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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO (14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

Ultimo Aggiornamento: 26/08/2013 13:17
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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA LÍBANO

Viernes 14 de septiembre de 2012



P. Lombardi: Santidad, bienvenido y gracias por estar aquí con nosotros. Los periodistas de la comitiva son algo más de 50, de diversas lenguas y nacionalidades. Naturalmente son centenares, quizás miles, que nos esperan en el Líbano y todos están muy atentos a este viaje sabiendo el compromiso y la importancia que reviste. Le estamos agradecidos por estar con nosotros para responder a las preguntas tan interesantes que los mismos periodistas han formulado en los días precedentes. Las dos primeras preguntas las formulo en francés. El Santo Padre responde en francés, como lengua más o menos oficial del viaje, y las otras tres en italiano.

Santo Padre, por estos días coinciden aniversarios terribles, como el del 11 de septiembre, o el de la masacre de Sabra y Chatila; en las fronteras del Líbano hay una sangrienta guerra civil, y vemos también que en otros países el riesgo de la violencia está siempre presente. Santo Padre, ¿con qué sentimientos emprende este viaje? ¿Ha estado tentado de renunciar por motivos de inseguridad, o alguien le ha sugerido renunciar

Santo Padre: Queridos amigos, estoy muy contento y agradecido por esta posibilidad de hablar con vosotros. Puedo decir que nadie me ha aconsejado renunciar a este viaje y, por mi parte, nunca he contemplado esa posibilidad, porque sé que cuando la situación se hace más difícil, más necesario es ofrecer este signo de fraternidad, de ánimo y de solidaridad. Este es el significado de mi viaje: invitar al diálogo, invitar a la paz contra la violencia, caminar juntos para encontrar la solución a los problemas. Así pues, mis sentimientos en este viaje son sobre todo sentimientos de gratitud por la posibilidad de ir en este momento a este gran país, este país, que –como ha dicho el Papa Juan Pablo II– es un mensaje múltiple, en esta región, del encuentro y de los orígenes de las tres religiones abrahámicas. Agradezco, ante todo, al Señor que me ha dado la posibilidad; agradezco a todas las Instituciones y personas que han colaborado y siguen colaborando por esta posibilidad. Y agradezco a tantas personas que me acompañan con la oración. Con la protección de la oración y de la colaboración, estoy feliz y convencido que podemos hacer un servicio real por el bien del hombre y por la paz.

P. Lombardi: Gracias, Santo Padre. Muchos católicos manifiestan su inquietud ante el crecimiento de los fundamentalismos en diversas regiones del mundo y ante las agresiones de las que son víctimas numerosos cristianos. En este contexto difícil y a menudo sangriento, ¿cómo puede la Iglesia responder al imperativo del diálogo con el Islam, sobre el que usted tanta veces ha insistido?

Santo Padre: El fundamentalismo es siempre una falsificación de la religión. Va en contra de la esencia de la religión, que quiere reconciliar y crear la paz de Dios en el mundo. Por lo tanto, la tarea de la Iglesia y de las religiones es purificarse; una alta purificación de estas tentaciones por parte de la religión es siempre necesaria. Es tarea nuestra iluminar y purificar las conciencias y mostrar claramente que cada hombre es imagen de Dios; y debemos respetar en el otro, no solamente su alteridad, sino en la alteridad y en la real esencia común, el ser imagen de Dios, y tratar al otro como imagen de Dios. Por tanto, el mensaje esencial de la religión debe ser contra la violencia, que es una de sus falsificaciones, como lo es el fundamentalismo; el mensaje de la religión debe ser la educación, iluminación y purificación de las conciencias, para hacerlas capaces de diálogo, de reconciliación y de paz.

Padre Lombardi: Continuemos en italiano. En el contexto de la ola de deseo de democracia que se ha puesto en movimiento en tantos países del Oriente Medio con la llamada “primavera árabe”, dada la realidad social en la mayoría de estos países, en donde los cristianos son minoría, ¿no existe el riesgo de una tensión inevitable entre el dominio de la mayoría y la sobrevivencia del cristianismo?

Santo Padre: Diría que, de por sí, la primavera árabe es una cosa positiva: es un deseo de mayor democracia, mayor libertad, de mayor cooperación, de una renovada identidad árabe. Y este grito de libertad, que viene de una juventud más formada cultural y profesionalmente, que desea mayor participación en la vida política, en la vida social, es un progreso, algo muy positivo y acogido también por nosotros los cristianos. Naturalmente, por la historia de las revoluciones, sabemos que el grito de libertad, tan importante y positivo, tiene siempre el peligro de olvidar un aspecto, una dimensión fundamental de esa libertad, que es la tolerancia hacia el otro; el hecho que la libertad humana es siempre una libertad compartida, que sólo puede crecer en el compartir, en la solidaridad, en el vivir juntos, con determinadas reglas. Este es siempre el peligro, también en este caso. Debemos hacer todo lo posible para que el concepto de libertad, el deseo de libertad, vaya en la dirección justa, para que no olvide la tolerancia, el conjunto, la reconciliación, como partes fundamentales de la libertad. Así, también la renovada identidad árabe implica – pienso – igualmente la renovación de la unidad secular y milenaria de cristianos y árabes, que precisamente juntos, en la tolerancia entre mayorías y minorías, han construido estas tierras y no pueden no vivir juntos. Por eso pienso que sea importante ver el elemento positivo de estos movimientos y hacer nuestra parte para que la libertad sea concebida en modo justo y responda a un mayor diálogo y no al dominio de unos contra otros.

Padre Lombardi: Santo Padre, en Siria, como hace algún tiempo en Irak, muchos cristianos se sienten forzados a dejar el país muy a su pesar. ¿Qué pretende hacer o decir la Iglesia católica para ayudar en esta situación, para detener la desaparición de los cristianos en Siria y en otros países de Oriente Medio?

Santo Padre: Debo decir en primer lugar que no sólo los cristianos huyen, también los musulmanes. Naturalmente el peligro que los cristianos se alejen y pierdan su presencia en estas tierras es grande y nosotros debemos hacer lo posible por ayudarles a permanecer allí. La ayuda esencial sería el cese de la guerra, de la violencia, que crea la huída. Por tanto, la primera acción es hacer todo lo posible para que termine la violencia y se cree realmente una posibilidad para permanecer juntos también en el futuro. ¿Qué podemos hacer contra la guerra? Digamos, naturalmente, que difundir siempre el mensaje de la paz, evidenciar que la violencia no resuelve nunca un problema y reforzar las fuerzas de paz. Importante aquí es el trabajo de los periodistas, que pueden ayudar mucho para mostrar como la violencia destruye, no construye, no es útil a nadie. También diría que tal vez gestos de la cristiandad, jornadas de oración por Oriente Medio, por los cristianos y los musulmanes, mostrar la posibilidad de diálogo y de soluciones. Diría también que debe finalmente cesar la importación de armas, porque sin importación de armas la guerra no podría continuar. En lugar de importar armas, que es un pecado grave, deberíamos importar ideas de paz, creatividad, encontrar soluciones para aceptar a cada uno en su alteridad; debemos por tanto hacer visible en el mundo el respeto de las religiones, las unas por las otras, el respeto del hombre como criatura de Dios, el amor al prójimo como fundamento para todas las religiones. En este sentido, con todos los gestos posibles, con auxilios también materiales, ayudar para que cese la guerra, la violencia, y todos puedan reconstruir el país.

P. Lombardi: Santo Padre, usted lleva una Exhortación apostólica dirigida a todos los cristianos de Oriente Medio. Hoy esta es una población que sufre. Además de la oración y de los sentimientos de solidariedad, ¿ve pasos concretos que las Iglesias y los católicos de Occidente, sobre todo los de Europa y América, pueden hacer para apoyar a los hermanos de Oriente Medio?

Santo Padre: Diría que debemos influir en la opinión política y en los políticos para comprometerlos realmente, con todas las fuerzas, con todas las posibilidades, con verdadera creatividad, por la paz, contra la violencia. Nadie debería esperar beneficios de la violencia, todos deben contribuir. En este sentido, un trabajo de admonición, de educación, de purificación es muy necesario por nuestra parte. Además, nuestras organizaciones caritativas deben también ayudar materialmente y hacer todo lo posible. Tenemos organizaciones como los Caballeros del Santo Sepulcro, dedicados sólo a Tierra Santa, pero también organizaciones similares podrían ayudar material, política, humanamente a estos países. Diría, una vez más, gestos visibles de solidariedad, jornadas de oración pública, estas iniciativas pueden llamar la atención de la opinión pública, ser factores reales. Estamos convencidos que la oración tiene un efecto, si se hace con mucha confianza y fe, tendrá su resultado.


