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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE (4-6 DE JUNIO DE 2010)

Ultimo Aggiornamento: 04/08/2013 20:52
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ENCUENTRO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA CHIPRE

Viernes 4 de junio de 2010



Dirigió las preguntas, en nombre de los periodistas, el padre Federico Lombardi, director de la Oficina de información de la Santa Sede.

Pregunta: Santidad, le damos las gracias por estar con nosotros, como en cada viaje, y darnos su palabra para orientar nuestra atención en estos días, que serán muy intensos. Naturalmente, por desgracia la primera pregunta es obligada por la circunstancia que ayer nos afectó tan dolorosamente, el asesinato de monseñor Padovese, que para usted ha sido causa de un profundísimo dolor. Por tanto, en nombre de todos los compañeros, deseo pedirle que nos diga algo sobre cómo ha recibido usted esta noticia y cómo vive el comienzo del viaje a Chipre en este clima.

Respuesta: Como es natural, me duele profundamente la muerte de monseñor Padovese, quien contribuyó mucho a la preparación del Sínodo; colaboró, y habría sido un elemento precioso en este Sínodo. Encomendamos su alma a la bondad de Dios. Esta sombra, con todo, no tiene nada que ver con los temas mismos y con la realidad del viaje, porque no debemos atribuir a Turquía o a los turcos este hecho. Es algo sobre lo que tenemos poca información. Seguramente no se trata de un asesinato político o religioso; se trata de un asunto personal. Esperamos aún todas las explicaciones, pero no queremos mezclar ahora esta trágica situación con el diálogo con el islam y con todos los problemas de nuestro viaje. Es un caso aparte, que entristece, pero que no debería oscurecer de ninguna forma el diálogo, en todos los sentidos, que será tema e intención de este viaje.

P.: Chipre es una tierra dividida. Santidad, usted no visitará la parte norte, ocupada por los turcos. ¿Tiene usted un mensaje para los habitantes de esa región? Y ¿cómo cree que su visita puede contribuir a resolver la distancia entre la parte griega y la turca, a avanzar hacia una solución de convivencia pacífica, en el respeto de la libertad religiosa, del patrimonio espiritual y cultural de las diversas comunidades?

R.: Este viaje a Chipre es, en muchos sentidos, una continuación del viaje del año pasado a Tierra Santa y también del viaje a Malta de este año. El viaje a Tierra Santa tenía tres partes: Jordania, Israel y los Territorios palestinos. En los tres casos se trataba de un viaje pastoral, religioso; no era un viaje político o turístico. El tema fundamental era la paz de Cristo, que debe ser paz universal en el mundo. Por tanto, el tema era, por una parte, el anuncio de nuestra fe, el testimonio de la fe, la peregrinación a estos lugares que dan testimonio de la vida de Cristo y de toda la historia santa; y, por otra, la responsabilidad común de todos los que creen en un Dios creador del cielo y de la tierra, en un Dios a cuya imagen hemos sido creados. Malta y Chipre añaden con fuerza el tema de san Pablo, gran creyente, evangelizador, y también de san Bernabé, que es chipriota y abrió la puerta para la misión de san Pablo. Así pues, los temas son: testimonio de nuestra fe en el único Dios, diálogo y paz. Paz en un sentido muy profundo: no es una añadidura política a nuestra actividad religiosa; la paz es una palabra del corazón de la fe, está en el centro de la enseñanza paulina. Pensemos en la carta a los Efesios, donde dice que Cristo ha traído la paz, ha destruido los muros de la enemistad. Este sigue siendo un mandato permanente; por tanto, no vengo con un mensaje político, sino con un mensaje religioso, que debería preparar más a las almas para encontrar la apertura a la paz. Estas cosas no se consiguen de un día para otro, pero es muy importante no sólo dar los pasos políticos necesarios, sino sobre todo preparar las almas para ser capaces de dar los pasos políticos necesarios, crear la apertura interior a la paz, que, al final, viene de la fe en Dios y de la convicción de que todos somos hijos de Dios y hermanos y hermanas entre nosotros.

P.: Usted se dirige a Oriente Medio pocos días después de que el ataque israelí a la flotilla delante de Gaza añadiera más tensiones al ya difícil proceso de paz. ¿Cómo cree que la Santa Sede puede contribuir a superar este momento delicado para Oriente Medio?

R.: Diría que nosotros contribuimos sobre todo de forma religiosa. Podemos también ayudar con consejos políticos y estratégicos, pero el trabajo esencial del Vaticano siempre es el religioso, que toca el corazón. Con todos estos episodios que vivimos, existe siempre el peligro de perder la paciencia, de decir «¡ya basta!», de no querer ya buscar la paz. Y aquí me viene a la mente, en este Año sacerdotal, una hermosa anécdota del párroco de Ars. A las personas que le decían: «No tiene sentido que yo ahora vaya a la confesión y a la absolución, porque estoy seguro de que pasado mañana volveré a caer en los mismos pecados», el cura de Ars respondía: «No importa. El Señor voluntariamente olvida que tú, pasado mañana, cometerás los mismos pecados; te perdona ahora completamente. Será magnánimo y seguirá ayudándote, viniendo hacia ti». Así debemos imitar a Dios, su paciencia. Después de todos los casos de violencia, no perder la paciencia, no perder el valor, no perder la magnanimidad de volver a empezar; crear estas disposiciones del corazón para empezar siempre de nuevo, con la certeza de que podemos ir adelante, que podemos llegar a la paz, que la violencia no es la solución, sino la paciencia del bien. Crear esta disposición me parece el principal trabajo que el Vaticano, sus organismos y el Papa pueden hacer.

P.: Santidad, el diálogo con los ortodoxos ha dado muchos pasos adelante desde el punto de vista cultural, espiritual y de la vida. Con ocasión del reciente concierto que le ofreció el Patriarca de Moscú se notó una profunda sintonía entre ortodoxos y católicos frente a los desafíos planteados al cristianismo en Europa por la secularización. Pero ¿cuál es su valoración sobre el diálogo, también desde el punto de vista más propiamente teológico?

R:. Ante todo quiero subrayar los grandes avances que hemos hecho en el testimonio común de los valores cristianos en el mundo secularizado. Esta no es sólo una coalición —digamos— moral, política; es, en realidad, una cuestión profundamente de fe, porque los valores fundamentales por los que vivimos en este mundo secularizado no son moralismos, sino que son la fisonomía fundamental de la fe cristiana. Cuando somos capaces de testimoniar juntos estos valores, de comprometernos en el diálogo, en el debate de este mundo, en el testimonio para vivir estos valores, ya hemos dado un testimonio fundamental de una unidad muy profunda en la fe. Naturalmente, hay muchos problemas teológicos, pero también aquí los elementos de unidad son fuertes. Quiero señalar tres elementos que nos unen, que nos ven cada vez más cercanos, que nos hacen cada vez más próximos. Primero: la Escritura; la Biblia no es un libro caído del cielo, que tenemos ahora y cada uno lo toma, sino que es un libro crecido en el pueblo de Dios y vive en este sujeto común del pueblo de Dios y sólo aquí permanece siempre presente y real; es decir, no se puede aislar la Biblia; la Biblia está en el nexo entre tradición e Iglesia. Esta conciencia es fundamental y pertenece al fundamento de la Ortodoxia y del Catolicismo, y nos indica un camino común. Como segundo elemento, decimos: la tradición, que nos interpreta, que nos abre la puerta de la Escritura, tiene también una forma institucional, sagrada, sacramental, querida por el Señor, es decir, el episcopado; tiene una forma personal, o sea, el colegio de los obispos en su conjunto es testigo y presencia de esta tradición. Y el tercer punto: la llamada regula fidei, es decir, la confesión de la fe elaborada en los antiguos Concilios es la suma de cuanto está en la Escritura y abre la «puerta» de interpretación. Después, otros elementos —la liturgia, el amor común a la Virgen— nos unen profundamente y nos parece cada vez más claro que son los fundamentos de la vida cristiana. Debemos ser cada vez más conscientes y profundizar también en los detalles, pero me parece que, aunque las culturas diversas, las situaciones diferentes hayan creado malentendidos y dificultades, crecemos en la conciencia de lo esencial y de la unidad de lo esencial. Quiero añadir que, naturalmente, no es el debate teológico lo que crea de por sí la unidad; es una dimensión importante, pero toda la vida cristiana, el conocerse, la experiencia de la fraternidad, aprender, a pesar de la experiencia del pasado, esta fraternidad común, son procesos que exigen también gran paciencia. Pero me parece que precisamente estamos aprendiendo la paciencia, así como el amor, y con todas las dimensiones del diálogo teológico seguimos adelante, dejando que el Señor decida cuándo nos dará la unidad perfecta.

