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2010

Ultimo Aggiornamento: 14/09/2013 20:45
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Papa Ratzi Superstar









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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A SU SANTIDAD IRENEO,
NUEVO PATRIARCA DE LA IGLESIA ORTODOXA SERBIA



A Su Santidad Ireneo,
Arzobispo de Pec,
Metropolitano de Belgrado-Karlovac
Patriarca de Serbia

Me alegra la noticia de su elección como Patriarca de la Iglesia ortodoxa serbia y pido al Señor que le conceda abundantes dones de gracia y sabiduría en el cumplimiento de sus elevadas responsabilidades al servicio de la Iglesia y del pueblo que se le ha encomendado.

Sucede al Patriarca Pavle, nuestro hermano de feliz memoria, pastor fervoroso y estimado, que le ha dejado una herencia espiritual rica y profunda. Como gran pastor y padre espiritual, guió con eficacia a la Iglesia y mantuvo su unidad frente a muchos desafíos. Siento el deber de expresar mi aprecio por su ejemplo de fidelidad al Señor y por sus numerosos gestos de apertura hacia la Iglesia católica.

Por lo tanto, Santidad, pido al Señor que le conceda la fuerza interior para consolidar la unidad y el crecimiento espiritual de la Iglesia ortodoxa serbia, así como para estrechar vínculos fraternos con otras Iglesias y comunidades eclesiales. Le aseguro la cercanía de la Iglesia católica y su compromiso de promover relaciones fraternas y el diálogo teológico, a fin de que se puedan superar los obstáculos que todavía impiden la plena comunión entre nosotros. Que el Señor bendiga nuestros esfuerzos comunes en este sentido, para que los discípulos de Cristo sean de nuevo ante el mundo testigos unidos de su amor salvífico.

Vaticano, 22 de enero de 2010



BENEDICTUS PP. XVI


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14/09/2013 19:36


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA NACIONAL
DE OBISPOS DE BRASIL CON MOTIVO
DE LA CAMPAÑA DE FRATERNIDAD ECUMÉNICA DE 2010



Al venerado hermano
Monseñor Geraldo Lyrio Rocha
Presidente de la Conferencia nacional de obispos de Brasil
Arzobispo de Mariana (MG)

Con el miércoles de Ceniza vuelve el tiempo favorable de salvación que es la Cuaresma, con su llamada insistente: "Reconciliaos con Dios" (2 Co 5, 20). Este grito debe resonar en los labios de quienes anuncian la Palabra de Dios: "Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita" (Carta para la proclamación del Año sacerdotal, 16 de junio de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de junio de 2009, p. 7). Estos sentimientos divinos fueron encomendados al santo cura de Ars, que en su tiempo supo transformar el corazón y la vida de muchas personas, porque logró hacer que sintieran el amor misericordioso del Señor.

Deseo el mismo éxito a las Iglesias y comunidades eclesiales en Brasil que, en este año, han decidido unir sus esfuerzos para reconciliar a las personas con Dios, ayudándolas a liberarse de la esclavitud del dinero. Como recuerda la Campaña de fraternidad ecuménica de 2010, citando palabras de Jesús, "no podéis servir a Dios y al dinero". A la vez que me alegro de ese propósito de conversión, recuerdo que la esclavitud del dinero y de la injusticia tiene "su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa connivencia con el mal" (Mensaje para la Cuaresma de 2010, 30 de octubre de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de febrero de 2010, p. 11). Por eso, os animo a perseverar en el testimonio del amor de Dios, del Hijo de Dios que se hizo hombre, del hombre que ha recibido la gracia de la vida de Dios, del único Bien que puede saciar el corazón de la gente, pues "además del pan y más que el pan, (el hombre) necesita a Dios" (ib.). Así lograréis afrontar el "desierto interior" del que hablé al inicio de mi ministerio petrino, invitando a la Iglesia, en su conjunto, a "ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud. (...) Nosotros existimos para mostrar a Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida" (Homilía del 24 de abril de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 6). Si "de la abundancia del corazón habla la boca" (Mt 12, 34), podéis conocer vuestro corazón a partir de vuestras palabras. "Reconciliaos con Dios", de modo que vuestras palabras sirvan sobre todo para hablar de Dios y a Dios.

Implorando las mayores bendiciones de Dios sobre la Campaña de fraternidad ecuménica de 2010, aprovecho la ocasión para enviar a mis hermanos y amigos de Brasil cordiales saludos, con deseos de todo bien en Jesucristo, único Salvador de todos.

Vaticano, 8 de febrero de 2010



BENEDICTUS PP. XVI


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MENSAJE DE FELICITACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I
CON OCASIÓN DE SU 70° CUMPLEAÑOS



A Su Santidad Bartolomé I
arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

La feliz ocasión de su 70° cumpleaños me ofrece la grata oportunidad de dar gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo y de quien recibimos todo bien, por las abundantes bendiciones que le ha concedido, Santidad, y al mismo tiempo de transmitirle mis mejores deseos.

Estos fervientes y fraternos deseos van acompañados de mis oraciones a fin de que nuestro único Señor lo sostenga con su fuerza y su gracia en su elevado ministerio de pastor, predicador y maestro de vida espiritual.

Con gratos recuerdos de nuestros encuentros, especialmente de mi visita a El Fanar con ocasión de la fiesta del apóstol Andrés, hermano de Pedro, intercambio con Su Santidad un santo abrazo, y le expreso mi confianza, apoyada en la oración, en que el Espíritu de Dios siga iluminando y guiando nuestro camino hacia la comunión plena que Cristo quiere para todos sus discípulos.

BENEDICTO XVI


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14/09/2013 19:40


MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A MONS. JUAN DE LA CRUZ BARROS MADRID,
ORDINARIO MILITAR DE CHILE,
CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE ERECCIÓN CANÓNICA
DE LA CIRCUNSCRIPCIÓN ECLESIÁSTICA CASTRENSE EN CHILE

Saludo cordialmente a Mons. Juan de la Cruz Barros Madrid, Ordinario Militar de Chile, así como a los sacerdotes, diáconos, seminaristas y fieles de ese Obispado Castrense, con motivo del centenario de la erección canónica del Vicariato Castrense de Chile, al mismo tiempo que me uno espiritualmente a la acción de gracias al Señor por los abundantes frutos de vida cristiana y de apostolado alcanzados durante este tiempo.

En esta circunstancia, animo a los miembros de esa Iglesia particular a que, intensificando su relación personal con el Señor en la oración, la escucha y meditación asidua de su Palabra, la participación digna en la Eucaristía y demás sacramentos, y el ejercicio constante de las obras de misericordia, den un testimonio valiente de su fe, como verdaderos discípulos y misioneros del Evangelio.

Los exhorto también a que, conscientes de su vocación bautismal, y ayudados por la gracia divina, se entreguen con renovada ilusión a ser portadores de la caridad de Cristo, como servidores y custodios de la paz, la seguridad y la convivencia armónica entre todos.

Con estos deseos, e invitando a todos a permanecer siempre unidos y fieles al Mensaje del Salvador, los confío a la amorosa protección de la Santísima Virgen del Carmen, a la vez que, como prenda de abundantes dones celestiales, les imparto con particular afecto la implorada Bendición Apostólica.

Vaticano, 23 de marzo de 2010

BENEDICTUS PP. XVI

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Messaggio augurale del Santo Padre Benedetto XVI, a firma del Card. Tarcisio Bertone, per i trent'anni dell'edizione in lingua polacca de «L'Osservatore Romano» (2 aprile 2010)

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Messaggio al Rabbino emerito Rav Elio Toaff, in occasione del suo 95° Genetliaco (3 maggio 2010)

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Messaggio al Cardinale Angelo Bagnasco in occasione della 46ª Settimana sociale dei cattolici italiani (12 ottobre 2010)

Italiano


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Messaggio Lumen caritatis in occasione del quarto centenario della canonizzazione di San Carlo Borromeo (1° novembre 2010)

English


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Messaggio al Card. Angelo Bagnasco in occasione della 62ª Assemblea Generale della Conferenza Episcopale Italiana (4 novembre 2010)

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Messaggio al Card. Crescenzio Sepe, in occasione dell'apertura dello speciale anno giubilare indetto dall'arcidiocesi partenopea (14 dicembre 2010)

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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA SEGUNDA EDICIÓN
DEL «KIRCHENTAG» ECUMÉNICO DE LAS IGLESIAS EN ALEMANIA



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Desde Roma saludo a todos los que se han reunido en la Theresienwiese de Munich para la celebración litúrgica de apertura del segundo Kirchentag ecuménico. Recuerdo de buen grado los años que viví en la hermosa capital de Baviera, como arzobispo de Munich y Freising. Por tanto, dirijo un saludo especial al arzobispo de Munich y Freising Reinhard Marx, y al obispo regional luterano Johannes Friedrich. Saludo a todos los obispos alemanes y de numerosos países del mundo y, de modo especial, también a los representantes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales y a todos los cristianos que participan en este evento ecuménico. Asimismo, saludo a los representantes de la vida pública y a todos aquellos que están presentes a través de la radio y la televisión. Que la paz del Señor resucitado esté con todos vosotros.

