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2005

Ultimo Aggiornamento: 05/09/2013 19:35
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Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
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MISSA PRO ECCLESIA

PRIMER MENSAJE
DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
CON LOS CARDENALES ELECTORES EN LA CAPILLA SIXTINA

Miércoles 20 de abril de 2005



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Venerados hermanos cardenales;
amadísimos hermanos y hermanas en Cristo;
todos vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad:

1. ¡Gracia y paz en abundancia a todos vosotros! (cf. 1 P 1, 2). En mi espíritu conviven en estos momentos dos sentimientos opuestos. Por una parte, un sentimiento de incapacidad y de turbación humana por la responsabilidad con respecto a la Iglesia universal, como Sucesor del apóstol Pedro en esta Sede de Roma, que ayer me fue confiada. Por otra, siento viva en mí una profunda gratitud a Dios, que, como cantamos en la sagrada liturgia, no abandona nunca a su rebaño, sino que lo conduce a través de las vicisitudes de los tiempos, bajo la guía de los que él mismo ha escogido como vicarios de su Hijo y ha constituido pastores (cf. Prefacio de los Apóstoles, I).

Amadísimos hermanos, esta íntima gratitud por el don de la misericordia divina prevalece en mi corazón, a pesar de todo. Y lo considero como una gracia especial que me ha obtenido mi venerado predecesor Juan Pablo II. Me parece sentir su mano fuerte que estrecha la mía; me parece ver sus ojos sonrientes y escuchar sus palabras, dirigidas en este momento particularmente a mí: "¡No tengas miedo!".

La muerte del Santo Padre Juan Pablo II y los días sucesivos han sido para la Iglesia y para el mundo entero un tiempo extraordinario de gracia. El gran dolor por su fallecimiento y la sensación de vacío que ha dejado en todos se han mitigado gracias a la acción de Cristo resucitado, que se ha manifestado durante muchos días en la multitudinaria oleada de fe, de amor y de solidaridad espiritual que culminó en sus exequias solemnes.

Podemos decir que el funeral de Juan Pablo II fue una experiencia realmente extraordinaria, en la que, de alguna manera, se percibió el poder de Dios que, a través de su Iglesia, quiere formar con todos los pueblos una gran familia mediante la fuerza unificadora de la Verdad y del Amor (cf. Lumen gentium, 1). En la hora de la muerte, configurado con su Maestro y Señor, Juan Pablo II coronó su largo y fecundo pontificado, confirmando en la fe al pueblo cristiano, congregándolo en torno a sí y haciendo que toda la familia humana se sintiera más unida.

¿Cómo no sentirse apoyados por este testimonio? ¿Cómo no experimentar el impulso que brota de este acontecimiento de gracia?

2. Contra todas mis previsiones, la divina Providencia, a través del voto de los venerados padres cardenales, me ha llamado a suceder a este gran Papa. En estos momentos vuelvo a pensar en lo que sucedió en la región de Cesarea de Filipo hace dos mil años. Me parece escuchar las palabras de Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo", y la solemne afirmación del Señor: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. (...) A ti te daré las llaves del reino de los cielos" (Mt 16, 15-19).

¡Tú eres el Cristo! ¡Tú eres Pedro! Me parece revivir esa misma escena evangélica; yo, Sucesor de Pedro, repito con estremecimiento las estremecedoras palabras del pescador de Galilea y vuelvo a escuchar con íntima emoción la consoladora promesa del divino Maestro. Si es enorme el peso de la responsabilidad que cae sobre mis débiles hombros, sin duda es inmensa la fuerza divina con la que puedo contar: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18). Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su vicario, ha querido que sea la "piedra" en la que todos puedan apoyarse con seguridad. A él le pido que supla la pobreza de mis fuerzas, para que sea valiente y fiel pastor de su rebaño, siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu.

Me dispongo a iniciar este ministerio peculiar, el ministerio "petrino" al servicio de la Iglesia universal, abandonándome humildemente en las manos de la Providencia de Dios. Ante todo, renuevo a Cristo mi adhesión total y confiada: "In Te, Domine, speravi; non confundar in aeternum!".