P.: Uno de los objetivos de este viaje es la entrega del documento de trabajo del Sínodo de los obispos para Oriente Medio. ¿Cuáles son sus principales expectativas y esperanzas para este Sínodo, para las comunidades cristianas y también para los creyentes de otras religiones en esta región?

R.: El primer punto importante es que aquí se ven diversos obispos, jefes de Iglesias, porque tenemos muchas Iglesias —varios ritos están esparcidos en diversos países, en situaciones diversas— y a menudo parecen aislados, con frecuencia tienen también pocas informaciones de los demás; verse juntos, encontrarse y conocerse uno a otro, los problemas, las diferencias y las situaciones comunes, formar juntos un juicio sobre la situación, sobre el camino a tomar. Esta comunión concreta de diálogo y de vida es un primer punto. El segundo es también la visibilidad de estas Iglesias, es decir, que se vea en el mundo que hay una gran y antigua cristiandad en Oriente Medio, que a menudo no está ante nuestros ojos, y que esta visibilidad nos ayuda también a estar cerca de ellos, a profundizar nuestro conocimiento recíproco, a aprender unos de otros, a ayudarnos, y ayudar así también a los cristianos de Oriente Medio a no perder la esperanza, a permanecer, aunque las situaciones puedan ser difíciles. Así —tercer punto— en el diálogo entre ellos se abren también al diálogo con los demás cristianos ortodoxos, armenios, etcétera. Y crece una conciencia común de la responsabilidad cristiana y también una capacidad común de diálogo con los hermanos musulmanes, que son hermanos, a pesar de las diferencias; y me parece que se alienta también, a pesar de todos los problemas, a continuar, con una visión común, el diálogo con ellos. Todos los intentos de promover una convivencia cada vez más fructífera y fraterna son muy importantes. Este es, por tanto, un encuentro interno de la cristiandad católica de Oriente Medio en sus diversos ritos, pero es un encuentro también de apertura, de capacidad renovada de diálogo, de valentía y de esperanza para el futuro.


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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Aeropuerto internacional de Paphos
Viernes 4 de junio de 2010



Señor Presidente,
Su Beatitud Crisóstomos,
Beatitudes,
Excelencias,
Distinguidas autoridades,
Señores y Señoras



Χαίρετε! Ειρήνη μαζί σας! Είναι μεγάλη η χαρά μου που είμαι σήμερα μαζί σας [Saludos. La Paz esté con vosotros. Es una gran alegría estar hoy con vosotros.]

Señor Presidente, le agradezco vivamente su amable invitación a visitar la República de Chipre. Dirijo mis cordiales saludos a Usted, al Gobierno y al pueblo de esta Nación, y le doy las gracias por sus gentiles palabras de bienvenida. Recuerdo aún con gratitud su reciente visita al Vaticano y espero con alegría nuestro encuentro de mañana en Nicosia.

Chipre se encuentra en una encrucijada de culturas y religiones, de historias gloriosas y al mismo tiempo antiguas, pero que todavía tienen un influjo muy visible en la vida de vuestro país. Al haber entrado recientemente en la Unión Europea, la República de Chipre ha comenzado a beneficiarse de intercambios económicos y políticos con los otros países europeos. Dicha pertenencia ha permitido también a vuestro país el acceso a los mercados, a la tecnología y a las innovaciones científicas. Se alberga una viva esperanza de que esta incorporación conduzca a la estabilidad y prosperidad en vuestro país y que otros países europeos, a su vez, se enriquezcan de vuestra herencia espiritual y cultural, que refleja vuestro papel histórico, hallándoos entre Europa, Asia y África. Que el amor a vuestra patria y a vuestras familias, y el anhelo de vivir en armonía con vuestros vecinos bajo la protección amorosa de Dios todopoderoso, os sirva de inspiración para resolver con paciencia las demás preocupaciones que compartís con la comunidad internacional con vistas al futuro de vuestra isla.

Vengo como peregrino y siervo de los siervos de Dios, tras las huellas de nuestros padres comunes en la fe, los santos Pablo y Bernabé. Desde que los apóstoles trajeron el mensaje cristiano a estas orillas, Chipre fue bendecida por una destacable herencia cristiana. Saludo como a un hermano en esta fe a Su Beatitud Crisóstomo II, Arzobispo de Nea Justiniana y de todo Chipre, y espero vivamente encontrar dentro de poco a otros muchos miembros de la Iglesia ortodoxa de Chipre.

También espero saludar a otros responsables religiosos chipriotas. Deseo que se refuercen nuestros vínculos comunes y reitero la necesidad de afianzar la confianza recíproca y la amistad duradera con todos los que adoran al Dios único.

Como Sucesor de Pedro, vengo de modo especial para saludar a los católicos de Chipre, para confirmarlos en la fe (cf. Lc 22,32) y animarlos a ser cristianos y ciudadanos ejemplares, para que desempeñen cabalmente su papel en la sociedad, en beneficio de la Iglesia y del Estado.

Durante mi estancia entre vosotros, entregaré también el Instrumentum laboris, un documento de trabajo con vistas a la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para el Medio Oriente, que se celebrará próximamente en Roma en este año. Esta Asamblea examinará muchos aspectos de la presencia de la Iglesia en la región y los retos que los católicos han de afrontar, en circunstancias a veces difíciles, viviendo la comunión con la Iglesia católica y ofreciendo su testimonio en el servicio a la sociedad y al mundo. En efecto, Chipre es un sitio apropiado desde el que impulsar la reflexión de nuestra Iglesia sobre el puesto de la secular comunidad católica en el Medio Oriente, nuestra solidaridad con todos los cristianos de la región y nuestra convicción del papel insustituible que tienen en la consolidación de la paz y la reconciliación entre los pueblos.

Señor Presidente, queridos amigos, con estos pensamientos, confío mi peregrinación a María, la Madre de Dios, y a la intercesión de los santos Pablo y Bernabé.

Que Dios bendiga al pueblo de Chipre. Que la Santísima Virgen María os proteja siempre.


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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

CELEBRACIÓN ECUMÉNICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Área arqueológica de la iglesia de Agia Kiriaki Chrysopolitissa - Paphos
Viernes 4 de junio de 2010

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas en Cristo

“A vosotros gracia y paz abundantes” (1 P 1, 2). Saludo con gran alegría a todos vosotros que representáis las comunidades cristianas de Chipre.

Agradezco a Su Beatitud Crisóstomo II sus amables palabras de bienvenida; doy las gracias también a nuestro anfitrión, Su Eminencia Georgios, Metropolita de Pafos, y a cuantos han hecho posible este encuentro. Me es grato, además, saludar cordialmente a los cristianos de otras confesiones aquí presentes, así como a los pertenecientes a las comunidades armenia, luterana y anglicana.

Verdaderamente es una gracia extraordinaria que podamos estar reunidos en oración en esta iglesia de la Agia Kiriakì Chrysopolitissa (Iglesia de la Santísima Señora recubierta de Oro). Acabamos de oír la lectura de los Hechos de los Apóstoles, que nos ha recordado que Chipre fue la primera etapa en los viajes misioneros del Apóstol Pablo (cf. Hch 13, 1-4). Pablo, “separado” por el Espíritu Santo, junto a Bernabé, oriundo de Chipre, y Marcos, el futuro evangelista, desembarcaron en Salamina, donde comenzaron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas. Atravesaron la isla y llegaron a Pafos, y allí, muy cerca de donde estamos ahora, predicaron en presencia del Procónsul romano Sergio Paulo. Así, desde aquí, el mensaje del Evangelio empezó a difundirse por todo el imperio, y la Iglesia, fundamentada en la predicación apostólica, fue capaz de echar raíces en todo el mundo conocido.

Con razón, la Iglesia en Chipre puede sentirse orgullosa de sus vínculos directos con la predicación de Pablo, Bernabé y Marcos, y de su comunión con la fe apostólica, una comunión que la une a todas las Iglesias que tienen la misma norma de fe. Ésta es la comunión, real aunque imperfecta, que ya hoy nos une, y que nos impulsa a superar nuestras divisiones y a luchar por recuperar aquella plena unidad visible, que el Señor quiere para todos sus seguidores. Porque, en palabras de Pablo, hay “un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo” (Ef 4, 4-5).

