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2013

Ultimo Aggiornamento: 14/04/2013 20:52
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Papa Ratzi Superstar









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14/04/2013 20:42

ANGELUS - 01-01-2013

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
XLVI JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ


Plaza de San Pedro
Martes 1 de enero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

¡Feliz año para todos! En este primer día de 2013 deseo hacer llegar la bendición de Dios a todo hombre y a toda mujer del mundo. Lo hago con la antigua fórmula contenida en la Sagrada Escritura: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26).

Igual que la luz y el calor del sol son una bendición para la tierra, del mismo modo la luz de Dios lo es para la humanidad cuando Él hace brillar su rostro sobre ella. Esto es lo que sucedió con el nacimiento de Jesucristo. Dios ha hecho resplandecer su rostro para nosotros: al inicio de modo muy humilde, oculto —en Belén sólo María y José y algunos pastores fueron testigos de esta revelación—; pero poco a poco, como el sol que desde el alba llega al mediodía, la luz de Cristo creció y se extendió por todas partes. Ya en el breve tiempo de su vida terrena, Jesús de Nazaret hizo resplandecer el rostro de Dios sobre la Tierra Santa; y luego, a través de la Iglesia animada por su Espíritu, extendió el Evangelio de la paz a todas las gentes. «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14). Este es el canto de los ángeles en Navidad, y es el canto de los cristianos bajo el cielo; un canto que, del corazón y los labios, pasa a los gestos concretos, en las acciones del amor que construyen diálogo, comprensión y reconciliación.

Por ello, ocho días después de la Navidad, cuando la Iglesia, como la Virgen Madre María, muestra al mundo al recién nacido Jesús, Príncipe de la Paz, celebramos la Jornada mundial de la paz. Sí, aquel Niño, que es el Verbo de Dios hecho carne, ha venido a traer a los hombres una paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14, 27). Su misión es derribar el «muro de la enemistad» (cf. Ef 2, 14). Y cuando en las orillas del lago de Galilea Él proclama sus «Bienaventuranzas», entre ellas está también «bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9). ¿Quiénes son los que trabajan por la paz? Son todos aquellos que, día a día, tratan de vencer el mal con el bien, con la fuerza de la verdad, con las armas de la oración y del perdón, con el trabajo honesto y bien hecho, con la investigación científica al servicio de la vida, con las obras de misericordia corporales y espirituales. Los que trabajan por la paz son muchos, pero no hacen ruido. Como la levadura en la masa, hacen crecer la humanidad según el designio de Dios.

En este primer Ángelus del nuevo año, pidamos a María Santísima, Madre de Dios, que nos bendiga, como la mamá bendice a sus hijos que deben partir de viaje. Un nuevo año es como un viaje: con la luz y la gracia de Dios, que sea un camino de paz para todo hombre y toda familia, para cada país y para todo el mundo.



Después del Ángelus

Saludo a los fieles de lengua española aquí presentes y a cuantos participan en el rezo del Ángelus a través de los medios de comunicación social. En esta solemnidad de Santa María, Madre de Dios, deseo hacer llegar mi cercanía espiritual y mi sincero afecto a todos los que, inspirados en la Palabra de Jesucristo, Luz de los pueblos, se esfuerzan por construir un mundo más justo y fraterno, cada vez más digno del hombre, y en el que no haya espacio para la guerra, las enemistades y las discordias. Encomiendo esta noble causa a las manos amorosas de la Virgen Santísima, Reina de la Paz. ¡Feliz año nuevo!


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14/04/2013 20:43

ANGELUS - 06-01-2013

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


Plaza de San Pedro
Domingo 6 de enero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

Disculpad el retraso. He ordenado a cuatro nuevos obispos en la basílica de San Pedro y el rito ha durado un poco más. Pero celebramos hoy sobre todo la Epifanía del Señor, su manifestación a las gentes, mientras numerosas Iglesias orientales, según el calendario juliano, celebran la Navidad. Esta ligera diferencia que superpone los dos momentos evidencia el hecho de que ese Niño, nacido en la humildad de la gruta de Belén, es la luz del mundo, que orienta el camino de todos los pueblos. Es una aproximación que hace reflexionar también desde el punto de vista de la fe: por un lado, en Navidad, ante Jesús, vemos la fe de María, de José y de los pastores; hoy, en la Epifanía, la fe de los tres Magos, llegados de Oriente para adorar al rey de los judíos.

La Virgen María, junto a su esposo, representa el «tronco» de Israel, el «resto» preanunciado por los profetas, del que debía germinar el Mesías. Los Magos representan, en cambio, a los pueblos, y podemos decir también las civilizaciones, las culturas, las religiones que están, por así expresarlo, en camino hacia Dios, en busca de su reino de paz, de justicia, de verdad y de libertad. Existe primero un núcleo personificado sobre todo por María, la «hija de Sión»: un núcleo de Israel, el pueblo que conoce y tiene fe en el Dios que se ha revelado a los Patriarcas y en el camino de la historia. Esta fe llega a su cumplimiento en María, en la plenitud de los tiempos; en ella, «bienaventurada porque ha creído», el Verbo se ha hecho carne, Dios ha «aparecido» en el mundo. La fe de María se convierte en la primicia y el modelo de la fe de la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza. Pero este pueblo es desde el inicio universal, y esto lo vemos hoy en las figuras de los Magos, que llegan a Belén siguiendo la luz de una estrella y las indicaciones de las Sagradas Escrituras.

