00 11/12/2014 08:46
 ADVERTENCIA:
para los Amigos de la lengua española, nuestra amiga "paparatzifan" Gloria Cristina Molinari, se ha traducido al español las hermosas letras de "Ratzinger explica el cristiano y el mundo contemporáneo".
Feliz lectura
"Hijos espirituales de Benedicto XVI - Facebook"



Ratzinger explica el cristiano y el mundo contemporáneo


Reflexiones sobre la Constitución Pastoral del CVII (1)

Rara vez una palabra golpeó a los hombres de nuestro tiempo con una fuerza tal como la de "aggiornamento", que Juan XXIII utiliza en relación con su proyecto del concilio. Es difícil hacerlo en alemán, porque el concepto de "adaptación", al cual se podría hacer referencia al principio, se evita la dificultad ya que expresa a la vez demasiado y demasiado poco. Expresa demasiado porque da la impresión de que la Iglesia quiere elevar las exigencias modernas de acuerdo con su ser y su mensaje; se puede tratar sólo en lugar de repensar y representar la única, insuprimible verdad y realidad, que fue entregado a las manos fieles de la iglesia por el Señor, en forma tan nueva que pueda entrar de nuevo a nuestros oídos y penetrar plenamente en nuestros corazones, en su seriedad y grandeza, su alegría y su necesidad incesante.

Pero la palabra dice demasiado poco si despierta la impresión de que la "adaptación" se entiende sólo como una precaución exterior, táctica pedagógica, que parte de una posesión de plena seguridad en sí mismo, como si la Iglesia no tuviera que entrar completamente en el proceso de traducción en el hoy del mensaje de ayer, condición necesaria para que el mensaje pueda ser realmente vivido y predicado. En esta traducción, en tal "poner más allá" (über-setzen) del transcurso del tiempo, se realiza aquel "pasaje" en el que se completa necesariamente la esencia de la Iglesia que vive el misterio de la Pascua, el pasaje pascual.

El entusiasmo despertado por la palabra y por la idea de actualización, del "transformaerse en moderno" del cristianismo (como tal vez podríamos traducir), puede tener diferentes orígenes, que bien pueden estar basados en un malentendido. Indica, sin embargo, que ha respondido a una necesidad real; en el mundo. tan radicalmente cambiado. era difícil que el hombre, incluso si está disponible para la fe, considerara la antigua palabra del mensaje cristiano como la palabra siempre actual de la alianza siempre "nueva" de Dios con el hombre; Él, por lo tanto, que se cría a menudo obligado a vivir contemporáneamente en dos mundos, en el pasado, al que lo dirigió la fe, y, en el presente, en el que se colocó por su profesión.
Del mismo modo parecía duplicado el escándalo de la fe: era lo suficientemente difícil para el hombre dejarse elevar, por encima de lo terrenal, en el mundo de Dios; a ésto se le añadió la impresión de hacerlo sólo si èl, al mismo tiempo, adhería a una forma un tanto anacrónica de ver y de pensar la historia terrena y su realidad. La esperanza particular, que surgió a partir de la palabra "aggiornamento" y golpeó los corazones en forma tan emocionante, que era precisamente la hizo disolver este anacronismo y el doble escándalo de la fe, basada en él.

El concilio, de acuerdo con esta idea inicial, quería ayudar a superar el segundo escándalo. Lo hizo, tratando de dar a la liturgia una forma más clara y comprensible; se esforzó por distinguir en la Iglesia lo esencial de lo accesorio y de proveer, en correspondencia, también una adaptación de estos criterios en la Constitución sobre la Iglesia; finalmente intentó, en la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, tocar los problemas específicos del hombre moderno y de traer en su situación, sea la misión que la esperanza cristiana. En este trabajo, el concepto de "mundo" se colocó, obviamente, en el centro de las reflexiones.