La comunión eclesial en la fe apostólica es un don y a la vez una llamada a la misión. El pasaje de los Hechos que hemos escuchado nos ha presentado una imagen de la unidad de la Iglesia en oración y de su apertura a la misión bajo la inspiración del Espíritu. Como Pablo y Bernabé, todo cristiano, mediante el bautismo, es “separado” para que dé testimonio profético del Señor resucitado y de su Evangelio de reconciliación, misericordia y paz. En este contexto, la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para el Medio Oriente, que se reunirá en Roma el próximo octubre, reflexionará sobre el papel crucial de los cristianos en esta región, les animará en su testimonio evangélico y ayudará a potenciar el diálogo y la colaboración entre los cristianos de la zona. De modo significativo, los trabajos del Sínodo se verán enriquecidos por la presencia de delegados fraternos de otras Iglesias y Comunidades cristianas de la región, como signo del compromiso común al servicio de la palabra de Dios y de nuestra docilidad a la acción de su gracia reconciliadora.

La unidad de todos los discípulos de Cristo es un don que hemos de pedir al Padre, con la esperanza de que reforzará el testimonio del Evangelio en el mundo actual. El Señor rezó por la santidad y la unidad de sus discípulos precisamente para que el mundo crea (cf. Jn 17, 21). La lúcida conciencia de que las divisiones entre los cristianos eran un obstáculo para la propagación del Evangelio dio origen, en la Conferencia Misionera de Edimburgo, hace ahora cien años, al movimiento ecuménico moderno. Hoy podemos estar agradecidos al Señor que, mediante su Espíritu, nos ha hecho redescubrir –especialmente en los últimos decenios– el rico patrimonio apostólico que comparten Oriente y Occidente, e intentar, mediante un diálogo paciente y sincero, encontrar las vías para acercarnos los unos a los otros, superando las controversias del pasado y tendiendo a un futuro mejor.

La Iglesia en Chipre, que hace de puente entre Oriente y Occidente, ha contribuido mucho a este proceso de reconciliación. El camino hacia la plena comunión no estará libre de dificultades, pero la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa de Chipre están decididas a avanzar en el diálogo y la colaboración fraterna. Que el Espíritu Santo ilumine nuestras mentes y fortalezca nuestra determinación, de manera que juntos podamos llevar el mensaje de la salvación a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que tienen sed de la verdad que realmente hace libres y salva (cf. Jn 8, 32), la verdad que se llama Jesucristo.

Queridos hermanas y hermanos, no puedo terminar sin recordar a los santos que adornan a la Iglesia de Chipre, en particular a san Epifanio, obispo de Salamina. La santidad es el signo de la plenitud de la vida cristiana, de una profunda docilidad interior al Espíritu Santo que nos llama a la conversión y a la renovación constante, así como a que nos esforcemos por configurarnos cada vez más con Cristo nuestro Salvador. Conversión y santidad son también los medios privilegiados para abrir la mente y el corazón a la voluntad del Señor que quiere la unidad de su Iglesia. A la vez que damos gracias por el encuentro de hoy y por el amor fraterno que nos une, pedimos a los santos Bernabé y Epifanio, Pedro y Pablo, y a todos los santos de Dios, que bendigan nuestras comunidades, que nos conserven en la fe de los Apóstoles, y que guíen nuestros pasos por el camino de la unidad, la caridad y la paz.


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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES CIVILES
Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI*

Jardín del Palacio Presidencial de Nicosia
Sábado 5 de junio de 2010

(Vídeo)



Señor Presidente,
Excelencias,
Señoras y Señores:

Me complace vivamente tener la oportunidad de encontrarme con las autoridades políticas y civiles de la República, así como con los miembros de la comunidad diplomática, en mi viaje apostólico a Chipre. Agradezco al Señor Presidente Christofias las amables palabras con las que me ha saludado en vuestro nombre y a las que correspondo gustoso con mis mejores deseos para vuestro importante trabajo, recordando especialmente la feliz conmemoración del 50 aniversario de la constitución de la República.

Acabo de hacer una ofrenda floral en memoria del difunto Arzobispo Makarios, primer Presidente de la República de Chipre. Como él, cada uno de vosotros, servidores públicos, se esfuerza por servir al bien común de la sociedad, ya sea en el ámbito local, nacional o internacional. Esta es una noble vocación que la Iglesia aprecia. Desempeñado con fidelidad, el servicio público os permite crecer en sabiduría, integridad y realización personal. Platón, Aristóteles y los estoicos daban una gran importancia a esta realización -eudemonia- como objetivo de la vida humana, y veían en la dimensión moral la vía para lograr esta meta. Para ellos, así como para los grandes filósofos árabes y cristianos que siguieron sus huellas, la práctica de la virtud consistía en actuar conforme a la recta razón, en la búsqueda de todo lo que es verdadero, bueno y bello.

Desde una perspectiva religiosa, somos miembros de una única familia humana creados por Dios y llamados a favorecer la unidad y a construir un mundo más justo y fraterno basado en valores permanentes. En la medida en que cumplimos con nuestro deber, servimos a los demás y cumplimos lo que es justo, nuestra mente se abre más a las verdades más profundas y nuestra libertad se robustece adhiriéndose a lo que es bueno. Mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, escribió que la obligación moral nunca debería ser vista como una ley impuesta desde fuera y que reclama obediencia, sino como una expresión de la sabiduría misma de Dios, a la que la libertad humana se somete con solicitud (cf. Veritatis Splendor, 41). Como todos los seres humanos, nosotros encontramos nuestra realización última en relación a esta Realidad Absoluta, cuyo reflejo lo encontramos a menudo en nuestra conciencia como una invitación apremiante a servir a la verdad, la justicia y el amor.

Como servidores públicos, conocéis de primera mano la importancia de la verdad, la integridad y el respeto en las relaciones con los demás. Con frecuencia, las relaciones interpersonales son el primer paso para construir auténticos y, en su momento, sólidos vínculos de amistad entre los individuos, los pueblos y las naciones. Esto es parte esencial de vuestra tarea tanto de políticos como de diplomáticos. En países con una delicada situación política, dicha honestidad y apertura a las relaciones personales puede ser el inicio de un bien mayor para las sociedades y los pueblos. Animo a todos los que estáis hoy aquí a aprovechar las oportunidades que se os ofrecen, tanto en el ámbito personal como institucional, para cultivar estas relaciones y, de esta manera, promover el mayor bien del conjunto de las naciones, así como el auténtico bien de aquellas a las que representáis.

Los antiguos filósofos griegos nos enseñan también que el servicio al bien común se da precisamente a través de la influencia de gente dotada de una clara profundidad moral y de arrojo. Así, la política se ve purificada de intereses personales y de presiones partidistas, poniendo en su lugar unas bases más sólidas. De este modo, las aspiraciones legítimas de aquellos a quienes representamos son protegidas y favorecidas. La rectitud moral y el respeto imparcial por los demás y su bienestar son esenciales para el bien de la sociedad, ya que crean un clima de confianza en el que los intercambios humanos, ya sean religiosos, económicos, sociales o culturales, civiles o políticos, adquieren fuerza y vigor.

Pero, ¿qué significa en la práctica el respeto y la promoción de la verdad moral en el mundo de la política y la diplomacia nacional e internacional? ¿Cómo puede la búsqueda de la verdad traer una mayor armonía a las regiones más probadas de la tierra? Pienso que esto se puede lograr por tres vías.

En primer lugar, promover la verdad moral significa actuar de manera responsable partiendo del conocimiento de los hechos. Como diplomáticos, sabéis por experiencia que este conocimiento os ayuda a identificar las injusticias y ofensas, así como a considerar de manera desapasionada los intereses de todas las partes involucradas en una determinada disputa. Cuando las partes superan sus propios puntos de vista sobre lo ocurrido, adquieren una visión objetiva y completa. Quienes deben resolver dichos conflictos son capaces de tomar decisiones justas y promover una auténtica reconciliación, cuando admiten y reconocen la verdad completa sobre una determinada cuestión.

