Pagina precedente | 1 | Pagina successiva

VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA 22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

Ultimo Aggiornamento: 16/08/2013 21:20
Autore
Stampa | Notifica email    
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 20:59

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:01


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA ALEMANIA

Vuelo papal
Jueves 22 de septiembre de 2011


P. Lombardi: Santidad, bienvenido entre nosotros. Somos el acostumbrado grupo de sus acompañantes periodistas que se preparan para hacerse eco de su viaje en la prensa mundial, y están muy agradecidos por el hecho de que usted, ya desde el principio, tenga tiempo para nosotros, para ayudarnos a comprender bien el significado de este viaje, que es un viaje particular pues se dirige a su patria y hablará en su idioma... En Alemania hay unos 4.000 periodistas acreditados en las diversas etapas del viaje. Aquí, en el avión, tenemos a 68, de quienes algo más de 20 son alemanes. Le propongo entonces algunas preguntas. La primera se la hago en alemán, de forma que pueda usted hablar para nuestros colegas alemanes en su lengua. A los italianos les explico que se trata de una pregunta sobre cuánto se siente todavía alemán el Papa.

P. Lombardi: Santidad, permítanos —para empezar— una pregunta muy personal. ¿En qué medida se siente todavía alemán el Papa Benedicto XVI? ¿Y cuáles son los aspectos en los que usted percibe cuánto influye —o menos— su origen alemán?

Santo Padre: Hölderlin dijo: «Lo que más importa es el nacimiento», y esto naturalmente también lo siento yo. Nací en Alemania y la raíz ni se puede ni debe cortar. Recibí mi formación cultural en Alemania, mi lengua es el alemán y la lengua es el modo con que el espíritu vive y actúa, y toda mi formación cultural tuvo lugar allí. Cuando me ocupo de teología lo hago partiendo de la forma interior que aprendí en las universidades alemanas y siento admitir que aún sigo leyendo más libros en alemán que en otras lenguas. Por eso, en la estructura cultural de mi vida, este ser alemán es muy fuerte. La pertenencia a su historia, con su grandeza y sus debilidades, no puede ni debe suprimirse. Para un cristiano, sin embargo, se añade algo más; con el bautismo nace de nuevo, nace en un nuevo pueblo que está formado por todos los pueblos; un pueblo que comprende todos los pueblos y todas las culturas y en el cual ahora se encuentra verdaderamente en casa, sin por ello perder su origen natural. Cuando luego se asume una responsabilidad grande, como en mi caso, que tengo la responsabilidad suprema de este nuevo pueblo, es evidente que uno se identifica cada vez más en él. La raíz se convierte en un árbol que se extiende en varias direcciones, y el hecho de estar en casa en esta gran comunidad de un pueblo formado por todos los pueblos, de la Iglesia católica, se vuelve cada vez más vivo y profundo, forja toda la existencia sin por ello renunciar al pasado. Diría, por lo tanto, que el origen permanece, subsiste la estructura cultural, persiste naturalmente también el amor particular y la especial responsabilidad, pero todo ello introducido y ampliado en la pertenencia mayor, en la civitas Dei, como diría Agustín, en el pueblo de todos los pueblos donde todos somos hermanos y hermanas.

P. Lombardi: Santo Padre, en los últimos años en Alemania se ha dado un aumento de abandonos de la Iglesia, en parte también a causa de los abusos cometidos contra menores por parte de miembros del clero. ¿Cuál es su sentimiento respecto a este fenómeno? ¿Y qué diría a quienes quieren dejar la Iglesia?

Santo Padre: Distingamos quizá ante todo la motivación específica de quienes se sienten escandalizados por estos crímenes que han sido puestos de manifiesto en estos últimos tiempos. Puedo entender que, a la luz de tales informaciones, sobre todo si se refieren a personas cercanas, uno diga: «Esta ya no es mi Iglesia. La Iglesia era para mí fuerza de humanización y de moralización. Si representantes de la Iglesia hacen lo contrario, ya no puedo vivir con esta Iglesia». Esta es una situación específica. Generalmente las motivaciones son múltiples en el contexto de la secularización de nuestra sociedad. Habitualmente estas salidas constituyen el último paso de una larga cadena de distanciamiento de la Iglesia. En este contexto me parece importante preguntarse, reflexionar: «¿Por qué estoy en la Iglesia? ¿Estoy en la Iglesia como en una asociación deportiva, una asociación cultural, etcétera, donde encuentro mis intereses y si ya no me satisface me voy; o estar en la Iglesia es algo más profundo?». Yo diría que es importante reconocer que estar en la Iglesia no es estar en cualquier asociación, sino estar en la red del Señor, con la cual él saca peces buenos y malos de las aguas de la muerte a la tierra de la vida. Puede suceder que en esta red esté cerca de peces malos y lo perciba, pero sigue siendo cierto que no estoy por estos o por aquellos, sino sólo porque es la red del Señor, que es algo distinto de todas las asociaciones humanas; una realidad que toca el fundamento de mi ser. Hablando con estas personas pienso que debemos ir al fondo de la cuestión: ¿Qué es la Iglesia? ¿Qué es su diversidad? ¿Por qué estoy en la Iglesia, aunque haya escándalos y pobrezas humanas terribles? Y así renovar la propia conciencia de la especificidad de este ser Iglesia, del pueblo de todos los pueblos, que es pueblo de Dios, y así aprender, soportar también los escándalos y trabajar contra tales escándalos precisamente estando dentro, en esta gran red del Señor.

P. Lombardi: Gracias, Santidad. No es la primera vez que grupos de personas se manifiestan en contra de su llegada a un país. La relación de Alemania con Roma era tradicionalmente crítica, en parte también en el propio ámbito católico. Los temas controvertidos se conocen desde hace tiempo: preservativo, Eucaristía, celibato. Antes de su viaje, asimismo los parlamentarios han adoptado posturas críticas. Pero incluso antes de su viaje a Gran Bretaña la atmósfera no parecía amistosa y después las cosas resultaron bien. ¿Con qué sentimientos se encamina ahora usted a su antigua patria y se dirigirá a los alemanes?

Santo Padre: Ante todo diría que es algo normal que en una sociedad libre y en un tiempo secularizado existan oposiciones a una visita del Papa. Es justo que se exprese —respeto a todos—, que expresen esta contrariedad suya: forma parte de nuestra libertad y debemos tomar nota de que el secularismo y también la oposición precisamente al catolicismo en nuestras sociedades es fuerte. Cuando estas oposiciones se manifiestan de modo civil, no hay nada que objetar. Por otro lado, es igualmente cierto que existe mucha expectativa y mucho amor por el Papa. Pero tal vez debo decir también que en Alemania hay diversas dimensiones de esta oposición: la antigua oposición entre cultura germana y romana, los contrastes de la historia, además somos el país de la Reforma, que ha acentuado más estos contrastes. Pero existe también un gran asentimiento a la fe católica, un creciente convencimiento de que tenemos necesidad de convicciones, necesidad de una fuerza moral en nuestro tiempo. Tenemos necesidad de una presencia de Dios en este tiempo nuestro. Así, sé que junto a la oposición, que encuentro natural y que es de esperar, existe mucha gente que me aguarda con alegría, que espera una fiesta de la fe, un estar juntos, y quiere esperar la alegría de conocer a Dios y de vivir juntos en el futuro, que Dios nos toma de la mano y nos muestra el camino. Por esto voy con alegría a mi Alemania y estoy feliz de llevar el mensaje de Cristo a mi tierra.

P. Lombardi: Gracias. Y una última pregunta. Santo Padre, usted visitará en Erfurt el antiguo convento del reformador, Martín Lutero. Los cristianos evangélicos, y los católicos en diálogo con ellos, se están preparando para conmemorar el quinto centenario de la Reforma. ¿Con qué mensaje, con qué pensamientos, se prepara usted al encuentro? ¿Su viaje debe contemplarse también como un gesto fraterno hacia los hermanos y las hermanas separados de Roma?

Santo Padre: Cuando acepté la invitación a este viaje, era para mí evidente que el ecumenismo con nuestros amigos evangélicos debía ser un punto fuerte y un punto central de este viaje. Vivimos en un tiempo de secularismo, como he mencionado, en el que los cristianos juntos tienen la misión de hacer presente el mensaje de Dios, el mensaje de Cristo; de hacer posible creer, ir adelante con estas grandes ideas, verdades. Y por ello el hecho de estar juntos, católicos y evangélicos, es un elemento fundamental para nuestro tiempo, si bien institucionalmente no estemos perfectamente unidos y persistan problemas, incluso grandes problemas, en el fundamento de la fe en Cristo, en Dios trinitario y en el hombre como imagen de Dios. Estamos unidos y este mostrar al mundo y profundizar en esta unidad es esencial en este momento histórico. Por ello estoy muy agradecido a nuestros amigos, hermanos y hermanas protestantes, que han hecho posible un signo muy significativo: el encuentro en el monasterio donde Lutero inició su camino teológico; la oración en la iglesia donde fue ordenado sacerdote; y hablar juntos de nuestra responsabilidad como cristianos en este tiempo. Estoy muy contento de poder mostrar así esta unidad fundamental: que somos hermanos y hermanas y trabajamos juntos por el bien de la humanidad, anunciando el gozoso mensaje de Cristo, del Dios que tiene un rostro humano y habla con nosotros.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:02


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Castillo de Bellevue de Berlín
Jueves 22 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Señor Presidente Federal,
Señoras y Señores,
Queridos amigos:

Me siento muy honrado por la amable acogida que me habéis reservado aquí, en el Castillo Bellevue. Le estoy particularmente agradecido, Señor Presidente Wulff, por la invitación a esta visita oficial, que es mi tercera estancia como Papa en la República Federal Alemana. Agradezco de corazón las hondas y amables palabras de bienvenida que me ha dirigido. Mi gratitud se dirige también a los representantes del Gobierno Federal, del Bundestag y del Bundesrat, así como a los de la ciudad de Berlín, por su presencia, con la que expresan su respeto por el Papa como Sucesor del Apóstol Pedro. Y agradezco igualmente a los tres Obispos que me hospedan, el Arzobispo Woelki de Berlín, el Obispo Wanke de Erfurt y el Arzobispo Zollitsch de Friburgo, así como a todos aquellos que, en los diversos ámbitos eclesiásticos y públicos, han colaborado en los preparativos de este viaje a mi patria, contribuyendo de ese modo a que todo salga bien.

Aunque este viaje es una visita oficial que reforzará las buenas relaciones entre la República Federal de Alemania y la Santa Sede, no he venido aquí para obtener objetivos políticos o económicos, como hacen otros hombres de Estado, sino para encontrar a la gente y hablar con ella de Dios.

Con relación a la religión – lo ha mencionado usted, Señor Presidente Federal – se observa en la sociedad una progresiva indiferencia que, en sus decisiones, considera la cuestión de la verdad más bien como un obstáculo, y da por el contrario la prioridad a consideraciones utilitaristas.

Pero se necesita una base vinculante para nuestra convivencia, de otra manera cada uno vive sólo para su individualismo. La religión es una cuestión fundamental para una convivencia lograda. “Como la religión requiere la libertad, así la libertad tiene necesidad de la religión”. Estas palabras del gran obispo y reformador social Wilhelm von Ketteler, del que se celebra este año el bicentenario de su nacimiento, siguen siendo todavía actuales.[1]

La libertad necesita una referencia originaria a una instancia superior. El que haya valores que nada ni nadie pueda manipular, es la auténtica garantía de nuestra libertad. El hombre que se sabe obligado a lo verdadero y al bien, estará inmediatamente de acuerdo con esto: la libertad se desarrolla sólo en la responsabilidad ante un bien mayor. Este bien sólo existe si es para todos; por tanto debo interesarme siempre por mis prójimos. La libertad no se puede vivir sin relaciones.

En la convivencia humana no es posible la libertad sin solidaridad. Aquello que hago en detrimento de otros, no es libertad, sino una acción culpable que les perjudica a ellos y, con ello, también a mí. Puedo realizarme verdaderamente como persona libre sólo cuando uso mis fuerzas también para el bien de los demás. Y esto no sólo vale en el ámbito privado, sino también en el social. Según el principio de subsidiaridad, la sociedad debe dar espacio suficiente para que las estructuras más pequeñas se desarrollen y, al mismo tiempo, apoyarlas, de modo que un día puedan ser autónomas.

Aquí en el Castillo Bellevue, que debe su nombre a la espléndida vista sobre la ribera del Spree y que está situado no lejos de la Columna de la Victoria, del Bundestag y de la Puerta de Brandeburgo, estamos propiamente en el centro de Berlín, la capital de la República Federal de Alemania. El castillo, como tantos edificios de la ciudad, es con su agitado pasado un testimonio de la historia alemana. Conocemos sus páginas de grandeza y nobleza, y nos sentimos reconocidos por ello. Pero también es posible observar claramente las páginas oscuras de su historia, y sólo así nos permite aprender del pasado y recibir impulso para el presente. La República Federal de Alemania se ha convertido en lo que es hoy a través de la fuerza de la libertad plasmada de responsabilidad ante Dios y ante el prójimo. Necesita de esta dinámica que abarca todos los ámbitos humanos para poder seguir desarrollándose en las circunstancias actuales. Lo requiere en “un mundo que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor” (Encíclica Caritas in veritate, 21).

Deseo que los encuentros durante las varias etapas de mi viaje, aquí en Berlín, en Erfurt, en Eichsfeld y en Friburgo, puedan ofrecer una pequeña contribución sobre este tema. Que en estos días Dios nos conceda su bendición. Gracias.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:03


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

VISITA AL PARLAMENTO FEDERAL

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Reichstag, Berlín
Jueves 22 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Ilustre Señor Presidente Federal,
Señor Presidente del Bundestag,
Señora Canciller Federal,
Señor Presidente del Bundesrat,
Señoras y Señores Diputados

Es para mi un honor y una alegría hablar ante esta Cámara alta, ante el Parlamento de mi Patria alemana, que se reúne aquí como representación del pueblo, elegido democráticamente, para trabajar por el bien común de la República Federal de Alemania. Agradezco al Señor Presidente del Bundestag su invitación a pronunciar este discurso, así como sus gentiles palabras de bienvenida y aprecio con las que me ha acogido. Me dirijo en este momento a ustedes, estimados señoras y señores, también como un connacional que por sus orígenes está vinculado de por vida y sigue con particular atención los acontecimientos de la Patria alemana. Pero la invitación a pronunciar este discurso se me ha hecho en cuanto Papa, en cuanto Obispo de Roma, que tiene la suprema responsabilidad sobre los cristianos católicos. De este modo, ustedes reconocen el papel que le corresponde a la Santa Sede como miembro dentro de la Comunidad de los Pueblos y de los Estados. Desde mi responsabilidad internacional, quisiera proponerles algunas consideraciones sobre los fundamentos del estado liberal de derecho.

Permítanme que comience mis reflexiones sobre los fundamentos del derecho con un breve relato tomado de la Sagrada Escritura. En el primer Libro de los Reyes, se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este momento tan importante? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? No pide nada de todo eso. En cambio, suplica: “Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal” (1 R 3,9). Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que en definitiva debe ser importante para un político. Su criterio último, y la motivación para su trabajo como político, no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín.[1] Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y llevarlo hasta el borde del abismo. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente. El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo. Se puede manipular a sí mismo. Puede, por decirlo así, hacer seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos. ¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente? La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma.

Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta: en el proceso de formación del derecho, una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación. En el siglo III, el gran teólogo Orígenes justificó así la resistencia de los cristianos a determinados ordenamientos jurídicos en vigor: “Si uno se encontrara entre los escitas, cuyas leyes van contra la ley divina, y se viera obligado a vivir entre ellos…, por amor a la verdad, que, para los escitas, es ilegalidad, con razón formaría alianza con quienes sintieran como él contra lo que aquellos tienen por ley…”[2]

Basados en esta convicción, los combatientes de la resistencia actuaron contra el régimen nazi y contra otros regímenes totalitarios, prestando así un servicio al derecho y a toda la humanidad. Para ellos era evidente, de modo irrefutable, que el derecho vigente era en realidad una injusticia. Pero en las decisiones de un político democrático no es tan evidente la cuestión sobre lo que ahora corresponde a la ley de la verdad, lo que es verdaderamente justo y puede transformarse en ley. Hoy no es de modo alguno evidente de por sí lo que es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y pueda convertirse en derecho vigente. A la pregunta de cómo se puede reconocer lo que es verdaderamente justo, y servir así a la justicia en la legislación, nunca ha sido fácil encontrar la respuesta y hoy, con la abundancia de nuestros conocimientos y de nuestras capacidades, dicha cuestión se ha hecho todavía más difícil.