A vosotros, venerados hermanos cardenales, con espíritu agradecido por la confianza que me habéis manifestado, os pido que me sostengáis con la oración y con la colaboración constante, activa y sabia. A todos los hermanos en el episcopado les pido también que me acompañen con la oración y con el consejo, para que pueda ser verdaderamente el "Siervo de los siervos de Dios".
Como Pedro y los demás Apóstoles constituyeron por voluntad del Señor un único Colegio apostólico, del mismo modo el Sucesor de Pedro y los obispos, sucesores de los Apóstoles, tienen que estar muy unidos entre sí, como reafirmó con fuerza el Concilio (cf. Lumen gentium, 22). Esta comunión colegial, aunque sean diversas las responsabilidades y las funciones del Romano Pontífice y de los obispos, está al servicio de la Iglesia y de la unidad en la fe de todos los creyentes, de la que depende en gran medida la eficacia de la acción evangelizadora en el mundo contemporáneo.
Por tanto, quiero proseguir por esta senda, por la que han avanzado mis venerados predecesores, preocupado únicamente de proclamar al mundo entero la presencia viva de Cristo.

3. Tengo ante mis ojos, en particular, el testimonio del Papa Juan Pablo II. Deja una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que, según su doctrina y su ejemplo, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo al futuro. Con el gran jubileo ha entrado en el nuevo milenio, llevando en las manos el Evangelio, aplicado al mundo actual a través de la autorizada relectura del concilio Vaticano II. El Papa Juan Pablo II presentó con acierto ese concilio como "brújula" para orientarse en el vasto océano del tercer milenio (cf. Novo millennio ineunte, 57-58). También en su testamento espiritual anotó: "Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado" (17.III.2000).

Por eso, también yo, al disponerme para el servicio del Sucesor de Pedro, quiero reafirmar con fuerza mi decidida voluntad de proseguir en el compromiso de aplicación del concilio Vaticano II, a ejemplo de mis predecesores y en continuidad fiel con la tradición de dos mil años de la Iglesia. Este año se celebrará el cuadragésimo aniversario de la clausura de la asamblea conciliar (8 de diciembre de 1965). Los documentos conciliares no han perdido su actualidad con el paso de los años; al contrario, sus enseñanzas se revelan particularmente pertinentes ante las nuevas instancias de la Iglesia y de la actual sociedad globalizada.

4. Mi pontificado inicia, de manera particularmente significativa, mientras la Iglesia vive el Año especial dedicado a la Eucaristía. ¿Cómo no percibir en esta coincidencia providencial un elemento que debe caracterizar el ministerio al que he sido llamado? La Eucaristía, corazón de la vida cristiana y manantial de la misión evangelizadora de la Iglesia, no puede menos de constituir siempre el centro y la fuente del servicio petrino que me ha sido confiado.

La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue entregando a nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su Cuerpo y su Sangre. De la comunión plena con él brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso de anuncio y de testimonio del Evangelio, y el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños.

Por tanto, en este año se deberá celebrar de un modo singular la solemnidad del Corpus Christi. Además, en agosto, la Eucaristía será el centro de la Jornada mundial de la juventud en Colonia y, en octubre, de la Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, cuyo tema será: "La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia". Pido a todos que en los próximos meses intensifiquen su amor y su devoción a Jesús Eucaristía y que expresen con valentía y claridad su fe en la presencia real del Señor, sobre todo con celebraciones solemnes y correctas.

Se lo pido de manera especial a los sacerdotes, en los que pienso en este momento con gran afecto. El sacerdocio ministerial nació en el Cenáculo, junto con la Eucaristía, como tantas veces subrayó mi venerado predecesor Juan Pablo II. "La existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, "forma eucarística"", escribió en su última Carta con ocasión del Jueves santo (n. 1). A este objetivo contribuye mucho, ante todo, la devota celebración diaria del sacrificio eucarístico, centro de la vida y de la misión de todo sacerdote.

5. Alimentados y sostenidos por la Eucaristía, los católicos no pueden menos de sentirse impulsados a la plena unidad que Cristo deseó tan ardientemente en el Cenáculo. El Sucesor de Pedro sabe que tiene que hacerse cargo de modo muy particular de este supremo deseo del divino Maestro, pues a él se le ha confiado la misión de confirmar a los hermanos (cf. Lc 22, 32).