San León Magno afirma: «En un tiempo le fue prometida a Abrahán una innumerable descendencia que sería generada no según la carne, sino en la fecundidad de la fe» (Discurso 3 para la Epifanía, 1: PL 54, 240). La fe de María puede situarse junto a la de Abrahán: es el nuevo inicio de la misma promesa, del mismo proyecto inmutable de Dios, que halla ahora su pleno cumplimiento en Jesucristo. Y la luz de Cristo es tan límpida y fuerte que hace inteligible tanto el lenguaje del cosmos como el de las Escrituras, de manera que todos cuantos, como los Magos, estén abiertos a la verdad puedan reconocerla y llegar a contemplar al Salvador del mundo. Dice también san León: «Que entre, que entre así en la familia de los patriarcas la gran masa de las gentes... Que todos los pueblos... adoren al Creador del universo, y que Dios sea conocido no sólo en Judea, sino en toda la tierra» (ib). En esta perspectiva podemos ver también las Ordenaciones episcopales que he tenido la alegría de conferir esta mañana en la basílica de San Pedro: dos de los nuevos obispos permanecerán al servicio de la Santa Sede y los otros dos partirán para ser representantes pontificios en dos naciones. Oremos por cada uno de ellos, por su ministerio y para que la luz de Cristo resplandezca en el mundo entero.


Después del Ángelus

Saludo a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. En esta solemnidad de la Epifanía del Señor, a ejemplo de los Magos de oriente, invito a todos a buscar a Dios con sencillez de espíritu, sin sucumbir ante el desaliento o la crítica. Él se revela a los humildes y a los pobres de espíritu. Él no se cansa de llamar a la puerta de nuestro corazón. Encontrar a Dios es lo mejor que le puede ocurrir a un hombre. Abramos, pues, nuestra vida a la luz de su gracia y descubriremos la fuerza necesaria para edificar una sociedad cada vez más reconciliada y solidaria. Feliz domingo.


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14/04/2013 20:45

ANGELUS - 13-01-2013

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR


Plaza de San Pedro
Domingo 13 de enero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

Con este domingo después de la Epifanía concluye el Tiempo litúrgico de Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo sol aparecido en el horizonte de la humanidad, dispersa las tinieblas del mal y de la ignorancia. Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel Niño, hijo de la Virgen, a quien hemos contemplado en el misterio de su nacimiento, le vemos hoy adulto entrar en las aguas del río Jordán y santificar así todas las aguas y el cosmos entero —como evidencia la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en quien no había sombra de pecado, fue a que Juan le bautizara? ¿Por qué quiso realizar ese gesto de penitencia y conversión junto a tantas personas que querían de esta forma prepararse a la venida del Mesías? Ese gesto —que marca el inicio de la vida pública de Cristo— se sitúa en la misma línea de la Encarnación, del descendimiento de Dios desde el más alto de los cielos hasta el abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento de abajamiento divino se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios. Escribe el apóstol Juan: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de Él», y le envió «como víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 9-10). He aquí por qué el primer acto público de Jesús fue recibir el bautismo de Juan, quien, al verle llegar, dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).

Narra el evangelista Lucas que mientras Jesús, recibido el bautismo, «oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”» (3, 21-22). Este Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente sumergido en la voluntad de amor del Padre. Este Jesús es aquél que morirá en la cruz y resucitará por el poder del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y le consagra. Este Jesús es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, o sea, en el amor; el hombre que, frente al mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la responsabilidad, elige no salvarse a sí mismo, sino ofrecer la propia vida por la verdad y la justicia. Ser cristianos significa vivir así, pero este tipo de vida comporta un renacimiento: renacer de lo alto, de Dios, de la Gracia, Este renacimiento es el Bautismo, que Cristo ha donado a la Iglesia para regenerar a los hombres a una vida nueva. Afirma un antiguo texto atribuido a san Hipólito: «Quien entra con fe en este baño de regeneración, renuncia al diablo y se alinea con Cristo, reniega del enemigo y reconoce que Cristo es Dios, se despoja de la esclavitud y se reviste de la adopción filial» (Discurso sobre la Epifanía, 10: pg 10, 862).

Según la tradición, esta mañana he tenido la alegría de bautizar a un nutrido grupo de niños nacidos en los últimos tres o cuatro meses. En este momento desearía extender mi oración y mi bendición a todos los neonatos; pero sobre todo invitar a todos a hacer memoria del propio Bautismo, de aquel renacimiento espiritual que nos abrió el camino de la vida eterna. Que cada cristiano, en este Año de la fe, redescubra la belleza de haber renacido de lo alto, del amor de Dios, y viva como hijo de Dios.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy la Jornada mundial del emigrante y del refugiado. En el mensaje de este año he comparado la emigración con una «peregrinación de fe y de esperanza». Quien deja la propia tierra lo hace porque espera en un futuro mejor, pero lo hace también porque se fía de Dios que guía los pasos del hombre, como Abrahán. Y así los emigrantes son portadores de fe y de esperanza en el mundo. A cada uno de ellos dirijo hoy mi saludo, con una especial oración y bendición.