«Para que tengáis esperanza»: con este lema os habéis reunido en Munich. En un tiempo difícil queréis enviar una señal de esperanza a la Iglesia y a la sociedad. Os estoy muy agradecido por esto. En efecto, nuestro mundo necesita esperanza, nuestro tiempo necesita esperanza. Pero, ¿la Iglesia es un lugar de esperanza? En los últimos meses nos hemos tenido que confrontar repetidamente con noticias que quieren quitar la alegría a la Iglesia, que la oscurecen como lugar de esperanza. Como los siervos del dueño de casa en la parábola evangélica del reino de Dios, también nosotros queremos preguntar al Señor: «Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?» (Mt 13, 27). Sí, con su Palabra y con el sacrificio de su vida el Señor ha sembrado realmente la semilla buena en el campo de la tierra. Brotó y brota. No debemos pensar sólo en las grandes figuras luminosas de la historia, a las que la Iglesia ha reconocido el título de «santos», o sea completamente impregnados de Dios, resplandecientes a partir de él. Cada uno de nosotros conoce también a personas normales, a las que no menciona ningún periódico o no cita ninguna crónica, que a partir de la fe han madurado, alcanzando una gran humanidad y bondad. Abraham, en su apasionado diálogo con Dios para evitar la destrucción de la ciudad de Sodoma logró que el Señor del universo le asegurara que si encontraba diez justos no iba a destruir la ciudad (cf. Gn 18, 22-33). Gracias a Dios, en nuestras ciudades hay mucho más de diez justos. Si estamos un poco atentos, si no percibimos sólo la oscuridad, sino también lo que es claro y bueno en nuestro tiempo, vemos cómo la fe hace a los hombres puros y generosos y los educa en el amor. De nuevo: La cizaña existe también en el seno de la Iglesia y entre aquellos a los que el Señor ha acogido a su servicio de modo especial. Pero la luz de Dios no ha declinado, la semilla buena no se ha visto sofocada por la semilla del mal.

«Para que tengáis esperanza»: Esta frase quiere ante todo invitarnos a no perder de vista el bien y a los buenos. Quiere invitarnos a ser nosotros mismos buenos y a volver a ser buenos para siempre; quiere invitarnos a discutir con Dios en favor del mundo, como Abraham, tratando nosotros mismos de vivir con pasión de la justicia de Dios.

¿La Iglesia, por tanto, es un lugar de esperanza? Sí, pues de ella nos llega siempre y de nuevo la Palabra de Dios, que nos purifica y nos muestra el camino de la fe. Lo es, puesto que en ella el Señor sigue dándose a sí mismo, en la gracia de los sacramentos, en la palabra de la reconciliación, en los múltiples dones de su consolación. Nada puede ofuscar o destruir todo esto. De esto deberíamos estar contentos en medio de todas las tribulaciones. Hablar de la Iglesia como lugar de la esperanza que viene de Dios conlleva al mismo tiempo un examen de conciencia: ¿Qué hago con la esperanza que el Señor me ha donado? ¿Realmente me dejo modelar por su Palabra? ¿Me dejo cambiar y curar por él? ¿Cuánta cizaña en realidad crece dentro de mí? ¿Estoy dispuesto a extirparla? ¿Agradezco el don del perdón y estoy dispuesto a perdonar y a curar a mi vez en lugar de condenar?

Preguntémonos una vez más: ¿Qué es verdaderamente la «esperanza»? Las cosas que podemos hacer por nosotros mismos no son objeto de la esperanza, sino más bien una tarea que debemos realizar con la fuerza de nuestra razón, de nuestra voluntad y de nuestro corazón. Pero si reflexionamos sobre todo lo que podemos y debemos hacer, observamos que no podemos hacer las cosas más grandes, que nos llegan sólo como un don: la amistad, el amor, la alegría, la felicidad. Quiero hacer otra consideración: todos queremos vivir, y la vida tampoco podemos dárnosla nosotros mismos. Sin embargo, hoy ya casi nadie habla de la vida eterna, que en el pasado era el verdadero objeto de la esperanza. Puesto que las personas no se atreven a creer en ella, hay que esperar obtenerlo todo de la vida presente. Dejar de lado la esperanza en la vida eterna lleva a la avidez por una vida aquí y ahora, que casi inevitablemente se convierte en egoísta y, al final, es irrealizable. Precisamente cuando queremos adueñarnos de la vida como de una especie de bien, esta se nos escapa. Pero volvamos atrás. Las cosas grandes de la vida no podemos realizarlas nosotros, sólo podemos esperarlas. La buena nueva de la fe consiste precisamente en esto: existe Alguien que puede dárnoslas. No se nos deja solos. Dios vive. Dios nos ama. En Jesucristo se hizo uno de nosotros. Me puedo dirigir a él y él me escucha. Por esto, como Pedro, en la confusión de nuestros tiempos, que nos persuaden a creer en muchos otros caminos, le decimos: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69).

Queridos amigos, a todos los que estáis reunidos en la Theresienwiese en Munich, os deseo que os inunde de nuevo la alegría de poder conocer a Dios, de conocer a Cristo, y de que él nos conoce. Esta es nuestra esperanza y nuestra alegría en medio de las confusiones del tiempo presente.

Vaticano, 10 de mayo de 2010

BENEDICTUS PP XVI


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VIAJE APOSTÓLICO A PORTUGAL
EN EL 10° ANIVERSARIO DE LA BEATIFICACIÓN
DE JACINTA Y FRANCISCO, PASTORCILLOS DE FÁTIMA
(11-14 DE MAYO DE 2010)

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
EN EL 50° ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN
DEL SANTUARIO DEL CRISTO REY DE ALMADA

Terreiro do Paço - Lisboa
Martes 11 de mayo de 2010



Queridos hermanos y hermanas:

En estos momentos dirijo la mirada a la otra orilla del Tajo, donde se encuentra el monumento a Cristo Rey, casi en la clausura de las celebraciones de su 50 aniversario. Ante la imposibilidad de visitar el santuario –como quería Mons. Gilberto, Obispo de Setúbal–, quisiera indicar aquí a las nuevas generaciones los ejemplos de esperanza en Dios y la lealtad al voto que se le hizo, y que los obispos y los fieles de entonces nos han dejado esculpidos en el monumento, como signo de amor y reconocimiento por preservar la paz en Portugal. Desde allí, la imagen de Cristo extiende los brazos a todo Portugal, como si quisiera recordarle la Cruz en la que Jesús ha alcanzado la paz del universo y se ha manifestado como Rey y siervo, porque es el verdadero Salvador de la humanidad.

Que, como santuario, sea cada vez más un lugar donde todos los creyentes verifiquen cómo los criterios del Reino de Cristo han sido impresos en su vida de consagración bautismal, para promover la edificación del amor, la justicia y la paz, interviniendo en la sociedad en favor de los pobres y oprimidos, para centrar la espiritualidad de las comunidades cristianas en Cristo, Señor y juez de la historia.

Imploro abundantes bendiciones del cielo, creadoras de esperanza y de paz duradera en los corazones, las familias y la sociedad, sobre todos los que trabajan y sirven en el Santuario de Cristo Rey, sobre sus peregrinos y todos los diocesanos de Setúbal.



BENEDICTUS PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BÉLGICA



Al venerado hermano
monseñor André-Joseph Léonard
Arzobispo de Malinas-Bruselas
Presidente de la Conferencia episcopal de Bélgica

En este triste momento, deseo expresar mi particular cercanía y solidaridad a usted, querido hermano en el episcopado, y a todos los obispos de la Iglesia en Bélgica, por las sorprendentes y deplorables modalidades con las que se han realizado los registros en la catedral de Malinas y en la sede donde estaba reunido el episcopado belga en una sesión plenaria que, entre otras cosas, tenía que abordar también aspectos relacionados con el abuso de menores por parte de miembros del clero. Varias veces he recalcado yo mismo que tales graves hechos se deben tratar desde el ordenamiento civil y desde el canónico, en el respeto de la recíproca especificidad y autonomía. En tal sentido tengo esperanza en que la justicia siga su curso, garantizando los derechos fundamentales de las personas y de las instituciones, en el respeto a las víctimas, en el reconocimiento sin prejuicios de cuantos se empeñan en colaborar con ella y en el rechazo de todo aquello que ensombrece las nobles tareas a ella confiadas.

Mientras aseguro que acompaño diariamente con la oración el camino de esta Iglesia, con gusto envío mi afectuosa bendición apostólica.

