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VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN 18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

Ultimo Aggiornamento: 18/08/2013 15:26
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VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA BENÍN

Viernes 18 de noviembre de 2011



P. Lombardi: Santidad, bienvenido entre nosotros, en este grupo de periodistas que le acompañamos a África. Le agradecemos mucho que nos dedique algo de su tiempo también en esta ocasión. En este avión hay unos 40 periodistas, fotógrafos y cameraman de diversas agencias y televisiones; están también los medios vaticanos que le acompañan; unas cincuenta personas. En Cotonou nos espera un millar de periodistas que seguirán el viaje sobre el terreno. Como de costumbre, le hacemos algunas preguntas recogidas estos días entre los colegas. La primera pregunta se la hago en francés, pensando que será también del agrado de los benineses cuando al llegar puedan escucharlo y verlo en la televisión.

P. Lombardi: Santo Padre, este viaje nos lleva a Benín. Pero es un viaje muy importante para todo el continente africano. ¿Por qué ha pensado que precisamente Benín es el país adecuado para dirigir un mensaje a toda África, de hoy y del futuro?

Santo Padre: Hay varias razones. La primera es que Benín es un país en paz, paz exterior e interior. Hay instituciones democráticas que funcionan, realizadas con espíritu de libertad y responsabilidad, y por tanto la justicia y el trabajo en favor del bien común son posibles y están garantizados por el funcionamiento de las instituciones democráticas y el sentido de responsabilidad en la libertad. La segunda razón es que, como en la mayor parte de los países africanos, se da la presencia de diversas religiones y una convivencia pacífica entre ellas. Están los cristianos en su diversidad, que no es siempre fácil; los musulmanes y, en fin, las religiones tradicionales. Estas tres religiones diferentes conviven en el respeto recíproco y la responsabilidad común por la paz, por la reconciliación interior y exterior. Me parece que esta convivencia de las religiones, el diálogo interreligioso como factor de paz y de libertad es muy importante, y es también un aspecto destacado de la Exhortación apostólica postsinodal. Y, finalmente, la tercera razón, es que se trata del país de mi querido amigo, el cardenal Bernardin Gantin. Siempre había tenido el deseo de poder rezar un día ante su tumba. Para mí es realmente un gran amigo ―tal vez hablaremos al final de él― y, por tanto, visitar el país del cardenal Gantin como un gran representante del África católica, del África humana y civilizada, es también para mí una razón para ir a este país.

P. Lombardi: Mientras los africanos experimentan el debilitamiento de sus comunidades tradicionales, la Iglesia católica debe afrontar el éxito creciente de Iglesias evangélicas o pentecostales, a veces nacidas en África, que propagan una fe atractiva, una gran simplificación del mensaje cristiano: insisten en las curaciones y mezclan sus cultos con los tradicionales. ¿Cómo se sitúa la Iglesia católica ante estas comunidades, agresivas con respecto a ella? Y, ¿cómo puede ser atractiva, cuando estas comunidades se presentan festivas, entusiastas o inculturadas?

Santo Padre: Estas comunidades son un fenómeno mundial, en todos los continentes; con modalidades diversas, están muy presentes sobre todo en Latinoamérica y en África. Diría que los elementos característicos son su poca institucionalidad, pocas instituciones, poca atención a la instrucción, un mensaje fácil, simple, comprensible, aparentemente concreto y además ―como usted ha dicho― una liturgia participativa con la expresión de los propios sentimientos, la propia cultura y también la combinación sincretista entre las religiones. Por una parte, todo esto asegura el éxito, pero implica también poca estabilidad. Sabemos también que muchos vuelven a la Iglesia católica o pasan de una de estas comunidades a otra. Por consiguiente, no debemos imitar a estas comunidades, sino preguntarnos qué podemos hacer nosotros para revitalizar la fe católica. Y diría que un primer punto es ciertamente un mensaje sencillo, profundo, comprensible; es importante que el cristianismo no aparezca como un sistema difícil, europeo, que ningún otro puede comprender y practicar, sino como un mensaje universal de que Dios existe, que Dios tiene que ver con nosotros, que nos conoce y nos ama, y que la religión concreta suscita la colaboración y la fraternidad. Por eso es muy importante un mensaje sencillo y concreto. Es siempre muy importante también que la institución no sea sofocante; que predomine, digamos, la iniciativa de la comunidad y de la persona. Y, diría también, es importante una liturgia participativa, pero no sentimental: no debe basarse sólo en la expresión de los sentimientos, sino que se ha de caracterizar por la presencia del misterio en el que entramos, y por el que nos dejamos formar. En fin, diría que es importante no perder la universalidad en la inculturación. Yo preferiría hablar de interculturalidad más que de inculturación, es decir, de un encuentro de culturas en la verdad común de nuestro ser humano en nuestro tiempo, y crecer así también en la fraternidad universal; no perder esta grandeza de la catolicidad, de que en todas las partes del mundo somos hermanos, somos una familia que se conoce y colabora con espíritu de fraternidad.

P. Lombardi: En los últimos decenios ha habido en tierra africana muchas operaciones de pacificación, conferencias para la reconstrucción nacional, comisiones de verdad y reconciliación, con resultados unas veces positivos y otras decepcionantes. Durante la asamblea sinodal, los obispos usaron palabras fuertes sobre la responsabilidad de los políticos con respecto a los problemas del continente. ¿Qué mensaje piensa dirigir a los responsables políticos de África? Y ¿cuál es la contribución específica que la Iglesia puede dar a la construcción de una paz duradera en el continente?

Santo Padre: El mensaje se encuentra en el texto que entregaré a la Iglesia en África: no puedo resumirlo ahora en pocas palabras. Es verdad que ha habido muchas conferencias internacionales también precisamente para África, para la fraternidad universal. Se dicen cosas buenas y también se hacen a veces cosas realmente buenas: hemos de reconocerlo. Pero, ciertamente, las palabras, las intenciones y también la voluntad son más grandes que las realizaciones; y debemos preguntarnos por qué las palabras y las intenciones no se hacen realidad. Me parece que un factor fundamental es que esta renovación, esta fraternidad universal, requiere renuncias, exige también ir más allá del egoísmo y ser para el otro. Y esto es fácil decirlo, pero difícil hacerlo. El hombre, tal como es después del pecado original, quiere poseerse a sí mismo, tenerse su vida y no darla. Quisiera conservar todo lo que tengo. Pero, naturalmente, con esta mentalidad, según la cual no quiero dar, sino tener, las grandes intenciones no pueden funcionar. Sólo podemos llegar a esto precisamente con el amor y el conocimiento de un Dios que nos ama, que nos da: osamos perder la vida, nos atrevemos a entregarnos porque sabemos que precisamente así nos ganamos. Por tanto, los detalles que hoy se encuentran en el documento del Sínodo se refieren a esta postura fundamental: amando a Dios y estando en amistad con este Dios que se da, también nosotros podemos atrevernos e implorar el dar, no solo el tener; renunciar, ser para el otro, perder la vida con la certeza de que sí, precisamente así, ganamos.

P. Lombardi: Durante la inauguración del Sínodo africano en Roma, usted habló de África como de un gran «pulmón espiritual para una humanidad en crisis de fe y de esperanza». Pensando en los grandes problemas de África, esta expresión parece casi desconcertante. ¿En qué sentido piensa verdaderamente que África puede dar fe y esperanza al mundo? ¿Piensa en un papel de África también en la evangelización del resto del mundo?

Santo Padre: África tiene naturalmente grandes problemas y dificultades, toda la humanidad tiene grandes problemas. Si pienso en mi juventud, era un mundo totalmente diverso del de hoy, y algunas veces pienso que vivo en otro planeta respecto a cuando era joven. Así, la humanidad se encuentra en un proceso de transformación cada vez más rápido. Para África, este proceso de los últimos cincuenta o sesenta años ―a partir de la independencia, después del colonialismo, hasta llegar al tiempo actual― ha sido un proceso muy exigente y, naturalmente, muy difícil, con grandes dificultades y problemas, y estos problemas aún no se han superado. Con el proceso de la humanidad, se dan también dificultades. Sin embargo, esta lozanía del sí a la vida que hay en África, esta juventud que existe, que está llena de entusiasmo y de esperanza, incluso de humor y de alegría, nos muestra que en África hay una reserva humana, hay aún un verdor del sentido religioso y de esperanza; hay aún una percepción de la realidad metafísica, de la realidad en su totalidad con Dios: no esa reducción al positivismo, que limita nuestra vida y la hace un tanto árida, y que también apaga la esperanza. Por tanto, diría, un humanismo lozano, que se encuentra en el alma joven de África, no obstante todos los problemas que existen y existirán, manifiesta que aún hay una reserva de vida y de vitalidad para el futuro, con la que podemos contar.

P. Lombardi: Una última pregunta, Santidad. Volvamos un momento a un punto que usted ha mencionado entre los motivos de este viaje a Benín: sabemos que en este viaje tiene un lugar importante el recuerdo de la figura del cardenal Gantin. Usted lo conoció muy bien: fue su predecesor como decano del Colegio cardenalicio, y la estima que lo rodea universalmente es muy grande. ¿Quiere darnos un breve testimonio personal de él?

Santo Padre: Vi por primera vez al cardenal Gantin durante mi ordenación como arzobispo de Munich, en 1977. Él fue allí porque uno de sus alumnos era discípulo mío: así, idealmente, sin que nos hubiéramos visto aún, ya existía entre nosotros una amistad. En aquel día decisivo de mi ordenación episcopal, fue hermoso para mí encontrar a este joven obispo africano, lleno de fe, de alegría y de valentía. Después hemos colaborado muchísimo, sobre todo cuando él era prefecto de la Congregación para los Obispos, y después en el Colegio cardenalicio. He admirado siempre su inteligencia práctica y profunda; su sentido de discernimiento, de no caer en ciertas frases hechas, sino de comprender lo que era esencial y lo que no tenía sentido. Y también su verdadero sentido del humor, que era muy hermoso. Y, sobre todo, era un hombre de profunda fe y de oración. Todo esto hizo del cardenal Gantin no sólo un amigo, sino también un ejemplo que seguir, un gran obispo africano, católico. Realmente me alegra poder rezar ahora ante su tumba y sentir su cercanía y su gran fe, que hace de él, siempre para mí, un ejemplo y un amigo.

