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VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA (26-28 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

Ultimo Aggiornamento: 11/07/2013 19:49
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VIAJE APOSTÓLICO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA REPÚBLICA CHECA
(26-28 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

ENCUENTRO DEL PAPA CON LOS PERIODISTAS
DURANTE EL VUELO HACIA LA REPÚBLICA CHECA

Sábado 26 de septiembre de 2009





Primera pregunta: Como usted dijo en el Ángelus del domingo pasado, la República Checa se encuentra, no sólo geográficamente, sino también históricamente en el corazón de Europa. ¿Quiere explicarnos mejor este "históricamente", y decirnos cómo y por qué piensa que esta visita puede ser significativa para el continente en su conjunto, en su camino cultural, espiritual y quizá también político, de construcción de la Unión Europea?

R. – En todos los siglos, la República Checa, el territorio de la República Checa, ha sido lugar de encuentro de culturas. Comencemos por el siglo IX: por una parte, en Moravia, tenemos la gran misión de los hermanos Cirilo y Metodio, que de Bizancio traen la cultura bizantina, pero crean una cultura eslava, con los caracteres cirílicos y con una liturgia en lengua eslava; por otra parte, en Bohemia, las diócesis vecinas de Ratisbona y Passau llevan el Evangelio en latín, y gracias a los lazos con la cultura romano-latina, se encuentran así las dos culturas. Todo encuentro es difícil, pero también fecundo. Se podría mostrar fácilmente con este ejemplo. Doy un gran salto: en el siglo XIV Carlos IV crea aquí, en Praga, la primera universidad del centro de Europa. La universidad es de por sí un lugar de encuentro de culturas; en este caso, se convierte además en un lugar de encuentro entre la cultura eslava y la de lengua alemana. Al igual que en el siglo y en los tiempos de la Reforma, precisamente en este territorio, los encuentros y enfrentamientos se vuelven fuertes y duros, como todos sabemos.

Doy ahora un salto hasta nuestro presente: en el siglo pasado, la República Checa sufrió bajo una dictadura comunista particularmente rigurosa, pero también tuvo una resistencia, tanto católica como laica, muy notable. Pienso en los escritos de Václav Havel, del cardenal Vlk; en personalidades como el cardenal Tomásek, que realmente han transmitido a Europa un mensaje de lo que es la libertad y de cómo debemos vivir y trabajar en la libertad. Y pienso que de este encuentro de culturas a lo largo de los siglos, y precisamente de esta última fase de reflexión, y no sólo, sino también de sufrimiento por un concepto nuevo de libertad y de sociedad libre, proceden muchos mensajes importantes para nosotros, que pueden y deben ser fecundos para la construcción de Europa. Debemos estar muy atentos al mensaje de este país.

P. – Han pasado veinte años desde la caída de los regímenes comunistas en el este de Europa; Juan Pablo II, al visitar los diferentes países que salían del comunismo, los alentaba a utilizar con responsabilidad la libertad recobrada. ¿Cuál es hoy su mensaje para los pueblos de Europa oriental en esta nueva fase histórica?

R. – Como decía, estos países sufrieron particularmente bajo la dictadura, pero en el sufrimiento también maduraron conceptos de libertad que son actuales y que ahora deben seguir siendo elaborados y realizados. Pienso, por ejemplo, en un texto de Václav Havel, que dice: "La dictadura se basa en la mentira y si se superara la mentira, si nadie mintiera ya y si saliera a la luz la verdad, también habría libertad". De este modo elaboró este nexo entre verdad y libertad, en el que la libertad no es libertinaje, arbitrariedad, sino que está unida y condicionada por los grandes valores de la verdad, el amor, la solidaridad y el bien en general. Creo que estos conceptos, estas ideas maduradas en el tiempo de la dictadura no deben perderse: ahora debemos volver a reflexionar sobre ellos. Ante la libertad a menudo algo vacía y sin valores, hay que reconocer nuevamente que libertad y valores, libertad y bien, libertad y verdad, van juntos; de lo contrario, se destruye también la libertad. Me parece que este es el mensaje que viene de estos países y que debe actualizarse en este momento.

P. – Santidad, la República Checa es un país sumamente secularizado en el que la Iglesia católica es una minoría. En esta situación, ¿cómo puede contribuir eficazmente la Iglesia al bien común del país?

R. – Yo diría que normalmente son las minorías creativas las que determinan el futuro y, en este sentido, la Iglesia católica debe comprenderse como minoría creativa que tiene una herencia de valores que no son algo del pasado, sino una realidad muy viva y actual. La Iglesia debe actualizar, estar presente en el debate público, en nuestra lucha por un auténtico concepto de libertad y de paz. Así puede contribuir en diferentes sectores. Yo diría que el primero es precisamente el diálogo intelectual entre agnósticos y creyentes. Ambos se necesitan mutuamente: el agnóstico no puede estar contento sin saber si Dios existe o no, debe estar en búsqueda y percibir la gran herencia de la fe; el católico no puede contentarse con tener fe, debe estar en búsqueda de Dios, más aún, en el diálogo con los demás debe volver a conocer a Dios de manera más profunda. Este es el primer nivel: el gran diálogo intelectual, ético y humano. Luego, en el sector educativo, la Iglesia tiene mucho que hacer y que dar, en lo que se refiere a la formación. En Italia hablamos del problema de la emergencia educativa. Es un problema común a todo Occidente: aquí, de nuevo, la Iglesia tiene que actualizar, concretar, abrir su gran herencia al futuro. Un tercer sector es la Cáritas. La Iglesia siempre ha tenido como signo de su identidad salir en ayuda de los pobres, ser instrumento de la caridad. La Cáritas en la República Checa hace muchísimo en las diferentes comunidades, en las situaciones de necesidad, y ofrece mucho también a la humanidad que sufre en los distintos continentes, dando así un ejemplo de responsabilidad para los demás, de solidaridad internacional, que es también condición de la paz.

P. – Santidad, su última encíclica "Caritas in veritate" ha tenido un amplio eco en el mundo. ¿Cómo evalúa este eco? ¿Ha quedado satisfecho? ¿Piensa que la crisis mundial reciente es efectivamente una oportunidad para que la humanidad esté más dispuesta a reflexionar sobre la importancia de los valores morales y espirituales, a afrontar los grandes problemas de su futuro? La Iglesia, ¿seguirá ofreciendo orientaciones en este sentido?

R. – Estoy muy contento de este gran debate. Este era precisamente el objetivo: incentivar y motivar un debate sobre estos problemas, no dejar que las cosas siguieran como estaban, sino encontrar nuevos modelos para una economía responsable, tanto en los diferentes países, como para toda la humanidad unificada. Me parece que hoy se puede constatar que la ética no es algo exterior a la economía, la cual como una técnica podría funcionar por sí misma, sino que es un principio interior de la economía, la cual no funciona si no tiene en cuenta los valores humanos de la solidaridad, las responsabilidades recíprocas, y si no integra la ética en la construcción de la economía misma: es el gran desafío de este momento. Espero haber contribuido con la encíclica a afrontar este desafío. El debate actual me parece alentador. Ciertamente, queremos seguir respondiendo a los desafíos actuales y ayudando para que el sentido de responsabilidad sea más fuerte que la voluntad de lucro, que la responsabilidad respecto a los demás sea más fuerte que el egoísmo; en este sentido, queremos contribuir a una economía humana también en el futuro.

P. – Y para concluir, una pregunta algo más personal: en verano, usted sufrió un pequeño accidente en la muñeca. ¿Lo ha superado totalmente? ¿Ha podido reanudar plenamente su actividad y ha podido trabajar también en la segunda parte de su libro sobre Jesús, como deseaba?