Ciudad del Vaticano, 27 de junio de 2010

BENEDICTO PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CAPÍTULO GENERAL DE LOS ROGACIONISTAS



A los Delegados
de la Asamblea capitular
de los Rogacionistas del Corazón de Jesús

Con ocasión de vuestro XI capítulo general, deseo unirme espiritualmente a vosotros, que estáis viviendo un acontecimiento de gracia: es una llamada válida para volver cada vez más a las raíces de vuestra congregación, para profundizar en el carisma a fin de poderlo encarnar en el actual contexto sociocultural, en las formas más idóneas.

En estos intensos días queréis centrar vuestra atención en el tema «La Regla de vida, expresión de la consagración, garantía de la identidad carismática, apoyo de la comunión fraterna, proyecto de misión». Deseáis revisar y aprobar las constituciones y las normas de vuestro instituto para adecuarlas especialmente a la nueva sensibilidad eclesial surgida del concilio Vaticano II y codificada en el vigente Código de Derecho Canónico. Tal empeño reviste particular importancia, pues se trata de presentar a toda la familia religiosa los textos de referencia sobre los cuales cada uno deberá conformar la propia experiencia de vida fraterna y apostólica para ser signo elocuente del amor de Dios e instrumento de salvación en todo ambiente. ¡Que Dios bendiga vuestros propósitos! A fin de que ello sea fructífero, es necesario que conservéis fielmente el patrimonio espiritual que os transmitió vuestro fundador, san Aníbal María De Francia, quien amó con intensidad a Cristo, y en él siempre se inspiró en la realización de un diligente apostolado vocacional así como de una valiente obra a favor del prójimo necesitado. Seguid su ejemplo y continuad con alegría la misión, todavía hoy válida aunque hayan cambiado las condiciones sociales en las que vivimos. En particular, difundid cada vez más el espíritu de oración y de solicitud por todas las vocaciones en la Iglesia; sed obreros diligentes para la venida del reino de Dios, dedicándoos con toda energía a la evangelización y a la promoción humana.

El gran desafío de la inculturación os pide hoy anunciar la Buena Nueva con lenguajes y modos comprensibles a los hombres de nuestro tiempo, involucrados en procesos sociales y culturales en rápida transformación. ¡Así que es grande el campo de apostolado que se abre ante vosotros! Como vuestro fundador, donad vuestra existencia a cuantos tienen «sed» de esperanza; cultivad una auténtica pasión educativa sobre todo por los jóvenes; entregaos a una generosa actividad pastoral entre la gente, especialmente a favor de cuantos sufren en el cuerpo y en el espíritu. Al respecto, me gusta repetiros lo que dije recientemente, casi en la conclusión del Año sacerdotal: «Todo pastor, por tanto, es el medio a través del cual Cristo mismo ama a los hombres: mediante nuestro ministerio —queridos sacerdotes—, a través de nosotros, el Señor llega a las almas, las instruye, las custodia, las guía» (Audiencia general, L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de mayo de 2010, p. 15).

Vuestra congregación se beneficia de una larga historia, escrita por valientes testigos de Cristo y del Evangelio. Siguiendo sus pasos estáis hoy llamados a caminar con renovado celo para impulsaros, con profética libertad y prudente discernimiento, por audaces caminos apostólicos y fronteras misioneras, cultivando una estrecha colaboración con los obispos y los demás miembros de la comunidad eclesial. Los vastos horizontes de la evangelización y la urgente necesidad de dar testimonio del mensaje evangélico a todos, sin distinciones, constituyen el terreno de vuestro apostolado. Muchos esperan aún conocer a Jesús, único Redentor del hombre, y no pocas situaciones de injusticia y de malestar moral y material interpelan a los creyentes.

Una misión tan apremiante requiere incesantemente conversión personal y comunitaria. Sólo corazones totalmente abiertos a la acción de la gracia son capaces de interpretar los signos de los tiempos y percibir los llamamientos de la humanidad necesitada de esperanza y de paz.

Que resplandezca en los diversos ámbitos de vuestro servicio eclesial la adhesión fiel a Cristo y a su Evangelio. Que la Virgen santa, Reina de las vocaciones y Madre de los sacerdotes, os proteja, os ayude y sea la guía segura en el camino de vuestra Familia religiosa, a fin de que pueda llevar a cumplimiento cada proyecto suyo de bien. Con estos deseos, mientras aseguro mi afectuoso recuerdo en la oración por cada uno de vosotros y por vuestros trabajos capitulares, os imparto de corazón mi Bendición, que gustosamente extiendo a todos los Rogacionistas, a las Hijas del Divino Celo y a cuantos halléis en vuestro apostolado diario.



BENEDICTUS PP XVI


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MENSAJE DEL CARD. TARCISIO BERTONE,
SECRETARIO DE ESTADO,
EN NOMBRE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI,
CON OCASIÓN DEL XXXI MEETING
PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS

(Rímini, 22-28 de agosto de 2010)





A Su Excelencia Reverendísima
Mons. Francesco Lambiasi
Obispo de Rímini

Excelentísimo señor obispo:

Con alegría tengo el placer de transmitirle el saludo cordial del Santo Padre a usted, a los organizadores y a todos los participantes en el Meeting para la amistad entre los pueblos que se celebra en Rímini.

Este año el título de vuestro importante encuentro —«La naturaleza que nos impulsa a desear cosas grandes es el corazón»— nos recuerda que en el fondo de la naturaleza de todo hombre se encuentra una imborrable inquietud que lo impulsa a la búsqueda de algo que satisfaga su anhelo. Todo hombre intuye que precisamente en la realización de los deseos más profundos de su corazón puede encontrar la posibilidad de realizarse, de perfeccionarse, de llegar a ser verdaderamente él mismo.

El hombre sabe que no puede responder por sí solo a sus propias necesidades. Aunque se engañe pensando que es autosuficiente, experimenta que no puede bastarse a sí mismo. Necesita abrirse a otra realidad, a algo o a alguien, que pueda darle lo que le falta. Por decirlo así, debe salir de sí mismo hacia lo que tenga la capacidad de colmar la amplitud de su deseo.

Como subraya el título del Meeting, la meta última del corazón del hombre no es cualquier cosa, sino sólo las «cosas grandes». El hombre a menudo tiene la tentación de detenerse en las cosas pequeñas, en las que dan una satisfacción y un placer «barato», en las que satisfacen por un momento, cosas fáciles de obtener pero en definitiva ilusorias. En la narración evangélica de las tentaciones de Jesús (cf. Mt 4, 1-4) el diablo insinúa que es «el pan», es decir, la satisfacción material lo que puede saciar al hombre. Esto es una mentira peligrosa, porque contiene sólo una parte de verdad. En efecto, el hombre vive también de pan, pero no sólo de pan. La respuesta de Jesús desvela la falsedad última de esta posición: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). Sólo Dios basta. Sólo él sacia el hambre profunda del hombre. Quien ha encontrado a Dios, lo ha encontrado todo. Las cosas finitas pueden dar la apariencia de satisfacción o de alegría, pero sólo lo Infinito puede llenar el corazón del hombre: «Inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te», «Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (san Agustín, Confesiones, I, 1). El hombre, en el fondo, necesita sólo una cosa que lo contiene todo, pero antes debe aprender a reconocer, también a través de sus deseos y de sus anhelos superficiales, lo que necesita realmente, lo que quiere verdaderamente, lo que satisface la capacidad de su corazón.

Dios vino al mundo para despertar en nosotros la sed de las «cosas grandes». Se ve bien en la página evangélica, de inagotable riqueza, que narra el encuentro de Jesús con la samaritana (cf. Jn 4, 5-42), de la que san Agustín nos ha dejado un comentario luminoso. La samaritana vivía la insatisfacción existencial de quien todavía no ha encontrado lo que busca: había tenido «cinco maridos» y en aquel momento convivía con otro hombre. Esa mujer, como de costumbre, había ido a sacar agua del pozo de Jacob y encontró allí a Jesús, sentado, «fatigado del camino», en la canícula del mediodía. Después de pedirle de beber, es Jesús mismo quien le ofrece agua, y no un agua cualquiera, sino «agua viva», que puede apagar su sed. Y así él se abría espacio «poco a poco (…) en el corazón de ella» (san Agustín, Comentario al Evangelio de Juan XV, 12), suscitando el deseo de algo más profundo que la simple necesidad de satisfacer la sed material. San Agustín comenta: «Aquel que pedía de beber tenía sed de la fe de esa mujer» (ib., XV, 11). Dios tiene sed de nuestra sed de él. El Espíritu Santo, simbolizado en el «agua viva» de la que habla Jesús, es precisamente ese poder vital que apaga la sed más profunda del hombre y le da la vida total, la vida que este busca y espera sin conocerla. La samaritana dejó entonces el cántaro en el suelo «que ya no le servía, más aún, se había convertido en un peso: ahora anhelaba saciar su sed sólo con aquella agua» (ib., XV, 30).