Por tanto, con plena conciencia, al inicio de su ministerio en la Iglesia de Roma que Pedro regó con su sangre, su actual Sucesor asume como compromiso prioritario trabajar con el máximo empeño en el restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los discípulos de Cristo. Esta es su voluntad y este es su apremiante deber. Es consciente de que para ello no bastan las manifestaciones de buenos sentimientos. Hacen falta gestos concretos que penetren en los espíritus y sacudan las conciencias, impulsando a cada uno a la conversión interior, que es el fundamento de todo progreso en el camino del ecumenismo.

El diálogo teológico es muy necesario. También es indispensable investigar las causas históricas de algunas decisiones tomadas en el pasado. Pero lo más urgente es la "purificación de la memoria", tantas veces recordada por Juan Pablo II, la única que puede disponer los espíritus para acoger la verdad plena de Cristo. Ante él, juez supremo de todo ser vivo, debe ponerse cada uno, consciente de que un día deberá rendirle cuentas de lo que ha hecho u omitido por el gran bien de la unidad plena y visible de todos sus discípulos.

El actual Sucesor de Pedro se deja interpelar en primera persona por esa exigencia y está dispuesto a hacer todo lo posible para promover la causa prioritaria del ecumenismo. Siguiendo las huellas de sus predecesores, está plenamente decidido a impulsar toda iniciativa que pueda parecer oportuna para fomentar los contactos y el entendimiento con los representantes de las diferentes Iglesias y comunidades eclesiales. Más aún, a ellos les dirige, también en esta ocasión, el saludo más cordial en Cristo, único Señor de todos.

6. En este momento, vuelvo con la memoria a la inolvidable experiencia que hemos vivido todos con ocasión de la muerte y las exequias del llorado Juan Pablo II. En torno a sus restos mortales, depositados en la tierra desnuda, se reunieron jefes de naciones, personas de todas las clases sociales, y especialmente jóvenes, en un inolvidable abrazo de afecto y admiración. El mundo entero con confianza dirigió a él su mirada. A muchos les pareció que esa intensa participación, difundida hasta los confines del planeta por los medios de comunicación social, era como una petición común de ayuda dirigida al Papa por la humanidad actual, que, turbada por incertidumbres y temores, se plantea interrogantes sobre su futuro.

La Iglesia de hoy debe reavivar en sí misma la conciencia de su deber de volver a proponer al mundo la voz de Aquel que dijo: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Al iniciar su ministerio, el nuevo Papa sabe que su misión es hacer que resplandezca ante los hombres y las mujeres de hoy la luz de Cristo: no su propia luz, sino la de Cristo.

Con esta conciencia me dirijo a todos, también a los seguidores de otras religiones o a los que simplemente buscan una respuesta al interrogante fundamental de la existencia humana y todavía no la han encontrado. Me dirijo a todos con sencillez y afecto, para asegurarles que la Iglesia quiere seguir manteniendo con ellos un diálogo abierto y sincero, en busca del verdadero bien del hombre y de la sociedad.

Pido a Dios la unidad y la paz para la familia humana y reafirmo la disponibilidad de todos los católicos a colaborar en el auténtico desarrollo social, respetuoso de la dignidad de todo ser humano.

No escatimaré esfuerzos ni empeño para proseguir el prometedor diálogo entablado por mis venerados predecesores con las diferentes culturas, para que de la comprensión recíproca nazcan las condiciones de un futuro mejor para todos.

Pienso de modo especial en los jóvenes. A ellos, que fueron los interlocutores privilegiados del Papa Juan Pablo II, va mi afectuoso abrazo, a la espera de encontrarme con ellos, si Dios quiere, en Colonia, con ocasión de la próxima Jornada mundial de la juventud. Queridos jóvenes, que sois el futuro y la esperanza de la Iglesia y de la humanidad, seguiré dialogando con vosotros, escuchando vuestras expectativas para ayudaros a conocer cada vez con mayor profundidad a Cristo vivo, que es eternamente joven.

7. Mane nobiscum, Domine! ¡Quédate con nosotros, Señor! Esta invocación, que constituye el tema principal de la carta apostólica de Juan Pablo II para el Año de la Eucaristía, es la oración que brota de modo espontáneo de mi corazón, mientras me dispongo a iniciar el ministerio al que me ha llamado Cristo. Como Pedro, también yo le renuevo mi promesa de fidelidad incondicional. Sólo a él quiero servir dedicándome totalmente al servicio de su Iglesia.