¿Cómo se reconoce lo que es justo? En la historia, los ordenamientos jurídicos han estado casi siempre motivados de modo religioso: sobre la base de una referencia a la voluntad divina, se decide aquello que es justo entre los hombres. Contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. En cambio, se ha remitido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios. Así, los teólogos cristianos se sumaron a un movimiento filosófico y jurídico que se había formado desde el siglo II a. C. En la primera mitad del siglo segundo precristiano, se produjo un encuentro entre el derecho natural social, desarrollado por los filósofos estoicos y notorios maestros del derecho romano.[3] De este contacto, nació la cultura jurídica occidental, que ha sido y sigue siendo de una importancia determinante para la cultura jurídica de la humanidad. A partir de esta vinculación precristiana entre derecho y filosofía inicia el camino que lleva, a través de la Edad Media cristiana, al desarrollo jurídico de la Ilustración, hasta la Declaración de los derechos humanos y hasta nuestra Ley Fundamental Alemana, con la que nuestro pueblo reconoció en 1949 “los inviolables e inalienables derechos del hombre como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo”.

Para el desarrollo del derecho, y para el desarrollo de la humanidad, ha sido decisivo que los teólogos cristianos hayan tomado posición contra el derecho religioso, requerido por la fe en la divinidad, y se hayan puesto de parte de la filosofía, reconociendo a la razón y la naturaleza, en su mutua relación, como fuente jurídica válida para todos. Esta opción la había tomado ya san Pablo cuando, en su Carta a los Romanos, afirma: “Cuando los paganos, que no tienen ley [la Torá de Israel], cumplen naturalmente las exigencias de la ley, ellos... son ley para sí mismos. Esos tales muestran que tienen escrita en su corazón las exigencias de la ley; contando con el testimonio de su conciencia…” (Rm 2,14s). Aquí aparecen los dos conceptos fundamentales de naturaleza y conciencia, en los que conciencia no es otra cosa que el “corazón dócil” de Salomón, la razón abierta al lenguaje del ser. Si con esto, hasta la época de la Ilustración, de la Declaración de los Derechos humanos, después de la Segunda Guerra mundial, y hasta la formación de nuestra Ley Fundamental, la cuestión sobre los fundamentos de la legislación parecía clara, en el último medio siglo se produjo un cambio dramático de la situación. La idea del derecho natural se considera hoy una doctrina católica más bien singular, sobre la que no vale la pena discutir fuera del ámbito católico, de modo que casi nos avergüenza hasta la sola mención del término. Quisiera indicar brevemente cómo se llegó a esta situación. Es fundamental, sobre todo, la tesis según la cual entre ser y deber ser existe un abismo infranqueable. Del ser no se podría derivar un deber, porque se trataría de dos ámbitos absolutamente distintos. La base de dicha opinión es la concepción positivista de naturaleza adoptada hoy casi generalmente. Si se considera la naturaleza – con palabras de Hans Kelsen – “un conjunto de datos objetivos, unidos los unos a los otros como causas y efectos”, entonces no se puede derivar de ella realmente ninguna indicación que tenga de algún modo carácter ético.[4] Una concepción positivista de la naturaleza, que comprende la naturaleza de manera puramente funcional, como las ciencias naturales la entienden, no puede crear ningún puente hacia el Ethos y el derecho, sino dar nuevamente sólo respuestas funcionales. Pero lo mismo vale también para la razón en una visión positivista, que muchos consideran como la única visión científica. En ella, aquello que no es verificable o falsable no entra en el ámbito de la razón en sentido estricto. Por eso, el ethos y la religión han de ser relegadas al ámbito de lo subjetivo y caen fuera del ámbito de la razón en el sentido estricto de la palabra. Donde rige el dominio exclusivo de la razón positivista – y este es en gran parte el caso de nuestra conciencia pública – las fuentes clásicas de conocimiento del ethos y del derecho quedan fuera de juego. Ésta es una situación dramática que afecta a todos y sobre la cual es necesaria una discusión pública; una intención esencial de este discurso es invitar urgentemente a ella.

El concepto positivista de naturaleza y razón, la visión positivista del mundo es en su conjunto una parte grandiosa del conocimiento humano y de la capacidad humana, a la cual en modo alguno debemos renunciar en ningún caso. Pero ella misma no es una cultura que corresponda y sea suficiente en su totalidad al ser hombres en toda su amplitud. Donde la razón positivista es considerada como la única cultura suficiente, relegando todas las demás realidades culturales a la condición de subculturas, ésta reduce al hombre, más todavía, amenaza su humanidad. Lo digo especialmente mirando a Europa, donde en muchos ambientes se trata de reconocer solamente el positivismo como cultura común o como fundamento común para la formación del derecho, reduciendo todas las demás convicciones y valores de nuestra cultura al nivel de subcultura. Con esto, Europa se sitúa ante otras culturas del mundo en una condición de falta de cultura, y se suscitan al mismo tiempo corrientes extremistas y radicales. La razón positivista, que se presenta de modo exclusivo y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Y, sin embargo, no podemos negar que en este mundo autoconstruido recurrimos en secreto igualmente a los “recursos” de Dios, que transformamos en productos nuestros. Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo.

Pero ¿cómo se lleva a cabo esto? ¿Cómo encontramos la entrada en la inmensidad, o la globalidad? ¿Cómo puede la razón volver a encontrar su grandeza sin deslizarse en lo irracional? ¿Cómo puede la naturaleza aparecer nuevamente en su profundidad, con sus exigencias y con sus indicaciones? Recuerdo un fenómeno de la historia política reciente, esperando que no se malinterprete ni suscite excesivas polémicas unilaterales. Diría que la aparición del movimiento ecologista en la política alemana a partir de los años setenta, aunque quizás no haya abierto las ventanas, ha sido y es sin embargo un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni rechazar porque se perciba en él demasiada irracionalidad. Gente joven se dio cuenta que en nuestras relaciones con la naturaleza existía algo que no funcionaba; que la materia no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones. Es evidente que no hago propaganda de un determinado partido político, nada más lejos de mi intención. Cuando en nuestra relación con la realidad hay algo que no funciona, entonces debemos reflexionar todos seriamente sobre el conjunto, y todos estamos invitados a volver sobre la cuestión de los fundamentos de nuestra propia cultura. Permitidme detenerme todavía un momento sobre este punto. La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente. Sin embargo, quisiera afrontar seriamente un punto que – me parece – se ha olvidado tanto hoy como ayer: hay también una ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana.

Volvamos a los conceptos fundamentales de naturaleza y razón, de los cuales hemos partido. El gran teórico del positivismo jurídico, Kelsen, con 84 años – en 1965 – abandonó el dualismo de ser y de deber ser (me consuela comprobar que a los 84 años se esté aún en condiciones de pensar algo razonable). Antes había dicho que las normas podían derivar solamente de la voluntad. En consecuencia – añade –, la naturaleza sólo podría contener en sí normas si una voluntad hubiese puesto estas normas en ella. Por otra parte – dice –, esto supondría un Dios creador, cuya voluntad se ha insertado en la naturaleza. “Discutir sobre la verdad de esta fe es algo absolutamente vano”, afirma a este respecto.[5] ¿Lo es verdaderamente?, quisiera preguntar. ¿Carece verdaderamente de sentido reflexionar sobre si la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza no presupone una razón creativa, un Creator Spiritus?

A este punto, debería venir en nuestra ayuda el patrimonio cultural de Europa. Sobre la base de la convicción de la existencia de un Dios creador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta. Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación de nuestra cultura en su conjunto y la privaría de su integridad. La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico.

Al joven rey Salomón, a la hora de asumir el poder, se le concedió lo que pedía. ¿Qué sucedería si nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? Pienso que, en último término, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz. Muchas gracias.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:04


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS REPRESENTANTES DE LA COMUNIDAD JUDÍA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Saleta del Reichstag, Berlín
Jueves 22 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Distinguidos Señores y Señoras,
Queridos amigos

Estoy sinceramente contento de este encuentro con ustedes, aquí, en Berlín. Agradezco de corazón al Señor Presidente, Dr. Dieter Graumann, sus amables palabras, que también me han hecho reflexionar. Me manifiestan cuánto ha crecido la confianza entre el Pueblo judío y la Iglesia católica, que tienen en común una parte nada desdeñable de sus tradiciones fundamentales, como usted ha subrayado. Al mismo tiempo, todos somos muy conscientes de que una comunión amorosa y comprensiva entre Israel y la Iglesia, en el respeto recíproco de la identidad del otro, debe crecer más todavía y entrar de modo más profundo en el anuncio de la fe.

Durante mi visita a la Sinagoga de Colonia, hace ya seis años, el Rabino Teitelbaum habló de la memoria como una de las columnas necesarias para asentar sobre ella un futuro de paz. Y hoy me encuentro en un lugar central de la memoria, de una espantosa memoria: desde aquí se programó y organizó la Shoah, la eliminación de los ciudadanos judíos en Europa. Antes del terror nazi, casi medio millón de judíos vivían en Alemania, y eran un componente estable de la sociedad alemana. Después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania fue considerada como el “País de la Shoah”, en el que, en el fondo, ya no se podía vivir como judío. Al principio, casi nadie se esforzaba por refundar las antiguas comunidades, no obstante llegaran continuamente personas y familias judías del Este. Muchas de ellas querían emigrar y construirse una nueva vida, sobre todo en los Estados Unidos o en Israel.

En este lugar, hay que recordar también el pogromo de la “noche de los cristales rotos”, del 9 al 10 de noviembre de 1938. Solamente unos pocos percibieron en su totalidad la dimensión de dicho acto de desprecio humano, como lo hizo el Deán de la Catedral de Berlín, Bernhard Lichtenberg, que desde el púlpito de esa Santa Iglesia de Santa Eduvigis, gritó: “Fuera, el Templo está en llamas; también éste es casa de Dios”. El régimen de terror del nacionalsocialismo se fundaba sobre un mito racista, del que formaba parte el rechazo del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, del Dios de Jesucristo y de las personas que creen en Él. El “omnipotente” del que hablaba Adolf Hitler era un ídolo pagano que quería ponerse como sustituto del Dios bíblico, Creador y Padre de todos los hombres. Cuando no se respeta a este Dios único, se pierde también el respeto por la dignidad del hombre. Las horribles imágenes de los campos de concentración al final de la guerra mostraron de lo que puede ser capaz el hombre que rechaza a Dios y el rostro que puede asumir un pueblo en el “no” a ese Dios.

Ante este recuerdo, debemos constatar con gratitud que desde hace alguna década se manifiesta un nuevo desarrollo que permite hablar incluso de un renacer de la vida judía en Alemania. Hay que subrayar que, en este tiempo, la comunidad judía se ha destacado particularmente por la obra de integración de los emigrantes del este europeo.

Quisiera también aludir con gratitud al diálogo entre la Iglesia católica y el Judaísmo, un diálogo que se está profundizando. La Iglesia se siente muy cercana al Pueblo judío. Con la Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II, se comenzó a “recorrer un camino irrevocable de diálogo, de fraternidad y de amistad” (cf. Discurso en la Sinagoga de Roma, 17 enero 2010). Esto vale para toda la Iglesia católica, en la que el beato Papa Juan Pablo II se comprometió de una manera particularmente intensa a favor de este nuevo camino. Esto vale obviamente también para la Iglesia católica en Alemania, que es bien consciente de su particular responsabilidad en esta materia. En el ámbito público, destaca sobre todo la “Semana de la Fraternidad”, organizada cada año en la primera semana de marzo por las asociaciones locales para la colaboración judío-cristiana.

Por parte católica, se llevan a cabo además encuentros anuales entre obispos y rabinos, así como coloquios organizados con el Consejo central de los judíos. Ya en los años setenta, el Comité Central de los Católicos Alemanes (ZdK) se distinguió por la fundación de un forum “Judíos y Cristianos”, que en el trascurso de los años ha elaborado competentemente muchos documentos útiles. Y tampoco quisiera pasar por alto el histórico encuentro para el diálogo judío-cristiano [celebrado en Alemania] de marzo de 2006, con la participación del Cardenal Walter Kasper. Esta colaboración da frutos.

Junto a estas importantes iniciativas, me parece que también los cristianos debemos darnos cuenta cada vez más de nuestra afinidad interior con el judaísmo, a la que usted se ha referido. Para los cristianos, no puede haber una fractura en el evento salvífico. La salvación viene, precisamente, de los Judíos (cf. Jn 4, 22). Cuando el conflicto de Jesús con el judaísmo de su tiempo se ve de manera superficial, como una ruptura con la Antigua Alianza, se acaba reduciéndolo a un idea de liberación, que interpreta erróneamente la Torá sólo como observancia servil de unos ritos y prescripciones exteriores. Sin embargo, el Sermón de la montaña no deroga la Ley mosaica, sino que desvela sus recónditas posibilidades y hace surgir nuevas exigencias; nos reenvía al fundamento más profundo del obrar humano, al corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro, donde germina la fe, la esperanza y la caridad.

El mensaje de esperanza, transmitido por los libros de la Biblia hebrea y del Antiguo Testamento cristiano, ha sido asimilado y desarrollado de modo distinto por los judíos y los cristianos. “Después de siglos de contraposición, reconocemos como tarea nuestra el esfuerzo para que estos dos modos de la nueva lectura de los escritos bíblicos – la cristiana y la judía – entren en diálogo entre sí, para comprender rectamente la voluntad y la Palabra de Dios” (Jesús de Nazaret. Segunda parte: Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, pp. 47-48). En una sociedad cada vez más secularizada, este diálogo debe reforzar la esperanza común en Dios. Sin esa esperanza la sociedad pierde su humanidad.

Con todo esto, podemos constatar que el intercambio entre la Iglesia católica y el Judaísmo en Alemania ha dado ya frutos prometedores. Han crecido las relaciones duraderas y de confianza. Ciertamente, judíos y cristianos tienen una responsabilidad común para el desarrollo de la sociedad, que entraña siempre una dimensión religiosa. Que todos los interesados continúen juntos este camino. Que para ello, el Único y Omnipotente – Ha Kadosch Baruch Hu – otorgue su bendición. Gracias a todos ustedes.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:05


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Estadio Olímpico de Berlín
Jueves 22 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridas hermanas y hermanos

Me da gran alegría y confianza ver el gran estadio olímpico que en gran número tantos de vosotros habéis llenado hoy. Saludo con afecto a todos: a los fieles de la Archidiócesis de Berlín y de las diócesis alemanas, así como a los numerosos peregrinos provenientes de los países vecinos. Hace quince años, vino un Papa por vez primera a Berlín, la capital federal. Todos – y también yo personalmente – tenemos un recuerdo muy vivo de la visita de mi venerado predecesor, el Beato Juan Pablo II, y de la Beatificación del Deán de la Catedral de Berlín Bernhard Lichtenberg, junto a Karl Leisner, celebrada precisamente aquí, en este mismo lugar.

Pensando en estos beatos y en toda la corte de santos y beatos, podemos comprender lo que significa vivir como sarmientos de la verdadera vid, que es Cristo, y dar fruto. El evangelio de hoy nos evoca la imagen de esa planta, que en Oriente crece lozana y es símbolo de fuerza y vida, y también una metáfora de la belleza y el dinamismo de la comunión de Jesús con sus discípulos y amigos, con nosotros.

En la parábola de la vid, Jesús no dice: “Vosotros sois la vid”, sino: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15, 5). Y esto significa: “Así como los sarmientos están unidos a la vid, de igual modo vosotros me pertenecéis. Pero, perteneciendo a mí, pertenecéis también unos a otros”. Y este pertenecerse uno a otro y a Él, no entraña un tipo cualquiera de relación teórica, imaginaria, simbólica, sino –casi me atrevería a decir– un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital. La Iglesia es esa comunidad de vida con Jesucristo y de uno para con el otro, que está fundada en el Bautismo y se profundiza cada vez más en la Eucaristía. “Yo soy la verdadera vid”; pero esto significa en realidad: “Yo soy vosotros y vosotros sois yo”; una identificación inaudita del Señor con nosotros, con su Iglesia.

Cristo mismo en aquella ocasión preguntó a Saulo, el perseguidor de la Iglesia, cerca de Damasco: “¿Por qué me persigues?” (Hch 9, 4). De ese modo, el Señor señala el destino común que se deriva de la íntima comunión de vida de su Iglesia con Él, el Resucitado. En este mundo, Él continúa viviendo en su Iglesia. Él está con nosotros, y nosotros estamos con Él. “¿Por qué me persigues?”. En definitiva, es a Jesús a quien los perseguidores de la Iglesia quieren atacar. Y, al mismo tiempo, esto significa que no estamos solos cuando nos oprimen a causa de nuestra fe. Jesucristo está en nosotros y con nosotros.