R. – Todavía no está totalmente superado, pero, como podéis ver, uso la mano derecha y puedo hacer lo esencial: puedo comer y, sobre todo, puedo escribir. Mi pensamiento se desarrolla sobre todo escribiendo; por este motivo, para mí ha sido realmente un sufrimiento, una escuela de paciencia, no poder escribir durante seis semanas. De todos modos, he podido trabajar, leer y hacer otras cosas, y he podido avanzar algo en el libro. Pero aún me queda mucho por hacer. Creo que, con la bibliografía y todo lo que queda podría terminarlo —Deo adiuvante— en la próxima primavera. ¡Pero se trata de una esperanza!


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VIAJE APOSTÓLICO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA REPÚBLICA CHECA
(26-28 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Aeropuerto internacional Stará Ruzyně - Praga
Sábado 26 de septiembre de 2009

Señor presidente;
señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado;
excelencias;
señoras y señores:

Es para mí una gran alegría estar hoy aquí, con vosotros, en la República Checa y estoy profundamente agradecido a todos por la cordialidad de vuestra bienvenida. Doy las gracias al presidente, Václav Klaus, por la invitación que me hizo para visitar el país y por sus cordiales palabras. Me honra la presencia de las autoridades civiles y políticas, a quienes extiendo mi saludo, junto a todo el pueblo checo. Al estar aquí, en primer lugar, para visitar a las comunidades católicas de Bohemia y Moravia, expreso un saludo cordial y fraterno al cardenal Vlk, arzobispo de Praga; a monseñor Graubner, arzobispo de Olomouc y presidente de la Conferencia episcopal checa, y a todos los obispos y fieles presentes. Me ha impresionado particularmente el gesto de la joven pareja que me ha traído dones típicos de la cultura de esta nación, junto a la ofrenda de un poco de vuestra tierra. Ello me recuerda cuán profundamente está impregnada del cristianismo la cultura checa, pues estos elementos del pan y de la sal tienen un significado especial entre las imágenes del Nuevo Testamento.

Si toda la cultura europea ha sido plasmada profundamente por la herencia cristiana, esto es verdad especialmente en las tierras checas, porque, gracias a la acción misionera de san Cirilo y san Metodio en el siglo IX, la antigua lengua eslava se puso por primera vez por escrito. Apóstoles de los pueblos eslavos y fundadores de su cultura, con razón se los venera como patronos de Europa. Y además es digno de mención el hecho de que estos dos grandes santos de la tradición bizantina encontraron aquí misioneros procedentes del Occidente latino.

En su historia, este territorio situado en el corazón del continente europeo, en la encrucijada de norte y sur, este y oeste, ha sido un punto de encuentro de pueblos, tradiciones y culturas diversos. No se puede negar que ello ha causado a veces fricciones; sin embargo, a largo plazo se ha revelado un encuentro fructífero. De aquí el significativo papel que las tierras checas han desempeñado en la historia intelectual, cultural y religiosa de Europa, a veces como un campo de batalla, con mayor frecuencia como un puente.

En los próximos meses se recordará el vigésimo aniversario de la "Revolución de terciopelo", que felizmente puso fin, de manera pacífica, a una época particularmente dura para este país, una época en la que la circulación de ideas y de movimientos culturales estaba severamente controlada. Me uno a vosotros y a vuestros vecinos en la acción de gracias por vuestra liberación de aquellos regímenes opresivos. Si la caída del muro de Berlín marcó una divisoria en la historia mundial, esto es aún más cierto para los países de Europa central y oriental, a los que permitió asumir el lugar que les corresponde en el concierto de las naciones, en calidad de actores soberanos.

Sin embargo, no se debe subestimar el coste de cuarenta años de represión política. Una tragedia particular para esta tierra fue el intento despiadado por parte del Gobierno de aquel tiempo de silenciar la voz de la Iglesia. En el curso de vuestra historia, desde el tiempo de san Wenceslao, santa Ludmila y san Adalberto, hasta el de san Juan Nepomuceno, ha habido mártires valientes cuya fidelidad a Cristo se hizo oír con voz más clara y elocuente que la de sus asesinos. Este año se recuerda el cuadragésimo aniversario de la muerte del siervo de Dios cardenal Josef Beran, arzobispo de Praga. Deseo rendirle homenaje a él y a su sucesor, el cardenal Frantisek Tomásek, a quien tuve el privilegio de conocer personalmente, por su indómito testimonio cristiano ante la persecución. Ellos, y otros innumerables y valientes sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres, mantuvieron viva la llama de la fe en este país. Ahora que se ha recuperado la libertad religiosa hago un llamamiento a todos los ciudadanos de esta República, a fin de que redescubran las tradiciones cristianas que han plasmado su cultura y exhorto a la comunidad cristiana a seguir haciendo oír su voz mientras la nación afronta los desafíos del nuevo milenio. "Sin Dios el hombre no sabe adónde ir ni tampoco logra entender quién es" (Caritas in veritate, 78). La verdad del Evangelio es indispensable para una sociedad próspera, porque nos abre a la esperanza y nos permite descubrir nuestra inalienable dignidad de hijos de Dios.

Señor presidente, conozco su deseo de que se reconozca a la religión un papel mayor en los asuntos del país. La bandera presidencial que ondea en el castillo de Praga tiene como lema "La Verdad vence" ("Pravda Vítezí"): tengo la firme esperanza de que la luz de la verdad seguirá guiando a esta nación, tan bendecida a lo largo de su historia con el testimonio de grandes santos y mártires. En esta edad de la ciencia es significativo recordar el ejemplo de Juan Gregorio Mendel, el abad agustino de Moravia cuyas pioneras investigaciones pusieron los cimientos de la genética moderna. Ciertamente a él no se le habría dirigido el reproche de su patrono, san Agustín, quien lamentaba que muchos "se inclinan más a admirar los hechos que a buscar sus causas" (Epistula 120, 5; cf. Juan Pablo II, Discurso en la conmemoración del abad Gregorio Mendel en el primer centenario de su muerte, 10 de marzo de 1984, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de agosto de 1984, p. 6). Se sirve mejor al progreso auténtico de la humanidad precisamente desde esa convergencia entre sabiduría de la fe e intuición de la razón. Que el pueblo checo disfrute siempre de los beneficios de esta feliz síntesis.

Sólo me queda renovaros mi agradecimiento a todos y deciros cuánto he esperado pasar estos días en la República Checa, a la que vosotros llamáis con sano orgullo "Tierra checa, casa mía" ("zeme Ceská, domov muj"). ¡Gracias, de corazón!


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VIAJE APOSTÓLICO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA REPÚBLICA CHECA
(26-28 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

VISITA AL "NIÑO JESÚS DE PRAGA"

SALUDO DEL SANTO PADRE

Iglesia de Santa María de la Victoria de Praga
Sábado 26 de septiembre de 2009



Señores cardenales;
señor alcalde y distinguidas autoridades;
queridos hermanos y hermanas;
queridos niños:

Dirijo a todos mi cordial saludo y manifiesto mi alegría por visitar esta iglesia, dedicada a santa María de la Victoria, donde se venera la imagen del Niño Jesús, conocida en todas partes como el "Niño de Praga". Agradezco a monseñor Jan Graubner, presidente de la Conferencia episcopal, sus palabras de bienvenida en nombre de todos los obispos. Dirijo un deferente saludo al alcalde y a las demás autoridades civiles y religiosas, que han querido estar presentes en este encuentro. Os saludo a vosotras, queridas familias, que habéis venido a mi encuentro tan numerosas.

