener unidas la firmeza de la fe y la valentía del testimonio social, la adhesión a la comunidad eclesial y la lealtad hacia la sociedad civil" (Discurso a los jóvenes en Rávena, 11 de mayo de 1986, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de mayo de 1986, p. 21).

Quiera Dios que estas palabras de mi venerado predecesor sean para vosotros un impulso a no desanimaros ante las dificultades que también vuestra región encuentra en nuestro tiempo. En efecto, veinte años después de aquel significativo acontecimiento, en Romaña, como en otras partes, no faltan desafíos y problemas para quien quiere vivir de modo coherente su fe, esforzándose por conjugarla con las exigencias de la vida diaria. Pienso en las crisis que amenazan a numerosas familias, en la necesidad cada vez mayor de vocaciones sacerdotales y religiosas ante la preocupante disminución numérica y la edad avanzada de los sacerdotes; pienso en las numerosas insidias de una sociedad consumista y secularizada, que intenta seducir a un número cada vez mayor de personas, induciéndolas a sufrir una progresiva separación de los valores de la fe en la vida familiar, civil y política.

Se trata de desafíos que hay que afrontar sin desalentarse, mirando con confianza a los numerosos motivos de esperanza que, gracias a Dios, no faltan. Por ejemplo, hay muchas personas deseosas de dar un sentido y un valor firme a su existencia, hombres y mujeres interesados en una fuerte y sincera búsqueda religiosa. Al respecto, resulta actual lo que Juan Pablo II dijo entonces a los jóvenes y hoy yo os lo repito a vosotros, queridos hermanos y hermanas: "Es este el momento de vivir en plenitud la alegría de ser cristianos. Sed testigos de esta alegría ante el mundo. Cristo camina con vosotros, él, el Resucitado, sobre el cual la muerte no tiene ya ningún poder, porque él la ha vencido de una vez para siempre. Cristo, el perennemente joven, sea vuestro apoyo y vuestro guía hoy, mañana y siempre" (ib., n. 9).

Testimoniar la alegría de ser cristianos: que este sea vuestro compromiso común. Con este fin, proseguid, más aún, intensificad la comunión eclesial y sed protagonistas generosos de la misión evangelizadora que el Señor os confía, atesorando las indicaciones surgidas de la memorable visita de hace veinte años y confirmados también por la gracia de esta peregrinación.

La santísima Virgen María, a la que hoy veneramos con el título de Virgen del Rosario, siga acompañándoos y guiándoos en vuestro itinerario espiritual y pastoral. Por mi parte, os aseguro un recuerdo ante el Señor y de corazón os bendigo, juntamente con vuestras familias, vuestras comunidades parroquiales y religiosas y todos vuestros seres queridos.


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PALABRAS DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA PROYECCIÓN DEL FILME
"PAPA LUCIANI, LA SONRISA DE DIOS"

Domingo 8 de octubre de 2006



Señor presidente de la RAI;
amables señoras y distinguidos señores:

Acabamos de ver juntos esta hermosa película, que recorre las etapas más significativas de la vida de mi venerado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo I. Siento la necesidad de expresarle mi sincera gratitud ante todo a usted, señor presidente, y después al consejo de administración y al director general de la RAI por haberme dado a mí y a mis colaboradores esta grata oportunidad.
Saludo a los responsables de "RAI Fiction" y de la "Società Leone Cinematografica", che han ideado y producido este interesante largometraje. Saludo en particular y expreso mi agradecimiento al director, Giorgio Capitani, a los diferentes actores y, en especial, a Neri Marcoré, que ha interpretado a Albino Luciani. También os saludo cordialmente a todos vosotros, que habéis aceptado la invitación a participar en este encuentro, en el que hemos podido revivir momentos sugestivos de la vida de la Iglesia en el siglo pasado.

Sobre todo hemos podido recordar la figura dulce y llena de mansedumbre de un Pontífice fuerte en la fe, firme en los principios, pero siempre dispuesto a la acogida y la sonrisa. Fiel a la tradición y abierto a la renovación, el siervo de Dios Albino Luciani, como sacerdote, como obispo y como Papa realizó una actividad pastoral incansable, estimulando constantemente al clero y al laicado a tender, en los diferentes campos del apostolado, al único y común ideal de la santidad.

Maestro de verdad y catequista apasionado, recordaba a todos los creyentes, con la atractiva sencillez que le caracterizaba, el compromiso y la alegría de la evangelización, subrayando la belleza del amor cristiano, única fuerza capaz de derrotar a la violencia y de construir una humanidad más fraterna. Por último, me complace recordar la devoción que sentía hacia la Virgen. Cuando era patriarca de Venecia escribió: "Es imposible concebir nuestra vida, la vida de la Iglesia, sin el rosario, sin las fiestas marianas, sin los santuarios marianos y sin las imágenes de la Virgen". Es hermoso acoger su invitación y encontrar, como hizo él, en el hecho de ponerse humildemente en manos de María el secreto de una serenidad cotidiana y de un compromiso concreto en favor de la paz en el mundo.