Una segunda vía para promover la verdad moral consiste en poner al descubierto las ideologías políticas que pretenden suplantar la verdad. Las trágicas experiencias vividas durante el siglo veinte han desenmascarado la inhumanidad que resulta de la supresión de la verdad y la dignidad humana. En nuestros días, asistimos a continuos intentos de fomentar supuestos valores bajo la apariencia de paz, desarrollo y derechos humanos. En este sentido, dirigiéndome a la Asamblea General de las Naciones Unidas, llamaba la atención sobre una determinada tendencia a reinterpretar la Declaración Universal de los Derechos Humanos con el objetivo de satisfacer intereses particulares, que comprometerían la coherencia interna de la propia Declaración, apartándose de su intención original (cf. Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 18 de abril de 2008).

En tercer lugar, la promoción de la verdad moral en la vida pública requiere un esfuerzo constante para fundamentar la ley positiva sobre los principios éticos de la ley natural. Esta exigencia, en el pasado, fue considerada como algo evidente, sin embargo, la corriente positivista en las teorías legales contemporáneas está pidiendo la recuperación de este axioma fundamental. Individuos, comunidades y estados, sin la guía de verdades morales objetivas, se volverían egoístas y sin escrúpulos, y el mundo sería un lugar más peligroso para vivir. En cambio, respetando los derechos de las personas y los pueblos se protege y promueve la dignidad humana. Cuando las políticas que propugnamos se encuentran en armonía con la ley natural, que pertenece a nuestra común condición humana, nuestras acciones se vuelven más sensatas y contribuyen al desarrollo de la comprensión, las justicia y la paz.

Señor Presidente, queridos amigos, con estas reflexiones les renuevo mi estima y la de la Iglesia por vuestro importante servicio a la sociedad y a la construcción de un porvenir seguro para nuestro mundo. Invoco sobre todos ustedes los dones celestiales de la sabiduría, la fortaleza y la perseverancia para el cumplimiento de vuestra misión. Muchas gracias.


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04/08/2013 20:38


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(4-6 DE JUNIO DE 2010)

ENCUENTRO CON LA COMUNIDAD CATÓLICA DE CHIPRE

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Colegio Maronita - Nicosia
Sábado 5 de junio de 2010

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Es para mí una gran alegría estar con vosotros, representantes de la comunidad católica de Chipre.

Agradezco al Arzobispo Soueif sus amables palabras de bienvenida en nombre de todos vosotros y, de modo particular, agradezco a los niños su preciosa representación. Saludo a Su Beatitud el Patriarca Fouad Twal, y también, en la persona de Padre Pizzaballa, aquí presente, expreso mi reconocimiento a la labor grande y paciente de la Custodia Franciscana de Tierra Santa.

En esta ocasión histórica de la primera visita del Obispo de Roma a Chipre, vengo para confirmaros en la fe en Jesucristo y para animaros a permanecer fieles a la tradición apostólica, con un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4, 32). Como Sucesor de Pedro, me encuentro entre vosotros para aseguraros mi apoyo, mi oración afectuosa y mi aliento.

Acabamos de escuchar en el Evangelio de Juan cómo algunos griegos, que habían oído hablar de las grandes obras que Jesús había realizado, se acercaron al Apóstol Felipe y le dijeron: “Quisiéramos ver a Jesús” (cf. Jn 12, 21). Estas palabras llegan hasta lo más profundo de nuestro corazón. Como los hombres y mujeres del Evangelio, también nosotros queremos ver a Jesús, conocerlo, amarlo y servirlo con “un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4, 32).

Además, al igual que en el Evangelio de hoy la voz venida del cielo da testimonio de la gloria del nombre de Dios, también la Iglesia proclama su nombre, no sólo en beneficio propio, sino en favor de toda la humanidad (cf. Jn 12, 30). También vosotros, que seguís a Cristo hoy, estáis llamados a vivir vuestra fe en el mundo promoviendo, de palabra y de obra, los valores del Evangelio, que os han entregado generaciones de cristianos chipriotas. Estos valores, profundamente enraizados en vuestra cultura así como en el patrimonio de la Iglesia universal, deben seguir inspirando vuestros esfuerzos por la paz, la justicia y el respeto de la vida humana y la dignidad de vuestros conciudadanos. De esta manera, vuestra fidelidad al Evangelio redundará en favor de toda la sociedad chipriota.

Queridos hermanos y hermanas, dada vuestra particular situación, me gustaría destacar una parte esencial de la vida y misión de nuestra Iglesia, me refiero a la búsqueda de una mayor unidad en la caridad con los demás cristianos y al diálogo con los no cristianos. Desde el Concilio Vaticano II especialmente, la Iglesia se ha comprometido a avanzar en el camino de un entendimiento cada vez mayor con nuestros hermanos cristianos para fortalecer los lazos de amor y respeto entre todos los bautizados. Teniendo en cuenta vuestras circunstancias, estáis en condiciones de contribuir de un modo concreto en vuestra vida diaria a la mayor unidad de los cristianos. Os animo a que lo hagáis, con la confianza de que el Espíritu del Señor, que ha pedido que sus discípulos sean uno (cf. Jn 17, 21), estará a vuestro lado en esta importante tarea.

Todavía hay mucho que hacer, en todas las partes del mundo, en el diálogo interreligioso. En este ámbito, los católicos de Chipre se encuentran frecuentemente con oportunidades para una adecuada y prudente actuación. Sólo una labor paciente puede edificar la confianza mutua, superar el peso de la historia y convertir las diferencias políticas y culturales entre los pueblos en motivo para procurar un mayor entendimiento. Os exhorto encarecidamente a intentar crear esa confianza mutua entre cristianos y no cristianos, como fundamento para construir una paz y concordia duradera entre pueblos con diferencias religiosas, políticas y culturales.

Queridos amigos, me gustaría que no perdieseis nunca de vista la profunda comunión que os une entre vosotros y a la Iglesia católica extendida por toda la tierra. Y por lo que se refiere a las necesidades más inmediatas de la Iglesia, os animo a pedir y a promover las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. En este Año Sacerdotal que está a punto de terminar, la Iglesia se ha concienciado nuevamente de la necesidad de sacerdotes buenos, santos y bien preparados. Necesita religiosos y religiosas completamente comprometidos con Cristo y con la propagación del reino de Dios en la tierra. Nuestro Señor ha prometido que los que den su vida como Él lo hizo, la guardarán para la vida eterna (cf. Jn 12, 25). Pido a los padres que consideren esta promesa y animen a sus hijos a responder generosamente a la llamada del Señor. Exhorto a los pastores a que se preocupen de los jóvenes, de sus deseos y aspiraciones, y a que los formen en una fe plena.

Permitidme que en este colegio católico dirija unas palabras a todos los que trabajan en las escuelas católicas de la isla, especialmente a los maestros. Vuestro trabajo forma parte de una larga y valiosa tradición de la Iglesia católica en Chipre. Continuad pacientemente al servicio de toda la comunidad, esforzándoos por conseguir una educación excelente. Que el Señor os bendiga abundantemente ya que tenéis confiada la sagrada tarea de la formación de vuestros hijos, que son el don más precioso que Dios todopoderoso os ha dado.

Y ahora me dirijo especialmente a vosotros, queridos jóvenes de Chipre. ¡Sed fuertes en la fe, alegres en el servicio de Dios y generosos con vuestro tiempo y vuestros talentos! Ayudad a construir un futuro mejor para la Iglesia y para vuestro país, poniendo el bien de los demás por encima de vuestro propio bien.

Queridos católicos de Chipre, cultivad la concordia en comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro, y estrechad vuestros vínculos fraternos con los demás en la fe, la esperanza y el amor.

De manera especial, deseo transmitir este mensaje a quienes han venido de Kormakiti, Asomatos, Karpasha y Agia Marina. Conozco vuestros anhelos y sufrimientos, y os pido que llevéis mi bendición, mi cercanía y mi afecto a los provenientes de vuestras ciudades, donde los cristianos son un pueblo de esperanza. Por mi parte, deseo fervientemente y rezo para que, contando con la buena voluntad de todos, se pueda asegurar cuanto antes un vida mejor a los habitantes de la isla.

Con estas breves palabras confío a cada uno de vosotros a la protección de la Bienaventurada Virgen María y a la intercesión de los santos Pablo y Bernabé. Que Dios os bendiga.