La imagen del Niño Jesús lleva inmediatamente a pensar en el misterio de la Encarnación, en el Dios omnipotente que se hizo hombre y vivió treinta años en la humilde familia de Nazaret, confiado por la Providencia a la solícita custodia de María y de José. El pensamiento se dirige a vuestras familias y a todas las familias del mundo, a sus alegrías y a sus dificultades. A la reflexión unimos la oración, invocando del Niño Jesús el don de la unidad y de la concordia para todas las familias. Pensamos especialmente en las familias jóvenes, que deben esforzarse tanto para dar a sus hijos seguridad y un futuro digno. Oramos por las familias en dificultad, probadas por la enfermedad y el dolor, por las que están en crisis, desunidas o desgarradas por la discordia y la infidelidad. A todas las encomendamos al Santo Niño de Praga, sabiendo cuán importante es su estabilidad y su concordia para el verdadero progreso de la sociedad y para el futuro de la humanidad.

La imagen del Niño Jesús, con la ternura de su infancia, nos permite además percibir la cercanía de Dios y su amor. Comprendemos lo preciosos que somos a sus ojos porque, precisamente gracias a él, nos hemos convertido a nuestra vez en hijos de Dios. Todo ser humano es hijo de Dios y por lo tanto hermano nuestro y, como tal, debe ser acogido y respetado. Que nuestra sociedad comprenda esta realidad. Entonces cada persona sería valorada no por lo que tiene, sino por lo que es, pues en el rostro de cada ser humano, sin distinción de raza ni de cultura, brilla la imagen de Dios.

Esto vale sobre todo para los niños. En el Santo Niño de Praga contemplamos la belleza de la infancia y la predilección que Jesucristo siempre manifestó hacia los pequeños, como leemos en el Evangelio (cf. Mc 10, 13-16). ¡Cuántos niños, en cambio, no son amados ni acogidos ni respetados! ¡Cuántos son víctimas de la violencia y de toda forma de explotación por parte de personas sin escrúpulos! Que se reserve a los menores el respeto y la atención que se les debe: los niños son el futuro y la esperanza de la humanidad.

Deseo ahora dirigiros unas palabras en particular a vosotros, queridos niños, y a vuestras familias. Habéis venido en gran número a encontraros conmigo y os lo agradezco de corazón. Vosotros, que sois los predilectos del corazón del Niño Jesús, corresponded a su amor y, siguiendo su ejemplo, sed obedientes, amables y caritativos. Aprended a ser, como él, el consuelo de vuestros padres. Sed verdaderos amigos de Jesús y recurrid a él siempre con confianza. Rezadle por vosotros mismos, por vuestros padres, familiares, maestros y amigos, y rezadle también por mí. Gracias de nuevo por vuestra acogida y de corazón os bendigo, mientras invoco sobre todos la protección del Santo Niño Jesús, de su Madre Inmaculada y de san José.


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VIAJE APOSTÓLICO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA REPÚBLICA CHECA
(26-28 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES CIVILES
Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE*

Palacio presidencial de Praga - Sala Española
Sábado 26 de septiembre de 2009



Excelencias;
señoras y señores:

Os agradezco la oportunidad que me habéis brindado de encontrarme, en este marco extraordinario, con las autoridades políticas y civiles de la República Checa y con los miembros del Cuerpo diplomático. Doy las gracias al señor presidente Klaus por las amables palabras de saludo que ha pronunciado en vuestro nombre. Asimismo, expreso mi aprecio a la Orquesta Filarmónica Checa por la ejecución musical con que se ha abierto nuestro encuentro, y que ha manifestado de modo elocuente tanto las raíces de la cultura checa como la importante contribución que ha dado esta nación a la cultura europea.

Mi visita pastoral a la República Checa coincide con el vigésimo aniversario de la caída de los regímenes totalitarios en el centro y el este de Europa, y de la "Revolución de terciopelo", que restableció la democracia en esta nación. La euforia que siguió se manifestó en términos de libertad. A dos decenios de distancia de los profundos cambios políticos que transformaron este continente, el proceso de saneamiento y reconstrucción continúa, actualmente dentro del contexto más amplio de la unificación europea y de un mundo cada vez más globalizado.

Las aspiraciones de los ciudadanos y las expectativas puestas en los gobiernos exigían nuevos modelos en la vida pública y de solidaridad entre naciones y pueblos, sin los cuales el futuro de justicia, paz y prosperidad, durante largo tiempo esperado, habría quedado sin respuesta. Esos deseos siguen desarrollándose. Hoy, especialmente entre los jóvenes, se plantea de nuevo el interrogante sobre la naturaleza de la libertad conquistada. ¿Por cuál objetivo se vive en libertad? ¿Cuáles son sus auténticos rasgos distintivos?

Cada generación tiene la tarea de comprometerse desde el principio en la ardua búsqueda de cómo ordenar rectamente las realidades humanas, esforzándose por comprender el uso correcto de la libertad (cf. Spe salvi, 25). El deber de reforzar las "estructuras de libertad" es fundamental, pero nunca resulta suficiente: las aspiraciones humanas se elevan más allá de las personas mismas, más allá de lo que cualquier autoridad política o económica puede ofrecer, hacia la esperanza luminosa (cf. ib., 35) que tiene su origen más allá de nosotros mismos y, sin embargo, se manifiesta en nuestro interior como verdad, belleza y bondad.

La libertad busca un objetivo y por eso exige una convicción. La verdadera libertad presupone la búsqueda de la verdad —del verdadero bien— y, por lo tanto, encuentra su realización precisamente en conocer y hacer lo que es recto y justo. En otras palabras, la verdad es la norma-guía para la libertad, y la bondad es su perfección.

Aristóteles definió el bien como "aquello a lo que tienden todas las cosas", y llegó a sugerir que "aunque sea digno conseguir el fin incluso sólo para un hombre, sin embargo es más bello y más divino conseguirlo para una nación o para una polis" (Ética Nicomáquea, 1; cf. Caritas in veritate, 2). En verdad, la alta responsabilidad de mantener despierta la sensibilidad ante la verdad y el bien recae sobre cualquiera que desempeñe el papel de guía: en el campo religioso, político o cultural, cada uno según su modo propio. Juntos debemos comprometernos en la lucha por la libertad y en la búsqueda de la verdad: ambas van juntas, mano a mano, o juntas perecen miserablemente (cf. Fides et ratio, 90).

Para los cristianos la verdad tiene un nombre: Dios. Y el bien tiene un rostro: Jesucristo. La fe cristiana, desde la época de san Cirilo y san Metodio y de los primeros misioneros, ha desempeñado en realidad un papel decisivo al plasmar la herencia espiritual y cultural de este país. Debe ser lo mismo en el presente y en el futuro. El rico patrimonio de valores espirituales y culturales, que se expresan los unos a través de los otros, no sólo ha dado forma a la identidad de esta nación, sino que también la ha dotado de la perspectiva necesaria para desempeñar un papel de cohesión en el corazón de Europa. Durante siglos esta tierra ha sido punto de encuentro entre pueblos, tradiciones y culturas diversas. Como bien sabemos, ha vivido capítulos dolorosos y lleva las cicatrices de los trágicos sucesos causados por la incomprensión, la guerra y las persecuciones. Con todo, también es verdad que sus raíces cristianas han favorecido el crecimiento de un considerable espíritu de perdón, reconciliación y colaboración, que ha permitido a la gente de estas tierras recuperar la libertad e inaugurar una nueva era, una nueva síntesis, una renovada esperanza. ¿No es precisamente este espíritu lo que necesita la Europa de hoy?