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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Aeropuerto Internacional Rafik Hariri, Beirut
Viernes 14 de septiembre de 2012

[Vídeo]



Señor Presidente de la República,
señores Presidentes del Parlamento y del Consejo de Ministros,
queridas Beatitudes, miembros del Cuerpo diplomático,
autoridades civiles y religiosas,
queridos amigos

Tengo el gozo, Señor Presidente, de responder a su amable invitación a visitar su país, así como a la de los patriarcas y obispos católicos del Líbano. Esta doble invitación manifiesta, si acaso fuera necesario, la doble finalidad de mi visita a vuestro país. Subraya las excelentes relaciones existentes desde siempre entre el Líbano y la Santa Sede, y quisiera contribuir a reforzarlas. Esta visita es también la respuesta a la que me habéis hecho en el Vaticano, en noviembre del 2008, y más recientemente en febrero del 2011, una visita a la que ha seguido nueve meses más tarde la del Señor Primer Ministro.

Fue entonces, durante nuestro segundo encuentro, cuando se bendijo la majestuosa imagen de san Marón. Su presencia silenciosa en la cabecera de la Basílica de San Pedro recuerda de manera permanente al Líbano, en el mismo lugar en el que fue sepultado el apóstol Pedro. Manifiesta una herencia espiritual de siglos, que confirma la veneración de los libaneses hacia el primero de los apóstoles y sus sucesores. Los patriarcas maronitas, para remarcar su gran devoción a Simón Pedro, añaden a su nombre el de Boutros. Resulta agradable ver que san Marón, desde el santuario petrino, intercede continuamente por vuestro país y por todo el Oriente Medio. Señor Presidente, le agradezco desde ahora todos los esfuerzos realizados para el buen éxito de mi estancia entre ustedes.

Otro motivo de mi visita es la firma y entrega de la Exhortación apostólica postsinodal de la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de Obispos, Ecclesia in Medio Oriente. Se trata de un importante acontecimiento eclesial. Agradezco a todos los patriarcas católicos que se han desplazado, y de modo especial al Patriarca emérito, el querido Cardenal Nasrallah Boutros Sfeir, y a su sucesor, el Patriarca Bechara Boutros Raî. Saludo fraternalmente a todos los obispos del Líbano, así como a los que han viajado hasta aquí para rezar conmigo y recibir este documento de las manos del Papa. Por vuestro medio, saludo paternalmente a todos los cristianos de Oriente Medio. La Exhortación, destinada al mundo entero, pretende ser para ellos una hoja de ruta para los próximos años. Me alegro asimismo de poder encontrar durante estos días a numerosas representaciones de las comunidades católicas de vuestro país, de poder celebrar y rezar juntos. Su presencia, su compromiso y su testimonio son una aportación reconocida y altamente apreciada en la vida cotidiana de todos los habitantes de vuestro querido país.

Me complace saludar también con gran deferencia a los patriarcas y obispos ortodoxos que han venido a recibirme, así como a los representantes de las diversas comunidades religiosas del Líbano. Queridos amigos, vuestra presencia, demuestra la estima y la colaboración que deseáis promover entre todos en el respeto mutuo. Os agradezco vuestros esfuerzos, y estoy seguro de que continuaréis buscando caminos de unidad y concordia. No olvido los tristes y dolorosos acontecimientos que han afligido a vuestro hermoso país durante muchos años. La buena convivencia, típicamente libanesa, debe demostrar, a todo Oriente Medio y al resto del mundo, que dentro de una nación puede haber colaboración entre las diferentes Iglesias, miembros todos de la única Iglesia católica, en un espíritu fraternal de comunión con los demás cristianos y, al mismo tiempo, la convivencia y el diálogo respetuoso entre los cristianos y sus hermanos de otras religiones. Sabéis tan bien como yo que este equilibrio, que se presenta por todas partes como un ejemplo, es extremadamente delicado. A veces amenaza con romperse cuando se tensa como un arco, o se somete a presiones que son con demasiada frecuencia partidistas, ciertamente interesadas, contrarias y extrañas a la armonía y dulzura libanesa. Es necesario entonces dar prueba de verdadera moderación y gran sabiduría. Y la razón debe prevalecer sobre la pasión unilateral para favorecer el bien común de todos. El gran rey Salomón, que conoció a Hirán, rey de Tiro, ¿acaso no tenía a la sabiduría como la virtud suprema? Por eso se la pidió a Dios insistentemente, y Dios le dio un corazón sabio e inteligente (1 R 3,9-12).

Vengo también para decir lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno y cómo la forma de vivir juntos, esta convivencia que desea testimoniar vuestro país, será profunda en la medida en que esté fundada en una actitud de acogida y benevolencia hacia el otro, en la medida que esté enraizada en Dios, que desea que todos los hombres sean hermanos. El famoso equilibrio libanés, que quiere seguir siendo una realidad, se puede prolongar gracias a la buena voluntad y al empeño de todos los libaneses. Sólo entonces podrá servir de modelo para los habitantes de toda la región, y del mundo entero. No se trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que hay que pedir con insistencia, preservar a cualquier precio, y consolidar con determinación.

Los lazos entre el Líbano y el Sucesor de Pedro son históricos y profundos. Señor Presidente y queridos amigos, vengo al Líbano como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de los hombres. «سَلامي أُعطيكُم »: «La paz os dejo», dijo Cristo (Jn 14,27). Y, más allá de vuestro país, vengo también hoy simbólicamente a todos los países de Oriente Medio, como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de todos los habitantes de todos los países de la región, cualquiera que sea su pertenencia y su creencia. Cristo les dice también a ellos: «سَلامي أُعطيكُم». Vuestros gozos y penas están continuamente presentes en la oración del Papa y pido a Dios que os acompañe y alivie. Os puedo asegurar que rezo particularmente por todos los que sufren en esta región, que son muchos. La imagen de san Marón me recuerda lo que vivís y soportáis.

Señor Presidente, sé que vuestro país me prepara una hermosa acogida, una acogida calurosa, la que se reserva a un hermano al que se ama y se respeta. Sé que vuestro país quiere ser digno de «l’Ahlan wa Sahlan» libanés. Lo es ya, y lo será más de ahora en adelante. Me siento feliz de estar con todos vosotros. Que Dios os bendiga a todos. (ِيُبَارِك الربُّ جميعَكُم). Gracias.


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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

VISITA A LA BASÍLICA DE SAN PABLO DE HARISSA
Y FIRMA DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Harissa
Viernes 14 de septiembre de 2012

[Vídeo]



Señor Presidente de la República,
Beatitud, venerados patriarcas,
queridos hermanos en el episcopado
y miembros del Consejo especial del Sínodo de Obispos para Oriente Medio,
ilustres representantes de las confesiones religiosas, del mundo de la cultura
y de la sociedad civil,
queridos hermanos y hermanas en Cristo,
queridos amigos

Deseo expresar mi gratitud al Patriarca Gregorios Laham por sus palabras de bienvenida, así como al Secretario general del Sínodo de Obispos, Monseñor Nikola Eterović, por sus palabras de presentación. Dirijo un ferviente saludo a los patriarcas, al grupo de obispos orientales y latinos que se han reunido en esta hermosa basílica de San Pablo, y a los miembros del Consejo especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio. Me alegro también de la presencia de las delegaciones ortodoxas, musulmanas y drusas, así como del mundo de la cultura y la sociedad civil. La buena convivencia del Islam y el Cristianismo, dos religiones que han contribuido a crear grandes culturas, constituyen la originalidad de la vida social, política y religiosa del Líbano. Solo es posible alegrarse por esta realidad que es necesario animar. Confío este deseo a los responsables religiosos de vuestro País. Saludo con afecto a la querida comunidad greco-melkita que me acoge. Vuestra presencia contribuye a dar solemnidad a la firma de la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente, y muestra que este documento, destinado ciertamente a la Iglesia universal, reviste una importancia particular para el conjunto de Oriente Medio.