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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

VISITA DE CORTESÍA A SU BEATITUD CRISÓSTOMOS II,
ARZOBISPO DE CHIPRE

SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Arzobispado ortodoxo de Nicosia
Sábado 5 de junio de 2010

(Vídeo)



Beatitud

Le saludo con afecto fraterno en el Señor Resucitado y le agradezco su amable recibimiento.

Recuerdo con gratitud su visita a Roma hace tres años, y me alegro de encontrarlo hoy de nuevo en su querida patria. A través de usted, quiero hacer llegar mi saludo al Santo Sínodo, y a todos los sacerdotes, diáconos, monjes, monjas y fieles laicos de la Iglesia de Chipre.

Antes que nada, quisiera expresar mi gratitud por la hospitalidad que la Iglesia de Chipre dispensó generosamente a la Comisión Conjunta Internacional para el Diálogo Teológico con ocasión del encuentro del año pasado en Pafos. De la misma manera, agradezco el apoyo que la Iglesia de Chipre ha dado siempre a los trabajos del diálogo, mediante la claridad y apertura de sus aportaciones. Que el Espíritu Santo dirija y consolide esta gran iniciativa eclesial, que pretende restaurar la comunión plena y visible entre las Iglesias de Oriente y Occidente, una comunión que debe ser vivida en fidelidad al Evangelio y a la tradición apostólica, apreciando las legítimas tradiciones de Oriente y Occidente, y abierta a la diversidad de dones con los que el Espíritu edifica la Iglesia en unidad, santidad y paz.

Este espíritu de fraternidad y comunión se manifiesta también en la generosa contribución que, en nombre de la Iglesia de Chipre, Vuestra Beatitud envió a quienes el año pasado se vieron afectados por el terremoto de L’Aquila, cerca de Roma, cuyas necesidades están muy presentes en mi corazón. En este mismo espíritu, me uno a su oración para que todos los habitantes de Chipre encuentren, con la ayuda de Dios, la sabiduría y la fuerza necesaria para trabajar juntos por una solución justa de los problemas pendientes, luchar por la paz y la reconciliación, y construir para las futuras generaciones una sociedad que se distinga por el respeto de los derechos de todos, incluyendo los derechos inalienables de libertad de conciencia y de culto.

Tradicionalmente, se considera a Chipre parte de Tierra Santa, y la situación de conflicto permanente en Oriente Medio es, sin duda, un motivo de reflexión para todos los fieles cristianos. Ninguno puede quedar indiferente ante la necesidad de apoyar, con todos los medios posibles, a los cristianos de esta atormentada región, de manera que estas antiguas Iglesias puedan vivir en paz y prosperidad. Las comunidades cristianas de Chipre pueden encontrar un campo muy fructífero para la cooperación ecuménica en la oración y el trabajo conjunto por la paz, la reconciliación y la estabilidad en la tierra bendecida por la presencia terrena del Príncipe de la Paz.

Con estos sentimientos, agradezco una vez más a Vuestra Beatitud su fraterna acogida, y le aseguro mi oración por usted y por todo el clero y los fieles de la Iglesia de Chipre. Que la alegría del Señor resucitado esté siempre con vosotros.


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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

SANTA MISA CON SACERDOTES,
RELIGIOSOS, RELIGIOSAS, DIÁCONOS, CATEQUISTAS
Y EXPONENTES DE MOVIMIENTOS ECLESIALES DE CHIPRE

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Iglesia parroquial latina de la Santa Cruz - Nicosia
Sábado 5 de junio de 2010

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas en Cristo

El Hijo del Hombre tiene que ser elevado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna (cf. Jn 3,14-15). En esta Misa votiva adoramos y alabamos a Nuestro Señor Jesucristo, que con su santa cruz ha redimido al mundo. Con su muerte y resurrección ha abierto las puertas del cielo y nos ha preparado un sitio, para que nosotros, sus discípulos, podamos participar de su gloria.

Con el gozo de la victoria redentora de Cristo, os saludo a todos, reunidos en la Iglesia de la Santa Cruz, y os agradezco vuestra presencia. Aprecio mucho la cordialidad con la que me habéis acogido. Doy las gracias, de modo particular, a Su Beatitud el Patriarca Latino de Jerusalén, por sus palabras de bienvenida al comienzo de la Misa, y por la presencia del Padre Custodio de Tierra Santa. He venido a Chipre, primer puerto de destino de los viajes misioneros de san Pablo por el Mediterráneo, siguiendo las huellas de aquel gran Apóstol, para confirmaros en vuestra fe cristiana y para predicar el Evangelio que da vida y esperanza al mundo.

El centro de la celebración de hoy es la cruz de Cristo. Muchos podrían tener la tentación de preguntar por qué nosotros, los cristianos, celebramos un instrumento de tortura, un signo de sufrimiento, de fracaso y derrota. Es verdad que la cruz expresa todos estos significados. Y, sin embargo, a causa del que ha sido elevado en la cruz por nuestra salvación, representa también el triunfo definitivo del amor de Dios sobre todos los males del mundo.

Una antigua tradición cuenta que el madero de la cruz se tomó de un árbol plantado por Set, el hijo de Adán, en el lugar donde Adán fue enterrado. En aquel mismo lugar, conocido como el Gólgota, el lugar de la calavera, Set plantó una semilla del árbol del conocimiento del bien y del mal, el árbol que estaba en medio del jardín de Edén. Gracias a la providencia divina, la obra del Maligno habría sido aniquilada usando contra él sus mismas armas.

Engañado por la serpiente, Adán se apartó de la confianza filial en Dios y pecó comiendo del fruto del único árbol del jardín que le había sido prohibido. Como consecuencia de aquel pecado entró en el mundo el sufrimiento y la muerte. Los efectos trágicos del pecado, es decir, el sufrimiento y la muerte, se hicieron del todo patentes en la historia de los descendientes de Adán. Lo hemos escuchado en la primera lectura de hoy, que evoca la caída y prefigura la redención de Cristo.

Como castigo por sus pecados, el pueblo de Israel, extenuado en el desierto, fue mordido por serpientes, y sólo pudo salvarse de la muerte volviendo su mirada hacia el símbolo que Moisés había elevado, prefigurando la cruz que pondría fin al pecado y a la muerte de una vez por todas. Vemos claramente que el hombre no puede salvarse por sí mismo de las consecuencias de su pecado. No puede salvarse por sí mismo de la muerte. Sólo Dios puede librarlo de su esclavitud moral y física. Y tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo unigénito, no para condenar al mundo, como requería la justicia, sino para que el mundo se salve por Él. El Hijo unigénito de Dios ha tenido que ser elevado, como Moisés elevó la serpiente en el desierto, para que cuantos lo miren con fe tengan la vida.

El madero de la cruz se transforma en el instrumento de nuestra redención, igual que el árbol del que había sido extraído dio origen a la caída de nuestros progenitores. El sufrimiento y la muerte, consecuencias del pecado, se transformaron precisamente en el medio por el que el pecado fue derrotado. El Cordero inocente fue sacrificado en el altar de la cruz y, sin embargo, de la inmolación de la víctima brotó vida nueva: el poder del Maligno fue destruido por el poder del amor que se autosacrifica.

La cruz, por tanto, es algo más grande y misterioso de lo que puede parecer a primera vista. Indudablemente, es un instrumento de tortura, de sufrimiento y derrota, pero al mismo tiempo muestra la completa transformación, la victoria definitiva sobre estos males, y esto la convierte en el símbolo más elocuente de la esperanza que el mundo haya visto jamás. Habla a todos los que sufren -los oprimidos, los enfermos, los pobres, los marginados, las víctimas de la violencia- y les ofrece la esperanza de que Dios puede convertir su dolor en alegría, su aislamiento en comunión, su muerte en vida. Ofrece esperanza ilimitada a nuestro mundo caído.

Por eso, el mundo necesita la cruz. No es simplemente un símbolo privado de devoción, no es un distintivo de pertenencia a un grupo dentro de la sociedad, y su significado más profundo no tiene nada que ver con la imposición forzada de un credo o de una filosofía. Habla de esperanza, habla de amor, habla de la victoria de la no violencia sobre la opresión, habla de Dios que ensalza a los humildes, da fuerza a los débiles, logra superar las divisiones y vencer el odio con el amor. Un mundo sin cruz sería un mundo sin esperanza, un mundo en el que la tortura y la brutalidad no tendrían límite, donde el débil sería subyugado y la codicia tendría la última palabra. La inhumanidad del hombre hacia el hombre se manifestaría de modo todavía más horrible, y el círculo vicioso de la violencia no tendría fin. Sólo la cruz puede poner fin a todo ello. Mientras que ningún poder terreno puede salvarnos de las consecuencias de nuestro pecado, y ninguna potencia terrena puede derrotar la injusticia en su origen, la intervención redentora de Dios Amor puede transformar radicalmente la realidad del pecado y la muerte. Esto es lo que celebramos cuando nos gloriamos en la cruz del Redentor. San Andrés de Creta describe con razón la cruz como “el más excelente de todos los bienes… por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original” (Sermón 10: PG 97, 1018-1019).