Para poder cumplir esta promesa, invoco la materna intercesión de María santísima, en cuyas manos pongo el presente y el futuro de mi persona y de la Iglesia. Que intercedan también con su oración los santos apóstoles Pedro y Pablo y todos los santos.

Con estos sentimientos, os imparto mi afectuosa bendición a vosotros, venerados hermanos cardenales, a cada uno de los que participan en este rito y a cuantos lo siguen mediante la televisión y la radio.


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Messaggio per la pubblicazione dell'Edizione Speciale de "L'Osservatore Romano" in occasione della XX Giornata Mondiale della Gioventù di Colonia (10 agosto 2005)

Alemán


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Messaggio di cordoglio a Frère Alois di Taizé, a firma del Card. Angelo Sodano, per la tragica morte di Frère Roger, ucciso durante la celebrazione dei Vespri (17 agosto 2005)

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MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE EL TEÓLOGO
HANS URS VON BALTHASAR



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señoras y señores:

Con gran placer me uno espiritualmente a vosotros en la celebración del centenario del nacimiento de Hans Urs von Balthasar, insigne teólogo suizo, al que tuve la alegría de conocer y tratar. Creo que su reflexión teológica conserva intacta hasta hoy una gran actualidad e impulsa aún a muchos a adentrarse cada vez más en la profundidad del misterio de la fe, llevados de la mano por un guía tan autorizado. En una ocasión como esta es fácil caer en la tentación de volver a los recuerdos personales, a causa de la sincera amistad que nos unía y por los numerosos trabajos que emprendimos juntos, afrontando los numerosos desafíos de aquellos años. La fundación de la revista Communio, inmediatamente después del concilio Vaticano II, es el signo más evidente de nuestro compromiso común en la investigación teológica. Sin embargo, ahora no quiero hablar de recuerdos, sino más bien de la riqueza de la teología de von Balthasar.

Había hecho del misterio de la Encarnación el objeto privilegiado de su estudio, pues veía en el triduum paschale —como tituló significativamente uno de sus escritos— la forma más expresiva de esta inmersión de Dios en la historia del hombre. En efecto, en la muerte y resurrección de Jesús se revela plenamente el misterio del amor trinitario de Dios. La realidad de la fe encuentra aquí su belleza insuperable. En el drama del misterio pascual Dios vive plenamente el hacerse hombre, pero, al mismo tiempo, llena de significado el actuar del hombre y da contenido al compromiso del cristiano en el mundo. En esto Von Balthasar veía la lógica de la revelación: Dios se hace hombre para que el hombre pueda vivir la comunión de vida con Dios. En Cristo se ofrece la verdad última y definitiva a la pregunta por el sentido que cada uno se plantea. La estética teológica, la dramática y la lógica constituyen la trilogía donde estos conceptos encuentran amplio espacio y aplicación convencida. Puedo atestiguar que su vida fue una búsqueda genuina de la verdad, que entendía como una búsqueda de la Vida verdadera. Buscó por doquier las huellas de la presencia de Dios y de su verdad: en la filosofía, en la literatura, en las religiones, llegando siempre a romper los circuitos que a menudo mantienen a la razón prisionera de sí misma, y la abrió a los espacios de lo infinito.

Hans Urs von Balthasar fue un teólogo que puso su investigación al servicio de la Iglesia, porque estaba convencido de que la teología debía tener como connotación la eclesialidad. La teología, tal como la concebía, debía conjugarse con la espiritualidad, pues sólo así podía ser profunda y eficaz. Precisamente reflexionando sobre este aspecto, escribió: "La teología científica, ¿comienza sólo con Pedro Lombardo? Y, sin embargo, ¿quién ha hablado del cristianismo más adecuadamente que san Cirilo de Jerusalén, Orígenes en sus homilías, san Gregorio Nacianceno y el maestro de la reverencia teológica: el Areopagita? ¿Quién osaría poner objeciones a alguno de los Padres? Entonces se sabía lo que era el estilo teológico, la unidad natural, obvia, tanto entre la actitud de fe y la científica como entre la objetividad y la reverencia. La teología, mientras era obra de santos, fue teología orante. Por eso, su conversión en oración, su fecundidad por la oración y su poder de generarla han sido inmensamente grandes" (Verbum Caro. Saggi teologici I, Brescia 1970, p. 228). Son palabras que nos llevan a reconsiderar el lugar que corresponde a la investigación en la teología. Su exigencia de carácter científico no se sacrifica cuando se pone a la escucha religiosa de la palabra de Dios, que vive con la vida de la Iglesia y tiene la fuerza de su Magisterio. La espiritualidad no atenúa el valor científico, sino que imprime al estudio teológico el método correcto para poder llegar a una interpretación coherente.