Es providencial que este acto tenga lugar precisamente en el día de la Fiesta de la Cruz gloriosa, cuya celebración nació en Oriente en el año 335, al día siguiente de la Dedicación de la Basílica de la Resurrección, construida sobre el Gólgota y el sepulcro de Nuestro Señor, por el emperador Constantino el Grande, al que veneráis como santo. Dentro de un mes se celebrará el 1.700 aniversario de la aparición que le hizo ver, en la noche simbólica de su incredulidad, el crismón resplandeciente, al mismo tiempo que una voz le decía: «Con este signo vencerás». Más tarde, Constantino firmó el edicto de Milán y dio su nombre a Constantinopla. Pienso que la Exhortación puede ser leída e interpretada a la luz de la fiesta de la Cruz gloriosa y, de modo particular, a partir del crismón, la X (khi) y la P (rhô), las dos primeras letras de la palabra Χριστός. Esa lectura conduce a un verdadero redescubrimiento de la identidad del bautizado y de la Iglesia y, al mismo tiempo, constituye como una llamada al testimonio en la comunión y a través de ella. La comunión y el testimonio cristiano, ¿acaso no se fundan en el Misterio pascual, en la crucifixión, en la muerte y resurrección de Cristo? ¿No alcanzan en él su pleno cumplimiento? Hay un vínculo inseparable entre la cruz y la resurrección, que un cristiano no puede olvidar. Sin este vínculo, exaltar la cruz significaría justificar el sufrimiento y la muerte, no viendo en ello más que un fin inevitable. Para un cristiano, exaltar la cruz quiere decir entrar en comunión con la totalidad del amor incondicional de Dios por el hombre. Es hacer un acto de fe. Exaltar la cruz, en la perspectiva de la resurrección, es desear vivir y manifestar la totalidad de este amor. Es hacer un acto de amor. Exaltar la cruz lleva a comprometerse a ser heraldos de la comunión fraterna y eclesial, fuente del verdadero testimonio cristiano. Es hacer un acto de esperanza.

Refiriéndose a la situación actual de las Iglesias en Oriente Medio, los Padres sinodales han reflexionado sobre los gozos y las penas, los temores y las esperanzas en esos lugares de los discípulos de Cristo vivo. Toda la Iglesia ha podido escuchar así el grito lleno de angustia, y percibir la mirada de desesperación de tantos hombres y mujeres que se encuentran en situaciones humanas y materiales difíciles, que viven fuertes tensiones con miedo e inquietud, y que quieren seguir a Cristo, que da sentido a su existencia, a pesar de que muy a menudo se ven impedidos de hacerlo. Por eso, he querido que la trama de este documento sea la primera carta de san Pedro. Al mismo tiempo, la Iglesia ha podido admirar lo que hay de hermoso y de noble en las Iglesias de estas tierras. Queridos cristianos de Oriente Medio, ¿cómo no dar gracias a Dios en todo momento por todos vosotros? (cf. 1 Ts 1,2; primera parte de la Exhortación postsinodal). ¿Cómo no alabar vuestra fe llena de ánimo? ¿Cómo dejar de agradecer la llama de su amor infinito que vosotros seguís manteniendo viva y ardiente en estos lugares, que han sido los primeros en acoger a su Hijo encarnado? ¿Cómo no expresarle nuestro reconocimiento por los impulsos de comunión eclesial y fraternal, por la solidaridad humana manifestada sin cesar hacia todos los hijos de Dios?

Ecclesia in Medio Oriente nos permite repensar el presente para considerar el futuro con la misma mirada de Cristo. Por sus orientaciones bíblicas y pastorales, por su invitación a una profundización espiritual y eclesiológica, por la renovación litúrgica y catequética que propugna, por su llamamiento al diálogo, quiere trazar un camino para encontrar lo esencial: la sequela Christi, en un contexto difícil y a veces doloroso, un contexto que podría hacer aflorar la tentación de ignorar u olvidar la cruz gloriosa. Ahora es precisamente cuando hay que celebrar la victoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, del servicio sobre el dominio, de la humildad sobre el orgullo, de la unidad sobre la división. A la luz de la fiesta de hoy, y con vistas a una aplicación fructífera de la Exhortación, os invito a todos a no tener miedo, a permanecer en la verdad y a cultivar la pureza de la fe. Ese es el lenguaje de la cruz gloriosa. Esa es la locura de la cruz: la de saber convertir nuestro sufrimiento en grito de amor a Dios y de misericordia para con el prójimo; la de saber transformar también unos seres que se ven combatidos y heridos en su fe y su identidad, en vasos de arcilla dispuestos para ser colmados por la abundancia de los dones divinos, más preciosos que el oro (cf. 2 Co 4,7-18). No se trata de un lenguaje puramente alegórico, sino de un llamamiento urgente a llevar a cabo actos concretos que configuren cada vez más con Cristo, unos actos que ayuden a las diferentes Iglesias a reflejar la belleza de la primera comunidad de creyentes (cf. Hch 2,41-47; segunda parte de la Exhortación); unos actos similares a los del emperador Constantino, que supo dar testimonio y sacar a los cristianos de la discriminación para permitirles vivir abierta y libremente su fe en Cristo crucificado, muerto y resucitado para nuestra salvación.

Ecclesia in Medio Oriente ofrece elementos que pueden ayudar a un examen de conciencia personal y comunitario, a una evaluación objetiva del compromiso y del deseo de santidad de todo discípulo de Cristo. La Exhortación abre a un verdadero diálogo interreligioso basado en la fe en Dios Uno y Creador. Quiere también contribuir a un ecumenismo lleno de fervor humano, espiritual y caritativo, en la verdad y el amor evangélico, que extrae su fuerza del mandato del Resucitado: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,19-20).

La Exhortación, en todas y cada una de sus partes, quiere ayudar a cada discípulo del Señor a vivir plenamente y a transmitir realmente lo que él ha llegado a ser por el bautismo: un hijo de la luz, un ser iluminado por Dios, una nueva lámpara en la oscuridad inquietante del mundo, para que en las tinieblas resplandezca la luz (cf. Jn 1,4-5 y 2 Co 4,1-6). Este documento quiere contribuir a despojar a la fe de lo que la desfigura, de todo lo que puede oscurecer el esplendor de la luz de Cristo. La comunión es entonces una verdadera adhesión a Cristo, y el testimonio es un resplandor del Misterio pascual, que da pleno sentido a la cruz gloriosa. Nosotros seguimos y «predicamos a Cristo crucificado […] fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1, 23-24; cf. Tercera parte de la Exhortación).

«No temas, pequeño rebaño» (Lc 12,32) y acuérdate de la promesa hecha a Constantino: «Con este signo vencerás». Iglesias de Oriente Medio, no tengáis miedo, pues el Señor está verdaderamente con vosotras hasta el fin del mundo. No tengáis miedo, pues la Iglesia universal os acompaña con su cercanía humana y espiritual. Con estos sentimientos de esperanza y de aliento a ser protagonistas activos de la fe por la comunión y el testimonio, mañana entregaré la Exhortación postsinodal Ecclesia in Medio Oriente a mis venerados hermanos patriarcas, arzobispos y obispos, a todos los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, a los seminaristas y a los fieles laicos. «Tened valor» (Jn 16,33). Por intercesión de la Virgen María, la Theotókos, invoco con afecto sobre todos vosotros la abundancia de los dones divinos. Que Dios conceda a todos los pueblos de Oriente Medio vivir en paz, fraternidad y libertad religiosa. لِيُبَارِك الربُّ جميعَكُم [Que Dios os bendiga].


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26/08/2013 13:08


VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

ENCUENTRO CON LOS MIEMBROS DEL GOBIERNO,
DE LAS INSTITUCIONES DE LA REPÚBLICA,
EL CUERPO DIPLOMÁTICO, LOS RESPONSABLES RELIGIOSOS Y
LOS REPRESENTANTES DEL MUNDO DE LA CULTURA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Salón 25 de Mayo del Palacio Presidencial de Baabda
Sábado 15 de septiembre de 2012

[Vídeo]

Señor Presidente de la República,
señoras y señores representantes de las autoridades parlamentarias, gubernamentales, institucionales y políticas del Líbano,
señoras y señores Jefes de misión diplomática,
Beatitudes, responsables religiosos,
queridos hermanos en el episcopado,
señoras y señores, queridos amigos

سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy) (Jn 14,27). Con estas palabras de Cristo, deseo saludaros y agradeceros vuestra acogida y vuestra presencia. Señor Presidente, le agradezco no solamente sus cordiales palabras sino también por haber permitido este encuentro. Acabo de plantar con vosotros un cedro del Líbano, símbolo de vuestro hermoso país. Al ver este arbolito y las atenciones que necesitará para fortalecerse y llegar a extender majestuosamente sus ramas, pienso en vuestro país y su destino, en los libaneses y sus esperanzas, en todas las personas de esta región del mundo que parece conocer los dolores de un alumbramiento sin fin. He pedido a Dios que os bendiga, que bendiga al Líbano y a todos los habitantes de esta región que ha visto nacer grandes religiones y nobles culturas. ¿Por qué ha elegido Dios esta región? ¿Por qué vive en la turbulencia? Pienso que Dios la ha elegido para que sirva de ejemplo, para que dé testimonio de cara al mundo de la posibilidad que tiene el hombre de vivir concretamente su deseo de paz y reconciliación. Esta aspiración está inscrita desde siempre en el plan de Dios, que la ha grabado en el corazón del hombre. Me gustaría hablar con vosotros de la paz, pues Jesús ha dicho: سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy).