Incluso antes del concilio, se había extendido la idea de que el cristiano de hoy debería ser "abierto al mundo". Si esta solicitud, en un primer momento, se presentó como una actitud moral, pronto se sumergió en la ontología; La fe cristiana se basa en dirigirse al mundo, por parte de Dios, que, en la encarnación, fue liberado de su magnificencia y se hizo hombre, y, por lo tanto, también "mundo". La moderna secularización del mundo no sería sólo un producto práctico de la fe cristiana en la creación y en la encarnación, sino que correspondería, en principio, también a su orientación esencial. El cristiano debe querer al mundo como algo mundano (y no sagrado, de luminoso y de divinizado) para permanecer fiel al encargo dado por por Dios que creó el mundo como mundo y ha roto en Cristo los lazos sagrados, sustituyendo, con su vida y su sufrimiento, el culto del templo, colocando, en lugar de los sacramentos del templo, a los servidores de la palabra y de la alegría.

Con la idea de mundo se asociaba el concepto de historicidad: un mundo sólo puede existir en el tiempo. Por lo tanto, la época actual sería el verdadero signo de Dios. Debería penetrar en el hoy, por lo tanto, el que quiere leer los signos de Dios; una temporalidad como magnitud abierta sería una expresión del hecho de que un mundo no existe como algo ya presente hasta ahora, sino sólo como una magnitud que debe crearse; ésto definiría al hombre, su llamado a existir y a crear. Desde aquí, el "mundo contemporáneo" se convirtió en el leitmotiv de este amplísimo texto conciliar, que intentó una nueva determinación espacial de lo que es cristiano.

Su dilema consistía no sólo en el hecho de que el mundo contemporáneo es una magnitud extremadamente compleja, difícilmente compendiable en una definición. El texto conciliar compartiá esta dificultad con cada persona, que como sociólogo, psicólogo o futurólogo trata de hacer afirmaciones sobre la orientación global del mundo contemporáneo y el futuro. Además de éso, el documento también tuvo que poner en relación esta inmensa estructura con las constantes de la tradición cristiana; desde aquí, entonces, tuvo que ayudar al hombre a orientarse, a tomar decisiones verdaderamente desafiantes para el futuro. El optimismo de la teología de la secularización se enfrentaron aquí duramente con las palabras de la Escritura que hablan del mundo en términos muy diferentes. Si muchos estaban dispuestos a juzgar la actitud errónea hasta ahora asumida por la historia cristiana o, al menos, a considerarla meramente vinculada a su tiempo, surgía, en cambio, un problema sobre el que no podía simplemente sobrevolar quien quería mantenerse firme en la fe de los apóstoles.

Las siguientes consideraciones fueron escritas en medio de este conflicto; ellas querían, y quieren, en primer lugar, ayudar a clarificar los conceptos, y luego también contribuir a iluminar el pensamiento, la fe, la acción.

I. ¿Qué significa "mundo"?

Si queremos llegar a una respuesta, que no admite desde el principio cada tipo de nebulosidad y acríticamente se ponga al servicio de 'deseos' de moda - en lugar de contribuir a la purificación crítica de estos deseos - será necesario buscar, en primer lugar, conceptos claros. Por lo tanto, la primera pregunta debe ser: ¿qué significa realmente el término "mundo"? La oscuridad que se esconde aquí atrás es, sin duda, uno de los puntos principales al origen de muchos malentendidos, que corresponden a nuestra pregunta. Una mirada más cercana muestra que el concepto de "mundo" (en relación con el problema de "Cristo y el mundo") consiste en niveles muy heterogéneos. Entre aquéllos en los que se manifiesta se pueden destacar cuatro.

