2009

Ultimo Aggiornamento: 12/07/2013 13:17
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08/07/2013 21:21


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR GEORGI PARVANOV,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE BULGARIA*

Viernes 22 de mayo de 2009



Señor presidente;
señoras y señores miembros de la delegación gubernamental;
venerados representantes de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia católica:

Me alegra particularmente dirigiros a cada uno mi más cordial saludo en este encuentro que tiene lugar con ocasión de la fiesta anual de san Cirilo y san Metodio. En esta feliz circunstancia deseo renovar mis sentimientos de amistad hacia el amado pueblo búlgaro, cuyas raíces espirituales —como lo atestigua una vez más vuestra visita— se hunden en la predicación de los santos copatronos de Europa. Os saludo a cada uno con deferencia y extiendo estos sentimientos a las autoridades y a todo el pueblo búlgaro, así como a los responsables y a los fieles de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia católica presentes en vuestra amada tierra.

Este encuentro nos brinda la oportunidad de pensar una vez más en la obra evangélica y social realizada por estos dos insignes testigos del Evangelio que fueron san Cirilo y san Metodio. Su herencia espiritual ha marcado la vida de los pueblos eslavos; su ejemplo ha sostenido el testimonio y la fidelidad de innumerables cristianos que, a lo largo de los siglos, han consagrado su existencia a difundir el mensaje de salvación, trabajando al mismo tiempo en la construcción de una sociedad justa y solidaria.

Que su testimonio espiritual siga vivo en vuestra nación, para que también Bulgaria, bebiendo de esta fuente de luz y de esperanza, contribuya eficazmente a construir una Europa que permanezca fiel a sus raíces cristianas. Los valores de solidaridad y justicia, libertad y paz, hoy constantemente reafirmados, adquieren aún más fuerza y solidez en la enseñanza eterna de Cristo, traducida en la vida de sus discípulos de todos los tiempos.

Estos son los sentimientos que deseo expresar a cada uno de vosotros, asegurándoos mi estima y mi cercanía espiritual. Tened también la seguridad de que la Santa Sede no deja de seguir con simpatía el camino de vuestra nación y el compromiso de todos los que trabajan por su bien. De todo corazón invoco la abundancia de las bendiciones divinas sobre cada uno de vosotros.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR GJEORGE IVANOV,
PRESIDENTE DE LA EX REPÚBLICA YUGOSLAVA DE MACEDONIA*

Viernes 22 de mayo de 2009



Señor presidente;
honorables miembros de la delegación;
venerados hermanos de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia católica:

También este año me alegra recibiros con ocasión de la fiesta litúrgica de san Cirilo y san Metodio. Me complace que durante vuestra visita para rendir homenaje a los copatronos de Europa hayáis expresado el deseo de encontraros conmigo, una audiencia que ya se ha hecho tradición. Os agradezco este gesto cortés y extiendo a cada uno de vosotros mi sincera bienvenida y mi aprecio por los sentimientos que manifestáis en esta ocasión.

Saludo en particular a las autoridades y a toda la población de la ex República yugoslava de Macedonia. También envío saludos particulares a los fieles y a cuantos tienen responsabilidades pastorales en vuestro país. Aprovecho la ocasión para expresar los sentimientos de estima y amistad que unen a la Santa Sede con el amado pueblo de Macedonia.

La celebración anual de la fiesta de san Cirilo y san Metodio, maestros de la fe y apóstoles de los pueblos eslavos, nos invita a todos los que estamos unidos por la única fe en Jesucristo a contemplar su heroico testimonio evangélico. Al mismo tiempo, tenemos el desafío de preservar el patrimonio de ideales y valores que transmitieron con sus palabras y sus obras. Esta es, de hecho, la contribución más valiosa que los cristianos pueden dar a la construcción de una Europa del tercer milenio, que aspira a un futuro de progreso, justicia y paz para todos.

Vuestra amada patria, marcada por el influjo de estos dos grandes santos, trata de ser cada vez más un lugar de encuentro pacífico y de diálogo entre las numerosas esferas sociales y religiosas del país. Mi esperanza, que renuevo hoy de todo corazón, es que sigáis avanzando por este camino. A la vez que invoco la protección divina sobre las autoridades de vuestra nación, a la que renuevo la cercanía de la Sede apostólica, deseo aseguraros mi estima personal y mi amistad.

Una vez más, extiendo mis mejores y más cordiales deseos a cada uno de vosotros en este día de fiesta y ofrezco fervientes oraciones al Señor tanto por vosotros aquí presentes hoy como por todo el pueblo de Macedonia.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA*

Sala de los Papas del palacio apostólico vaticano
Sábado 23 de mayo de 2009



Excelencia;
queridos hermanos sacerdotes:

Para mí es una alegría renovada acogeros y saludaros a todos vosotros, que también este año habéis venido a manifestar al Sucesor de Pedro el testimonio de vuestro afecto y vuestra fidelidad. Saludo al presidente de la Academia eclesiástica pontificia, monseñor Beniamino Stella, y le agradezco las palabras que ha tenido la amabilidad de dirigirme, así como el servicio que realiza con gran esmero. Saludo a sus colaboradores, a las religiosas Franciscanas Misioneras del Niño Jesús, y a todos vosotros, que en estos años de vuestra juventud sacerdotal os estáis preparando para servir a la Iglesia y a su Pastor universal, en un ministerio singular como es precisamente el que se lleva a cabo en las Representaciones pontificias.

El servicio en las nunciaturas apostólicas se puede considerar, de alguna manera, como una vocación sacerdotal específica, un ministerio pastoral que conlleva una inserción particular en el mundo y en sus problemáticas a menudo demasiado complejas, de carácter social y político. Por eso, es importante que aprendáis a descifrarlas, sabiendo que el "código", por decirlo así, de análisis y de comprensión de estas dinámicas no puede menos de ser el Evangelio y el Magisterio perenne de la Iglesia.

Es necesario que os forméis en la lectura atenta de las realidades humanas y sociales, a partir de cierta sensibilidad personal, que todo servidor de la Santa Sede debe poseer, y contando con una experiencia específica que es preciso adquirir durante estos años. Además, la capacidad de diálogo con la modernidad que se os pide, así como el contacto con las personas y las instituciones que representan, exigen una robusta estructura interior y una solidez espiritual que permitan salvaguardar, más aún, poner cada vez más de manifiesto vuestra identidad cristiana y sacerdotal. Sólo así podréis evitar que os afecten los efectos negativos de la mentalidad mundana, y no os dejaréis atraer ni contaminar por lógicas demasiado terrenas.

Dado que es el Señor mismo quien os pide que llevéis a cabo en la Iglesia esa misión, a través de la llamada de vuestro obispo que os señala y os pone a disposición de la Santa Sede, es al Señor mismo a quien debéis hacer referencia siempre y sobre todo. En los momentos de oscuridad y de dificultad interior, dirigid vuestra mirada hacia Cristo, que un día os miró con amor y os llamó a estar con él y a ocuparos de su reino, siguiéndolo a él.

Recordad siempre que para el ministerio sacerdotal, cualquiera que sea el modo como se ejerza, es esencial y fundamental mantener una relación personal con Jesús. Él quiere que seamos sus "amigos", amigos que busquen su intimidad, que sigan sus enseñanzas y se comprometan a hacer que todos lo conozcan y lo amen. El Señor quiere que seamos santos, es decir, totalmente "suyos", sin preocuparnos de construirnos una carrera humanamente interesante o cómoda, sin buscar el aplauso y la aprobación de la gente, sino completamente entregados al bien de las almas, dispuestos a cumplir a fondo nuestro deber, conscientes de que somos "siervos inútiles", y alegres de poder dar nuestra pobre aportación a la difusión del Evangelio.

Queridos sacerdotes, sed, en primer lugar, hombres de intensa oración, cultivando una comunión de amor y de vida con el Señor. Sin esta sólida base espiritual, ¿cómo podríais perseverar en vuestro ministerio? Quien trabaja así en la viña del Señor, sabe que lo que se realiza con esmero, con sacrificio y con amor, nunca se pierde. Y si a veces nos toca saborear el cáliz de la soledad, la incomprensión y el sufrimiento; si el servicio en ocasiones nos resulta pesado y la cruz a veces dura de llevar, nos ha de sostener y confortar la certeza de que Dios sabe hacer fecundo todo.

Sabemos que la dimensión de la cruz, bien simbolizada en la parábola del grano de trigo que, sepultado en la tierra, muere para dar fruto —imagen que usó Jesús poco antes de su pasión—, es parte esencial de la vida de todo hombre y de toda misión apostólica. En cualquier situación debemos dar el testimonio gozoso de nuestra adhesión al Evangelio, aceptando la invitación del apóstol san Pablo a gloriarnos únicamente de la cruz de Cristo, con la única ambición de completar en nosotros mismos lo que falta a la pasión del Señor, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1, 24).

Una ocasión muy propicia para renovar y reforzar vuestra respuesta generosa a la llamada del Señor, para intensificar vuestra relación con él, es el Año sacerdotal, que comenzará el próximo día 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada de santificación sacerdotal. Aprovechad al máximo esta oportunidad para ser sacerdotes según el Corazón de Cristo, como san Juan María Vianney, el santo cura de Ars, de cuya muerte nos disponemos a celebrar el 150° aniversario. A su intercesión y a la de san Antonio Abad, patrono de la Academia, encomiendo estos deseos y auspicios.

Que vele maternal sobre vosotros y os proteja María, Madre de la Iglesia. Por lo que a mí respecta, a la vez que os agradezco vuestra visita, os aseguro mi recuerdo especial en la oración, e imparto de corazón la bendición apostólica a cada uno de vosotros, a las reverendas religiosas, al personal de la casa y a todos vuestros seres queridos.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
DURANTE LA INAUGURACIÓN DE LA ASAMBLEA ECLESIAL
DE LA DIÓCESIS DE ROMA

Basílica papal de San Juan de Letrán
Martes 26 de mayo de 2009



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos religiosos y religiosas;
queridos hermanos y hermanas:

Siguiendo una costumbre ya arraigada, me alegra inaugurar también este año la Asamblea diocesana pastoral. A cada uno de vosotros, que aquí representáis a toda la comunidad diocesana, dirijo con afecto mi saludo y expreso mi viva gratitud por el trabajo pastoral que realizáis. A través de vosotros, extiendo a todas las parroquias mi saludo cordial con las palabras del apóstol san Pablo: "A todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1, 7). Agradezco de corazón al cardenal vicario las estimulantes palabras que me ha dirigido, haciéndose intérprete de vuestros sentimientos, y la ayuda que, juntamente con los obispos auxiliares, me presta en el servicio apostólico diario al que el Señor me ha llamado como Obispo de Roma.

Nos acaban de recordar que, a lo largo del decenio pasado, la atención de la diócesis se concentró inicialmente, durante tres años, en la familia; después, durante el trienio sucesivo, en la educación de las nuevas generaciones en la fe, tratando de responder a la "emergencia educativa", que para todos es un desafío difícil; y, por último, también con referencia a la educación, estimulados por la carta encíclica Spe salvi, habéis tomado en consideración el tema de educar en la esperanza. A la vez que doy gracias con vosotros al Señor por el gran bien que nos ha concedido realizar —pienso, en particular, en los párrocos y en los sacerdotes que no escatiman esfuerzos en la guía de las comunidades que les han sido encomendadas—, deseo expresar mi aprecio por la opción pastoral de dedicar tiempo a una verificación del camino recorrido, con la finalidad de examinar, a la luz de la experiencia vivida, algunos ámbitos fundamentales de la pastoral ordinaria, para precisarlos mejor y permitir una mayor participación.

El fundamento de este compromiso, al que ya os estáis dedicando desde hace algunos meses en todas las parroquias y en las demás realidades eclesiales, debe ser una renovada toma de conciencia de nuestro ser Iglesia y de la corresponsabilidad pastoral que, en nombre de Cristo, todos estamos llamados a asumir. Y precisamente de este aspecto quisiera tratar ahora.

El concilio Vaticano II, queriendo transmitir pura e íntegra la doctrina sobre la Iglesia desarrollada a lo largo de dos mil años, dio de ella una "definición más meditada", ilustrando, ante todo, su naturaleza mistérica, es decir, su "realidad penetrada por la presencia divina y, por esto, siempre capaz de nuevas y más profundas investigaciones" (Pablo VI, Discurso de inauguración de la segunda sesión, 29 de septiembre de 1963). Ahora bien, la Iglesia, que tiene su origen en el Dios trinitario, es un misterio de comunión. En cuanto comunión, la Iglesia no es una realidad solamente espiritual, sino que vive en la historia, por decirlo así, en carne y hueso. El concilio Vaticano II la describe "como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium, 1). Y la esencia del sacramento es precisamente que en lo visible se palpa lo invisible, que lo visible palpable abre la puerta a Dios mismo.

Hemos dicho que la Iglesia es una comunión, una comunión de personas que, por la acción del Espíritu Santo, forman el pueblo de Dios, que es al mismo tiempo el Cuerpo de Cristo. Reflexionemos un poco sobre estas dos palabras clave. El concepto de "pueblo de Dios" nació y se desarrolló en el Antiguo Testamento: para entrar en la realidad de la historia humana, Dios eligió a un pueblo determinado, el pueblo de Israel, para que fuera su pueblo. La intención de esta elección particular es llegar a muchos a través de pocos, y desde muchos a todos. Con otras palabras, la intención de la elección particular es la universalidad. A través de este pueblo Dios entra realmente, de modo concreto, en la historia. Y esta apertura a la universalidad se realizó en la cruz y en la resurrección de Cristo. En la cruz —así dice san Pablo—, Cristo derribó el muro de separación. Dándonos su Cuerpo, nos reúne en su Cuerpo para hacer de nosotros uno. En la comunión del "Cuerpo de Cristo" todos llegamos a ser un solo pueblo, el pueblo de Dios, donde —por citar de nuevo a san Pablo— todos somos uno y ya no hay distinción, diferencia, entre griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y hebreo, sino que Cristo es todo en todos. Él derribó el muro de separación entre los pueblos, las razas y las culturas: todos estamos unidos en Cristo.

Así, vemos que los dos conceptos —"pueblo de Dios" y "Cuerpo de Cristo"— se completan y forman juntos el concepto neotestamentario de Iglesia. Y mientras "pueblo de Dios" expresa la continuidad de la historia de la Iglesia, "Cuerpo de Cristo" manifiesta la universalidad inaugurada en la cruz y en la resurrección del Señor. Por tanto, para nosotros, los cristianos, "Cuerpo de Cristo" no sólo es una imagen, sino también un verdadero concepto, porque Cristo nos entrega su Cuerpo real, no sólo una imagen. Resucitado, Cristo nos une a todos en el Sacramento para convertirnos en un único cuerpo. Por eso los conceptos de "pueblo de Dios" y "Cuerpo de Cristo" se completan: en Cristo llegamos a ser realmente el pueblo de Dios. Y en consecuencia "pueblo de Dios" significa "todos": desde el Papa hasta el último niño bautizado. La primera plegaria eucarística, el llamado Canon romano, escrito en el siglo iv, distingue entre "tus siervos" y "plebs tua sancta"; por tanto, si se quiere distinguir, se habla de "siervos" y plebs sancta, mientras que el término "pueblo de Dios" expresa a todos juntos en su ser común la Iglesia.

Después del concilio Vaticano II esta doctrina eclesiológica ha tenido amplia acogida y, gracias a Dios, en la comunidad cristiana han madurado muchos frutos buenos. Sin embargo, debemos recordar también que la recepción de esta doctrina en la práctica y su consiguiente asimilación en el entramado de la conciencia eclesial, no se han realizado siempre y en todas partes sin dificultad y según una correcta interpretación. Como aclaré en el discurso a la Curia romana del 22 de diciembre de 2005, una corriente de interpretación, apelando a un presunto "espíritu del Concilio", ha intentado establecer una discontinuidad, e incluso una contraposición, entre la Iglesia anterior y la Iglesia posterior al Concilio, superando a veces los mismos confines que existen objetivamente entre el ministerio jerárquico y las responsabilidades de los laicos en la Iglesia.

La noción de "pueblo de Dios", en particular, fue interpretada por algunos según una visión puramente sociológica, desde una perspectiva casi exclusivamente horizontal, que excluía la referencia vertical a Dios. Esta posición contrasta totalmente con la letra y el espíritu del Concilio, que no quiso una ruptura, otra Iglesia, sino una verdadera y profunda renovación, en la continuidad del único sujeto Iglesia, que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre idéntico, único sujeto del pueblo de Dios en peregrinación.

En segundo lugar, es preciso reconocer que el despertar de energías espirituales y pastorales durante estos años no ha producido siempre el incremento y el desarrollo deseados. Debemos constatar que en algunas comunidades eclesiales, después de un período de fervor e iniciativas, se ha sucedido un tiempo de debilitamiento del compromiso, una situación de cansancio, a veces casi de estancamiento, incluso de resistencia y contradicción entre la doctrina conciliar y diversos conceptos formulados en nombre del Concilio, pero en realidad opuestos a su espíritu y a su letra. También por esta razón, al tema de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo se dedicó la Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos de 1987.

Este hecho nos dice que las luminosas páginas que el Concilio dedicó al laicado aún no habían sido traducidas y realizadas suficientemente en la conciencia de los católicos y en la práctica pastoral. Por una parte, existe todavía la tendencia a identificar unilateralmente la Iglesia con la jerarquía, olvidando la responsabilidad común, la misión común del pueblo de Dios, que somos todos nosotros en Cristo. Por otra, persiste también la tendencia a concebir el pueblo de Dios, como ya he dicho, según una idea puramente sociológica o política, olvidando la novedad y la especificidad de ese pueblo, que sólo se convierte en pueblo en la comunión con Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, ahora tenemos que preguntarnos: ¿En qué situación se encuentra nuestra diócesis de Roma? ¿En qué medida se reconoce y favorece la responsabilidad pastoral de todos, en particular la de los laicos? Durante los siglos pasados, gracias al generoso testimonio de muchos bautizados que han dedicado su vida a educar en la fe a las nuevas generaciones, a cuidar a los enfermos y socorrer a los pobres, la comunidad cristiana ha anunciado el Evangelio a los habitantes de Roma.

Esta misma misión se nos confía a nosotros hoy, en situaciones diversas, en una ciudad donde muchos bautizados han perdido el camino de la Iglesia, y los que no son cristianos no conocen la belleza de nuestra fe. El Sínodo diocesano, promovido por mi amado predecesor Juan Pablo II, fue una receptio efectiva de la doctrina conciliar, y el Libro del Sínodo comprometió a la diócesis a ser cada vez más Iglesia viva y activa en el corazón de la ciudad, a través de la acción coordinada y responsable de todos sus componentes.

La Misión ciudadana, que siguió en preparación al gran jubileo del año 2000, permitió a nuestra comunidad eclesial tomar conciencia de que el mandato de evangelizar no implica sólo a algunos bautizados, sino a todos. Fue una experiencia positiva que contribuyó a hacer madurar en las parroquias, en las comunidades religiosas, en las asociaciones y en los movimientos, la conciencia de pertenecer al único pueblo de Dios que, según las palabras del apóstol san Pedro, "Dios se ha adquirido para anunciar sus maravillas" (cf. 1 P 2, 9). Por eso queremos dar gracias esta tarde.

Aún queda mucho camino por recorrer. Demasiados bautizados no se sienten parte de la comunidad eclesial y viven al margen de ella, dirigiéndose a las parroquias sólo en algunas circunstancias para recibir servicios religiosos. En proporción al número de habitantes de cada parroquia, todavía son pocos los laicos que, aun declarándose católicos, están dispuestos a trabajar en los diversos campos apostólicos. Ciertamente, no faltan dificultades de orden cultural y social, pero, fieles al mandato del Señor, no podemos resignarnos a conservar lo que tenemos. Confiando en la gracia del Espíritu, que Cristo resucitado nos ha garantizado, debemos reanudar el camino con renovado impulso.

¿Qué caminos podemos recorrer? En primer lugar, es preciso renovar el esfuerzo en favor de una formación más atenta y conforme a la visión de Iglesia de la que he hablado, tanto por parte de los sacerdotes como de los religiosos y laicos. Comprender cada vez mejor qué es esta Iglesia, este pueblo de Dios en el Cuerpo de Cristo. Al mismo tiempo, es necesario mejorar los planes pastorales para que, respetando las vocaciones y las funciones de los consagrados y de los laicos, se promueva gradualmente la corresponsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios. Esto exige un cambio de mentalidad, en particular por lo que respecta a los laicos, pasando de considerarlos "colaboradores" del clero a reconocerlos realmente como "corresponsables" del ser y actuar de la Iglesia, favoreciendo la consolidación de un laicado maduro y comprometido.

Esta conciencia de ser Iglesia, común a todos los bautizados, no disminuye la responsabilidad de los párrocos. Precisamente a vosotros, queridos párrocos, os corresponde promover el crecimiento espiritual y apostólico de quienes ya son asiduos y están comprometidos en las parroquias: ellos son el núcleo de la comunidad que se convertirá en fermento para los demás. Para que dichas comunidades, aunque a veces sean pequeñas numéricamente, no pierdan su identidad y su vigor, es necesario educarlas en la escucha orante de la Palabra de Dios, a través de la práctica de la lectio divina, recomendada fervientemente por el reciente Sínodo de los obispos.