Un país es rico, ante todo, por las personas que viven en su seno. Su futuro depende de cada una de ellas y de su conjunto, y de su capacidad de comprometerse por la paz. Este compromiso sólo será posible en una sociedad unida. Sin embargo, la unidad no es uniformidad. La cohesión de la sociedad está asegurada por el respeto constante de la dignidad de cada persona y su participación responsable según sus capacidades, aportando lo mejor que tiene. Con el fin de asegurar el dinamismo necesario para construir y consolidar la paz, hay que volver incansablemente a los fundamentos del ser humano. La dignidad del hombre es inseparable del carácter sagrado de la vida que el Creador nos ha dado. En el designio de Dios, cada persona es única e irremplazable. Viene al mundo en una familia, que es su primer lugar de humanización y, sobre todo, la primera que educa a la paz. Para construir la paz, nuestra atención debe dirigirse a la familia para facilitar su cometido, y apoyarla, promoviendo de este modo por doquier una cultura de la vida. La eficacia del compromiso por la paz depende de la concepción que el mundo tenga de la vida humana. Si queremos la paz, defendamos la vida. Esta lógica no solamente descalifica la guerra y los actos terroristas, sino también todo atentado contra la vida del ser humano, criatura querida por Dios. La indiferencia o la negación de lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre impide que se respete esta gramática que es la ley natural inscrita en el corazón humano (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007, 3). La grandeza y la razón de ser de toda persona sólo se encuentra en Dios. Así, el reconocimiento incondicional de la dignidad de todo ser humano, de cada uno de nosotros, y la del carácter sagrado de la vida, comportan la responsabilidad de todos ante Dios. Por tanto, debemos unir nuestras fuerzas para desarrollar una sana antropología que integre la unidad de la persona. Sin ella, no será posible construir la paz verdadera.

Aún siendo más evidentes en los países que sufren conflictos armados –esas guerras llenas de vanidad y de horror-, los atentados contra la integridad y la vida de las personas existen también en otros países. El desempleo, la pobreza, la corrupción, las distintas adicciones, la explotación, el tráfico de todo tipo y el terrorismo comportan, además del sufrimiento inaceptable de los que son sus víctimas, un deterioro del potencial humano. La lógica económica y financiera quiere imponer sin cesar su yugo y hacer que prime el tener sobre el ser. Pero la pérdida de cada vida humana es una pérdida para la humanidad entera. Ésta es una gran familia de la que todos somos responsables. Ciertas ideologías, cuestionando directa o indirectamente, e incluso legalmente, el valor inalienable de toda persona y el fundamento natural de la familia, socavan las bases de la sociedad. Debemos ser conscientes de estos ataques contra la construcción y la armonía del vivir juntos. Sólo una solidaridad efectiva constituye el antídoto a todo esto. Solidaridad para rechazar lo que impide el respeto de todo ser humano, solidaridad para apoyar las políticas y las iniciativas que actúan para unir los pueblos de modo honesto y justo. Es grato ver los gestos de colaboración y verdadero diálogo que construyen una nueva manera de vivir juntos. Una mejor calidad de vida y de desarrollo integral sólo es posible compartiendo las riquezas y las competencias, respetando la identidad de cada uno. Pero un modo de vida como éste, compartido, sereno y dinámico, únicamente es posible confiando en el otro, quienquiera que sea. Hoy, las diferencias culturales, sociales, religiosas, deben llevar a vivir un tipo nuevo de fraternidad, donde lo que une es justamente el común sentido de la grandeza de toda persona, y el don que representa para ella misma, para los otros y para la humanidad. En esto se encuentra el camino de la paz. En ello reside el compromiso que se nos pide. Ahí está la orientación que debe presidir las opciones políticas y económicas, en cualquier nivel y a escala mundial.

Para abrir a las generaciones futuras un porvenir de paz, la primera tarea es la de educar en la paz, para construir una cultura de paz. La educación, en la familia o en la escuela, debe ser sobre todo la educación en los valores espirituales que dan a la transmisión del saber y de las tradiciones de una cultura su sentido y su fuerza. El espíritu humano tiene el sentido innato de la belleza, del bien y la verdad. Es el sello de lo divino, la marca de Dios en él. De esta aspiración universal se desprende una concepción moral sólida y justa, que pone siempre a la persona en el centro. Pero el hombre sólo puede convertirse al bien de manera libre, ya que «la dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa» (Gaudium et spes, 17). La tarea de la educación es la de acompañar la maduración de la capacidad de tomar opciones libres y justas, que puedan ir a contracorriente de las opiniones dominantes, las modas, las ideologías políticas y religiosas. Éste es el precio de la implantación de una cultura de la paz. Evidentemente, hay que desterrar la violencia verbal o física. Ésta es siempre un atentado contra la dignidad humana, tanto del culpable como de la víctima. Además, valorizando las obras pacíficas y su influjo en el bien común, se aumenta también el interés por la paz. Como atestigua la historia, tales gestas de paz tienen un papel considerable en la vida social, nacional e internacional. La educación en la paz formará así hombres y mujeres generosos y rectos, atentos a todos y, de modo particular, a las personas más débiles. Pensamientos de paz, palabras de paz y gestos de paz crean una atmósfera de respeto, de honestidad y cordialidad, donde las faltas y las ofensas pueden ser reconocidas con verdad para avanzar juntos hacia la reconciliación. Que los hombres de Estado y los responsables religiosos reflexionen sobre ello.

Debemos ser muy conscientes de que el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo de modo impersonal o determinista. El mal, el demonio, pasa por la libertad humana, por el uso de nuestra libertad. Busca un aliado, el hombre. El mal necesita de él para desarrollarse. Así, habiendo trasgredido el primer mandamiento, el amor de Dios, trata de pervertir el segundo, el amor al prójimo. Con él, el amor al prójimo desaparece en beneficio de la mentira y la envidia, del odio y la muerte. Pero es posible no dejarse vencer por el mal y vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21). Estamos llamados a esta conversión del corazón. Sin ella, las tan deseadas “liberaciones” humanas defraudan, puesto que se mueven en el reducido espacio que concede la estrechez del espíritu humano, su dureza, sus intolerancias, sus favoritismos, sus deseos de revancha y sus pulsiones de muerte. Se necesita la transformación profunda del espíritu y el corazón para encontrar una verdadera clarividencia e imparcialidad, el sentido profundo de la justicia y el del bien común. Una mirada nueva y más libre hará que sea posible analizar y poner en cuestión los sistemas humanos que llevan a un callejón sin salida, con la finalidad de avanzar, teniendo en cuenta el pasado, con sus efectos devastadores, para no volver a repetirlo. Esta conversión que se requiere es exaltante, pues abre nuevas posibilidades, al despertar los innumerables recursos que anidan en el corazón de tantos hombres y mujeres deseosos de vivir en paz y dispuestos a comprometerse por ella. Pero es particularmente exigente: hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar. Puesto que sólo el perdón ofrecido y recibido pone los fundamentos estables de la reconciliación y la paz para todos (cf. Rm 12,16b.18).

Sólo entonces podrá crecer el buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la consideración sin conmiseración de unos por otros y el respeto de los derechos de cada uno. En el Líbano, el cristianismo y el Islam habitan el mismo espacio desde hace siglos. No es raro ver en la misma familia las dos religiones. Si en una misma familia es posible, ¿por qué no lo puede ser con respecto al conjunto de la sociedad? Lo específico de Oriente Medio se encuentra en la mezcla de diversos componentes. Es cierto que se han combatido, desgraciadamente es así. Una sociedad plural sólo existe con el respeto recíproco, con el deseo de conocer al otro y del diálogo continuo. Este diálogo entre los hombres es posible únicamente siendo conscientes de que existen valores comunes a todas las grandes culturas, porque están enraizadas en la naturaleza de la persona humana. Estos valores que están como subyacentes, manifiestan los rasgos auténticos y característicos de la humanidad. Pertenecen a los derechos de todo ser humano. Con la afirmación de su existencia, las diferentes religiones ofrecen una aportación decisiva. No olvidemos que la libertad religiosa es el derecho fundamental del que dependen muchos otros. Profesar y vivir libremente la propia religión, sin poner en peligro su vida y su libertad, ha de ser posible para cualquiera. La pérdida o el debilitamiento de esta libertad priva a la persona del derecho sagrado a una vida íntegra en el plano espiritual. La así llamada tolerancia no elimina las discriminaciones, sino que a veces incluso las reafirma. Y sin la apertura a lo trascendente, que permite encontrar respuestas a los interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida y la manera de vivir moralmente, el hombre se hace incapaz de actuar con justicia y de comprometerse por la paz. La libertad religiosa tiene una dimensión social y política indispensable para la paz. Ella promueve una coexistencia y una vida armoniosa a causa del compromiso común al servicio de causas nobles y de la búsqueda de la verdad que no se impone por la violencia sino por «la fuerza de la misma verdad» (Dignitatis humanae, 1), la Verdad que está en Dios. Puesto que la creencia vivida lleva invariablemente al amor. La creencia auténtica no puede llevar a la muerte. El artífice de la paz es humilde y justo. Los creyentes tienen hoy, por tanto, un papel esencial, el de testimoniar la paz que viene de Dios y que es un don que se da a todos en la vida personal, familiar, social, política y económica (cf. Mt 5,9; Heb 12,14). No se puede consentir que el mal triunfe por la pasividad de los hombres de bien. Sería peor que no hacer nada.