1. En primer lugar, mundo simplemente puede indicar el cosmos existente, la realidad no hecha por el hombre, sino la realidad extrahumana en él ya existente. Si tomamos como base este sentido, el problema de la actitud cristiana hacia el mundo está claramente resuelto. El cristiano, en efecto, ve el cosmos que se nos presenta como una buena creación de Dios y, por lo tanto, como una idea convertida en imagen de, como plenitud de Dios hacia el exterior; en ella él se encuentra con su Creador. Sobre la base de la fe en la creación,  esta realidad es vista, al mismo tiempo, como un proyecto; en el relato bíblico de la creación, la formación del hombre está unida al comando someter la tierra (Gen 1:28); el mundo creado está asignado al hombre, no sólo como objeto de contemplación, sino como campo de su proyecto. Lo que viene de la conciencia y de la mente de Dios, también debe ser penetrado por la conciencia y por el pensamiento humana y así ser llevado a su interpretación espiritual plena.

Se podría, por supuesto, parar aquí e investigar si la cristiandad realmente ha llevado hacia adelante,  en relación con el mundo, este ethos ofrecido a ella por la fe en la creación de los dos Testamentos, que tenía en sí algo de verdaderamente revolucionario respecto del ethos griego. A pesar de todo su entusiasmo cósmico, el hombre griego no concibe, para nada, como un todo espiritual, sino como materia; aunque formado por ideas, lo ve en sus entidad material, como no-espíritu, ajeno por esencia al espíritu, al igual que el antagonista del espíritu. Por esta razón, el pensamiento griego no conoce un dios creador, sino sólo un dios menor, el "demiurgo", que da forma a la materia. Dios no se ensucia las manos personalmente con el mundo.
Deriva de ello la evaluación negativa del trabajo, característica de los antiguos; así como ante los dioses, así ante los hombres el trabajo sólo puede ser tarea de las estratos inferiores. Al hombre libre, en cambio, al igual que la máxima deidad, conviene dedicarse sólo a la contemplación melancólica de la verdad eterna. Toda la grandeza de la revolución cristiana, por el contrario, se manifiesta en el Evangelio de Juan, cuando Jesús, en defensa de su "trabajo" en el día de sábado, se refiere al Padre, al Dios Creador, que "sigue actuando y también yo actúo"  (Jn 5:17). Aquí atrás hay una realidad que para los antiguos, al final, fue un escándalo incomprensible, el hecho de que Cristo, reconocido por la fe como el Hijo de Dios, viviera en el mundo como el hijo de un obrero (tekton), fuera como obrero (Mc 6,3, ver. Mt 13:55) y por esta razón, fue despreciado por su propio pueblo.

Pero ahora tenemos que seguir preguntándonos cuánto tiempo pasó antes de que la cristiandad entendiera qué cambio de valores había ocurrido aquí . Era necesario el empuje desde el exterior, lo que, al final, se encontró alimento en las nuevas realidades que venían de la fe: el empuje que surge del mundo científico y obrero de los siglos XIX y XX. En este contexto, por otro lado, también debe recordar que la relación científica con el mundo, que han desarrollado las ciencias naturales, tenía que conquistar el terreno en oposición a la imagen histórica de la fe, pero, al mismo tiempo, no sería concebible sin la transformación de la comprensión del mundo, hecha por la fe. Dado que sólo el mundo, que no está lleno de la divinidad, sino como una cosa creada es de por sí sólo el mundo, sólo un mundo en el que el sol y la luna ya no son más divinos señores del universo, sino sólo de las luminarias, colocadas en el cielo por Creador (Gn 1,14-18), sólo un mundo, que deriva en su totalidad desde el Logos, y que, por lo tanto, todo es "lógico", podía ser el punto de partida de una investigación científica y positiva sobre el mundo, que ha desarrollado , no es sorprendente, en los países de la matriz cristiana. Pero cuánto terreno ha tomado también aquí la cristiandad en lo que se refiere a sí misma!




Fraternamente CaterinaLD

"Siamo mendicanti e chiediamo agli altri anche le loro idee, come la staffetta della posta che riceve il documento dalle mani di uno e poi corre per darlo ad un altro. Faccio una timida parafrasi delle parole di chi ci ha preceduto nel cammino della fede, per annunciarle ad altri."
(fr. Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP
Maestro dell’Ordine)