Alimentémonos realmente de la escucha, de la meditación de la Palabra de Dios. Nuestras comunidades deben tener siempre clara conciencia de que son "Iglesia", porque Cristo, Palabra eterna del Padre, las convoca y las convierte en su pueblo. La fe, por una parte, es una relación profundamente personal con Dios, pero, por otra, posee un componente comunitario esencial, y ambas dimensiones son inseparables. Así, también los jóvenes, que están más expuestos al creciente individualismo de la cultura contemporánea, la cual conlleva como consecuencias inevitables el debilitamiento de los vínculos interpersonales y la disminución del sentido de pertenencia, podrán experimentar la belleza y la alegría de ser y sentirse Iglesia. Por la fe en Dios estamos unidos en el Cuerpo de Cristo; todos somos uno en el mismo Cuerpo; así, precisamente creyendo de modo profundo, podemos vivir también la comunión entre nosotros y superar la soledad del individualismo.

Si la Palabra convoca a la comunidad, la Eucaristía la transforma en un cuerpo: "Porque aun siendo muchos —escribe san Pablo—, somos un solo pan y un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10, 17). Por tanto, la Iglesia no es el resultado de una suma de individuos, sino una unidad entre quienes se alimentan de la única Palabra de Dios y del único Pan de vida. La comunión y la unidad de la Iglesia, que nacen de la Eucaristía, son una realidad de la que debemos tener cada vez mayor conciencia, también cuando recibimos la sagrada Comunión; debemos ser cada vez más conscientes de que entramos en unidad con Cristo, y así llegamos a ser uno entre nosotros. Debemos aprender siempre de nuevo a conservar esta unidad y defenderla de rivalidades, controversias y celos, que pueden nacer dentro de las comunidades eclesiales y entre ellas.

En particular, quiero pedir a los movimientos y a las comunidades surgidos después del Vaticano II, que también en nuestra diócesis son un don valioso que debemos agradecer siempre al Señor, quiero pedir a estos movimientos que, repito, son un don, que se preocupen siempre de que sus itinerarios formativos lleven a sus miembros a madurar un verdadero sentido de pertenencia a la comunidad parroquial. El centro de la vida de la parroquia, como he dicho, es la Eucaristía, y en particular la celebración dominical. Si la unidad de la Iglesia nace del encuentro con el Señor, no es secundario que se cuide mucho la adoración y la celebración de la Eucaristía, permitiendo que los que participan en ellas experimenten la belleza del misterio de Cristo. Dado que la belleza de la liturgia "no es mero esteticismo sino el modo en que nos llega, nos fascina y nos cautiva la verdad del amor de Dios en Cristo" (Sacramentum caritatis, 35), es importante que la celebración eucarística manifieste, comunique, a través de los signos sacramentales, la vida divina y revele a los hombres y a las mujeres de esta ciudad el verdadero rostro de la Iglesia.

El crecimiento espiritual y apostólico de la comunidad lleva, además, a promover su ampliación mediante una convencida acción misionera. Por tanto, esforzaos por revitalizar en todas las parroquias, como en el tiempo de la Misión ciudadana, los pequeños grupos o centros de escucha de fieles que anuncian a Cristo y su Palabra, lugares donde sea posible experimentar la fe, practicar la caridad y organizar la esperanza. Esta articulación de las grandes parroquias urbanas a través de la multiplicación de pequeñas comunidades permite una actividad misionera más vasta, que tiene en cuenta la densidad de la población, su fisonomía social y cultural, a menudo notablemente diversa. Sería importante que este método pastoral tuviera una aplicación eficaz también en los lugares de trabajo, que hoy se deben evangelizar con una pastoral de ambiente bien pensada, pues por la notable movilidad social la población pasa en ellos gran parte de su jornada.

Por último, no hay que olvidar el testimonio de la caridad, que une los corazones y abre a la pertenencia eclesial. A la pregunta de cómo se explica el éxito del cristianismo de los primeros siglos, la elevación de una presunta secta judía al rango de religión del Imperio, los historiadores responden que fue sobre todo la experiencia de la caridad de los cristianos lo que convenció al mundo. Vivir la caridad es la forma primaria de la actividad misionera. La Palabra anunciada y vivida resulta creíble si se encarna en comportamientos de solidaridad, de compartir, en gestos que muestran a Cristo como verdadero Amigo del hombre.

Ojalá que el testimonio silencioso y diario de caridad que dan las parroquias gracias al compromiso de numerosos fieles laicos siga extendiéndose cada vez más, para que quienes viven en el sufrimiento sientan cercana a la Iglesia y experimenten el amor del Padre, rico en misericordia. Por tanto, sed "buenos samaritanos", dispuestos a curar las heridas materiales y espirituales de vuestros hermanos. Los diáconos, conformados mediante la ordenación a Cristo siervo, podrán prestar un servicio útil en la promoción de una renovada atención a las antiguas y nuevas formas de pobreza. Pienso, además, en los jóvenes. Queridos jóvenes, os invito a poner al servicio de Cristo y del Evangelio vuestro entusiasmo y vuestra creatividad, convirtiéndoos en apóstoles de vuestros coetáneos, dispuestos a responder generosamente al Señor si os llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada.

Queridos hermanos y hermanas, el futuro del cristianismo y de la Iglesia en Roma también depende del compromiso y del testimonio de cada uno de nosotros. Por esto invoco la intercesión materna de la Virgen María, venerada desde hace siglos en la basílica de Santa María la Mayor como Salus populi romani. Que, como hizo con los Apóstoles en el Cenáculo en espera de Pentecostés, nos acompañe también a nosotros y nos impulse a mirar con confianza al futuro. Con estos sentimientos, a la vez que os agradezco vuestro continuo trabajo, os imparto de corazón a todos una bendición apostólica especial.


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08/07/2013 21:25


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Sala del Sínodo
Jueves 28 de mayo de 2009



Queridos hermanos obispos italianos:

Me alegra encontrarme una vez más con todos vosotros juntos, con ocasión de esta significativa cita anual, en la que os reunís en asamblea para compartir las preocupaciones y las alegrías de vuestro ministerio en las diócesis de la amada nación italiana. De hecho, vuestra asamblea expresa visiblemente y promueve la comunión de la que vive la Iglesia, y que se realiza también en la concordia de las iniciativas y de la acción pastoral.

Con mi presencia vengo a confirmar la comunión eclesial que he visto crecer y fortalecerse constantemente. Doy las gracias, en particular, al cardenal presidente, que en nombre de todos ha confirmado la adhesión fraterna y la comunión cordial con el magisterio y el servicio pastoral del Sucesor de Pedro, reafirmando así la singular unidad que vincula a la Iglesia de Italia con la Sede apostólica. Durante estos meses he recibido muchos testimonios conmovedores de esta adhesión. Os digo de todo corazón: ¡gracias! En este clima de comunión el pueblo cristiano, que experimenta la profunda inserción en el territorio, el vivo sentido de la fe y la sincera pertenencia a la comunidad eclesial —todo ello gracias a vuestra guía pastoral, al servicio generoso de tantos presbíteros y diáconos, y de religiosos y fieles laicos que, con su entrega constante, sostienen el entramado eclesial y la vida diaria de las numerosas parroquias esparcidas por todos los rincones del país—, se puede alimentar provechosamente de la Palabra de Dios y de la gracia de los sacramentos.

No ignoramos las dificultades que las parroquias encuentran al llevar a sus miembros a una plena adhesión a la fe cristiana en nuestro tiempo. No es casualidad que muchos pidan una renovación marcada por una colaboración cada vez mayor de los laicos y de su corresponsabilidad misionera.
Por estas razones, en la acción pastoral oportunamente habéis querido profundizar el compromiso misionero que ha caracterizado el camino de la Iglesia en Italia después del Concilio, poniendo en el centro de la reflexión de vuestra asamblea la tarea fundamental de la educación. Como he reafirmado en varias ocasiones, se trata de una exigencia constitutiva y permanente de la vida de la Iglesia, que hoy tiende a asumir carácter de urgencia e incluso de emergencia.

Durante estos días habéis tenido ocasión de escuchar, reflexionar y debatir sobre la necesidad de preparar una especie de proyecto educativo, que brote de una visión coherente y completa del hombre, como puede surgir únicamente de la imagen y realización perfecta que tenemos en Jesucristo. Él es el Maestro en cuya escuela se ha de redescubrir la tarea educativa como una altísima vocación a la que, con diversas modalidades, están llamados todos los fieles. En este tiempo, en el que es fuerte la fascinación de concepciones relativistas y nihilistas de la vida y en el que se pone en tela de juicio la legitimidad misma de la educación, la primera contribución que podemos dar es la de testimoniar nuestra confianza en la vida y en el hombre, en su razón y en su capacidad de amar.

Esta confianza no es fruto de un optimismo ingenuo, sino que nos viene de la "esperanza fiable" (Spe salvi, 1) que se nos da mediante la fe en la redención realizada por Jesucristo. Con referencia a este fundado acto de amor al hombre, puede surgir una alianza educativa entre todos los que tienen responsabilidades en este delicado ámbito de la vida social y eclesial.

La conclusión, el domingo próximo, del trienio del Ágora de los jóvenes italianos, en el que vuestra Conferencia ha llevado a cabo un itinerario articulado de animación de la pastoral juvenil, constituye una invitación a verificar el camino educativo que se está realizando y a emprender nuevos proyectos destinados a una franja de destinatarios, la de las nuevas generaciones, sumamente amplia y significativa para las responsabilidades educativas de nuestras comunidades eclesiales y de toda la sociedad.

Por último, la obra formativa se extiende también a la edad adulta, que no queda excluida de una verdadera responsabilidad de educación permanente. Nadie queda excluido de la tarea de ocuparse del crecimiento propio y del ajeno hasta "la medida de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13).

La dificultad de formar cristianos auténticos se mezcla, hasta confundirse, con la dificultad de hacer que crezcan hombres y mujeres responsables y maduros, en los que la conciencia de la verdad y del bien, y la adhesión libre a ellos, estén en el centro del proyecto educativo, capaz de dar forma a un itinerario de crecimiento global debidamente preparado y acompañado. Por esto, junto con un adecuado proyecto que indique la finalidad de la educación a la luz del modelo acabado que se quiere seguir, hacen falta educadores autorizados a los que las nuevas generaciones puedan mirar con confianza.

En este Año paulino, que hemos vivido con la profundización de la palabra y del ejemplo del gran Apóstol de los gentiles, y que de diversos modos habéis celebrado en vuestras diócesis y precisamente ayer todos juntos en la basílica de San Pablo extramuros, resuena con singular eficacia su invitación: "Sed imitadores míos" (1 Co 11, 1). Son palabras valientes, pero un verdadero educador pone en juego en primer lugar su persona y sabe unir autoridad y ejemplaridad en la tarea de educar a los que le han sido encomendados. De ello somos conscientes nosotros mismos, que hemos sido constituidos guías en medio del pueblo de Dios, a los que el apóstol san Pedro dirige, a su vez, la invitación a apacentar la grey de Dios "siendo modelos de la grey" (1 P 5, 3). También sobre estas palabras nos conviene meditar.

Así pues, resulta singularmente feliz esta circunstancia: después del año dedicado al Apóstol de los gentiles, nos disponemos a celebrar un Año sacerdotal. Juntamente con nuestros sacerdotes, estamos llamados a redescubrir la gracia y la tarea del ministerio presbiteral. Este ministerio es un servicio a la Iglesia y al pueblo cristiano, que exige una espiritualidad profunda. En respuesta a la vocación divina, esa espiritualidad debe alimentarse de la oración y de una intensa unión personal con el Señor, para poder servirle en los hermanos mediante la predicación, los sacramentos, una vida de comunidad ordenada y la ayuda a los pobres. En todo el ministerio sacerdotal resalta, de este modo, la importancia de la tarea educativa, para que crezcan personas libres, verdaderamente libres, es decir, responsables, cristianos maduros y conscientes.

No cabe duda de que del espíritu cristiano recibe vitalidad siempre renovada el sentido de solidaridad, que está profundamente arraigado en el corazón de los italianos y encuentra la manera de expresarse con particular intensidad en algunas circunstancias dramáticas de la vida del país, la última de las cuales ha sido el devastador terremoto que asoló algunas áreas de Los Abruzos. Como dijo ya vuestro presidente, durante mi visita a esa tierra trágicamente herida pude darme cuenta personalmente de los lutos, el dolor y los desastres producidos por ese terrible seísmo, pero también he constatado —y esto me ha impresionado enormemente— la fortaleza de espíritu de esas poblaciones, así como el movimiento de solidaridad que se activó inmediatamente en todas las partes de Italia. Nuestras comunidades han respondido con gran generosidad a la petición de ayuda que procedía de aquella región sosteniendo las iniciativas promovidas por la Conferencia episcopal a través de las Cáritas. Deseo renovar a los obispos de Los Abruzos, y a través de ellos a las comunidades locales, la seguridad de mi oración constante y de mi continua cercanía afectuosa.

Desde hace meses estamos constatando los efectos de una crisis financiera y económica que ha sacudido duramente al mundo entero y ha afectado en diversa medida a todos los países. A pesar de las medidas tomadas en varios niveles, se siguen sintiendo los efectos sociales de la crisis, e incluso duramente, de modo especial sobre las franjas más débiles de la sociedad y sobre las familias. Por eso, deseo expresaros mi aprecio y mi aliento por la iniciativa del fondo de solidaridad denominado "Préstamo de la esperanza", que precisamente el domingo próximo tendrá un momento de participación coral en la colecta nacional, que constituye la base del fondo mismo. Esta renovada petición de generosidad, que se añade a las numerosas iniciativas puestas en marcha por muchas diócesis, evocando el gesto de la colecta impulsada por el apóstol san Pablo en favor de la Iglesia de Jerusalén, es un testimonio elocuente de que unos comparten el peso de los otros. En este momento de dificultad, que afecta de modo especial a los que han perdido el empleo, eso es un verdadero acto de culto que brota de la caridad suscitada por el Espíritu del Resucitado en el corazón de los creyentes. Es un anuncio elocuente de la conversión interior generada por el Evangelio y una manifestación conmovedora de comunión eclesial.

Las Iglesias en Italia también están fuertemente comprometidas en una forma esencial de caridad: la caridad intelectual. Un ejemplo significativo es el compromiso en favor de la promoción de una mentalidad generalizada en favor de la vida, en todos sus aspectos y momentos, con una atención particular a la que se encuentra en condiciones de gran fragilidad y precariedad. Testimonia muy bien ese compromiso el manifiesto "Libres para vivir. Amar la vida hasta el final", por el que el laicado católico se empeña de forma unánime en trabajar para que no falte en el país la conciencia de la verdad plena sobre el hombre y la promoción del auténtico bien de las personas y de la sociedad. El "sí" y el "no" que se expresan en ese manifiesto definen los contornos de una auténtica acción educativa y son expresión de un amor fuerte y concreto por cada persona. Por eso, el pensamiento vuelve al tema central de vuestra asamblea —la tarea urgente de la educación— que exige el arraigo en la Palabra de Dios y el discernimiento espiritual, los proyectos culturales y sociales, el testimonio de la unidad y de la gratuidad.

Queridos hermanos en el episcopado, faltan ya pocos días para la solemnidad de Pentecostés, en la que celebraremos el don del Espíritu, que derriba las fronteras y abre a la comprensión de la verdad completa. Invoquemos al Consolador, que no abandona a quienes se dirigen a él, encomendándole el camino de la Iglesia en Italia y a toda persona que vive en este amadísimo país. Que venga sobre todos nosotros el Espíritu de vida y encienda nuestro corazón con el fuego de su amor infinito.

De corazón os bendigo a vosotros y a vuestras comunidades.


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All'Ambasciatore della Mongolia presso la Santa Sede (29 maggio 2009)

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All'Ambasciatrice dell'India presso la Santa Sede (29 maggio 2009)

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[URL=All'Ambasciatore del Benin presso la Santa Sede (29 maggio 2009)]English

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All'Ambasciatore di Nuova Zelanda presso la Santa Sede (29 maggio 2009)

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All'Ambasciatore del Sud Africa presso la Santa Sede (29 maggio 2009)

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All'Ambasciatore del Burkina Faso presso la Santa Sede (29 maggio 2009)

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All'Ambasciatore di Namibia presso la Santa Sede (29 maggio 2009)

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All'Ambasciatore di Norvegia presso la Santa Sede (29 maggio 2009)

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A OCHO NUEVOS EMBAJADORES ANTE LA SANTA SEDE*

Sala Clementina
Viernes 29 de mayo de 2009



Excelencias:

Me alegra recibiros esta mañana con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países ante la Santa Sede: Mongolia, India, Benín, Nueva Zelanda, República Sudafricana, Burkina Faso, Namibia y Noruega. Os doy las gracias por haberme transmitido las amables palabras de vuestros respectivos jefes de Estado. Os pido que les hagáis llegar mi cordial saludo y mis mejores deseos para sus personas y para su elevada misión al servicio de sus países y pueblos.

Me permito saludar, por medio de vosotros, a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a vuestros compatriotas. Mis oraciones y mis pensamientos se dirigen en particular a las comunidades católicas presentes en vuestros países. Podéis estar seguros de que desean colaborar fraternalmente en la edificación nacional aportando, de la mejor manera que les sea posible, su propia contribución fundada en el Evangelio.

Señora y señores embajadores, el compromiso al servicio de la paz y el afianzamiento de las relaciones fraternas entre las naciones constituye el centro de vuestra misión diplomática. Hoy, en la crisis social y económica que vive el mundo, es urgente tomar de nuevo conciencia de que hay que luchar de manera eficaz para instaurar una paz auténtica con vistas a la construcción de un mundo más justo y próspero para todos. En efecto, las injusticias, a menudo escandalosas, entre las naciones o en su seno, al igual que todos los procesos que contribuyen a suscitar divisiones entre los pueblos o a marginarlos, son peligrosos atentados contra la paz y crean graves riesgos de conflictos.

Por tanto, todos estamos llamados a dar nuestra contribución al bien común y a la paz, cada uno según sus propias responsabilidades. Como escribí en mi Mensaje para la Jornada mundial de la paz, el 1 de enero pasado, "uno de los caminos reales para construir la paz es una globalización que tienda a los intereses de la gran familia humana. Sin embargo, para guiar la globalización se necesita una fuerte solidaridad global tanto entre países ricos y países pobres, como dentro de cada país, aunque sea rico" (n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 2008, p. 9). La paz sólo puede construirse tratando valientemente de eliminar las desigualdades engendradas por sistemas injustos, para garantizar a todos un nivel de vida que permita una existencia digna y próspera.

Estas desigualdades se han hecho todavía más escandalosas a causa de la crisis financiera y económica actual, que se difunde a través de diferentes canales en los países de escaso rédito. Me limito a mencionar algunos: el reflujo de las inversiones extranjeras, la caída de la demanda de materias primas y la tendencia a la disminución de la ayuda internacional. A esto se añade la reducción de las remesas enviadas a las familias que se quedaron en su país por los trabajadores emigrantes, víctimas de la recesión que afecta también a los países que los acogen.

Esta crisis puede transformarse en catástrofe humana para los habitantes de los países más débiles. Los que ya vivían en una pobreza extrema son los primeros afectados, pues son los más vulnerables. Esta crisis hace caer en la pobreza también a personas que antes vivían de manera decorosa, aunque no fueran acomodadas. La pobreza aumenta y tiene consecuencias graves, a veces irreversibles. Así la recesión engendrada por la crisis económica puede llegar a ser una amenaza para la existencia misma de innumerables individuos. Los niños son las primeras víctimas inocentes; y es preciso protegerlos a ellos con prioridad.

La crisis económica tiene otro efecto. La desesperación que provoca lleva a algunas personas a la búsqueda angustiosa de una solución que les permita sobrevivir diariamente. Por desgracia, esta búsqueda a menudo va acompañada de actos individuales o colectivos de violencia, que pueden desembocar en conflictos internos, corriendo el riesgo de desestabilizar aún más a las sociedades ya debilitadas.

Para afrontar la actual situación de crisis y encontrar una solución, algunos países han decidido no disminuir su ayuda a los países más amenazados, proponiéndose por el contrario aumentarla. Convendría que otros países desarrollados siguieran su ejemplo para que los países necesitados puedan sostener su economía y consolidar las medidas sociales destinadas a proteger a las poblaciones más necesitadas. Hago un llamamiento a una fraternidad y solidaridad mayores, y a una generosidad global realmente vivida. Esto requiere que los países desarrollados reencuentren el sentido de la medida y de la sobriedad en la economía y en su estilo de vida.

Señora y señores embajadores, no ignoráis que en estos últimos años se han manifestado nuevas formas de violencia, que por desgracia se apoyan en el nombre de Dios para justificar actos peligrosos. Dios, que conoce la fragilidad del hombre, ¿no le reveló en el Sinaí estas palabras: "No tomarás en falso el nombre del Señor, tu Dios; porque el Señor no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso"? (Ex 20, 7). Esos excesos han llevado en ocasiones a considerar las religiones como una amenaza para las sociedades. A las religiones se las ataca y desacredita, afirmando que no son factores de paz. Los líderes religiosos tienen el deber de acompañar a los creyentes y de iluminarlos para que progresen en santidad e interpreten las palabras divinas a la luz de la verdad.

Es necesario favorecer el resurgimiento de un mundo en el que las religiones y las sociedades se abran unas a otras, gracias a la apertura que practican en su seno y entre ellas. Así se daría un testimonio auténtico de vida. Así se crearía un espacio que favorecería un diálogo positivo y necesario. Dando al mundo su contribución propia, la Iglesia católica quiere testimoniar una visión positiva del porvenir de la humanidad. Estoy convencido "de la función insustituible de la religión para la formación de las conciencias, y de la contribución que puede aportar, junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad" (Discurso en el Elíseo, París, 12 de septiembre de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de septiembre de 2008, p. 5).