Estas reflexiones sobre la paz, la sociedad, la dignidad de la persona, sobre los valores de la familia y la vida, sobre el diálogo y la solidaridad no pueden quedar como el simple enunciado de ideas. Pueden y deben ser vividas. Estamos en el Líbano y aquí es donde han de vivirse. El Líbano está llamado, ahora más que nunca, a ser un ejemplo. Políticos, diplomáticos, religiosos, hombres y mujeres del mundo de la cultura, os invito, pues, a dar testimonio con valor en vuestro entorno, a tiempo y a destiempo, de que Dios quiere la paz, que Dios nos confía la paz. سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy) (Jn 14,27), dice Cristo. Que Dios os bendiga. Gracias.


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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

COMIDA CON LOS PATRIARCAS Y LOS OBISPOS DE LÍBANO,
CON LOS MIEMBROS DEL CONSEJO ESPECIAL PARA ORIENTE MEDIO
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS Y CON EL SÉQUITO PAPAL

RESPUESTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LAS PALABRAS DE ACOGIDA

Refectorio del Patriarcado Armenio católico de Bzommar
Sábado 15 de septiembre de 2012



Beatitud, venerables patriarcas,
queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio,
queridos miembros del Consejo especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio, y del Sínodo armenio católico,
queridos seminaristas, hermanos y hermanas en Cristo.

Agradezco profundamente al Patriarca Nersès Bédros su invitación y las palabras que me ha dirigido, así como al Superior de esta casa. Saludo cordialmente a todos los invitados.

La Divina Providencia ha permitido nuestro encuentro en este convento de Bzommar, tan emblemático para la Iglesia católica armenia. El monje Hagop, apodado Méghabard –el pecador–, es para nosotros un ejemplo de oración, de desprendimiento de los bienes materiales y de fidelidad a Cristo Redentor. Hace 500 años, promovió la impresión del Libro del Viernes estableciendo así un puente entre el oriente y el occidente cristianos. En su escuela, podemos aprender el sentido de la misión, la fuerza de la verdad y el valor de la fraternidad en la unidad. Mientras que nos disponemos a retomar fuerzas con este almuerzo, preparado con tanto amor y ofrecido generosamente, el monje Hagop nos recuerda también que la sed espiritual y la búsqueda del más allá deben siempre habitar en nuestros corazones, ya que, «está escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca del Dios’» (Mt 4,4).

Queridos amigos, por intercesión de los Apóstoles Bartolomé y Tadeo, y de san Gregorio el Iluminador, pidamos al Señor que bendiga la comunidad armenia, duramente probada a través de los tiempos, y que envíe a su mies numerosos obreros y santos que, por Cristo, sean capaces de cambiar la faz de nuestra sociedad, de curar los corazones desgarrados y de volver a dar ánimo, fuerza y esperanza a los abatidos. Gracias.


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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké
Sábado 15 de septiembre de 2012

[Vídeo]



Beatitud,
Hermanos Obispos,
Señor Presidente,
queridos amigos:

«A vosotros gracia y paz abundantes por el conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor» (2 P 1,2). El pasaje de la carta de San Pedro que acabamos de escuchar expresa bien el gran deseo que llevo en el corazón desde hace mucho tiempo. Gracias por vuestra calurosa acogida, gracias de todo corazón por vuestra presencia tan numerosa esta tarde. Agradezco a Su Beatitud el Patriarca Bechara Boutros Raï sus palabras de bienvenida, a Mons. Georges Bou Jaoudé, Arzobispo de Trípoli y Presidente del Consejo para el apostolado de los laicos en el Líbano, y a Monseñor Elie Hadda, Arzobispo de Sidón de los Griegos melquitas y Vicepresidente de dicho Consejo, así como a los dos jóvenes que me han saludado en nombre de todos vosotros. سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy) (Jn 14,27), nos dice Jesucristo.
Queridos amigos, vosotros vivís hoy en esta parte del mundo que ha visto el nacimiento de Jesús y el desarrollo del cristianismo. Es un gran honor. Y es una llamada a la fidelidad, al amor por vuestra región, y especialmente a ser testigos y mensajeros de la alegría de Cristo, porque la fe transmitida por los Apóstoles lleva a la plena libertad y al gozo, como lo han mostrado tantos santos y beatos de este país. Su mensaje ilumina la Iglesia universal. Y puede seguir iluminando vuestras vidas. Entre los Apóstoles y los santos, muchos vivieron periodos difíciles, y su fe fue la fuente de su valor y de su testimonio. Que encontréis en su ejemplo e intercesión la inspiración y el apoyo que necesitáis.

Conozco las dificultades que tenéis en la vida cotidiana, debido a la falta de estabilidad y seguridad, al problema de encontrar trabajo o incluso al sentimiento de soledad y marginación. En un mundo en continuo movimiento, os enfrentáis a muchos y graves desafíos. Pero ni siquiera el desempleo y la precariedad deben incitaros a probar la «miel amarga» de la emigración, con el desarraigo y la separación en pos de un futuro incierto. Se trata de que vosotros seáis los artífices del futuro de vuestro país, y cumpláis con vuestro papel en la sociedad y en la Iglesia.

Tenéis un lugar privilegiado en mi corazón y en toda la Iglesia, porque la Iglesia es siempre joven. La Iglesia confía en vosotros. Cuenta con vosotros. Sed jóvenes en la Iglesia. Sed jóvenes con la Iglesia. La Iglesia necesita vuestro entusiasmo y creatividad. La juventud es el momento en el que se aspira a grandes ideales, y el periodo en que se estudia para prepararse a una profesión y a un porvenir. Esto es importante y exige su tiempo. Buscad lo que es hermoso y gozad en hacer el bien. Dad testimonio de la grandeza y la dignidad de vuestro cuerpo, que es «para el Señor» (1 Co 6,13b). Tened la delicadeza y la rectitud de los corazones puros. Como el beato Juan Pablo II, yo también os repito: «No tengáis miedo. Abrid las puertas de vuestro espíritu y vuestro corazón a Cristo». El encuentro con él «da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). En él encontraréis la fuerza y el valor para avanzar en el camino de vuestra vida, superando así las dificultades y aflicciones. En él encontraréis la fuente de la alegría. Cristo os dice: سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy). Aquí está la revolución que Cristo ha traído, la revolución del amor.

Las frustraciones que se presentan no os deben conducir a refugiaros en mundos paralelos como, entre otros, el de las drogas de cualquier tipo, o el de la tristeza de la pornografía. En cuanto a las redes sociales, son interesantes, pero pueden llevar fácilmente a una dependencia y a la confusión entre lo real y lo virtual. Buscad y vivid relaciones ricas de amistad verdadera y noble. Adoptad iniciativas que den sentido y raíces a vuestra existencia, luchando contra la superficialidad y el consumo fácil. También os acecha otra tentación, la del dinero, ese ídolo tirano que ciega hasta el punto de sofocar a la persona y su corazón. Los ejemplos que os rodean no siempre son los mejores. Muchos olvidan la afirmación de Cristo, cuando dice que no se puede servir a Dios y al dinero (cf. Lc 16,13). Buscad buenos maestros, maestros espirituales, que sepan indicaros la senda de la madurez, dejando lo ilusorio, lo llamativo y la mentira.

Sed portadores del amor de Cristo. ¿Cómo? Volviendo sin reservas a Dios, su Padre, que es la medida de lo justo, lo verdadero y lo bueno. Meditad la Palabra de Dios. Descubrid el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La oración, los sacramentos, son los medios seguros y eficaces para ser cristianos y vivir «arraigados y edificados en Cristo, afianzados en la fe» (Col 2,7). El Año de la fe que está para comenzar será una ocasión para descubrir el tesoro de la fe recibida en el bautismo. Podéis profundizar en su contenido estudiando el Catecismo, para que vuestra fe sea viva y vivida. Entonces os haréis testigos del amor de Cristo para los demás. En él, todos los hombres son nuestros hermanos. La fraternidad universal inaugurada por él en la cruz reviste de una luz resplandeciente y exigente la revolución del amor. «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,35). En esto reside el testamento de Jesús y el signo del cristiano. Aquí está la verdadera revolución del amor.