P. Lombardi: Gracias, Santidad. Si me permite, añado que «su discípulo» que había invitado al cardenal Gantin está también aquí con nosotros en el viaje, porque es Mons. Barthélémy Adoukounou y, por tanto, él está también presente en este momento tan bello. Por nuestra parte, le agradecemos este tiempo que nos ha concedido. Le deseamos un buen viaje y, como siempre, trataremos de colaborar a una buena difusión de sus mensajes para África en estos días. Gracias nuevamente y hasta la vista.


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VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Aeropuerto internacional "Cardenal Bernardin Gantin" de Cotonú
Viernes 18 de noviembre de 2011

[Vídeo]


Señor Presidente de la República,
Señores Cardenales,
Señor Presidente de la Conferencia Episcopal de Benín,
Autoridades civiles, eclesiásticas y religiosas,
Queridos amigos

Le agradezco, Señor Presidente, sus cálidas palabras de bienvenida. Usted sabe el afecto que siento por su continente y su país. Quería volver a África, y son tres los motivos que me han inducido a emprender este viaje apostólico. En primer lugar, Señor Presidente, su amable invitación a visitar el país. Una iniciativa que ha ido a la par con la de la Conferencia Episcopal de Benín. Son iniciativas felices, pues se enmarcan en el año en que Benín celebra el 40 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas con la Santa Sede y el 150 aniversario de su evangelización. Al estar entre ustedes, tendré ocasión de participar en numerosos encuentros. Me alegro por ello. Todos serán diferentes y culminarán en la Eucaristía que celebraré antes de despedirme.

También se cumple mi deseo de entregar en suelo africano la Exhortación apostólica postsinodal Africae munus. Sus reflexiones guiarán la acción pastoral de numerosas comunidades cristianas en los próximos años. Este documento podrá germinar, crecer y dar fruto, produciendo «el ciento o sesenta o treinta por uno», como dice el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo (Mt 13,23).

Hay, en fin, un tercer motivo más personal o de sentimiento. Siempre he tenido en alta estima a un hijo de este país, el cardenal Bernardin Gantin. Los dos hemos trabajado durante muchos años, cada uno según sus propias competencias, al servicio de la misma viña. Hemos ayudado lo mejor posible a mi Predecesor, el beato Juan Pablo II, a ejercer su ministerio petrino. Tuvimos ocasión de encontrarnos muchas veces, de conversar en profundidad y de orar juntos. El cardenal Gantin se había ganado el respeto y el afecto de muchos. Por eso me ha parecido justo venir a su país natal, para rezar ante su tumba y para agradecer a Benín el haber dado a la Iglesia a este hijo eminente.

Benín es un país de antiguas y nobles tradiciones. Su historia es reconocida. Quisiera aprovechar esta oportunidad para saludar a los jefes tradicionales. Su contribución es importante para construir el futuro de este país. Quiero animarlos a contribuir con su sabiduría y comprensión de las costumbres a la delicada transición que se está produciendo actualmente de la tradición a la modernidad.

No se ha de temer a la modernidad, pero tampoco se puede construir olvidando el pasado. Debe ir acompañada de la prudencia para el bien de todos, evitando los escollos que hay en África, lo mismo que en otras partes, como la sumisión incondicional a las fuerzas del mercado o las finanzas, el nacionalismo o tribalismo exacerbado y estéril, que puede llegar a ser funesto, la politización extrema de las tensiones interreligiosas en detrimento del bien común o, finalmente, la erosión de los valores humanos, culturales, éticos y religiosos. La transición a la modernidad debe estar guiada por criterios seguros basados en las virtudes reconocidas, como las citadas en vuestro lema nacional, pero también aquellas enraizadas en la dignidad, la grandeza de la familia y el respeto de la vida. Todos estos valores son para el bien común, el único que debe primar, y el único que debe ser la mayor preocupación de todo sujeto responsable. Dios confía en el hombre y desea su bien. Nos atañe a nosotros corresponder con una honestidad y justicia que esté a la altura de su confianza.

La Iglesia, por su parte, ofrece su contribución específica. Con su presencia, su oración y sus diversas obras de misericordia, especialmente en el campo de la educación y la sanidad, desea dar lo mejor que tiene. Desea mostrarse cercana de quien está en necesidad, de quien busca a Dios. Quiere hacer comprender que Dios no está ausente, ni es inútil, como se trata de hacer creer, sino que es amigo del hombre. Señor Presidente, vengo a vuestro país con este espíritu de amistad y hermandad.

acɛ mawu tɔn ni kɔn do benin to ɔ bi ji [Dios bendiga a Benín]


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VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

VISITA A LA CATEDRAL DE COTONÚ

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Cotonú
Viernes, 18 de noviembre de 2011

[Vídeo]



Señores Cardenales,
Señor Arzobispo y queridos hermanos en el Episcopado,
Señor Rector de la catedral,
Queridos hermanos y hermanas

El antiguo himno del Te Deum que acabamos de cantar, expresa nuestra alabanza a Dios tres veces santo, que nos reúne en esta hermosa catedral de Nuestra Señora de la Misericordia. Rendimos homenaje con reconocimiento a los arzobispos precedentes que aquí reposan: Monseñor Christophe Adimou y Monseñor Isidore de Sousa. Fueron valerosos trabajadores en la viña del Señor, y su recuerdo sigue vivo en el corazón de los católicos y de numerosos Benineses. Estos dos prelados, cada uno a su manera, fueron pastores llenos de celo y caridad. Se entregaron sin reservas al servicio del Evangelio y del Pueblo de Dios, especialmente de los más desvalidos. Todos ustedes saben que Monseñor de Sousa era un amigo de la verdad y que desempeñó un papel determinante en la transición a la democracia de vuestro país.

Mientras alabamos a Dios por las maravillas con las que sigue colmando a la humanidad, les invito a meditar por un momento en su infinita misericordia. Esta catedral se presta providencialmente a ello. La historia de la salvación, que culmina en la encarnación de Jesús y tiene su pleno cumplimiento en el misterio pascual, es una revelación conmovedora de la misericordia de Dios. En el Hijo se hace visible el «Padre de las misericordias» (2 Co 1,3) que, siempre fiel a su paternidad, «es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado» (Juan Pablo II, Dives in misericordia, 6). La misericordia divina no consiste sólo en la remisión de nuestros pecados; consiste también en que Dios, nuestro Padre, a veces con dolor, tristeza o miedo por nuestra parte, nos devuelve al camino de la verdad y de la luz, porque no quiere que nos perdamos (cf. Mt 18,14; Jn 3,16). Esta doble manifestación de la misericordia de Dios muestra lo fiel que es Dios a la alianza sellada con todo cristiano en el bautismo. Al releer la historia personal de cada uno y la de la evangelización de nuestros países, podemos decir con el salmista: «Cantaré eternamente las misericordias del Señor» (Sal 88,2).

La Virgen María experimentó el misterio del amor divino en su más alto grado: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,50), exclama en su Magnificat. Por su «sí» a la llamada de Dios, ha contribuido a la manifestación del amor divino entre los hombres. En este sentido, ella es Madre de la Misericordia por su participación en la misión de su Hijo; y ha recibido el privilegio de socorrernos siempre y en todo lugar. «Por su múltiple intercesión, continúa alcanzándonos los dones de la eterna salvación. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias, y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz» (Lumen gentium, 62). Bajo el amparo de su misericordia, sanan los corazones quebrantados, se vencen las acechanzas del Maligno y los enemigos se reconcilian. En María, no sólo tenemos un modelo de perfección, sino también una ayuda para lograr la comunión con Dios y con nuestros hermanos y hermanas. La Madre de la Misericordia es una guía segura para los discípulos de su Hijo, que quieren servir a la justicia, la reconciliación y la paz. Ella nos indica con sencillez y corazón de madre la única Luz y la única Verdad: su Hijo, Jesucristo, que lleva a la humanidad hacia su plena realización en el Padre. No tengamos miedo de invocar confiadamente a aquella que no cesa de dispensar a sus hijos las gracias divinas:

Madre de la Misericordia,
Salve, Madre del Redentor;
Dios te salve, Virgen gloriosa;
Salve, Reina nuestra.

Reina de la Esperanza,
muéstranos el rostro de tu divino Hijo;
guíanos por el camino de la santidad;
danos la alegría de los que saben decir «sí» a Dios.

Reina de la paz,
colma las más nobles aspiraciones de los jóvenes de África;
sacia los corazones sedientos de justicia, paz y reconciliación;
corona las esperanzas de los niños que sufren el hambre y la guerra.

Reina de la justicia,
alcánzanos el amor filial y fraterno;
haz que seamos amigos de los pobres y pequeños;
consigue para los pueblos de la tierra el espíritu de hermandad.

Nuestra Señora de África,
implora a tu divino Hijo la curación de los enfermos,
el consuelo de los afligidos,
el perdón de los pecadores.

Intercede por África ante tu Hijo,
y consigue para toda la humanidad la salvación y la paz.

Amén


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VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS MIEMBROS DEL GOBIERNO,
REPRESENTANTES DE LAS INSTITUCIONES DE LA REPÚBLICA,
EL CUERPO DIPLOMÁTICO
Y REPRESENTANTES DE LAS PRINCIPALES RELIGIONES

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Palacio Presidencial de Cotonú
Sábado 19 de noviembre de 2011

[Vídeo]



Señor Presidente de la República,
Distinguidas autoridades civiles, políticas y religiosas,
Damas y caballeros Jefes de Misiones Diplomáticas,
Queridos hermanos en el Episcopado, Señoras y Señores,
queridos amigos,

Doo noumi! [saludo solemne en fon]

Señor Presidente, habéis querido ofrecerme la ocasión de este encuentro ante una prestigiosa asamblea de personalidades. Es un privilegio que aprecio, al mismo tiempo que agradezco de todo corazón las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todo el pueblo de Benin. Deseo dar las gracias también la Señora representante de los Cuerpos Constituidos por sus palabras de bienvenida. Y expreso mis mejores deseos para todas las personalidades presentes, que son responsables de primer orden de la vida nacional en Benin, cada uno en su respectivo ámbito.