En la parábola, el Señor Jesús dice una vez más: “Yo soy la vid verdadera, y el Padre es el labrador” (Jn 15, 1), y explica que el viñador toma la podadera, corta los sarmientos secos y poda aquellos que dan fruto para que den más fruto. Usando la imagen del profeta Ezequiel, como hemos escuchado en la primera lectura, Dios quiere arrancar de nuestro pecho el corazón muerto, de piedra, y darnos un corazón vivo, de carne (cf. Ez 36, 26). Quiere darnos vida nueva y llena de fuerza, un corazón de amor, de bondad y de paz. Cristo ha venido a llamar a los pecadores. Son ellos los que necesitan el médico, y no los sanos (cf. Lc 5, 31s). Y así, como dice el Concilio Vaticano II, la Iglesia es el “sacramento universal de salvación” (Lumen gentium 48) que existe para los pecadores, para nosotros, para abrirnos el camino de la conversión, de la curación y de la vida. Ésta es la constante y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo.

Algunos miran a la Iglesia, quedándose en su apariencia exterior. De este modo, la Iglesia aparece únicamente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la “Iglesia”. Si a esto se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, trigo y cizaña, y si la mirada se fija sólo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y bello de la Iglesia.

Por tanto, ya no brota alegría alguna por el hecho de pertenecer a esta vid que es la “Iglesia”. La insatisfacción y el desencanto se difunden si no se realizan las propias ideas superficiales y erróneas acerca de la “Iglesia” y los “ideales sobre la Iglesia” que cada uno tiene. Entonces, cesa también el alegre canto: “Doy gracias al Señor, porque inmerecidamente me ha llamado a su Iglesia”, que generaciones de católicos han cantado con convicción.

Pero volvamos al Evangelio. El Señor prosigue: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí… porque sin mí -separados de mí, podría traducirse también- no podéis hacer nada” (Jn 15, 4. 5b).

Cada uno de nosotros ha de afrontar una decisión a este respecto. El Señor nos dice de nuevo en su parábola lo seria que ésta es: “Al que no permanece en mí lo tiran fuera como el sarmiento, y se seca; luego recogen los sarmientos desechados, los echan al fuego y allí se queman” (cf. Jn 15, 6). Sobre esto, comenta san Agustín: “El sarmiento ha de estar en uno de esos dos lugares: o en la vid o en el fuego; si no está en la vid estará en el fuego. Permaneced, pues, en la vid para libraros del fuego” (In Ioan. Ev. Tract., 81, 3 [PL 35, 1842]).

La opción que se plantea nos hace comprender de forma insistente el significado fundamental de nuestra decisión de vida. Al mismo tiempo, la imagen de la vid es un signo de esperanza y confianza. Encarnándose, Cristo mismo ha venido a este mundo para ser nuestro fundamento. En cualquier necesidad y aridez, Él es la fuente de agua viva, que nos nutre y fortalece. Él en persona carga sobre sí el pecado, el miedo y el sufrimiento y, en definitiva, nos purifica y transforma misteriosamente en sarmientos buenos que dan vino bueno. En esos momentos de necesidad nos sentimos a veces aplastados bajo una prensa, como los racimos de uvas que son exprimidos completamente. Pero sabemos que, unidos a Cristo, nos convertimos en vino de solera. Dios sabe transformar en amor incluso las cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida. Lo importante es que “permanezcamos” en la vid, en Cristo. En este breve pasaje, el evangelista usa la palabra “permanecer” una docena de veces. Este “permanecer-en-Cristo” caracteriza todo el discurso. En nuestro tiempo de inquietudes e indiferencia, en el que tanta gente pierde el rumbo y el fundamento; en el que la fidelidad del amor en el matrimonio y en la amistad se ha vuelto tan frágil y efímera; en el que desearíamos gritar, en medio de nuestras necesidades, como los discípulos de Emaús: “Señor, quédate con nosotros, porque anochece (cf. Lc 24, 29), sí, las tinieblas nos rodean”; el Señor resucitado nos ofrece en este tiempo un refugio, un lugar de luz, de esperanza y confianza, de paz y seguridad. Donde la aridez y la muerte amenazan a los sarmientos, allí en Cristo hay futuro, vida y alegría, allí hay siempre perdón y nuevo comienzo, transformación entrando en su amor.

Permanecer en Cristo significa, como ya hemos visto, permanecer también en la Iglesia. Toda la comunidad de los creyentes está firmemente unida en Cristo, la vid. En Cristo, todos nosotros estamos unidos. En esta comunidad, Él nos sostiene y, al mismo tiempo, todos los miembros se sostienen recíprocamente. Juntos resistimos a las tempestades y ofrecemos protección unos a otros. Nosotros no creemos solos, creemos con toda la Iglesia de todo lugar y de todo tiempo, con la Iglesia que está en el cielo y en la tierra.

La Iglesia como mensajera de la Palabra de Dios y dispensadora de los sacramentos nos une a Cristo, la verdadera vid. La Iglesia, en cuanto “plenitud y el complemento del Redentor” – como la llamaba Pío XII – (Mystici corporis, AAS 35 [1943] p. 230: “plenitudo et complementum Redemptoris”) es para nosotros prenda de la vida divina y mediadora de los frutos de los que habla la parábola de la vid. Así, la Iglesia es el don más bello de Dios. Por eso san Agustín podía decir: “Cada uno posee el Espíritu Santo en la medida en que uno ama a la Iglesia” (In Ioan. Ev. Tract. 32, 8 [PL 35, 1646]). Con la Iglesia y en la Iglesia podemos anunciar a todos los hombres que Cristo es la fuente de la vida, que Él está presente, que Él es la gran realidad que buscamos y anhelamos. Él se entrega a sí mismo y así nos da a Dios, la felicidad, el amor. Quien cree en Cristo, tiene futuro. Porque Dios no quiere lo que es árido, muerto, artificial, lo que al final es desechado, sino que quiere lo que es fecundo y vivo, la vida en abundancia, y Él nos da la vida en abundancia.

Queridos hermanos y hermanas, deseo que todos vosotros y todos nosotros descubramos cada vez más profundamente la alegría de estar unidos a Cristo en la Iglesia –con todos sus afanes y sus oscuridades–, que encontréis en vuestras necesidades consuelo y redención y que todos lleguemos a ser el vino delicioso de la alegría y del amor de Cristo para este mundo. Amén.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:06


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS REPRESENTANTES DE LA COMUNIDAD MUSULMANA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Nunciatura apostólica de Berlín
Viernes 23 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Queridos amigos musulmanes:

Me es grato saludarlos aquí hoy, representantes de diversas comunidades musulmanas presentes en Alemania. Agradezco muy cordialmente al profesor Mouhanad Khorchide por sus amables palabras y por las profundas reflexiones que nos ha presentado, que muestran cómo ha crecido el clima de respeto y confianza entre la Iglesia católica y las comunidades musulmanas en Alemania, y llegue a ser claro lo que nos anima a todos.

Berlín es un lugar propicio para un encuentro como éste, no sólo porque aquí se encuentra la mezquita más antigua del territorio de Alemania, sino también porque en Berlín vive el número más grande de musulmanes respecto a todas las demás ciudades de Alemania.

A partir de los años 70, la presencia de numerosas familias musulmanas ha llegado a ser cada vez más un rasgo distintivo de este País. Sin embargo, es necesario esforzarse constantemente para un mejor y recíproco conocimiento y comprensión. Esto no es sólo esencial para una convivencia pacífica, sino también para la contribución que cada uno es capaz de ofrecer a la construcción del bien común dentro de la misma sociedad.

Muchos musulmanes atribuyen gran importancia a la dimensión religiosa. Esto, en ocasiones, se interpreta como una provocación en una sociedad que tiende a marginar este aspecto o a admitirlo, como mucho, en la esfera de las opciones privadas de cada uno.

La Iglesia católica está firmemente comprometida para que se otorgue el justo reconocimiento a la dimensión pública de la afiliación religiosa. Se trata de una exigencia de no poco relieve en el contexto de una sociedad mayoritariamente pluralista. Sin embargo, es necesario estar atentos para que el respeto hacia el otro se mantenga siempre. Este respeto recíproco crece solamente sobre la base de un entendimiento sobre ciertos valores inalienables, propios de la naturaleza humana, sobre todo la inviolable dignidad de toda persona como creatura de Dios. Este entendimiento no limita la expresión de cada una de las religiones; al contrario, permite a cada uno dar testimonio de forma propositiva de aquello en lo que cree, sin sustraerse al debate con el otro.

En Alemania, como en muchos otros países, no sólo occidentales, dicho marco de referencia común está representado por la Constitución, cuyo contenido jurídico es vinculante para todo ciudadano, pertenezca o no a una confesión religiosa.

Naturalmente, el debate sobre una mejor formulación de los principios, como la libertad de culto público, es amplio y siempre abierto; con todo, es significativo el hecho de que la Ley Fundamental alemana los formule de modo todavía hoy válido, a más de 60 años de distancia (cf. Art. 4, 2). En ella, se pone de manifiesto, ante todo, ese ethos común que fundamenta la convivencia civil y que, de alguna manera, marca también las reglas aparentemente sólo formales del funcionamiento de los órganos institucionales y de la vida democrática.

Podríamos preguntarnos cómo puede un texto, elaborado en una época histórica radicalmente distinta, en una situación cultural casi uniformemente cristiana, ser adecuado a la Alemania de hoy, que vive en el contexto de un mundo globalizado, y está marcada por un notable pluralismo en materia de convicciones religiosas.

La razón de esto, me parece, se encuentra en el hecho de que los padres de la Ley Fundamental eran plenamente conscientes de deber buscar en aquel momento importante una base verdaderamente sólida, en la cual todos los ciudadanos pudiesen reconocerse y que puede ser una plataforma para todos por encima de las diferencias. Al llevar a cabo esto, teniendo presente la dignidad del hombre y la responsabilidad ante Dios, no prescindían de su afiliación religiosa; es más, para muchos de ellos la visión cristiana del hombre era la verdadera fuerza inspiradora. Sin embargo, sabiendo que todos los hombres deben confrontarse con trasfondos confesionales diversos o incluso no religiosos, el terreno común para todos se halló en el reconocimiento de algunos derechos inalienables, propios de la naturaleza humana y que preceden a cualquier formulación positiva.

De este modo, una sociedad entonces sustancialmente homogénea asentó el fundamento que hoy consideramos válido para un tiempo marcado por el pluralismo. Fundamento que, en realidad, indica también los evidentes límites de este pluralismo: no es pensable, en efecto, que una sociedad pueda sostenerse a largo plazo sin un consenso sobre los valores éticos fundamentales.

Queridos amigos, sobre la base de lo que he señalado aquí, pienso que es posible una colaboración fecunda entre cristianos y musulmanes. Y, de este modo, contribuimos a la construcción de una sociedad que, bajo muchos aspectos, será diversa de aquello que nos ha acompañado desde el pasado. En cuanto hombres religiosos, a partir de las respectivas convicciones, podemos dar un testimonio importante en muchos sectores cruciales de la vida social. Pienso, por ejemplo, en la tutela de la familia fundada sobre el matrimonio, en el respeto de la vida en cada fase de su desarrollo natural o en la promoción de una justicia social más amplia.

También por este motivo, considero importante celebrar una Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia del mundo; llevaremos a cabo esta iniciativa -como bien lo saben- el próximo 27 de octubre, en Asís, a los 25 años del histórico encuentro en aquel lugar, guiado por mi Predecesor, el Beato Juan Pablo II. Con dicha reunión, mostraremos con sencillez que, como hombres religiosos, ofrecemos nuestra contribución específica para la construcción de un mundo mejor, reconociendo al mismo tiempo que, para la eficacia de nuestras actividades, es necesario crecer en el diálogo y en la estima recíproca.

Con estos sentimientos, renuevo mi cordial saludo y les doy las gracias por este encuentro, que para mí constituye un gran enriquecimiento en esta estancia en mi patria. Gracias por vuestra atención.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:07


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS REPRESENTANTES
DEL CONSEJO DE LA "IGLESIA EVANGÉLICA EN ALEMANIA"

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Antiguo convento agustino de Erfurt
Viernes 23 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Distinguidos Señores y Señoras:

Al tomar la palabra, quisiera ante todo dar gracias de corazón por tener esta ocasión de encontrarnos aquí. Mi particular gratitud a usted, querido hermano presidente Schneider que me ha dado la bienvenida y me ha acogido con sus palabras en medio de ustedes. Usted ha abierto su corazón, ha expresado abiertamente la fe verdaderamente común, el deseo de unidad. Y nosotros estamos alegres, porque considero que esta asamblea, nuestros encuentros, se celebran también como la fiesta de la comunión en la fe común. Quisiera además agradecer a todos, por el don de poder dialogar juntos como cristianos en este histórico lugar.

Como Obispo de Roma, es para mí un momento de profunda emoción encontrarlos aquí, en el antiguo convento agustino de Erfurt. Hemos escuchado que aquí, Lutero estudió teología. Aquí celebró su primera Misa. Contra los deseos de su padre, no continuó los estudios de derecho, sino que estudió teología y se encaminó hacia el sacerdocio en la Orden de San Agustín. Y en este camino, no le interesaba esto o aquello. Lo que le quitaba la paz era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el centro de su vida y de todo su camino. “¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?”: Esta pregunta le penetraba el corazón y estaba detrás de toda su investigación teológica y de toda su lucha interior. Para Lutero, la teología no era una cuestión académica, sino una lucha interior consigo mismo, y luego esto se convertía en una lucha sobre Dios y con Dios.

“¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?” No deja de sorprenderme en el corazón que esta pregunta haya sido la fuerza motora de su camino. ¿Quién se ocupa actualmente de esta cuestión, incluso entre los cristianos? ¿Qué significa la cuestión de Dios en nuestra vida, en nuestro anuncio? La mayor parte de la gente, también de los cristianos, da hoy por descontado que, en último término, Dios no se interesa por nuestros pecados y virtudes. Él sabe, en efecto, que todos somos solamente carne. Si hoy se cree aún en un más allá y en un juicio de Dios, en la práctica, casi todos presuponemos que Dios deba ser generoso y, al final, en su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas. La cuestión ya no nos preocupa. Pero, ¿son verdaderamente tan pequeñas nuestras faltas? ¿Acaso no se destruye el mundo a causa de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños, que sólo piensan en su propio beneficio? ¿No se destruye a causa del poder de la droga que se nutre, por una parte, del ansia de vida y de dinero, y por otra, de la avidez de placer de quienes son adictos a ella? ¿Acaso no está amenazado por la creciente tendencia a la violencia que se enmascara a menudo con la apariencia de una religiosidad? Si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir de Él, el amor por el prójimo, por las creaturas de Dios, por los hombres, ¿podrían el hambre y la pobreza devastar zonas enteras del mundo? Y las preguntas en ese sentido podrían continuar. No, el mal no es una nimiedad. No podría ser tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida. La pregunta: ¿Cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante Dios? Esta pregunta candente de Lutero debe convertirse otra vez, y ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra, no académica, sino concreta. Pienso que esto es la primera cuestión que nos interpela al encontrarnos con Martín Lutero.

Y después es importante: Dios, el único Dios, el Creador del cielo y de la tierra, es algo distinto de una hipótesis filosófica sobre el origen del cosmos. Este Dios tiene un rostro y nos ha hablado, en Jesucristo hecho hombre, se hizo uno de nosotros; Dios verdadero y verdadero hombre a la vez. El pensamiento de Lutero y toda su espiritualidad eran completamente cristocéntricos. Para Lutero, el criterio hermenéutico decisivo en la interpretación de la Sagrada Escritura era: “Lo que conduce a la causa de Cristo”. Sin embargo, esto presupone que Jesucristo sea el centro de nuestra espiritualidad y que el amor a Él, la intimidad con Él, oriente nuestra vida.

Ahora quizás se podría decir: De acuerdo. Pero, ¿qué tiene esto que ver con nuestra situación ecuménica? ¿No será todo esto solamente un modo de eludir con muchas palabras los problemas urgentes en los que esperamos progresos prácticos, resultados concretos? A este respecto les digo: Lo más necesario para el ecumenismo es sobre todo que, presionados por la secularización, no perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como don y tarea. Fue un error de la edad confesional haber visto mayormente aquello que nos separa, y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo. Éste ha sido para mí el gran progreso ecuménico de los últimos decenios: nos dimos cuenta de esta comunión y, en el orar y cantar juntos, en la tarea común por el ethos cristiano ante el mundo, en el testimonio común del Dios de Jesucristo en este mundo, reconocemos esta comunión como nuestro común fundamento imperecedero.