Por tanto, Cristo os invita a hacer como él, a acoger sin reservas al otro, aunque pertenezca a otra cultura, religión o país. Hacerle sitio, respetarlo, ser bueno con él, nos hace siempre más ricos en humanidad y fuertes en la paz del Señor. Sé que muchos de vosotros participáis en diversas actividades promovidas por las parroquias, las escuelas, los movimientos o las asociaciones. Es hermoso trabajar con y para los demás. Vivir juntos momentos de amistad y alegría permite resistir a los gérmenes de división, que constantemente se han de combatir. La fraternidad es una anticipación del cielo. Y la vocación del discípulo de Cristo es ser «levadura» en la masa, como dice san Pablo: «Un poco de levadura hace fermentar toda la masa» (Ga 5,9). Sed los mensajeros del evangelio de la vida y de los valores de la vida. Resistid con valentía a aquello que la niega: el aborto, la violencia, el rechazo y desprecio del otro, la injusticia, la guerra. Así irradiaréis la paz en vuestro entorno. ¿Acaso no son a los «artífices de la paz» a quienes en definitiva más admiramos? ¿No es la paz ese bien precioso que toda la humanidad está buscando? Y, ¿no es un mundo de paz para nosotros y para los demás lo que deseamos en lo más profundo? سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy), dice Jesús. Él no ha vencido el mal con otro mal, sino tomándolo sobre sí y aniquilándolo en la cruz mediante el amor vivido hasta el extremo. Descubrir de verdad el perdón y la misericordia de Dios, permite recomenzar siempre una nueva vida. No es fácil perdonar. Pero el perdón de Dios da la fuerza de la conversión y, a la vez, el gozo de perdonar. El perdón y la reconciliación son caminos de paz, y abren un futuro.

Queridos amigos, muchos de vosotros se preguntan ciertamente, de una forma más o menos consciente: ¿Qué espera Dios de mí? ¿Qué proyecto tiene para mí? ¿Querrá que anuncie al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? ¿Me llamará Cristo a seguirlo más de cerca? Acoged confiadamente estos interrogantes. Tomaos un tiempo para pensar en ello y buscar la luz. Responded a la invitación poniéndoos cada día a disposición de Aquel que os llama a ser amigos suyos. Tratad de seguir de corazón y con generosidad a Cristo, que nos ha redimido por amor y entregado su vida por todos nosotros. Descubriréis una alegría y una plenitud inimaginable. Responder a la llamada que Cristo dirige a cada uno: éste es el secreto de la verdadera paz.

Ayer firmé la Exhortación Apostólica Ecclesia in Medio Oriente. Esta carta, queridos jóvenes, está destinada también a vosotros, como a todo el Pueblo de Dios. Leedla con atención y meditadla para ponerla en práctica. Para que os ayude, os recuerdo las palabras de san Pablo a los corintios: «Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todo el mundo. Es evidente que sois carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3,2-3). También vosotros, queridos amigos, podéis ser una carta viva de Cristo. Esta carta no estará escrita con papel y lápiz. Será el testimonio de vuestra vida y de vuestra fe. Así, con ánimo y entusiasmo, haréis comprender a vuestro alrededor que Dios quiere la felicidad de todos sin distinción, y que los cristianos son sus servidores y testigos fieles.

Jóvenes libaneses, sois la esperanza y el futuro de vuestro país. Vosotros sois el Líbano, tierra de acogida, de convivencia, con una increíble capacidad de adaptación. Y, en estos momentos, no podemos olvidar a esos millones de personas que forman la diáspora libanesa, y que mantienen fuertes lazos con su país de origen. Jóvenes del Líbano, sed acogedores y abiertos, como Cristo os pide y como vuestro país os enseña.

Quiero saludar ahora a los jóvenes musulmanes que están con nosotros esta noche. Agradezco vuestra presencia que es tan importante. Vosotros sois, con los jóvenes cristianos, el futuro de este maravilloso País y de todo el Oriente Medio. Buscad construirlo juntos. Y cuando seáis adultos, continuad a vivir la concordia en la unidad con los cristianos. Porque la belleza del Líbano se encuentra en esta bella simbiosis.

Es necesario que todo el Oriente Medio, viéndoles, comprenda que los musulmanes y los cristianos, el Islam y el Cristianismo, pueden vivir juntos sin odios, respetando las creencias de cada uno, para construir juntos una sociedad libre y humana.

He sabido además que están entre nosotros jóvenes venidos de Siria. Quiero deciros cuanto admiro vuestra valentía. Decid en vuestras casas, a vuestros familiares y amigos, que el Papa no os olvida. Decid en vuestro entorno que el Papa esta triste a causa de vuestros sufrimientos y lutos. Él no se olvida de Siria en sus oraciones y es una de sus preocupaciones. No se olvida de ninguno de los que sufren en Oriente Medio. Es el momento en que musulmanes y cristianos se unan para poner fin a la violencia y a la guerra.

Para terminar, volvámonos a María, la Madre del Señor, Nuestra Señora del Líbano. Ella os protege y acompaña desde lo alto de la colina de Harissa, vela como madre por todos los libaneses y por tantos peregrinos que acuden de todas partes para encomendarle sus alegrías y sus penas. Esta tarde, confiamos a la Virgen María y al Beato Juan Pablo II, que me precedió aquí, vuestras vidas, las de todos los jóvenes del Líbano y de los países de la región, especialmente de los que sufren la violencia o la soledad, de los que necesitan consuelo. Que Dios os bendiga a todos. Y ahora, todos juntos, la imploramos:

السّلامُ عَلَيكِ يا مَرْيَم... .


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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

SANTA MISA Y ENTREGA
DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
PARA ORIENTE MEDIO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Beirut City Center Waterfront
Domingo 16 de septiembre de 2012

[Vídeo]



Queridos hermanos y hermanas:

«Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo» (Ef 1,3). Bendito sea en este día en el que tengo la alegría de estar aquí con vosotros, en el Líbano, para entregar a los obispos de la región la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente. Agradezco cordialmente a Su Beatitud Bechara Boutros Raï sus amables palabras de bienvenida. Saludo a los demás patriarcas y obispos de las iglesias orientales, a los obispos latinos de las regiones vecinas, así como a los cardenales y obispos procedentes de otros países. Os saludo a todos con gran afecto, queridos hermanos y hermanas del Líbano, así como a los de los países de toda esta querida región de Oriente Medio, que han venido para celebrar, con el Sucesor de Pedro, a Jesucristo crucificado, muerto y resucitado. Saludo con deferencia también al Presidente de la República y a las autoridades libanesas, a los responsables y miembros de otras tradiciones religiosas que han tenido a bien estar presentes aquí esta mañana.

En este domingo en el que Evangelio nos interroga sobre la verdadera identidad de Jesús, henos aquí con los discípulos por la senda que conduce a los pueblos de la región de Cesarea de Filipo. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29), les preguntó Jesús. El momento elegido para plantear esta cuestión tiene un significado. Jesús se encuentra en un momento decisivo de su existencia. Sube hacia Jerusalén, hacia el lugar donde, por la cruz y la resurrección, se cumplirá el acontecimiento central de nuestra salvación. Jerusalén es también donde, al final de estos acontecimientos, nacerá la Iglesia. Y cuando, en ese momento decisivo, Jesús pregunta primero a sus seguidores: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8,27), las respuestas que le dan son muy diferentes: Juan el Bautista, Elías, un profeta. También hoy, como a lo largo de los siglos, aquellos, que de una u otra manera, han encontrado a Jesús en su camino, ofrecen sus respuestas. Éstas son aproximaciones que pueden permitir encontrar el camino de la verdad. Pero, aunque no sean necesariamente falsas, siguen siendo insuficientes, pues no llegan al corazón de la identidad de Jesús. Sólo quien se compromete a seguirlo en su camino, a vivir en comunión con él en la comunidad de los discípulos, puede tener un conocimiento verdadero. Entonces es cuando Pedro, que desde hacía algún tiempo había vivido con Jesús, dará su respuesta: «Tú eres el Mesías» (Mc 8,29). Respuesta acertada sin duda alguna, pero aún insuficiente, puesto que Jesús advirtió la necesidad de precisarla. Se percataba de que la gente podría utilizar esta respuesta para propósitos que no eran los suyos, para suscitar falsas esperanzas terrenas sobre él. Y no se deja encerrar sólo en los atributos del libertador humano que muchos esperan.