Vuestra misión ante la Santa Sede, señora y señores embajadores, acaba de comenzar. En mis colaboradores encontraréis el apoyo necesario para realizarla adecuadamente. Os expreso de nuevo mis mejores deseos de éxito en vuestra delicada función. Que el Todopoderoso os sostenga y os acompañe a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a todos vuestros compatriotas. Que Dios os colme de la abundancia de sus bendiciones.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS MUCHACHOS DE LA OBRA MISIONAL PONTIFICIA
DE LA INFANCIA MISIONERA

Sala Pablo VI
Sábado 30 de mayo de 2009



Me llamo Anna Filippone, tengo doce años, soy monaguilla, vengo de Calabria, de la diócesis de Oppido Mamertina-Palmi. Papa Benedicto, el papá de mi amigo Giovanni es italiano y su mamá, ecuatoriana; y él es muy feliz. ¿Crees que las diferentes culturas podrán vivir un día sin pelearse en el nombre de Jesús?

Entiendo que queréis saber cómo nosotros nos ayudábamos unos a otros cuando éramos niños. Os puedo decir que viví los años de la escuela primaria en un pequeño pueblo de 400 habitantes, muy lejos de los grandes centros. Por tanto, éramos algo ingenuos; en ese pueblo, había unos agricultores muy ricos y otros menos ricos pero acomodados; y también había empleados pobres, artesanos. Poco antes de que yo comenzara la escuela primaria, nuestra familia había llegado a ese pueblo procedente de otro; por eso, éramos casi extranjeros para ellos; incluso el dialecto era diferente. Por tanto, en esa escuela se reflejaban situaciones sociales muy diversas. Sin embargo, reinaba gran comunión entre nosotros. Me enseñaron su dialecto, pues yo todavía no lo conocía. La colaboración era buena, y debo reconocer que, como es natural, en alguna ocasión también nos peleábamos, pero después nos reconciliábamos y olvidábamos lo que había sucedido.

Esto me parece importante. A veces, en la vida humana parece inevitable pelearse; pero, en cualquier caso, lo importante es el arte de reconciliarse, el perdón, volver a comenzar de nuevo y no dejar amargura en el alma. Recuerdo con gratitud cómo colaborábamos todos: uno ayudaba al otro y seguíamos juntos nuestro camino. Todos éramos católicos, y naturalmente esto era una gran ayuda. Así aprendimos juntos a conocer la Biblia, desde la creación hasta el sacrificio de Jesús en la cruz y los inicios de la Iglesia. Juntos aprendimos el catecismo, aprendimos a rezar juntos, nos preparamos juntos para la primera confesión, para la primera Comunión, que fue un día espléndido. Comprendimos que Jesús mismo viene a nosotros y que no es un Dios lejano: entra en nuestra vida, en nuestra alma. Y, si Jesús mismo entra en cada uno de nosotros, nosotros somos hermanos, hermanas, amigos y, por tanto, debemos comportarnos como tales.

Para nosotros esta preparación para la primera confesión como purificación de nuestra conciencia, de nuestra vida, y después también para la primera Comunión como encuentro concreto con Jesús, que viene a mí, que viene a todos nosotros, fueron factores que contribuyeron a formar nuestra comunidad. Nos ayudaron a avanzar juntos, a aprender juntos a reconciliarnos, cuando era necesario. Hacíamos también pequeños espectáculos: es importante también colaborar, prestar atención a los demás.

A los ocho o nueve años me hice monaguillo. En aquel tiempo no había todavía monaguillas, pero las muchachas leían mejor que nosotros. Por eso, ellas leían las lecturas de la liturgia, mientras que nosotros éramos monaguillos. En aquel tiempo, todavía había muchos textos en latín que había que aprender; así, cada uno tenía que hacer su parte de esfuerzo. Como he dicho, no éramos santos: nos peleábamos, pero había gran comunión, en la que no contaban las distinciones entre ricos y pobres, inteligentes y menos inteligentes. Contaba la comunión con Jesús en el camino de la fe común y en la responsabilidad común, en los juegos, en el trabajo común. Éramos capaces de vivir juntos, de ser amigos; y aunque desde 1937, es decir, desde hace más de setenta años, no he vuelto a ese pueblo, seguimos siendo amigos. Aprendimos a aceptarnos unos a otros, a soportarnos unos a otros.

Esto me parece importante: a pesar de nuestras debilidades, nos aceptamos; y con Jesucristo, con la Iglesia, encontramos juntos el camino de la paz y aprendemos a vivir bien.

Me llamo Letizia y te quería hacer una pregunta. Querido Papa Benedicto XVI, cuando eras pequeño, ¿qué quería decir para ti el lema: "Los niños ayudan a los niños"? ¿Pensaste alguna vez que llegarías a ser Papa?

A decir verdad, nunca pensé que llegaría a ser Papa, pues, como ya he dicho, era un muchacho bastante ingenuo, en un pequeño pueblo muy alejado de las ciudades, en una provincia olvidada. Éramos felices de vivir en esa provincia y no pensábamos en otras cosas. Naturalmente conocíamos, venerábamos y amábamos al Papa —era Pío XI—, pero para nosotros estaba a una altura inalcanzable, casi otro mundo; era nuestro padre, pero una realidad muy superior a todos nosotros. Y tengo que decir que todavía hoy me cuesta comprender cómo el Señor pudo pensar en mí, destinándome a este ministerio. Pero lo acepto de sus manos, aunque es algo sorprendente y me parece que supera con mucho mis fuerzas. Sin embargo, el Señor me ayuda.

Querido Papa Benedicto, soy Alessandro. Quiero preguntarte a ti que eres el primer misionero: nosotros, los muchachos, ¿cómo podemos ayudarte a anunciar el Evangelio?

Una primera manera es colaborar con la Obra pontificia de la Infancia Misionera. Así formáis parte de una gran familia, que lleva el Evangelio al mundo. Así pertenecéis a una gran red. Aquí se ve representada la familia de los diferentes pueblos. Vosotros estáis en esta gran familia: cada uno hace lo que está de su parte y juntos sois misioneros, promotores de la obra misionera de la Iglesia. Tenéis un hermoso programa, indicado por vuestra portavoz: escuchar, rezar, conocer, compartir, ser solidarios. Estos son los elementos esenciales que constituyen realmente una forma de ser misionero, de hacer que crezca la Iglesia y la presencia del Evangelio en el mundo. Quiero subrayar algunos de estos puntos.

Ante todo, rezar. La oración es una realidad: Dios nos escucha y, cuando rezamos, Dios entra en nuestra vida, se hace presente entre nosotros, y actúa. Rezar es algo muy importante, que puede cambiar el mundo, pues hace presente la fuerza de Dios. Y es importante ayudarse para rezar: rezamos juntos en la liturgia, rezamos juntos en la familia. Es importante comenzar el día con una pequeña oración y también acabar el día con una pequeña oración: recordar a vuestros padres en la oración. Rezar antes de la comida, antes de la cena, y con motivo de la celebración común del domingo. Un domingo sin misa, la gran oración común de la Iglesia, no es un verdadero domingo: le falta el corazón del domingo, y la luz para la semana. Podéis también ayudar a los demás, especialmente cuando no se reza en casa, cuando no se conoce la oración, enseñándoles a rezar: al rezar con ellos se introduce a los demás en la comunión con Dios.

Luego hay que escuchar, es decir, aprender realmente lo que nos dice Jesús. Además, hay que conocer la Sagrada Escritura, la Biblia. En la historia de Jesús —como ha dicho el cardenal— descubrimos el rostro de Dios, aprendemos cómo es Dios. Es importante conocer a Jesús de forma profunda y personal. Así entra en nuestra vida y, a través de nuestra vida, entra en el mundo.

También hay que compartir, no querer las cosas sólo para uno mismo, sino para todos; compartir con los demás. Y si vemos que otro tiene necesidad, que tiene menos cualidades, debemos ayudarle, para hacer presente el amor de Dios sin grandes palabras en nuestro pequeño mundo personal, que forma parte del gran mundo. Así, juntos nos convertimos en una familia, en la que uno respeta al otro: soporta al otro en su alteridad, acepta incluso a los antipáticos, no deja que uno quede marginado, sino que lo ayuda a integrarse en la comunidad.

Todo esto quiere decir simplemente vivir en esta gran familia de la Iglesia, en esta gran familia misionera. Vivir los puntos esenciales como el compartir, el conocimiento de Jesús, la oración, la escucha recíproca y la solidaridad es una obra misionera, pues ayuda a que el Evangelio se haga realidad en nuestro mundo.


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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDETTO XVI
AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO
COMO CONCLUSIÓN DEL MES DE MAYO

Jardines Vaticanos
Sábado 30 de mayo de 2009

Venerados hermanos;
queridos hermanos y hermanas:

Os saludo a todos con afecto al final de la tradicional velada mariana con la que se concluye el mes de mayo en el Vaticano. Este año ha adquirido un valor muy especial, pues coincide con la vigilia de Pentecostés. Al reuniros aquí, congregados espiritualmente en torno a la Virgen María y contemplando los misterios del santo rosario, habéis revivido la experiencia de los primeros discípulos, reunidos en el Cenáculo con "la madre de Jesús", "perseverando todos en la oración con un mismo espíritu" a la espera de la venida del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14). También nosotros, en esta penúltima tarde de mayo, desde la colina del Vaticano invocamos la efusión del Espíritu Paráclito sobre nosotros, sobre la Iglesia que está en Roma y sobre todo el pueblo cristiano.

La gran fiesta de Pentecostés nos invita a meditar en la relación entre el Espíritu Santo y María, una relación muy íntima, privilegiada e indisoluble. La Virgen de Nazaret fue elegida para convertirse en la Madre del Redentor por obra del Espíritu Santo: en su humildad halló gracia a los ojos de Dios (cf. Lc 1, 30). De hecho, en el Nuevo Testamento vemos que la fe de María, por decirlo así, "atrajo" el don del Espíritu Santo. Ante todo en la concepción del Hijo de Dios, misterio que el mismo arcángel Gabriel explicó así: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1, 35). Inmediatamente después María fue a ayudar a Isabel, y cuando llegó a su casa y la saludó, el Espíritu Santo hizo que el niño saltara de gozo en el seno de su anciana prima (cf. Lc 1, 44); y todo el diálogo entre las dos madres fue inspirado por el Espíritu de Dios, sobre todo el cántico de alabanza con el que María expresó sus sentimientos profundos, el Magníficat. Todos los acontecimientos relacionados con el nacimiento de Jesús y con sus primeros años de vida estuvieron dirigidos de manera casi palpable por el Espíritu Santo, aunque no siempre se le nombre. El corazón de María, en perfecta sintonía con su Hijo divino, es templo del Espíritu de verdad, donde cada palabra y cada acontecimiento son conservados en la fe, en la esperanza y en la caridad (cf. Lc 2, 19.51).

Así podemos tener la certeza de que el corazón santísimo de Jesús en todo el arco de su vida oculta en Nazaret encontró en el corazón inmaculado de su Madre un "hogar" siempre encendido de oración y de atención constante a la voz del Espíritu. Un testimonio de esta singular sintonía entre la Madre y el Hijo, buscando la voluntad de Dios, es lo que aconteció en las bodas de Caná. En una situación llena de símbolos de la alianza, como es el banquete nupcial, la Virgen Madre intercede y provoca, por decirlo así, un signo de gracia sobreabundante: el "vino bueno" que hace referencia al misterio de la Sangre de Cristo.

Esto nos remite directamente al Calvario, donde María está al pie de la cruz junto con las demás mujeres y con el apóstol san Juan. La Madre y el discípulo recogen espiritualmente el testamento de Jesús: sus últimas palabras y su último aliento, en el que comienza a derramar el Espíritu; y recogen el grito silencioso de su Sangre, derramada totalmente por nosotros (cf. Jn 19,25-34). María sabía de dónde venía esa sangre, pues se había formado en ella por obra del Espíritu Santo, y sabía que ese mismo "poder" creador resucitaría a Jesús, como él mismo había prometido.

Así, la fe de María sostuvo la de los discípulos hasta el encuentro con el Señor resucitado, y siguió acompañándolos incluso después de su Ascensión al cielo, a la espera del "bautismo en el Espíritu Santo" (cf. Hch 1, 5). En Pentecostés, la Virgen Madre aparece de nuevo como Esposa del Espíritu, para una maternidad universal con respecto a todos los que son engendrados por Dios mediante la fe en Cristo. Precisamente por eso María es para todas las generaciones imagen y modelo de la Iglesia, que juntamente con el Espíritu camina en el tiempo invocando la vuelta gloriosa de Cristo: "¡Ven, Señor Jesús!" (cf. Ap 22, 17.20).

Queridos amigos, siguiendo el ejemplo de María, aprendamos también nosotros a reconocer la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, a escuchar sus inspiraciones y a seguirlo dócilmente. Él nos hace crecer según la plenitud de Cristo, según los frutos buenos que el apóstol san Pablo enumera en la carta a los Gálatas: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5, 22).

Os deseo que seáis colmados de estos dones y que caminéis siempre con María según el Espíritu y, a la vez que os agradezco y os felicito por vuestra participación en esta celebración vespertina, os imparto de corazón a todos vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS PROFESORES Y ALUMNOS
DEL PONTIFICIO SEMINARIO FRANCÉS DE ROMA

Sala Clementina
Sábado 6 de junio de 2009



Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado;
señor rector;
queridos sacerdotes y seminaristas:

Con gran alegría os recibo con ocasión de las celebraciones que en estos días marcan un momento importante de la historia del Pontificio Seminario Francés de Roma. La Congregación del Espíritu Santo, que desde su fundación asumió su gestión, la entrega ahora, después de un siglo y medio de fiel servicio, a la Conferencia episcopal de Francia.

Debemos dar gracias al Señor por la labor realizada en esta institución, en la que, desde su apertura, cerca de cinco mil seminaristas o sacerdotes jóvenes se han preparado para su futura vocación. A la vez que manifiesto mi aprecio por el trabajo de los miembros de la Congregación del Espíritu Santo, padres y hermanos, deseo encomendar de modo particular al Señor los apostolados que la Congregación fundada por el venerable padre Liberman conserva y desarrolla en todo el mundo, especialmente en África, a partir de su carisma, que no ha perdido nada de su fuerza y de su especificidad. Que el Señor bendiga a la Congregación y sus misiones.

La tarea de formar sacerdotes es una misión delicada. La formación propuesta en el seminario es exigente, pues a la solicitud pastoral de los futuros sacerdotes se encomendará una porción del pueblo de Dios, que Cristo salvó y por el que dio su vida. Conviene que los seminaristas recuerden que si la Iglesia se muestra exigente con ellos es porque deberán cuidar de quienes Cristo adquirió a un precio tan elevado.

Son muchas las aptitudes que se exigen a los futuros sacerdotes: la madurez humana, las cualidades espirituales, el celo apostólico, el rigor intelectual... Para conseguir estas virtudes, los candidatos al sacerdocio no sólo deben poder ser sus testigos entre sus formadores; más aún, deben poder ser los primeros beneficiarios de estas cualidades vividas y dispensadas por quienes tienen la tarea de hacerlos crecer. Es ley de nuestra humanidad y de nuestra fe que, con mucha frecuencia, sólo somos capaces de dar lo que hemos recibido antes de Dios a través de las mediaciones eclesiales y humanas que él ha instituido. Quien recibe la tarea del discernimiento y de la formación debe recordar que la esperanza que tiene para los demás es en primer lugar un deber para sí mismo.

Este paso de testigo coincide con el inicio del Año sacerdotal. Es una gracia para el nuevo grupo de sacerdotes formadores reunidos por la Conferencia episcopal de Francia. Mientras recibe sumisión, se le da, como a toda la Iglesia, la posibilidad de escrutar más profundamente la identidad del sacerdote, misterio de gracia y de misericordia.

Me complace citar aquí al cardenal Suhard, personalidad eminente, el cual dijo a propósito de los ministros de Cristo: «Eterna paradoja del sacerdote. Lleva en sí realidades contrarias. Concilia, al precio de su vida, la fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre. Parece pobre y sin fuerza... No cuenta con medios políticos, ni con recursos financieros, ni con la fuerza de las armas, de los que otros se valen para conquistar la tierra. Su fuerza consiste en estar desarmado y en que "todo lo puede en Aquel que lo conforta"» (Ecclesia n. 141, p. 21, diciembre de 1960).

Ojalá que estas palabras, que evocan muy bien la figura del santo cura de Ars, resuenen como una llamada vocacional para numerosos jóvenes cristianos de Francia que desean una vida útil y fecunda para servir al amor de Dios.

El Seminario Francés tiene la particularidad de estar situado en la ciudad de Pedro. Retomando el deseo expresado por Pablo VI (cf. Discurso a los ex alumnos del Seminario Francés, 11 de septiembre de 1968), deseo que durante su estancia en Roma los seminaristas se familiaricen de modo privilegiado con la historia de la Iglesia, descubran la amplitud de su catolicidad y su unidad viva en torno al Sucesor de Pedro, y que así se grabe para siempre en su corazón de pastores el amor de la Iglesia.

Invocando sobre todos vosotros abundantes gracias del Señor por intercesión de la santísima Virgen María, de santa Clara y del beato Pío IX, os imparto de corazón la bendición apostólica a todos vosotros, a vuestras familias, a los ex alumnos que no han podido venir y al personal laico del seminario.


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10/07/2013 12:01


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE VENEZUELA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Lunes 8 de junio de 2009



Señor Cardenal,
queridos Hermanos en el Episcopado

1. Os doy mi cordial bienvenida, Pastores de la Iglesia en Venezuela, a este encuentro durante vuestra visita ad limina y, como Sucesor de Pedro, doy gracias al Señor por esta ocasión de confirmar a mis hermanos en la fe (cf. Lc 22, 32) y de participar con ellos en sus alegrías y preocupaciones, en sus proyectos y en sus dificultades.

Agradezco ante todo a Mons. Ubaldo Ramón Santana Sequera, Arzobispo de Maracaibo y Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, sus palabras, que manifiestan vuestra comunión con el Obispo de Roma y Cabeza del Colegio Episcopal, así como los desafíos y esperanzas de vuestro ministerio pastoral.

2. En efecto, los retos que debéis afrontar en vuestra labor pastoral son cada vez más abundantes y difíciles, viéndose además en los últimos tiempos incrementados por una grave crisis económica mundial. Sin embargo, el momento actual ofrece también numerosos y verdaderos motivos de esperanza, de esa esperanza capaz de llenar los corazones de todos los hombres, y que «sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo» (Spe salvi, 27). Al igual que hizo con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), el Señor resucitado camina también a nuestro lado infundiéndonos su espíritu de amor y fortaleza, para que podamos abrir nuestros corazones a un futuro de esperanza y de vida eterna.

3. Tenéis por delante, queridos Hermanos, una apasionante tarea de evangelización y habéis iniciado la “Misión para Venezuela”, en línea con la Misión Continental promovida por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida. También éstos son tiempos de gracia para los que se dedican por entero a la causa del Evangelio. Confiad en el Señor. Él hará fecunda vuestra entrega y vuestros sacrificios.

Os animo, por tanto, a incrementar las iniciativas para dar a conocer en toda su integridad y hermosura la figura y el mensaje de Jesucristo. Para ello, además de una buena formación doctrinal de todo el Pueblo de Dios, es importante fomentar una profunda vida de fe y oración. En la liturgia, y en el diálogo íntimo de la plegaria personal o comunitaria, el Resucitado viene a nuestro encuentro, transformando nuestro corazón con su presencia amorosa.

Deseo recordar también la necesidad de la vida espiritual de los Obispos. Éstos, configurados plenamente con Cristo Cabeza por el sacramento del Orden, son en cierto modo para la Iglesia a ellos confiada un signo visible del Señor Jesús (cf. Lumen gentium 21). Por eso, el ministerio pastoral ha de ser un reflejo coherente de Jesús, Siervo de Dios, mostrando a todos la importancia capital de la fe, así como la necesidad de poner en primer lugar la vocación a la santidad (cf. Juan Pablo II Exhor. ap. Pastores gregis, 12).

4. Para llevar a cabo una fructífera acción pastoral es indispensable la estrecha comunión afectiva y efectiva entre los Pastores del Pueblo de Dios, que «han de ser siempre conscientes de que están unidos entre sí y mostrar su solicitud por todas las Iglesias» (Christus Dominus, 6). Esta unidad, que hoy y siempre se ha de promover y expresar de manera visible, será fuente de consuelo y de eficacia apostólica en el ministerio que se os ha confiado.

5. El espíritu de comunión lleva a prestar una atención especial a vuestros sacerdotes. Ellos, colaboradores inmediatos del ministerio episcopal, han de ser los primeros destinatarios de vuestro cuidado pastoral, tratándolos con cercanía y fraterna amistad. Ello les ayudará a desempeñar con abnegación el ministerio recibido y también a acoger con espíritu filial, cuando fuere necesario, las advertencias sobre aquellos aspectos que deben mejorar o corregir. Por eso, os animo a redoblar los esfuerzos para impulsar el celo pastoral entre los presbíteros, de modo particular durante este próximo año sacerdotal que he querido declarar.

A esto se añade el interés que se ha de tener por el Seminario Diocesano, para alentar una esmerada y competente selección y formación de los llamados a ser pastores del Pueblo de Dios, sin escatimar medios humanos y materiales para ello.