También los discípulos de Emaús viven frente a Jesús la misma experiencia. De nuevo es el Señor quien hace «arder el corazón» a los dos mientras caminaban «con aire entristecido» (cf. Lc 24, 13-35). Aunque no habían reconocido a Jesús resucitado durante el trayecto que hicieron con él, sentían que su corazón «estaba ardiendo», retomaba vida, tanto es así que, cuando llegaron al pueblo, «insistieron» para que se quedara con ellos. «Quédate con nosotros, Señor»: es la expresión del deseo que palpita en el corazón de todo ser humano. Este deseo de «cosas grandes» debe transformarse en oración. Los Padres sostenían que rezar no es sino arder en deseo vehemente del Señor. En un hermosísimo texto san Agustín define la oración como expresión del deseo y afirma que Dios responde dilatando hacia él nuestro corazón: «Dios (…), suscitando en nosotros el deseo, dilata nuestra alma; y dilatando nuestra alma, la hace capaz de acogerlo» (Comentario a la primera carta de Juan, IV, 6). Por nuestra parte, debemos purificar nuestros deseos y nuestras esperanzas para poder acoger la dulzura de Dios. «Esta —prosigue san Agustín— es nuestra vida: ejercitarnos en el deseo» (ib.). Rezar delante de Dios es un camino, una escalera: es un proceso de purificación de nuestros pensamientos, de nuestros deseos. A Dios le podemos pedir todo, todo lo que es bueno. La bondad y el poder de Dios no conocen límite entre cosas grandes y cosas pequeñas, entre cosas materiales y espirituales, entre cosas terrenas y celestiales. En el diálogo con él, poniendo toda nuestra vida ante sus ojos, aprendemos a desear las cosas buenas, a desear, en el fondo, a Dios mismo. Se narra que, en uno de sus momentos de oración, santo Tomás de Aquino oyó al Señor crucificado que le decía: «Has escrito bien sobre mí, Tomás; ¿qué deseas?». «Nada fuera de ti» fue la respuesta del santo doctor. «Nada fuera de ti». Aprender a rezar es aprender a desear y así aprender a vivir.

A los cinco años del fallecimiento de monseñor Luigi Giussani, el Sumo Pontífice se une espiritualmente a los miembros del Movimiento de Comunión y Liberación. Como recordó durante la audiencia en la plaza de San Pedro el 24 de marzo de 2007, «don Giussani se empeñó (…) en despertar en los jóvenes el amor a Cristo, “camino, verdad y vida”, repitiendo que sólo él es el camino hacia la realización de los deseos más profundos del corazón del hombre».

Al comunicar a los participantes en el Meeting estas reflexiones, deseando que sirvan para conocer, encontrar y amar cada vez más al Señor y testimoniar en nuestro tiempo que las «grandes cosas» que anhela el corazón humano se encuentran en Dios, Su Santidad Benedicto XVI asegura su oración y de buen grado le envía a usted, señor obispo, a los responsables y los organizadores y a todos los presentes su bendición apostólica.

Uno cordialmente también mis mejores deseos y aprovecho la ocasión para confirmarme suyo devotísimo en el Señor.

Cardenal Tarcisio Bertone
Secretario de Estado


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14/09/2013 20:36


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA HERMANA MARY PREMA PIERICK, SUPERIORA GENERAL
DE LAS MISIONERAS DE LA CARIDAD, POR EL CENTENARIO
DEL NACIMIENTO DE LA MADRE TERESA DE CALCUTA



Envío un cordial saludo a usted y a todas las Misioneras de la Caridad al inicio de las celebraciones del centenario del nacimiento de la beata madre Teresa, fundadora de vuestra congregación y modelo ejemplar de virtud cristiana. Espero que este año sea para la Iglesia y para el mundo una ocasión de gozosa gratitud a Dios por el don inestimable que la madre Teresa fue durante su vida y sigue siendo a través de la obra amorosa e incansable que realizáis vosotras, sus hijas espirituales.

Al prepararos para este año, os habéis esforzado por acercaros más aún a la persona de Jesús, cuya sed de almas apagáis sirviéndole a él en los más pobres entre los pobres. Habiendo respondido con confianza a la llamada directa del Señor, la madre Teresa ejemplificó ante el mundo de modo excelente las palabras de san Juan: «Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» (1 Jn 4, 11-12).

Que este amor os siga impulsando a vosotras, Misioneras de la Caridad, a entregaros con generosidad a Jesús, a quien veis y servís en los pobres, las personas solas y los abandonados. Os animo a beber constantemente de la espiritualidad y el ejemplo de la madre Teresa y, siguiendo sus huellas, a acoger la invitación de Cristo: «Ven, sé mi luz». Uniéndome espiritualmente a las celebraciones del centenario, con gran afecto en el Señor imparto de corazón a las Misioneras de la Caridad y a todos aquellos a quienes servís, mi paternal bendición apostólica.


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MENSAJE DEL CARD. TARCISIO BERTONE,
EN NOMBRE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI,
CON OCASIÓN DE LA INAUGURACIÓN DE LA NUEVA SEDE
DEL SEMINARIO ARQUIDIOCESANO
SAN CARLOS Y SAN AMBROSIO DE LA HABANA



Vaticano, 17 de octubre de 2010

Señor Cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino
Arzobispo de San Cristóbal de la Habana

Al abrirse la nueva sede del seminario arquidiocesano San Carlos y San Ambrosio, de La Habana, Su Santidad Benedicto XVI saluda cordialmente a los pastores y fieles congregados en esa feliz circunstancia, así como a los formadores y seminaristas, pidiendo a Dios que este acto solemne sea al mismo tiempo signo y aliciente de un renovado vigor en el compromiso de velar por su esmerada preparación humana, espiritual y académica de los que en esa institución caminan hacia el ministerio sacerdotal. Asimismo, el Papa los invita a identificarse cada día más con los sentimientos de Cristo, Buen Pastor, por medio de la oración asidua, la seria aplicación al estudio, la escucha humilde de su divina Palabra, la digna celebración de los sacramentos y el testimonio audaz de su amor como auténticos discípulos y misioneros del Evangelio de la salvación.

Con estos vivos deseos, el Santo Padre, a la vez que confía a toda la comunidad de esa institución docente la protección de la Santísima Virgen María, que bajo el título de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre es invocada con fervor en la amada nación cubana, les imparte de corazón una especial bendición apostólica, que complacido extiende a todos los que generosamente han contribuido a la construcción del nuevo edificio y a los participantes en la celebración inaugural.

Cardenal Tarcisio Bertone
Secretario de Estado de Su Santidad

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MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL FUNERAL POR LAS VÍCTIMAS DEL ATENTADO
CONTRA LA CATEDRAL SIROCATÓLICA DE BAGDAG



Profundamente conmovido por la muerte violenta de tantos fieles y de los sacerdotes Tha’ir Saad y Boutros Wasim, con ocasión del sagrado rito de exequias quiero hacerme partícipe espiritualmente, mientras rezo para que estos hermanos y hermanas sean acogidos por la misericordia de Cristo en la casa del Padre.

Desde hace años este amado país sufre indecibles penas y también los cristianos se han convertido en objeto de bárbaros ataques que, con total desprecio de la vida, don inviolable de Dios, quieren minar la confianza y la convivencia civil.

Renuevo mi llamamiento para que el sacrificio de estos hermanos y hermanas nuestros sea semilla de paz y de verdadero renacimiento, y para que todos los que desean la reconciliación, la convivencia fraterna y solidaria, encuentren motivo y fuerza para obrar el bien.

A todos vosotros, queridos hermanos e hijos, os envío mi confortadora bendición apostólica, que de buen grado extiendo a los heridos y a vuestras familias tan duramente probadas.


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
JUSTICIA Y PAZ



Al venerado hermano
Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson
Presidente del Consejo pontificio Justicia y paz

1. Con ocasión de la asamblea plenaria, deseo ante todo dar gracias al dicasterio por su múltiple compromiso al ayudar a toda la Iglesia, particularmente a esta Sede apostólica, en una renovada evangelización de lo social, a comienzos del tercer milenio. No sólo las personas individualmente, sino también los pueblos y la gran familia humana esperan —frente a injusticias y fuertes desigualdades— palabras de esperanza, plenitud de vida y la indicación de Aquel que puede salvar a la humanidad de sus males radicales.