En mis intervenciones anteriores, he unido frecuentemente la palabra África a la de esperanza. Lo hice hace dos años en Luanda, en un contexto sinodal. Por otro lado, la palabra esperanza se encuentra muchas veces en la Exhortación apostólica postsinodal Africae munus que luego firmaré. Cuando digo que África es el continente de la esperanza, no hago retórica fácil, sino expreso simplemente una convicción personal, que es también de la Iglesia. Con demasiada frecuencia nuestra mente se queda en prejuicios o imágenes que dan una visión negativa de la realidad africana, fruto de un análisis pesimista. Es siempre tentador señalar lo que está mal; más aún, es fácil adoptar el tono del moralista o del experto, que impone sus conclusiones y propone, a fin de cuentas, pocas soluciones adecuadas. Existe también la tentación de analizar la realidad africana de manera parecida a la de un antropólogo curioso, o como alguien que no ve en ella más que una enorme reserva de energía, minerales, productos agrícolas y recursos humanos fáciles de explotar para intereses a menudo escasamente nobles. Estas son visiones reduccionistas e irrespetuosas, que llevan a una cosificación nada correcta para África y sus gentes.

Soy consciente de que las palabras no tienen el mismo significado en todas partes. Pero el término esperanza varía poco según las culturas. Hace algunos años dediqué una Carta encíclica a la esperanza cristiana. Hablar de la esperanza es hablar del porvenir y, por tanto, de Dios. El futuro enlaza con el pasado y el presente. El pasado lo conocemos bien: lamentamos sus errores y reconocemos sus logros positivos. El presente, lo vivimos como podemos. Lo mejor, lo espero aún y con la ayuda de Dios. En este terreno, compuesto de múltiples elementos contradictorios y complementarios, es donde se trata de construir con la ayuda de Dios.

Queridos amigos, quisiera leer a la luz de esta esperanza que nos debe animar, dos aspectos importantes de África en la actualidad. El primero se refiere a la vida sociopolítica y económica del continente en general; el segundo al diálogo interreligioso. Estos aspectos son interesantes porque nuestro siglo parece haber nacido con el dolor y la dificultad de hacer crecer la esperanza en estos ámbitos específicos.

En los últimos meses, muchos han expresado su deseo de libertad, su necesidad de seguridad material y su deseo de vivir en armonía en la diferencia de etnias y religión. Ha nacido incluso un nuevo Estado en vuestro continente. También ha habido muchos conflictos provocados por la ceguera del hombre, por sus ansias de poder y por intereses político-económicos que ignoran la dignidad de la persona o de la naturaleza. La persona humana aspira a la libertad, quiere vivir dignamente; desea buenas escuelas y alimentación para los niños, hospitales dignos para cuidar a los enfermos; quiere ser respetada y reivindica un gobierno límpido que no confunda el interés privado con el interés general; y, sobre todo, desea la paz y la justicia. En estos momentos hay demasiados escándalos e injusticias, demasiada corrupción y codicia, demasiado desprecio y mentira, excesiva violencia que lleva a la miseria y a la muerte. Estos males afligen ciertamente vuestro continente, pero también al resto del mundo. Toda nación quiere entender las decisiones políticas y económicas que se toman en su nombre. Se da cuenta de la manipulación, y la revancha es a veces violenta. Desea participar en el buen gobierno. Sabemos que ningún régimen político humano es perfecto, y que ninguna decisión económica es neutral. Pero siempre deben servir al bien común. Por tanto, estamos ante una reivindicación legítima, que afecta a todos los países, de una mayor dignidad y, sobre todo, de más humanidad. El hombre quiere que su humanidad sea respetada y promovida. Los responsables políticos y económicos de los países se encuentran ante decisiones determinantes y opciones que no pueden eludir.

Desde esta tribuna, hago un llamamiento a todos los líderes políticos y económicos de los países africanos y del resto del mundo. No privéis a vuestros pueblos de la esperanza. No amputéis su porvenir mutilando su presente. Tened un enfoque ético valiente en vuestras responsabilidades y, si sois creyentes, rogad a Dios que os conceda sabiduría. Esta sabiduría os hará entender que, siendo los promotores del futuro de vuestros pueblos, es necesario que seáis verdaderos servidores de la esperanza. No es fácil vivir en la condición de servidor, de mantenerse íntegro entre las corrientes de opinión y los intereses poderosos. El poder, de cualquier tipo que sea, ciega fácilmente, sobre todo cuando están en juego intereses privados, familiares, étnicos o religiosos. Sólo Dios purifica los corazones y las intenciones.

La Iglesia no ofrece soluciones técnicas ni impone fórmulas políticas. Ella repite: No tengáis miedo. La humanidad no está sola ante los desafíos del mundo. Dios está presente. Y este es un mensaje de esperanza, una esperanza que genera energía, que estimula la inteligencia y da a la voluntad todo su dinamismo. Un antiguo arzobispo de Toulouse, el cardenal Saliège, decía: «Esperar no es abandonar; es redoblar la actividad». La Iglesia acompaña al Estado en su misión; quiere ser como el alma de ese cuerpo, indicando incansablemente lo esencial: Dios y el hombre. Quiere cumplir abiertamente y sin temor esa tarea inmensa de quien educa y cuida y, sobre todo, de quien ora incesantemente (cf. Lc 18,1), que muestra dónde está Dios (cf. Mt 6,21) y dónde está el verdadero hombre (cf. Mt 20,26; Jn 19,5). Desesperar es individualismo. La esperanza es comunión. ¿No es este un camino espléndido que se nos propone? Invito a emprenderlo a todos los responsables políticos, económicos, así como del mundo académico y de la cultura. Sed también vosotros sembradores de esperanza.

Quisiera abordar ahora el segundo punto, el del diálogo interreligioso. No parece necesario recordar los recientes conflictos provocados en nombre de Dios, y las muertes causadas en nombre de Aquel que es la vida. Toda persona sensata comprende la necesidad de promover la cooperación serena y respetuosa entre las diferentes culturas y religiones. El auténtico diálogo interreligioso rechaza la verdad humanamente egocéntrica, porque la sola y única verdad está en Dios. Dios es la Verdad. Por tanto, ninguna religión, ninguna cultura puede justificar que se invoque o se recurra a la intolerancia o a la violencia. La agresividad es una forma de relación bastante arcaica, que se remite a instintos fáciles y poco nobles. Utilizar las palabras reveladas, las Sagradas Escrituras o el nombre de Dios para justificar nuestros intereses, nuestras políticas tan fácilmente complacientes o nuestras violencias, es un delito muy grave.

Sólo puedo conocer al otro si me conozco a mí mismo. Sólo lo puedo amar si me amo a mí mismo (cf. Mt 22,39). Por tanto, el conocimiento, la profundización y la práctica de su propia religión es esencial para un verdadero diálogo. Este sólo puede comenzar con la oración personal sincera de quien quiere dialogar. Que se retire en el secreto de su habitación interior (cf. Mt 6,6) para pedir a Dios la purificación de sus motivos y la bendición para el encuentro deseado. Esta oración pide también a Dios el don de ver en el otro a un hermano que debe amar, y de reconocer en la tradición en que él vive un reflejo de esa Verdad que ilumina a todos los hombres (Nostra Aetate, 2). Por eso conviene que cada uno se sitúe en la verdad ante Dios y ante el otro. Esta verdad no excluye, y no comporta una confusión. El diálogo interreligioso mal entendido conduce a la confusión o al sincretismo. No es este el diálogo que se busca.

No obstante los esfuerzos que se han hecho, sabemos también que a veces el diálogo interreligioso no es fácil, o incluso inviable por diversas razones. Esto no significa un fracaso. Las formas de diálogo interreligioso son múltiples. La cooperación en el ámbito social o cultural pueden ayudar a las personas a comprenderse mejor a sí mismas y a vivir juntos con serenidad. También es bueno saber que no se dialoga por debilidad, sino que dialogamos porque creemos en Dios, creador y padre de todos los hombres. El diálogo es una forma más de amar a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,37) en el amor de la verdad.

Tener esperanza no es ser ingenuo, sino hacer un acto de fe en Dios, Señor del tiempo y Señor también de nuestro futuro. La Iglesia Católica pone así en práctica una de las intuiciones del Concilio Vaticano II, la promoción de las relaciones amistosas entre ella y los miembros de religiones no cristianas. Durante décadas, el Consejo Pontificio que lo gestiona establece lazos, multiplica las reuniones y publica regularmente documentos, con el fin de favorecer ese diálogo. La Iglesia trata de reparar la confusión de lenguas y la dispersión de los corazones nacida del pecado de Babel (cf. Gn 11). Saludo a todos los líderes religiosos que han tenido la amabilidad de venir aquí para encontrarme. Deseo asegurarles, así como a los de otros países africanos, que el diálogo ofrecido por la Iglesia Católica nace del corazón. Les animo a promover, especialmente entre los jóvenes, una pedagogía del diálogo, de modo que descubran que la conciencia de cada uno es un santuario que se ha de respetar, y que la dimensión espiritual construye la hermandad. La verdadera fe lleva invariablemente al amor. Y en este espíritu os invito a todos a la esperanza.

Estas consideraciones generales se aplican de manera particular a África. En vuestro continente, hay numerosas familias cuyos miembros profesan creencias diferentes, pero siguen permaneciendo unidas. Esta unidad no se debe sólo a la cultura, sino que está cimentada en el afecto fraterno. Hay naturalmente a veces fracasos, pero también muchos éxitos. En este ámbito concreto, África puede ofrecer a todos materia de reflexión y ser así una fuente de esperanza.