6. Los fieles laicos, por su parte, participan según su modo específico en la misión salvífica de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 33). Como discípulos y misioneros de Cristo, están llamados a iluminar y ordenar las realidades temporales de modo que respondan al designio amoroso de Dios (ibíd. 31). Para ello, hace falta un laicado maduro, que dé testimonio fiel de su fe y sienta el gozo de su pertenencia al Cuerpo de Cristo, al que debe ofrecerse, entre otras cosas, un adecuado conocimiento de la doctrina social de la Iglesia. En este sentido, aprecio vuestro empeño por irradiar la luz del Evangelio sobre los acontecimientos de mayor relevancia que afectan a vuestro País, sin otros intereses que la difusión de los más genuinos valores cristianos, con vistas también a favorecer la búsqueda del bien común, la convivencia armónica y la estabilidad social.

Os confío de un modo particular a quienes pasan necesidad. Seguid fomentando las múltiples iniciativas de caridad de la Iglesia en Venezuela, de modo que nuestros hermanos más indigentes puedan experimentar la presencia entre ellos de Aquel que dio su vida en la Cruz por todos los hombres.

7. Concluyo con una palabra de esperanza y aliento en vuestra tarea; contáis siempre con mi apoyo, solicitud y cercanía espiritual. Y os pido que llevéis mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras Iglesias particulares: a los Obispos eméritos, los sacerdotes, religiosos y fieles laicos, especialmente a los matrimonios, a los jóvenes, a los ancianos y a las personas que sufren. Con estos sentimientos, e invocando la protección de la Virgen María, Nuestra Señora de Coromoto, tan querida en toda Venezuela, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN
"CENTESIMUS ANNUS, PRO PONTIFICE"

Sala Clementina
Sábado 13 de junio de 2009



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres y queridos amigos:

Gracias por vuestra visita, que se sitúa en el contexto de vuestra reunión anual. Os saludo a todos con afecto y os agradezco lo que hacéis, con gran generosidad, al servicio de la Iglesia. Saludo y expreso mi agradecimiento al conde Lorenzo Rossi di Montelera, vuestro presidente, que ha interpretado con fina sensibilidad vuestros sentimientos, exponiendo en grandes líneas la actividad de la Fundación.

También doy las gracias a los que, en diversas lenguas, han querido presentarme el testimonio de la devoción común. Este encuentro asume un significado y un valor particulares a la luz de la situación que vive la humanidad en este momento.

En efecto, la crisis financiera y económica que ha afectado a los países industrializados, a los emergentes y a los que están en vías de desarrollo, demuestra de modo evidente que es necesario revisar ciertos paradigmas económico-financieros que han prevalecido durante los últimos años. Por eso, vuestra Fundación ha hecho bien en tratar de descubrir, durante la asamblea internacional que se celebró ayer, cuáles son los valores y las reglas a las que debería atenerse el mundo económico para dar vida a un nuevo modelo de desarrollo más atento a las exigencias de la solidaridad y más respetuoso de la dignidad humana.

Me alegra saber que habéis examinado, en particular, las interdependencias entre instituciones, sociedades y mercado, partiendo, de acuerdo con la encíclica Centesimus annus de mi venerado predecesor Juan Pablo II, de la reflexión según la cual la economía de mercado, entendida como "sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía" (n. 42), sólo puede reconocerse como camino de progreso económico y civil si está orientada al bien común (cf. n. 43).

Con todo, ese enfoque también debe ir acompañado de otra reflexión según la cual la libertad en el sector de la economía debe encuadrarse "en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral", una libertad responsable "cuyo centro es ético y religioso" (n. 42). Oportunamente la encíclica mencionada afirma: "Así como la persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así también la propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos" (n. 43).

Deseo que las reflexiones llevadas a cabo durante vuestros trabajos, inspirándose en los principios eternos del Evangelio, lleven a la elaboración de un enfoque de la economía moderna que respete las necesidades y los derechos de los débiles. Como sabéis, dentro de poco tiempo se publicará mi encíclica dedicada precisamente al amplio tema de la economía y del trabajo: en ella se pondrán de relieve los objetivos que, según nosotros los cristianos, se deben perseguir y los valores que se deben promover y defender de modo incansable, con el fin de realizar una convivencia humana realmente libre y solidaria.

También me ha complacido tener conocimiento de lo que realizáis en favor del Instituto pontificio de estudios árabes y de islamismo, a cuyas finalidades, compartidas por vosotros, atribuyo gran valor para un diálogo interreligioso cada vez más fecundo.

Queridos amigos, os agradezco una vez más vuestra visita. A cada uno de vosotros aseguro un recuerdo en la oración, y de corazón os bendigo a todos.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PATRIARCA DE ANTIOQUÍA DE LOS SIRIOS,
SU BEATITUD IGNACE YOUSSIF III YOUNAN

Sala del Consistorio
Viernes 19 de junio de 2009



Beatitud:

La visita que realiza a Roma para venerar las tumbas de los Apóstoles y encontrarse con el Sucesor de Pedro es para mí motivo de gran alegría. Hoy renuevo con sincero y fraterno afecto el saludo y el beso de paz en Cristo que intercambié con usted al inicio de este año, inmediatamente después de su elección como Patriarca de Antioquía de los sirios. Le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de su Iglesia patriarcal.

Asimismo, deseo expresar mi agradecimiento a Su Beatitud el cardenal Ignace Moussa Daoud, prefecto emérito de la Congregación para las Iglesias orientales, y a Su Beatitud Ignace Pierre Abdel Ahad, Patriarcas eméritos de su Iglesia, así como a todos los miembros del Sínodo episcopal. Mi agradecimiento se transforma en oración, especialmente por usted, Beatitud, nuevo Patriarca, y acompaño con solidaridad fraterna los primeros pasos de su servicio eclesial.

Beatitud, la divina Providencia nos ha constituido ministros de Cristo y pastores de su única grey. Por eso, mantengamos la mirada del corazón fija en él, Pastor supremo y Obispo de nuestras almas, con la seguridad de que, después de haber puesto sobre nuestros hombros el munus episcopal, no nos abandonará nunca. Cristo mismo, nuestro Señor, es quien estableció al apóstol Pedro como la "roca" sobre la que se apoya el edificio espiritual de la Iglesia, pidiendo a sus discípulos que actúen en plena unidad con él, bajo su guía segura y bajo la de sus sucesores.

A lo largo de vuestra historia más que milenaria, la comunión con el Obispo de Roma siempre ha ido unida a la fidelidad a la tradición espiritual del Oriente cristiano, y ambas forman los aspectos complementarios del único patrimonio de fe que profesa su venerable Iglesia. Juntos profesamos esta misma fe católica, uniendo nuestra voz a la de los Apóstoles, de los mártires y de los santos que nos han precedido, elevando a Dios Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo, el himno de alabanza y de acción de gracias por la inmensa riqueza de este don, puesto en nuestras frágiles manos.

Queridos hermanos de la Iglesia siro-católica, pensé de modo especial en vosotros durante la solemne celebración eucarística de la fiesta del Corpus Christi. En la homilía que pronuncié en el atrio de la basílica de San Juan de Letrán cité al gran doctor san Efrén el Sirio, que afirma: "Durante la cena Jesús se inmoló a sí mismo; en la cruz fue inmolado por los demás". Esta hermosa anotación me permite subrayar el origen eucarístico de la ecclesiastica communio que le concedí, Beatitud, en el momento de la elección sinodal.

Muy oportunamente usted quiso mostrar, con un signo público, este vínculo tan estrecho que lo une al Obispo de Roma y a la Iglesia universal, durante la Eucaristía que celebró ayer en la basílica de Santa María la Mayor, en la que participó mi representante con mandato especial, el señor cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales. En realidad, la Eucaristía es lo que funda nuestras diversas tradiciones en la unidad del único Espíritu, haciendo de ellas una riqueza para todo el pueblo de Dios.

Ojalá que la celebración de la Eucaristía, fuente y culmen de la vida eclesial, os mantenga anclados en la antigua tradición siríaca, que reivindica poseer la misma lengua del Señor Jesús; y, al mismo tiempo, que abra ante vosotros el horizonte de la universalidad eclesial. Que os haga siempre atentos a lo que el Espíritu sugiere a las Iglesias; que abra los ojos de vuestro corazón para que podáis escrutar los signos de los tiempos a la luz del Evangelio y sepáis acoger las expectativas y las esperanzas de la humanidad, respondiendo generosamente a las necesidades de quienes viven en graves condiciones de pobreza.

La Eucaristía es el Pan de vida que alimenta a vuestras comunidades y las hace crecer a todas en la unidad y en la caridad. Por eso, sacad de la Eucaristía, sacramento de la unidad y de la comunión, la fuerza para superar las dificultades que vuestra Iglesia ha afrontado en estos últimos años, a fin de volver a encontrar el camino del perdón, de la reconciliación y de la comunión.

Queridos hermanos, una vez más gracias por vuestra visita, que me permite expresaros mi profunda solicitud por vuestros problemas eclesiales. Sigo con satisfacción la plena reanudación del funcionamiento de vuestro Sínodo y animo los esfuerzos encaminados a favorecer la unidad, la comprensión y el perdón, que siempre deberéis considerar como deberes prioritarios para la edificación de la Iglesia de Dios. Además, pido constantemente por la paz en Oriente Medio, de modo especial por los cristianos que viven en la amada nación iraquí, cuyos sufrimientos presento al Señor cada día en el sacrificio eucarístico.

Por último, deseo compartir con vosotros otra de mis preocupaciones principales: la de la vida espiritual de los sacerdotes. Precisamente hoy, en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, Jornada de santificación sacerdotal, tendré la inmensa alegría de inaugurar el Año sacerdotal, en recuerdo del 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars. Creo que este Año jubilar especial, que comienza cuando se termina el Año paulino, será una oportunidad fecunda, ofrecida a toda la Iglesia.

En el Calvario María estaba con el apóstol san Juan al pie de la cruz. Hoy también nosotros nos ponemos espiritualmente al pie de la cruz, con todos vuestros sacerdotes, para dirigir nuestra mirada hacia Aquel que fue traspasado y del que recibimos la plenitud de toda gracia. Que María, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, vele sobre usted, Beatitud, sobre el Sínodo y sobre toda la Iglesia siro-católica.

Por mi parte, le aseguro que lo acompaño con mi oración y le imparto la bendición apostólica, que extiendo a todos los fieles de su venerable Iglesia, esparcidos por diversas naciones del mundo.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN ALCIDE DE GASPERI

Sala de los Papas
Sábado 20 de junio de 2009



Queridos amigos del consejo de la Fundación Alcide De Gasperi:

Me es muy grata vuestra visita, y os saludo a todos con afecto. Saludo en particular a la señora Maria Romana, hija de Alcide De Gasperi, y al honorable Giulio Andreotti, que durante mucho tiempo fue su estrecho colaborador. Aprovecho con gusto la oportunidad que me ofrece vuestra presencia para volver a evocar la figura de esta gran personalidad que, en momentos históricos de profundos cambios sociales en Italia y en Europa, en medio de no pocas dificultades, supo prodigarse eficazmente por el bien común.

De Gasperi, formado en la escuela del Evangelio, fue capaz de traducir en actos concretos y coherentes la fe que profesaba. Espiritualidad y política fueron dos dimensiones que convivieron en su persona y caracterizaron su compromiso social y espiritual. Con prudente clarividencia guió la reconstrucción de la Italia salida del fascismo y de la segunda guerra mundial, y le trazó con valor el camino hacia el futuro; defendió su libertad y su democracia; relanzó su imagen en ámbito internacional; y promovió su recuperación económica abriéndose a la colaboración de todas las personas de buena voluntad.

En él espiritualidad y política se integraron tan bien que, si se quiere comprender a fondo a este estimado hombre de gobierno, no hay que limitarse a registrar los resultados políticos que consiguió, sino que es necesario tener en cuenta también su fina sensibilidad religiosa y la fe firme que constantemente animó su pensamiento y su acción. En 1981, a cien años de su nacimiento, mi venerado predecesor Juan Pablo II le rindió homenaje, afirmando que "en él la fe fue centro inspirador, fuerza cohesiva, criterio de valores, razón de opción" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de abril de 1981, p. 9).

Las raíces de tan sólido testimonio evangélico deben buscarse en la formación humana y espiritual que recibió en su región, Trentino, en una familia en la que el amor a Cristo constituía el pan de cada día y la referencia de toda opción. Tenía poco más de veinte años cuando, en 1902, participando en el primer Congreso católico de Trento, trazó las líneas de acción apostólica que constituirían el programa de toda su vida: "No basta conservar el cristianismo en sí mismos —afirmó—; conviene combatir con todo el grueso del ejército católico a fin de reconquistar para la fe los campos perdidos" (cf. A. De Gasperi, I cattolici trentini sotto l'Austria, ed. di storia e letteratura, Roma 1964, p. 24). Permaneció fiel a esta orientación hasta la muerte, incluso a costa de sacrificios personales, fascinado por la figura de Cristo. "No soy un beato —escribió a su futura esposa Francesca— y tal vez ni siquiera tan religioso como debería ser; pero la personalidad del Cristo vivo me arrastra, me subyuga, me fascina como a un muchacho. Ven, quiero que estés conmigo y me sigas en esta misma atracción, como hacia un abismo de luz" (A. De Gasperi, Cara Francesca, Lettere, a cargo de M.R. De Gasperi, ed. Morcelliana, Brescia 1999, pp. 40-41).

Por eso, no sorprende saber que en su jornada, llena de compromisos institucionales, ocupaban siempre un amplio espacio la oración y la relación con Dios, comenzando cada día, cuando le era posible, con la participación en la santa misa. Más aún, los momentos más caóticos y movidos marcaron el culmen de su espiritualidad. Por ejemplo, cuando sufrió la experiencia de la cárcel, llevó consigo como primer libro la Biblia y desde ese momento conservó la costumbre de anotar las referencias bíblicas en hojitas para alimentar constantemente su espíritu. Hacia el final de su actividad de gobierno, tras un duro debate parlamentario, a un colega del gobierno que le preguntó cuál era el secreto de su acción política le respondió: "¿Qué crees? Es el Señor!".

Queridos amigos, me gustaría hablar un poco más de este personaje que honró a la Iglesia y a Italia, pero me limito a poner de relieve su reconocida rectitud moral, basada en una indiscutible fidelidad a los valores humanos y cristianos, así como la serena conciencia moral que le guió en las decisiones políticas. "En el sistema democrático —afirmó en una de sus intervenciones— se confiere un mandato político administrativo con una responsabilidad específica..., pero al mismo tiempo hay una responsabilidad moral ante la propia conciencia y, para decidir, la conciencia debe estar siempre iluminada por la doctrina y la enseñanza de la Iglesia" (cf. A. De Gasperi, Discorsi politici 1923-1954, ed. Cinque Lune, Roma 1990, p. 243). Ciertamente, en algunos momentos no faltaron dificultades, y quizás también incomprensiones, por parte del mundo eclesiástico, pero De Gasperi no vaciló en su adhesión a la Iglesia, que —como atestigua él mismo en un discurso pronunciado en Nápoles en junio de 1954— fue "plena y sincera..., también en las directrices morales y sociales contenidas en los documentos pontificios, que casi diariamente han alimentado y forman nuestra vocación a la vida pública".

En esa misma ocasión aseguraba que "para actuar en el campo social y político no basta la fe ni la virtud; conviene crear y alimentar un instrumento adecuado a los tiempos... que tenga un programa, un método propio, una responsabilidad autónoma, una índole y una gestión democrática". Dócil y obediente a la Iglesia, fue por tanto autónomo y responsable en sus decisiones políticas, sin servirse de la Iglesia para fines políticos y sin descender nunca a componendas con su conciencia recta. En el ocaso de sus días, poco antes de morir, confortado por el apoyo de sus familiares, el 19 de agosto de 1954, tras haber susurrado por tres veces el nombre de Jesús, pudo decir: "He hecho todo lo que he podido; mi conciencia está en paz".

Queridos amigos, mientras rezamos por el alma de este estadista de fama internacional, que con su acción política sirvió a la Iglesia, a Italia y a Europa, pidamos al Señor que el recuerdo de su experiencia de gobierno y de su testimonio cristiano animen y estimulen a los que hoy gobiernan el destino de Italia y de los demás pueblos, especialmente a quienes se inspiran en el Evangelio. Con este deseo, os agradezco una vez más vuestra visita y os bendigo a todos con afecto.


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VISITA PASTORAL A SAN GIOVANNI ROTONDO

ENCUENTRO CON LOS ENFERMOS,
EL PERSONAL MÉDICO Y LOS DIRECTIVOS DEL HOSPITAL

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Ingreso de la Casa Alivio del Sufrimiento
Domingo 21 de junio de 2009



Queridos hermanos y hermanas;
queridos enfermos:

En mi visita a San Giovanni Rotondo no podía menos de venir a la Casa Alivio del Sufrimiento, ideada y querida por san Pío de Pietrelcina como "lugar de oración y de ciencia donde el género humano se encuentre en Cristo crucificado como una sola grey con un solo pastor". Precisamente por eso quiso encomendarla al apoyo material y sobre todo espiritual de los Grupos de oración, que aquí tienen el centro de su misión al servicio de la Iglesia.

El padre Pío quería que en este hospital bien equipado se pudiera comprobar que el esfuerzo de la ciencia por curar al enfermo nunca debe ir separado de una confianza filial en Dios, infinitamente compasivo y misericordioso. Al inaugurarla, el 5 de mayo de 1956, la definió "criatura de la Providencia" y hablaba de esta institución como de "una semilla sembrada por Dios en la tierra, que él calentará con los rayos de su amor".

Así pues, he venido a vosotros para dar gracias a Dios por el bien que, desde hace más de cincuenta años, fieles a las directrices de un humilde fraile capuchino, hacéis en esta "Casa Alivio del Sufrimiento", con resultados reconocidos en el ámbito científico y médico. Lamentablemente, no me es posible, como desearía, visitar cada pabellón y saludar uno por uno a los enfermos y a las personas que los cuidan. Sin embargo, quiero dirigir a cada uno —enfermos, médicos, familiares, agentes sanitarios y agentes de pastoral— una palabra de consuelo paternal y de aliento a proseguir juntos esta obra evangélica para alivio de las personas que sufren, valorando todos los recursos para el bien humano y espiritual de los enfermos y de sus familiares.

Con estos sentimientos, os saludo cordialmente a todos, comenzando por vosotros, hermanos y hermanas probados por la enfermedad. Saludo a los médicos, a los enfermeros y al personal sanitario y administrativo. Os saludo a vosotros, venerados padres capuchinos que, como capellanes, proseguís el apostolado de vuestro santo hermano. Saludo a los prelados y, en primer lugar, al arzobispo Domenico Umberto D'Ambrosio, que ha sido pastor de esta diócesis y ahora ha sido llamado a guiar la comunidad archidiocesana de Lecce; le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo asimismo al director general del hospital, doctor Domenico Crupi, y al representante de los enfermos, y les agradezco las amables y cordiales palabras que me acaban de dirigir, permitiéndome conocer mejor lo que aquí se realiza y el espíritu con que lo realizáis.

Cada vez que se entra en un hospital, el pensamiento va naturalmente al misterio de la enfermedad y del dolor, a la esperanza de curación y al valor inestimable de la salud, de la que a menudo sólo nos damos cuenta cuando falta. En los hospitales se constata el gran valor de nuestra existencia, pero también su fragilidad. Siguiendo el ejemplo de Jesús, que recorría toda la Galilea "curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (Mt 4, 23), la Iglesia, desde sus inicios, impulsada por el Espíritu Santo, ha considerado como un deber y un privilegio el estar al lado de quienes sufren, prestando atención preferencial a los enfermos.

La enfermedad, que se manifiesta de muchas formas y ataca de diversas maneras, suscita preguntas inquietantes: ¿Por qué sufrimos? ¿Se puede considerar positiva la experiencia del dolor? ¿Quién nos puede librar del sufrimiento y de la muerte? Interrogantes existenciales, que en la mayoría de los casos quedan humanamente sin respuesta, dado que sufrir constituye un enigma inescrutable para la razón.

El sufrimiento forma parte del misterio mismo de la persona humana. Lo puse de relieve en la encíclica Spe salvi, afirmando que "se deriva, por una parte, de nuestra finitud y, por otra, de la gran cantidad de culpas acumuladas a lo largo de la historia, y que crece de modo incesante también en el presente". Y añadí: "Ciertamente, conviene hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento (...), pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque (...) ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal (...), fuente continua de sufrimiento" (n. 36).

El único que puede eliminar el poder del mal es Dios. Precisamente por el hecho de que Jesucristo vino al mundo para revelarnos el designio divino de nuestra salvación, la fe nos ayuda a penetrar el sentido de todo lo humano y, por consiguiente, también del sufrir. Así pues, existe una íntima relación entre la cruz de Jesús —símbolo del dolor supremo y precio de nuestra verdadera libertad— y nuestro dolor, que se transforma y se sublima cuando se vive con la conciencia de la cercanía y de la solidaridad de Dios.

El padre Pío había intuido esa profunda verdad y, en el primer aniversario de la inauguración de esta Obra, dijo que en ella "el que sufre debe vivir el amor de Dios por medio de la sabia aceptación de sus dolores, meditando serenamente que está destinado a él" (Discurso del 5 de mayo de 1957). También afirmó que en la Casa Alivio del Sufrimiento "enfermos, médicos y sacerdotes serán reservas de amor, que cuanto más abundante sea en uno, tanto más se comunicará a los demás" (ib.).