Queridos hermanos sacerdotes, queridos religiosos, queridos catequistas, se nos ha confiado el mensaje de la cruz para que podamos ofrecer esperanza al mundo. Cuando proclamamos a Cristo crucificado, no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Él. No ofrecemos nuestra propia sabiduría al mundo, no proclamamos ninguno de nuestros méritos, sino que actuamos como instrumentos de su sabiduría, de su amor y de sus méritos redentores. Sabemos que somos simplemente vasijas de barro y, sin embargo, hemos sido sorprendentemente elegidos para ser mensajeros de la verdad redentora que el mundo necesita escuchar. Jamás nos cansemos de admirarnos ante la gracia extraordinaria que se nos ha dado, nunca dejemos de reconocer nuestra indignidad, pero, al mismo tiempo, esforcémonos siempre para ser menos indignos de nuestra noble llamada, de manera que no pongamos en entredicho la credibilidad de nuestro testimonio con nuestros errores y caídas.

En este Año Sacerdotal, permitidme que me dirija de modo especial a los presbíteros aquí presentes, y a quienes se preparan para la ordenación. Meditad las palabras que el Obispo dirige al ordenando cuando le hace entrega del cáliz y la patena: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. A la vez que proclamamos la cruz de Cristo, esforcémonos siempre por imitar el amor gratuito de quien se ofreció a sí mismo por nosotros en el altar de la cruz, de quien es al mismo tiempo sacerdote y víctima, de aquel en cuyo nombre hablamos y actuamos cuando ejercemos el ministerio que hemos recibido. Mientras pensamos en nuestras faltas, tanto individual como comunitariamente, reconozcamos humildemente que hemos merecido el castigo que Él, Cordero inocente, ha sufrido por nosotros. Y si, en consonancia con cuanto nos merecemos, participamos en el sufrimiento de Cristo, alegrémonos porque tendremos una felicidad mucho más grande cuando se revele su gloria.

En mi pensamiento y oración, me acuerdo particularmente de muchos sacerdotes y religiosos de Medio Oriente que están sintiendo en estos momentos una llamada especial a configurar su vida con el misterio de la cruz del Señor. Donde los cristianos son minoría, donde sufren dificultades por tensiones religiosas y étnicas, muchas familias toman la decisión de huir, y también los pastores tienen la tentación de hacer lo mismo. En situaciones de este tipo, sin embargo, un sacerdote, una comunidad religiosa, una parroquia que se mantiene firme y continúa dando testimonio de Cristo es un signo extraordinario de esperanza, no sólo para los cristianos sino también para todos los que viven en la región. Su sola presencia es una manifestación elocuente del Evangelio de la paz, de la voluntad del Buen Pastor de cuidar de todas las ovejas, del inquebrantable compromiso de la Iglesia en favor del diálogo, la reconciliación y la aceptación amorosa del prójimo. Abrazando la cruz que se les presenta, los sacerdotes y religiosos de Oriente Medio pueden irradiar realmente la esperanza que está en el centro del misterio que celebramos en la liturgia de hoy.

Que nos consuelen las palabras de la segunda lectura de hoy, que expresan magníficamente el triunfo reservado a Cristo después de su muerte en cruz, triunfo que estamos invitados a compartir: «Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “Nombre-sobre-todo- nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en el abismo» (Flp 2,9-10).

Sí, amados hermanos y hermanas en Cristo, alejémonos de aquella gloria que no sea la de Nuestro Señor Jesucristo (cf. Ga 6,14). Él es nuestra vida, nuestra salvación y nuestra resurrección. Él nos ha salvado y liberado.


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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

SANTA MISA CON OCASIÓN DE LA PUBLICACIÓN
DEL INSTRUMENTUM LABORIS
DE LA ASAMBLEA ESPECIAL PARA EL MEDIO ORIENTE
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Pabellón de Deportes Eleftheria - Nicosia
Domingo 6 de junio de 2010

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Saludo con gozo a los Patriarcas y Obispos de las distintas comunidades eclesiales del Medio Oriente, llegados a Chipre para esta ocasión, y agradezco especialmente a Monseñor Youssef Soueif, Arzobispo Maronita de Chipre, las palabras que me ha dirigido al comienzo de la Misa. Asimismo, saludo muy cordialmente a Su Beatitud Crisóstomos II.

Deseo igualmente expresar mi alegría al poder celebrar la Eucaristía en compañía de tantos fieles chipriotas, en esta tierra bendecida por los trabajos apostólicos de san Pablo y san Bernabé. Saludo a todos cordialmente y agradezco vuestra hospitalidad y la generosa bienvenida que me habéis dispensado. Saludo también, de modo particular, a los filipinos, srilankeses y a las demás comunidades de inmigrantes que forman una parte considerable de la población católica de la isla. Rezo para que vuestra presencia aquí enriquezca la vida y el culto de las parroquias a las que pertenecéis, y para que, por vuestra parte, encontréis abundante alimento espiritual en la antigua herencia cristiana de esta tierra, en la que habéis establecido vuestro hogar.

Celebramos hoy la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. El nombre dado a esta fiesta en Occidente, Corpus Christi, se usa en la tradición de la Iglesia para designar tres realidades distintas: el cuerpo físico de Jesús, nacido de la Virgen María; su cuerpo eucarístico, el pan del cielo que nos nutre en este gran sacramento, y su cuerpo eclesial, la Iglesia. Al considerar los distintos aspectos del Corpus Christi, llegamos a comprender más profundamente el misterio de comunión que nos une a quienes formamos parte de la Iglesia. En la eucaristía, el Espíritu Santo congrega “en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo” (cf. Plegaria Eucarística II), para formar el único pueblo santo de Dios. Como el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles en el cenáculo de Jerusalén, así también el mismo Espíritu Santo actúa en cada celebración de la Misa con un doble objetivo: santificar las ofrendas del pan y del vino, para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y llenar a cuantos se nutren de estas santas ofrendas, para que formen un solo cuerpo, un solo espíritu en Cristo.

San Agustín explica espléndidamente este proceso (cf. Sermón 272). Nos recuerda que el pan no se hace a partir de un solo grano, sino de muchos. Para que todos los granos se transformen en pan, primero hay que molerlos. Alude aquí al exorcismo que han de hacer los catecúmenos antes de su bautismo. Cada uno de nosotros que formamos parte de la Iglesia necesita salir del mundo cerrado de su individualismo y aceptar la ‘compañía’ de los demás, que “comparten el pan” con nosotros. Ya no debemos pensar más a partir del “yo”, sino del “nosotros”. Por esto, todos los días pedimos a “nuestro” Padre el pan “nuestro” de cada día. La condición previa para entrar en la vida divina a la que estamos llamados es derribar las barreras entre nosotros y nuestros vecinos. Necesitamos ser liberados de lo que nos aprisiona y aísla: temor y desconfianza recíproca, avidez y egoísmo, malevolencia, para arriesgarnos a la vulnerabilidad a la que nos exponemos cuando nos abrimos al amor.

Los granos de trigo, una vez triturados, se mezclan en la masa y se meten en el horno. Aquí, san Agustín se refiere a la inmersión en las aguas bautismales a la que sigue el don sacramental del Espíritu Santo, que inflama el corazón de los fieles con el fuego del amor de Dios. Este proceso que une y transforma los granos aislados en un único pan nos ofrece una imagen sugerente de la acción unificadora del Espíritu Santo sobre los miembros de la Iglesia, realizada de una manera eminente a través de la celebración de la eucaristía. Quienes participan en este gran sacramento y se alimentan de su Cuerpo eucarístico se transforman en el Cuerpo eclesial de Cristo. “Sé lo que ves”, dice san Agustín animándolos, “y recibe lo que eres”.