(En español)

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, especialmente a los provenientes de Badajoz. En este domingo del Bautismo de Nuestro Señor, con el que concluye el tiempo de Navidad, exhorto a todos a contemplar a Jesucristo, el Hijo amado de Dios, su predilecto. Siguiendo su ejemplo y con la ayuda de su gracia, seamos para los demás fuente de consuelo y esperanza, no teniendo otro deseo que ofrecer un testimonio sencillo y elocuente de generoso servicio, sin buscar jamás ser servidos. Así dejaremos a nuestro paso un luminoso rastro de bondad y misericordia. Muchas gracias.


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14/04/2013 20:46

ANGELUS - 20-01-2013

Plaza de San Pedro
Domingo 20 de enero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia de hoy propone el Evangelio de las bodas de Caná, un episodio narrado por Juan, testigo ocular del hecho. Tal relato se ha situado en este domingo que sigue inmediatamente al tiempo de Navidad porque, junto a la visita de los Magos de Oriente y el Bautismo de Jesús, forma la trilogía de la epifanía, es decir de la manifestación de Cristo. El episodio de la bodas de Caná es, en efecto, «el primero de los signos» (Jn 2, 11), es decir, el primer milagro realizado por Jesús, con el cual Él manifestó su gloria en público, suscitando la fe de sus discípulos. Nos remitimos brevemente a lo que ocurre durante aquella fiesta de bodas en Caná de Galilea. Sucede que falta el vino, y María, la Madre de Jesús, lo hace notar a su Hijo. Él le responde que aún no había llegado su hora; pero luego atiende la solicitud de María y tras hacer llenar de agua seis grandes ánforas, convirtió el agua en vino, un vino excelente, mejor que el anterior. Con este «signo», Jesús se revela como el Esposo mesiánico que vino a sellar con su pueblo la nueva y eterna Alianza, según las palabras de los profetas: «Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo» (Is 62, 5). Y el vino es símbolo de esta alegría del amor; pero hace referencia a la sangre, que Jesús derramará al final, para sellar su pacto nupcial con la humanidad.

La Iglesia es la esposa de Cristo, quien la hace santa y bella con su gracia. Sin embargo, esta esposa, formada por seres humanos, siempre necesita purificación. Y una de las culpas más graves que desfiguran el rostro de la Iglesia es aquella contra su unidad visible, en particular las divisiones históricas que han separado a los cristianos y que aún no se han superado. Precisamente en estos días, del 18 al 25 de enero, tiene lugar la Semana de oración por la unidad de los cristianos, un momento siempre grato a los creyentes y a las comunidades, que despierta en todos el deseo y el compromiso espiritual por la comunión plena. En este sentido ha sido muy significativa la vigilia que pude celebrar hace casi un mes, en esta plaza, con miles de jóvenes de toda Europa y con la comunidad ecuménica de Taizé: un momento de gracia donde hemos experimentado la belleza de formar en Cristo una cosa sola. Aliento a todos a rezar juntos a fin de que podamos realizar «lo que el Señor exige de nosotros» (cf. Miq 6, 6-8), como dice este año el tema de la Semana; un tema propuesto por algunas comunidades cristianas de la India, que invitan a comprometerse con decisión hacia la unidad visible entre todos los cristianos y a superar, como hermanos en Cristo, todo tipo de discriminación injusta. El viernes próximo, al final de estas jornadas de oración, presidiré las Vísperas en la basílica de San Pablo Extramuros, con la presencia de los representantes de las demás Iglesias y Comunidades eclesiales.

Queridos amigos, a la oración por la unidad de los cristianos quisiera añadir una vez más la oración por la paz, para que, en los diversos conflictos por desgracia en curso, cesen las viles masacres de civiles indefensos, tenga fin toda violencia y se encuentre la valentía del diálogo y de la negociación. Por ambas intenciones invocamos la intercesión de María santísima, mediadora de gracia.



Después del Ángelus

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de la parroquia de la Preciosísima Sangre, de Valencia. Hoy, el Evangelio nos habla de las bodas de Caná, donde Jesús realizó el primer signo de su misión en el mundo. Él viene a colmar con su don la plena salvación del hombre, que por sí solo no puede alcanzar. Aceptar el don que se le ofrece, el don de la fe y la esperanza en Cristo, es lo que llena verdaderamente el corazón humano. Hoy le pedimos también el don de la unidad de los cristianos. Y, como en aquellas bodas, María nos indica el camino para que Dios entre en nuestra vida: «Haced lo que Jesús os diga». Hagamos confiadamente cada día lo que dice nuestra Madre del cielo. Feliz domingo.