Por último, quisiera utilizar la imagen de la mano. Esta compuesta por cinco dedos muy diferentes entre sí. Sin embargo, cada uno de ellos es esencial y su unidad forma la mano. El buen entendimiento entre las culturas, la consideración no altiva de unos hacia otros y el respeto de los derechos de cada uno, son un deber vital. Se ha de enseñar esto a todos los fieles de las diversas religiones. El odio es un fracaso, la indiferencia un callejón sin salida y el diálogo una apertura. ¿No es ese el buen terreno donde sembrar la simiente de la esperanza? Tender la mano significa esperar a llegar, en un segundo momento, a amar. Y, ¿hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo. Puede hacer florecer la esperanza, sobre todo cuando la mente balbucea y el corazón recela.

Según la Sagrada Escritura, hay tres símbolos que describen la esperanza para el cristiano: el yelmo, que le protege del desaliento (cf. 1 Ts 5,8), el ancla segura y firme, que fija en Dios (cf. Hb 6,19 ), y la lámpara, que le permite esperar el alba de un nuevo día (cf. Lc 12,35-36). Tener miedo, dudar y temer, acomodarse en el presente sin Dios, y también el no tener nada que esperar, son actitudes ajenas a la fe cristiana (cf. S. Juan Crisóstomo, Homilía XIV sobre la Carta a los Romanos, 6: PG 45, 941C) y también, creo yo, a cualquier otra creencia en Dios. La fe vive el presente, pero espera los bienes futuros. Dios está en nuestro presente, pero viene también del futuro, lugar de la esperanza. El ensanchamiento del corazón no es sólo la esperanza en Dios, sino también la apertura al cuidado de las realidades corporales y temporales para dar gloria a Dios. Siguiendo los pasos de Pedro, del que soy sucesor, deseo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios (cf. 1 P 1,21). Estos son los votos que formulo para toda África, que me es tan querida. ¡Ten confianza, África, y levántate. El Señor te llama! Que Dios os bendiga. Gracias.


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18/08/2013 15:20


VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES,
RELIGIOSOS, RELIGIOSAS, SEMINARISTAS Y LAICOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Patio del Seminario San Gall de Ouidah
Sábado 19 de noviembre de 2011

[Vídeo]



Señores Cardenales,
Mons. N’Koué, responsable de la formación sacerdotal,
queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio,
queridos religiosos y religiosas,
queridos seminaristas y queridos fieles laicos,

Gracias Monseñor N’Koué por las hermosas palabras que me ha dirigido, y gracias también, querido seminarista, por las tuyas tan acogedoras y deferentes. Es para mí una gran alegría encontrarme de nuevo, en medio de vosotros, en Ouidah, y particularmente en este seminario puesto bajo la protección de Santa Juana de Arco y dedicado a san Galo, hombre de virtudes brillantes, monje deseoso de perfección, pastor lleno de dulzura y humildad. ¿Qué más noble que tener como modelo su figura, así como la de Monseñor Louis Parisot, apóstol infatigable de los pobres y promotor del clero local, la del Padre Thomas Moulero, primer sacerdote del Dahomey de antaño, y la del Cardenal Bernardin Gantin, hijo eminente de vuestra tierra y humilde servidor de la Iglesia?

Nuestro encuentro de esta mañana me ofrece la ocasión para expresaros directamente mi gratitud por vuestro compromiso pastoral. Doy gracias a Dios por vuestro celo, no obstante las condiciones a veces difíciles en las que estáis llamados a testimoniar su amor. Y le doy gracias también por tantos hombres y mujeres que han anunciado el Evangelio en la tierra de Benín, así como en toda África.

Dentro de poco firmaré la Exhortación apostólica postsinodal Africae munus. En ella se aborda el tema de la paz, la justicia y la reconciliación. Estos tres valores se imponen como un ideal evangélico fundamental en la vida bautismal y requieren una sana aceptación de vuestra identidad de sacerdotes, consagrados y fieles laicos.

Queridos sacerdotes, la responsabilidad de promover la paz, la justicia y la reconciliación, os incumbe de una manera muy particular. En efecto, por la sagrada ordenación que recibisteis, y por los sacramentos que celebráis, estáis llamados a ser hombres de comunión. Así como el cristal no retiene la luz, sino que la refleja y la devuelve, de igual modo el sacerdote debe dejar transparentar lo que celebra y lo que recibe. Por tanto os animo a dejar trasparentar a Cristo en vuestra vida con una auténtica comunión con el obispo, con una bondad real hacia vuestros hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona. Dejándoos modelar por Cristo, no cambiéis jamás la belleza de vuestro ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas. Os exhorto, queridos sacerdotes, a no subestimar la grandeza insondable de la gracia divina depositada en vosotros y que os capacita a vivir al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación.

Queridos religiosos y religiosas, de vida activa y contemplativa, la vida consagrada es una seguimiento radical de Jesús. Que vuestra opción incondicional por Cristo os conduzca a una amor sin fronteras por el prójimo. La pobreza y la castidad os hagan verdaderamente libres para obedecer incondicionalmente al único Amor que, cuando os alcanza, os impulsa a derramarlo por todas partes. Pobreza, obediencia y castidad aumenten en vosotros la sed de Dios y el hambre de su Palabra, que, al crecer, se convierte en hambre y sed para servir al prójimo hambriento de justicia, paz y reconciliación. Fielmente vividos, los consejos evangélicos os trasforman en hermano universal o en hermana de todos, y os ayudan a avanzar con determinación por el camino de la santidad. Llegaréis si estáis convencidos de que para vosotros la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y hacéis de vuestras comunidades reflejo de la gloria de Dios y lugares donde no tenéis otra deuda con nadie, sino la del amor mutuo (cf. Rm 13,8). Con vuestros carismas propios, vividos con un espíritu de apertura a la catolicidad de la Iglesia, podéis contribuir a una expresión armoniosa de la inmensidad de los dones divinos al servicio de toda la humanidad.

Me dirijo ahora a vosotros, queridos seminaristas, os animo a poneros en la escuela de Cristo para adquirir las virtudes que os ayudarán a vivir el sacerdocio ministerial como el lugar de vuestra santificación. Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social. La calidad de vuestra vida futura depende de la calidad de vuestra relación personal con Dios en Jesucristo, de vuestros sacrificios, de la feliz integración de las exigencias de vuestra formación actual. Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana – si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación – debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo. Después de 60 años de vida sacerdotal, os puedo asegurar, queridos seminaristas, que no lamentaréis haber acumulado durante vuestra formación tesoros intelectuales, espirituales y pastorales.

En cuanto a vosotros, queridos fieles laicos que, en el corazón de las realidades cotidianas de la vida, estáis llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, os exhorto a renovar también vuestro compromiso por la justicia, la paz y la reconciliación. Esta misión requiere en primer lugar fe en la familia, construida según el designio de Dios, y una fidelidad a la esencia misma del matrimonio cristiano. Exige también que vuestras familias sean verdaderas «iglesias domésticas». Gracias a la fuerza de la oración, «se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más» (Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en el rezo del santo rosario con ocasión del VI Encuentro Mundial de las Familias en Ciudad de México, 17 de enero de 2009, 3). Haciendo reinar en vuestras familias el amor y el perdón, contribuís a la edificación de una Iglesia fuerte y hermosa, y a que haya más justicia y paz en toda la sociedad. En este sentido, os animo, queridos padres, a tener un respeto profundo por la vida y a testimoniar ante vuestros hijos los valores humanos y espirituales. Y me complace recordar aquí que el Papa Juan Pablo II fundó hace 10 años en Cotonou, en un Instituto que lleva su nombre, una sección para el África francófona, con el fin de contribuir a la reflexión y pastoral sobre el matrimonio y la familia. Finalmente, exhorto especialmente a los catequistas, estos valientes misioneros en el corazón de las realidades más humildes, a ofrecer siempre, con una esperanza y determinación indefectibles, su ayuda singular y del todo necesaria para la propagación de la fe en fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia (cf. Ad gentes, 17).

Para concluir mi encuentro con vosotros, quisiera exhortaros a una fe auténtica y viva, fundamento inquebrantable de una vida cristiana santa y al servicio de la edificación de un mundo nuevo. El amor por el Dios revelado y por su Palabra, el amor por los sacramentos y por la Iglesia, son un antídoto eficaz contra los sincretismos que extravían. Este amor favorece una justa integración de los valores auténticos de las culturas en la fe cristiana. Libera del ocultismo y vence los espíritus maléficos, porque se mueve por la potencia misma de la Santa Trinidad. Vivido profundamente, este amor es también un fermento de comunión que rompe todas las barreras, favoreciendo así la edificación de una Iglesia en la que no haya segregación entre los bautizados, pues todos son uno en Cristo Jesús (cf. Ga 3, 28). Con gran confianza, cuento con cada uno de vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y fieles laicos, para hacer vivir esta Iglesia. En prenda de mi cercanía espiritual y paternal, y confiándoos a la Virgen María, invoco sobre todos vosotros, vuestros familiares, los jóvenes y los enfermos, la abundancia de las bendiciones divinas.

aklunɔ ni kɔn fɛnu tɔn lɛ do mi ji [fon]

[Trad.: Que el Señor os colme de sus gracias].


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18/08/2013 15:21


VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

VISITA A LA BASÍLICA
DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA DE OUIDAH
Y FIRMA DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Ouidah
Sábado 19 de noviembre de 2011

[Vídeo]



Your Eminences,
Dear Brother Bishops and Priests,
Dear Brothers and Sisters,

I cordially thank the Secretary General of the Synod of Bishops, Archbishop Nikola Eterović, for his words of welcome and presentation, as well as all the members of the Special Council for Africa who helped to collate the results of the Synodal Assembly in preparation for the publication of the Post-Synodal Apostolic Exhortation.