Europa es más que un continente. ¡Es una casa! Y la libertad encuentra su significado más profundo en ser una patria espiritual. En el pleno respeto de la distinción entre las esferas política y religiosa —distinción que garantiza la libertad de los ciudadanos de expresar su propio credo religioso y de vivir en sintonía con él— deseo destacar el papel insustituible del cristianismo para la formación de la conciencia de cada generación y para la promoción de un consenso ético de fondo, al servicio de toda persona que a este continente lo llama "casa".

Con este espíritu, reconozco la voz de cuantos hoy, en este país y en Europa, tratan de aplicar su fe, de modo respetuoso pero decidido, en el ámbito público, esperando que las normas sociales y las líneas políticas se inspiren en el deseo de vivir según la verdad que hace libre a todo hombre y mujer (cf. Caritas in veritate, 9).

La fidelidad a los pueblos que servís y representáis requiere la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de la libertad y del desarrollo humano integral (cf. ib., 9). En efecto, la valentía de presentar claramente la verdad es un servicio a todos los miembros de la sociedad, pues ilumina el camino del progreso humano, indica sus fundamentos éticos y morales, y garantiza que las directrices políticas se inspiren en el tesoro de la sabiduría humana. La atención a la verdad universal no debería ser nunca eclipsada por intereses particulares, por muy importantes que sean, porque ello conduciría únicamente a nuevos casos de fragmentación social o discriminación, que precisamente esos grupos de interés o de presión declaran que quieren superar. En efecto, la búsqueda de la verdad, lejos de amenazar la tolerancia de las diferencias o el pluralismo cultural, hace posible el consenso y permite al debate público mantenerse lógico, honrado y responsable, asegurando la unidad que las vagas nociones de integración sencillamente no son capaces de realizar.

Confío en que, a la luz de la tradición eclesial acerca de la dimensión material, intelectual y espiritual de las obras de caridad, los miembros de la comunidad católica, junto a los de las demás Iglesias, comunidades eclesiales y religiones, sigan persiguiendo, en esta nación y en otras partes, objetivos de desarrollo que posean un valor más humano y humanizador (cf. ib., 9).

Queridos amigos, nuestra presencia en esta magnífica capital, con frecuencia llamada "el corazón de Europa", nos impulsa a preguntarnos en qué consiste este "corazón". Ciertamente, no es fácil responder a esa pregunta, pero no cabe duda de que las joyas arquitectónicas que adornan esta ciudad constituyen un indicio. La asombrosa belleza de sus iglesias, del castillo, de las plazas y de los puentes no pueden menos de orientar nuestras mentes hacia Dios. Su belleza manifiesta fe; son epifanías de Dios que justamente nos permiten considerar las grandes maravillas a las que nosotros, criaturas, podemos aspirar cuando damos expresión a la dimensión estética y cognoscitiva de nuestro ser más profundo. Sería trágico que se admiraran tales ejemplos de belleza, pero ignorando el misterio trascendente que indican.

El encuentro creativo de la tradición clásica con el Evangelio dio vida a una visión del hombre y de la sociedad sensible a la presencia de Dios entre nosotros. Esa visión, al plasmar el patrimonio cultural de este continente, ha puesto claramente de manifiesto que la razón no termina con lo que el ojo ve; más aún, es atraída por lo que está más allá, lo que nosotros profundamente anhelamos: el Espíritu —podríamos decir— de la Creación.

En el contexto de la actual encrucijada de la civilización, con frecuencia marcado por la alarmante escisión de la unidad de bondad, verdad y belleza, y por la consiguiente dificultad para encontrar un consenso sobre los valores comunes, todo esfuerzo por el progreso humano debe inspirarse en aquella herencia viva. Europa, fiel a sus raíces cristianas, tiene una vocación particular a sostener esta visión trascendente en sus iniciativas al servicio del bien común de personas, comunidades y naciones.

De particular importancia es la tarea urgente de animar a los jóvenes europeos mediante una formación que respete y alimente la capacidad, que les dio Dios, de trascender los límites que a veces se supone que deben atraparlos. En los deportes, en las artes creativas y en la investigación académica, los jóvenes tienen la oportunidad de sobresalir. ¿No es igualmente verdad que, si se les presentan altos ideales, aspirarán también a la virtud moral y a una vida basada en el amor y en la bondad? Animo encarecidamente a los padres y responsables de las comunidades que esperan de las autoridades la promoción de los valores capaces de integrar la dimensión intelectual, humana y espiritual en una sólida formación, digna de las aspiraciones de nuestros jóvenes.

"Veritas vincit". Este es el lema de la bandera del presidente de la República Checa: al final, realmente la verdad vence, no con la fuerza, sino gracias a la persuasión, al testimonio heroico de hombres y mujeres de sólidos principios, al diálogo sincero que sabe mirar, más allá de intereses personales, a la necesidad del bien común. La sed de verdad, bondad y belleza, impresa en todos los hombres y mujeres por el Creador, está orientada a impulsar a las personas a buscar juntas la justicia, la libertad y la paz. La historia ha demostrado ampliamente que se puede traicionar y manipular la verdad al servicio de falsas ideologías, de la opresión y de la injusticia.

Sin embargo, ¿los desafíos que debe afrontar la familia humana no nos impulsan a mirar más allá de esos peligros? Al final, ¿qué es más inhumano y destructivo que el cinismo, que quisiera negar la grandeza de nuestra búsqueda de la verdad, y que el relativismo, que corroe los valores mismos que sostienen la construcción de un mundo unido y fraterno? Nosotros, por el contrario, debemos recobrar la confianza en la nobleza y grandeza del espíritu humano por su capacidad de alcanzar la verdad, y dejar que esa confianza nos guíe en el paciente trabajo de la política y la diplomacia.

Señoras y señores, con estos sentimientos os expreso, con mi oración, mis mejores deseos de que vuestro servicio sea inspirado y sostenido por la luz de aquella verdad que es el reflejo de la eterna Sabiduría de Dios Creador. Sobre vosotros y vuestras familias invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


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VIAJE APOSTÓLICO
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A LA REPÚBLICA CHECA
(26-28 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS CON LOS SACERDOTES,
RELIGIOSOS, RELIGIOSAS, SEMINARISTAS
Y MOVIMIENTOS LAICALES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Catedral de San Vito, San Wenceslao y San Adalberto - Praga
Sábado 26 de septiembre de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

Os dirijo a todos el saludo de san Pablo que hemos escuchado en la lectura breve: "Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre". Lo dirijo en primer lugar al cardenal arzobispo, a quien doy las gracias por sus cordiales palabras. Extiendo mi saludo a los demás cardenales y prelados presentes, a los sacerdotes y a los diáconos, a los seminaristas, a los religiosos y a las religiosas, a los catequistas y a los agentes pastorales, a los jóvenes y a las familias, a las asociaciones y a los movimientos eclesiales.

Nos encontramos reunidos esta tarde en un lugar muy querido por vosotros, que es signo visible de la fuerza de la gracia divina que actúa en el corazón de los creyentes. En efecto, la belleza de este templo milenario es testimonio vivo de la rica historia de fe y de tradición cristiana de vuestro pueblo; una historia iluminada, en particular, por la fidelidad de quienes han sellado su adhesión a Cristo y a la Iglesia con el martirio. Pienso en las figuras de los santos Wenceslao, Adalberto y Juan Nepomuceno, piedras miliares del camino de vuestra Iglesia, a los que se suman los ejemplos del joven san Vito, que prefirió el martirio antes que traicionar a Cristo, del monje san Procopio y de santa Ludmila. Pienso en la vicisitudes de dos arzobispos de esta Iglesia particular en el siglo pasado, los cardenales Josef Beran y Frantisek Tomásek, y de numerosos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, que resistieron con heroica firmeza a la persecución comunista, llegando incluso al sacrificio de su vida. ¿De dónde sacaron la fuerza estos valientes amigos de Cristo sino del Evangelio? Sí. Se dejaron conquistar por Jesús, que dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16, 24). En la hora de la prueba oyeron resonar en el corazón esta otra afirmación suya: "Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20).