Indudablemente, el riesgo de perderla es real. Quisiera señalar brevemente dos aspectos. En los últimos tiempos, la geografía del cristianismo ha cambiado profundamente y sigue cambiando todavía. Ante una nueva forma de cristianismo, que se difunde con un inmenso dinamismo misionero, a veces preocupante en sus formas, las Iglesias confesionales históricas se quedan frecuentemente perplejas. Es un cristianismo de escasa densidad institucional, con poco bagaje racional, menos aún dogmático, y con poca estabilidad. Este fenómeno mundial –que los obispos de todo el mundo continuamente me describen- nos pone a todos ante la pregunta: ¿Qué nos transmite, positiva y negativamente, esta nueva forma de cristianismo? Sea lo que fuere, nos sitúa nuevamente ante la pregunta sobre qué es lo que permanece siempre válido y qué puede o debe cambiarse ante la cuestión de nuestra opción fundamental en la fe.

Más profundo, y en nuestro país, más candente, es el segundo desafío para todo el cristianismo; quisiera hablar de ello: se trata del contexto del mundo secularizado en el cual debemos vivir y dar testimonio hoy de nuestra fe. La ausencia de Dios en nuestra sociedad se nota cada vez más, la historia de su revelación, de la que nos habla la Escritura, parece relegada a un pasado que se aleja cada vez más. ¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Esta es una tarea ecuménica central, en la cual debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más viva y profundamente. No serán las tácticas las que nos salven, las que salven el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante la cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre en nuestro mundo. Como los mártires de la época nazi propiciaron nuestro acercamiento recíproco, suscitando la primera gran apertura ecuménica, del mismo modo también hoy la fe, vivida a partir de lo íntimo de nosotros mismos, en un mundo secularizado, será la fuerza ecuménica más poderosa que nos congregará, guiándonos a la unidad en el único Señor. Y por esto la plegaria para aprender de nuevo a vivir la fe para poder así ser una sola cosa.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:09


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

CELEBRACIÓN ECUMÉNICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Iglesia del antiguo convento de los agustinos de Erfurt
Viernes 23 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

“No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos” (Jn 17, 20): Así, en el Cenáculo, lo ha dicho Jesús al Padre. Él intercede por las futuras generaciones de creyentes. Mira más allá del Cenáculo hacia el futuro. Ha rezado también por nosotros y reza por nuestra unidad. Esta oración de Jesús no es simplemente algo del pasado. Él está siempre ante el Padre intercediendo por nosotros, y así está en este momento entre nosotros y quiere atraernos a su oración. En la oración de Jesús está el lugar interior, más profundo, de nuestra unidad. Seremos, pues una sola cosa, si nos dejamos atraer dentro de esta oración. Cada vez que, como cristianos, nos encontramos reunidos en la oración, esta lucha de Jesús por nosotros y con el Padre nos debería conmover profundamente en el corazón. Cuanto más nos dejamos atraer en esta dinámica, tanto más se realiza la unidad.

La oración de Jesús ¿ha quedado desoída? La historia del cristianismo es, por así decirlo, la parte visible de este drama, en la que Cristo lucha y sufre con nosotros, los seres humanos. Una y otra vez Él debe soportar el rechazo a la unidad, y aun así, una y otra vez se culmina la unidad con Él, y en Él con el Dios Trinitario. Debemos ver ambas cosas: el pecado del hombre, que reniega de Dios y se repliega en sí mismo, pero también las victorias de Dios, que sostiene la Iglesia no obstante su debilidad y atrae continuamente a los hombres dentro de sí, acercándolos de este modo los unos a los otros. Por eso, en un encuentro ecuménico, no debemos lamentar solo las divisiones y las separaciones, sino agradecer a Dios por todos los elementos de unidad que ha conservado para nosotros y que continuamente nos da. Gratitud que debe ser al mismo tiempo disponibilidad para no perder la unidad alcanzada, en medio de un tiempo de tentación y de peligros.

La unidad fundamental consiste en el hecho de que creemos en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Que lo profesamos como Dios Trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La unidad suprema no es la soledad una mónada, sino unidad a través del amor. Creemos en Dios, en el Dios concreto. Creemos que Dios nos ha hablado y se ha hecho uno de nosotros. La tarea común que actualmente tenemos, es dar testimonio de este Dios vivo.

El hombre tiene necesidad de Dios, o ¿acaso las cosas van bien sin Él? Cuando en una primera fase de la ausencia de Dios, su luz sigue mandando sus reflejos y mantiene unido el orden de la existencia humana, se tiene la impresión de que las cosas funcionan bastante bien incluso sin Dios. Pero cuanto más se aleja el mundo de Dios, tanto más resulta claro que el hombre, en el hybris del poder, en el vacío del corazón y en el ansia de satisfacción y de felicidad, “pierde” cada vez más la vida. La sed de infinito está presente en el hombre de tal manera que no se puede extirpar. El hombre ha sido creado para relacionarse con Dios y tiene necesidad de Él. En este tiempo, nuestro primer servicio ecuménico debe ser el testimoniar juntos la presencia del Dios vivo y dar así al mundo la respuesta que necesita. Naturalmente, de este testimonio fundamental de Dios forma parte, y de modo absolutamente central, el dar testimonio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que vivió entre nosotros, padeció y murió por nosotros, y que en su resurrección ha abierto totalmente la puerta de la muerte. Queridos amigos, ¡fortifiquémonos en esta fe! ¡Ayudémonos recíprocamente a vivirla! Esta es una gran tarea ecuménica que nos introduce en el corazón de la oración de Jesús.

La seriedad de la fe en Dios se manifiesta en vivir su palabra. En nuestro tiempo, se manifiesta de una forma muy concreta, en el compromiso por esta criatura, por el hombre, que Él quiso a su imagen. Vivimos en un tiempo en que los criterios de cómo ser hombres se han hecho inciertos. La ética viene sustituida con el cálculo de las consecuencias. Frente a esto, como cristianos, debemos defender la dignidad inviolable del ser humano, desde la concepción hasta la muerte, desde las cuestiones del diagnóstico previo a su implantación hasta la eutanasia. “Solo quien conoce a Dios, conoce al hombre”, dijo una vez Romano Guardini. Sin el conocimiento de Dios, el hombre se hace manipulable. La fe en Dios debe concretarse en nuestro común trabajo por el hombre. Forman parte de esta tarea a favor del hombre no sólo estos criterios fundamentales de humanidad sino, sobre todo y de modo concreto, el amor que Jesucristo nos ha enseñado en la descripción del Juicio Final (cf. Mt 25): el Dios juez nos juzgará según nos hayamos comportado con nuestro prójimo, con los más pequeños de sus hermanos. La disponibilidad para ayudar en las necesidades actuales, más allá del propio ambiente de vida es una obra esencial del cristiano.

Esto vale sobre todo, como he dicho, en el ámbito de la vida personal de cada uno. Pero vale también en la comunidad de un pueblo o de un Estado, en la que todos debemos hacernos cargo los unos de los otros. Vale para nuestro Continente, en el que estamos llamados a la solidaridad europea. Y, en fin, vale más allá de todas las fronteras: la caridad cristiana exige hoy también nuestro compromiso por la justicia en el mundo entero. Sé que de parte de los alemanes y de Alemania se trabaja mucho por hacer posible a todos los hombres una existencia humanamente digna, por lo que expreso una palabra de viva gratitud.

Para concluir, quisiera detenerme todavía en una dimensión más profunda de nuestra obligación de amar. La seriedad de la fe se manifiesta sobre todo cuando esta inspira a ciertas personas a ponerse totalmente a disposición de Dios y, a partir de Dios, de los demás. Las grandes ayudas se hacen concretas solamente cuando sobre el lugar existen aquellos que están a total disposición de los otros, y con ello hacen creíble el amor de Dios. Personas así son un signo importante para la verdad de nuestra fe.

En vísperas de mi visita, se ha hablado varias veces de que se espera de tal visita un don ecuménico del huésped. No es necesario que yo especifique los dones mencionados en tal contexto. A este respecto, quisiera decir que esto, como se ve en la mayor parte de los casos, constituye un malentendido político de la fe y del ecumenismo. Cuando un jefe de estado visita un país amigo, generalmente preceden contactos entre las instancias, que preparan la estipulación de uno o más acuerdos entre los dos estados: en la ponderación de las ventajas y desventajas se llega al compromiso que, al fin, aparece ventajoso para ambas partes, de manera que el tratado puede ser firmado. Pero la fe de los cristianos no se basa en una ponderación de nuestras ventajas y desventajas. Una fe autoconstruida no tiene valor. La fe no es una cosa que nosotros excogitamos y concordamos. Es el fundamento sobre el cual vivimos. La unidad no crece mediante la ponderación de ventajas y desventajas, sino profundizando cada vez más en la fe mediante el pensamiento y la vida. De esta forma, en los últimos 50 años, y en particular también desde la visita del Papa Juan Pablo II, hace 30 años, ha crecido mucho la comunión de la cual sólo podemos estar agradecidos. Me es grato recordar el encuentro con la comisión presidida por el Obispo luterano Lohse, en la cual nos hemos ejercitado juntos en este profundizar en la fe mediante el pensamiento y la vida. Expreso vivo agradecimiento a todos aquellos que han colaborado en esto, por la parte católica, de modo particular, al Cardenal Lehmann. No menciono otros nombres, el Señor los conoce a todos. Juntos podemos agradecer al Señor por el camino de la unidad por el que nos ha conducido, y asociarnos en humilde confianza a su oración: Haz, que todos seamos uno, como Tú eres uno con el Padre, para que el mundo crea que Él te ha enviado (cf. Jn 17, 21).


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:10


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

VÍSPERAS MARIANAS

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Santuario de Etzelsbach
Viernes 23 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas:

Saludo de todo corazón a todos los que habéis venido aquí, a Etzelsbach, para esta hora de oración. He oído hablar tanto de Eichsfeld desde mi juventud, que he pensado: alguna vez debo verlo y rezar con vosotros. Doy las gracias cordialmente al Obispo Wanke, que ya durante el vuelo me ha presentado vuestra región, así como a vuestro portavoz y representantes, que me han ofrecido dones simbólicos de vuestra tierra, a la vez que me han dado al menos una idea de la variedad de esta región.

Así, pues, me siento muy feliz de que se haya cumplido mi deseo de visitar Eichsfeld y de dar gracias con vosotros a la Virgen María en Etzelsbach. “Aquí en el querido valle tranquilo” –dice un canto de los peregrinos– y “bajo los viejos tilos”, María nos da seguridad y nuevas fuerzas. En dos dictaduras impías que han tratado de arrancar a los hombres su fe tradicional, las gentes de Eichsfeld estaban convencidas de encontrar aquí, en el santuario de Etzelsbach, una puerta abierta y un lugar de paz interior. Queremos continuar la amistad especial con María, amistad que se ha acrecentado con todo esto, y la queremos continuar, también con esta celebración de las Vísperas marianas de hoy.

Cuando los cristianos se dirigen a María en todos los tiempos y lugares, se dejan guiar por la certeza espontánea de que Jesús no puede rechazar las peticiones que le presenta su Madre; y se apoyan en la confianza inquebrantable de que María es también Madre nuestra; una Madre que ha experimentado el sufrimiento más grande de todos, que se da cuenta, juntamente con nosotros, de todas nuestras dificultades y piensa de modo materno cómo superarlas. Cuántas personas han ido en el transcurso de los siglos en peregrinación a María para encontrar ante la imagen de la Dolorosa, como aquí en Etzelsbach, consuelo y alivio.

Contemplemos su imagen. Una mujer de mediana edad, con los párpados hinchados de tanto llorar, y al mismo tiempo una mirada absorta, fija en la lejanía, como si estuviese meditando en su corazón sobre todo lo que había sucedido. Sobre su regazo reposa el cuerpo exánime del Hijo; Ella lo aprieta delicadamente y con amor, como un don precioso. Sobre el cuerpo desnudo del Hijo vemos los signos de la crucifixión. El brazo izquierdo del Crucificado cae verticalmente hacia abajo. Quizás, esta escultura de la Piedad, como a menudo era costumbre, estaba originalmente colocada sobre un altar. Así, el Crucificado remite con su brazo extendido a lo que sucede sobre el altar, donde el santo sacrificio que llevó a cabo se actualiza en la Eucaristía.

Una particularidad de la imagen milagrosa de Etzelsbach es la posición del Crucificado. En la mayor parte de las representaciones de la Piedad, el cuerpo sin vida de Jesús yace con la cabeza vuelta hacia la izquierda. De esta forma, el que lo contempla puede ver su herida del costado. Aquí en Etzelsbach, en cambio, la herida del costado está escondida, ya que el cadáver está orientado hacia el otro lado. Creo que dicha representación encierra un profundo significado, que se revela solamente en una atenta contemplación: en la imagen milagrosa de Etzelbach, los corazones de Jesús y de su Madre se dirigen uno al otro; los corazones se acercan. Se intercambian recíprocamente su amor. Sabemos que el corazón es también el órgano de la sensibilidad más profunda para el otro, así como de la íntima compasión. En el corazón de María encuentra cabida el amor que su divino Hijo quiere ofrecer al mundo.

La devoción mariana se concentra en la contemplación de la relación entre la Madre y su divino Hijo. Los fieles, en la oración, en las pruebas, en la gratitud y en la alegría, han encontrado siempre nuevos aspectos y títulos que nos pueden abrir mejor a este misterio como, por ejemplo, la imagen del Corazón Inmaculado de María, símbolo de la unidad profunda y sin reservas con Cristo en el amor. No es la autorrealización, el querer poseer y construirse a sí mismo, lo que lleva a la persona a su verdadero desarrollo, un aspecto que hoy se propone como modelo de la vida moderna, pero que fácilmente se convierte en una forma de egoísmo refinado. Es más bien la actitud del don de sí, la renuncia a sí mismo, lo que orienta hacia el corazón de María, y con ello hacia el corazón de Cristo, así como hacia el prójimo; y sólo en este modo hace que nos encontremos con nosotros mismos.

“A los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio” (Rm 8, 28): lo acabamos de escuchar en la lectura tomada de la Carta a los Romanos. En María, Dios ha hecho confluir todo el bien y, por medio de Ella, no cesa de difundirlo ulteriormente en el mundo. Desde la Cruz, desde el trono de la gracia y la redención, Jesús ha entregado a los hombres como Madre a María, su propia Madre. En el momento de su sacrificio por la humanidad, Él constituye en cierto modo a María, mediadora del flujo de gracia que brota de la Cruz. Bajo la Cruz, María se hace compañera y protectora de los hombres en el camino de su vida. “Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz” (Lumen gentium, 62), como ha dicho el Concilio Vaticano II. Sí, en la vida pasamos por vicisitudes alternas, pero María intercede por nosotros ante su Hijo y nos ayuda a encontrar la fuerza del amor divino del Hijo y de abrirnos a él.

Nuestra confianza en la intercesión eficaz de la Madre de Dios y nuestra gratitud por la ayuda que experimentamos continuamente llevan consigo de algún modo el impulso a dirigir la reflexión más allá de las necesidades del momento. ¿Qué quiere decirnos verdaderamente María cuando nos salva de un peligro? Quiere ayudarnos a comprender la amplitud y profundidad de nuestra vocación cristiana. Quiere hacernos comprender con maternal delicadeza que toda nuestra vida debe ser una respuesta al amor rico en misericordia de nuestro Dios. Como si nos dijera: Entiende que Dios, que es la fuente de todo bien y no quiere otra cosa que tu verdadera felicidad, tiene el derecho de exigirte una vida que se abandone totalmente y con alegría a su voluntad, y se esfuerce en que los otros hagan lo mismo. “Donde está Dios, allí hay futuro”. En efecto: donde dejamos que el amor de Dios actúe totalmente sobre nuestra vida y en nuestra vida, allí se abre el cielo. Allí, es posible plasmar el presente, de modo que se ajuste cada vez más a la Buena Noticia de nuestro Señor Jesucristo. Allí, las pequeñas cosas de la vida cotidiana alcanzan su sentido y los grandes problemas encuentran su solución.

Con esta certeza imploramos a María, con esta certeza creemos en Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Dios. Amén.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:11


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza de la Catedral, Erfurt
Sábado 24 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas:

“Alabad al Señor en todo tiempo, porque es bueno”. Así acabamos de cantar antes del Evangelio. Sí, tenemos verdaderamente motivos para dar gracias a Dios de todo corazón. Si en esta ciudad volviéramos con el pensamiento a 1981, el año jubilar de santa Isabel, hace treinta años, en tiempos de la República Democrática Alemana, ¿quién habría imaginado que el muro y las alambradas de las fronteras habrían caído pocos años después? Y si fuéramos todavía más atrás, cerca de setenta años, hasta 1941, en tiempos del nacionalsocialismo, de la Gran Guerra, ¿quién habría podido predecir que el “Reich milenario” quedaría reducido a cenizas cuatro años después?