Estas significativas palabras nos invitan a responder generosamente a la llamada a “ser Cristo” para los que nos rodean. Ahora somos su cuerpo en la tierra. Parafraseando una célebre expresión atribuida a santa Teresa de Ávila, somos los ojos con los que mira compasivamente a los que pasan necesidad, somos las manos que extiende para bendecir y curar, somos los pies de los que se sirve para hacer el bien, y somos los labios con los que se proclama su Evangelio. Sin embargo, es importante comprender que cuando participamos de este modo en su obra de salvación, no estamos honrando la memoria de un héroe muerto prolongando lo que él hizo. Al contrario, Cristo vive en nosotros, su cuerpo, la Iglesia, su pueblo sacerdotal. Al tomarlo a Él como alimento en la eucaristía y acogiendo en nuestros corazones su Espíritu Santo, nos transformamos realmente en el Cuerpo de Cristo que hemos recibido, estamos verdaderamente en comunión con Él y entre nosotros, y nos transformamos en verdaderos instrumentos suyos, dando testimonio de Él en el mundo.

“En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo” (Hch 4,32). En las comunidades cristianas primitivas que se alimentaban de la mesa del Señor vemos los efectos de esta acción unificadora del Espíritu Santo. Ponían sus bienes en común y cualquier apego material era superado por amor a los hermanos. Encontraban soluciones equitativas a sus diferencias, como vemos por ejemplo en la resolución de la disputa entre helenistas y hebreos acerca del suministro diario (cf. Hch 6, 1-6). Así, un atento observador pudo comentar poco más tarde: “Mirad cómo se aman estos cristianos, y cómo están dispuestos a morir unos por otros” (Tertuliano, Apologia, 39). Más aún, su amor no se limitaba al grupo de los creyentes. No se veían a sí mismos como beneficiarios exclusivos y privilegiados de los favores divinos, sino más bien como mensajeros, para llevar la buena noticia de la salvación en Cristo hasta los confines del mundo. De esta manera, el mensaje que Cristo resucitado confió a los Apóstoles se extendió con rapidez por todo el Medio Oriente, y desde allí por el mundo entero.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, como ellos hicieron, también nosotros estamos llamados hoy a tener un sólo corazón y una sola alma, a profundizar en nuestra comunión con el Señor y con los demás, y a dar testimonio de Él ante el mundo.

Estamos llamados a superar nuestras diferencias, a poner paz y reconciliación donde exista un conflicto, a ofrecer al mundo un mensaje de esperanza. Estamos llamados a tender una mano a quien lo necesite, a compartir con generosidad nuestros bienes materiales con los más desafortunados. Estamos llamados a proclamar de manera incansable la muerte y la resurrección del Señor, hasta que Él vuelva. Por Cristo, con Él y en Él, en la unidad que es el don del Espíritu Santo a la Iglesia, demos honor y gloria a Dios nuestro Padre del cielo, en compañía de todos los ángeles y santos que cantan su alabanza por los siglos. Amén.


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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

ENTREGA DEL INSTRUMENTUM LABORIS
DE LA ASAMBLEA ESPECIAL PARA EL MEDIO ORIENTE
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Pabellón de Deportes Eleftheria - Nicosia
Domingo 6 de junio de 2010

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Agradezco al Señor Arzobispo Eterović sus amables palabras, y renuevo mi saludo a todos los que estáis aquí con motivo de la puesta en marcha de la próxima Asamblea Especial del Sínodo de Obispos para el Medio Oriente. Os agradezco el trabajo realizado con vistas a la preparación de la Asamblea Sinodal, y os aseguro el respaldo de mi oración en esta fase final de la misma.

Antes de comenzar, es justo que recuerde al Obispo Luigi Padovese que, como Presidente de los Obispos Turcos, contribuyó a la preparación del Instrumentum Laboris que os entrego hoy. La noticia de su muerte trágica e imprevista, el jueves pasado, nos ha sorprendido y conmocionado a todos. Encomiendo su alma a la misericordia de Dios todopoderoso, destacando su compromiso, especialmente en cuanto Obispo, a favor del entendimiento interreligioso y cultural, y del diálogo entre las Iglesias. Su muerte es un recuerdo luminoso de la vocación de todo cristiano a ser en todo momento testigos valientes de lo que es bueno, noble y justo.

El lema escogido para la Asamblea nos habla de comunión y testimonio, y nos recuerda que los miembros de la primitiva comunidad cristiana «tenían un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). En el centro de la unidad de la Iglesia está la Eucaristía, don inestimable de Cristo a su pueblo y núcleo de nuestra celebración litúrgica de este día de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por tanto, es muy significativo que haya sido elegido este día para la entrega del Instrumentum laboris de la Asamblea Especial.

Oriente Medio ocupa un lugar especial en el corazón de todos los cristianos, puesto que fue allí donde por vez primera Dios se dio a conocer a nuestros padres en la fe. Desde los días en que Abraham, obedeciendo la llamada del Señor, salió de Ur de los Caldeos hasta la muerte y resurrección de Jesús, la palabra salvadora de Dios se fue cumpliendo en vuestras tierras a través de personas y pueblos concretos. Desde entonces, el mensaje del Evangelio se ha difundido por todo el mundo, pero los cristianos de todas partes continúan mirando hacia Oriente Medio con especial reverencia, a causa de los profetas y patriarcas, apóstoles y mártires a los que tanto debemos, hombres y mujeres que escucharon la palabra de Dios, dieron testimonio de ella, y la transmitieron a quienes pertenecemos a la gran familia de la Iglesia.

La Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, convocada a petición vuestra, intentará profundizar los vínculos de comunión entre los miembros de vuestras Iglesias locales, así como entre esas mismas Iglesias y con la Iglesia universal. Esta Asamblea desea también animaros en el testimonio que dais de vuestra fe en Cristo, en los países donde esta fe ha nacido y crecido. Es bien conocido que algunos de vosotros soportáis grandes pruebas a causa de la situación actual de la región. La Asamblea Especial es una oportunidad para los cristianos del resto del mundo de ofrecer apoyo espiritual y solidaridad a sus hermanos y hermanas de Oriente Medio. Es una ocasión para poner de relieve el importante valor de la presencia y el testimonio cristiano en los países de la Biblia, no sólo para la comunidad cristiana mundial, sino también para vuestros vecinos y vuestros conciudadanos. Contribuís de muchas maneras al bien común, por ejemplo con la educación, la atención a los enfermos y la asistencia social, y trabajáis en la construcción de la sociedad. Deseáis vivir en paz y en armonía con vuestros vecinos judíos y musulmanes. A menudo, actuáis como artífices de paz en el difícil proceso de reconciliación. Merecéis el reconocimiento por el papel inestimable que realizáis. Espero firmemente que todos vuestros derechos, incluido el derecho a la libertad religiosa y de culto, sean cada vez más respetados y que nunca más sufráis ninguna clase de discriminación.

Ruego para que el trabajo de la Asamblea Especial ayude a dirigir la atención de la comunidad internacional sobre la difícil situación de los cristianos en Medio Oriente que sufren por sus creencias, de modo que se encuentre una solución justa y duradera a los conflictos que provocan tanto dolor. Con respecto a esta grave cuestión, reitero mi llamamiento personal a que se realice un esfuerzo internacional urgente y concertado para resolver las tensiones que persisten en Medio Oriente, especialmente en Tierra Santa, antes de que dichos conflictos lleven a un mayor derramamiento de sangre.

Con estos deseos, os entrego ahora el texto del Instrumentum laboris de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para el Medio Oriente. Que Dios bendiga con abundancia vuestros trabajos, y a todos los habitantes de Oriente Medio.


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Instrumentum Laboris - «La Chiesa Cattolica nel Medio Oriente: Comunione e testimonianza. "La moltitudine di coloro che erano diventati credenti aveva un cuore solo e un'anima sola" (At 4, 32)» (6 giugno 2010)

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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Pabellón de Deportes Eleftheria - Nicosia
Domingo 6 de junio de 2010

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas:

Es tradición de la Iglesia rezar a mediodía a la Bienaventurada Virgen María, recordando con gozo su pronta aceptación de la invitación del Señor para ser la madre de Dios. Fue una invitación que la turbó y que apenas si pudo comprender. Fue el signo de que Dios había elegido a su humilde sierva, para cooperar con Él en su tarea de salvación. Cómo nos alegramos por su generosa respuesta. A través de su “sí”, la esperanza de los siglos se ve cumplida, y Aquél a quien Israel esperaba desde antiguo entra en el mundo, entra en nuestra historia. Acerca de Él, el ángel había anunciado que su Reino no tendría fin (cf. Lc 1,33).