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14/04/2013 20:47

ANGELUS - 27-01-2013

Plaza de San Pedro
Domingo 27 de enero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia de hoy nos presenta, juntos, dos pasajes distintos del Evangelio de Lucas. El primero (1, 1-4) es el prólogo, dirigido a un tal «Teófilo»; dado que este nombre en griego significa «amigo de Dios», podemos ver en él a cada creyente que se abre a Dios y quiere conocer el Evangelio. El segundo pasaje (4, 14-21) nos presenta en cambio a Jesús, que «con la fuerza del Espíritu» entra el sábado en la sinagoga de Nazaret. Como buen observante, el Señor no se sustrae al ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus paisanos en la oración y en la escucha de las Escrituras. El rito prevé la lectura de un texto de la Torah o de los Profetas, seguida de un comentario. Aquel día Jesús se puso en pie para hacer la lectura y encontró un pasaje del profeta Isaías que empieza así: «El Espíritu del Señor está sobre mí, / porque el Señor me ha ungido. / Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres» (61, 1-2). Comenta Orígenes: «No es casualidad que Él abriera el rollo y encontrara el capítulo de la lectura que profetiza sobre Él, sino que también esto fue obra de la providencia de Dios» (Homilías sobre el Evangelio de Lucas, 32, 3). De hecho, Jesús, terminada la lectura, en un silencio lleno de atención, dijo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21). San Cirilo de Alejandría afirma que el «hoy», situado entre la primera y la última venida de Cristo, está ligado a la capacidad del creyente de escuchar y enmendarse (cf. pg 69, 1241). Pero en un sentido aún más radical, es Jesús mismo «el hoy» de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención. El término «hoy», muy querido para san Lucas (cf. 19, 9; 23, 43), nos remite al título cristológico preferido por el mismo evangelista, esto es, «salvador» (sōtēr). Ya en los relatos de la infancia, éste es presentado en las palabras del ángel a los pastores: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11).

Queridos amigos, este pasaje «hoy» nos interpela también a nosotros. Ante todo nos hace pensar en nuestro modo de vivir el domingo: día de descanso y de la familia, pero antes aún día para dedicar al Señor, participando en la Eucaristía, en la que nos alimentamos del Cuerpo y Sangre de Cristo y de su Palabra de vida. En segundo lugar, en nuestro tiempo dispersivo y distraído, este Evangelio nos invita a interrogarnos sobre nuestra capacidad de escucha. Antes de poder hablar de Dios y con Dios, es necesario escucharle, y la liturgia de la Iglesia es la «escuela» de esta escucha del Señor que nos habla. Finalmente, nos dice que cada momento puede convertirse en un «hoy» propicio para nuestra conversión. Cada día (kathēmeran) puede convertirse en el hoy salvífico, porque la salvación es historia que continúa para la Iglesia y para cada discípulo de Cristo. Este es el sentido cristiano del «carpe diem»: aprovecha el hoy en el que Dios te llama para darte la salvación.

Que la Virgen María sea siempre nuestro modelo y nuestra guía para saber reconocer y acoger, cada día de nuestra vida, la presencia de Dios, Salvador nuestro y de toda la humanidad.

LLAMAMIENTO

Hoy es la «Jornada de la Memoria», en recuerdo del Holocausto de las víctimas del nazismo. La memoria de esta monstruosa tragedia, que golpeó tan duramente sobre todo al pueblo judío, debe representar para todos una advertencia constante para que no se repitan los horrores del pasado, se supere toda forma de odio y de racismo y se promueva el respeto y la dignidad de la persona humana.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, se celebra hoy también la sexagésima Jornada mundial de los enfermos de lepra. Expreso mi cercanía a las personas que sufren por este mal, y aliento a los investigadores, a los agentes sanitarios y a los voluntarios, en particular a quienes forman parte de organizaciones católicas y de la Asociación de amigos de Raoul Follereau. Invoco para todos el apoyo espiritual de san Damián de Veuster y de santa Marianna Cope, que dieron su vida por los enfermos de lepra.

Este domingo se celebra también una Jornada especial de intercesión por la paz en Tierra Santa. Doy las gracias a cuantos la promueven en muchas partes del mundo y saludo en particular a los aquí presentes.

De manera especial saludo a los niños y a los chavales de Acción Católica Niños de Roma. ¡Bienvenidos! Dos de vosotros, con los responsables diocesanos, están aquí, junto a mí. Vedlo. Queridos niños, vuestra «Caravana de la paz» es un testimonio bello. Que sea señal también de vuestro compromiso cotidiano para construir la paz allí donde vivís. Escuchemos ahora vuestro breve mensaje.

[Lectura del mensaje]

Ahora liberamos las palomas, símbolo del Espíritu de Dios, que da paz a cuantos acogen su amor.


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14/04/2013 20:48

ANGELUS - 03-02-2013

Plaza de San Pedro
Domingo 3 de febrero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de hoy —tomado del capítulo cuarto de san Lucas— es la continuación del domingo pasado. Nos hallamos todavía en la sinagoga de Nazaret, el lugar donde Jesús creció y donde todos le conocen, a Él y a su familia. Después de un período de ausencia, ha regresado de un modo nuevo: durante la liturgia del sábado lee una profecía de Isaías sobre el Mesías y anuncia su cumplimiento, dando a entender que esa palabra se refiere a Él, que Isaías hablaba de Él. Este hecho provoca el desconcierto de los nazarenos: por un lado, «todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca» (Lc 4, 22); san Marcos refiere que muchos decían: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada?» (6, 2); pero por otro lado sus conciudadanos le conocen demasiado bien: «Es uno como nosotros —dicen—. Su pretensión no podía ser más que una presunción» (cf. La infancia de Jesús, 11). «¿No es éste el hijo de José?» (Lc 4, 22), que es como decir: un carpintero de Nazaret, ¿qué aspiraciones puede tener?