Queridos hermanos y hermanas, aquí en Turingia, y en la entonces República Democrática Alemana, tuvisteis que soportar una dictadura “oscura” [nazi] y una roja [comunista], que para la fe cristiana fueron como una lluvia ácida. Muchas consecuencias tardías de ese tiempo han de ser aún asimiladas, sobre todo en la mentalidad y en el ámbito religioso. Actualmente, la mayoría de la gente en esta tierra vive lejana de la fe en Cristo y de la comunión de la Iglesia. Los últimos dos decenios, sin embargo, tienen también experiencias positivas: un horizonte más amplio, un intercambio más allá de las fronteras, una confiada certeza de que Dios no nos abandona y nos conduce por nuevos caminos. “Donde está Dios, allí hay futuro”.

Todos estamos convencidos de que la nueva libertad ha ayudado a dar a los hombres una mayor dignidad y a abrir muchas nuevas posibilidades. Desde el punto de vista de la Iglesia, podemos subrayar con agradecimiento muchos beneficios: nuevas posibilidades para las actividades parroquiales, la reestructuración y ampliación de iglesias y centros parroquiales, iniciativas pastorales o culturales diocesanas. Pero, naturalmente, también se nos plantea una pregunta: estas posibilidades, ¿nos han llevado también a un incremento de la fe? Las raíces de la fe y de la vida cristiana, ¿acaso no se han de buscar en algo más hondo que la libertad social? Muchos católicos convencidos han permanecido fieles a Cristo y a la Iglesia en la difícil situación de una opresión exterior. Y nosotros, ¿dónde estamos hoy? Ellos han aceptado desventajas personales con tal de vivir su propia fe. Quisiera dar las gracias aquí a los sacerdotes, así como a sus colaboradores y colaboradoras de aquellos tiempos. En particular, quisiera recordar la pastoral de los refugiados inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial: entonces, muchos eclesiásticos y laicos emprendieron grandes iniciativas para aliviar la penosa situación de los prófugos y darles una nueva Patria. Y, cómo no, un agradecimiento sincero a los padres que, en medio de la diáspora y en un ambiente político hostil a la Iglesia, educaron a sus hijos en la fe católica. Quiero recordar con gratitud las Semanas Religiosas para los niños durante las vacaciones, así como también el trabajo fructuoso de las casas para la juventud católica “San Sebastián”, en Erfurt, y “Marcel Callo”, en Heiligenstadt. Especialmente en Eichsfeld, muchos católicos resistieron a la ideología comunista. Que Dios recompense a todos abundantemente por la perseverancia en la fe. El testimonio valiente y el vivir paciente con Él, la confianza constante en la providencia de Dios, son como una semilla valiosa que promete un fruto abundante para el futuro.

La presencia de Dios se manifiesta siempre de modo particularmente claro en los santos. Su testimonio de fe puede darnos también hoy la fuerza para un nuevo despertar. Pensamos ahora, sobre todo, en los santos Patronos de la Diócesis de Erfurt: Isabel de Turingia, Bonifacio y Kilian. Isabel vino a Wartburg, en Turingia, de un país extranjero, de Hungría. Llevó una intensa vida de oración, unida a la penitencia y a la pobreza evangélica. Bajaba regularmente de su castillo, en la ciudad de Eisenach, para cuidar personalmente a los pobres y enfermos. Su vida en esta tierra fue breve – llegó sólo a los veinticuatro años –, pero el fruto de su santidad se extiende a través de los siglos. Santa Isabel es muy estimada también por los cristianos evangélicos; puede ayudarnos a todos nosotros a descubrir la plenitud de la fe, su belleza, su profundidad y su fuerza transformadora y purificadora, y a ponerla en práctica en nuestra vida cotidiana.

También la fundación de la Diócesis de Erfurt por san Bonifacio, en el año 742, remite a las raíces cristianas de nuestro país. Este acontecimiento es al mismo tiempo la primera mención documentada de la ciudad de Erfurt. El Obispo misionero Bonifacio había llegado de Inglaterra, y de su estilo de trabajar formaba parte el actuar en unión esencial y estrecha relación con el Obispo de Roma, el Sucesor de san Pedro. Sabía que la Iglesia debe estar unida en torno a Pedro. Lo veneramos como el “Apóstol de Alemania”; murió mártir. Dos de sus compañeros, que compartieron con él el testimonio del derramamiento de la sangre por la fe cristiana, están enterrados aquí, en la Catedral de Erfurt: son los santos Eoban y Adelar.

Antes aún que los misioneros anglosajones, en Turingia trabajó san Kilian, un misionero itinerante venido de Irlanda. Murió mártir en Würzburg junto con dos compañeros, porque criticaba el comportamiento moralmente equivocado del duque de Turingia, residente allí. Y, por último, no queremos olvidar a san Severo, patrón de Severikirche, aquí en la plaza de la Catedral. Fue obispo de Rávena en el siglo cuarto; en el año 836, su cuerpo fue trasladado a Erfurt, para arraigar más profundamente la fe cristiana en esta región. En efecto, de estos muertos partía el testimonio vivo de la Iglesia que perdura en el tiempo; de la fe que fecunda cada época y nos indica el camino de la vida.

Preguntémonos ahora: ¿Qué es lo que tienen en común estos santos? ¿Cómo podemos describir el aspecto particular de su vida y comprender que nos afecta y puede incidir en nuestra vida? Los santos nos muestran ante todo que es posible y bueno vivir en relación con Dios y vivir esta relación de modo radical, ponerlo en primer lugar y no relegarle solamente a un ángulo cualquiera. Los santos nos muestran de manera evidente que Dios ha sido el primero que se ha dirigido a nosotros. Nosotros no podríamos llegar hasta Él, lanzarnos en cierto modo hacia lo que desconocemos, si antes no nos hubiera amado, si no hubiera primero salido a nuestro encuentro. Después de haber venido ya al encuentro de los Padres con las palabras de la llamada, Él mismo se nos ha manifestado en Jesucristo, y en Él continúa mostrándose a nosotros. Cristo sale a nuestro encuentro también hoy, habla a cada uno, como lo acaba de hacerlo en el Evangelio, e invita a cada uno de nosotros a escucharlo, a aprender a comprenderlo y a seguirlo. Los santos han tomado en serio esta invitación y esta posibilidad, han reconocido al Dios concreto, lo han visto y escuchado; han ido a su encuentro y han caminado con Él; se han dejado contagiar por Él, por decirlo así, y se han orientado hacia Él desde lo íntimo de su ser – en el continuo diálogo de la oración –, y de Él han recibido la luz que abre a la vida verdadera.

La fe es siempre y esencialmente un creer junto con los otros. Nadie puede creer por sí solo. Recibimos la fe mediante la escucha, nos dice san Pablo. Y la escucha es un proceso de estar juntos de manera física y espiritual. Únicamente puedo creer en la gran comunión de los fieles de todos los tiempos que han encontrado a Cristo y que han sido encontrados por Él. El poder creer se lo debo ante todo a Dios que se dirige a mí y, por decirlo así, “enciende” mi fe. Pero muy concretamente, debo mi fe a los que me son cercanos y han creído antes que yo y creen conmigo. Este gran “con”, sin el cual no es posible una fe personal, es la Iglesia. Y esta Iglesia no se detiene ante las fronteras de los países, como lo demuestran las nacionalidades de los santos que he mencionado: Hungría, Inglaterra, Irlanda e Italia. Esto pone de relieve la importancia del intercambio espiritual que se extiende a través de toda la Iglesia. Sí, ha sido fundamental para el desarrollo de la Iglesia en nuestro país, y sigue siendo fundamental en todos los tiempos, que creamos juntos en todos los Continentes, y que aprendamos unos de otros a creer. Si nos abrimos a la fe íntegra, en la historia entera y en los testimonios de toda la Iglesia, entonces la fe católica tiene futuro también como fuerza pública en Alemania. Al mismo tiempo, las figuras de los santos de los que he hablado nos muestran la gran fecundidad de una vida con Dios, la fertilidad de este amor radical a Dios y al prójimo. Los santos, aun allí donde son pocos, cambian el mundo. Y los grandes santos siguen siendo fuerza transformadora en todos los tiempos.

De esta manera, los cambios políticos del año 1989 en nuestro país no fueron motivados sólo por el deseo de bienestar y de libertad de movimiento, sino, y decisivamente, por el deseo de veracidad. Este anhelo se mantuvo vivo, entre otras cosas, por personas totalmente dedicadas al servicio de Dios y del prójimo, dispuestas a sacrificar su propia vida. Ellos y los santos que hemos recordado nos animan a aprovechar la nueva situación. No queremos escondernos en una fe meramente privada, sino que queremos usar de manera responsable la libertad lograda. Como los santos Kilian, Bonifacio, Adelar, Eoban e Isabel de Turingia, queremos salir al encuentro de nuestros conciudadanos como cristianos, e invitarlos a descubrir con nosotros la plenitud de la Buena Nueva, su presencia, su fuerza vital y su belleza. Entonces seremos como la famosa campana de la Catedral de Erfurt, que lleva el nombre de “Gloriosa”. Se considera la campana medieval más grande del mundo que oscila libremente. Es un signo vivo de nuestro profundo enraizamiento en la tradición cristiana, pero también un llamamiento a ponernos en camino y comprometernos en la misión. Sonará también hoy al final de la Misa solemne. Que nos aliente a hacer visible y audible en el mundo – según el ejemplo de los santos – el testimonio de Cristo, a hacer audible y visible la gloria de Dios y, así, a vivir en un mundo en el que Dios está presente y hace la vida hermosa y rica de significado. Amén.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:12


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

SALUDO A LA CIUDADANÍA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Münsterplatz de Friburgo de Brisgovia
Sábado 24 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Queridos amigos:

Os saludo a todos con gran alegría y os agradezco la cordial acogida que me habéis dispensado. Tras los hermosos encuentros en Berlín y Erfurt, me alegra estar ahora con vosotros en Friburgo, a la luz y el calor del sol. Doy las gracias especialmente a vuestro querido Arzobispo Robert Zollitsch por su invitación – ha insistido tanto que, al final, he debido decir: he de ir verdaderamente a Friburgo – así como por sus amables palabras de bienvenida.

“Donde está Dios, allí hay futuro”; así reza el lema de estas jornadas. Como Sucesor del Apóstol Pedro, al que el Señor encomendó en el cenáculo precisamente el encargo de confirmar a los hermanos (cf. Lc 22,32), vengo con gusto a estar con vosotros en esta bella ciudad para rezar juntos, proclamar la Palabra de Dios y celebrar juntos la Eucaristía. Os pido que recéis para que estos días sean fructíferos, de modo que Dios confirme nuestra fe, fortalezca nuestra esperanza y acreciente nuestro amor. Que en estos días lleguemos a ser nuevamente conscientes de lo mucho que Dios nos ama y de que Él es verdaderamente bueno. Por eso hemos de estar llenos de confianza de que Él es bueno para con nosotros, tiene un poder bueno y nos lleva en sus manos; a nosotros y a todo lo que mueve nuestro corazón y es importante para nosotros. Y queremos ponerlo conscientemente en sus manos. En Él, nuestro futuro está asegurado. Él da sentido a nuestra vida y puede llevarla a plenitud. El Señor os acompañe en la paz y os haga mensajeros de su paz. Gracias de corazón por la acogida.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:13


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON REPRESENTANTES DE LAS IGLESIAS ORTODOXAS
Y ORTODOXAS ORIENTALES

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Hörsaal del Seminario de Friburgo de Brisgovia
Sábado 24 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Eminencias, Excelencias,
Venerables representantes de las Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales

Me alegra mucho que hoy estemos aquí reunidos. Les agradezco de todo corazón su presencia y la posibilidad de este intercambio amigable. Le agradezco en particular a usted, Metropolita Augoustinos, sus hondas palabras. Me ha impresionado sobre todo lo que ha dicho de la Madre de Dios y los santos, que abrazan y unen todos los siglos. En este contexto, me complace repetir lo que he dicho en otras ocasiones: sin duda, entre las Iglesias y las comunidades cristianas, la Ortodoxia es la más cercana teológicamente a nosotros; católicos y ortodoxos han conservado la misma estructura de la Iglesia de los orígenes; en este sentido, todos nosotros somos “Iglesia de los orígenes” que, no obstante, sigue siendo presente y nueva. Por eso nos atrevemos a esperar que no esté muy lejano el día en que podamos celebrar de nuevo juntos la Eucaristía, aunque desde el punto de vista humano surjan repetidamente dificultades (cf. Luz del Mundo. Una conversación con Peter Seewald, pp. 99s).

La Iglesia católica – y yo personalmente – sigue con interés y simpatía el desarrollo de las comunidades ortodoxas en Europa occidental, que han tenido un notable crecimiento. Actualmente, viven en Alemania – así he oído – aproximadamente un millón seiscientos mil cristianos ortodoxos y ortodoxos orientales. Se han convertido en parte constitutiva de la sociedad, contribuyendo a hacer más vivo el patrimonio de las culturas cristianas y de la fe cristiana en Europa. Me alegra la intensificación de la colaboración panortodoxa, que en los últimos años ha hecho progresos esenciales. La fundación de las Conferencias Episcopales Ortodoxas – de las que usted ha hablado –, allí donde las Iglesias Ortodoxas se encuentran en la diáspora, es expresión de las relaciones sólidas dentro de la Ortodoxia. Me alegra que el año pasado se haya dado en Alemania este paso. Que las experiencias que se viven en estas Conferencias Episcopales refuercen la unión entre las Iglesias ortodoxas y hagan avanzar los esfuerzos en favor de un concilio panortodoxo.

Desde que era profesor en Bonn y especialmente luego, siendo Arzobispo de Múnich y Freising, pude conocer y apreciar cada vez más en profundidad la Ortodoxia por la amistad personal con representantes de las Iglesias ortodoxas. En aquel tiempo, se inició también el trabajo de la Comisión conjunta de la Conferencia Episcopal Alemana y de la Iglesia Ortodoxa. Desde entonces, con sus textos dedicados a cuestiones pastorales y prácticas, promueve la comprensión recíproca y contribuye a consolidar y desarrollar las relaciones católico-ortodoxas en Alemania.

Es igualmente importante continuar el trabajo para aclarar las diferencias teológicas, pues su superación es indispensable para el restablecimiento de la unidad plena, que deseamos y por la que oramos. Sabemos que, sobre todo, es la cuestión del primado en torno a la cual hemos de continuar, con paciencia y humildad, los esfuerzos en el debate para su justa comprensión. Pienso que en esto pueden darnos aún impulsos fructuosos las reflexiones acerca del discernimiento entre la naturaleza y la forma del ejercicio del primado que hizo el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Ut unum sint (n. 95).

Veo también con gratitud el trabajo de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales. Estoy contento, veneradas Eminencias y venerables representantes de las Iglesias Ortodoxas orientales, de encontrar con ustedes a los representantes de las Iglesias implicadas en este diálogo. Los resultados obtenidos hacen crecer la recíproca comprensión y el acercamiento mutuo.

En la actual tendencia de nuestro tiempo, en que son bastantes los que quieren, por decirlo así, “liberar” de Dios a la vida pública, las Iglesias cristianas en Alemania – entre las cuales están también los cristianos ortodoxos y ortodoxos orientales –, fundadas en la fe en el único Dios y Padre de todos los hombres, caminan juntas por la senda de un testimonio pacífico para la comprensión y la comunión entre los pueblos. Al hacer esto, no dejan de poner el milagro de la encarnación de Dios en el centro del anuncio. Conscientes de que sobre este milagro se funda toda la dignidad de la persona, se comprometen juntas en la protección de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. La fe en Dios, creador de la vida, y el permanecer absolutamente fieles a la dignidad de cada persona fortalece a los cristianos para oponerse decididamente a cualquier intervención que manipule y seleccione la vida humana. Además, conociendo el valor del matrimonio y de la familia, nos preocupa como cristianos, como algo importante, proteger de toda interpretación errónea la integridad y la singularidad del matrimonio entre un hombre y una mujer. Este compromiso común de los cristianos, entre los que se encuentran los fieles ortodoxos y ortodoxos orientales, ofrece una contribución valiosa a la edificación de una sociedad que puede tener futuro, en la cual se dé el debido respeto a la persona humana.