2. Como recordé en mi encíclica Caritas in veritate —siguiendo las huellas del siervo de Dios Pablo VI— el anuncio de Jesucristo es «el primer y principal factor de desarrollo» (n. 8). De hecho, gracias a él se puede avanzar por la senda del crecimiento humano integral con el ardor de la caridad y la sabiduría de la verdad en un mundo en el que, a menudo, la mentira acecha al hombre, a la sociedad y a la comunión. Viviendo la «caridad en la verdad» podemos ofrecer una mirada más profunda para comprender las grandes cuestiones sociales e indicar algunas perspectivas esenciales para su solución en sentido plenamente humano. Sólo con la caridad, sostenida por la esperanza e iluminada por la luz de la fe y de la razón, es posible conseguir objetivos de liberación integral del hombre y de justicia universal. La vida de las comunidades y de cada uno de los creyentes, alimentada por la meditación asidua de la Palabra de Dios, por la participación frecuente en los sacramentos y por la comunión con la Sabiduría que viene de lo alto, crece en su capacidad de profecía y de renovación de las culturas y de las instituciones públicas. Así los ethos de los pueblos pueden gozar de un fundamento verdaderamente sólido, que refuerza el consenso social y sustenta las reglas de procedimiento. El compromiso de construcción de la ciudad se apoya en conciencias guiadas por el amor a Dios y, por esto, naturalmente orientadas hacia el objetivo de una vida buena, estructurada sobre el primado de la trascendencia. «Caritas in veritate in re sociali»: así me pareció oportuno describir la doctrina social de la Iglesia (cf. ib., n. 5), según su enraizamiento más auténtico —Jesucristo, la vida trinitaria que él nos da— y según toda su fuerza capaz de transfigurar la realidad. Tenemos necesidad de esta enseñanza social para ayudar a nuestras civilizaciones y a nuestra propia razón humana a captar toda la complejidad de la realidad y la grandeza de la dignidad de toda persona. El Compendio de la doctrina social de la Iglesia ayuda, precisamente en este sentido, a entrever la riqueza de la sabiduría que viene de la experiencia de comunión con el Espíritu de Dios y de Cristo y de la acogida sincera del Evangelio.

3. En la encíclica Caritas in veritate señalé problemas fundamentales que afectan al destino de los pueblos y de las instituciones mundiales, así como a la familia humana. El ya próximo aniversario de la encíclica Mater et magistra del beato Juan XXIII nos impulsa a considerar con constante atención los desequilibrios sociales, sectoriales, nacionales, así como los desequilibrios entre recursos y poblaciones pobres, entre técnica y ética. En el actual contexto de globalización, estos desequilibrios no han desaparecido. Han cambiado los sujetos, las dimensiones de las problemáticas, pero la coordinación entre los Estados —a menudo inadecuada, porque está orientada a la búsqueda de un equilibrio de poder, más que a la solidaridad— deja espacio a renovadas desigualdades, al peligro del predominio de grupos económicos y financieros que dictan —y pretenden seguir haciéndolo— la agenda de la política, en perjuicio del bien común universal.

4. Respecto a una cuestión social cada vez más interconectada en sus diversos ámbitos, parece de particular urgencia el compromiso en la formación del laicado católico en la doctrina social de la Iglesia. De hecho, los fieles laicos tienen el deber inmediato de trabajar por un orden social justo. Como ciudadanos libres y responsables, deben comprometerse para promover una recta configuración de la vida social, en el respeto de la legítima autonomía de las realidades terrenas. Así, la doctrina social de la Iglesia representa la referencia esencial para los proyectos y la acción social de los fieles laicos, así como para su espiritualidad, que se alimente y se encuadre en la comunión eclesial: comunión de amor y de verdad, comunión en la misión.

5. Los christifideles laici, sin embargo, precisamente porque toman energías e inspiración de la comunión con Jesucristo, viviendo integrados con los demás componentes de la comunidad eclesial, deben encontrar a su lado a sacerdotes y obispos capaces de ofrecer una incansable obra de purificación de las conciencias, así como un apoyo indispensable y una ayuda espiritual al testimonio coherente de los laicos en lo social. Por ello, es de fundamental importancia una comprensión profunda de la doctrina social de la Iglesia, en armonía con todo su patrimonio teológico y fuertemente arraigada en la afirmación de la dignidad trascendente del hombre, en la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural y de la libertad religiosa. La doctrina social, comprendida así, debe insertarse también en la preparación pastoral y cultural de aquellos que, en la comunidad eclesial, están llamados al sacerdocio. Es necesario preparar fieles laicos capaces de dedicarse al bien común, especialmente en los ámbitos más complejos, como el mundo de la política, pero es urgente tener también pastores que, con su ministerio y carisma, sepan contribuir a la animación y a la irradiación, en la sociedad y en las instituciones, de una vida buena según el Evangelio, en el respeto de la libertad responsable de los fieles y de su propio papel de pastores, que en estos ámbitos tienen una responsabilidad mediata. La ya citada Mater et magistra proponía, hace casi 50 años, una verdadera movilización, según la caridad y la verdad, por parte de todas las asociaciones, los movimientos, las organizaciones católicas y de inspiración cristiana, para que todos los fieles, con compromiso, libertad y responsabilidad, estudiaran, difundieran y llevaran a la práctica la doctrina social de la Iglesia.

6. Mi deseo es, por tanto, que el Consejo pontificio Justicia y paz continúe su obra de ayuda a la comunidad eclesial y a todos sus componentes. Así pues, el dicasterio debe seguir esta obra no sólo en la elaboración de actualizaciones siempre nuevas de la doctrina social de la Iglesia, sino también de su experimentación, con el método de discernimiento que indiqué en la Caritas in veritate, según la cual, viviendo en la comunión de Jesucristo y entre nosotros, somos «encontrados» tanto por la Verdad de la salvación como por la verdad de un mundo que no hemos creado nosotros, sino que se nos ha dado como casa para compartir en la fraternidad. Con el fin de globalizar la doctrina social de la Iglesia, parece oportuno que aumenten los centros e institutos para su estudio, difusión y puesta en práctica en todo el mundo.

7. Tras la promulgación del Compendio y de la encíclica Caritas in veritate, es natural que el Consejo pontificio Justicia y paz se dedique a la profundización de los elementos de novedad y, en colaboración con otros sujetos, a la búsqueda de los medios más adecuados para transmitir los contenidos de la doctrina social, no sólo en los tradicionales itinerarios formativos y educativos cristianos de todo orden y grado, sino también en los grandes centros de formación del pensamiento mundial —como los grandes órganos de la prensa laica, las universidades y los numerosos centros de reflexión económica y social— que en los últimos tiempos se han desarrollado en todas las partes del mundo.

8. Que la Virgen María, venerada por el pueblo cristiano como Speculum iustitiae y Regina pacis, nos proteja y nos obtenga con su celestial intercesión la fuerza, la esperanza y la alegría necesarias para que sigamos dedicándonos con generosidad a la realización de una nueva evangelización de lo social.

Al expresar una vez más mi agradecimiento por la obra que lleva a cabo el dicasterio en todos sus componentes, auguro un trabajo fructífero y de buen grado imparto la bendición apostólica.

Vaticano, 3 de noviembre de 2010



BENEDICTUS PP XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PRESIDENTE DE COREA LEE MYUNG-BAK
CON OCASIÓN DEL G20 REUNIDO EN SEÚL




Al excelentísimo señor Lee Myung-bak
Presidente de la República de Corea

Señor presidente:
El inminente encuentro en Seúl de los jefes de Estado y de Gobierno de las veintidós principales economías mundiales junto con el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, la presidencia de la Unión Europea y algunas organizaciones regionales, así como con los responsables de varias agencias especializadas, no sólo tiene un alcance global, sino que también es un signo claro de la relevancia y la responsabilidad que Asia ha adquirido en el concierto internacional a comienzos del siglo XXI. La presidencia coreana de la cumbre es un reconocimiento del significativo nivel de desarrollo económico que ha alcanzado su país, que es el primero, entre los que no pertenecen al g8, que acoge el G20 y guía sus decisiones en el mundo después de la crisis. La cumbre trata de encontrar soluciones a cuestiones bastante complejas, de las que depende el futuro de las próximas generaciones y que, por tanto, requieren la cooperación de toda la comunidad internacional, basada en el reconocimiento —común y concorde de todos los pueblos— del valor primario y central de la dignidad humana, que es el objetivo último de esas mismas decisiones.

La Iglesia católica, de acuerdo con su naturaleza específica, comparte el interés y las preocupaciones de los líderes que tomarán parte en la cumbre de Seúl. Por lo tanto, aliento a que se afronten los numerosos y serios problemas que se plantean —y a los que en cierto sentido se enfrenta toda persona humana hoy— teniendo presentes las razones profundas de la crisis económica y financiera y considerando adecuadamente las consecuencias de las medidas adoptadas para superar la crisis, buscando soluciones duraderas, sostenibles y justas. Al actuar así, confío en que sean profundamente conscientes de que las soluciones adoptadas, como tales, sólo funcionarán si, en definitiva, se proponen alcanzar el mismo objetivo: el desarrollo auténtico e integral del hombre.