Al anunciar a sus discípulos que él deberá sufrir y ser ajusticiado antes de resucitar, Jesús quiere hacerles comprender quién es de verdad. Un Mesías sufriente, un Mesías servidor, no un libertador político todopoderoso. Él es siervo obediente a la voluntad de su Padre hasta entregar su vida. Es lo que anunciaba ya el profeta Isaías en la primera lectura. Así, Jesús va contra lo que muchos esperaban de él. Su afirmación sorprende e inquieta. Y eso explica la réplica y los reproches de Pedro, rechazando el sufrimiento y la muerte de su maestro. Jesús se muestra severo con él, y le hace comprender que quien quiera ser discípulo suyo, debe aceptar ser un servidor, como él mismo se ha hecho siervo.

Decidirse a seguir a Jesús, es tomar su Cruz para acompañarle en su camino, un camino arduo, que no es el del poder o el de la gloria terrena, sino el que lleva necesariamente a la renuncia de sí mismo, a perder su vida por Cristo y el Evangelio, para ganarla. Pues se nos asegura que este camino conduce a la resurrección, a la vida verdadera y definitiva con Dios. Optar por acompañar a Jesucristo, que se ha hecho siervo de todos, requiere una intimidad cada vez mayor con él, poniéndose a la escucha atenta de su Palabra, para descubrir en ella la inspiración de nuestras acciones. Al promulgar el Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de octubre, he querido que todo fiel se comprometa de forma renovada en este camino de conversión del corazón. A lo largo de todo este año, os animo vivamente, pues, a profundizar vuestra reflexión sobre la fe, para que sea más consciente, y para fortalecer vuestra adhesión a Jesucristo y su evangelio.

Hermanos y hermanas, el camino por el que Jesús nos quiere llevar es un camino de esperanza para todos. La gloria de Jesús se revela en el momento en que, en su humanidad, él se manifiesta el más frágil, especialmente después de la encarnación y sobre la cruz. Así es como Dios muestra su amor, haciéndose siervo, entregándose por nosotros. ¿Acaso no es esto un misterio extraordinario, a veces difícil de admitir? El mismo apóstol Pedro lo comprenderá sólo más tarde.

En la segunda lectura, Santiago nos ha recordado cómo este seguir a Jesús, para ser auténtico, exige actos concretos: «Yo con mis obras, te mostraré la fe» (2,18). Servir es una exigencia imperativa para la Iglesia y, para los cristianos, el ser verdaderos servidores, a imagen de Jesús. El servicio es un elemento fundacional de la identidad de los discípulos de Cristo (cf. Jn 13,15-17). La vocación de la Iglesia y del cristiano es servir, como el Señor mismo lo ha hecho, gratuitamente y a todos, sin distinción. Por tanto, en un mundo donde la violencia no cesa de extender su rastro de muerte y destrucción, servir a la justicia y la paz es una urgencia, para comprometerse en aras de una sociedad fraterna, para fomentar la comunión. Queridos hermanos y hermanas, imploro particularmente al Señor que conceda a esta región de Oriente Medio servidores de la paz y la reconciliación, para que todos puedan vivir pacíficamente y con dignidad. Es un testimonio esencial que los cristianos deben dar aquí, en colaboración con todas las personas de buena voluntad. Os hago un llamamiento a todos a trabajar por la paz. Cada uno como pueda y allí dónde se encuentre.

El servicio debe entrar también en el corazón de la vida misma de la comunidad cristiana. Todo ministerio, todo cargo en la Iglesia, es ante todo un servicio a Dios y a los hermanos. Éste es el espíritu que debe reinar entre todos los bautizados, en particular con un compromiso efectivo para con los pobres, los marginados y los que sufren, para salvaguardar la dignidad inalienable de cada persona.

Queridos hermanos y hermanas que sufrís en el cuerpo o en el corazón, vuestro dolor no es inútil. Cristo servidor está cercano a todos los que sufren. Él está a vuestro lado. Que os encontréis en vuestro camino con hermanos y hermanas que manifiesten concretamente su presencia amorosa, que no os abandonará. Que Cristo os colme de esperanza.

Y todos vosotros, hermanos y hermanas, que habéis venido para participar en esta celebración, tratad de configuraros siempre con el Señor Jesús, con él, que se ha hecho servidor de todos para la vida del mundo. Que Dios bendiga al Líbano, que bendiga a todos los pueblos de esta querida región del Medio Oriente y les conceda el don de su paz. Amén.


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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

ENTREGA DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
PARA ORIENTE MEDIO

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Beirut City Center Waterfront
Domingo 16 de septiembre de 2012

[Vídeo]



Beatitudes, señores cardenales,
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

La celebración litúrgica que acabamos de vivir nos ha permitido agradecer al Señor el don de la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos, celebrada en octubre del 2010 sobre el tema: La Iglesia católica en Oriente Medio, comunión y testimonio. «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). Quiero agradecer a todos los padres sinodales su aportación. Mi reconocimiento se dirige también al Secretario general del Sínodo de los Obispos, Mons. Eterović, por el trabajo realizado y las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

Después de haber firmado la Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Medio Oriente, tengo la alegría de entregarla a todas las Iglesias particulares a través de vosotros, Beatitudes y obispos orientales y latinos de Oriente Medio. Con la entrega de este documento, comienza su estudio y asimilación por parte de todos los protagonistas eclesiales: pastores, personas consagradas y laicos, para que cada uno encuentre una alegría nueva en proseguir su misión, animados y fortalecidos para aplicar el mensaje de comunión y de testimonio desarrollado según los distintos aspectos humanos, doctrinales, eclesiológicos, espirituales y pastorales de esta Exhortación. Queridos hermanos y hermanas del Líbano y de Oriente Medio, deseo que esta Exhortación sea una guía para avanzar por los caminos multiformes y complejos en los que Cristo os precede. Que la comunión en la fe, la esperanza y la caridad se fortalezcan en vuestros países y en cada comunidad para hacer creíble vuestro testimonio del solo Santo, el Dios Uno y Trino, que se ha hecho cercano a cada persona.

Querida Iglesia en Oriente Medio, vivifica la savia original de la salvación que se ha realizado en esta Tierra única y amada entre todas. Avanza en el seguimiento de tus padres en la fe, que abrieron con su constancia y fidelidad el camino de la respuesta de la humanidad a la Revelación de Dios. Encuentra en la esplendida diversidad de los santos, que han florecido en ti, los ejemplos y los intercesores que inspiraron tu respuesta a la llamada del Señor a caminar hacia la Jerusalén celeste, donde Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos (cf. Ap 21,4). Que la comunión fraterna sea una ayuda en la vida cotidiana y signo de la fraternidad universal que Jesús, el primogénito entre muchos, vino a instaurar. Y así, en esta región, que vio sus obras y recogió sus palabras, continúe resonando el Evangelio como hace 2000 años y que sea vivido hoy y siempre. Gracias.


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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Beirut City Center Waterfront
Domingo 16 de septiembre de 2012

[Vídeo]


Queridos hermanos y hermanas, dirijámonos ahora a María, Nuestra Señora del Líbano, en torno a la cual se encuentran los cristianos y los musulmanes. Pidámosle que interceda ante su divino Hijo por vosotros y, en particular, implorando el don de la paz para los habitantes de Siria y los países vecinos. Conocéis bien la tragedia de los conflictos y de la violencia, que genera tantos sufrimientos. Desgraciadamente, el ruido de las armas continúa escuchándose, así como el grito de las viudas y de los huérfanos. La violencia y el odio invaden sus vidas, y las mujeres y los niños son las primeras víctimas. ¿Por qué tanto horror? ¿Por qué tanta muerte? Apelo a la comunidad internacional. Apelo a los países árabes de modo que como hermanos, propongan soluciones viables que respeten la dignidad de toda persona humana, sus derechos y su religión. Quien quiere construir la paz debe dejar de ver en el otro un mal que debe eliminar. No es fácil ver en el otro una persona que se debe respetar y amar, y sin embargo es necesario, si se quiere construir la paz, si se quiere la fraternidad (cf. 1 Jn 2,10-11; 1 P 3,8-12). Que Dios conceda a vuestro país, a Siria y a Oriente Medio el don de la paz de los corazones, el silencio de las armas y el cese de toda violencia. Que los hombres entiendan que todos son hermanos. María, que es nuestra Madre, comprende nuestras preocupaciones y necesidades. Con los patriarcas y los obispos aquí presentes, encomiendo a Oriente Medio bajo su materna protección (cf. Proposición 44). Que con la ayuda de Dios nos convirtamos, trabajando con ardor por instaurar la paz necesaria para una vida armoniosa entre hermanos, no importa su proveniencia o convicciones religiosas. Ahora oremos: Angelus Domini...