Al concluir, quisiera volver la mirada a María – usted nos la ha presentado como Panaghia –, a la Hodegetria, la “guía del camino”, que es venerada también en Occidente bajo el título de “Nuestra Señora del Camino”. La Santísima Trinidad ha dado a María, la Virgen Madre, a la humanidad para que Ella, con su intercesión, nos guíe a través del tiempo y nos indique el camino hacia su cumplimiento. A Ella nos encomendamos y presentamos nuestra petición de llegar a ser en Cristo una comunidad cada vez más íntimamente unida, para alabanza y gloria de su Nombre. Dios os bendiga a todos. Gracias.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:14


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS SEMINARISTAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Capilla de San Carlos Borromeo del Seminario de Friburgo de Brisgovia
Sábado 24 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Queridos seminaristas,
queridos hermanos y hermanas

Es una gran alegría para mí poder encontrarme aquí con jóvenes que se encaminan para servir al Señor; que escuchan su llamada y quieren seguirlo. Quisiera agradecer calurosamente, en particular, la hermosa carta que me han escrito el Rector del seminario y los seminaristas. Me ha llegado verdaderamente al corazón comprobar cómo habéis reflexionado sobre mi carta y habéis desarrollado vuestras preguntas y respuestas sobre ella; con cuánta seriedad acogéis lo que he intentado proponeros, y sobre esa base procedéis en vuestro propio camino.

Sería ciertamente más bello si pudiéramos tener juntos un diálogo, pero el horario del viaje al que estoy obligado y he de obedecer, por desgracia no lo permite. Puedo solamente por tanto tratar de subrayar una vez más algunas ideas a la luz de lo que habéis escrito y de lo que yo escribí.

En el contexto de la pregunta: ¿A qué se debe el seminario; qué significa este período?, me impresiona sobre todo cada vez más el modo en que san Marcos, en el tercer capítulo de su Evangelio, describe la constitución de la comunidad de los Apóstoles: «El Señor instituyó doce». Él crea algo, Él hace algo, se trata de un acto creativo. Y Él los instituyó «para que estuvieran con Él y para enviarlos» (Mc 3,14); éste es un deseo doble que, en cierta medida, parece contradictorio. «Para que estuvieran con Él»: han de estar con Él para llegar a conocerlo, escucharlo, para dejarse plasmar por Él; deben ir con Él, estar en camino con Él, en torno a Él y tras Él. Pero, al mismo tiempo, han de ser enviados que van, que llevan fuera lo que han aprendido, lo llevan a los otros que están en camino: a la periferia, en el vasto entorno, e incluso también a los que están muy lejos de Él. Sin embargo, estos aspectos paradójicos van juntos: si están realmente con Él, entonces están siempre en camino hacia los otros, están en busca de la oveja extraviada; entonces van allí, han de transmitir lo que han encontrado, darlo a conocer, convertirse en enviados. Y viceversa: si quieren ser verdaderos enviados, tienen que estar siempre con Él. San Buenaventura dijo una vez que los Ángeles, vayan donde vayan, por más lejos que sea, se mueven siempre dentro de Dios. Así ocurre también aquí: como sacerdotes, hemos de salir a los diversos caminos en que se encuentran los hombres, para invitarlos a su banquete nupcial. Pero sólo podemos hacerlo permaneciendo siempre junto a Él. Y aprender esto, esta combinación entre salir fuera, ser enviados, y estar con Él, permanecer junto a Él, es precisamente – creo – lo que hemos de aprender en el seminario. El modo justo de permanecer con Él, el echar raíces profundas en Él – estar cada vez más con Él, conocerlo cada vez más, el mantenerse cada vez más sin separarse de Él – y al mismo tiempo salir cada vez más, llevar el mensaje, transmitirlo, no quedárselo para sí, sino llevar la Palabra a los que están lejos y que, sin embargo, en cuanto criaturas de Dios y amados por Cristo, llevan en el corazón el deseo de Él.

El seminario, pues, es un tiempo para ejercitarse; ciertamente, también para discernir y aprender: ¿Quiere Él esto para mí? La vocación tiene que ser verificada, y de esto forma parte la vida comunitaria y naturalmente el diálogo con los directores espirituales que tenéis, para aprender a discernir cuál es su voluntad. Y también aprender a confiar: si Él lo quiere verdaderamente, puedo confiarme a Él. En el mundo de hoy, que se transforma de manera increíble y en el que todo cambia continuamente, en el que los lazos humanos se rompen porque se producen nuevos encuentros, es cada vez más difícil creer: yo resistiré toda la vida. Ya en nuestros tiempos, no era fácil para nosotros imaginar cuántos decenios habría querido concederme Dios, cuánto cambiaría el mundo. ¿Perseveraré con Él, tal como se lo he prometido?... Es una pregunta que exige verificar la vocación, pero luego – cuanto más reconozco: sí Él me quiere – también la confianza: si me quiere, también me ayudará; en la hora de la tentación, en la hora del peligro, estará presente y me dará personas, me enseñará caminos, me apoyará. Y la fidelidad es posible porque Él siempre está presente, y porque Él existe, ayer, hoy y mañana; porque Él no pertenece solamente a este tiempo, sino que es futuro y puede sostenernos en cada momento.

Un tiempo de discernimiento, de aprendizaje, de llamada… Y luego, naturalmente, en cuanto tiempo del estar con Él, tiempo de oración, de escucharle. Escuchar, aprender a escucharlo verdaderamente – en la Palabra de la Sagrada Escritura, en la fe de la Iglesia, en la liturgia de la Iglesia – y aprender hoy en su Palabra. En la exégesis aprendemos tantas cosas sobre el pasado: todo lo de entonces, qué fuentes tenemos, qué comunidades había, y así sucesivamente. También esto es importante. Pero más importante es el que en ese ayer nosotros aprendamos el hoy; que, con estas palabras, Él habla ahora y que todas ellas llevan consigo su hoy y que, más allá de su origen histórico, llevan en sí una plenitud que habla a todos los tiempos. Y es importante aprender esta actualidad de su hablar – aprender a escuchar – y así poder decírselo a los otros. Ciertamente, cuando se prepara la homilía para el domingo, este hablar… ¡Dios mío, suena a menudo tan lejano! Pero si yo vivo con la Palabra, entonces veo que de ninguna manera es lejana: es actualísima, está ahora presente, me concierne y concierne a los otros. Y entonces comienzo también a saber explicarla. Pero para esto se requiere caminar constantemente con la Palabra de Dios.

El estar personalmente con Cristo, con el Dios vivo, es una cosa; la otra es que siempre podemos creer solamente en el «nosotros». A veces digo que san Pablo ha escrito: “La fe viene de la escucha», no del leer. También se necesita leer, pero la fe viene de la escucha, es decir, de la palabra viviente, de las palabras que los otros me dirigen y que puedo oír; de las palabras de la Iglesia a través de todos los tiempos, de la palabra actual que ella me dirige mediante los sacerdotes, los Obispos y los hermanos y hermanas. De la fe forma parte el «tú» del prójimo, y forma parte de ella el «nosotros». El ejercitarse, el apoyarse mutuamente es algo muy importante; aprender a acoger al otro como otro en su diferencia, y aprender que él tiene que soportarme a mí en mi diferencia, para llegar a ser un «nosotros», para que un día podamos formar una comunidad también en la parroquia, llamar a las personas a entrar en la comunidad de la Palabra y ponerse juntos en camino hacia el Dios vivo. Eso forma parte del «nosotros» muy concreto, como lo es el seminario, como lo será la parroquia, pero también el mirar siempre más allá del «nosotros» concreto y limitado hacia el gran «nosotros» de la Iglesia de todo tiempo y lugar, para no hacer de nosotros mismos el criterio absoluto. Cuando decimos: «Nosotros somos Iglesia», sí, claro, es cierto, somos nosotros, no uno cualquiera. Pero el «nosotros» es más amplio que el grupo que lo está diciendo. El «nosotros» es la comunidad entera de los fieles, de hoy, de todos los lugares y todos los tiempos. Y digo siempre además que en la comunidad de los fieles, sí existe, por decirlo así, el juicio de la mayoría de hecho, pero nunca puede haber una mayoría contra los Apóstoles y contra los Santos: eso sería una falsa mayoría. Nosotros somos Iglesia: ¡Seámoslo! Seámoslo precisamente en el abrirnos, en el ir más allá de nosotros mismos y en serlo junto a los otros.

Creo que según el horario quizás debería concluir. Quisiera deciros todavía una cosa. La preparación para el sacerdocio, el camino hacia él, requiere también el estudio. No se trata de una casualidad académica que se ha desarrollado en la Iglesia occidental, sino algo esencial. Todos sabemos que san Pedro ha dicho: «Estad dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida la razón, el logos de vuestra fe» (cf. 1 P 3,15). Hoy nuestro mundo es un mundo racionalista y condicionado por la mentalidad científica, aunque muy frecuentemente se trata sólo de una cientificidad aparente. Pero el espíritu científico, el comprender, el explicar, el poder saber, el rechazo de todo lo que no es racional, es dominante en nuestro tiempo. Hay en esto también algo grande, aunque a menudo se esconde detrás mucha presunción e insensatez. La fe no es un mundo paralelo del sentimiento, que nos permitimos luego como un accesorio, sino que abraza el todo, le da sentido, lo interpreta y da también las directivas éticas interiores, para que sea comprendido y experimentado en vista de Dios y a partir de Dios. Por eso es importante estar informados, comprender, tener la mente abierta, aprender. Naturalmente, dentro de veinte años estarán de moda teorías filosóficas totalmente diferentes de las de hoy: si pienso en lo que entre nosotros era la más alta y moderna moda filosófica, y veo cómo todo eso ya se ha olvidado… Sin embargo, no es inútil aprender estas cosas, porque en ellas hay también elementos duraderos. Y, sobre todo, con eso aprendemos a juzgar, a seguir mentalmente un pensamiento – y a hacerlo de manera crítica – y aprendemos a procurar que, en el pensar, la luz de Dios nos ilumine y no se apague. Estudiar es esencial: solamente así podemos afrontar nuestro tiempo y anunciarle el logos de nuestra fe. Estudiar también de modo crítico – conscientes precisamente de que mañana algún otro dirá algo diferente – pero ser estudiantes atentos, abiertos y humildes, para estudiar siempre con el Señor, ante el Señor y para Él.

Sí, todavía podría decir muchas cosas, y tal vez debería hacerlo... Pero doy las gracias por la escucha. Y en la oración, todos los seminaristas del mundo están presentes en mi corazón; no tan bien, con sus nombres, como los he recibido aquí, pero sí en un camino interior hacia el Señor: que Él bendiga a todos, les dé luz y les indique el sendero justo, y que nos dé muchos buenos sacerdotes. Gracias de corazón.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:15


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON EL CONSEJO
DEL COMITÉ CENTRAL DE LOS CATÓLICOS ALEMANES (ZDK)

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Hörsaal del Seminario de Friburgo de Brisgovia
Sábado 24 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Ilustres señores y señoras,
Queridos hermanos y hermanas:

Me es grato tener la oportunidad de encontrarme con ustedes aquí, en Friburgo, Miembros del Consejo del Comité Central de los Católicos Alemanes. Con gozo les manifiesto mi aprecio por su compromiso en sostener públicamente los intereses de los católicos y en dar impulso a la obra apostólica de la Iglesia y de los católicos en la sociedad. Al mismo tiempo, quisiera agradecerle, querido señor Presidente Glück, sus amables palabras, con las que ha dicho muchas cosas importantes y dignas de reflexión.

Queridos amigos, desde hace años existen los denominados programas exposure para ayudar a los países en vías de desarrollo. Personas responsables del mundo de la política, de la economía y de la Iglesia viven por un cierto tiempo con los pobres en África, Asia o América Latina, y comparten con ellos su vida cotidiana. Al ponerse en la situación en que viven estas personas ven el mundo con sus ojos y sacan de esa experiencia, una lección válida para la propia actuación solidaria.

Imaginémonos que este programa exposure tuviese lugar en Alemania. Expertos llegados de un país lejano vendrían a vivir con una familia alemana media durante una semana. Aquí admirarían muchas cosas, como el bienestar, el orden y la eficacia. Pero, con una mirada sin prejuicios, constatarían también mucha pobreza, pobreza en las relaciones humanas y en el ámbito religioso.

Vivimos en un tiempo caracterizado en gran parte por un relativismo subliminal que penetra todos los ambientes de la vida. A veces, este relativismo llega a ser batallador, arremetiendo contra quienes dicen saber dónde se encuentra la verdad o el sentido de la vida.

Y notamos cómo este relativismo ejerce cada vez más un influjo sobre las relaciones humanas y sobre la sociedad. Esto se manifiesta en la inconstancia y discontinuidad de tantas personas y en un excesivo individualismo. Hay quien parece incapaz de renunciar a nada en absoluto o a sacrificarse por los demás. También está disminuyendo el compromiso altruista por el bien común, en el campo social y cultural, o en favor de los necesitados. Otros ya no son idóneos para unirse de manera incondicional a un partner. Ya casi no se encuentra la valentía de prometer fidelidad para toda la vida; el valor de optar y decir: “yo ahora te pertenezco totalmente”, o de buscar con sinceridad la solución de los problemas comprometiéndose con decisión por la fidelidad y la veracidad.

Queridos amigos, en el programa exposure, al análisis sigue la reflexión común. Esta elaboración debe considerar a la persona humana en su totalidad, de la que forma parte – no sólo implícita, sino precisamente explícita - su relación con el Creador.

Vemos que en nuestro opulento mundo occidental hay carencias. A muchos les falta la experiencia de la bondad de Dios. No encuentran un punto de contacto con las Iglesias institucionales y sus estructuras tradicionales. Pero, ¿por qué? Pienso que ésta es una pregunta sobre la que debemos reflexionar muy seriamente. Ocuparse de ella es la tarea principal del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. Pero, evidentemente, se dirige a todos nosotros. Permitidme afrontar aquí un aspecto de la específica situación alemana. En Alemania la Iglesia está organizada de manera óptima. Pero, detrás de las estructuras, ¿hay una fuerza espiritual correspondiente, la fuerza de la fe en el Dios vivo? Debemos decir sinceramente que hay un desfase entre las estructuras y el Espíritu. Y añado: La verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe. Si no llegamos a una verdadera renovación en la fe, toda reforma estructural será ineficaz.

Pero volvamos a estas personas a quienes falta la experiencia de la bondad de Dios. Necesitan lugares donde poder hablar de su nostalgia interior. Y aquí estamos llamados a buscar nuevos caminos de evangelización. Uno de estos caminos podrían ser pequeñas comunidades donde se vive la amistad que se profundiza regularmente en la adoración comunitaria de Dios. Aquí hay personas que hablan de sus pequeñas experiencias de fe en su puesto de trabajo y en el ámbito familiar o entre sus conocidos, testimoniando de este modo un nuevo acercamiento de la Iglesia a la sociedad. A ellos les resulta claro que todos tienen necesidad de este alimento de amor, de la amistad concreta con los otros y con Dios. Pero sigue siendo importante la relación con la sabia vital de la Eucaristía, porque sin Cristo no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5).

Queridos hermanos y hermanas, que el Señor nos indique siempre el camino para ser juntos luz del mundo y para mostrar a nuestro prójimo el camino hacia el manantial donde pueden satisfacer su más profundo deseo de vida. Muchas gracias.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:16


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

VIGILIA DE ORACIÓN CON LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Feria de Friburgo de Brisgovia
Sábado 24 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Queridos jóvenes amigos:

Durante todo el día he pensado con gozo en esta noche, en la que estaría aquí con vosotros, unido a vosotros en la oración. Algunos habéis participado tal vez en la Jornada Mundial de la Juventud, donde experimentamos esa atmósfera especial de tranquilidad, de profunda comunión y de alegría interior que caracteriza una vigilia nocturna de oración. Espero que también todos nosotros podamos tener esa misma experiencia en este momento en el que el Señor nos toca y nos hace testigos gozosos, que oran juntos y se hacen responsables los unos de los otros, no solamente esta noche, sino también durante toda la vida.

En todas las iglesias, en las catedrales y conventos, en cualquier lugar donde los fieles se reúnen para celebrar la Vigilia pascual, la más santa de todas las noches, ésta se inaugura encendiendo el cirio pascual, cuya luz se transmite después a todos los participantes. Una pequeña llama se irradia en muchas luces e ilumina la casa de Dios a oscuras. En este maravilloso rito litúrgico, que hemos imitado en esta vigilia de oración, se nos revela mediante signos más elocuentes que las palabras el misterio de nuestra fe cristiana. Él, Cristo, que dice de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12), hace brillar nuestra vida, para que se cumpla lo que acabamos de escuchar en el Evangelio: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 14). No son nuestros esfuerzos humanos o el progreso técnico de nuestro tiempo los que aportan luz al mundo. Una y otra vez, experimentamos que nuestro esfuerzo por un orden mejor y más justo tiene sus límites. El sufrimiento de los inocentes y, más aún, la muerte de cualquier hombre, producen una oscuridad impenetrable, que quizás se esclarece momentáneamente con nuevas experiencias, como un rayo en la noche. Pero, al final, queda una oscuridad angustiosa.