Alrededor de treinta años más tarde, debió de ser duro mantener viva esta esperanza cuando María lloraba al pie de la cruz. Parecía que las fuerzas de las tinieblas acabarían por imponerse. Y con todo, en su interior, ella recordaba las palabras del ángel. Incluso en medio de la desolación del Sábado Santo, la certeza de la esperanza la sostiene hasta la alegría de la mañana de Pascua. Y así nosotros, sus hijos, vivimos con la misma esperanza confiada de que la Palabra hecha carne en el seno de María nunca nos abandonará. Él, el Hijo de Dios y el Hijo de María, fortalece la comunión que nos une, para que podamos ser así testigos de Él y del poder de su amor que sana y reconcilia.

Me gustaría ahora decir algunas palabras en polaco en la feliz circunstancia de la beatificación hoy de Jerzy Popiełuszko, sacerdote y mártir.

Envío un cordial saludo a la Iglesia en Polonia, que hoy se alegra con la elevación a los altares del Padre Jerzy Popieluszko. Su celoso servicio y su martirio son un signo especial del triunfo del bien sobre el mal. Que su ejemplo e intercesión incremente la entrega de los sacerdotes y avive la caridad en los fieles.

Imploremos ahora la intercesión de María, nuestra Madre, por cada uno de nosotros, por el pueblo de Chipre, y por la Iglesia de Medio Oriente, con Cristo, su Hijo, el Príncipe de la Paz.


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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

VISITA A LA CATEDRAL MARONITA DE CHIPRE

SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Nicosia
Domingo 6 de junio de 2010

(Vídeo)



Queridos hermanos y hermanas en Cristo

Me es muy grato realizar esta visita a la Catedral de Nuestra Señora de las Gracias. Agradezco al Arzobispo Youssef Soueif las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de la comunidad Maronita de Chipre y os saludo a todos cordialmente con las palabras del Apóstol: “La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros” ( 1 Co 1,3).

Con la visita a este edificio, peregrino espiritualmente a cada iglesia maronita de la isla. Os aseguro que, con el afecto de un padre, me siento cercano a todos los fieles de estas comunidades tan antiguas.

Esta Iglesia Catedral representa por diversos aspectos la verdadera historia, larga y rica, a veces turbulenta, de la comunidad maronita en Chipre. Los maronitas llegaron a estas orillas en diversos períodos a lo largo de los siglos y a menudo sufrieron duras pruebas por permanecer fieles a su específica herencia cristiana. Sin embargo, y auque su fe ha sido acrisolada como el oro por el fuego (cf. 1 P 1, 7), han perseverado en la fe de sus padres, una fe que en este momento ha pasado a vosotros, Maronitas Chipriotas de hoy. Os exhorto a valorar como un tesoro esta gran herencia, este regalo precioso.

El edificio de esta Catedral nos recuerda también una importante verdad espiritual. San Pedro afirma que los cristianos somos piedras vivas que entramos “en la construcción del templo del Espíritu formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo” (1 P 2,5). Junto con todos los cristianos del mundo, somos parte de este gran templo que es el Cuerpo Místico de Cristo. Nuestro culto espiritual, ofrecido en muchas lenguas, en tantos lugares y en una hermosa variedad de liturgias, es una expresión de la única voz del Pueblo de Dios, unido en oración y en agradecimiento a él, en una comunión permanente de unos con otros. Esta comunión, que tanto apreciamos, nos impulsa a llevar la Buena Noticia de nuestra nueva vida en Cristo a toda la humanidad.

Ésta es la tarea que comparto hoy con vosotros: suplico para que vuestra Iglesia, en unión con todos vuestros pastores y con el Obispo de Roma, crezca en santidad, en fidelidad al Evangelio y en amor por el Señor y por todos.

A la vez que os encomiendo a vosotros y a vuestras familias, especialmente a vuestros queridos niños, a la intercesión de San Marón, imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.


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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Aeropuerto internacional de Larnaca
Domingo 6 de junio de 2010





Señor Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Señoras y Señores:

Ha llegado el momento de dejaros, después de mi breve pero fructífero Viaje Apostólico a Chipre.

Señor Presidente, le agradezco sus amables palabras y deseo expresarle mi gratitud por todo lo que usted, su Gobierno y las autoridades civiles y militares han hecho para que mi visita fuera tan memorable y satisfactoria.

De la misma manera que a otros muchos peregrinos antes que yo, en el momento de dejar vuestras costas, me viene de nuevo a la mente que el Mediterráneo está compuesto por un rico mosaico de pueblos, con sus propias culturas y belleza, su cordialidad y su humanidad. No obstante dicha realidad, el Mediterráneo oriental, al mismo tiempo, no es ajeno a los conflictos ni al derramamiento de sangre, como hemos visto trágicamente en estos últimos días. Redoblemos nuestros esfuerzos para construir una paz real y duradera para todos los pueblos de la región.

Con este objetivo general, Chipre puede jugar un papel singular en la promoción del diálogo y la cooperación. Trabajando pacientemente por la paz de vuestros hogares y por la prosperidad de vuestros vecinos, seréis capaces de escuchar y comprender todos los aspectos de muchas situaciones complejas, y de ayudar a los pueblos a lograr un mayor entendimiento entre unos y otros. Señor Presidente, la comunidad internacional está atenta con gran interés y esperanza al camino que habéis emprendido, y percibo con satisfacción todos los esfuerzos realizados en la promoción de la paz para su pueblo y toda la isla de Chipre.

Doy gracias a Dios por estos días, que han visto el primer encuentro en su propia tierra de la comunidad católica chipriota con el Sucesor de Pedro; igualmente, me llevo un recuerdo muy grato de mis encuentros con otros líderes cristianos, en particular con Su Beatitud Chrysostomos II, y con otros representantes de la Iglesia de Chipre, a los que agradezco su acogida fraterna. Espero que mi visita se considere como otro paso adelante en el camino abierto con el abrazo en Jerusalén entre el entonces Patriarca Athenagoras y mi venerable predecesor, el Papa Pablo VI. Aquel primer paso profético que dieron juntos nos mostró el camino que también nosotros debemos recorrer. Hemos recibido una llamada divina a ser hermanos, a caminar codo con codo en la fe, con humildad ante Dios Todopoderoso y unidos con el vínculo inquebrantable del afecto mutuo. Invito a los discípulos de Cristo a continuar con esta tarea y les aseguro que la Iglesia católica, con la gracia del Señor, seguirá aspirando a la meta de la perfecta unidad en la caridad, a través de un mayor aprecio de lo que tanto católicos como ortodoxos consideran más valioso.

También quiero expresar nuevamente mi sincera esperanza, acompañada de mi oración, para que juntos, cristianos y musulmanes, sean fermento de paz y reconciliación entre los chipriotas, y sirvan de ejemplo para otros países.

Finalmente, Señor Presidente, le aliento a usted y a su Gobierno en su alta responsabilidad. Como bien sabe, una de sus más importantes tareas es asegurar la paz y la seguridad de todos los chipriotas. Estas pasadas noches, alojándome en la Nunciatura Apostólica, que se encuentra en la zona de amortiguación de las Naciones Unidas, he visto algo de la triste división de la isla, así como de la pérdida de una parte significativa del legado cultural que pertenece a toda la humanidad. He escuchado también a los chipriotas del norte que desean volver en paz a sus casas y lugares de culto, y me he conmovido profundamente por sus lamentos. Ciertamente, la verdad y la reconciliación, junto con el respeto, son las bases más sólidas para alcanzar un futuro de paz y unidad para la isla, y para la estabilidad y prosperidad de todas sus gentes. A este respecto, muchas cosas buenas se han alcanzado en los últimos años a través de un diálogo importante, aunque quede mucho por hacer para superar las divisiones. Le animo a usted y a sus conciudadanos a trabajar con paciencia y firmeza, junto con sus vecinos, en la construcción de un futuro mejor y más estable para todos sus hijos. A este propósito, les aseguro mis oraciones por la paz de todo Chipre.

Señor Presidente, queridos amigos, me despido con estas breves palabras. Muchas gracias y que el Dios, Uno y Trino, y la Santísima Virgen os bendiga siempre. Adiós. La paz sea con vosotros.


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