Una vez más, gracias, queridos amigos, por vuestra presencia. Os bendigo con afecto a todos vosotros y a vuestros seres queridos.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL CUARTO GRUPO DE OBISPOS DE CANADÁ
EN VISITA "AD LIMINA"

Lunes 9 de octubre de 2006



Queridos hermanos en el episcopado:

"Convenía celebrar una fiesta y alegrarse porque (...) ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado" (Lc 15, 32). Con afecto fraterno os doy una cordial bienvenida a vosotros, obispos de la Conferencia católica occidental de Canadá, y agradezco a monseñor Wiesner los buenos deseos que me ha expresado en vuestro nombre. Correspondo afectuosamente y os aseguro a vosotros, y a quienes están encomendados a vuestro cuidado pastoral, mis oraciones y mi solicitud. Vuestro encuentro con el Sucesor de Pedro concluye las visitas ad limina Apostolorum de la Conferencia episcopal canadiense.

A pesar del clima cada vez más secularizado en el que desempeñáis vuestro ministerio, vuestras relaciones contienen muchos elementos que os pueden servir de estímulo. En particular, me ha alegrado constatar el celo y la generosidad de vuestros sacerdotes, la entrega abnegada de los religiosos presentes en vuestras diócesis y la creciente disponibilidad de los fieles laicos a intensificar su testimonio de la verdad y el amor de Cristo en sus hogares, en las escuelas, en los lugares de trabajo y en la esfera pública.

La parábola del hijo pródigo es uno de los pasajes más apreciados de la sagrada Escritura. Su profunda ilustración de la misericordia de Dios y el importante deseo humano de conversión y reconciliación, así como el restablecimiento de las relaciones rotas, hablan a los hombres y a las mujeres de todas las edades. Es frecuente la tentación del hombre de ejercer su libertad alejándose de Dios. Ahora bien, la experiencia del hijo pródigo nos permite constatar, tanto en la historia como en nuestra propia vida, que cuando se busca la libertad fuera de Dios el resultado es negativo: pérdida de la dignidad personal, confusión moral y desintegración social. Sin embargo, el amor apasionado del Padre a la humanidad triunfa sobre el orgullo humano. Prodigado gratuitamente, es un amor que perdona y lleva a las personas a entrar más profundamente en la comunión de la Iglesia de Cristo. Ofrece verdaderamente a todos los pueblos la unidad en Dios y, como Cristo lo manifiesta perfectamente en la cruz, reconcilia la justicia y el amor (cf. Deus caritas est, 10).

¿Y qué decir del hermano mayor? ¿No representa también, en cierto sentido, a todos los hombres y todas las mujeres, y quizá sobre todo a los que lamentablemente se alejan de la Iglesia? La racionalización de su actitud y de sus acciones despierta cierta simpatía, pero en definitiva refleja su incapacidad de comprender el amor incondicional. Incapaz de pensar más allá de los límites de la justicia natural, queda atrapado en la envidia y en el orgullo, alejado de Dios, aislado de los demás y molesto consigo mismo.

Queridos hermanos, que la reflexión sobre los tres personajes de esta parábola ―el Padre, con su gran misericordia; el hijo más joven, con su alegría al ser perdonado; y el hermano mayor, con su trágico aislamiento―, os confirme en vuestro deseo de afrontar la pérdida del sentido del pecado, a la que os habéis referido en vuestras relaciones. Esta prioridad pastoral refleja la gran esperanza de que los fieles laicos experimenten el amor ilimitado de Dios como una llamada a profundizar su unidad eclesial y a superar la división y la fragmentación que tan a menudo hieren a las familias y a las comunidades hoy.

Desde esta perspectiva, la responsabilidad que tiene el obispo de indicar la acción destructora del pecado se comprende fácilmente como un servicio de esperanza: fortalece a los creyentes para que eviten el mal y busquen la perfección del amor y la plenitud de la vida cristiana. Por tanto, os felicito por vuestra promoción del sacramento de la Penitencia. Aunque este sacramento es considerado a menudo con indiferencia, lo que produce es precisamente la curación completa que anhelamos. Un renovado aprecio de este sacramento confirmará que el tiempo dedicado al confesionario saca bien del mal, restablece la vida desde la muerte y revela de nuevo el rostro misericordioso del Padre.

Para comprender el don de la reconciliación hace falta una atenta reflexión sobre los modos para suscitar la conversión y la penitencia en el corazón del hombre (cf. Reconciliatio et paenitentia, 23). Aunque abundan las manifestaciones del pecado ―codicia y corrupción, relaciones rotas por la traición y explotación de personas―, el reconocimiento de la pecaminosidad individual ha disminuido. Como consecuencia de este debilitamiento del reconocimiento del pecado, con la correspondiente atenuación de la necesidad de buscar el perdón, se produce en definitiva un debilitamiento de nuestra relación con Dios (cf. Homilía durante la celebración ecuménica de Vísperas, Ratisbona, 12 de septiembre de 2006).