Today, the celebration of the Synod concludes with the signing of the Exhortation Africae Munus. The Synod gave an impetus to the Catholic Church in Africa, which prayed, reflected on and discussed the theme of reconciliation, justice and peace. This process was marked by a special closeness uniting the Successor of Peter and the Particular Churches in Africa. Bishops, but also experts, auditors, special guests and fraternal delegates, all came to Rome to celebrate this important ecclesial event. I myself went to Yaoundé to present the Instrumentum Laboris of the Synod to the Presidents of the Bishops’ Conferences, as a sign of my interest and concern for all the peoples of the African continent and the neighbouring islands. I now have the joy of returning to Africa, and particularly to Benin, to consign this final document, which takes up the reflections of the Synod Fathers and presents them synthetically as part of a broad pastoral vision.

[Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas,

Agradezco vivamente al Secretario General del Sínodo de los Obispos, Monseñor Nikola Eterović por sus palabras de bienvenida y presentación, así como a todos los miembros del Consejo Especial para África, que han contribuido a reunir los resultados de la Asamblea sinodal con vistas a la publicación de la Exhortación apostólica postsinodal.

Hoy, con la firma de la Exhortación Africae munus, se concluye la celebración del acontecimiento Sinodal. Este ha movilizado a la Iglesia católica en África, que ha rezado, reflexionado y debatido sobre el tema de la reconciliación, la justicia y la paz. En este proceso, ha habido una singular cercanía entre el Sucesor de Pedro y las Iglesias particulares en África. Obispos, y también expertos, auditores, invitados especiales y delegados fraternos, llegaron a Roma para celebrar este importante acontecimiento eclesial. Había ido a Yaoundé para entregar el Instrumentum laboris de la Asamblea sinodal a los Presidentes de las Conferencias Episcopales, y manifestar mi solicitud por todos los pueblos del continente africano y sus islas. Ahora tengo la alegría de regresar a África, y particularmente a Benin, para entregar el documento final de los trabajos, en el que se recoge la reflexión de los Padres sinodales, para presentar una visión sintética con diversos aspectos pastorales.]

La Deuxième Assemblée spéciale pour l’Afrique du Synode des Évêques a bénéficié de l’Exhortation apostolique post-synodale Ecclesia in Africa du Bienheureux Jean-Paul II, dans laquelle a été soulignée fortement l’urgence de l’évangélisation du continent, qui ne peut être dissociée de la promotion humaine. Par ailleurs, le concept d’Église-famille de Dieu y a été développé. Ce dernier a produit beaucoup de fruits spirituels pour l’Église catholique et pour l’action d’évangélisation et de promotion humaine qu’elle a mise en œuvre, pour la société africaine dans son ensemble. En effet, l’Église est appelée à se découvrir toujours plus comme une famille. Pour les chrétiens, il s’agit de la communauté des croyants qui loue Dieu Un et Trine, célèbre les grands mystères de notre foi et anime avec charité les rapports entre les personnes, les groupes et les nations, au-delà des diversités ethniques, culturelles et religieuses. Dans ce service rendu à chaque personne, l’Église est ouverte à la collaboration avec toutes les composantes de la société, en particulier avec les représentants des Églises et des Communautés ecclésiales qui ne sont pas encore en pleine communion avec l’Église catholique, tout comme avec les représentants des religions non chrétiennes, surtout ceux des Religions Traditionnelles et de l’Islam.

Prenant en compte cet horizon ecclésial, la Deuxième Assemblée spéciale pour l’Afrique s’est concentrée sur le thème de la réconciliation, de la justice et de la paix. Il s’agit de points importants pour le monde en général, mais ils acquièrent une actualité toute particulière en Afrique. Il suffit de rappeler les tensions, les violences, les guerres, les injustices, les abus de toutes sortes, nouveaux et anciens, qui ont marqué cette année. Le thème principal concernait la réconciliation avec Dieu et avec le prochain. Une Église réconciliée en son sein et entre tous ses membres pourra devenir signe prophétique de réconciliation au niveau de la société, de chaque pays et du continent tout entier. Saint Paul écrit : « Tout vient de Dieu, qui nous a réconciliés avec Lui par le Christ et nous a confié le ministère de la réconciliation » (2 Co 5, 18). Le fondement de cette réconciliation se trouve dans la nature même de l’Église qui est « dans le Christ, en quelque sorte le sacrement, c'est-à-dire à la fois le signe et le moyen de l'union intime avec Dieu et de l'unité de tout le genre humain » (LG 1). Sur cette assise, l’Église en Afrique est appelée à promouvoir la paix et la justice. La Porte du Non-retour et celle du Pardon nous rappellent ce devoir et nous poussent à dénoncer et à combattre toute forme d’esclavage.

[La Segunda Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos se ha beneficiado de la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa del beato Juan Pablo II, en la que se subrayó con fuerza la urgencia de la evangelización del continente, que no puede separarse de la promoción humana. Por otra parte, se ha desarrollado el concepto de Iglesia-Familia de Dios. Este último ha producido muchos frutos espirituales para la Iglesia católica y para el trabajo de evangelización y promoción humana que ella ha puesto en práctica para la sociedad africana en su conjunto. En efecto, la Iglesia está llamada a descubrirse cada vez más como una familia. Para los cristianos, se trata de la comunidad de los creyentes que alaba a Dios uno y trino, celebra los grandes misterios de nuestra fe y anima con la caridad la relación entre personas, grupos y naciones, más allá de las diversidades étnicas, culturales y religiosas. En este servicio que presta a cada uno, la Iglesia está abierta a la colaboración con todos los sectores de la sociedad, especialmente con los representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales que aún no están en plena comunión con la Iglesia católica, así como con representantes de las religiones no cristianas, especialmente los de las religiones tradicionales y del Islam. La Porte du Non-retour y la del Perdón nos recuerdan este deber y nos impulsan a denunciar y combatir toda forma de esclavitud.

Teniendo en cuenta este horizonte eclesial, la Segunda Asamblea especial para África se centró en el tema de la reconciliación, la justicia y la paz. Estos son puntos importantes para el mundo en general, pero adquieren una actualidad muy especial en África. Baste recordar las tensiones, violencia, guerras, injusticias, abusos de todo tipo, nuevos y viejos, que han marcado este año. El tema principal se refería a la reconciliación con Dios y con el prójimo. Una Iglesia reconciliada en su interior y entre sus miembros puede convertirse en signo profético de reconciliación en el ámbito social, de cada país y de todo el continente. San Pablo dice: «Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18). El fundamento de esta reconciliación reside en la naturaleza de la Iglesia, que «es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1). Sobre esta base, la Iglesia en África está llamada a promover la paz y la justicia.]

É preciso não cessar jamais de procurar os caminhos da paz. Esta é um dos bens mais preciosos. Para alcançá-la, é necessário ter a coragem da reconciliação que nasce do perdão, da vontade de recomeçar a vida comunitária, da visão solidária do futuro, da perseverança para superar as dificuldades. Os homens, reconciliados e em paz com Deus e o próximo, podem trabalhar por uma justiça maior no seio da sociedade. É preciso não esquecer que a justiça primeira é, segundo o Evangelho, cumprir a vontade de Deus. Desta opção de base, derivam inúmeras iniciativas que visam promover a justiça na África e o bem de todos os habitantes do continente, principalmente dos mais carenciados que precisam de emprego, escolas e hospitais.

África, terra de um Novo Pentecostes, tem confiança em Deus! Animada pelo Espírito de Jesus Cristo ressuscitado, torna-te a grande família de Deus, generosa com todos os teus filhos e filhas, agentes de reconciliação, de paz e de justiça. África, Boa Nova para a Igreja, torna-te isto mesmo para o mundo inteiro! Obrigado!

[Jamás se ha de abandonar la búsqueda de caminos para la paz. La paz es uno de los bienes más preciosos. Para lograrla, hay que tener la valentía de la reconciliación que viene del perdón, del deseo de recomenzar la vida en común, de la visión solidaria del futuro, de la perseverancia para superar las dificultades. Reconciliados y en paz con Dios y el prójimo, los hombres pueden trabajar por una mayor justicia en la sociedad. No se ha de olvidar que la primera justicia, según el Evangelio, es hacer la voluntad de Dios. De esta opción de base provienen innumerables iniciativas tendentes a promover la justicia en África, y el bien de todos los habitantes del continente, sobre todo de aquellos más desamparados y que necesitan empleo, escuelas y hospitales.

África, tierra de un nuevo Pentecostés, ¡ten confianza en Dios! Animada por el Espíritu de Jesucristo resucitado, hazte la gran familia de Dios, generosa con todos tus hijos e hijas, artífices de reconciliación, de paz y de justicia. África, Buena Nueva para la Iglesia, ¡haz que lo sea para todo el mundo! Muchas gracias.]


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VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
8-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS NIÑOS

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDETTO XVI

Cotonú, iglesia parroquial de Santa Rita
Sábado 19 de noviembre de 2011

[Vídeo]



Queridos niños.

Agradezco a Monseñor René-Marie Ehuzu, Obispo de Porto Novo y responsable de la Pastoral Social de la Conferencia Episcopal de Benin, sus palabras de bienvenida. Doy las gracias también al señor cura párroco y a Aïcha por lo que me han dicho en nombre de todos. Después de este precioso momento de adoración, os saludo con gran alegría. Gracias por haber venido tantos.

Dios nuestro Padre nos ha convocado alrededor de su Hijo y nuestro hermano, Jesucristo, presente en la hostia consagrada en la misa. Es un gran misterio que hay que adorar y creer. Jesús, que nos ama tanto, está verdaderamente presente en los sagrarios de todas las iglesias del mundo, en los sagrarios de las iglesias de vuestros barrios y parroquias. Os invito a visitarlo con frecuencia para manifestarle vuestro amor.