Puede haber en nuestro entorno tiniebla y oscuridad y, sin embargo, vemos una luz: una pequeña llama, minúscula, más fuerte que la oscuridad, en apariencia poderosa e insuperable. Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a la muerte – Él vive – y la fe en Él, penetra como una pequeña luz todo lo que es oscuridad y amenaza. Ciertamente, quien cree en Jesús no siempre ve en la vida solamente el sol, casi como si pudiera ahorrarse sufrimientos y dificultades; ahora bien, tiene siempre una luz clara que le muestra una vía, el camino que conduce a la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). Los ojos de los que creen en Cristo vislumbran incluso en la noche más oscura una luz, y ven ya la claridad de un nuevo día.

La luz no se queda aislada. En todo su entorno se encienden otras luces. Bajo sus rayos se perfilan los contornos del ambiente, de forma que podemos orientarnos. No vivimos solos en el mundo. Precisamente en las cosas importantes de la vida tenemos necesidad de otros. En particular, no estamos solos en la fe, somos eslabones de la gran cadena de los creyentes. Ninguno llega a creer si no está sostenido por la fe de los otros y, por otra parte, con mi fe, contribuyo a confirmar a los demás en la suya. Nos ayudamos recíprocamente a ser ejemplos los unos para los otros, compartimos con los otros lo que es nuestro, nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestro afecto. Y nos ayudamos mutuamente a orientarnos, a discernir nuestro puesto en la sociedad.

Queridos amigos, “Yo soy la luz del mundo – vosotros sois la luz del mundo”, dice el Señor. Es algo misterioso y grandioso que Jesús diga lo mismo de sí y y de nosotros todos juntos, es decir, “ser luz”. Si creemos que Él es el Hijo de Dios, que ha sanado a los enfermos y resucitado a los muertos; más aún, que Él ha resucitado del sepulcro y vive verdaderamente, entonces comprendemos que Él es la luz, la fuente de todas las luces de este mundo. Nosotros, en cambio, experimentamos una y otra vez el fracaso de nuestros esfuerzos y el error personal a pesar de nuestras buenas intenciones. No obstante los progresos técnicos, el mundo en que vivimos, por lo que se ve, nunca llega en definitiva a ser mejor. Sigue habiendo guerras, terror, hambre y enfermedades, pobreza extrema y represión sin piedad. E incluso aquellos que en la historia se han creído “portadores de luz”, pero sin haber sido iluminados por Cristo, única luz verdadera, no han creado ningún paraíso terrenal, sino que, por el contrario, han instaurado dictaduras y sistemas totalitarios, en los que se ha sofocado hasta la más pequeña chispa de humanidad.

Llegados a este punto, no debemos silenciar el hecho de que el mal existe. Lo vemos en tantos lugares del mundo; pero lo vemos también, y esto nos asusta, en nuestra vida. Sí, en nuestro propio corazón existe la inclinación al mal, el egoísmo, la envidia, la agresividad. Quizás se puede controlar esto de algún modo con una cierta autodisciplina. Pero es más difícil con formas de mal más bien oscuras, que pueden envolvernos como una niebla difusa, como la pereza, la lentitud en querer y hacer el bien. En la historia, algunos finos observadores han señalado frecuentemente que el daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres. “Vosotros sois la luz del mundo”. Solamente Cristo puede decir: “Yo soy la luz del mundo”. Todos nosotros somos luz únicamente si estamos en este “vosotros”, que a partir del Señor llega a ser nuevamente luz. Y lo mismo que el Señor afirma de la sal, como signo de amonestación, que podría llegar a ser insípida, de igual modo en las palabras sobre la luz ha incluido una pequeña advertencia. En vez de poner la luz sobre el candelero, se puede meter debajo del celemín. Preguntémonos: ¿cuántas veces ocultamos la luz de Dios bajo nuestra inercia, nuestra obstinación, de manera que no puede brillar por medio de nosotros en el mundo?

Queridos amigos, el apóstol san Pablo, se atreve a llamar “santos” en muchas de sus cartas a sus contemporáneos, los miembros de las comunidades locales. Con ello, se subraya que todo bautizado es santificado por Dios, incluso antes de poder hacer obras buenas. En el Bautismo, el Señor enciende por decirlo así una luz en nuestra vida, una luz que el catecismo llama la gracia santificante. Quien conserva dicha luz, quien vive en la gracia, es santo.

Queridos amigos, muchas veces se ha caricaturizado la imagen de los santos y se los ha presentado de modo deformado, como si ser santos significase estar fuera de la realidad, ingenuos y sin alegría. A menudo, se piensa que un santo es sólo aquel que hace obras ascéticas y morales de altísimo nivel y que precisamente por ello se puede venerar, pero nunca imitar en la propia vida. Qué equivocada y decepcionante es esta opinión. No existe ningún santo, salvo la bienaventurada Virgen María, que no haya conocido el pecado y que nunca haya caído. Queridos amigos, Cristo no se interesa tanto por las veces que flaqueamos o caemos en la vida, sino por las veces que nosotros, con su ayuda, nos levantamos. No exige acciones extraordinarias, pero quiere que su luz brille en vosotros. No os llama porque sois buenos y perfectos, sino porque Él es bueno y quiere haceros amigos suyos. Sí, vosotros sois la luz del mundo, porque Jesús es vuestra luz. Vosotros sois cristianos, no porque hacéis cosas especiales y extraordinarias, sino porque Él, Cristo, es vuestra, nuestra vida. Vosotros sois santos, nosotros somos santos, si dejamos que su gracia actúe en nosotros.

Queridos amigos, esta noche, en la que estamos reunidos en oración en torno al único Señor, vislumbramos la verdad de la Palabra de Cristo, según la cual no se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Esta asamblea brilla en los diversos sentidos de la palabra: en la claridad de innumerables luces, en el esplendor de tantos jóvenes que creen en Cristo. Una vela puede dar luz solamente si la llama la consume. Sería inservible si su cera no alimentase el fuego. Permitid que Cristo arda en vosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia. No temáis perder algo y, por decirlo así, quedaros al final con las manos vacías. Tened la valentía de usar vuestros talentos y dones al servicio del Reino de Dios y de entregaros vosotros mismos, como la cera de la vela, para que el Señor ilumine la oscuridad a través de vosotros. Tened la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones resplandezca el amor de Cristo, llevando así la luz al mundo. Confío que vosotros y tantos otros jóvenes aquí en Alemania seáis llamas de esperanza que no queden ocultas. “Vosotros sois la luz del mundo”. “Donde está Dios, allí hay futuro”. Amén.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:17


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Aeropuerto turístico de Friburgo de Brisgovia
Domingo 25 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas

Me emociona celebrar aquí la Eucaristía, la Acción de Gracias, con tanta gente llegada de distintas partes de Alemania y de los países limítrofes. Dirijamos nuestro agradecimiento sobre todo a Dios, en el cual vivimos, nos movemos y existimos (cf. Hch 17,28). Pero quisiera también daros las gracias a todos vosotros por vuestra oración por el Sucesor de Pedro, para que siga ejerciendo su ministerio con alegría y confiada esperanza, confirmando a los hermanos en la fe.

“Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia…”, hemos dicho en la oración colecta del día. Hemos escuchado en la primera lectura cómo Dios ha manifestado en la historia de Israel el poder de su misericordia. La experiencia del exilio en Babilonia había hecho caer al pueblo en una profunda crisis de fe: ¿Por qué sobrevino esta calamidad? ¿Acaso Dios no era verdaderamente poderoso?

Ante todas las cosas terribles que suceden hoy en el mundo, hay teólogos que dicen que Dios de ningún modo puede ser omnipotente. Frente a esto, nosotros profesamos nuestra fe en Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y nos alegramos y agradecemos que Él sea omnipotente. Pero, al mismo tiempo, debemos darnos cuenta de que Él ejerce su poder de manera distinta a como nosotros, los hombres, solemos hacer. Él mismo ha puesto un límite a su poder al reconocer la libertad de sus criaturas. Estamos alegres y reconocidos por el don de la libertad. Pero cuando vemos las cosas tremendas que suceden por su causa, nos asustamos. Fiémonos de Dios, cuyo poder se manifiesta sobre todo en la misericordia y el perdón. Y, queridos fieles, no lo dudemos: Dios desea la salvación de su pueblo. Desea nuestra salvación, mi salvación, la salvación de cada uno. Siempre, y sobre todo en tiempos de peligro y de cambio radical, Él nos es cercano y su corazón se conmueve por nosotros, se inclina sobre nosotros. Para que el poder de su misericordia pueda tocar nuestros corazones, es necesario que nos abramos a Él, se necesita la libre disponibilidad para abandonar el mal, superar la indiferencia y dar cabida a su Palabra. Dios respeta nuestra libertad. No nos coacciona. Él espera nuestro “sí” y, por decirlo así, lo mendiga.

Jesús retoma en el Evangelio este tema fundamental de la predicación profética. Narra la parábola de los dos hijos enviados por el padre a trabajar en la viña. El primer hijo responde: “«No quiero». Pero después se arrepintió y fue” (Mt 21, 29). El otro, sin embargo, dijo al padre: “«Voy, señor». Pero no fue” (Mt 21, 30). A la pregunta de Jesús sobre quién de los dos ha hecho la voluntad del padre, los que le escuchaban responden justamente: “El primero” (Mt 21, 31). El mensaje de la parábola está claro: no cuentan las palabras, sino las obras, los hechos de conversión y de fe. Jesús – lo hemos oído – dirige este mensaje a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo de Israel, es decir, a los expertos en religión de su pueblo. En un primer momento, ellos dicen “sí” a la voluntad de Dios. Pero su religiosidad acaba siendo una rutina, y Dios ya no los inquieta. Por esto perciben el mensaje de Juan el Bautista y de Jesús como una molestia. Así, el Señor concluye su parábola con palabras drásticas: “Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis” (Mt 21, 31-32). Traducida al lenguaje de nuestro tiempo, la afirmación podría sonar más o menos así: los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin que su corazón quede tocado por esto: por la fe.

De este modo, la palabra nos debe hacer reflexionar mucho, es más, nos debe impactar a todos. Sin embargo, esto no significa en modo alguno que se deba considerar a todos los que viven en la Iglesia y trabajan en ella como alejados de Jesús y del Reino de Dios. Absolutamente no. No, este el momento de decir más bien una palabra de profundo agradecimiento a tantos colaboradores, empleados y voluntarios, sin los cuales sería impensable la vida en las parroquias y en toda la Iglesia. La Iglesia en Alemania tiene muchas instituciones sociales y caritativas, en las cuales el amor al prójimo se lleva a cabo de una forma también socialmente eficaz y que llega a los confines de la tierra. Quisiera expresar en este momento mi gratitud y aprecio a todos los que colaboran en Caritas alemana u otras organizaciones, o que ponen generosamente a disposición su tiempo y sus fuerzas para las tareas de voluntariado en la Iglesia. Este servicio requiere ante todo una competencia objetiva y profesional. Pero en el espíritu de la enseñanza de Jesús se necesita algo más: un corazón abierto, que se deja conmover por el amor de Cristo, y así presta al prójimo que nos necesita más que un servicio técnico: amor, con el que se muestra al otro el Dios que ama, Cristo. Entonces, también a partir de Evangelio de hoy, preguntémonos: ¿Cómo es mi relación personal con Dios en la oración, en la participación en la Misa dominical, en la profundización de la fe mediante la meditación de la Sagrada Escritura y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica? Queridos amigos, en último término, la renovación de la Iglesia puede llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad a la conversión y una fe renovada.

En el Evangelio de este domingo – lo hemos oído – se habla de dos hijos, pero tras los cuales hay misteriosamente un tercero. El primer hijo dice no, pero después hace lo que se le ordena. El segundo dice sí, pero no cumple la voluntad del padre. El tercero dice “sí” y hace lo que se le ordena. Este tercer hijo es el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo, que nos ha reunido a todos aquí. Jesús, entrando en el mundo, dijo: “He aquí que vengo... para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Hb 10, 7). Este “sí”, no solamente lo pronunció, sino que también lo cumplió y lo sufrió hasta en la muerte. En el himno cristológico de la segunda lectura se dice: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 6-8). Jesús ha cumplido la voluntad del Padre en humildad y obediencia, ha muerto en la cruz por sus hermanos y hermanas – por nosotros – y nos ha redimido de nuestra soberbia y obstinación. Démosle gracias por su sacrificio, doblemos las rodillas ante su Nombre y proclamemos junto con los discípulos de la primera generación: “Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 10).

La vida cristiana debe medirse continuamente con Cristo: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2, 5), escribe san Pablo en la introducción al himno cristológico. Y algunos versículos antes, él ya nos exhorta: “Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir” (Flp 2, 1-2). Así como Cristo estaba totalmente unido al Padre y le obedecía, así sus discípulos deben obedecer a Dios y tener entre ellos un mismo sentir. Queridos amigos, con Pablo me atrevo a exhortaros: Dadme esta gran alegría estando firmemente unidos a Cristo. La Iglesia en Alemania superará los grandes desafíos del presente y del futuro y seguirá siendo fermento en la sociedad, si los sacerdotes, las personas consagradas y los laicos que creen en Cristo, fieles a su vocación especifica, colaboran juntos; si las parroquias, las comunidades y los movimientos se sostienen y se enriquecen mutuamente; si los bautizados y confirmados, en comunión con su obispo, tienen alta la antorcha de una fe inalterada y dejan que ella ilumine sus ricos conocimientos y capacidades. La Iglesia en Alemania seguirá siendo una bendición para la comunidad católica mundial si permanece fielmente unida a los sucesores de san Pedro y de los Apóstoles, si de diversos modos cuida la colaboración con los países de misión y se deja también “contagiar” en esto por la alegría en la fe de las iglesias jóvenes.

Pablo une la llamada a la humildad con la exhortación a la unidad. Y dice: “No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás” (Flp 2, 3-4). La vida cristiana es una pro-existencia: un ser para el otro, un compromiso humilde para con el prójimo y con el bien común. Queridos fieles, la humildad es una virtud que en el mundo de hoy y, en general, de todos los tiempos, no goza de gran estima, pero los discípulos del Señor saben que esta virtud es, por decirlo así, el aceite que hace fecundos los procesos de diálogo, posible la colaboración y cordial la unidad. Humilitas, la palabra latina para “humildad”, está relacionada con humus, es decir con la adherencia a la tierra, a la realidad. Las personas humildes tienen los pies en la tierra. Pero, sobre todo, escuchan a Cristo, la Palabra de Dios, que renueva sin cesar a la Iglesia y a cada uno de sus miembros.

Pidamos a Dios el ánimo y la humildad de avanzar por el camino de la fe, de alcanzar la riqueza de su misericordia y de tener la mirada fija en Cristo, la Palabra que hace nuevas todas las cosas, que para nosotros es “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14, 6), que es nuestro futuro. Amén.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:18


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Aeropuerto turístico de Friburgo de Brisgovia
Domingo 25 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas

Concluimos ahora esta Santa Misa solemne con el Angelus. Esta plegaria nos recuerda siempre el comienzo histórico de nuestra salvación. El arcángel Gabriel presenta a la Virgen María el plan de la salvación de Dios, según el cual Ella se convertiría en la Madre del Redentor. María se turbó ante estas palabras, pero el Ángel del Señor la consoló diciendo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios”. De esta forma, María pronuncia su gran “sí”. Este “sí” a ser sierva del Señor es la afirmación confiada al designio de Dios y a nuestra salvación. Y, finalmente, María nos dice este “sí” a todos nosotros, que bajo la cruz fuimos confiados como hijos suyos (cf. Jn 19, 27). Nunca pone en duda esta promesa. Por eso se le llama feliz, más aún, bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de lo que le había dicho el Señor (cf. Lc 1, 45). Recitando ahora este saludo del Angelus, podemos unirnos a este “sí” de María y adherirnos con confianza a la belleza del plan de Dios y de la providencia que Él, en su gracia, nos ha preparado. Entonces, el amor de Dios se hará carne, por decirlo así, también en nuestra vida, tomará cada vez más forma. En medio de todas nuestras preocupaciones, no debemos tener miedo. Dios es bueno. Al mismo tiempo, podemos sentirnos sostenidos por la compañía de tantos fieles de todo el mundo que ahora rezan el Angelus con nosotros, a través de la radio y la televisión.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:19


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS CATÓLICOS COMPROMETIDOS EN LA IGLESIA
Y LA SOCIEDAD

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Konzerthaus de Friburgo de Brisgovia
Domingo 25 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Ilustre Señor Presidente Federal
Señor Presidente de Ministros
Señor Alcalde
Ilustres señoras y señores
Queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio,

Me alegra tener este encuentro con ustedes, que están comprometidos de muchas maneras con la Iglesia y la sociedad. Esto me ofrece una ocasión de agradecerles personalmente y de todo corazón su servicio y testimonio como “valerosos pregoneros de la fe y de las cosas que esperamos” (Lumen gentium, 35), como el Concilio Vaticano II define a quienes, basándose en la fe, se preocupan como ustedes del presente y del futuro. En sus ambientes de trabajo defienden con entusiasmo la causa de la fe y de la Iglesia, algo que verdaderamente –como sabemos– no es siempre fácil en el tiempo actual.