El heroísmo de los testigos de la fe recuerda que sólo el conocimiento personal y la unión profunda con Cristo proporcionan la energía espiritual para realizar plenamente la vocación cristiana. Sólo el amor de Cristo hace eficaz la acción apostólica, sobre todo en los momentos de dificultad y de prueba. El amor a Cristo y a los hermanos debe ser la característica de todo bautizado y de toda comunidad. En los Hechos de los Apóstoles leemos que "la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32). Y Tertuliano, un autor de los primeros siglos, escribió que los paganos se maravillaban ante el amor que unía a los cristianos (cf. Apologeticum, XXXIX).

Queridos hermanos y hermanas, imitad al divino Maestro, que "no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45). Que el amor resplandezca en todas vuestras parroquias y comunidades, en las distintas asociaciones y movimientos. Que vuestra Iglesia, según la imagen de san Pablo, sea un cuerpo bien estructurado, que tenga a Cristo por Cabeza, y en el que cada miembro actúe en armonía con el todo. Alimentad el amor a Cristo con la oración y la escucha de su palabra; nutríos de él en la Eucaristía y sed, con su gracia, artífices de unidad y de paz en todos los ambientes.

Vuestras comunidades cristianas, tras el largo invierno de la dictadura comunista, volvieron a expresarse libremente hace veinte años cuando vuestro pueblo, con los acontecimientos que comenzaron con la manifestación estudiantil del 17 de noviembre de 1989, recobró su libertad. Pero notáis que tampoco hoy es fácil vivir y testimoniar el Evangelio. La sociedad lleva todavía las heridas causadas por la ideología atea, y a menudo se siente fascinada por la mentalidad moderna del consumismo hedonista, con una peligrosa crisis de valores humanos y religiosos, y la deriva de un creciente relativismo ético y cultural. En este contexto urge un compromiso renovado de todos los componentes eclesiales para reforzar los valores espirituales y morales en la vida de la sociedad actual.

Sé que vuestras comunidades ya están comprometidas en numerosos frentes, en particular en el ámbito caritativo con la Cáritas. Vuestra actividad pastoral ha de abrazar con particular celo el campo de la educación de las nuevas generaciones. Las escuelas católicas deben promover el respeto al hombre; es necesario prestar atención a la pastoral juvenil también fuera del ámbito escolar, sin descuidar los demás grupos de fieles. Cristo es para todos. Deseo de corazón un entendimiento cada vez mayor con las demás instituciones, tanto públicas como privadas. Las Iglesia —siempre es útil repetirlo— no pide privilegios, sino sólo poder trabajar libremente al servicio de todos y con espíritu evangélico.

Queridos hermanos y hermanas, el Señor os conceda ser como la sal de la que habla el Evangelio, la sal que da sabor a la vida, para ser obreros fieles en la viña del Señor. En primer lugar, os corresponde a vosotros, queridos obispos y sacerdotes, trabajar incansablemente por el bien de cuantos han sido confiados a vuestra solicitud. Inspiraos siempre en la imagen evangélica del buen Pastor, que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, las conduce a un lugar seguro y está dispuesto a dar su vida por ellas (cf. Jn 10, 1-19).

Queridas personas consagradas, con la profesión de los consejos evangélicos recordáis el primado que Dios debe tener en la vida de todo ser humano y, viviendo en fraternidad, testimoniáis cuán enriquecedora es la práctica del mandamiento del amor (cf. Jn 13, 34). Fieles a esta vocación, ayudaréis a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a dejarse conquistar por Dios y por el Evangelio de su Hijo (cf. Vita consecrata, 104).

Y vosotros, queridos jóvenes, que estáis en los seminarios o en las casas de formación, esforzaos por adquirir una sólida preparación cultural, espiritual y pastoral. Que en este Año sacerdotal, que convoqué para conmemorar el 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars, os sirva de ejemplo la figura de este pastor totalmente entregado a Dios y a las almas, plenamente consciente de que precisamente su ministerio, animado por la oración, era su camino de santificación.

Queridos hermanos y hermanas, este año recordamos con espíritu agradecido al Señor varios aniversarios: el 280° de la canonización de san Juan Nepomuceno; el 80° de la consagración de esta catedral dedicada a san Vito; y el 20° de la canonización de santa Inés de Praga, acontecimiento que anunció la liberación de vuestro país de la opresión atea. Son muchos motivos para proseguir el camino eclesial con alegría y entusiasmo, contando con la intercesión materna de María, Madre de Dios, y de todos vuestros santos protectores. Amén.


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VIAJE APOSTÓLICO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA REPÚBLICA CHECA
(26-28 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

ENCUENTRO ECUMÉNICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Sala del Trono del Arzobispado de Praga
Domingo 27 de septiembre de 2009

(Vídeo)



Señores cardenales;
excelencias;
hermanos y hermanas en Cristo:

Doy gracias al Señor omnipotente por la oportunidad que me brinda de encontrarme con vosotros, los representantes de las distintas comunidades cristianas de este país. Agradezco al doctor Cerný, presidente del Consejo mundial de Iglesias en la República Checa, las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en vuestro nombre.

Queridos amigos, Europa sigue estando sometida a muchos cambios. Es difícil creer que han pasado sólo dos decenios desde que la caída de los anteriores regímenes puso en marcha una difícil pero provechosa transición hacia estructuras políticas más participativas. En este período, los cristianos se han unido a otros hombres de buena voluntad para ayudar a reconstruir un orden político justo, y siguen comprometidos en el diálogo para abrir nuevos caminos hacia el entendimiento mutuo, la colaboración con vistas a la paz y el progreso del bien común.

A pesar de ello, están emergiendo, con formas nuevas, algunos intentos de marginar el influjo del cristianismo en la vida pública, a veces bajo el pretexto de que sus enseñanzas son perjudiciales para el bienestar de la sociedad. Este fenómeno nos impulsa a detenernos a reflexionar. Como sugerí en mi encíclica sobre la esperanza cristiana, la separación artificial del Evangelio de la vida intelectual y pública debería impulsarnos a comprometernos en una recíproca "autocrítica de la edad moderna" y "autocrítica del cristianismo moderno", especialmente por lo que atañe a la esperanza que pueden ofrecer a la humanidad (cf. Spe salvi, 22). Podemos preguntarnos: ¿qué tiene que decir hoy el Evangelio a la República Checa y, más en general, a toda Europa, en un tiempo marcado por la proliferación de distintas concepciones del mundo?

El cristianismo tiene mucho que ofrecer en el ámbito práctico y moral, pues el Evangelio nunca deja de inspirar a hombres y mujeres a ponerse al servicio de sus hermanos y hermanas. Pocos podrían negarlo. Sin embargo, quienes fijan la mirada en Jesús de Nazaret con ojos de fe saben que Dios ofrece una realidad más profunda y, sin embargo, inseparable de la "economía" de la caridad operante en este mundo (cf. Caritas in veritate, 2): él ofrece la salvación.

El término "salvación" encierra muchos significados, pero expresa algo fundamental y universal del anhelo humano de felicidad y plenitud. Alude al deseo ardiente de reconciliación y comunión que brota espontáneamente en lo más profundo del espíritu humano. Es la verdad central del Evangelio y el objetivo hacia el que se dirige todo esfuerzo de evangelización y de solicitud pastoral. Y es el criterio según el cual se guían siempre los cristianos en su esfuerzo por sanar las heridas de las divisiones del pasado.