Algunos de vosotros habéis hecho ya la primera comunión, otros os estáis preparando para hacerla. El día de mi primera comunión fue uno de los más hermosos de mi vida. También para vosotros, ¿no es verdad? Y, ¿sabéis por qué? No sólo por los lindos vestidos, los regalos o el banquete de fiesta, sino principalmente porque en ese día recibimos por primera vez a Jesucristo. Cuando yo comulgo, Jesús viene a habitar dentro de mí. Tengo que recibirlo con amor y escucharlo con atención. En lo más profundo del corazón, le puedo decir por ejemplo: «Jesús, yo sé que tú me amas. Dame tu amor para que te ame y ame a los demás con tu amor. Te confío mis alegrías, mis penas y mi futuro». Queridos niños, no dudéis en hablar de Jesús a los demás. Es un tesoro que hay que saber compartir con generosidad. En la historia de la Iglesia, el amor a Jesús ha llenado de valor y de fuerza a muchos cristianos, incluso a niños como vosotros. Así, a san Kizito, un muchacho ugandés, lo mataron porque él quería vivir según el bautismo que acababa de recibir. Kizito rezaba. Había comprendido que Dios no sólo es importante sino que lo es todo.

Pero, ¿qué es la oración? Es un grito de amor dirigido a Dios nuestro Padre, deseando imitar a Jesús nuestro hermano. Jesús se iba a un lugar apartado para orar. Como Jesús, yo también puedo encontrar cada día un lugar tranquilo para recogerme delante de una cruz o una imagen sagrada y hablar con Jesús y escucharlo. También puedo usar el Evangelio. Después me fijo con el corazón en un pasaje que me ha impresionado y que me guiará durante la jornada. Quedarme así por un rato con Jesús le permite llenarme de su amor, su luz y su vida. Y estoy llamado, por mi parte, a dar este amor que recibo en la oración a mis padres, mis amigos, a todos los que me rodean, incluso a los que no me quieren o a los que yo no aprecio mucho. Queridos niños, Jesús os ama. Pedid también a vuestros padres que recen con vosotros. Algunas veces habrá que insistirles un poco. No dudéis en hacerlo. Dios es muy importante.

Que la Virgen María, su Madre, os enseñe a amarlo cada vez más mediante la oración, el perdón y la caridad. A ella os confío a todos, así como a vuestras familias y educadores. Mirad, saco un rosario de mi bolsillo. El rosario es como un instrumento que se usa para rezar. Es muy sencillo rezar el rosario. Tal vez lo sabéis ya; si no es así, pedid a vuestros padres que os lo enseñen. Además, cada uno de vosotros recibirá un rosario al terminar nuestro encuentro. Cuando lo tengáis en vuestras manos, podréis rezar por el Papa, —os pido que lo hagáis—, por la Iglesia y por todas las intenciones importantes. Y ahora, antes de que os bendiga a todos con gran afecto, recemos juntos un Ave María por los niños de todo el mundo, especialmente por los que sufren a causa de la enfermedad, el hambre y la guerra. Recemos ahora: Ave María...


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18/08/2013 15:23


VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE BENÍN

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Cotonou
Sábado 19 de noviembre de 2011

[Vídeo]



Señores Cardenales,
Querido Monseñor Ganyé, Presidente de la Conferencia Episcopal de Benín
Queridos hermanos en el episcopado

Es una gran dicha encontraros juntos esta tarde, a vosotros que sois los pastores de la Iglesia Católica en Benín. Agradezco al presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Anthony Ganyé, Arzobispo de Cotonou, las palabras fraternas que me acaba de dirigir en nombre todos. Me complace poder dar gracias juntos al Señor, cuando se celebra el 150 aniversario del comienzo de la evangelización de su país. En efecto, el 18 de abril de 1861 desembarcaron en Ouidah los primeros misioneros de la Sociedad de Misiones Africanas, comenzando así una nueva página del anuncio del Evangelio en África Occidental. La Iglesia está especialmente agradecida a todos los misioneros, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a los laicos que, originarios del país o venidos de otras tierras, los han sucedido desde entonces hasta hoy. Ellos entregaron generosamente su vida, a veces de manera heroica, para que el amor de Dios fuera anunciado a todos.

Esta celebración jubilar ha de ser para las comunidades y para cada uno de sus miembros ocasión de una profunda renovación espiritual. Y, como pastores del Pueblo de Dios, es vuestra responsabilidad discernir su perfil a la luz de la Palabra de Dios. El Año de la fe, que he querido promulgar para el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, será sin duda una buena oportunidad para fomentar en los fieles el redescubrimiento y profundización de su fe en la persona del Salvador de los hombres. En efecto, si desde hace 150 años unos hombres y mujeres han tenido el valor de darlo todo por servir el Evangelio, es porque han aceptado poner a Cristo en el centro de su vida. Este mismo planteamiento debe estar hoy en el centro de la vida de toda la Iglesia. Nos debe guiar el rostro crucificado y glorioso de Cristo, para testimoniar a todos su amor por el mundo. Esta actitud requiere de una conversión constante para dar una fuerza nueva a la dimensión profética de nuestro anuncio. Incumbe a quienes han recibido la misión de guiar al Pueblo de Dios el promoverla y ayudar a discernir los signos de la presencia de Dios en el corazón de las personas y de los acontecimientos. Que todos los fieles tengan un encuentro personal y comunitario con Cristo para convertirse en sus mensajeros. Este encuentro con Cristo debe estar firmemente arraigado en la escucha y meditación de la Palabra de Dios. En efecto, la Escritura debe ocupar un puesto central en la vida de la Iglesia y de cada cristiano. Os animo, pues, a hacer de su redescubrimiento una fuente de renovación constante, para que ella unifique la vida cotidiana de los fieles y sea cada vez más el corazón de la actividad eclesial.

La Iglesia no puede guardarse la Palabra de Dios para sí sola; ella tiene por vocación anunciarla al mundo. Este Año Jubilar debe ser para la Iglesia en Benín una oportunidad privilegiada para dar nuevo vigor a su conciencia misionera. El celo apostólico que debe animar a todos los fieles se deriva directamente de su bautismo y, por tanto, no pueden eludir la responsabilidad de confesar su fe en Cristo y su Evangelio donde quiera que se hallen y en su vida diaria. Los obispos y sacerdotes, por su parte, están llamados a despertar esta conciencia en las familias, parroquias, comunidades y los diversos movimientos eclesiales. Por otro lado, quisiera destacar una vez más con admiración el papel de los catequistas en la actividad misionera de vuestras diócesis. Además, como ya he dicho en la Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, «La Iglesia no puede limitarse en modo alguno a una pastoral de “mantenimiento” para los que ya conocen el Evangelio de Cristo. El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (n. 95). La Iglesia debe dirigirse a todos. Y les animo a continuar sus esfuerzos con el fin de compartir el personal misionero con las diócesis de menores recursos, tanto en su propio país como en otros países de África o de los continentes más lejanos. No tengan miedo de suscitar vocaciones misioneras de sacerdotes, religiosos y religiosas o de laicos.

Para que el mundo crea en la Palabra que la Iglesia anuncia, es indispensable que los discípulos de Cristo estén unidos entre sí (cf. Jn 17,21). Como guías y pastores de vuestro pueblo, estáis llamados a tener una viva conciencia de la hermandad sacramental que os une, y de la única misión se os ha encomendado, para ser efectivamente signos y promotores de unidad en vuestras diócesis. Respecto a vuestros presbíteros, debe prevalecer una actitud de escucha, de atención personal y paternal, para que ellos, conscientes del aprecio que les tenéis, vivan con serenidad y sinceridad su vocación sacerdotal, la hagan brillar en su entorno con gozo y ejerzan fielmente sus tareas. Os invito, pues, a ayudar a los sacerdotes y a los fieles a redescubrir, también ellos, la belleza del sacerdocio y su ministerio. Las dificultades que se encuentran, y que a veces pueden ser serias, nunca han de ser motivo de desesperación, sino, por el contrario, convertirse en incentivo para fomentar en los sacerdotes y los obispos una profunda vida espiritual que llene su corazón con un amor cada vez más grande por Cristo y un celo desbordante por la santificación del Pueblo de Dios. Un fortalecimiento de los lazos de hermandad y amistad entre todos será también un apoyo importante, al facilitar el progreso en la búsqueda de un florecimiento espiritual y humano.

Queridos hermanos en el episcopado, la formación de los futuros sacerdotes de vuestras diócesis es algo que os preocupa de manera particular. Os animo ardientemente a hacer de esto una de vuestras prioridades pastorales. Es indispensable una sólida formación humana, intelectual y espiritual de los jóvenes que les permita alcanzar un equilibrio personal, psicológico y afectivo, que los prepare para aceptar la realidad de la vida sacerdotal, particularmente en el campo relacional. Por lo demás, como he dicho en la carta dirigida recientemente a todos los seminaristas, «lo más importante en el camino hacia el sacerdocio, y durante toda la vida sacerdotal, es la relación personal con Dios en Jesucristo. El sacerdote [...] es el mensajero de Dios entre los hombres. Quiere llevarlos a Dios, y que así crezca la comunión entre ellos» (n. 1). En esta perspectiva, pues, los seminaristas deben aprender a vivir en contacto constante con Dios. Por eso, una de las responsabilidades importantes que incumbe a los obispos es la selección de los formadores. Y os exhorto a ejercerla con prudencia y discernimiento. Los formadores, contando siempre con las cualidades humanas e intelectuales necesarias, han de esmerarse por el progreso en su propio camino de santidad, así como el de los jóvenes a los que deben ayudar en su búsqueda de la voluntad de Dios para su vidas.

El ministerio episcopal, al que el Señor os ha llamado, tiene sus alegrías y sus penas. Al encontrarme con vosotros esta tarde, quisiera dejar a cada uno un mensaje de esperanza. Durante los últimos 150 años, el Señor ha hecho grandes cosas en el pueblo beninés. Tened la seguridad de que sigue acompañándoos cada día en vuestro compromiso al servicio de la evangelización. Sed siempre pastores según el corazón de Dios, auténticos servidores del Evangelio. Esto es lo que los hombres y mujeres de nuestro tiempo esperan de vosotros.