Ser "reservas de amor": esta es, queridos hermanos y hermanas, la misión que esta tarde nuestro santo os recuerda a vosotros, que con diferentes funciones formáis la gran familia de esta Casa Alivio del Sufrimiento. Que el Señor os ayude a realizar el proyecto puesto en marcha por el padre Pío con la aportación de todos: médicos e investigadores científicos, agentes sanitarios y colaboradores de las diversas oficinas, voluntarios y bienhechores, frailes capuchinos y demás sacerdotes. Sin olvidar los Grupos de oración que, "vinculados a la Casa Alivio, son las vanguardias de esta ciudadela de la caridad, viveros de fe, hogueras de amor" (Discurso del padre Pío, 5 de mayo de 1966).

Sobre todos y cada uno invoco la intercesión del padre Pío y la protección maternal de María, Salud de los enfermos. Gracias, una vez más, por vuestra acogida; y, a la vez que aseguro mi oración por cada uno de vosotros, de corazón os bendigo a todos.


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VISITA PASTORAL A SAN GIOVANNI ROTONDO

ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES, LOS RELIGIOSOS,
LAS RELIGIOSAS Y LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Iglesia de San Pío de Pietrelcina
Domingo 21 de junio de 2009



Queridos sacerdotes;
queridos religiosos y religiosas;
queridos jóvenes:

Con este encuentro se concluye mi peregrinación a San Giovanni Rotondo. Agradezco al arzobispo de Lecce, administrador apostólico de esta diócesis, monseñor Domenico Umberto D'Ambrosio, y al padre Mauro Jöhri, ministro general de los Frailes Menores Capuchinos, las palabras de cordial bienvenida que me han dirigido en vuestro nombre. Mi saludo se dirige ahora a vosotros, queridos sacerdotes, que estáis comprometidos cada día al servicio del pueblo de Dios como guías sabios y obreros asiduos en la viña del Señor. También saludo con afecto a las queridas personas consagradas, llamadas a dar un testimonio de entrega total a Cristo mediante la práctica fiel de los consejos evangélicos.

Os saludo en particular a vosotros, queridos frailes capuchinos, que cuidáis con amor este oasis de espiritualidad y de solidaridad evangélica, acogiendo peregrinos y devotos atraídos por el recuerdo vivo de vuestro santo hermano el padre Pío de Pietrelcina. Gracias de corazón por este valioso servicio que prestáis a la Iglesia y a las almas que aquí redescubren la belleza de la fe y el calor de la ternura divina.

Os saludo a vosotros, queridos jóvenes, a los que el Papa mira con confianza como el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Aquí, en San Giovanni Rotondo, todo habla de la santidad de un humilde fraile y celoso sacerdote que esta tarde nos invita también a nosotros a abrir el corazón a la misericordia de Dios, nos exhorta a ser santos, es decir, sinceros y verdaderos amigos de Jesús. Y gracias por las palabras de vuestros jóvenes representantes.

Queridos sacerdotes, precisamente anteayer, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada de santidad sacerdotal, iniciamos el Año sacerdotal, durante el cual recordaremos con veneración y afecto el 150° aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, el santo cura de Ars. En la carta que escribí para esta ocasión quise subrayar cuán importante es la santidad de los sacerdotes para la vida y la misión de la Iglesia.

Al igual que el cura de Ars, también el padre Pío nos recuerda la dignidad y la responsabilidad del ministerio sacerdotal. ¿Quién no quedaba impresionado por el fervor con que revivía la Pasión de Cristo en cada celebración eucarística? De su amor a la Eucaristía brotaba en él, como en el cura de Ars, una disponibilidad total a acoger a los fieles, sobre todo a los pecadores. Además, si san Juan María Vianney, en una época atormentada y difícil, trató de hacer, de todas las maneras posibles, que sus parroquianos descubrieran de nuevo el significado y la belleza de la penitencia sacramental, para el santo fraile del Gargano la solicitud por las almas y la conversión de los pecadores fueron un anhelo que lo consumó hasta la muerte.

¡Cuántas personas cambiaron de vida gracias a su paciente ministerio sacerdotal! ¡Cuántas largas horas pasaba en el confesonario! Al igual que para el cura de Ars, precisamente el ministerio de confesor constituyó el mayor título de gloria y el rasgo distintivo de este santo capuchino. Por eso, ¿cómo no darnos cuenta de la importancia de participar devotamente en la celebración eucarística y acudir con frecuencia al sacramento de la Confesión? En particular, el sacramento de la Penitencia se ha de valorar aún más, y los sacerdotes nunca deberían resignarse a ver sus confesonarios desiertos ni limitarse a constatar el desinterés de los fieles ante esta extraordinaria fuente de serenidad y de paz.

Hay otra gran lección que podemos sacar de la vida del padre Pío: el valor y la necesidad de la oración. A quien le preguntaba qué pensaba de sí mismo solía responder: "No soy más que un pobre fraile que ora". Y, efectivamente, oraba siempre y por doquier con humildad, confianza y perseverancia. Este es un punto fundamental, no sólo para la espiritualidad del sacerdote, sino también para la de todo cristiano, y mucho más para la vuestra, queridos religiosos y religiosas, escogidos para seguir más de cerca a Cristo mediante la práctica de los votos de pobreza, castidad y obediencia.

A veces nos puede asaltar cierto desaliento ante el debilitamiento e incluso ante el abandono de la fe, que se produce en nuestras sociedades secularizadas. Seguramente hace falta encontrar nuevos canales para comunicar la verdad evangélica a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero dado que el contenido esencial del anuncio cristiano sigue siendo siempre el mismo, es necesario volver a su manantial originario, a Jesucristo, que es "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8). La historia humana y espiritual del padre Pío enseña que sólo un alma íntimamente unida al Crucificado logra transmitir también a los lejanos la alegría y la riqueza del Evangelio.

Al amor a Cristo está inevitablemente unido el amor a su Iglesia, guiada y animada por la fuerza del Espíritu Santo, en la cual cada uno de nosotros tiene un papel y una misión que desempeñar. Queridos sacerdotes, queridos religiosos y religiosas, son diversas las misiones que os han sido encomendadas y los carismas de los que sois intérpretes, pero debéis realizarlos siempre con el mismo espíritu, para que vuestra presencia y vuestra acción en medio del pueblo cristiano sea testimonio elocuente de la primacía de Dios en vuestra vida. ¿No era esto precisamente lo que todos percibían en san Pío de Pietrelcina?

Permitid ahora que dirija unas palabras en particular a los jóvenes, que veo en gran número y entusiastas. Queridos amigos, gracias por vuestra calurosa acogida y por los fervientes sentimientos de los que se han hecho intérpretes vuestros representantes. He notado que el plan pastoral de vuestra diócesis para el trienio 2007-2010 dedica mucha atención a la misión en favor de la juventud y la familia, y estoy seguro de que del itinerario de escucha, confrontación, diálogo y verificación en el que estáis comprometidos brotarán una atención cada vez mayor a las familias y una escucha puntual de las expectativas reales de las nuevas generaciones.

Tengo presentes los problemas que os preocupan, queridos muchachos y muchachas, y que amenazan con ahogar el entusiasmo típico de vuestra juventud. Entre ellos, cito en particular el fenómeno del desempleo, que afecta de manera dramática a no pocos jóvenes y muchachas del sur de Italia. No os desalentéis. Sed "jóvenes de gran corazón", como os han repetido con frecuencia durante este año desde la Misión diocesana juvenil, animada y guiada por el Seminario regional de Molfetta en septiembre del año pasado.

La Iglesia no os abandona. Vosotros no abandonéis la Iglesia. Es necesaria vuestra aportación para construir comunidades cristianas vivas y sociedades más justas y abiertas a la esperanza. Y si queréis tener un "gran corazón", seguid el ejemplo de Jesucristo. Precisamente anteayer contemplamos su gran Corazón, lleno de amor a la humanidad. Él jamás os abandonará o traicionará vuestra confianza; jamás os llevará por senderos equivocados.

Como el padre Pío, sed también vosotros amigos fieles del Señor Jesús, manteniendo con él una relación diaria mediante la oración y la escucha de su Palabra, la práctica asidua de los sacramentos y la pertenencia cordial a su familia, que es la Iglesia. Esto debe estar en la base del programa de vida de cada uno de vosotros, queridos jóvenes, así como de vosotros, queridos sacerdotes, y de vosotros, queridos religiosos y religiosas.

A cada uno y a cada una aseguro mi oración, a la vez que imploro la protección maternal de Santa María de las Gracias, que vela sobre vosotros desde su santuario, en cuya cripta descansan los restos del padre Pío. De corazón os doy las gracias, una vez más, por vuestra acogida y os bendigo a todos, así como a vuestras familias, a vuestras comunidades, a vuestras parroquias y a toda vuestra diócesis.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LA REUNIÓN DE LAS OBRAS PARA LA AYUDA
A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)

Sala Clementina
Jueves 25 de junio de 2009



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:

1. Para mí es una grata tradición acogeros al concluir la segunda sesión anual de la Reunión de las Obras para la ayuda a las Iglesias orientales. Agradezco al señor cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Correspondo a ellas con un cordial saludo, que extiendo de buen grado al arzobispo secretario, monseñor Cyril Vasil', y al subsecretario, recientemente nombrados, a los demás colaboradores del dicasterio y al cardenal Foley. Saludo a los excelentísimos prelados y al custodio de Tierra Santa aquí reunidos con los representantes de las agencias católicas internacionales y de la Bethlehem University.

Queridos amigos, os agradezco de corazón lo que estáis haciendo en favor de las comunidades orientales y latinas presentes en los territorios confiados a esa Congregación y en las demás regiones del mundo, donde los hijos del Oriente católico, con sus pastores, se esfuerzan por construir una convivencia pacífica junto con los fieles de otras confesiones cristianas y de diversas religiones.

2. Con la fiesta de San Pedro y San Pablo, ya cercana, se concluye el Año dedicado al Apóstol de los gentiles por el bimilenario de su nacimiento. Conquistado por Cristo y arrebatado por el Espíritu Santo, fue testigo privilegiado del misterio del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Su palabra inspirada y su testimonio, confirmado por el don supremo del martirio, constituyen un elogio incomparable de la caridad cristiana y son de gran actualidad. Me refiero en particular al Himno a la caridad de la primera carta a los Corintios (cf. 1 Co 13). A través de Pablo de Tarso, la Palabra de Dios nos indica sin lugar a duda que la caridad "es lo más grande" para los discípulos de Cristo. Es la fuente fecunda de todo servicio eclesial, su medida, su método y su comprobación. Por vuestra adhesión a la ROACO, deseáis vivir esta caridad, ofreciendo en particular vuestra disponibilidad al Obispo de Roma a través de la Congregación para las Iglesias orientales. De esta forma "debe continuar, más aún, debe crecer el movimiento de caridad que, por mandato del Papa, lleva a cabo la Congregación para que, de modo ordenado y equitativo, Tierra Santa y las demás regiones orientales reciban la ayuda espiritual y material necesaria para hacer frente a la vida eclesial ordinaria y a necesidades particulares" (Discurso a la Congregación para las Iglesias orientales, 9 de junio de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de junio de 2007, p. 6).

3. El encuentro de hoy me hace revivir la alegría de mi reciente peregrinación a Tierra Santa. Al respecto renuevo mi gratitud al patriarca de Jerusalén de los latinos, al representante pontificio para Israel y los Territorios Palestinos, al padre custodio y a todos los que han contribuido a hacer fructífera mi peregrinación. Efectivamente, hubo muchos momentos de gracia, en los que pude animar y confortar a las comunidades católicas de Tierra Santa, exhortando a sus miembros a perseverar en su testimonio, un testimonio lleno de fidelidad, celebración y a veces gran sufrimiento.

También recordé a los cristianos de la región su responsabilidad ecuménica e interreligiosa, en sintonía con el espíritu del concilio Vaticano II. Renuevo mi oración y mi llamamiento para que nunca más haya guerra, violencia e injusticia. Deseo aseguraros que la Iglesia universal está al lado de todos nuestros hermanos y hermanas que viven en Tierra Santa. Esta preocupación se refleja de forma especial en la colecta anual para Tierra Santa. Por eso, exhorto a vuestras agencias de la ROACO a continuar sus actividades caritativas con celo y con fidelidad al Sucesor de Pedro.

4. Queridos amigos de la ROACO, con especial reconocimiento por vuestro trabajo, me uno a todos ante esta difícil situación económica mundial, que pone en peligro el servicio caritativo eclesial en general, así como los proyectos de vuestras organizaciones benéficas ya puestos en marcha y los previstos para el futuro. Quiero aprovechar esta oportunidad para exhortaros a vosotros y a las Obras que representáis a un esfuerzo suplementario. Con espíritu de fe, así como con el análisis de los expertos y con el necesario realismo se pueden tomar las decisiones adecuadas y afrontar de modo eficaz la situación actual, por ejemplo, la situación de los refugiados y los emigrantes, que afecta de modo especial a las Iglesias orientales, y la reconstrucción de la Franja de Gaza, que sigue siendo abandonada a sí misma, teniendo en cuenta al mismo tiempo la legítima preocupación de Israel por su seguridad. Ante los desafíos sin precedentes, el servicio caritativo de la Iglesia puede proporcionar recursos eficaces y seguros de inversión para el presente y el futuro.

5. Queridos amigos, en diversas ocasiones he subrayado la importancia de la educación del pueblo de Dios; y ahora que acabamos de comenzar el Año sacerdotal, me urge más aún recomendaros que pongáis el máximo empeño en ayudar a los sacerdotes y apoyar a los seminarios. Cuando, el viernes pasado, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, inauguré este singular Año jubilar, encomendé al Corazón de Cristo y al de su Madre Inmaculada a todos los sacerdotes del mundo, y de modo especial a aquellos que tanto en Oriente como en Occidente están viviendo momentos de dificultad y de prueba. Aprovecho esta ocasión para invitaros también a vosotros a orar por los presbíteros. Os pido que sigáis apoyándome también a mí, Sucesor del apóstol san Pedro, para que pueda llevar plenamente a cabo mi misión al servicio de la Iglesia universal.

Gracias, una vez más, por el trabajo que estáis realizando. Que Dios os lo recompense abundantemente. Con estos sentimientos, os imparto a cada uno de vosotros, a vuestros seres queridos, a las comunidades y a las agencias que representáis, la confortadora bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE VIETNAM EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 27 de junio de 2009



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

Os acojo con gran alegría, pastores de la Iglesia católica que está en Vietnam. Nuestro encuentro reviste un significado particular en estos días en que toda la Iglesia celebra la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y es para mí un gran consuelo pues conozco los profundos vínculos de fidelidad y de amor que los fieles de vuestro país tienen con la Iglesia y con el Papa.

Habéis venido a las tumbas de estos dos Príncipes de los Apóstoles para manifestar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y fortalecer la unidad que debe existir siempre entre vosotros y que debe crecer aún más. Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Pierre Nguyên Van Nhon, obispo de Ðà Lat, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Permitidme saludar en particular a los obispos que han sido nombrados desde vuestra última visita ad limina. También quiero recordar al venerado cardenal Paul Joseph Pham Ðính Tung, arzobispo de Hanoi durante muchos años. Con vosotros doy gracias a Dios por el celo pastoral que desplegó con humildad, con un profundo amor paternal a su pueblo y gran fraternidad con sus sacerdotes. Que el ejemplo de santidad, de humildad, de sencillez de vida de los grandes pastores de vuestro país sean un estímulo para vosotros en vuestro ministerio episcopal al servicio del pueblo vietnamita, al que deseo expresar mi profunda estima.

Queridos hermanos en el episcopado, hace pocos días comenzó el Año sacerdotal, que permitirá poner de relieve la grandeza y la belleza del ministerio de los sacerdotes. Os pido que deis las gracias a los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, de vuestro amado país por su vida consagrada al Señor y por sus esfuerzos pastorales con vistas a la santificación del pueblo de Dios. Cuidad de ellos, llenaos de comprensión hacia ellos y ayudadles a completar su formación permanente. Para ser un guía auténtico y conforme al corazón de Dios y a la enseñanza de la Iglesia, el sacerdote debe profundizar en su vida interior y tender a la santidad, como hizo el humilde párroco de Ars. El florecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas, sobre todo en la vida consagrada femenina, es un don del Señor para vuestra Iglesia. Demos gracias a Dios por sus carismas particulares, que debéis fomentar, respetándolos y promoviéndolos.

En vuestra carta pastoral del año pasado mostrasteis una atención especial a los fieles laicos, poniendo de relieve el papel de su vocación en el ámbito familiar. Es de desear que cada familia católica, enseñando a los niños a vivir con una conciencia recta, en la lealtad y la verdad, se convierta en un hogar de valores y virtudes humanas, en una escuela de fe y amor a Dios. Con su vida basada en la caridad, la honradez y el amor al bien común, los laicos católicos deben demostrar que un buen católico es también un buen ciudadano. Por eso, velad atentamente por su buena formación, promoviendo su vida de fe y su nivel cultural, a fin de que puedan servir eficazmente a la Iglesia y la sociedad.

Quiero encomendar de modo especial a los jóvenes a vuestra solicitud, sobre todo a los que viven en zonas rurales y se sienten atraídos por la ciudad para cursar estudios superiores y encontrar trabajo. Sería de desear que se desarrollara una pastoral adecuada a estos jóvenes inmigrantes internos, comenzando por reforzar, también aquí, la colaboración entre las diócesis de origen de los jóvenes y las diócesis de destino, dándoles orientaciones éticas y directrices prácticas.

La Iglesia que está en Vietnam se está preparando actualmente para la celebración del 50° aniversario de la erección de la jerarquía episcopal vietnamita. Esta celebración, que estará marcada sobre todo por el Año jubilar 2010, os permitirá compartir con entusiasmo la alegría de la fe con todos los vietnamitas y renovar sus compromisos misioneros. En esa ocasión, es necesario invitar al pueblo de Dios a dar gracias por el don de la fe en Jesucristo. Este don fue acogido generosamente, vivido y testimoniado por muchos mártires, que proclamaron la verdad y la universalidad de la fe en Dios. En este sentido, dar testimonio de Cristo es un servicio supremo que la Iglesia puede ofrecer a Vietnam y a todos los pueblos de Asia, pues responde a la búsqueda profunda de la verdad y de los valores que garantizan el desarrollo humano integral (cf. Ecclesia in Asia). Ante los numerosos problemas que encuentra actualmente este testimonio, es necesaria una colaboración más estrecha entre las distintas diócesis, entre las diócesis y las congregaciones religiosas, y entre las propias congregaciones religiosas.

La carta pastoral que vuestra Conferencia episcopal publicó en 1980 subraya que "la Iglesia de Cristo está en medio de su pueblo". Aportando su especificidad —el anuncio de la buena nueva de Cristo—, la Iglesia contribuye al desarrollo humano y espiritual de las personas, pero también al desarrollo de vuestro país. Su participación en este proceso es un deber y una contribución importante, sobre todo en este momento en el que Vietnam se está abriendo cada vez más a la comunidad internacional.

Sabéis, como yo, que es posible una sana colaboración entre la Iglesia y la comunidad política. Al respecto, la Iglesia invita a todos sus miembros a comprometerse lealmente en la construcción de una sociedad justa, solidaria y equitativa. No quiere de ningún modo sustituir a los responsables del gobierno; sólo desea poder participar, con espíritu de diálogo y de cooperación respetuosa, en la vida de la nación, al servicio de todo el pueblo. Al participar activamente, en el lugar que le corresponde y de acuerdo con su vocación específica, la Iglesia nunca puede renunciar al ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes. Por otra parte, nunca habrá una situación en la que no sea necesaria la caridad de cada cristiano, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor (cf. Deus caritas est, 29). Además, me parece importante subrayar que las religiones no constituyen un peligro para la unidad de la nación; al contrario, tratan de ayudar a las personas a santificarse y, a través de sus instituciones, desean ponerse al servicio del prójimo generosa y desinteresadamente.

Señor cardenal, queridos hermanos en el episcopado, al regresar a vuestro país transmitid el cordial saludo del Papa a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los fieles, sobre todo a los más pobres y a los que sufren física y espiritualmente. Los animo vivamente a permanecer fieles a la fe recibida de los Apóstoles, de la que son testigos generosos en condiciones a menudo difíciles, y a demostrar la humilde firmeza que la exhortación apostólica Ecclesia in Asia (cf. n. 9) reconoció como característica suya. Que el Espíritu del Señor sea su guía y su fuerza.

Encomendándoos a la protección materna de Nuestra Señora de La Vang y a la intercesión de los santos mártires de Vietnam, os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO
DE CONSTANTINOPLA

Sábado 27 de junio de 2009



"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ef 1, 2).

Venerables hermanos:

Con estas palabras, san Pablo, "apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios", se dirige "a los santos" que viven en Éfeso y a los "fieles en Cristo Jesús" (Ef 1, 1). Hoy, con este anuncio de paz y de salvación, deseo daros la bienvenida en la fiesta patronal de san Pedro y san Pablo, con la que vamos a concluir el Año paulino.

El año pasado, el patriarca ecuménico Su Santidad Bartolomé i quiso honrarnos con su presencia para celebrar juntos la inauguración de este año de oración, reflexión e intercambio de gestos de comunión entre Roma y Constantinopla. Nosotros, por nuestra parte, tuvimos la alegría de enviar una delegación a las celebraciones análogas organizadas por el Patriarcado ecuménico. No podía ser de otra manera en este año consagrado a san Pablo, que recomienda encarecidamente "conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" y nos enseña que hay "un solo Cuerpo y un solo Espíritu" (Ef 4, 3-4).