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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

ENCUENTRO ECUMÉNICO

PALABRAS DE RESPUESTA DEL SANTO PADRE
EN EL ENCUENTRO ECUMÉNICO

Salón de honor del Patriarcado siro-católico de Charfet
Domingo 16 de septiembre de 2012



Santidad, Beatitud,
Venerados Patriarcas, queridos hermanos en el episcopado,
Queridos representantes de las Iglesias y Comunidades protestantes,
Queridos hermanos

Con gozo me encuentro entre vosotros, en este monasterio de Notre Dame de la Délivrance de Charfet, lugar de la Iglesia siríaca católica significativo para el Líbano y todo el Oriente Medio. Agradezco a Su Beatitud Ignace Youssef Younan, Patriarca de Antioquía de los Siro-católicos, sus calurosas palabras de bienvenida. Saludo fraternalmente a cada uno de vosotros, que representáis la diversidad de la Iglesia en Oriente, y en particular a Su Beatitud Ignace IV Hazim, Patriarca Greco-ortodoxo de Antioquía y de todo el Oriente y a Su Santidad Mar Ignatius I Zakke Iwas, Patriarca de la Iglesia Siro-ortodoxa de Antioquía y de todo el Oriente. Vuestra gozosa presencia realza este encuentro. Les agradezco de corazón que estén entre nosotros. Mi pensamiento se dirige también a la Iglesia copta ortodoxa de Egipto y a la Iglesia etíope ortodoxa, que han sufrido la pérdida de su Patriarca. Les aseguro mi fraterna cercanía y oración.

Permitidme rendir homenaje al testimonio de fe que la Iglesia Siríaca de Antioquía ha ofrecido a lo largo de su gloriosa historia, testimonio de un amor ardiente a Cristo, que le ha permitido escribir, hasta el día de hoy, páginas heroicas a causa de su fidelidad a la fe hasta el martirio. La animo a ser para todos los pueblos de la región un signo de la paz que viene de Dios y una luz que enciende su esperanza. Extiendo estas palabras de aliento a todas las Iglesias y Comunidades eclesiales presentes en esta región.

Queridos hermanos, nuestro encuentro de esta tarde es un signo elocuente de nuestro deseo profundo de responder a la llamada del Señor Jesús, «que todos sean uno» (Jn 17,21). En estos tiempos inestables y proclives a la violencia, que experimenta vuestra región, es todavía más urgente que los discípulos de Cristo den un testimonio auténtico de su unidad, para que el mundo crea en su mensaje de amor, paz y reconciliación. Es un mensaje que todos los cristianos, y nosotros en particular, tenemos la misión de transmitir al mundo, y que adquiere un valor inestimable en el contexto actual de Oriente Medio.

Trabajemos sin descanso para que nuestro amor por Cristo nos conduzca paso a paso hacia la plena comunión entre nosotros. Para ello, debemos, por la oración y el compromiso común, volver sin cesar a nuestro único Señor y Salvador. Pues, como he escrito en la Exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente, que he tenido el gozo de entregaros, «Jesús une a quienes creen en él y le aman, entregándoles el Espíritu de su Padre, así como el de María, su madre» (n. 15).

Confío a la Virgen María cada uno de vosotros, así como los miembros de vuestras Iglesias y comunidades. Que ella suplique por nosotros ante su Divino Hijo, para que nos veamos libres de todo mal y violencia y para que esta región de Oriente Medio conozca al fin el tiempo de la reconciliación y la paz. Que las palabras de Jesús que he citado con frecuencia en este viaje,
سَلامي أُعطيكُم (Jn 14,27), sean para todos nosotros el signo común que daremos en el nombre de Cristo a los pueblos de esta amada región, que anhela con impaciencia la realización de este anuncio. Gracias.


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VIAJE APOSTÓLICO A LÍBANO
(14-16 DE SEPTIEMBRE DE 2012)

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Aeropuerto Internacional Rafik Hariri, Beirut
Domingo 16 de septiembre de 2012

[Vídeo]



Señor Presidente,
Señores Presidentes del Parlamento y del Consejo de ministros,
Beatitudes y hermanos en el episcopado,
Autoridades civiles y religiosas y queridos amigos

Ha llegado el momento de partir, y dejo con pesar el querido Líbano. Señor Presidente, le agradezco sus palabras y el haber facilitado, junto con el Gobierno, a cuyos representantes saludo, la organización de los distintos acontecimientos que han marcado mi presencia entre vosotros, apoyado de manera notable por la eficacia de los diferentes servicios de la República y del sector privado. Agradezco también al Patriarca Bechara Boutros Raï, y a todos los patriarcas presentes, así como a los obispos orientales y latinos, los sacerdotes y los diáconos, los religiosos y religiosas, los seminaristas y los fieles que se han desplazado para recibirme. Al visitaros, es como si Pedro viniese a vosotros, y vosotros habéis recibido a Pedro con la cordialidad que caracteriza a vuestras Iglesias y vuestra cultura.

Mi agradecimiento se dirige en particular a todo el pueblo libanés, que forma un hermoso y rico mosaico, y que ha sabido manifestar al Sucesor de Pedro su entusiasmo, con la aportación multiforme y específica de cada comunidad. Gracias de corazón a las venerables Iglesias hermanas y a las comunidades protestantes. Gracias en particular a los representantes de las comunidades musulmanas. Durante toda mi estancia, he podido constatar cuánto vuestra presencia ha contribuido al éxito de mi viaje. El mundo árabe y el mundo entero habrán visto, en estos momentos de turbación, a los cristianos y a los musulmanes reunidos para celebrar la paz. Es tradición de Oriente Medio recibir al huésped de paso con consideración y respeto, y vosotros lo habéis hecho. Os lo agradezco a todos. Pero, a la consideración y al respeto, habéis añadido algo más: algo parecido a una de esas famosas especias orientales que enriquecen el sabor de los alimentos: vuestro calor y vuestro corazón, que me han despertado el deseo de volver. Os lo agradezco de manera especial. Que Dios os bendiga por ello.

Durante mi brevísima estancia, cuya razón principal ha sido la firma y la entrega de la Exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente, he podido encontrar a los diferentes miembros de vuestra sociedad. Ha habido momentos más oficiales y otros más íntimos, momentos de gran densidad religiosa y de oración ferviente, y también otros marcados por el entusiasmo de la juventud. Doy gracias a Dios por estas ocasiones que él ha permitido, por los importantes encuentros que he podido tener, y por la oración de todos por todos los libaneses y el Medio Oriente, cualquiera que sea el origen o la confesión religiosa de cada uno.

En su sabiduría, Salomón llamó a Hirán de Tiro, para que erigiera una casa como morada del Nombre de Dios, un santuario para la eternidad (cf. Si 47,13). Y Hirán, al que ya evoqué a mi llegada, envió madera proveniente de los cedros del Líbano (cf. 1 R 5,22). Paneles de madera de cedro con guirnaldas de flores esculpidas revestían el interior del templo (cf. 1 R 6,18). El Líbano estaba presente en el Santuario de Dios. Que el Líbano de hoy, sus habitantes, pueda seguir estando presente en el santuario de Dios. Que el Líbano continúe siendo un espacio donde los hombres y las mujeres puedan vivir en armonía y en paz los unos con los otros para dar al mundo, no sólo el testimonio de la existencia de Dios, primer tema del pasado Sínodo, sino también el de la comunión entre los hombres, cualquiera que sea su sensibilidad política, comunitaria o religiosa, segundo tema de dicho Sínodo.

Pido a Dios por el Líbano, para que viva en paz y resista con valentía todo lo que pueda destruirla o minarla. Deseo que el Líbano siga permitiendo la pluralidad de las tradiciones religiosas, sin dejarse llevar por la voz de aquellos que se lo quieren impedir. Le deseo que fortalezca la comunión entre todos sus habitantes, cualquiera que sea su comunidad o su religión, rechazando resueltamente todo lo que pueda llevar a la desunión y optando con determinación por la fraternidad. He aquí las flores que agradan a Dios, las virtudes posibles y que convendría consolidar enraizándolas más.

La Virgen María, venerada con tierna devoción por los fieles de las confesiones religiosas aquí presentes, es un modelo seguro para avanzar con esperanza por el camino de una fraternidad vivida y auténtica. El Líbano lo ha entendido bien al proclamar desde hace algún tiempo el 25 de marzo como día festivo, permitiendo así a todos sus habitantes vivir con más serenidad su unidad. Que la Virgen María, cuyos antiguos santuarios son tan numerosos en vuestro país, siga acompañándoos e inspirándoos.

Que Dios bendiga el Líbano y a todos los libaneses. Que no cese de atraerlos a Él para darles parte en su vida eterna. Que los colme de su alegría, de su paz y de su luz. Que Dios bendiga a todo Oriente Medio. Sobre todos y cada uno de vosotros, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas. لِيُبَارِك الربُّ جميعَكُم [Que Dios os bendiga a todos].


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