Desde hace decenios, asistimos a una disminución de la práctica religiosa, constatamos un creciente distanciamiento de una notable parte de los bautizados de la vida de la Iglesia. Surge, pues, la pregunta: ¿Acaso no debe cambiar la Iglesia? ¿No debe, tal vez, adaptarse al tiempo presente en sus oficios y estructuras, para llegar a las personas de hoy que se encuentran en búsqueda o en duda?

A la beata Madre Teresa le preguntaron una vez cuál sería, según ella, lo primero que se debería cambiar en la Iglesia. Su respuesta fue: Usted y yo.

Este pequeño episodio pone de relieve dos cosas: por un lado, la Religiosa quiere decir a su interlocutor que la Iglesia no son sólo los demás, la jerarquía, el Papa y los obispos; la Iglesia somos todos nosotros, los bautizados. Por otro lado, parte del presupuesto de que efectivamente hay motivos para un cambio, de que existe esa necesidad. Cada cristiano y la comunidad de los creyentes en su conjunto están llamados a una conversión continua.

¿Cómo se debe configurar concretamente este cambio? ¿Se trata tal vez de una renovación como la que emprende, por ejemplo, un propietario mediante la reestructuración o pintura de su edificio? ¿O acaso se trata de una corrección, para retomar el rumbo y recorrer de modo más directo y expeditivo un camino? Ciertamente, estos y otros aspectos tienen importancia, y aquí no podemos afrontarlos todos. Pero por lo que se refiere al motivo fundamental del cambio, éste consiste en la misión apostólica de los discípulos y de la Iglesia misma.

En efecto, la Iglesia debe verificar constantemente su fidelidad a esta misión. Los tres Evangelios sinópticos destacan distintos aspectos del envío a la misión: la misión se basa ante todo en una experiencia personal: “Vosotros sois testigos” (Lc 24, 48); se expresa en relaciones: “Haced discípulos a todos los pueblos” (Mt 28, 19); trasmite un mensaje universal: “Proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15). Sin embargo, a causa de las pretensiones y de los condicionamientos del mundo, este testimonio viene repetidamente ofuscado, alienadas las relaciones y relativizado el mensaje. Si después la Iglesia, como dice el Papa Pablo VI, “trata de adaptarse a aquel modelo que Cristo le propone, es necesario que ella se diferencie profundamente del ambiente humano en el cual vive y al cual se aproxima” (Carta encíclica Ecclesiam suam, 24). Para cumplir su misión, deberá continuamente también tomar distancias respecto a su entorno, deberá, por decirlo así, desligarse del mundo.

En efecto, la misión de la Iglesia se deriva del misterio del Dios uno y trino, del misterio de su amor creador. Y el amor no está presente en Dios sólo de un modo cualquiera: Él mismo lo es, es por su naturaleza amor. Y el amor de Dios no quiere quedarse aislado en sí mismo, sino que por su naturaleza quiere difundirse. En la Encarnación y en el sacrificio del Hijo de Dios, este amor ha alcanzado a la humanidad – esto es, a nosotros – de modo particular; y esto por el hecho de que Cristo, el Hijo de Dios, ha salido, por decirlo así, de la esfera de su ser Dios, se ha hecho carne y se ha hecho hombre; no sólo para ratificar al mundo en su ser terrenal, y ser para él como un mero acompañante que lo deja tal como es, sino para transformarlo. Del evento cristológico forma parte algo incomprensible, pues incluye –como dicen los Padres de la Iglesia– un sacrum commercium, un intercambio entre Dios y los hombres. Los Padres lo explican del modo siguiente: nosotros no tenemos nada que podríamos dar a Dios; sólo podemos poner ante Él nuestro pecado. Y Él lo acoge, lo asume como propio y nos da a cambio a sí mismo y su gloria. Se trata de un intercambio verdaderamente desigual, que se lleva a cabo en la vida y la pasión de Cristo. Él se hace pecador, toma sobre sí el pecado, asume lo que es nuestro y nos da lo que es suyo. Pero después, en el desarrollo del pensamiento y de la vida a la luz de la fe, se ha ido aclarando que nosotros no le damos sólo el pecado, sino que Él nos ha dado la capacidad; desde lo íntimo nos da la fuerza de darle también algo positivo, nuestro amor, de entregarle la humanidad en sentido positivo. Naturalmente, está claro que únicamente gracias a la generosidad de Dios el hombre, el mendicante que recibe la riqueza divina, puede no obstante dar también algo a Dios; Dios hace que el don nos sea soportable haciéndonos capaces de convertirnos en quienes pueden darle algo.

La Iglesia debe su ser a este intercambio desigual. No posee nada por sí misma ante Aquel que la ha fundado, de modo que se pudiera decir: ¡La hemos hecho muy bien! Su sentido consiste en ser instrumento de la redención, en dejarse impregnar por la Palabra de Dios y en introducir al mundo en la unión de amor con Dios. La Iglesia se sumerge en la atención condescendiente del Redentor para con los hombres. Cuando es realmente Ella misma, está siempre en movimiento, debe ponerse constantemente al servicio de la misión que ha recibido del Señor. Por eso debe abrirse una y otra vez a las preocupaciones del mundo, del cual ella precisamente forma parte, dedicarse sin reservas a estas preocupaciones, para continuar y hacer presente el intercambio sagrado que comenzó con la Encarnación.

En el desarrollo histórico de la Iglesia se manifiesta, sin embargo, también una tendencia contraria, es decir, la de una Iglesia satisfecha de sí misma, que se acomoda en este mundo, es autosuficiente y se adapta a los criterios del mundo. Así, no es raro que dé mayor importancia a la organización y a la institucionalización, que no a su llamada de estar abierta a Dios y a abrir el mundo hacia el prójimo.

Para corresponder a su verdadera tarea, la Iglesia debe hacer una y otra vez el esfuerzo de desprenderse de esta secularización suya y volver a estar de nuevo abierta a Dios. Con esto sigue las palabras de Jesús: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn 17,16), y es precisamente así como Él se entrega al mundo. En cierto sentido, la historia viene en ayuda de la Iglesia a través de distintas épocas de secularización que han contribuido en modo esencial a su purificación y reforma interior.

En efecto, las secularizaciones –sea que consistan en expropiaciones de bienes de la Iglesia o en supresión de privilegios o cosas similares– han significado siempre una profunda liberación de la Iglesia de formas mundanas: se despoja, por decirlo así, de su riqueza terrena y vuelve a abrazar plenamente su pobreza terrena. De este modo, comparte el destino de la tribu de Leví que, según la afirmación del Antiguo Testamento, era la única tribu de Israel que no poseía un patrimonio terreno, sino que, como parte de la herencia, le había tocado en suerte exclusivamente a Dios mismo, su palabra y sus signos. La Iglesia compartía en aquellos momentos históricos con esta tribu la exigencia de una pobreza que se abría hacia el mundo, para separarse de sus lazos materiales, y de este modo también su obra misionera volvía a ser creíble.

Los ejemplos históricos muestran que el testimonio misionero de la Iglesia desprendida del mundo resulta más claro. Liberada de fardos y privilegios materiales y políticos, la Iglesia puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero; puede verdaderamente estar abierta al mundo. Puede vivir nuevamente con más soltura su llamada al ministerio de la adoración de Dios y al servicio del prójimo. La tarea misionera que va unida a la adoración cristiana, y debería determinar la estructura de la Iglesia, se hace más claramente visible. La Iglesia se abre al mundo, no para obtener la adhesión de los hombres a una institución con sus propias pretensiones de poder, sino más bien para hacerles entrar en sí mismos y conducirlos así hacia Aquel del que toda persona puede decir con san Agustín: Él es más íntimo a mí que yo mismo (cf. Conf. 3, 6, 11). Él, que está infinitamente por encima de mí, está de tal manera en mí que es mi verdadera interioridad. Mediante este estilo de apertura al mundo propio de la Iglesia, queda al mismo tiempo diseñada la forma en la que cada cristiano puede realizar esa misma apertura de modo eficaz y adecuado.

No se trata aquí de encontrar una nueva táctica para relanzar la Iglesia. Se trata más bien de dejar todo lo que es mera táctica y buscar la plena sinceridad, que no descuida ni reprime nada de la verdad de nuestro hoy, sino que realiza la fe plenamente en el hoy, viviéndola íntegramente precisamente en la sobriedad del hoy, llevándola a su plena identidad, quitando lo que sólo aparentemente es fe, pero que en realidad no es más que convención y costumbre.

Digámoslo con otras palabras: para el hombre, la fe cristiana es siempre un escándalo, y no sólo en nuestro tiempo. Creer que el Dios eterno se preocupa de los seres humanos, que nos conoce; que el Inasequible se ha convertido en un determinado momento y lugar en accesible; que el Inmortal ha sufrido y muerto en la cruz; que a los mortales se nos haya prometido la resurrección y la vida eterna; para nosotros los hombres, creer todo esto es sin duda una auténtica osadía.

Este escándalo, que no puede ser suprimido si no se quiere anular el cristianismo, ha sido desgraciadamente ensombrecido recientemente por los dolorosos escándalos de los anunciadores de la fe. Se crea una situación peligrosa cuando estos escándalos ocupan el puesto del skandalon primario de la Cruz, haciéndolo así inaccesible; esto es, cuando esconden la verdadera exigencia cristiana detrás de la ineptitud de sus mensajeros.

Hay una razón más para pensar que sea de nuevo el momento de buscar el verdadero distanciamiento del mundo, de desprenderse con audacia de lo que hay de mundano en la Iglesia. Naturalmente, esto no quiere decir retirarse del mundo, es más bien lo contrario. Una Iglesia aligerada de los elementos mundanos es capaz de comunicar a los hombres –tanto a los que sufren como a quienes los ayudan–, precisamente también en el ámbito social y caritativo, la particular fuerza vital de la fe cristiana. “Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (Carta encíclica Deus caritas est, 25). Ciertamente, también las obras caritativas de la Iglesia deben prestar una atención constante a la exigencia de un adecuado distanciamiento del mundo para evitar que, ante un creciente alejamiento de la Iglesia, sus raíces se sequen. Sólo la profunda relación con Dios hace posible una plena atención al hombre, del mismo modo que sin una atención al prójimo se empobrece la relación con Dios.

Estar abiertos a las vicisitudes del mundo significa por tanto para la Iglesia desligada del mundo testimoniar, según el Evangelio, con palabras y obras, aquí y ahora, la señoría del amor de Dios. Esta tarea, además, nos remite más allá del mundo presente: la vida presente, en efecto, incluye la relación con la vida eterna. Vivamos como individuos y como comunidad de la Iglesia la sencillez de un gran amor que, en el mundo, es al mismo tiempo lo más fácil y lo más difícil, porque exige nada más y nada menos que el darse a sí mismo.

Queridos amigos, me queda sólo implorar para todos nosotros la bendición de Dios y la fuerza del Espíritu Santo, para que podamos, cada uno en su propio campo de acción, reconocer una y otra vez y testimoniar el amor de Dios y su misericordia. Gracias por su atención.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
OFFLINE
Post: 2.616
Città: VENEZIA
Età: 63
Sesso: Femminile
16/08/2013 21:20


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA
22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Aeropuerto de Lahr
Domingo 25 de septiembre de 2011

(Vídeo)



Ilustre y estimado Señor Presidente Federal,
Distinguidos Representantes del Gobierno Federal,
del Land Baden Württemberg y de los ayuntamientos,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Distinguidos señores y señoras

Antes de dejar Alemania, quiero dar las gracias por los días pasados en nuestra patria, tan conmovedores y ricos de acontecimientos.

Le agradezco, Señor Presidente Federal Wulff, su acogida en Berlín en nombre del pueblo alemán y que ahora, en el momento de la despedida, me haya honrado de nuevo con sus amables palabras. Doy las gracias a los Representantes del Gobierno Federal y de los Gobiernos de los Länder que han venido a la ceremonia de despedida. Un gracias de corazón al Arzobispo de Friburgo, Mons. Zollitsch, que me ha acompañado durante todo el viaje. Hago, naturalmente, extensible también mi agradecimiento al Arzobispo de Berlín, Mons. Woelki, y al Obispo de Erfurt, Mons. Wanke, que me han mostrado igualmente su hospitalidad, sin olvidar a todo el Episcopado alemán. Por último, dirijo un especial agradecimiento a todos los que han preparado entre bastidores estos cuatro días, asegurando su desarrollo sin inconvenientes: a las instituciones municipales, a las fuerzas del orden, a los servicios sanitarios, a los responsables de los transportes públicos y también a los numerosos voluntarios. Doy las gracias a todos por estos días espléndidos, por tantos encuentros personales y por las incontables muestras de atención y afecto con que me han colmado.

En Berlín, la capital federal, tuve una ocasión especial de hablar ante los parlamentarios del Deutscher Bundestag y exponerles algunas reflexiones sobres los fundamentos intelectuales del estado de derecho. Pienso también con gozo en los fructuosos coloquios con el Presidente Federal y la Señora Canciller sobre la situación actual del pueblo alemán y de la comunidad internacional. Me ha emocionado particularmente la acogida cordial y el entusiasmo de tantas personas en Berlín.

En el País de la Reforma, el ecumenismo ha sido naturalmente uno de los puntos centrales del viaje. Quisiera resaltar aquí el encuentro con los representantes de la “Iglesia Evangélica en Alemania” en el que fue convento agustino, en Erfurt. Estoy profundamente agradecido por el intercambio fraterno y la oración común. Ha sido muy especial también el encuentro con los cristianos ortodoxos y ortodoxos orientales, así como con los judíos y los musulmanes.

Obviamente, esta visita estaba dirigida en manera especial a los católicos de Berlín, Erfurt, Eichsfeld y Friburgo. Recuerdo con agrado las celebraciones litúrgicas comunes, la alegría, el escuchar juntos la Palabra de Dios, el rezar y cantar unidos, particularmente en las zonas del País donde por decenios se ha intentado eliminar la religión de la vida de las gentes. Esto me permite tener confianza en el futuro de la Iglesia en Alemania y del cristianismo en Alemania. Como en las visitas precedentes, aquí se ha podido experimentar que muchos dan testimonio de su fe y hacen visible su fuerza transformadora en el mundo de hoy.

Me ha alegrado mucho también, tras la impresionante Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, estar de nuevo en Friburgo, con tantos jóvenes, en la vigilia de la juventud de ayer. Deseo animar a la Iglesia en Alemania a seguir con fuerza y confianza el camino de la fe, que hace volver a las personas a las raíces, al núcleo esencial de la Buena Noticia de Cristo. Surgirán pequeñas comunidades de creyentes, y ya existen, que con el propio entusiasmo difundan rayos de luz en la sociedad pluralista, suscitando en otros la inquietud de buscar la l uz que da la vida en abundancia. “Nada hay más bello que conocerlo y comunicar a los otros la amistad con él” (Homilía en el inicio solemne del Pontificado, 24 de abril de 2005). De esta experiencia crece al final la certeza: “Donde está Dios, allí hay futuro”. Donde Dios está presente, allí hay esperanza y allí se abren nuevas prospectivas y con frecuencia insospechadas, que van más allá del hoy y de las cosas efímeras. En este sentido acompaño, con el pensamiento y la oración, el camino de la Iglesia en Alemania.

Regreso ahora a Roma con muchas experiencias y recuerdos de estos días en mi patria profundamente grabados. A la vez que aseguro mi oración por todos ustedes y por un buen futuro para nuestro País en paz y libertad, me despido con un cordial “Vergelt’s gott” [Dios se lo pague]. Que Dios les bendiga a todos.


English

Français

Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
Amministra Discussione: | Chiudi | Sposta | Cancella | Modifica | Notifica email Pagina precedente | 1 | Pagina successiva
Nuova Discussione
 | 
Rispondi
Cerca nel forum

Feed | Forum | Bacheca | Album | Utenti | Cerca | Login | Registrati | Amministra
Crea forum gratis, gestisci la tua comunità! Iscriviti a FreeForumZone
FreeForumZone [v.6.1] - Leggendo la pagina si accettano regolamento e privacy
Tutti gli orari sono GMT+01:00. Adesso sono le 10:18. Versione: Stampabile | Mobile
Copyright © 2000-2024 FFZ srl - www.freeforumzone.com