Así pues, sed bienvenidos, queridos hermanos que habéis sido enviados por Su Santidad el Patriarca ecuménico, al cual os pido que llevéis mi saludo cordial y fraterno en el Señor. Juntos daremos gracias al Señor por todos los frutos y beneficios que nos ha aportado la celebración del bimilenario del nacimiento de san Pablo. Celebraremos en la concordia la fiesta de san Pedro y san Pablo, los protóthroni de los Apóstoles, como los invoca la tradición litúrgica ortodoxa, es decir, los que ocupan el primer lugar entre los Apóstoles y a los que se define "maestros de la ecumene".
Con vuestra presencia, que es signo de fraternidad eclesial, nos recordáis nuestro compromiso común en la búsqueda de la comunión plena. Ya lo sabéis, pero me complace confirmar hoy una vez más que la Iglesia católica quiere contribuir de todas las maneras que le sean posibles al restablecimiento de la unidad plena, a fin de responder a la voluntad de Cristo para sus discípulos y conservando en la memoria la enseñanza de san Pablo, que nos recuerda que hemos sido llamados "a una misma esperanza".

Desde esta perspectiva, podemos considerar con confianza el buen desarrollo de los trabajos de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre ortodoxos y católicos, que se reunirá el próximo mes de octubre con el fin de afrontar un tema crucial para las relaciones entre Oriente y Occidente: el "papel del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia durante el primer milenio". El estudio de este aspecto es indispensable para poder profundizar globalmente en esta cuestión en el marco actual de la búsqueda de la comunión plena. Esta comisión, que ya ha llevado a cabo un importante trabajo, será generosamente recibida por la Iglesia ortodoxa de Chipre, a la que expresamos desde ahora toda nuestra gratitud por la acogida fraterna y el clima de oración que enmarcarán nuestras conversaciones y facilitarán nuestra labor y la comprensión mutua.

Deseo que los participantes en el diálogo católico-ortodoxo sepan que los acompaño con mis oraciones y que este diálogo tiene el pleno apoyo de la Iglesia católica. De todo corazón, espero que los malentendidos y las tensiones que se produjeron entre los delegados ortodoxos en las últimas sesiones plenarias de esta comisión se superen con amor fraterno, de manera que este diálogo cuente con una representación ortodoxa más amplia.

Muy queridos hermanos, os doy una vez más las gracias por estar entre nosotros en este día y os ruego que transmitáis mi saludo fraterno al Patriarca ecuménico Su Santidad Bartolomé i, al Santo Sínodo y a todo el clero, así como al pueblo de los fieles ortodoxos. Que el gozo de la fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, que celebramos tradicionalmente el mismo día, llene vuestro corazón de confianza y de esperanza.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
LOS ARZOBISPOS QUE HABÍAN RECIBIDO EL PALIO,
CON SUS FAMILIARES Y AMIGOS

Sala Pablo VI
Martes 30 de junio de 2009



Queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Después de las celebraciones de la solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, es para mí un verdadero placer encontrarme, en audiencia especial, con todos vosotros, arzobispos metropolitanos que habéis recibido el palio ayer, en la basílica vaticana, y acoger también a vuestros familiares y amigos que os acompañan. Así se prolonga la alegría de la comunión vivida en la fiesta de los dos grandes Apóstoles, en la que os impuse el palio, símbolo de la unidad que vincula a los pastores de las Iglesias particulares con el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma. Os doy mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, que procedéis de todos los continentes, mostrando de modo significativo el rostro de la Iglesia católica extendida por toda la tierra.

Me dirijo ante todo a vosotros, amados pastores de la Iglesia que está en Italia. Saludo a monseñor Giuseppe Betori, arzobispo de Florencia; a monseñor Salvatore Pappalardo, arzobispo de Siracusa; y a monseñor Domenico Umberto D'Ambrosio, arzobispo de Lecce. Nos encontramos al inicio del Año sacerdotal; por tanto, debéis esforzaros por ser pastores ejemplares, celosos y llenos de amor al Señor y a vuestras comunidades. Así podréis guiar y sostener firmemente a los sacerdotes, vuestros primeros colaboradores en el ministerio pastoral, y cooperar de modo eficaz en la difusión del reino de Dios en la amada tierra de Italia.

Me alegra acoger a los peregrinos de lengua francesa que han venido a acompañar a los nuevos arzobispos metropolitanos a los que tuve la alegría de imponer el palio. Ante todo saludo a monseñor Ghaleb Moussa Abdalla Bader, arzobispo de Argel (Argelia); a monseñor Pierre-André Fournier, arzobispo de Rimouski (Canadá); a monseñor Joseph Aké Yapo, arzobispo de Gagnoa (Costa de Marfil); a monseñor Marcel Utembi Tapa, arzobispo de Kisangani (República democrática del Congo); y a monseñor Philippe Ouédraogo, arzobispo de Uagadugu (Burkina Faso).

Dirijo también mi cordial saludo a los obispos, los sacerdotes y los fieles de vuestros países, asegurándoles mi oración ferviente. El palio es signo de comunión particular con el Sucesor de Pedro. Que este signo sea también para los sacerdotes y los fieles de vuestras diócesis una llamada a consolidar cada vez más una auténtica comunión con sus pastores y entre todos los miembros de la Iglesia.

Extiendo mi saludo cordial a los arzobispos metropolitanos de lengua inglesa a los que ayer impuse el palio: a monseñor Paul Mandla Khumalo, arzobispo de Pretoria (República Sudafricana); a monseñor J. Michael Miller, arzobispo de Vancouver (Canadá); a monseñor Allen Henry Vigneron, arzobispo de Detroit (Estados Unidos); a monseñor Anicetus Bongsu Antonius Sinaga, arzobispo de Medan (Indonesia); a monseñor Philip Naameh, arzobispo de Tamale (Ghana); a monseñor Timothy Michael Dolan, arzobispo de Nueva York (Estados Unidos); a monseñor Vincent Gerard Nichols, arzobispo de Westminster (Reino Unido); a monseñor Robert James Carlson, arzobispo de Saint Louis (Estados Unidos); a monseñor Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, arzobispo de Bangkok (Tailandia); a monseñor George Joseph Lucas, arzobispo de Omaha (Estados Unidos); a monseñor Gregory Michael Aymond, arzobispo de Nueva Orleans (Estados Unidos); y a monseñor Albert Malcom Ranjith Patebendige Don, arzobispo de Colombo (Sri Lanka).

También doy la bienvenida a sus familiares, a sus parientes, a sus amigos y a los fieles de sus respectivas archidiócesis, que han venido a Roma para orar con ellos y compartir su alegría en esta feliz ocasión. Los arzobispos reciben el palio de manos del Sucesor de Pedro y lo llevan como signo de comunión en la fe, en el amor y en el gobierno del pueblo de Dios. También recuerda a los pastores su responsabilidad de apacentar la grey según el corazón de Jesús. A todos os imparto con afecto mi bendición apostólica como prenda de paz y gozo en el Señor.

Saludo cordialmente a los arzobispos metropolitanos de lengua española venidos a Roma para la solemne ceremonia de la imposición del palio: Domingo Díaz Martínez, de Tulancingo; Manuel Felipe Díaz Sánchez, de Calabozo; José Luis Escobar Alas, de San Salvador; Carlos Osoro Sierra, de Valencia; Víctor Sánchez Espinosa, de Puebla de los Ángeles; Carlos Aguiar Retes, de Tlalnepantla; Ismael Rueda Sierra, de Bucaramanga; y Braulio Rodríguez Plaza, de Toledo, así como a los familiares, amigos, sacerdotes y fieles de sus respectivas Iglesias particulares, que los acompañan.

Queridos hermanos en el episcopado, que las cruces de seda negra que el palio lleva bordadas os recuerden que debéis configuraros cada día más con Jesucristo. Siguiendo sus huellas de buen Pastor, sed siempre signos de unidad en medio de vuestros fieles, afianzando vuestros lazos de comunión con el Sucesor de Pedro, con vuestros obispos sufragáneos y con todos los que colaboran en vuestra misión evangelizadora. En este Año sacerdotal apenas iniciado, llevad muy dentro de vuestro corazón a vuestros presbíteros, quienes esperan de vosotros un trato afable, como padres y hermanos que los acogen, escuchan y se preocupan de ellos. Bajo el amparo de María santísima, Reina de los Apóstoles, que es tan venerada en las tierras de las que procedéis, México, Venezuela, El Salvador, Colombia y España, pongo vuestras personas y vuestras comunidades diocesanas.

Acojo con alegría a los familiares y amigos de los nuevos arzobispos metropolitanos de Brasil, que han venido para acompañarlos en la imposición del palio, signo de profunda comunión con el Sucesor de Pedro. En esta comunión dirijo un saludo particular a monseñor Sérgio da Rocha, arzobispo de Teresina; a monseñor Maurício Grotto de Camargo, arzobispo de Botucatu; a monseñor Gil Antônio Moreira, arzobispo de Juiz de Fora; y a monseñor Orani João Tempesta, arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro. Transmitid mi saludo a los presbíteros y a todos los fieles de vuestras archidiócesis, para que, unidos en la misma fe de Pedro, contribuyan a la evangelización de la sociedad. Como prenda de alegría y de paz en el Señor, imparto a todos mi bendición.

Lo saludo a usted, monseñor Mieczyslaw Mokrzycki, arzobispo de Lvov de los latinos, y a todos los que lo acompañan en este momento de viva comunión eclesial. Una vez más, le agradezco el servicio que ha prestado a la Iglesia como colaborador mío y, antes, de mi venerado predecesor Juan Pabloii. Que el Espíritu del Señor lo acompañe en el ministerio pastoral en favor de los fieles encomendados a su solicitud, a los que envío un cordial saludo.

Saludo cordialmente a los polacos aquí presentes. En particular saludo a monseñor Andrzej Dziega, nuevo arzobispo metropolitano de Szczecin-Kamien, que ayer recibió el palio, y a los fieles procedentes de esa metrópolis. Que en el Año sacerdotal el palio sea también para los presbíteros un símbolo y un desafío para construir la comunión con su obispo, entre ellos y también con los fieles. Implorando para todos vosotros los dones de la caridad divina, de corazón os bendigo. ¡Alabado sea Jesucristo!

Queridos hermanos y hermanas, que la memoria de los Protomártires de Roma, que celebramos hoy, sea para cada uno de vosotros estímulo a un amor cada vez más intenso a Jesucristo y a su Iglesia. Que os acompañe la maternal asistencia de María, Madre de la Iglesia, de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y de san Juan María Vianney. A todos y cada uno os imparto mi bendición.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO EUROPEO
DE PASTORAL VOCACIONAL

Sala Clementina
Sábado 4 de julio de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

Con verdadera alegría me encuentro con vosotros, pensando en el valioso servicio pastoral que realizáis en el ámbito de la promoción, animación y discernimiento de las vocaciones. Habéis venido a Roma para participar en un congreso de reflexión, confrontación e intercambio entre las Iglesias de Europa, que tiene por tema "Sembradores del Evangelio de la vocación: una Palabra que llama y envía" y cuya finalidad es dar nuevo impulso a vuestro compromiso en favor de las vocaciones.

Para cada diócesis, la atención a las vocaciones constituye una de las prioridades pastorales, que asume más valor aún en el contexto del Año sacerdotal recién iniciado. Por eso, saludo de corazón a los obispos delegados para la pastoral vocacional de las distintas Conferencias episcopales, así como a los directores de los centros vocacionales nacionales, a sus colaboradores y a todos los presentes.

En el centro de vuestros trabajos habéis puesto la parábola evangélica del sembrador. El Señor arroja con abundancia y gratuidad la semilla de la Palabra de Dios, aun sabiendo que podrá encontrar una tierra inadecuada, que no le permitirá madurar a causa de la aridez, y que apagará su fuerza vital ahogándola entre zarzas. Con todo, el sembrador no se desalienta porque sabe que parte de esta semilla está destinada a caer en "tierra buena", es decir, en corazones ardientes y capaces de acoger la Palabra con disponibilidad, para hacerla madurar en la perseverancia, de modo que dé fruto con generosidad para bien de muchos.

La imagen de la tierra puede evocar la realidad más o menos buena de la familia; el ambiente con frecuencia árido y duro del trabajo; los días de sufrimiento y de lágrimas. La tierra es, sobre todo, el corazón de cada hombre, en particular de los jóvenes, a los que os dirigís en vuestro servicio de escucha y acompañamiento: un corazón a menudo confundido y desorientado, pero capaz de contener en sí energías inimaginables de entrega; dispuesto a abrirse en las yemas de una vida entregada por amor a Jesús, capaz de seguirlo con la totalidad y la certeza que brota de haber encontrado el mayor tesoro de la existencia. Quien siembra en el corazón del hombre es siempre y sólo el Señor. Únicamente después de la siembra abundante y generosa de la Palabra de Dios podemos adentrarnos en los senderos de acompañar y educar, de formar y discernir. Todo ello va unido a esa pequeña semilla, don misterioso de la Providencia celestial, que irradia una fuerza extraordinaria, pues la Palabra de Dios es la que realiza eficazmente por sí misma lo que dice y desea.

Hay otra palabra de Jesús que utiliza la imagen de la semilla, y que se puede relacionar con la parábola del sembrador: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Aquí el Señor insiste en la correlación entre la muerte de la semilla y el "mucho fruto" que dará. El grano de trigo es él, Jesús. El fruto es la "vida en abundancia" (Jn 10, 10), que nos ha adquirido mediante su cruz. Esta es también la lógica y la verdadera fecundidad de toda pastoral vocacional en la Iglesia: como Cristo, el sacerdote y el animador deben ser un "grano de trigo", que renuncia a sí mismo para hacer la voluntad del Padre; que sabe vivir oculto, alejado del clamor y del ruido; que renuncia a buscar la visibilidad y la grandeza de imagen que hoy a menudo se convierten en criterios e incluso en finalidades de la vida en buena parte de nuestra cultura y fascinan a muchos jóvenes.

Queridos amigos, sed sembradores de confianza y de esperanza, pues la juventud de hoy vive inmersa en un profundo sentido de extravío. Con frecuencia las palabras humanas carecen de futuro y de perspectiva; carecen incluso de sentido y de sabiduría. Se difunde una actitud de impaciencia frenética y una incapacidad de vivir el tiempo de la espera. Sin embargo, esta puede ser la hora de Dios: su llamada, mediante la fuerza y la eficacia de la Palabra, genera un camino de esperanza hacia la plenitud de la vida. La Palabra de Dios puede ser de verdad luz y fuerza, manantial de esperanza; puede trazar una senda que pasa por Jesús, "camino" y "puerta", a través de su cruz, que es plenitud de amor.

Este es el mensaje que nos deja el Año paulino recién concluido. San Pablo, conquistado por Cristo, fue un promotor y formador de vocaciones, como bien se desprende de los saludos de sus cartas, donde aparecen decenas de nombres propios, es decir, rostros de hombres y mujeres que colaboraron con él al servicio del Evangelio. Este es también el mensaje del Año sacerdotal recién iniciado: el santo cura de Ars, Juan María Vianney —que constituye el "faro" de este nuevo itinerario espiritual— fue un sacerdote que dedicó su vida a la guía espiritual de las personas, con humildad y sencillez, "gustando y viendo" la bondad de Dios en las situaciones ordinarias. Así, fue un verdadero maestro en el ministerio de la consolación y del acompañamiento vocacional.

Por tanto, el Año sacerdotal brinda una magnífica oportunidad para volver a encontrar el sentido profundo de la pastoral vocacional, así como sus opciones fundamentales de método: el testimonio, sencillo y creíble; la comunión, con itinerarios concertados y compartidos en la Iglesia particular; la cotidianidad, que educa a seguir al Señor en la vida de todos los días; la escucha, guiada por el Espíritu Santo, para orientar a los jóvenes en la búsqueda de Dios y de la verdadera felicidad; y, por último, la verdad, que es lo único que puede generar libertad interior.

Que la Palabra de Dios, queridos hermanos y hermanas, sea en cada uno de vosotros fuente de bendición, de consuelo y de confianza renovada, para que podáis ayudar a muchos a "ver" y "tocar" al Jesús que ya han acogido como Maestro. Que la Palabra del Señor habite siempre en vosotros, renueve en vuestro corazón la luz, el amor y la paz que sólo Dios puede dar, y os capacite para testimoniar y anunciar el Evangelio, fuente de comunión y de amor. Con este deseo, que encomiendo a la intercesión de María santísima, os imparto de corazón a todos la bendición apostólica.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL SEÑOR CARL-HENRI GUITEAU,
EMBAJADOR DE HAITÍ ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 6 de julio de 2009



Señor embajador:

Recibo a su excelencia con alegría con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como enviado extraordinario y plenipotenciario de Haití ante la Santa Sede, una misión que no le es desconocida, pues ya ha desempeñado este mismo cargo ante la Sede apostólica de 2002 a 2004.

Le estoy muy agradecido por haberme transmitido el cordial mensaje que me dirige su excelencia el señor René Garcia Préval, presidente de la República. Le ruego que le exprese mis mejores deseos para él y para todos los haitianos, deseándoles que vivan con dignidad y seguridad y construyan una sociedad cada vez más justa y fraterna. Señor embajador, al agradecerle sus amables palabras, quiero mencionar también la próxima celebración del 150° aniversario del concordato entre la Santa Sede y Haití, el más antiguo de América. Con esta ocasión, me alegran los numerosos frutos que esos acuerdos han producido para la Iglesia y para la nación, destacando una vez más, al respecto, que en Haití la comunidad católica siempre ha gozado de la estima de las autoridades y de la población.

En los últimos meses, excelencia, su país ha sufrido catástrofes naturales que han causado graves daños en todo el territorio nacional. Las numerosas destrucciones provocadas por los huracanes en el ámbito de la agricultura han agravado la ya difícil situación de muchas familias. Espero que la solidaridad internacional, a la que he apelado varias veces el año pasado, siga manifestándose. De hecho, es necesario que en este período particularmente delicado de la vida nacional, la comunidad internacional muestre signos concretos de apoyo a las personas necesitadas. Además, como es sabido, en los últimos años muchos haitianos han dejado el país para buscar en otros lugares recursos para mantener a sus familias. Por tanto, es de desear que, a pesar de las situaciones administrativas a veces problemáticas, se encuentren soluciones rápidas que permitan a esas familias vivir reunidas.

La vulnerabilidad de su país a las tempestades, a veces violentas, que regularmente lo azotan, también ha llevado a tomar mayor conciencia de la necesidad de cuidar la creación. Hay una especie de parentesco entre el hombre y la creación que debería llevar a respetar toda realidad. La protección del ambiente es un desafío para todos, pues se trata de la defensa y la promoción de un bien colectivo, destinado a todos, responsabilidad que debe impulsar a las generaciones actuales a preocuparse por las generaciones futuras. La explotación imprudente de los recursos de la creación y sus consecuencias, que con mucha frecuencia afectan seriamente a la vida de los más pobres, sólo podrán afrontarse eficazmente con opciones políticas y económicas acordes con la dignidad humana, así como con una cooperación internacional efectiva.

Con todo, en su país no faltan signos de esperanza. Se fundan, en particular, en los valores humanos y cristianos que existen en la sociedad haitiana, como el respeto a la vida, el apego a la familia, el sentido de responsabilidad y, sobre todo, la fe en Dios, que no abandona a quienes confían en él. La adhesión a estos valores permite evitar los numerosos males que amenazan la vida social y familiar. Asimismo, animo vivamente los esfuerzos de cuantos en su país contribuyen a desarrollar la protección de la vida y a devolver a la institución familiar toda su importancia, especialmente con la recuperación del valor del matrimonio en la vida social. En efecto, "todo modelo social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y de la responsabilidad social de la familia" (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 214). Desde esta perspectiva, es esencial proporcionar un verdadero apoyo a las familias necesitadas y asegurar una protección eficaz a las mujeres y a los niños que a veces son víctimas de violencia, abandono o injusticia.

La educación de los jóvenes es también una prioridad para el futuro de la nación. Esta tarea es importante y urgente para mejorar la calidad de la vida humana, tanto a nivel individual como social. De hecho, en la raíz de la pobreza se encuentran a menudo distintas formas de privación cultural. En este ámbito, la Iglesia católica aporta una contribución notable, tanto a través de sus numerosas instituciones educativas como con su presencia en las zonas rurales y aisladas, o también mediante la calidad de la educación y la formación que se imparte en las escuelas católicas. Me alegra saber que estas instituciones son apreciadas por las autoridades y por la población.

En esta feliz ocasión, señor embajador, también deseo saludar cordialmente a la comunidad católica de su país que, guiada por sus obispos, da generosamente testimonio del Evangelio. La aliento a continuar su servicio a la sociedad haitiana, permaneciendo siempre atenta a las necesidades de los más pobres y buscando con todos la unidad de la nación en la fraternidad y la solidaridad. Así será un auténtico signo de esperanza para todos los haitianos.

Señor embajador, al comenzar su noble misión de representante de su país ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos de éxito en su misión y le aseguro que encontrará siempre entre mis colaboradores la comprensión y el apoyo que necesite.