Conociendo justamente esta cerrazón, que confirma el proverbio «ningún profeta es bien recibido en su tierra», Jesús dirige a la gente, en la sinagoga, palabras que suenan como una provocación. Cita dos milagros realizados por los grandes profetas Elías y Eliseo en ayuda de no israelitas, para demostrar que a veces hay más fe fuera de Israel. En ese momento la reacción es unánime: todos se levantan y le echan fuera, y hasta intentan despeñarle; pero Él, con calma soberana, pasa entre la gente enfurecida y se aleja. Entonces es espontáneo que nos preguntemos: ¿cómo es que Jesús quiso provocar esta ruptura? Al principio la gente se admiraba de Él, y tal vez habría podido lograr cierto consenso... Pero esa es precisamente la cuestión: Jesús no ha venido para buscar la aprobación de los hombres, sino —como dirá al final a Pilato— para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). El verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad, dispuesto a pagarlo en persona. Es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios. En la liturgia del día resuenan también estas palabras de san Pablo: «El amor... no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad» (1 Co 13, 4-6). Creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto en quien Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret. Y este camino conduce también a reconocerle y a servirle en los demás.

En esto es iluminadora la actitud de María. ¿Quién tuvo más familiaridad que ella con la humanidad de Jesús? Pero nunca se escandalizó como sus conciudadanos de Nazaret. Ella guardaba el misterio en su corazón y supo acogerlo cada vez más y cada vez de nuevo, en el camino de la fe, hasta la noche de la Cruz y la luz plena de la Resurrección. Que María nos ayude también a nosotros a recorrer con fidelidad y alegría este camino.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

El primer domingo de febrero se celebra en Italia la «Jornada por la vida». Me uno a los obispos italianos, quienes en su mensaje invitan a invertir en la vida y en la familia, también como respuesta eficaz a la crisis actual. Saludo al Movimiento por la Vida y deseo éxito a la iniciativa denominada «Uno de nosotros», a fin de que Europa sea siempre lugar donde cada ser humano sea tutelado en su dignidad. Saludo a los representantes de las facultades de medicina y cirugía de las universidades de Roma, especialmente a los profesores de obstetricia y ginecología, acompañados por el cardenal vicario, y les aliento a formar a los agentes sanitarios en la cultura de la vida.

(En francés)

La fiesta de la vida consagrada, que hemos celebrado ayer, nos invita a oír la voz del Señor y a responder con confianza y generosidad. Demos gracias y oremos por todos los consagrados, para que crezcan en santidad. Que su testimonio nos lleve a hacer amplio espacio a Dios en nuestra vida con la oración, la misa dominical, la lectura de su Palabra. Nuestra fe más viva ¡podrá cambiar nuestro corazón!

(En polaco)

Ayer hemos celebrado la Jornada de la vida consagrada. A María, que irradia con el resplandor de la santidad la vida de cada persona, le encomendamos en la oración a cuantos han elegido la vida según los consejos evangélicos. Que imiten con alegría a Jesús en la pobreza, castidad y obediencia, llevando a cabo cada día el servicio a Dios y al prójimo.

(En español)

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los alumnos y profesores del Instituto Suárez de Figueroa, de Zafra, y del Instituto Ildefonso Serrano, de Segura de León, Badajoz, así como a los profesores de los colegios diocesanos de Valencia. En la liturgia de hoy se lee el llamado «himno a la caridad» del apóstol san Pablo, en el que explica el «camino» de la perfección, que no consiste en tener cualidades particulares sino en vivir el amor auténtico, el que Dios nos reveló en Jesucristo. Que Santa María, la Virgen, nos ayude cada vez más para que la caridad sea el distintivo del obrar cristiano y que sea éste el fruto de lo que creemos como discípulos de su Hijo. ¡Feliz domingo!


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14/04/2013 20:49

ANGELUS - 10-02-2013

Plaza de San Petro
Domingo 10 de febrero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

En la liturgia de hoy, el Evangelio según san Lucas presenta el relato de la llamada de los primeros discípulos, con una versión original respecto a los otros dos sinópticos: Mateo y Marcos (cf. Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20). La llamada, en efecto, está precedida por la enseñanza de Jesús a la multitud y por una pesca milagrosa, realizada por voluntad del Señor (Lc 5, 1-6). De hecho, mientras la muchedumbre se agolpa en la orilla del lago de Genesaret para escuchar a Jesús, Él ve a Simón desanimado por no haber pescado nada durante toda la noche. En primer lugar le pregunta si puede subir a la barca para predicar a la gente, ya que estaba a poca distancia de la orilla. Después, terminada la predicación, le pide que se dirija mar adentro con sus compañeros y que eche las redes (cf. v. 5). Simón obedece, y pescan una cantidad increíble de peces. De este modo, el evangelista hace ver que los primeros discípulos siguieron a Jesús confiando en Él, apoyándose en su Palabra, acompañada también por signos prodigiosos. Observamos que, antes de este signo, Simón se dirige a Jesús llamándole «Maestro» (v. 5), y después le llama «Señor» (v. 7). Es la pedagogía de la llamada de Dios, que no mira tanto la calidad de los elegidos, sino su fe, como la de Simón que dice: «Por tu palabra, echaré las redes» (v. 5).