Una teología así concebida llevó a Von Balthasar a una profunda lectura existencial. Por eso, uno de los temas centrales que le gustaba estudiar era el de mostrar la necesidad de la conversión. El cambio del corazón era para él un punto central; en efecto, sólo de este modo la mente se libera de los límites que le impiden acceder al misterio y los ojos se vuelven capaces de fijar la mirada en el rostro de Cristo.

En una palabra, comprendió profundamente que la teología sólo puede desarrollarse con la oración que capta la presencia de Dios y se abandona a él con obediencia. Este es un camino que vale la pena recorrer hasta el final. Esto exige evitar senderos unilaterales, que sólo alejan de la meta, y compromete a no seguir modas que fragmentan el interés por lo esencial.

El ejemplo que Von Balthasar nos ha dejado es más bien el de un verdadero teólogo, que en la contemplación había descubierto la acción coherente con vistas al testimonio cristiano en el mundo. En esta significativa circunstancia lo recordamos como un hombre de fe, un sacerdote que en la obediencia y en el ocultamiento no buscó nunca el éxito personal sino que, con pleno espíritu ignaciano, deseó siempre la mayor gloria de Dios.

Con estos sentimientos, os deseo a todos que continuéis con interés y entusiasmo el estudio de la obra de Von Balthasar y encontréis los caminos para su aplicación eficaz. Sobre vosotros y sobre los trabajos del congreso imploro del Señor abundantes dones de luz, en prenda de los cuales imparto a todos una especial bendición.

Vaticano, 6 de octubre de 2005


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS JÓVENES DE HOLANDA CON OCASIÓN
DE LA PRIMERA JORNADA NACIONAL DE LOS JÓVENES CATÓLICOS



Queridos jóvenes amigos:

Deseo enviaros mi cordial saludo a todos vosotros, reunidos en Nieuwegein para la primera Jornada nacional de los jóvenes católicos de Holanda. Saludo al cardenal Adrianus Simonis, arzobispo de Utrecht y presidente de la Conferencia episcopal, y a todos los obispos holandeses, expresando mi profundo aprecio por la realización de esta feliz iniciativa. Asimismo, deseo dar las gracias al "Werkgroep Katholieke Jongeren" por el esfuerzo realizado durante estos años, y a los sacerdotes y laicos comprometidos en la pastoral juvenil, que os acompañan en vuestra reflexión. A través de este mensaje, queridos jóvenes, deseo hacerme presente espiritualmente en medio de vosotros y aseguraros que os acompaño en la oración. Sé que muchos de vosotros habéis participado en el encuentro mundial de Colonia, y es para mí motivo de gran alegría el hecho de que ahora queráis proseguir la experiencia iniciada con la Jornada mundial de la juventud, facilitando la participación de otros coetáneos vuestros que no tuvieron la posibilidad de asistir.
Celebrar la jornada de hoy por invitación de vuestros obispos es un signo muy hermoso para la sociedad holandesa: muestra que no tenéis miedo de proclamar que sois cristianos y queréis testimoniarlo abiertamente.

En efecto, la razón más profunda de vuestra reunión es encontraros con nuestro Señor Jesucristo. Así fue para los que participaron en la reciente Jornada mundial de la juventud, que tuvo por tema: "Hemos venido a adorarlo" (Mt 2, 2). Tras las huellas de los Magos, animados por el anhelo de averiguar la verdad, jóvenes de todos los rincones de la tierra se dieron cita en Colonia para buscar y adorar al Dios hecho hombre, y después, transformados por el encuentro con él e iluminados por su presencia, volvieron a su país, como los Magos, "por otro camino" (cf. Mt 2, 12). Así también vosotros volvisteis a Holanda deseosos de comunicar a todos la riqueza de la experiencia vivida, y hoy queréis compartirla con vuestros coetáneos.