Queridos hermanos en el episcopado, al término de este encuentro, me gustaría expresarles mi gran alegría por volver a tierras africanas, y especialmente a Benín, en esta doble ocasión de la celebración del ciento cincuenta aniversario de la evangelización de vuestro país y la entrega de la Exhortación postsinodal Africae munus. Quisiera darles las gracias, y por su medio a todo el pueblo de Benín, por la cálida acogida – diría simplemente, «la hospitalidad africana» –, que me han deparado. Encomiendo a la Virgen María, Nuestra Señora de África, a cada una de sus diócesis, así como a ustedes y a su ministerio episcopal. Que Ella proteja a todo el pueblo de Benín. De todo corazón les imparto una afectuosa Bendición Apostólica, así como a los sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y a todos los fieles de sus diócesis.


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VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

SANTA MISA Y ENTREGA
DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
A LOS OBISPOS DE ÁFRICA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Estadio de la Amistad, Cotonú
Domingo 20 de noviembre de 2011

[Vídeo]



Queridos hermanos en el Episcopado y el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas

Es una gran alegría para mí visitar por segunda vez este querido continente, a continuación de haberlo hecho mi querido Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, y volver a vuestra casa, Benín, para dirigiros un mensaje de esperanza y de paz. En primer lugar, deseo agradecer muy cordialmente, a Monseñor Antonio Ganyé, Arzobispo de Cotonou, sus palabras de bienvenida, y saludar a los obispos de Benín, así como a los cardenales y obispos de numerosos países de África y de otros continentes. Y saludo calurosamente a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, venidos para participar en esta Misa celebrada por el Sucesor de Pedro. Pienso ciertamente en los benineses, pero también en los fieles de los países francófonos vecinos, como Togo, Burkina Faso, Níger y otros más. Nuestra celebración eucarística en la solemnidad de Cristo Rey del universo es una oportunidad para dar gracias a Dios por el ciento cincuenta aniversario del comienzo de la evangelización de Benín, y por la Segunda Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos celebrado en Roma hace algún tiempo.

El Evangelio que acabamos de escuchar, nos dice que Jesús, el Hijo del hombre, el juez último de nuestra vida, ha querido tomar el rostro de los hambrientos y sedientos, de los extranjeros, los desnudos, enfermos o prisioneros, en definitiva, de todos los que sufren o están marginados; lo que les hagamos a ellos será considerado como si lo hiciéramos a Jesús mismo. No veamos en esto una mera fórmula literaria, una simple imagen. Toda la vida de Jesús es una muestra de ello. Él, el Hijo de Dios, se ha hecho hombre, ha compartido nuestra existencia hasta en los detalles más concretos, haciéndose servidor de sus hermanos más pequeños. Él, que no tenía donde reclinar su cabeza, fue condenado a morir en una cruz. Este es el Rey que celebramos.

Sin duda, esto puede parecernos desconcertante. Aún hoy, como hace 2000 años, acostumbrados a ver los signos de la realeza en el éxito, la potencia, el dinero o el poder, tenemos dificultades para aceptar un rey así, un rey que se hace servidor de los más pequeños, de los más humildes, un rey cuyo trono es la cruz. Sin embargo, dicen las Sagradas Escrituras, así es como se manifiesta la gloria de Cristo; en la humildad de su existencia terrena es donde se encuentra su poder para juzgar al mundo. Para él, reinar es servir. Y lo que nos pide es seguir por este camino para servir, para estar atentos al clamor del pobre, el débil, el marginado. El bautizado sabe que su decisión de seguir a Cristo puede llevarle a grandes sacrificios, incluso el de la propia vida. Pero, como nos recuerda san Pablo, Cristo ha vencido a la muerte y nos lleva consigo en su resurrección. Nos introduce en un mundo nuevo, un mundo de libertad y felicidad. También hoy son tantas las ataduras con el mundo viejo, tantos los miedos que nos tienen prisioneros y nos impiden vivir libres y dichosos. Dejemos que Cristo nos libere de este mundo viejo. Nuestra fe en Él, que vence nuestros miedos, nuestras miserias, nos da acceso a un mundo nuevo, un mundo donde la justicia y la verdad no son una parodia, un mundo de libertad interior y de paz con nosotros mismos, con los otros y con Dios. Este es el don que Dios nos ha dado en nuestro bautismo.

«Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,34). Acojamos estas palabras de bendición que el Hijo del hombre dirigirá el Día del Juicio a quienes habrán reconocido su presencia en los más humildes de sus hermanos con un corazón libre y rebosante de amor de Dios. Hermanos y hermanas, este pasaje del Evangelio es verdaderamente una palabra de esperanza, porque el Rey del universo se ha hecho muy cercano a nosotros, servidor de los más pequeños y más humildes. Y quisiera dirigirme con afecto a todos los que sufren, a los enfermos, a los aquejados del sida u otras enfermedades, a todos los olvidados de la sociedad. ¡Tened ánimo! El Papa está cerca de vosotros con el pensamiento y la oración. ¡Tened ánimo! Jesús ha querido identificarse con el pequeño, con el enfermo; ha querido compartir vuestro sufrimiento y reconoceros a vosotros como hermanos y hermanas, para liberaros de todo mal, de toda aflicción. Cada enfermo, cada persona necesitada merece nuestro respeto y amor, porque a través de él Dios nos indica el camino hacia el cielo.

Esta mañana os invito también a que compartáis vuestra alegría conmigo. En efecto, hace 150 años que la cruz de Cristo fue plantada en vuestra tierra, que el Evangelio fue anunciado por primera vez. En este día, damos gracias a Dios por el trabajo realizado por los misioneros, por los «obreros apostólicos» originarios de aquí o venidos de otros lugares, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y todos aquellos que, hoy como ayer, han hecho posible la difusión de la fe en Jesucristo en el continente africano. Deseo honrar aquí la memoria del venerado cardenal Bernardin Gantin, ejemplo de fe y sabiduría para Benín y para todo el continente africano.

Queridos hermanos y hermanas, todos los que han recibido ese don maravilloso de la fe, el don del encuentro con el Señor resucitado, sienten también la necesidad de anunciarlo a los demás. La Iglesia existe para anunciar esta Buena Noticia. Y este deber es siempre urgente. Después de 150 años, hay todavía muchos que aún no han escuchado el mensaje de salvación de Cristo. Hay también muchos que se resisten a abrir sus corazones a la Palabra de Dios. Y son numerosos aquellos cuya fe es débil, y su mentalidad, costumbres y estilo de vida ignoran la realidad del Evangelio, pensando que la búsqueda del bienestar egoísta, la ganancia fácil o el poder es el objetivo final de la vida humana. ¡Sed testigos ardientes, con entusiasmo, de la fe que habéis recibido! Haced brillar por doquier el rostro amoroso de Cristo, especialmente ante los jóvenes que buscan razones para vivir y esperar en un mundo difícil.

La Iglesia en Benín ha recibido mucho de los misioneros: ella debe llevar a su vez este mensaje de esperanza a quienes no conocen o han olvidado al Señor Jesús. Queridos hermanos y hermanas, os invito a que tengáis esta preocupación por la evangelización en vuestro país, en los pueblos de vuestro continente y en el mundo entero. El reciente Sínodo de los Obispos para África lo recuerda con insistencia: el hombre de esperanza, el cristiano, no puede ignorar a sus hermanos y hermanas. Esto estaría en contradicción con el comportamiento de Jesús. El cristiano es un constructor incansable de comunión, de paz y solidaridad, esos dones que Jesús mismo nos ha dado. Al ser fieles a ellos, estamos colaborando en la realización del plan de salvación de Dios para la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, os invito por tanto a fortalecer vuestra fe en Jesucristo mediante una auténtica conversión a su persona. Sólo Él nos da la verdadera vida, y nos libera de nuestros temores y resistencias, de todas nuestras angustias. Buscad las raíces de vuestra existencia en el bautismo que habéis recibido y que os ha hecho hijos de Dios. Que Jesucristo os dé a todos la fuerza para vivir como cristianos y tratar de transmitir con generosidad a las nuevas generaciones lo que habéis recibido de vuestros padres en la fe.

aklunɔ ni kɔn fɛnu tɔn lɛ do mi ji.

[Trad. del fon: Que el Señor os llene de su gracia]

On this feast day, we rejoice together in the reign of Christ the King over the whole world. He is the one who removes all that hinders reconciliation, justice and peace. We are reminded that true royalty does not consist in a show of power, but in the humility of service; not in the oppression of the weak, but in the ability to protect them and to lead them to life in abundance (cf. Jn 10:10). Christ reigns from the Cross and, with his arms open wide, he embraces all the peoples of the world and draws them into unity. Through the Cross, he breaks down the walls of division, he reconciles us with each other and with the Father. We pray today for the people of Africa, that all may be able to live in justice, peace and the joy of the Kingdom of God (cf. Rom 14:17). With these sentiments I affectionately greet all the English-speaking faithful who have come from Ghana and Nigeria and neighbouring countries. May God bless all of you!

[En este día de fiesta, nos alegramos del reino de de Cristo Rey en toda la tierra. Él es quien remueve todo lo que obstaculiza la reconciliación, la justicia y la paz. Recordemos que la verdadera realeza no consiste en una ostentación de poder, sino en la humildad del servicio; no en la opresión de los débiles, sino en la capacidad de protegerlos para darles vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Cristo reina desde la cruz y con los brazos abiertos, que abarcan a todos los pueblos de la tierra y les atrae a la unidad. Por la cruz, derriba los muros de la división, y nos reconcilia unos con otros y con el Padre. Hoy oramos por los pueblos de África, para que todos puedan vivir en la justicia, la paz y la alegría del Reino de Dios (cf. Rm 14,17). Con estos sentimientos, saludo con afecto a todos los fieles anglófonos, venidos de Ghana, Nigeria y los países limítrofes. ¡Que Dios os bendiga!]

Queridos irmãos e irmãs da África lusófona que me ouvis, a todos dirijo a minha saudação e convido a renovar a vossa decisão de pertencer a Cristo e de servir o seu Reino de reconciliação, de justiça e de paz. O seu Reino pode ser posto em perigo no nosso coração. Aqui Deus cruza-se com a nossa liberdade. Nós – e só nós – podemos impedi-Lo de reinar sobre nós mesmos e, em consequência, tornar difícil a sua realeza sobre a família, a sociedade e a história. Por causa de Cristo, tantos homens e mulheres se opuseram, vitoriosamente, às tentações do mundo para viver fielmente a sua fé, às vezes mesmo até ao martírio. A seu exemplo, amados pastores e fiéis, sede sal e luz de Cristo na terra africana! Amen.