La imagen de la pesca remite a la misión de la Iglesia. Comenta al respecto san Agustín: «Dos veces los discípulos se pusieron a pescar por orden del Señor: una vez antes de la pasión y otra después de la resurrección. En las dos pescas está representada toda la Iglesia: la Iglesia como es ahora y como será después de la resurrección de los muertos. Ahora acoge a una multitud imposible de enumerar, que comprende a los buenos y a los malos; después de la resurrección comprenderá sólo a los buenos» (Discurso 248, 1). La experiencia de Pedro, ciertamente singular, también es representativa de la llamada de todo apóstol del Evangelio, que jamás debe desanimarse al anunciar a Cristo a todos los hombres, hasta los confines del mundo. Sin embargo, el texto de hoy hace reflexionar sobre la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada. La vocación es obra de Dios. El hombre no es autor de su propia vocación, sino que da respuesta a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe causar miedo si Dios llama. Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en el poder de su misericordia, que transforma y renueva.

Queridos hermanos y hermanas, que esta Palabra de Dios reavive también en nosotros y en nuestras comunidades cristianas la valentía, la confianza y el impulso para anunciar y testimoniar el Evangelio. Que los fracasos y las dificultades no induzcan al desánimo: a nosotros nos corresponde echar las redes con fe, el Señor hace el resto. Confiamos también en la intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles. Ella, bien consciente de su pequeñez, respondió a la llamada del Señor con total entrega: «Heme aquí». Con su ayuda materna, renovemos nuestra disponibilidad a seguir a Jesús, Maestro y Señor.

Después del Ángelus

Hoy, varios pueblos del Lejano Oriente festejan el año nuevo lunar. Paz, armonía y acción de gracias al Cielo son los valores universales que se celebran en esta feliz circunstancia y todos los desean para construir la propia familia, la sociedad y la nación. Deseo que se puedan realizar para esos pueblos las aspiraciones de una vida feliz y próspera. Envío un saludo especial a los católicos de esos países, a fin de que en este Año de la fe se dejen guiar por la sabiduría de Cristo.

Mañana, memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes, tendrá lugar la Jornada mundial del enfermo. La celebración solemne será en el santuario mariano de Altötting, en Baviera. Con la oración y el afecto estoy cerca de todos los enfermos y me uno espiritualmente a quienes se reunirán en el santuario, particularmente querido por mí.

(En francés)

La Jornada mundial del enfermo que se celebra mañana, nos invita a estar cerca de las personas que sufren. Que con el afecto y el apoyo que les damos puedan encontrar la esperanza y la confianza en Dios que les ama. Jesús nos ha pedido visitar a los enfermos, aprovechemos el Año de la fe para profundizar en el verdadero sentido de este gesto que no separa la fe de la caridad. Que la Virgen María, Nuestra Señora de Lourdes, nos acompañe durante la Cuaresma que está a punto de comenzar.

(En alemán)

Desde aquí dirijo mi saludo particularmente a todos los enfermos y a todos los que mañana se reunirán en oración en Altötting con ocasión de la Jornada mundial del enfermo. Esta Jornada se celebra cada año el 11 de febrero en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. En Lourdes, la Virgen se le apareció a la humilde joven Bernadette Soubirous y le indicó la fuente en donde numerosos enfermos han sido curados. María quiere estar cerca de los pobres, enfermos y necesitados de todos los tiempos; y quiere recorrer con ellos el camino hacia Cristo que es la fuente de la vida. Para vosotros y vuestros seres queridos, en especial para los enfermos, imploro la intercesión de María salud de los enfermos y madre del consuelo. ¡Que Dios os bendiga a todos!

(/En español)

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, en particular a los grupos venidos de la Archidiócesis de Oviedo, así como a los que se unen a través de los medios de comunicación social. Hoy san Pablo nos muestra el núcleo de la predicación del Evangelio en el que estamos fundados: «Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras». Ésta es la fe a la que hemos adherido y que estamos llamados a trasmitir. Pidamos a la Santísima Virgen María que nos ayude a ser testigos de este mensaje de salvación y podamos ver, en nuestro trabajo diario por la edificación del Reino de los cielos, la gracia de Dios que actúa en nosotros. Feliz Domingo.


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14/04/2013 20:51

ANGELUS - 17-02-2013

Plaza de San Pedro
Domingo 17 de febrero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

El miércoles pasado, con el tradicional rito de la Ceniza, hemos entrado en la Cuaresma, tiempo de conversión y de penitencia en preparación a la Pascua. La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a re-orientarse decididamente hacia Dios, rechazando el orgullo y el egoísmo para vivir en el amor. En este Año de la fe, la Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como criterio-base de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Esto implica siempre una lucha, un combate espiritual, porque el espíritu del mal naturalmente se opone a nuestra santificación y busca que nos desviemos del camino de Dios. Por ello, en el primer domingo de Cuaresma, se proclama cada año el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto.