El mundo los mira con atención y espera que se adopten soluciones apropiadas para salir de la crisis, con acuerdos comunes que no favorezcan a algunos países a costa de otros. La historia nos recuerda, asimismo, que aunque sea difícil conciliar las diferentes identidades socioculturales, económicas y políticas coexistentes hoy, dichas soluciones, para ser eficaces, deben aplicarse actuando sinérgicamente y, sobre todo, respetando la naturaleza del hombre. Para el futuro mismo de la humanidad es decisivo demostrar al mundo y a la historia que hoy, también gracias a esta crisis, el hombre ha madurado hasta el punto de reconocer que las civilizaciones y las culturas, al igual que los sistemas económicos, sociales y políticos, pueden y deben converger en una visión compartida de la dignidad humana, que respete las leyes y las exigencias que Dios creador le ha dado. El G20 responderá a las expectativas puestas en él y representará un verdadero éxito para las generaciones futuras si, tomando en consideración los distintos problemas, a veces contrastantes, que afligen a los pueblos de la tierra, delinea las características del bien común universal y demuestra la voluntad de cooperar para alcanzarlo.

Con estos sentimientos invoco la bendición de Dios sobre todos los participantes en la cumbre de Seúl y aprovecho la ocasión para renovarle, señor presidente, la seguridad de mi atenta y distinguida consideración.

Vaticano, 8 de noviembre de 2010


BENEDICTO XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA 25ª CONFERENCIA ORGANIZADA
POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL DE LA SALUD



Al venerado hermano
Zygmunt Zimowski
Presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud

Me alegra hacer llegar mi cordial saludo a los participantes en la XXV Conferencia internacional, que se inserta bien en el año conmemorativo de los 25 años de la institución del dicasterio, y ofrece un motivo más para dar gracias a Dios por este valioso instrumento para el apostolado de la misericordia. Expreso mi agradecimiento a todos aquellos que trabajan, en los distintos sectores de la pastoral de la salud, para vivir la diaconía de la caridad, que es central en la misión de la Iglesia. En este sentido, me complace recordar a los cardenales Fiorenzo Angelini y Javier Lozano Barragán, que han dirigido en estos 25 años el Consejo pontificio para la pastoral de la salud y saludo en particular al actual presidente del dicasterio, el arzobispo Zygmunt Zimowski, así como al secretario, al subsecretario, a los oficiales, a los colaboradores, a los relatores del congreso y a todos los presentes.

El tema que habéis elegido este año «Caritas in veritate. Para un cuidado de la salud equitativo y humano» reviste un interés especial para la comunidad cristiana, en la que es central el cuidado del hombre en cuanto ser, de su dignidad trascendente y de sus derechos inalienables. La salud es un bien precioso para la persona y para la colectividad que hay que promover, conservar y tutelar, dedicando los medios, recursos y energías necesarios a fin de que puedan gozar de él un mayor número de personas. Lamentablemente, todavía hoy sigue existiendo el problema de numerosas poblaciones del mundo que no tienen acceso a los recursos indispensables para satisfacer las necesidades fundamentales, particularmente en lo que se refiere a la salud. Es preciso actuar con mayor empeño a todos los niveles a fin de que el derecho a la salud sea efectivo, favoreciendo el acceso a la atención sanitaria básica. En nuestra época asistimos, por una parte, a una atención a la salud que corre el riesgo de transformarse en consumismo farmacológico, médico y quirúrgico, convirtiéndose casi en un culto del cuerpo y, por otra, a las dificultades de millones de personas para acceder a condiciones de subsistencia mínimas y a medicamentos indispensables para curarse.

También en el campo de la salud, parte integrante de la existencia de cada persona y del bien común, es importante instaurar una verdadera justicia distributiva que garantice tratamientos adecuados a todos, basándose en las necesidades objetivas. Por consiguiente, el mundo de la salud no puede eludir las reglas morales que deben gobernarlo para que no llegue a ser inhumano. Como subrayé en la encíclica Caritas in veritate, la doctrina social de la Iglesia siempre ha puesto de relieve la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social en los distintos sectores de las relaciones humanas (cf. n. 35). Se promueve la justicia cuando se acoge la vida del otro y se asume la responsabilidad por él, respondiendo a sus expectativas, porque en él se reconoce el rostro mismo del Hijo de Dios, que se hizo hombre por nosotros. La imagen divina impresa en nuestro hermano funda la altísima dignidad de toda persona y suscita en cada uno la exigencia del respeto, del cuidado y del servicio. El vínculo entre justicia y caridad, desde la perspectiva cristiana, es muy estrecho: «La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo “mío” al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es “suyo”, lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. (...) Quien ama con caridad a los demás es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es un camino alternativo o paralelo a la caridad: la justicia es “inseparable de la caridad”, intrínseca a ella. La justicia es el primer camino de la caridad (ib., 6). En este sentido, con una expresión sintética e incisiva, san Agustín enseñaba que «la justicia consiste en ayudar a los pobres» (De Trinitate, XIV, 9: pl 42, 1045).

Inclinarse, como el buen samaritano, hacia el hombre herido abandonado al borde del camino es cumplir la «justicia mayor» que Jesús pide a sus discípulos y realiza en su vida, porque el cumplimiento de la Ley es el amor. La comunidad cristiana, siguiendo las huellas de su Señor, ha cumplido el mandato de ir por el mundo a «enseñar y curar a los enfermos» y a lo largo de los siglos «ha sido muy sensible al ministerio para con los enfermos y los que sufren, como parte integrante de su misión» (Juan Pablo II, motu propio Dolentium hominum, 1), de testimoniar la salvación integral, que es salud del alma y del cuerpo.

El pueblo de Dios peregrino por las tortuosas sendas de la historia une sus esfuerzos a los de tantos otros hombres y mujeres de buena voluntad para dar un rostro verdaderamente humano a los sistemas sanitarios. La justicia sanitaria debe ser una de las prioridades en la agenda de los Gobiernos y las instituciones internacionales. Lamentablemente, junto a resultados positivos y alentadores, hay opiniones y líneas de pensamiento que la hieren: me refiero a cuestiones como las relacionadas con la llamada «salud reproductiva», con el recurso a técnicas artificiales de procreación que conllevan la destrucción de embriones, o con la eutanasia legalizada. Es preciso sostener y testimoniar, incluso contracorriente, el amor a la justicia, la tutela de la vida desde su concepción hasta su término natural y el respeto de la dignidad de todo ser humano: los valores éticos fundamentales son patrimonio común de la moralidad universal y base de la convivencia democrática.

Es necesario el esfuerzo conjunto de todos, pero también y sobre todo hace falta una profunda conversión de la mirada interior. Sólo si se mira al mundo con la mirada del Creador, que es una mirada de amor, la humanidad aprenderá a estar en la tierra en paz y justicia, destinando con equidad la tierra y sus recursos al bien de todo hombre y de toda mujer. Por esto, «desearía que se adoptara un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación en el bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida y en la prudencia, virtud que indica lo que se ha de hacer hoy, en previsión de lo que puede ocurrir mañana». (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2010, n. 9: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de diciembre de 2009, p. 9)

A los hermanos y hermanas que sufren les expreso mi cercanía y la invitación a vivir también la enfermedad como ocasión de gracia para crecer espiritualmente y participar en los sufrimientos de Cristo por el bien del mundo, y a todos vosotros, comprometidos en el vasto campo de la salud, os aliento en vuestro valioso servicio. A la vez que pido la protección maternal de la Virgen María, Salus infirmorum, os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo también a vuestras familias.

Vaticano, 15 de noviembre de 2010



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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE UN SIMPOSIO SOBRE LA FIGURA
Y LA OBRA DEL BEATO JOHN HENRY NEWMAN





Al Reverendo Padre
Hermann Geissler, f.s.o.
Director del International Centre of Newman Friends

Mientras sigue viva en mí la alegría por haber podido proclamar beato al cardenal John Henry Newman, durante mi reciente viaje al Reino Unido, le dirijo un cordial saludo a usted, a los ilustres relatores y a todos los participantes en el Simposio organizado en Roma por el Centro internacional de amigos de Newman. Expreso mi aprecio por el tema elegido: «La primacía de Dios en la vida y en los escritos del beato John Henry Newman». En efecto, este tema pone en su justo relieve el teocentrismo como perspectiva fundamental que caracterizó la personalidad y la obra del gran teólogo inglés.

Como es sabido, el joven Newman, a pesar de que, gracias a su madre, conoció la «religión de la Biblia», atravesó un período de dificultad y de dudas. A los catorce años sufrió el influjo de filósofos como Hume y Voltaire y, reconociéndose en sus objeciones contra la religión, se orientó, según la moda humanista y liberal de la época, hacia una especie de deísmo.

Al año siguiente, sin embargo, Newman recibió la gracia de la conversión, encontrando descanso «en el pensamiento de dos únicos seres absolutos y luminosamente evidentes en sí mismos, yo mismo y mi Creador» (J. H. Newman, Apologia pro vita sua, Milán 2001, pp. 137-138). Descubrió, por tanto, la verdad objetiva de un Dios personal y vivo, que habla a la conciencia y revela al hombre su condición de criatura. Comprendió su dependencia en el ser de Aquel que es el principio de todas las cosas, encontrando así en él el origen y el sentido de la identidad y singularidad personal. Esta particular experiencia constituye la base para la primacía de Dios en la vida de Newman.