Queridos amigos, Jesús es vuestro verdadero amigo y Señor; entablad una relación de verdadera amistad con él.

Él os espera y sólo en él encontraréis la felicidad. ¡Cuán fácil es contentarse con los placeres superficiales que nos ofrece la existencia diaria! ¡Cuán fácil es vivir sólo para sí mismos, gozando aparentemente de la vida! Pero antes o después nos damos cuenta de que no se trata de verdadera felicidad, porque esta es mucho más profunda: sólo la encontramos en Jesús. Como dije en Colonia, "la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret" (Discurso durante la fiesta de acogida de los jóvenes, en un barco sobre el Rhin, 18 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto, p. 4).

Por eso os invito a buscar cada día al Señor, que sólo desea que seáis realmente felices. Entablad con él una relación intensa y constante en la oración y, en la medida de vuestras posibilidades, encontrad momentos propicios en vuestra jornada para permanecer exclusivamente en su compañía. Si no sabéis cómo rezar, pedid que sea él mismo quien os lo enseñe e implorad a su Madre celestial que ore con vosotros y por vosotros. El rezo del rosario puede ayudaros a aprender el arte de la oración con la sencillez y la profundidad de María. Es importante que en el centro de vuestra vida esté la participación en la Eucaristía, en la que Jesús se entrega a sí mismo por nosotros. Él, que murió por los pecados de todos, desea entrar en comunión con cada uno de vosotros, llama a la puerta de vuestro corazón para daros su gracia. Id a su encuentro en la santa Eucaristía, id a adorarlo en las iglesias y permaneced arrodillados ante el Sagrario: Jesús os colmará de su amor y os manifestará los sentimientos de su Corazón. Si os ponéis a la escucha, experimentaréis de modo cada vez más profundo la alegría de formar parte de su Cuerpo místico, la Iglesia, que es la familia de sus discípulos congregados por el vínculo de la unidad y del amor. Además, como dice el apóstol san Pablo, aprended a dejaros reconciliar con Dios (cf. 2 Co 5, 20). Jesús os espera especialmente en el sacramento de la Reconciliación para perdonar vuestros pecados y reconciliaros con su amor a través del ministerio del sacerdote. Confesando con humildad y verdad vuestros pecados, recibiréis el perdón de Dios mismo mediante las palabras de su ministro. ¡Qué gran oportunidad nos ha dado el Señor con este sacramento para renovarnos interiormente y progresar en nuestra vida cristiana! Os recomiendo que hagáis constantemente buen uso de él.

Queridos amigos, como os decía antes, si seguís a Jesús jamás os sentiréis solos, porque formáis parte de la Iglesia, que es una gran familia, en la que podéis crecer en la amistad verdadera con numerosos hermanos y hermanas en la fe, esparcidos por todo el mundo. Jesús os necesita para "renovar" la sociedad actual. Esforzaos por crecer en el conocimiento de la fe, para ser sus testigos auténticos. Dedicaos a comprender cada vez mejor la doctrina católica: aunque a veces al mirarla con los ojos del mundo pueda parecer un mensaje difícil de aceptar, en ella está la respuesta satisfactoria a vuestros interrogantes de fondo. Tened confianza en los pastores que os guían, obispos y sacerdotes; insertaos activamente en las parroquias, en los movimientos, en las asociaciones y comunidades eclesiales, para experimentar juntos la alegría de ser seguidores de Cristo, que anuncia y da la verdad y el amor. Y precisamente impulsados por su verdad y su amor, junto con los demás jóvenes que buscan el sentido verdadero de la vida, podréis construir un futuro mejor para todos.

Queridos amigos, estoy cerca de vosotros con la oración, para que acojáis generosamente la llamada del Señor, que os presenta grandes ideales, capaces de hacer hermosa vuestra vida y llenarla de alegría. Estad seguros de que sólo respondiendo positivamente a su llamada, por exigente que os pueda parecer, es posible encontrar la felicidad y la paz del corazón. Que en este itinerario de compromiso cristiano os acompañe la Virgen María y os ayude en todos vuestros buenos propósitos. Con estos sentimientos, os imparto de corazón una especial bendición apostólica a todos los que os halláis reunidos en Nieuwegein, así como a los que con amor y sabiduría os acompañan en vuestro camino de crecimiento humano y espiritual.

Vaticano, 21 de noviembre de 2005


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