Jesús, en efecto, después de haber recibido la «investidura» como Mesías —«Ungido» de Espíritu Santo— en el bautismo en el Jordán, fue conducido por el mismo Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. En el momento de iniciar su ministerio público, Jesús tuvo que desenmascarar y rechazar las falsas imágenes de Mesías que le proponía el tentador. Pero estas tentaciones son también falsas imágenes del hombre, que en todo tiempo acechan la conciencia, disfrazándose de propuestas convenientes y eficaces, incluso buenas. Los evangelistas Mateo y Lucas presentan tres tentaciones de Jesús, diferenciadas en parte sólo por el orden. Su núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios intereses, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales. El tentador es disimulado: no empuja directamente hacia el mal, sino hacia un falso bien, haciendo creer que las verdaderas realidades son el poder y aquello que satisface las necesidades primarias. De este modo, Dios pasa a ser secundario, se reduce a un medio; se convierte, en definitiva, en irreal, ya no cuenta, desaparece. En último análisis, en las tentaciones está en juego la fe, porque está en juego Dios. En los momentos decisivos de la vida, pero, viéndolo bien, en todo momento, nos encontramos ante una encrucijada: ¿queremos seguir al yo o a Dios? ¿El interés individual o bien el verdadero Bien, lo que realmente es un bien?

Como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones forman parte del «descenso» de Jesús a nuestra condición humana, en el abismo del pecado y de sus consecuencias. Un «descenso» que Jesús recorrió hasta el final, hasta la muerte de cruz y a los infiernos de la extrema lejanía de Dios. De este modo, Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja descarriada, para llevarla otra vez a salvo. Como enseña san Agustín, Jesús tomó de nosotros las tentaciones, para donarnos su victoria (cf. Enarr. in Psalmos, 60, 3: pl 36, 724). No tengamos miedo, por lo tanto, de afrontar también nosotros el combate contra el espíritu del mal: lo importante es que lo hagamos con Él, con Cristo, el Vencedor. Y para estar con Él dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con confianza filial en la hora de la prueba, y ella nos hará sentir la poderosa presencia de su Hijo divino, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y así volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida.

Después del Ángelus

(En francés)

La Cuaresma recientemente iniciada nos invita a dar más tiempo a Dios en la oración, la lectura de la Palabra y los sacramentos. Por medio del ayuno aprendemos a no descuidar el verdadero alimento espiritual para resistir a las tentaciones de la indiferencia y a no dejarnos llevar por el egoísmo, orgullo, dinero y poder. Meditemos el modo en que Jesús superó las tentaciones y pidámosle la fuerza para luchar contra el mal. Que esta Cuaresma sea para cada uno el camino de una conversión auténtica a Dios y un tiempo para compartir intensamente nuestra fe en Jesucristo. Os agradezco vuestra oración y os pido que me acompañéis espiritualmente durante los ejercicios espirituales que comienzan esta tarde. ¡Os bendigo a todos de corazón!

(En inglés)

Este día contemplamos a Cristo en el desierto que ayuna, ora y es tentado. Al comenzar nuestro itinerario cuaresmal, acompañémosle y pidámosle que nos dé la fuerza para combatir nuestras debilidades. Permitidme agradeceros también vuestras oraciones y el apoyo que me habéis mostrado en estos días. ¡Que Dios os bendiga a todos!

(En alemán)

La lectura del Evangelio de este domingo nos muestra que el hombre a menudo se siente indigno y necesitado delante de Dios, y en verdad lo es. Pero el Señor viene siempre al encuentro del pecador y le renueva. Busquemos siempre de nuevo el encuentro con el Señor para obtener el alimento y la orientación para nuestras tareas dentro de la sociedad. Os agradezco sobre todo vuestras muchísimas muestras de afecto y vuestra oración en estos días difíciles para mí. Os pido que estéis muy cerca de mí y de la Curia romana sobre todo en esta semana que comenzamos los ejercicios espirituales anuales. Que el Espíritu Santo nos acompañe a todos en el camino espiritual durante el período de la Cuaresma.

(En español)

En esta Cuaresma pidamos al Señor que la contemplación de los misterios de su pasión, muerte y resurrección nos ayude a seguirle más de cerca. Al mismo tiempo, de corazón agradezco a todos vuestra oración y afecto en estos días. Os suplico que continuéis rezando por mí y por el próximo Papa, así como por los ejercicios espirituales que empezaré esta tarde junto a los miembros de la Curia romana. Llenos de fe y esperanza, encomendemos a la Iglesia a la maternal protección de María Santísima.

(En polaco)

Os doy las gracias por vuestro apoyo orante y la cercanía espiritual en estos días especiales para la Iglesia y para mí. El Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús tentado por satanás en el desierto. Confortados por la gracia del Hijo de Dios, busquemos combatir contra el mal, romper con el pecado y servir sólo a Dios. Encomiendo a vuestras oraciones los ejercicios espirituales en el Vaticano que comenzaremos esta tarde. Os bendigo de corazón.

(En italiano)

Un caluroso saludo, finalmente, a los peregrinos de lengua italiana. ¡Gracias a vosotros! Gracias por haber venido tan numerosos. ¡Gracias! Vuestra presencia es un signo del afecto y de la cercanía espiritual que me estáis manifestando en estos días. Os estoy profundamente agradecido. Saludo en particular a la Administración de Roma Capital, encabezada por el alcalde, y junto a él saludo y doy las gracias a todos los habitantes de esta amada Ciudad de Roma. A todos deseo un feliz domingo y un buen camino de Cuaresma. Esta tarde comenzaré la semana de ejercicios espirituales: permanezcamos unidos en la oración. ¡Feliz semana para todos! ¡Gracias!