Después de la conversión, se guió por dos criterios fundamentales —tomados del libro La fuerza de la verdad, del calvinista Thomas Scott— que manifiestan plenamente la primacía de Dios en su vida. El primero: «La santidad antes que la paz» (ib., p. 139) documenta su firme voluntad de adherirse al Maestro interior con la propia conciencia, de abandonarse confiadamente al Padre y de vivir en la fidelidad a la verdad reconocida. Estos ideales conllevaban «un gran precio que pagar». En efecto, Newman, ya sea como anglicano que como católico, tuvo que sufrir muchas pruebas, decepciones e incomprensiones. Sin embargo, nunca se rebajó a falsas componendas ni se contentó con fáciles consensos. Siguió siendo siempre honrado en la búsqueda de la verdad, fiel a los dictados de su conciencia y resuelto hacia el ideal de la santidad.

El segundo lema elegido por Newman: «El crecimiento es la única expresión de vida» (ib.), manifiesta perfectamente su disposición a una continua conversión, transformación y crecimiento interior, siempre confiadamente apoyado en Dios. Así descubrió su vocación al servicio de la Palabra de Dios y, dirigiéndose a los Padres de la Iglesia para encontrar más luz, propuso una verdadera reforma del anglicanismo, adhiriéndose por último a la Iglesia católica. Resumió su experiencia de crecimiento, en la fidelidad a sí mismo y a la voluntad del Señor, con las famosas palabras: «Aquí en la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones» (J. H. Newman, El desarrollo de la doctrina cristiana, Milán 2002, p. 75). Y Newman a lo largo de toda su vida se convirtió, se transformó, y de ese modo siguió siendo siempre el mismo, y llegó a ser cada vez más él mismo.

El horizonte de la primacía de Dios marca en profundidad también las numerosas publicaciones de Newman. En el citado ensayo sobre El desarrollo de la doctrina cristiana, escribió: «Hay una verdad; hay una sola verdad; (...) la búsqueda de la verdad no debe ser satisfacción de la curiosidad; la adquisición de la verdad no se parece en nada al entusiasmo por un descubrimiento; nuestro espíritu está sometido a la verdad; no es, por tanto, superior a ella y más que disertar sobre ella, debería venerarla» (pp. 344-345). La primacía de Dios se traduce pues, para Newman, en la primacía de la verdad, una verdad que hay que buscar ante todo disponiéndose interiormente a acogerla, en una confrontación abierta y sincera con todos, y que tiene su culmen en el encuentro con Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14, 6). Newman dio, por tanto, testimonio de la Verdad también con su riquísima producción literaria que abarca la teología, la poesía, la filosofía, la pedagogía, la exégesis, la historia del cristianismo, las novelas, las meditaciones y las oraciones.

Presentando y defendiendo la Verdad, Newman siempre estuvo atento también a encontrar el lenguaje apropiado, la forma justa y el tono adecuado. Trató de no ofender nunca y de dar testimonio de la amable luz interior («kindly light»), esforzándose por convencer con humildad, alegría y paciencia. En una oración dirigida a san Felipe Neri escribió: «Que mi aspecto sea siempre abierto y alegre, y mis palabras amables y agradables, como conviene a aquellos que, cualquiera que sea el estado de su vida, gozan del mayor de todos los bienes, del favor de Dios y de la espera de la felicidad eterna» (J. H. Newman, Meditazioni e preghiere, Milán 2002, pp. 193-194).

Al beato John Henry Newman, maestro en enseñarnos que la primacía de Dios es la primacía de la verdad y del amor, encomiendo las reflexiones y el trabajo del presente Simposio; y, a la vez, por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, me alegra impartirle a usted y a todos los participantes la implorada bendición apostólica, prenda de abundantes favores celestiales.

Vaticano, 18 de noviembre de 2010


BENEDICTO PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL FUNERAL DE LA MEMOR DOMINI
MANUELA CAMAGNI,
DE LA FAMILIA PONTIFICIA





Queridos hermanos y hermanas:

Habría deseado presidir las exequias de la querida Manuela Camagni, pero —como podéis imaginar— no me ha sido posible. Sin embargo, la comunión en Cristo nos permite a los cristianos una real cercanía espiritual, en la que compartimos la oración y el afecto del alma. En este vínculo profundo os saludo a todos, en particular a los familiares de Manuela, a los obispos presentes, a los sacerdotes, a los Memores Domini y a los amigos.

Quiero ofrecer aquí muy brevemente mi testimonio sobre esta hermana nuestra, que se ha ido al cielo. Muchos de vosotros conocen a Manuela desde hace tiempo. Yo pude beneficiarme de su presencia y de su servicio en el apartamento pontificio en los últimos cinco años, en una dimensión familiar. Por esto, deseo dar gracias al Señor por el don de la vida de Manuela, por su fe, por su generosa respuesta a la vocación. La divina Providencia la llevó a un servicio discreto pero muy valioso en la casa del Papa. Ella estaba contenta de esto, y participaba con alegría en los momentos de familia: en la santa misa de la mañana, en las vísperas, en las comidas en común y en las varias y significativas celebraciones de la casa.

El separarnos de ella de un modo tan repentino y la manera como nos ha sido arrebatada nos han provocado un gran dolor, que sólo la fe puede consolar. Encuentro un gran sostén al pensar en las palabras que son el nombre de su comunidad: Memores Domini. Meditando sobre estas palabras, sobre su significado, encuentro un sentido de paz, porque remiten a una relación profunda que es más fuerte que la muerte. Memores Domini quiere decir: «que recuerdan al Señor», es decir, personas que viven en la memoria de Dios y de Jesús, y en esta memoria cotidiana, llena de fe y de amor, encuentran el sentido de cada cosa, tanto de las pequeñas acciones como de las grandes decisiones, del trabajo, del estudio, de la fraternidad. La memoria del Señor llena el corazón de una alegría profunda, como dice un antiguo himno de la Iglesia: «Jesu dulcis memoria, dans vera cordis gaudia» (Jesús dulce memoria, que da la verdadera alegría del corazón).

Por esto me da paz pensar que Manuela es una Memor Domini, una persona que vive en la memoria del Señor. Esta relación con él es más profunda que el abismo de la muerte. Es un vínculo que nada ni nadie puede romper, como dice san Pablo: «(Nada) podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rm 8, 39). Sí, si recordamos al Señor es porque él, antes aún, se acuerda de nosotros. Somos memores Domini porque él es Memor nostri, se acuerda de nosotros con el amor de un Padre, de un Hermano, de un Amigo, incluso en el momento de la muerte. Aunque a veces pueda parecer que en ese momento él está ausente, que se olvida de nosotros, en realidad él nos tiene siempre presentes, estamos en su corazón. Dondequiera que podamos caer, caemos en sus manos. Precisamente allí, donde nadie puede acompañarnos, nos espera Dios: nuestra Vida.

Queridos hermanos y hermanas, en esta fe llena de esperanza, que es la fe de María al pie de la cruz de Jesús, celebré la santa misa en sufragio de Manuela la misma mañana de su muerte. Y mientras acompaño con la oración el rito cristiano de su sepultura, imparto con afecto a los familiares, a sus hermanas en la fe y a todos vosotros mi bendición.

BENEDICTO XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I
POR LA FIESTA DE SAN ANDRÉS





A Su Santidad Bartolomé I
Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

Es una gran alegría dirigirle, con ocasión de la fiesta de san Andrés Apóstol, hermano de san Pedro y patrono del Patriarcado ecuménico, este mensaje, encomendado al venerado hermano cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, para desear a Vuestra Santidad, a los miembros del Santo Sínodo, al clero, a los monjes y a todos los fieles abundancia de dones celestiales y de bendiciones divinas.

En este jubiloso día de fiesta, junto con todos los hermanos y hermanas católicos, me uno a usted en la acción de gracias a Dios por las maravillas que ha hecho, en su infinita misericordia, a través de la vida y el martirio de san Andrés. Los Apóstoles, ofreciendo generosamente su vida en sacrificio por el Señor y por sus hermanos, dieron testimonio de la Buena Nueva, que proclamaron hasta los confines del mundo entonces conocido. La fiesta del Apóstol, que cae en este mismo día en los calendarios litúrgicos de Oriente y Occidente, representa, para todos aquellos que por la gracia de Dios y el don del Bautismo han aceptado el mensaje de salvación, una fuerte invitación a renovar su fidelidad a la enseñanza de los Apóstoles y a convertirse en anunciadores incansables de la fe en Cristo, con la palabra y el testimonio de la vida.

En nuestro tiempo, esta invitación es más urgente que nunca e interpela a todos los cristianos. En un mundo marcado por una creciente interdependencia y solidaridad, estamos llamados a proclamar con renovada convicción la verdad del Evangelio y a presentar al Señor resucitado como la respuesta a los interrogantes y aspiraciones espirituales más profundos de los hombres y las mujeres de hoy.