Con ese fin —como ha notado el doctor Cerný— la Santa Sede organizó en 1999 un Congreso internacional sobre Jan Hus para facilitar el debate sobre la compleja y turbulenta historia religiosa en este país y más en general en Europa (cf. Juan Pablo II, Discurso al Congreso internacional sobre Jan Hus, 1999: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de diciembre de 1999, p. 6). Rezo a fin de que esas iniciativas ecuménicas den fruto no sólo para proseguir el camino de la unidad de los cristianos, sino también para el bien de toda la sociedad europea.

Nos infunde confianza saber que el anuncio, por parte de la Iglesia, de la salvación en Jesucristo es siempre antiguo y siempre nuevo, impregnado de la sabiduría del pasado y lleno de esperanza para el futuro. Cuando Europa escucha la historia del cristianismo, escucha su propia historia. Sus nociones de justicia, libertad y responsabilidad social, juntamente con las instituciones culturales y jurídicas creadas para defender estas ideas y transmitirlas a las futuras generaciones, están plasmadas por su herencia cristiana. En verdad, la memoria del pasado anima sus aspiraciones para el futuro.

De hecho, precisamente por eso los cristianos acuden al ejemplo de figuras como san Adalberto y santa Inés de Bohemia. Su compromiso por difundir el Evangelio se fundaba en la convicción de que los cristianos no deben replegarse en sí mismos, temerosos del mundo, sino más bien compartir con confianza el tesoro de verdades que les ha sido confiado. Del mismo modo los cristianos de hoy, abriéndose a la situación actual y reconociendo todo lo que hay de bueno en la sociedad, deben tener la valentía de invitar a hombres y mujeres a la conversión radical que deriva del encuentro con Cristo e introduce en una nueva vida de gracia.

Desde esta perspectiva, comprendemos más claramente por qué los cristianos tienen el deber de unirse a otros para recordar a Europa sus raíces. No es porque estas raíces se hayan marchitado desde hace tiempo. Al contrario. Es porque siguen proporcionando al continente —de manera tenue pero al mismo tiempo fecunda— el apoyo espiritual y moral que permite entablar un diálogo significativo con personas de otras culturas y religiones. Precisamente porque el Evangelio no es una ideología, no pretende bloquear dentro de esquemas rígidos las realidades sociopolíticas que evolucionan. Más bien, trasciende las vicisitudes de este mundo y arroja nueva luz sobre la dignidad de la persona humana en cada época. Queridos amigos, pidamos al Señor que infunda en nosotros un espíritu de valentía para compartir las eternas verdades salvíficas que han plasmado, y seguirán plasmando, el progreso social y cultural de este continente.

La salvación llevada a cabo por Jesús con su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo, no sólo nos transforma a los que creemos en él, sino que también nos impulsa a compartir esta buena nueva con otros. Que nuestra capacidad de conocer la verdad enseñada por Jesucristo, iluminada por los dones del Espíritu de conocimiento, sabiduría e inteligencia (cf. Is 11, 1-2; Ex 35, 31) nos impulse a trabajar incansablemente en favor de la unidad que él desea para todos sus hijos renacidos en el Bautismo, más aún, para todo el género humano.

Con estos sentimientos y con afecto fraterno hacia vosotros y hacia los miembros de vuestras respectivas comunidades, os expreso mi profundo agradecimiento y os encomiendo a Dios omnipotente, que es nuestra fortaleza, nuestro refugio y nuestra liberación (cf. Sal 144, 2). Amén.


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VIAJE APOSTÓLICO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA REPÚBLICA CHECA
(26-28 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

ENCUENTRO CON EL MUNDO ACADÉMICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Salón Vladislav del Castillo de Praga
Domingo 27 de septiembre de 2009

(Vídeo)



Señor presidente;
ilustres rectores y profesores;
queridos estudiantes y amigos:

El encuentro de esta tarde me brinda la grata oportunidad de manifestar mi estima por el papel indispensable que desempeñan en la sociedad las universidades y los institutos de estudios superiores. Doy las gracias al estudiante que me ha saludado amablemente en vuestro nombre, a los miembros del coro universitario por su óptima interpretación, y al ilustre rector de la Universidad Carlos, el profesor Václav Hampl, por sus profundas palabras. El mundo académico, sosteniendo los valores culturales y espirituales de la sociedad y a la vez dándoles su contribución, presta el valioso servicio de enriquecer el patrimonio intelectual de la nación y consolidar los cimientos de su desarrollo futuro. Los grandes cambios que hace veinte años transformaron la sociedad checa se debieron, entre otras causas, a los movimientos de reforma que se originaron en la universidad y en los círculos estudiantiles. La búsqueda de libertad ha seguido impulsando el trabajo de los estudiosos, cuya diakonía de la verdad es indispensable para el bienestar de toda nación.

Quien os habla ha sido profesor, atento al derecho de la libertad académica y a la responsabilidad en el uso auténtico de la razón, y ahora es el Papa quien, en su papel de Pastor, es reconocido como voz autorizada para la reflexión ética de la humanidad. Si es verdad que algunos consideran que las cuestiones suscitadas por la religión, la fe y la ética no tienen lugar en el ámbito de la razón pública, esa visión de ninguna manera es evidente. La libertad que está en la base del ejercicio de la razón —tanto en una universidad como en la Iglesia— tiene un objetivo preciso: se dirige a la búsqueda de la verdad, y como tal expresa una dimensión propia del cristianismo, que de hecho llevó al nacimiento de la universidad.

En verdad, la sed de conocimiento del hombre impulsa a toda generación a ampliar el concepto de razón y a beber en las fuentes de la fe. Fue precisamente la rica herencia de la sabiduría clásica, asimilada y puesta al servicio del Evangelio, la que los primeros misioneros cristianos trajeron a estas tierras y establecieron como fundamento de una unidad espiritual y cultural que dura hasta hoy. Esa misma convicción llevó a mi predecesor el Papa Clemente VI a instituir en el año 1347 esta famosa Universidad Carlos, que sigue dando una importante contribución al más amplio mundo académico, religioso y cultural europeo.

La autonomía propia de una universidad, más aún, de cualquier institución educativa, encuentra significado en la capacidad de ser responsable frente a la verdad. A pesar de ello, esa autonomía puede resultar vana de distintas maneras. La gran tradición formativa, abierta a lo trascendente, que está en el origen de las universidades en toda Europa, quedó sistemáticamente trastornada, aquí en esta tierra y en otros lugares, por la ideología reductiva del materialismo, por la represión de la religión y por la opresión del espíritu humano. Con todo, en 1989 el mundo fue testigo de modo dramático del derrumbe de una ideología totalitaria fracasada y del triunfo del espíritu humano.

El anhelo de libertad y de verdad forma parte inalienable de nuestra humanidad común. Nunca puede ser eliminado y, como ha demostrado la historia, sólo se lo puede negar poniendo en peligro la humanidad misma. A este anhelo tratan de responder la fe religiosa, las distintas artes, la filosofía, la teología y las demás disciplinas científicas, cada una con su método propio, tanto en el plano de una atenta reflexión como en el de una buena praxis.

Ilustres rectores y profesores, juntamente con vuestra investigación, hay otro aspecto esencial de la misión de la universidad en la que estáis comprometidos, es decir, la responsabilidad de iluminar la mente y el corazón de los jóvenes de hoy. Ciertamente, esta grave tarea no es nueva. Ya desde la época de Platón, la instrucción no consiste en una mera acumulación de conocimientos o habilidades, sino en una paideia, una formación humana en las riquezas de una tradición intelectual orientada a una vida virtuosa. Si es verdad que las grandes universidades, que en la Edad Media nacían en toda Europa, tendían con confianza al ideal de la síntesis de todo saber, siempre estaban al servicio de una auténtica humanitas, o sea, de una perfección del individuo dentro de la unidad de una sociedad bien ordenada. Lo mismo sucede hoy: los jóvenes, cuando se despierta en ellos la comprensión de la plenitud y unidad de la verdad, experimentan el placer de descubrir que la cuestión sobre lo que pueden conocer les abre el horizonte de la gran aventura de cómo deben ser y qué deben hacer.