[Queridos hermanos y hermanas de lengua portuguesa en Africa que me escucháis, os dirijo mi saludo y os invito a renovar vuestra decisión de pertenecer a Cristo y servir a su reino de reconciliación, de justicia y de paz. Su reino puede estar amenazado en nuestro corazón. En él, Dios se encuentra con nuestra libertad. Nosotros – y sólo nosotros – podemos impedir que reine sobre nosotros y hacer así difícil su señorío sobre la familia, la sociedad y la historia. A causa de Cristo, muchos hombres y mujeres se han opuesto con éxito a las tentaciones del mundo para vivir fielmente su fe, a veces hasta el martirio. Queridos pastores y fieles, sed para ellos ejemplo, sal y luz de Cristo en la tierra africana. Amén.]


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VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
8-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

ENTREGA
DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
A LOS OBISPOS DE ÁFRICA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Estadio de la Amistad, Cotonú
Domingo 20 de noviembre de 2011

[Vídeo]



Señores Cardenales,
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas

Durante esta solemne celebración litúrgica, hemos dado gracias a Dios por el don de la Segunda Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, celebrada en octubre de 2009, sobre el tema La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz: «Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13-14). Agradezco a todos los Padres sinodales su contribución a los trabajos de esta Asamblea sinodal. Mi gratitud se extiende también al Secretario General del Sínodo de los Obispos, Monseñor Nikola Eterović, por la labor desarrollada y por las palabras que me ha dirigido en vuesto nombre.

Después de haber firmado ayer la Exhortación apostólica postsinodal Africae munus, hoy tengo la dicha de entregársela a todas las Iglesias particulares por vuestro medio, Presidentes de las Conferencias Episcopales de África –tanto nacionales como regionales– y los Presidentes de los Sínodos de las Iglesias orientales católicas. Tras recibir el documento, comienzan las fases locales de asimilación y de aplicación de los contenidos teológicos, eclesiológicos, espiritual y pastorales de esta Exhortación. Es un texto que pretende promover, fomentar y consolidar las diversas iniciativas locales ya existentes. Y desea también inspirar otras más para la Iglesia católica en África.

One of the first missions of the Church is the proclamation of Jesus Christ and his Gospel ad gentes, that is the evangelization of those at a distance from the Church in one way or another. I hope that this Exhortation will guide you in the proclamation of the Good News of Jesus in Africa. It is not just a message or a word. It is above all openness and adhesion to a person: Jesus Christ the incarnate Word. He alone possesses the words of life eternal (cf. Jn 6:68)! Following the example of Christ, all Christians are called to reflect the mercy of the Father and the light of the Holy Spirit. Evangelization presupposes and brings with it reconciliation and it promotes peace and justice.

[Una de las primeras tareas de la Iglesia sigue siendo el anuncio de Jesucristo y su Evangelio ad gentes, es decir, la evangelización de quienes están alejados de la Iglesia de una u otra manera. Deseo que esta Exhortación os guíe en la proclamación de la Buena Nueva de Jesús en África. Esto no es sólo un mensaje o una palabra. Es sobre todo una apertura a una persona: Jesucristo, el Verbo encarnado. Sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68). Siguiendo el ejemplo de Cristo, todo cristiano está llamado a reflejar la misericordia del Padre y la luz del Espíritu Santo. La evangelización supone e implica también la reconciliación, prometiendo la paz y la justicia.]

Amada Igreja na África, torna-te cada vez mais o sal da terra, desta terra que Jesus Cristo abençoou com a sua presença quando, nela, encontrou refúgio. Sê o sal da terra africana, abençoada pelo sangue de tantos mártires, homens, mulheres e crianças, testemunhas da fé cristã até ao dom supremo da própria vida. Torna-te luz do mundo, luz da África que muitas vezes, no meio das provações, procura o caminho da paz e da justiça para todos os seus habitantes. A tua luz é Jesus Cristo, «Luz do mundo» (Jo 8, 12). Que Deus te abençoe, África bem amada!

[Querida Iglesia en África, sé cada vez más sal de la tierra en este territorio que Jesucristo ha bendecido con su presencia cuando ha encontrado refugio en él. Sé la sal de la tierra de África, bendecida por la sangre de tantos mártires, hombres, mujeres y niños, testigos de la fe cristiana hasta el don supremo de la vida. Hazte luz del mundo, luz de África, que muchas veces, a través de pruebas, busca el camino de la paz y la justicia para todos sus habitantes. Tu luz es Jesucristo, «luz del mundo» (Jn 8,12). Que Dios te bendiga, querida África.]


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VIAJE APOSTÓLICO A BENÍN
18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Estadio de la Amistad, Cotonú
Domingo 20 de noviembre de 2011

[Vídeo]



Queridos hermanos y hermanas,

Al término de esta solemne celebración eucarística, unidos por Cristo, nos dirigimos con confianza a su Madre para rezar el Ángelus. Después de haber presentado la Exhortación apostólica Africae munus, deseo confiar a la Virgen María, Nuestra Señora de África, la nueva etapa que se abre para la Iglesia en este continente, para que acompañe el porvenir de la evangelización de toda África, especialmente esta tierra de Benín.

María aceptó con júbilo la invitación del Señor para ser la Madre de Jesús. Que ella nos lleve a cumplir con la misión que Dios nos confía hoy a nosotros. María es la mujer de nuestra tierra que ha tenido el privilegio de dar a luz al Salvador del mundo. ¿Quién mejor que ella conoce el valor y la belleza de la vida humana? Que nunca cese nuestro asombro ante el don de la vida. ¿Quién mejor que ella conoce nuestras necesidades de hombres y mujeres todavía peregrinos en la tierra? A los pies de la cruz, unida a su Hijo crucificado, ella es la Madre de la esperanza. Esta esperanza nos permite afrontar lo cotidiano con la fuerza que proviene de la verdad manifestada por Jesús.

Queridos hermanos y hermanas de África, tierra hospitalaria para la Sagrada Familia, seguid cultivando los valores familiares cristianos. En un momento en que muchas familias están separadas, exiliadas y afligidas por conflictos interminables, sed los artesanos de la reconciliación y la esperanza. Que con María, la Virgen del Magnificat, permanezcáis siempre alegres. Y que esta alegría llegue al corazón de vuestras familias y vuestro país.

Con las palabras del Angelus, nos dirijimos ahora a nuestra querida Madre. Confiemos a ella las intenciones que llevamos en nuestro corazón, y pidámosle por África y el mundo entero.


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18-20 DE NOVIEMBRE DE 2011

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Aeropuerto internacional "Cardenal Bernardin Gantin" de Cotonú
Domingo 20 de noviembre de 2011

[Vídeo]



Señor Presidente,
Eminencias y excelencias,
Autoridades presentes y queridos amigos

Mi viaje apostólico en tierra africana termina. Doy gracias a Dios por estos días que he estado con ustedes con alegría y cordialidad. Gracias, señor Presidente, por sus corteses palabras y por tantos esfuerzos por hacer agradable mi estancia. También quiero dar gracias a las diversa autoridades en este país y a todos los voluntarios que han contribuido generosamente al éxito en estos días. No olvido a toda la población beninesa, que me ha recibido con calor y entusiasmo. Mi gratitud se extiende también a los miembros de la Iglesia católica, a los Presidentes de las Conferencias Episcopales nacionales y regionales que han venido hasta aquí y, por supuesto, y muy especialmente, a los obispos de Benín.

Quise volver a visitar de nuevo el continente africano, por el que tengo una especial estima y afecto, pues estoy íntimamente convencido de que es una tierra de esperanza. Ya lo he dicho en muchas otras ocasiones. Aquí se encuentran valores auténticos, capaces de aleccionar a todo el mundo, y que reclaman ser extendidos con la ayuda de Dios y la determinación de los africanos. La Exhortación apostólica postsinodal Africae munus puede ayudar mucho a eso, pues abre perspectivas pastorales y suscitará iniciativas interesantes. Se la confío al conjunto de los fieles africanos, que sabrán estudiarla con atención y traducirla en acciones concretas en su vida diaria. El cardenal Gantin, ese eminente beninés, cuyo prestigio ha sido reconocida hasta el punto de que este aeropuerto lleva su nombre, participó conmigo en muchos sínodos, aportando una contribución esencial y apreciada. Que él acompañe la aplicación de este documento.

Durante esta visita, he podido encontrarme con varios componentes de la sociedad de Benín, y los miembros de la Iglesia. Estos numerosos encuentros, tan diferentes en su naturaleza, dan testimonio de la posibilidad de una coexistencia armoniosa en el seno de la nación, y entre Iglesia y el Estado. La buena voluntad y el respeto mutuo no sólo ayudan al diálogo, sino que son esenciales para construir la unidad entre las personas, los grupos étnicos y los pueblos. El término Fraternidad es también la primera de las tres palabras de vuestro lema nacional. Vivir juntos fraternamente, no obstante las legítimas diferencias, no es una utopía. ¿Por qué un país africano no podría indicar al resto del mundo el camino a tomar para vivir una fraternidad auténtica en la justicia, fundada en la grandeza de la familia y del trabajo? Que los africanos vivan reconciliados en la paz y la justicia. Estos son los deseos que expreso con confianza y esperanza antes de salir de Benín y el continente africano.

Señor Presidente, renuevo mi más sincero agradecimiento, que hago extensivo a todos sus conciudadanos, a los obispos de Benín y a todos los fieles de su país. Deseo también animar a todo el continente a ser cada vez más sal de la tierra y luz del mundo. Que por la intercesión de Nuestra Señora de África, Dios les bendiga a todos.

acɛ mawu tɔn ni kɔn do benin to ɔ bi ji

[trad. del fon: ¡Dios bendiga a Benín!]


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