Sobre usted, sobre su familia, sobre sus colaboradores y sobre todo el pueblo haitiano y sus dirigentes, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR HÉCTOR FEDERICO LING ALTAMIRANO,
EMBAJADOR DE MÉXICO ANTE LA SANTA SEDE*

Viernes 10 de julio de 2009



Señor Embajador:

1. Me complace recibir a Vuestra Excelencia en el solemne acto en el que me hace entrega de las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de los Estados Unidos Mexicanos ante la Santa Sede. Le agradezco cordialmente las deferentes palabras que me ha dirigido, rogándole al mismo tiempo que tenga la bondad de transmitir al Señor Presidente de la República, Licenciado Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, a su Gobierno y a todas las nobles gentes de su País mis mejores deseos, que acompaño con mi oración ferviente, para que, afrontando con valentía, decisión y unidad las vicisitudes del momento presente, el querido pueblo mexicano pueda seguir avanzando por los caminos de la libertad, la solidaridad y el progreso social.

2. Vuestra Excelencia viene como Representante de una gran Nación, cuya identidad se ha ido forjando a lo largo de los siglos en fecunda relación con el mensaje de salvación que la Iglesia católica proclama, como se puede ver en muchas de sus costumbres y fiestas populares, en su arquitectura y otras diversas manifestaciones. La fe en Jesucristo ha engendrado en México una cultura que brinda un sentido específico y completo de la vida y una visión esperanzada de la existencia, ilustrando al mismo tiempo una serie de principios sustanciales para el desarrollo armónico de toda la sociedad, como son la promoción de la justicia, el trabajo por la paz y la reconciliación, el fomento de la honradez y la transparencia, la lucha contra la violencia, la corrupción y la criminalidad, la constante tutela de la vida humana y la salvaguarda de la dignidad de la persona.

3. La celebración hace unos meses del VI Encuentro Mundial de las Familias en la Ciudad de México ha puesto de relieve, además, la importancia de esta institución, tan estimada por el pueblo mexicano. En efecto, la familia, comunidad de vida y amor, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, es la célula básica de todo el tejido social, por lo que es de suma transcendencia que se le ayude adecuadamente, de modo que los hogares no dejen de ser escuelas de respeto y entendimiento mutuo, semilleros de virtudes humanas y motivo de esperanza para el resto de la sociedad. En este contexto, deseo reiterar mi satisfacción por los frutos de ese importante Encuentro eclesial, a la vez que quiero agradecer nuevamente a las Autoridades de su País, y a todos los mexicanos, la diligencia mostrada en su organización.

4. Me es grato constatar las buenas relaciones entre la Santa Sede y México, tras los importantes avances que se han ido produciendo en estos años en un clima de recíproca autonomía y sana colaboración. Esto nos debe animar a esforzarnos por estrecharlas en el porvenir, teniendo en cuenta el puesto relevante que la religión ocupa en la idiosincrasia y la historia de vuestra Patria. Precisamente, con motivo del XV aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre su País y la Santa Sede, se organizaron en la Ciudad de México una serie de actos conmemorativos en los que se ahondó en diversos temas de interés común, como la manera correcta de entender un auténtico Estado democrático y su deber de amparar y favorecer la libertad religiosa en todos los aspectos de la vida pública y social de la Nación. En efecto, la libertad religiosa no es un derecho más, ni tampoco un privilegio que la Iglesia católica reclama. Es la roca firme donde los derechos humanos se asientan sólidamente, ya que dicha libertad manifiesta de modo particular la dimensión trascendente de la persona humana y la absoluta inviolabilidad de su dignidad. Por ello, la libertad religiosa pertenece a lo más esencial de cada persona, de cada pueblo y nación. El significado medular de la misma no consiente limitarla a una mera convivencia de ciudadanos que practican privadamente su religión, o restringirla al libre ejercicio del culto, sino que se ha de asegurar a los creyentes la plena garantía de manifestar públicamente su religión, ofreciendo también su aportación a la edificación del bien común y del recto orden social en cualquier ámbito de la vida, sin ningún tipo de restricción o coacción. A este respecto, la Iglesia católica, a la vez que sostiene e impulsa esta visión positiva del papel de la religión en la sociedad, no desea interferir en la debida autonomía de las instituciones civiles. Ella, fiel al mandato recibido de su divino Fundador, busca alentar las iniciativas que beneficien a la persona humana, promuevan integralmente su dignidad y reconozcan su dimensión espiritual, sabiendo que el mejor servicio que los cristianos pueden prestar a la sociedad es la proclamación del Evangelio, que ilumina una genuina cultura democrática y orienta en la búsqueda del bien común. Se pone así de manifiesto que la Iglesia y la comunidad política están y deben sentirse, aunque por diverso título, al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres (cf. Gaudium et spes, 76).

5. Muchos son los pasos que desde diversas instancias de vuestra Nación se están dando para fomentar un orden social más justo y solidario y superar las contrariedades que continúan atenazando al País. En este sentido, merece la pena destacar la atención y el empeño con que las Autoridades de vuestra Patria están encarando cuestiones tan graves como la violencia, el narcotráfico, las desigualdades y la pobreza, que son campo abonado para la delincuencia. Es bien sabido que para una solución eficaz y duradera de esos problemas no son suficientes medidas técnicas o de seguridad. Se requiere una anchura de miras y la eficiente conjunción de esfuerzos, además de propiciar una necesaria renovación moral, la educación de las conciencias y la construcción de una verdadera cultura de la vida. En esta tarea, las Autoridades y las distintas fuerzas de la sociedad mexicana encontrarán siempre la leal cooperación y solidaridad de la Iglesia católica.

6. Nunca se insistirá bastante en que el derecho a la vida debe ser reconocido en toda su amplitud. En efecto, toda persona merece respeto y solidaridad desde el momento de su concepción hasta su muerte natural. Esta noble causa, en la que valientemente se han comprometido muchos hombres y mujeres, debe estar sostenida también por el esfuerzo de las Autoridades civiles en la promoción de leyes justas y políticas públicas efectivas que tengan en cuenta el altísimo valor que posee todo ser humano en cada momento de su existencia. A este respecto, deseo saludar con gozo la iniciativa de México, que en el año 2005 eliminó de su legislación la pena capital, así como las recientes medidas que algunos de sus Estados han adoptando para proteger la vida humana desde su comienzo. Estas apuestas decididas en una cuestión tan fundamental han de ser un emblema de vuestra Patria, del que debe sentirse justamente orgullosa, pues en el reconocimiento del derecho a la vida “se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política” (Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium Vitae, 2).

7. Señor Embajador, antes de concluir este encuentro, quisiera felicitar a Vuestra Excelencia, a su familia y a los demás miembros de esa Misión Diplomática, así como reiterarle que en mis colaboradores hallará siempre la cooperación que precise en el alto cometido de representar a su querida Nación ante la Sede Apostólica.

Suplico a Dios, por intercesión de María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, que bendiga, proteja y acompañe a todos los mexicanos, tan cercanos al corazón del Papa, para que en su País resplandezca incesantemente la concordia, la fraternidad y la justicia.

Vaticano, 10 de julio de 2009


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN EL PRIMER ENCUENTRO EUROPEO
DE ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS

Sala de las Bendiciones
Sábado 11 de julio de 2009



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Gracias de corazón por vuestra visita, que tiene lugar el día de la fiesta de san Benito, patrono de Europa, con ocasión del primer Encuentro europeo de estudiantes universitarios, promovido por la Comisión de catequesis, escuelas y universidades del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa (CCEE). A cada uno de los presentes doy mi más cordial bienvenida. Saludo, en primer lugar, al obispo Marek Jedraszewski, vicepresidente de la Comisión, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo en especial al cardenal vicario Agostino Vallini y le manifiesto toda mi gratitud por el valioso servicio que la pastoral universitaria de Roma presta a la Iglesia que está en Europa. Y no puedo menos de elogiar a monseñor Lorenzo Leuzzi, animador infatigable de la oficina diocesana. Saludo también con profundo reconocimiento al profesor Renato Lauro, rector magnífico de la Universidad de Roma Tor Vergata. Y dirijo mi saludo sobre todo a vosotros, queridos jóvenes: ¡Bienvenidos a la casa de Pedro! Pertenecéis a treinta y una naciones, y os estáis preparando para asumir, en la Europa del tercer milenio, importantes funciones y tareas. Sed siempre conscientes de vuestras potencialidades y, al mismo tiempo, de vuestras responsabilidades.

¿Qué espera la Iglesia de vosotros? El tema mismo sobre el que estáis reflexionando sugiere la respuesta oportuna: "Nuevos discípulos de Emaús. Como cristianos en la Universidad". Tras el encuentro europeo de profesores celebrado hace dos años, también vosotros, los estudiantes, os reunís ahora para ofrecer a las Conferencias episcopales de Europa vuestra disponibilidad para proseguir en el camino de elaboración cultural que san Benito intuyó necesario para la maduración humana y cristiana de los pueblos de Europa. Esto puede realizarse si vosotros, como los discípulos de Emaús, os encontráis con el Señor resucitado en la experiencia eclesial concreta y, de modo particular, en la celebración eucarística. "En cada misa —recordé a vuestros coetáneos hace un año durante la Jornada mundial de la juventud en Sydney— desciende nuevamente el Espíritu Santo, invocado en la plegaria solemne de la Iglesia, no sólo para transformar nuestros dones del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino también para transformar nuestra vida, para hacer de nosotros, con su fuerza, "un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo"" (Homilía en la misa de clausura, 20 de julio de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de julio de 2008, p.12).

Vuestro compromiso misionero en el ámbito universitario consiste, por tanto, en testimoniar el encuentro personal que habéis tenido con Jesucristo, Verdad que ilumina el camino de todo hombre. Del encuentro con él es de donde brota la "novedad del corazón" capaz de dar una nueva orientación a la existencia personal; y sólo así se convierte en fermento y levadura de una sociedad vivificada por el amor evangélico.

Como es fácil comprender, también la acción pastoral universitaria debe expresarse entonces en todo su valor teológico y espiritual, ayudando a los jóvenes a que la comunión con Cristo los lleve a percibir el misterio más profundo del hombre y de la historia. Y precisamente por su específica acción evangelizadora, las comunidades eclesiales comprometidas en esa acción misionera, como por ejemplo las capellanías universitarias, pueden ser el lugar de la formación de creyentes maduros, hombres y mujeres conscientes de ser amados por Dios y estar llamados, en Cristo, a convertirse en animadores de la pastoral universitaria.

En la Universidad la presencia cristiana es cada vez más exigente y al mismo tiempo fascinante, porque la fe está llamada, como en los siglos pasados, a prestar su servicio insustituible al conocimiento, que en la sociedad contemporánea es el verdadero motor del desarrollo. Del conocimiento, enriquecido con la aportación de la fe, depende la capacidad de un pueblo de saber mirar al futuro con esperanza, superando las tentaciones de una visión puramente materialista de nuestra esencia y de la historia.

Queridos jóvenes, vosotros sois el futuro de Europa. Inmersos en estos años de estudio en el mundo del conocimiento, estáis llamados a invertir vuestros mejores recursos, no sólo intelectuales, para consolidar vuestra personalidad y para contribuir al bien común. Trabajar por el desarrollo del conocimiento es la vocación específica de la Universidad, y requiere cualidades morales y espirituales cada vez más elevadas frente a la vastedad y la complejidad del saber que la humanidad tiene a su disposición. La nueva síntesis cultural, que en este tiempo se está elaborando en Europa y en el mundo globalizado, necesita la aportación de intelectuales capaces de volver a proponer en las aulas académicas el mensaje sobre Dios, o mejor, de hacer que renazca el deseo del hombre de buscar a Dios —"quaerere Deum"— al que me he referido en otras ocasiones.

A la vez que doy las gracias a todos los que trabajan en el campo de la pastoral universitaria, bajo la guía de los organismos del Consejo de Conferencias episcopales de Europa, espero que prosiga el fructífero camino emprendido desde hace algunos años y por el que expreso mi más vivo aprecio y aliento. Estoy seguro de que vuestro encuentro de estos días en Roma podrá indicar ulteriores etapas por recorrer hacia una planificación más orgánica, que favorezca la participación y la comunión entre las diversas experiencias que ya están en marcha en muchos países. Vosotros, queridos jóvenes, contribuid, juntamente con vuestros profesores, a crear laboratorios de la fe y de la cultura, compartiendo el esfuerzo del estudio y de la investigación con todos los amigos que encontréis en la Universidad.

Amad vuestras universidades, que son gimnasios de virtud y de servicio. La Iglesia en Europa confía mucho en el generoso compromiso apostólico de todos vosotros, consciente de los desafíos y de las dificultades, pero también de las grandes potencialidades de la acción pastoral en el ámbito universitario. Por mi parte, os aseguro el apoyo de la oración, y sé que puedo contar con vuestro entusiasmo, con vuestro testimonio y sobre todo con vuestra amistad, que hoy me habéis manifestado y que os agradezco de corazón.

Que san Benito, patrono de Europa y mi patrono personal en el pontificado, y sobre todo la Virgen María, a quien invocáis como Sedes Sapientiae, os acompañen y guíen vuestros pasos. A todos imparto mi bendición.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN DE PARTICIPANTES
EN LOS CAMPEONATOS MUNDIALES DE NATACIÓN

Castelgandolfo
Sábado 1 de agosto de 2009



Queridos amigos:

He aceptado con mucho gusto vuestra invitación a tener un encuentro con vosotros con ocasión de los campeonatos mundiales de natación. Gracias por vuestra grata visita; doy gustoso a cada uno y cada una de vosotros mi cordial bienvenida. Ante todo dirijo un pensamiento deferente al presidente de la Federación internacional de natación (FINA), señor Julio Maglione, y al presidente de la Federación italiana de natación (FIN), honorable Paolo Barelli, al mismo tiempo que les doy las gracias por las amables palabras que me han dirigido en nombre de todos vosotros. Saludo a las autoridades presentes, a los dirigentes y responsables; a los técnicos, los delegados, los periodistas y los operadores de los medios de comunicación social; a los voluntarios, los organizadores y cuantos han contribuido a la realización de este acontecimiento deportivo mundial.

Mi saludo más afectuoso es especialmente para vosotros, queridos atletas de diferentes nacionalidades, que sois los protagonistas de estos campeonatos de natación. Con vuestras competiciones ofrecéis al mundo un atractivo espectáculo de disciplina y de humanidad, de belleza artística y voluntad tenaz. Mostráis qué metas puede alcanzar la vitalidad de la juventud cuando no se rehúye la fatiga de duros entrenamientos y se aceptan de buen grado no pocos sacrificios y privaciones. Todo esto constituye una importante lección de vida también para vuestros coetáneos.

Como acaban de recordar, el deporte, practicado con pasión y atento sentido ético, especialmente por la juventud, se convierte en gimnasio de sana competición y perfeccionamiento físico, escuela de formación en los valores humanos y espirituales, medio privilegiado de crecimiento personal y de contacto con la sociedad. Asistiendo a estos campeonatos mundiales de natación y admirando los resultados conseguidos, no es difícil darse cuenta de cuántas potencialidades ha dotado Dios al cuerpo humano, y qué interesantes objetivos de perfección puede alcanzar.

Mi pensamiento se dirige al estupor del salmista que, contemplando el universo, canta la gloria de Dios y la grandeza del ser humano. "Al ver tu cielo, —leemos en el Salmo 8— hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo del hombre para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios lo hiciste, coronándolo de gloria y de esplendor" (4-6). Así pues, ¡cómo no dar gracias al Señor por haber dotado al cuerpo del hombre de tanta perfección; por haberlo enriquecido con una belleza y una armonía que se pueden expresar de tantos modos!

Las disciplinas deportivas, cada una con distintas modalidades, nos ayudan a apreciar este don que Dios nos ha dado. La Iglesia sigue y se interesa por el deporte, practicado no como un fin en sí mismo, sino como un medio, como instrumento precioso para la formación perfecta y equilibrada de toda la persona. También en la Biblia encontramos interesantes referencias al deporte como imagen de la vida. Por ejemplo, el apóstol san Pablo lo considera un auténtico valor humano; no sólo lo utiliza como metáfora para ilustrar altos ideales éticos y ascéticos, sino también como medio para la formación del hombre y como parte de su cultura y de su civilización.

Vosotros, queridos atletas, sois modelo para vuestros coetáneos, y vuestro ejemplo puede ser determinante para ellos en la construcción positiva de su futuro. Así pues, ¡sed campeones en el deporte y en la vida! Antes se ha hecho alusión a Juan Pablo II, el cual, al encontrarse en octubre del año santo 2000 con el mundo del deporte, puso de relieve la gran importancia de la práctica deportiva, precisamente porque "puede favorecer en los jóvenes la afirmación de valores importantes como la lealtad, la perseverancia, la amistad, la comunión y la solidaridad" (Homilía durante la misa en el jubileo de los deportistas, 29 de octubre de 2000, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de noviembre de 2000, p. 5). Además, manifestaciones deportivas como la vuestra, gracias a los medios modernos de comunicación social, ejercen un notable impacto en la opinión pública, dado que el lenguaje del deporte es universal y llega especialmente a las nuevas generaciones. Hacer circular mensajes positivos a través del deporte contribuye, por tanto, a construir un mundo más fraterno y solidario.

Queridos amigos deportistas de lengua francesa, me alegra recibiros y saludaros cordialmente con ocasión de los campeonatos mundiales de natación. El deporte que practicáis es una escuela de generosidad, lealtad y respeto al otro. Ojalá favorezca el desarrollo de los valores de amistad y comunión entre las personas y entre los pueblos. Que Dios os bendiga.

Me alegra saludar a los atletas de lengua inglesa que participan en los campeonatos mundiales de la Federación internacional de natación, junto a los numerosos dirigentes, personal de apoyo, voluntarios y amigos que os han acompañado aquí en Roma estos días. Que vuestra búsqueda de la excelencia vaya acompañada de la gratitud por los dones que habéis recibido de Dios y por el deseo de ayudar a los demás a utilizar sus propios dones para construir un mundo mejor y más unido. Para vosotros y vuestras familias invoco las bendiciones de Dios de alegría y paz.

Saludo cordialmente a los atletas de lengua alemana que participan en los campeonatos mundiales de natación aquí en Roma. Queridos amigos, como competidores deportivos ofrecéis actuaciones muy elevadas y sois ejemplo para muchos jóvenes. Comprometeos en el mundo en que vivís por lo que es bueno y duradero, a fin de que el deporte sirva para desarrollar los dones que Dios ha dado al hombre. Que el Señor os bendiga en vuestro camino.

Saludo cordialmente a los presentes de lengua española: atletas, dirigentes y cuantos han participado de varios modos en el campeonato mundial de natación. Os invito a seguir fomentando el deporte de acuerdo con los más altos valores humanos, de manera que favorezca el sano desarrollo físico de quienes lo practican, y sea así una propuesta para la formación integral de niños y jóvenes. Muchas gracias.

Queridos amigos de lengua portuguesa que tomáis parte en este campeonato mundial de natación, os saludo a todos cordialmente, aprovechando la ocasión para agradeceros la lección de vida que ofrecéis al mundo, hecha de disciplina y humanidad, de belleza artística y voluntad fuerte para vencer y sobre todo para vencerse a sí mismo. Invoco la ayuda de Dios para vosotros y vuestras familias, y os imparto la bendición apostólica.

Queridos amigos, y sobre todo vosotros, queridos atletas, al mismo tiempo que os doy las gracias por este encuentro cordial, os deseo que "nadéis" hacia ideales cada vez más inigualables. Os aseguro un recuerdo en la oración e invoco, por intercesión de la santísima Virgen María, la bendición divina sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre todos vuestros seres queridos.


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CONCIERTO DE LA "BAYERISCHES KAMMERORCHESTER BAD BRÜCKENAU"
EN HONOR DEL SANTO PADRE

PALABRAS DE BENEDICTO XVI

Patio del Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Domingo 2 de agosto de 2009



Distinguido decano Kemmer;
distinguidos músicos;
queridos amigos:

Hoy, por primera vez, después de un concierto tan bello, no he podido aplaudir con vigor. Así que me alegra más todavía poder expresar al señor Albrecht Mayer y a los músicos de la Bayerisches Kammerorchester Bad Brückenau el agradecimiento y la admiración de todos los presentes. Igualmente doy las gracias al decano Kilian Kemmer por sus palabras de saludo y a cuantos han organizado y hecho posible este concierto en Castelgandolfo. Para nosotros, naturalmente, la gran fascinación de esta tarde ha sido el sonido del oboe que usted, querido señor Mayer, nos ha brindado magistralmente.

Ha sido conmovedor observar cómo de un trozo de madera, de este instrumento, fluye todo un universo de música: lo insondable y lo gozoso, lo serio y lo gracioso, lo grandioso y lo humilde, el diálogo interior de las melodías. He pensado cuán magnífico es que en un pequeño fragmento creativo se esconda una promesa tal, que el maestro puede liberar. Y ello significa que toda la creación está llena de promesas y que el hombre recibe el don de hojear, al menos un poco, este libro de promesas. Pienso que esta tarde nos invita no sólo a reservar las fuerzas naturales que nos ayudan a que emerjan las energías físicas, que son una promesa de la creación, sino también a guardar las promesas más profundas, mayores que las que esta música nos ha indicado, con el corazón vigilante, que nos permite comprender también este trozo de creación.

El programa de sala, con la descripción del concierto, nos ha introducido un poco en las obras de los compositores. Creo que para todos nosotros es conmovedor que tales maestros se hayan comportado como el buen padre de familia del Evangelio del que habla el Señor. No extraen sólo lo antiguo y lo nuevo de sus riquezas. Bajo el impulso de sus tareas, no sólo pueden crear siempre cosas nuevas, sino también volver a considerar lo antiguo; por eso se hacen visibles nuevas potencialidades que estaban presentes en la obra precedente. Este concierto, con los solos del oboe, ha cumplido la tarea de expresar nuevas potencialidades, en las que la música prosigue, permanece viva y renace en cada ejecución, como ahora.