Es preciso retomar la idea de una formación integral, basada en la unidad del conocimiento enraizado en la verdad. Eso sirve para contrarrestar la tendencia, tan evidente en la sociedad contemporánea, hacia la fragmentación del saber. Con el crecimiento masivo de la información y de la tecnología surge la tentación de separar la razón de la búsqueda de la verdad. Sin embargo, la razón, una vez separada de la orientación humana fundamental hacia la verdad, comienza a perder su dirección. Acaba por secarse, bajo la apariencia de modestia, cuando se contenta con lo meramente parcial o provisional, o bajo la apariencia de certeza, cuando impone la rendición ante las demandas de quienes de manera indiscriminada dan igual valor prácticamente a todo. El relativismo que deriva de ello genera un camuflaje, detrás del cual pueden ocultarse nuevas amenazas a la autonomía de las instituciones académicas.

Si, por una parte, ha pasado el período de injerencia derivada del totalitarismo político, ¿no es verdad, por otra, que con frecuencia hoy en el mundo el ejercicio de la razón y la investigación académica se ven obligados —de manera sutil y a veces no tan sutil— a ceder a las presiones de grupos de intereses ideológicos o al señuelo de objetivos utilitaristas a corto plazo o sólo pragmáticos? ¿Qué sucedería si nuestra cultura se tuviera que construir a sí misma sólo sobre temas de moda, con escasa referencia a una auténtica tradición intelectual histórica o sobre convicciones promovidas haciendo mucho ruido y que cuentan con una fuerte financiación? ¿Qué sucedería si, por el afán de mantener un laicismo radical, acabara por separarse de las raíces que le dan vida? Nuestras sociedades no serían más razonables, tolerantes o dúctiles, sino que serían más frágiles y menos inclusivas, y cada vez tendrían más dificultad para reconocer lo que es verdadero, noble y bueno.

Queridos amigos, deseo animaros en todo lo que hacéis por salir al encuentro del idealismo y la generosidad de los jóvenes de hoy, no sólo con programas de estudio que les ayuden a destacar, sino también mediante la experiencia de ideales compartidos y de ayuda mutua en la gran empresa de aprender. Las habilidades de análisis y las requeridas para formular una hipótesis científica, unidas al prudente arte del discernimiento, ofrecen un antídoto eficaz a las actitudes de ensimismamiento, de desinterés e incluso de alienación que a veces se encuentran en nuestras sociedades del bienestar y que pueden afectar sobre todo a los jóvenes.

En este contexto de una visión eminentemente humanística de la misión de la universidad, quiero aludir brevemente a la superación de la fractura entre ciencia y religión que fue una preocupación central de mi predecesor el Papa Juan Pablo II. Como sabéis, promovió una comprensión más plena de la relación entre fe y razón, entendidas como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva a la contemplación de la verdad (cf. Fides et ratio, Introducción). Una sostiene a la otra y cada una tiene su ámbito propio de acción (cf. ib., 17), aunque algunos quisieran separarlas. Quienes defienden esta exclusión positivista de lo divino de la universalidad de la razón no sólo niegan una de las convicciones más profundas de los creyentes; además impiden el auténtico diálogo de las culturas que ellos mismos proponen. Una comprensión de la razón sorda a lo divino, que relega las religiones al ámbito de subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas que nuestro mundo necesita con tanta urgencia. Al final, "la fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad" (Caritas in veritate, 9). Esta confianza en la capacidad humana de buscar la verdad, de encontrar la verdad y de vivir según la verdad llevó a la fundación de las grandes universidades europeas. Ciertamente, hoy debemos reafirmar esto para dar al mundo intelectual la valentía necesaria para el desarrollo de un futuro de auténtico bienestar, un futuro verdaderamente digno del hombre.

Con estas reflexiones, queridos amigos, formulo mis mejores deseos y oro por vuestro arduo trabajo. Pido a Dios que todo ello se inspire y dirija siempre por una sabiduría humana que busque sinceramente la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8, 28). Sobre vosotros y sobre vuestras familias invoco las bendiciones divinas de alegría y paz.


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VIAJE APOSTÓLICO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA REPÚBLICA CHECA
(26-28 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

MENSAJE A LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Explanada de Melnik en Stará Boleslavo
Lunes 28 de septiembre de 2009

(Vídeo)



Queridos jóvenes:

Al final de esta celebración me dirijo a vosotros y, ante todo, os saludo con afecto. Habéis venido en gran número de toda la nación y también de los países vecinos; habéis "acampado" aquí ayer por la tarde y habéis dormido en tiendas, viviendo juntos una experiencia de fe y de fraternidad. Gracias por vuestra presencia, que me hace sentir el entusiasmo y la generosidad propios de la juventud. Con vosotros también el Papa se siente joven. Dirijo un agradecimiento especial a vuestro representante por sus palabras y por el maravilloso obsequio.

Queridos amigos, no es difícil constatar que en cada joven existe una aspiración a la felicidad, a veces mezclada con un sentimiento de inquietud; una aspiración que, sin embargo, la actual sociedad de consumo explota frecuentemente de forma falsa y alienante. Es necesario, en cambio, valorar seriamente el anhelo de felicidad que exige una respuesta verdadera y exhaustiva. A vuestra edad se hacen las primeras grandes elecciones, capaces de orientar la vida hacia el bien o hacia el mal. Desgraciadamente no son pocos los coetáneos vuestros que se dejan atraer por espejismos ilusorios de paraísos artificiales para encontrarse después en una triste soledad. Pero hay también muchos chicos y chicas que, como ha dicho vuestro portavoz, quieren transformar la doctrina en acción para dar un sentido pleno a su vida. Os invito a todos a contemplar la experiencia de san Agustín, quien decía que el corazón de toda persona está inquieto hasta que halla lo que verdaderamente busca; y él descubrió que sólo Jesucristo era la respuesta satisfactoria al deseo, suyo y de todo hombre, de una vida feliz, llena de significado y de valor (cf. Confesiones I, 1, 1).

Como hizo con él, el Señor sale al encuentro de cada uno de vosotros. Llama a la puerta de vuestra libertad y pide que lo acojáis como amigo. Desea haceros felices, llenaros de humanidad y de dignidad. La fe cristiana es esto: el encuentro con Cristo, Persona viva que da a la vida un nuevo horizonte y así la dirección decisiva. Y cuando el corazón de un joven se abre a sus proyectos divinos, no le cuesta demasiado reconocer y seguir su voz. De hecho, el Señor llama a cada uno por su nombre y a cada uno desea confiar una misión específica en la Iglesia y en la sociedad. Queridos jóvenes, tomad conciencia de que el Bautismo os ha hecho hijos de Dios y miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia. Jesús os renueva constantemente la invitación a ser sus discípulos y sus testigos. A muchos de vosotros llama al matrimonio y la preparación para este sacramento constituye un verdadero camino vocacional. Considerad entonces seriamente la llamada divina a formar una familia cristiana, y que vuestra juventud sea el tiempo de construir con sentido de responsabilidad vuestro futuro. La sociedad necesita familias cristianas, familias santas.