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14/04/2013 20:52

ANGELUS - 24-02-2013

Plaza de San Pedro
Domingo 24 de febrero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

¡Gracias por vuestro afecto!

Hoy, segundo domingo de Cuaresma, tenemos un Evangelio especialmente bello, el de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas pone particularmente de relieve el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive en un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28). El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo» (9, 35). La presencia luego de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la Alianza está orientada a Él, a Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» (9, 31), no hacia la Tierra prometida como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!» (9, 33) representa el intento imposible de detener tal experiencia mística. Comenta san Agustín: «[Pedro]... en el monte... tenía a Cristo come alimento del alma. ¿Por qué tuvo que bajar para volver a las fatigas y a los dolores, mientras allí arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios, que le inspiraban por ello a una santa conducta?» (Discurso 78, 3: pl 38, 491).

Meditando este pasaje del Evangelio, podemos obtener una enseñanza muy importante. Ante todo, el primado de la oración, sin la cual todo el compromiso del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En Cuaresma aprendemos a dar el tiempo justo a la oración, personal y comunitaria, que ofrece aliento a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como habría querido hacer Pedro en el Tabor, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. «La existencia cristiana —escribí en el Mensaje para esta Cuaresma— consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que de ahí se derivan, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios» (n. 3).

Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento dirigida a mí, de modo particular, en este momento de mi vida. ¡Gracias! El Señor me llama a «subir al monte», a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el cual he tratado de hacerlo hasta ahora, pero de una forma más acorde a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.

Después del Ángelus

(En francés)
En este domingo os invito a continuar con valentía y determinación vuestro itinerario de Cuaresma, que es un tiempo espiritual de conversión y de retorno al Señor. Os agradezco de corazón vuestra oración y afecto que me demostráis en estos días. ¡Que Dios os bendiga junto a vuestras familias y comunidades! ¡Feliz domingo a todos!

(En inglés)
Agradezco a cada uno las numerosas muestras de gratitud, afecto y cercanía en la oración que he recibido en estos días. Al continuar nuestro itinerario cuaresmal hacia la Pascua, tengamos nuestros ojos fijos en Jesús el Redentor, cuya gloria fue revelada en la montaña de la Transfiguración. ¡Invoco para todos vosotros las abundantes bendiciones de Dios!

(En alemán)
Las palabras dirigidas a los apóstoles en el Evangelio de hoy sobre la Transfiguración del Señor son válidas también para nosotros: y una voz desde la nube decía: «Este es mi hijo amado, el Elegido, escuchadlo» (Lc 9, 35). El tiempo de Cuaresma nos invita de nuevo a escuchar a Cristo. Y a Él pedimos que nos nutra con su Palabra y que purifique los ojos de nuestro espíritu para ser capaces de ver y reconocer su gloria en medio de todas las tristezas del mundo (cf. Oración colecta). Jesús, el Señor, quiere transformarnos para hacernos entrar en la vida auténtica que sólo Él puede dar. Porque Él mismo es esta vida. Agradezco a todos los numerosos gestos de cercanía y afecto, sobre todo las oraciones que en este tiempo he recibido de manera especial. Que el Señor nos fortalezca a todos con su Palabra y su gracia.

(En español)
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, y a cuantos se unen a esta oración mariana a través de los medios de comunicación, agradeciendo también tantos testimonios de cercanía y oraciones que me han llegado en estos días. Jesús, nos dice el Evangelio de hoy, subió al monte a orar, y entonces se transfiguró, se llenó de luz y de gloria. Manifestaba así quién era Él verdaderamente, su íntima relación con Dios Padre. En el camino cuaresmal, la Transfiguración es una muestra esperanzadora del destino final al que lleva el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y también un signo de la luz que nos inunda y transforma cuando rezamos con corazón sincero. Que la Santísima Virgen María nos siga llevando de su mano hacia su divino Hijo. Muchas gracias, y feliz domingo a todos.

(En portugués)
Os agradezco vuestra presencia y todas vuestras manifestaciones de afecto y solidaridad, en particular por las oraciones con las que me estáis acompañando en estos días. ¡Que el buen Dios os colme de bendiciones!

(En polaco)
Os agradezco el recuerdo y la manifestación de benevolencia que recibo de vosotros en estos días y de modo particular vuestra oración. El Evangelio de hoy nos conduce al monte Tabor, donde Cristo ha manifestado ante sus discípulos el esplendor de su divinidad y ha dado la certeza de que a través del sufrimiento y la cruz podemos alcanzar la resurrección. Que sepamos vislumbrar Su presencia, Su gloria y Su divinidad en la vida de la Iglesia, en la contemplación y en los acontecimientos de cada día. Os bendigo de corazón.

(En italiano)
Sé que están presentes muchas diócesis, representantes de parroquias, asociaciones, movimientos e instituciones, como también numerosos jóvenes, ancianos y familias. Os agradezco el afecto y la participación, especialmente en la oración, de este momento particular para mi persona y para la Iglesia. Os deseo a todos un buen domingo y una buena semana. En oración siempre estamos cerca.


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