Tengo presente que hoy en la Iglesia se celebra el día de la Porciúncula, que nos recuerda la milagrosa visión de san Francisco. En la pequeña iglesia de la Porciúncula, en Asís, vio al Señor, a su Madre y a los ángeles alrededor. El Señor le concedió que expresara un deseo y san Francisco pidió poder llevar a casa el perdón. La petición fue aceptada; regresó a casa y dijo gozoso a sus hermanos: "Amigos, el Señor quiere tenernos a todos en el paraíso". Hoy pienso que deberíamos vivir este momento como una hora de paraíso, observar y escuchar el paraíso y la belleza incorrupta y el bien de la creación. No se trata de huir de la miseria de este mundo y de la cotidianidad, porque sólo podemos seguir contrarrestando el mal y las tinieblas si nosotros mismos creemos en el bien; y sólo podemos creer en el bien si lo experimentamos y lo vivimos como realidad. En esta hora hemos rozado el bien y la belleza con nuestro corazón.

Queridos amigos, he hablado en alemán porque los músicos y la mayor parte de los presentes son alemanes. Lamentablemente, después de los sucesos de la torre de Babel las lenguas nos separan, crean barreras. Pero en esta hora hemos visto y oído que existe una parte intacta del mundo, incluso después de la torre y de la soberbia de Babel, y es la música: el lenguaje que todos podemos entender, porque toca el corazón de todos nosotros. Esto nos da la garantía no sólo de que la bondad y la belleza de la creación de Dios no se han destruido, sino que estamos llamados y somos capaces de trabajar por el bien y la belleza, y son también una promesa de que llegará el mundo futuro, de que Dios vence, de que la belleza y la bondad vencen.

Por este consuelo en nuestro trabajo cotidiano os damos las gracias a vosotros, músicos. Gracias a todos vosotros. Buena tarde y buena semana.


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PROYECCIÓN DE LA PELÍCULA SAN AGUSTÍN

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala de los Suizos del Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Miércoles 2 de septiembre de 2009



Queridos amigos:

Al término de este gran viaje espiritual, que se ha realizado en la película que hemos visto, siento el deber de dar las gracias a cuantos nos han ofrecido esta proyección. Gracias a la Televisión bávara por su profuso empeño, y es una gran alegría que una observación más bien casual de hace tres años haya sido el inicio de un camino que ha llevado a esta grandiosa representación de la vida de san Agustín. Gracias a Lux Vide y gracias a Rai por esta realización.

En realidad me parece que la película es un viaje espiritual a un continente espiritual muy distante de nosotros, y sin embargo muy cercano a nosotros, porque el drama humano es siempre el mismo. Hemos visto cómo, en un contexto para nosotros muy lejano, se representa toda la realidad de la vida humana, con todos los problemas, las tristezas, los fracasos, igual que el hecho de que, al final, la Verdad es más fuerte que cualquier obstáculo y encuentra al hombre. Esta es la gran esperanza que queda al final: nosotros no podemos encontrar solos la Verdad, pero la Verdad, que es Persona, nos encuentra. Exteriormente, la vida de san Agustín parece acabar de manera trágica: el mundo por el cual y en el cual ha vivido termina, es destruido. Pero como se ha afirmado aquí, su mensaje ha permanecido e, incluso en los cambios del mundo, perdura, porque viene de la Verdad y guía a la Caridad, que es nuestro destino común.

Gracias a todos. Esperemos que muchos, al ver este drama humano, puedan ser hallados por la Verdad y encontrar la Caridad.


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VISITA PASTORAL A VITERBO Y BAGNOREGIO

ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza de San Agustín - Bagnoregio
Domingo 6 de septiembre de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

La solemne celebración eucarística de esta mañana en Viterbo abrió mi visita pastoral a vuestra comunidad diocesana, y nuestro encuentro aquí, en Bagnoregio, prácticamente la cierra. Os saludo a todos con afecto: autoridades religiosas, civiles y militares, sacerdotes, religiosos y religiosas, agentes pastorales, jóvenes y familias, y os doy las gracias por la cordialidad con la que me habéis recibido. Renuevo mi agradecimiento en primer lugar a vuestro obispo por sus afectuosas palabras, que han recordado mi vínculo con san Buenaventura. Y saludo con deferencia al alcalde de Bagnoregio, agradecido por la cortés bienvenida que me ha dirigido en nombre de toda la ciudad.

Giovanni Fidanza, que se convirtió después en fray Buenaventura, une su nombre al de Bagnoregio en la conocida presentación que hace de sí mismo en la Divina Comedia. Diciendo: "Yo soy el alma de san Buenaventura de Bagnoregio, que en los altos cargos siempre pospuse los cuidados temporales" (Dante, Paraíso XII, 127-129), subraya cómo, en las importantes tareas que desempeñó en la Iglesia, pospuso siempre el cuidado de las realidades temporales al bien espiritual de las almas. Aquí, en Bagnoregio, pasó su infancia y su adolescencia; después siguió a san Francisco, hacia quien albergaba especial gratitud porque, como escribió, cuando era niño lo había "arrancado de las fauces de la muerte" (Legenda Maior, Prologus, 3, 3) y le había predicho "Buena ventura", como ha recordado hace un momento vuestro alcalde. Con el Poverello de Asís supo establecer un vínculo profundo y duradero, obteniendo de él inspiración ascética y genio eclesial. De este ilustre conciudadano vuestro custodiáis celosamente la insigne reliquia del "Santo Brazo", mantenéis viva la memoria y profundizáis la doctrina, especialmente mediante el Centro de Estudios Bonaventurianos fundado por Bonaventura Tecchi, que anualmente promueve cualificados congresos de estudio dedicados a él.

No es fácil sintetizar la amplia doctrina filosófica, teológica y mística que nos ha dejado san Buenaventura. En este Año sacerdotal desearía invitar especialmente a los sacerdotes a entrar en la escuela de este gran doctor de la Iglesia para profundizar en su enseñanza de sabiduría enraizada en Cristo. A la sabiduría, que florece en santidad, él orienta cada paso de su especulación y tensión mística, pasando por los grados que van desde la que él llama "sabiduría uniforme", relativa a los principios fundamentales del conocimiento, a la "sabiduría multiforme", que consiste en el misterioso lenguaje de la Biblia, y después a la "sabiduría omniforme", que reconoce en toda realidad creada el reflejo del Creador, hasta la "sabiduría informe", o sea, la experiencia del íntimo contacto místico con Dios, en cuanto que el intelecto del hombre roza en silencio el Misterio infinito (cf. J. Ratzinger, San Bonaventura e la teologia della storia, ed. Porziuncola, 2006, pp. 92 ss). Al recordar a este profundo buscador y amante de la sabiduría, desearía expresar además aliento y estima por el servicio que, en la comunidad eclesial, los teólogos están llamados a prestar a la fe que busca el intelecto, a la fe que es "amiga de la inteligencia" y que se convierte en vida nueva según el proyecto de Dios.

Del rico patrimonio doctrinal y místico de san Buenaventura me limito esta tarde a sacar alguna "pista" de reflexión, que podría resultar útil para el camino pastoral de vuestra comunidad diocesana. Fue, en primer lugar, un incansable buscador de Dios desde que estudiaba en París, y siguió siéndolo hasta la muerte. En sus escritos indica el itinerario a recorrer. "Puesto que Dios está en lo alto —escribe— es necesario que la mente se eleve a él con todas las fuerzas" (De reductione artium ad theologiam, n. 25). Traza así un camino de fe arduo, en el que no basta "la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la búsqueda sin la admiración, la consideración sin la alegría, la diligencia sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada" (Itinerarium mentis in Deum, prol. 4).

Este camino de purificación compromete a toda la persona para llegar, a través de Cristo, al amor transformante de la Trinidad. Y dado que Cristo, desde siempre Dios y para siempre hombre, lleva a cabo en los fieles una nueva creación con su gracia, la exploración de la presencia divina se convierte en contemplación de él en el alma "donde él habita con los dones de su incontenible amor" (ib., iv, 4), para ser al final transportados en él. Por lo tanto, la fe es perfeccionamiento de nuestras capacidades cognoscitivas y participación en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y del mundo; la esperanza la advertimos como preparación al encuentro con el Señor, que marcará el pleno cumplimiento de la amistad que desde ahora nos une a él. Y la caridad nos introduce en la vida divina, haciendo que consideremos hermanos a todos los hombres, según la voluntad del Padre celestial común.

Además de buscador de Dios, san Buenaventura fue seráfico cantor de la creación, que, tras las huellas de san Francisco, aprendió a "alabar a Dios en todas y por medio de todas las criaturas", en las cuales "resplandecen la omnipotencia, la sabiduría y la bondad del Creador" (ib., I, 10). San Buenaventura presenta una visión positiva del mundo, don de amor de Dios a los hombres: reconoce en el mundo el reflejo de la suma Bondad y Belleza que, tras la estela de san Agustín y san Francisco, afirma ser Dios mismo. Todo nos ha sido dado por Dios. De él, como de fuente originaria, brota lo verdadero, lo bueno y lo bello. Hacia Dios, como a través de los peldaños de una escalera, se sube hasta alcanzar y casi aferrar el Sumo Bien y hallar en él nuestra felicidad y nuestra paz. ¡Qué útil sería que también hoy se redescubriera la belleza y el valor de la creación a la luz de la bondad y de la belleza divinas! En Cristo, el universo mismo —observa san Buenaventura— puede volver a ser voz que habla de Dios y nos impulsa a explorar su presencia; nos exhorta a honrarlo y a glorificarlo en todas las cosas (cf. ib., I, 15). Se advierte aquí el alma de san Francisco, cuyo amor por todas las criaturas compartió nuestro santo.

San Buenaventura fue mensajero de esperanza. Una bella imagen de la esperanza la encontramos en una de sus predicaciones de Adviento, donde compara el movimiento de la esperanza con el vuelo del ave, que despliega sus alas lo más ampliamente posible y para moverlas emplea todas sus fuerzas. En cierto sentido toda ella se hace movimiento para elevarse y volar. Esperar es volar, dice san Buenaventura. Pero la esperanza exige que todos nuestros miembros se pongan en movimiento y se proyecten hacia la verdadera altura de nuestro ser, hacia las promesas de Dios. Quien espera —afirma— "debe levantar la cabeza, dirigiendo a lo alto sus pensamientos, a la altura de nuestra existencia, o sea, hacia Dios" (Sermo XVI, Dominica I Adv., Opera omnia, IX, 40a).

El señor alcalde en su discurso ha planteado la cuestión: "¿Qué será de Bagnoregio mañana?". En verdad todos nos preguntamos por nuestro futuro y el del mundo, y este interrogante tiene mucho que ver con la esperanza, de la que todo corazón humano tiene sed. En la encíclica Spe salvi observé que no basta, en cambio, una esperanza cualquiera para afrontar y superar las dificultades del presente; es indispensable una "esperanza fiable" que, dándonos la certeza de llegar a una meta "grande", justifique "el esfuerzo del camino" (cf. n. 1). Sólo esta "gran esperanza-certeza" nos asegura que, a pesar de los fracasos de la vida personal y de las contradicciones de la historia en su conjunto, nos custodia siempre el "poder indestructible del Amor". Así que cuando lo que nos sostiene es esta esperanza, jamás corremos el riesgo de perder la valentía de contribuir, como han hecho los santos, a la salvación de la humanidad, abriéndonos nosotros mismos y el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor, la luz (cf. n. 35). Que san Buenaventura nos ayude a "desplegar las alas" de la esperanza que nos impulsa a ser, como él, incesantes buscadores de Dios, cantores de las bellezas de la creación y testigos del Amor y de la Belleza que "mueve todo".

Gracias, queridos amigos, una vez más por vuestra acogida. A la vez que os aseguro un recuerdo en la oración, imparto, por intercesión de san Buenaventura y especialmente de María, Virgen fiel y Estrella de la esperanza, una bendición apostólica especial, que gustosamente extiendo a todos los habitantes de esta tierra bella y rica en santos.

¡Gracias por vuestra atención!


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE BRASIL DE LAS REGIONES OESTE 1 Y 2
EN VISITA "AD LIMINA"

Lunes 7 de septiembre de 2009



Queridos hermanos en el episcopado:

Con sentimientos de íntima alegría y amistad os acojo y saludo a todos y cada uno de vosotros, amados pastores de las regiones Oeste 1 y 2, en el ámbito de la Conferencia nacional de los obispos de Brasil. Con vuestro grupo se abre la larga peregrinación de los miembros de esta Conferencia episcopal en visita ad limina Apostolorum, que me brindará la ocasión de conocer mejor la realidad de las respectivas comunidades diocesanas. Serán jornadas de comunión fraterna para reflexionar juntos sobre las cuestiones que os preocupan. Un momento profundamente esperado desde aquellos inolvidables días de mayo de 2007, en los que, durante mi visita a vuestro país, pude constatar todo el cariño del pueblo brasileño hacia el Sucesor de Pedro y, de modo especial, cuando tuve ocasión de abrazar con la mirada a todo el episcopado de esta gran nación en el encuentro en la catedral da Sé, en São Paulo.

En efecto, sólo el corazón grande de Dios puede conocer, guardar y guiar a la multitud de hijos e hijas que él mismo ha engendrado en la vastedad inmensa de Brasil. A lo largo de nuestros coloquios de estos días emergieron algunos desafíos y problemas que afrontáis, como ha referido el arzobispo de Campo Grande al inicio de este encuentro. Impresionan las distancias que vosotros mismos, juntamente con vuestros sacerdotes y los demás agentes misioneros, tenéis que recorrer para servir y animar pastoralmente a vuestros respectivos fieles, muchos de los cuales afrontan problemas propios de una urbanización relativamente reciente, en la que el Estado no siempre logra ser un instrumento de promoción de la justicia y del bien común. No os desaniméis. Recordad que el anuncio del Evangelio y la adhesión a los valores cristianos, como afirmé recientemente en la encíclica Caritas in veritate, «no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral» (n. 4). Le agradezco, monseñor Vitório, las cordiales palabras y los devotos sentimientos que me ha dirigido en nombre de todos y a los que me alegra corresponder con deseos de paz y prosperidad para el pueblo brasileño en este significativo día de su fiesta nacional.

Como Sucesor de Pedro y Pastor universal, os puedo asegurar que mi corazón vive día a día vuestras inquietudes y fatigas apostólicas, recordando continuamente ante Dios los desafíos que afrontáis en el crecimiento de vuestras comunidades diocesanas. En nuestros días, y concretamente en Brasil, los obreros de la mies del Señor siguen siendo pocos para la cosecha, que es grande (cf. Mt 9, 36-37). A pesar de esa carencia, es verdaderamente esencial una adecuada formación de los que son llamados a servir al pueblo de Dios. Por este motivo, en el ámbito del actual Año sacerdotal, permitid que me detenga hoy a reflexionar con vosotros, amados obispos del Oeste de Brasil, sobre la solicitud propia de vuestro ministerio episcopal, que es la de suscitar nuevos pastores.

Aunque sea Dios el único capaz de sembrar en el corazón humano la llamada al servicio pastoral de su pueblo, todos los miembros de la Iglesia deberían interrogarse sobre la urgencia íntima y el compromiso real con que sienten y viven esta causa. En cierta ocasión, a algunos discípulos que dudaban observando que faltaban "todavía cuatro meses" para la siega, Jesús les respondió: "Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega" (Jn 4, 35). Dios no ve como el hombre. La prisa de Dios es dictada por su deseo de que "todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4). Hay muchos que parecen querer consumir toda su vida en un minuto; otros vagan en el tedio y la inercia, o se abandonan a violencias de todo tipo. En el fondo, no son sino vidas desesperadas en busca de esperanza, como lo demuestra una generalizada, aunque a veces confusa, exigencia de espiritualidad, una renovada búsqueda de puntos de referencia para reanudar el camino de la vida.

Apreciados hermanos, en los decenios sucesivos al concilio Vaticano II, algunos han interpretado la apertura al mundo no como una exigencia del ardor misionero del Corazón de Cristo, sino como un paso a la secularización, vislumbrando en ella algunos valores de gran densidad cristiana, como la igualdad, la libertad y la solidaridad, y mostrándose disponibles a hacer concesiones y a descubrir campos de cooperación. Así se ha asistido a intervenciones de algunos responsables eclesiales en debates éticos, respondiendo a las expectativas de la opinión pública, pero se ha dejado de hablar de ciertas verdades fundamentales de la fe, como el pecado, la gracia, la vida teologal y los novísimos. Sin darse cuenta, se ha caído en la auto-secularización de muchas comunidades eclesiales; estas, esperando agradar a los que no venían, han visto cómo se marchaban, defraudados y desilusionados, muchos de los que estaban: nuestros contemporáneos, cuando se encuentran con nosotros, quieren ver lo que no ven en ninguna otra parte, o sea, la alegría y la esperanza que brotan del hecho de estar con el Señor resucitado.

Actualmente hay una nueva generación, ya nacida en este ambiente eclesial secularizado, que, en vez de registrar apertura y consensos, ve ensancharse cada vez más en la sociedad el foso de las diferencias y las contraposiciones al Magisterio de la Iglesia, sobre todo en el campo ético. En este desierto de Dios la nueva generación siente una gran sed de trascendencia.

Son los jóvenes de esta nueva generación los que llaman hoy a la puerta del seminario y necesitan encontrar formadores que sean verdaderos hombres de Dios, sacerdotes totalmente dedicados a la formación, que testimonien el don de sí a la Iglesia, a través del celibato y de una vida austera, según el modelo de Cristo, buen Pastor. Así, esos jóvenes aprenderán a ser sensibles al encuentro con el Señor, participando diariamente en la Eucaristía, amando el silencio y la oración, y buscando en primer lugar la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Queridos hermanos, como sabéis, al obispo le corresponde la tarea de establecer los criterios esenciales para la formación de los seminaristas y de los presbíteros en la fidelidad a las normas universales de la Iglesia: con este espíritu se deben desarrollar las reflexiones sobre este tema, objeto de la asamblea plenaria de vuestra Conferencia episcopal, celebrada el pasado mes de abril.
Seguro de poder contar con vuestro celo por lo que atañe a la formación sacerdotal, invito a todos los obispos, a sus sacerdotes y seminaristas, a reproducir en su vida la caridad de Cristo sacerdote y buen Pastor, como hizo el santo cura de Ars. Y, como él, han de tomar como modelo y protección de su vocación a la Virgen Madre, que respondió de modo único a la llamada de Dios, concibiendo en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad. A vuestras diócesis, con un cordial saludo y la certeza de mi oración, llevad una paternal bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL GRUPO DE PATROCINADORES
DEL PABELLÓN DE LA SANTA SEDE
EN LA EXPOSICIÓN INTERNACIONAL DE ZARAGOZA

Jueves 10 de septiembre de 2009



Querido Señor Arzobispo,
Excelentísimo Señor Embajador,
queridos hermanos

Me es grato recibiros y dar la bienvenida a todos y a cada uno de vosotros, acompañados de vuestras familias, en este encuentro. Espero vivamente que vuestra visita a Roma, junto a las tumbas de los Apóstoles os fortalezca en la propia fe y llene vuestros corazones de alegría y paz.

Ante todo, deseo expresaros mi sincero agradecimiento por vuestra significativa colaboración con el Arzobispado de Zaragoza y la Nunciatura Apostólica en Madrid, en la realización del Pabellón de la Santa Sede para la Exposición Internacional de Zaragoza del año pasado.

Esta instalación, que fue una de las más visitadas y apreciadas, albergó una importante muestra del valioso patrimonio artístico, cultural y religioso, que custodia la Iglesia. Con esta iniciativa, se trató de ofrecer a sus numerosos visitantes una oportuna reflexión sobre la importancia y el valor primordial que tiene el agua para la vida del hombre.

Mediante su participación en la Exposición, la Santa Sede quiso además poner de manifiesto no sólo la imperiosa necesidad de proteger siempre el ambiente y la naturaleza, sino también descubrir su dimensión espiritual y religiosa más profunda. Hoy como nunca se ha de ayudar a las personas a que sepan ver en la creación algo más que una simple fuente de riqueza o de explotación en manos del hombre. En efecto, cuando Dios, con la creación, ha dado al hombre las llaves de la tierra, espera de él que sepa usar de este gran don haciéndolo fructificar de modo responsable y respetuoso. El ser humano descubre el valor intrínseco de la naturaleza si aprende a verla como lo que es en realidad, expresión de un proyecto de amor y de verdad que nos habla del Creador y de su amor a la humanidad, y que encontrará su plenitud en Cristo, al final de los tiempos (cf. Caritas in veritate, 48). En este sentido, es oportuno recordar una vez más la estrecha relación que existe entre el cuidado del medio ambiente y el respeto a las exigencias éticas de la naturaleza humana, ya que «cuando se respeta la ecología humana en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia» (Ibíd. 51).

Al final de este encuentro, deseo expresaros nuevamente mi reconocimiento por vuestra generosa colaboración, así como también a todas las personas, instituciones y empresas que participaron en ese importante y laudable proyecto. En esta circunstancia, os encomiendo de modo especial a la intercesión de la Virgen del Pilar, que ve bañadas sus plantas por las caudalosas aguas del río Ebro. Con estos vivos sentimientos, os imparto de corazón a vosotros y a vuestras familias mi Bendición Apostólica.


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[Modificato da Paparatzifan 10/07/2013 12:24]
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