Si el Señor os llama a seguirlo en el sacerdocio ministerial o en la vida consagrada, no dudéis en responder a su invitación. De modo especial en este Año sacerdotal, os invito a vosotros, jóvenes: estad atentos y disponibles a la llamada de Jesús a ofrecer la vida al servicio de Dios y de su pueblo. La Iglesia, también en este país, necesita numerosos y santos sacerdotes, así como personas totalmente consagradas al servicio de Cristo, esperanza del mundo.

¡La esperanza! Esta palabra, sobre la que vuelvo con frecuencia, se conjuga precisamente con la juventud. Vosotros, queridos jóvenes, sois la esperanza de la Iglesia. Ella espera que seáis mensajeros de la esperanza, como ocurrió el año pasado en Australia, en la Jornada mundial de la juventud, gran manifestación de fe juvenil, que pude vivir personalmente y en la que participasteis algunos de vosotros. Muchos más podéis ir a Madrid, en agosto de 2011. Os invito ya desde ahora a este gran encuentro de los jóvenes con Cristo en la Iglesia.

Queridos amigos, gracias de nuevo por vuestra presencia y gracias por vuestro obsequio: el libro con las fotos que cuentan la vida de los jóvenes en vuestras diócesis. Gracias también por el signo de vuestra solidaridad con los jóvenes de África, que me habéis entregado. El Papa os pide que viváis con alegría y entusiasmo vuestra fe; que crezcáis en la unidad entre vosotros y con Cristo; que oréis y seáis asiduos en la práctica de los sacramentos, en particular de la Eucaristía y de la Confesión; que cuidéis vuestra formación cristiana permaneciendo siempre dóciles a las enseñanzas de vuestros pastores. Que os guíe en este camino san Wenceslao con su ejemplo y su intercesión, y os proteja siempre la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra. Os bendigo a todos con afecto.

* **

(Al final, el Santo Padre dirigió en varias lenguas los siguientes saludos)


Doy una cordial bienvenida a los peregrinos procedentes de Eslovaquia, en particular a los jóvenes. Queridos jóvenes, hermanos y hermanas, os doy las gracias por vuestra presencia en esta celebración. No lo olvidéis: que el amor de Dios sea vuestra fuerza. De buen grado os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos. ¡Alabado sea Jesucristo!

Dirijo una palabra de saludo a los polacos aquí presentes, y en especial a los jóvenes que acompañan a sus hermanos checos con espíritu de viva amistad. Sosteneos recíprocamente con un gozoso testimonio de fe, creciendo en el amor a Cristo y en la fuerza del Espíritu Santo para alcanzar la plenitud de vuestra humanidad y de la santidad. ¡Que Dios os bendiga!

Saludo cordialmente a los jóvenes y a todos los peregrinos de lengua alemana procedentes de los países vecinos. Gracias por vuestra presencia. Vuestra participación en esta fiesta de fe y de esperanza es señal de que buscáis en Jesucristo y en la comunidad de la Iglesia las respuestas a vuestros interrogantes y a vuestros deseos profundos. Cristo mismo es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6). Él es la base que de verdad sostiene nuestra existencia. Sobre este fundamento pueden nacer familias cristianas y los jóvenes pueden responder a la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada. La amistad personal con Cristo nos llena de alegría verdadera y duradera, y nos hace disponibles para realizar el proyecto de Dios para nuestra vida. Por esto imploro para todos vosotros la ayuda del Espíritu Santo.

Queridos jóvenes amigos, vuestro entusiasmo por la fe cristiana es un signo de esperanza para la Iglesia presente y operante en estos países. Para dar un sentido más pleno a vuestra juventud, seguid con valentía y generosidad al Señor Jesús, que llama a la puerta de vuestro corazón. Cristo os pide que lo acojáis como amigo. Que el Señor os bendiga y lleve a cumplimiento todos vuestros buenos proyectos de vida.


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DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA REPÚBLICA CHECA
(26-28 DE SEPTIEMBRE DE 2009)

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Aeropuerto internacional Stará Ruzyně de Praga
Lunes 28 de septiembre de 2009

(Vídeo)



Señor presidente;
señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado;
excelencias;
señores y señoras:

En el momento de despedirme, deseo daros las gracias por vuestra generosa hospitalidad durante mi breve permanencia en este espléndido país. Le estoy particularmente agradecido a usted, señor presidente, por sus palabras y por el tiempo transcurrido en su residencia. En esta fiesta de san Wenceslao, protector y patrono de su país, permítame una vez más dirigirle mi más cordial felicitación por su onomástico. Siendo también el onomástico de su excelencia monseñor Václav Malý, le dirijo también a él mi felicitación y quiero agradecerle el arduo trabajo realizado para coordinar la organización de mi visita pastoral a la República Checa.

Estoy profundamente agradecido al cardenal Vlk, a su excelencia monseñor Graubner y a todos los que se han prodigado para asegurar el desarrollo ordenado de los diversos encuentros y celebraciones. Naturalmente incluyo en mis agradecimientos a las autoridades, a los medios de comunicación y a los numerosos voluntarios que han ayudado a regular la afluencia de la gente, así como a todos los fieles que han rezado para que esta visita produjera buenos frutos a la nación checa y a la Iglesia en esta región.

Conservaré el recuerdo de los momentos de oración que he podido vivir con los obispos, los sacerdotes y los fieles de este país. Ha sido especialmente conmovedor, esta mañana, celebrar la misa en Stará Boleslav, lugar del martirio del joven duque Wenceslao, y venerarlo ante su tumba el sábado por la tarde, dentro de la majestuosa catedral que domina el panorama de Praga. Ayer en Moravia, donde san Cirilo y san Metodio dieron comienzo a su misión apostólica, pude reflexionar, en orante acción de gracias, sobre los orígenes del cristianismo en esta región y, efectivamente, en todas las tierras eslavas. La Iglesia en este país ha sido verdaderamente bendecida con un extraordinario ejército de misioneros y de mártires, como también de santos contemplativos, entre los que quisiera recordar particularmente a santa Inés de Bohemia, cuya canonización, hace veinte años, fue mensajera de la liberación de este país de la opresión atea.

Mi encuentro de ayer con los representantes de las demás comunidades cristianas me ha confirmado la importancia del diálogo ecuménico en esta tierra que ha sufrido tanto por las consecuencias de la división religiosa en el tiempo de la guerra de los Treinta Años. Mucho se ha hecho ya para curar las heridas del pasado, y se han dado pasos decisivos en el camino de la reconciliación y de la verdadera unidad en Cristo. En la ulterior edificación de estos fundamentos sólidos, la comunidad académica desempeña un papel importante mediante una búsqueda de la verdad sin componendas. Ha sido un placer para mí tener la oportunidad de encontrarme ayer con los representantes de las universidades de este país y de expresar mi aprecio por la noble misión a la que han dedicado la vida.

He sido particularmente feliz de encontrarme con los jóvenes y animarlos a construir sobre las mejores tradiciones del pasado de esta nación, de modo particular sobre la herencia cristiana. Según un dicho atribuido a Franz Kafka, "quien mantiene la capacidad de ver la belleza no envejece nunca" (Gustav Janouch, Conversaciones con Kafka). Si nuestros ojos permanecen abiertos a la belleza de la creación de Dios y nuestras mentes a la belleza de su verdad, entonces podremos verdaderamente esperar seguir siendo jóvenes y construir un mundo que refleje algo de la belleza divina, de modo que ofrezca inspiración a las futuras generaciones para hacer otro tanto.

Señor presidente, queridos amigos, una vez más os expreso mi agradecimiento, prometiendo recordaros en mis oraciones y llevaros en mi corazón. Que Dios bendiga a la República Checa. Que el Niño Jesús de Praga siga inspirándolo y guiándolo a usted y a todas las familias de la nación Que Dios os bendiga a todos.


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