No es de extrañar que este fenómeno esté particularmente acentuado en sociedades marcadas por una ideología post-iluminista. Cuando Dios es excluido de la esfera pública, desaparece el sentido de la ofensa contra Dios ―el verdadero sentido del pecado―; y precisamente cuando se relativiza el valor absoluto de las normas morales, las categorías de bien o mal se difuminan, juntamente con la responsabilidad individual.

Sin embargo, la necesidad humana de reconocer y afrontar el pecado de hecho no desaparece jamás, por mucho que una persona, como el hermano mayor, pueda racionalizar lo contrario. Como nos dice san Juan: "Si decimos: "No tenemos pecado", nos engañamos" (1 Jn 1, 8). Es parte integrante de la verdad sobre la persona humana. Cuando se olvidan la necesidad de buscar el perdón y la disposición a perdonar, en su lugar surge una inquietante cultura de reproches y altercados. Sin embargo, este horrible fenómeno se puede eliminar. Siguiendo la luz de la verdad salvífica de Cristo, hay que decir como el padre: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo", y debemos alegrarnos "porque este hermano tuyo... estaba perdido, y ha sido hallado" (Lc 15, 31-32).

La paz y la armonía duraderas, tan anheladas por las personas, las familias y la sociedad, están en el centro de vuestras preocupaciones por acrecentar la reconciliación y la comprensión con las numerosas comunidades de las primeras naciones que se encontraban en vuestra región. Mucho se ha logrado. A este respecto, me ha alegrado la información que me habéis dado acerca de la obra del Consejo aborigen católico para la reconciliación y de los objetivos del Fondo amerindio. Estas iniciativas suscitan esperanza y dan testimonio del amor de Cristo que nos apremia (cf. 2 Co 5, 14).

Sin embargo, aún queda mucho por hacer. Por tanto, os aliento a afrontar con amor y determinación las causas de las dificultades relativas a las necesidades sociales y espirituales de los fieles aborígenes. El compromiso por la verdad abre el camino a la reconciliación permanente a través del proceso curativo que implica pedir perdón y perdonar, dos elementos indispensables para la paz. De este modo, nuestra memoria se purifica, nuestro corazón se serena, y nuestro futuro se llena de una esperanza bien fundada en la paz que brota de la verdad.

Con afecto fraterno comparto estas reflexiones con vosotros y os aseguro mis oraciones en vuestro esfuerzo por hacer que la misión santificadora y reconciliadora de la Iglesia sea cada vez más apreciada y reconocible en vuestras comunidades eclesiales y civiles. Con estos sentimientos, os encomiendo a María, Madre de Jesús, y a la intercesión de la beata Catalina Tekakwitha. A vosotros, así como a los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y los fieles laicos de vuestras diócesis, imparto de corazón mi bendición apostólica.


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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN DE LA LIGA ANTIDIFAMACIÓN

Jueves 12 de octubre de 2006


Queridos amigos:

Me complace dar la bienvenida al Vaticano a la delegación de la Liga Antidifamación. En muchas ocasiones visitasteis a mi predecesor el Papa Juan Pablo II y me alegra seguir encontrándome con grupos representativos del pueblo judío.

En el mundo actual, los líderes religiosos, políticos, académicos y económicos están urgentemente llamados a mejorar el nivel del diálogo entre los pueblos y entre las culturas. Para hacerlo de forma eficaz se requiere una mayor comprensión mutua y una dedicación común a la construcción de una sociedad cada vez más justa y pacífica. Necesitamos conocernos mejor unos a otros y, basándonos en este descubrimiento mutuo, construir relaciones no sólo de tolerancia, sino también de auténtico respeto. En efecto, judíos, cristianos y musulmanes comparten muchas convicciones comunes, y hay numerosas áreas de compromiso humanitario y social en las que podemos y debemos cooperar.

La declaración Nostra aetate del concilio Vaticano II nos recuerda que las raíces judías del cristianismo nos obligan a superar los conflictos del pasado y a crear nuevos vínculos de amistad y colaboración. En particular, afirma que la Iglesia deplora todas las formas de odio o persecución dirigidas contra los judíos y todas las manifestaciones de antisemitismo en cualquier tiempo y procedentes de cualquier fuente (cf. n. 4).

En las cuatro décadas transcurridas desde la Declaración se han producido muchos avances positivos, y también se han dado los primeros pasos, quizá aún muy indecisos, hacia un diálogo más abierto sobre temas religiosos. Precisamente en este nivel de intercambio y diálogo sinceros encontraremos la base y la motivación para una sólida y fecunda relación.

Que el Eterno, nuestro Padre del cielo, bendiga todos los esfuerzos para eliminar del mundo cualquier abuso de la religión como pretexto para el odio y la violencia. Que él os bendiga a todos vosotros, a vuestras familias y a vuestras comunidades.


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