Para tener éxito en esta gran tarea, debemos seguir avanzando en el camino hacia la plena comunión, mostrando haber unido ya nuestros esfuerzos por un testimonio común del Evangelio frente a los hombres de nuestro tiempo.

Por esta razón, quiero expresar mi sincera gratitud a Vuestra Santidad y al Patriarcado ecuménico por la generosa hospitalidad brindada el pasado mes de octubre en la isla de Rodas a los delegados de las Conferencias episcopales de Europa, que se reunieron con representantes de las Iglesias ortodoxas de Europa para el II Foro católico-ortodoxo sobre el tema «Relaciones Iglesia-Estado: perspectivas teológicas e históricas».

Santidad, sigo con atención sus sabios esfuerzos por el bien de la Ortodoxia y por la promoción de los valores cristianos en numerosos contextos internacionales. Asegurándole, en esta fiesta de san Andrés Apóstol, el recuerdo en mis oraciones, renuevo el deseo de paz, de salud y de abundantes bendiciones espirituales para usted y para todos los fieles.

Con sentimientos de estima y de cercanía espiritual, intercambio con usted el abrazo fraterno en el nombre de nuestro único Señor Jesucristo.

Vaticano, 30 de noviembre de 2010


BENEDETTO XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CARDENAL GIANFRANCO RAVASI
POR LA XV SESIÓN PÚBLICA DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS





Al venerado hermano
Cardenal Gianfranco Ravasi
Presidente del Consejo pontificio para la cultura

Con ocasión de la XV sesión pública de las Academias pontificias me complace hacerle llegar mi cordial saludo, que extiendo de buen grado a los presidentes y a los académicos, en particular a usted, venerado hermano, que preside el Consejo de coordinación. Asimismo, dirijo mi saludo a los señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los señores embajadores y a todos los participantes en esta cita anual.

Hace quince años, el venerable Juan Pablo II instituyó el Consejo de coordinación y el Premio de las Academias pontificias dando un significativo aliento y un consistente impulso al desarrollo de sus actividades. Ahora, evaluando atentamente todo lo que se ha hecho, es preciso impulsar ulteriormente el camino de renovación de todas y cada una de las Academias pontificias, a fin de que, de modo cada vez más eficaz, puedan dar su contribución a la Sede apostólica y a toda la Iglesia. Por tanto le pido a usted, venerado hermano, que siga con especial solicitud el recorrido de cada institución, promoviendo, al mismo tiempo, un proceso de apoyo recíproco y de creciente colaboración.

Han preparado la XV sesión pública la Academia pontificia mariana internacional y la Academia pontificia de la Inmaculada, las cuales, muy oportunamente, han querido que en esta solemne asamblea se recordara el 60° aniversario de la proclamación del dogma de la Asunción de María, proponiendo el tema: «La Asunción de María, signo de consuelo y de esperanza segura». En efecto, el 1 de noviembre de 1950, durante un memorable jubileo, el venerable Pío xii, promulgando la constitución apostólica Munificentissimus Deus, proclamaba solemnemente este dogma en la plaza de San Pedro. Algunos años antes, en 1946, el padre Carlo Balić, o.f.m., había fundado la Academia mariana internacional precisamente para sostener y coordinar el movimiento asuncionista.

En el difícil y delicado momento histórico que siguió a la conclusión de la segunda guerra mundial, Pío XII, con ese gesto solemne, quiso indicar, no sólo a los católicos, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, la singular figura de María como modelo y paradigma de la nueva humanidad redimida por Cristo: «Cabe esperar —afirmó— que todos aquellos que mediten los gloriosos ejemplos de María queden cada vez más persuadidos del valor de la vida humana (...) y que esté ante los ojos de todos, de modo luminosísimo, a cuán excelso fin están destinados los cuerpos y las almas; que la fe en la Asunción corporal de María al cielo haga más firme y activa la fe en nuestra resurrección» (Munificentissimus Deus: AAS 42 [1950] 753-771). Considero muy actuales estos deseos, y también yo os invito a todos a dejaros guiar por María para ser anunciadores y testigos de la esperanza que brota de la contemplación de los misterios de Cristo, muerto y resucitado para nuestra salvación.

María, de hecho, como enseña el concilio Vaticano II en la constitución dogmática Lumen gentium, es signo de esperanza cierta y de consuelo para el pueblo de Dios peregrino en la historia: «La madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 P 3, 10), brilla ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (n. 68). En la carta encíclica Spe salvi, dedicada a la esperanza cristiana, no podía yo dejar de recordar el papel especial de María para sostener y guiar el camino de los creyentes hacia la patria del cielo. Me dirigí a ella, invocándola como Estrella de la esperanza para la Iglesia y para toda la humanidad (cf. n. 49). María es la estrella resplandeciente de luz y de belleza, que anuncia y anticipa nuestro futuro, la condición definitiva a la cual nos llama Dios, Padre rico en misericordia.

Los Padres y los Doctores de la Iglesia, haciéndose eco también del sentimiento común de los fieles y reflexionando sobre lo que la liturgia celebraba, proclamaron el singular privilegio de María, e ilustraron su luminosa belleza, que sostiene y alimenta nuestra esperanza.

San Juan Damasceno, que dedicó a la Asunción de María tres magníficos sermones, predicados en Jerusalén en el año 740 ante la tumba que la tradición indica como la tumba de María, afirma lo siguiente: «Tu alma, de hecho, no bajó a los infiernos; tu carne no vio la corrupción. Tu cuerpo inmaculado y totalmente hermoso no permaneció en la tierra; al contrario, tú estás sentada en el trono en el reino celestial como reina, señora, dominadora, la Madre de Dios, la verdadera Madre de Dios elevada al cielo» (Homilía I sobre la Dormición: PG 96, 719).

De esta voz de la Iglesia de Oriente se hace eco, entre las numerosas voces del Occidente latino, la del cantor de María, san Bernardo de Claraval, el cual evoca así la Asunción: «Nuestra Reina nos ha precedido; nos ha precedido y la han recibido tan jubilosamente, que los siervos pueden seguir a su Señora con confianza diciendo: Llévanos contigo, correremos detrás del olor de tus perfumes (Ct 1, 3). Nuestra humanidad peregrina mandó delante a su Abogada que, al ser Madre del Juez y Madre de misericordia, podrá tratar con devoción y eficacia la causa de nuestra salvación. Nuestra tierra ha enviado hoy al cielo un precioso regalo a fin de que, dando y recibiendo, se unan en un feliz intercambio de amistad lo humano a lo divino, lo terreno a lo celestial, lo ínfimo a lo sumo (...) Es la Reina de los cielos, es misericordiosa, es la Madre del Hijo unigénito de Dios» (In assumptione b.m.v, Sermo I: PL 183, 415).

Recorriendo, pues, la via pulchritudinis que el siervo de Dios Pablo vi indicó como fecundo itinerario de investigación teológica y mariológica, quiero señalar la profunda sintonía entre el pensamiento teológico y místico, la liturgia, la devoción mariana y las obras de arte, que, con el esplendor de los colores y de las formas, cantan el misterio de la Asunción de María y su gloria celestial al lado del Hijo. Entre estas últimas, os invito a admirar dos particularmente significativas en Roma: los mosaicos absidales de las basílicas marianas de Santa María la Mayor y de Santa María en Trastevere.

Reflexión teológica y espiritual, liturgia, devoción mariana y representación artística forman verdaderamente un todo, un mensaje completo y eficaz, capaz de suscitar la maravilla de los ojos, de tocar el corazón y de impulsar la inteligencia a una comprensión todavía más profunda del misterio de María, en el que vemos claramente reflejado y anunciado nuestro destino, nuestra esperanza.

Por tanto, aprovecho esta ocasión para invitar a los estudiosos de teología y de mariología a recorrer la via pulchritudinis y deseo que, también en nuestros días, gracias a una mayor colaboración entre teólogos, liturgistas y artistas, se ofrezcan a la admiración y a la contemplación de todos, mensajes incisivos y eficaces.

Para alentar a cuantos quieren dar su contribución a la promoción y realización de un nuevo humanismo cristiano, acogiendo la propuesta que formuló el Consejo de coordinación, me alegra asignar ex aequo el Premio de las Academias eclesiásticas pontificias a la Academia mariana de la India, joven y activa sociedad mariológica-mariana que tiene su sede en Bangalore, en India —representada por su presidente, el reverendo Kulandaisamy Rayar—, y al profesor Luís Alberto Esteves dos Santos Casimiro por su profunda disertación doctoral titulada «La Anunciación del Señor en la pintura portuguesa del siglo XVI (1500-1550). Análisis geométrico, iconográfico y significado iconológico».

Asimismo deseo que, como signo de aprecio y de aliento, se otorgue la Medalla del Pontificado al grupo «Gen verde», expresión del Movimiento de los Focolares, por su compromiso artístico fuertemente impregnado de los valores evangélicos y abierto al diálogo entre los pueblos y las culturas.

Por último, a la vez que os deseo un compromiso cada vez más apasionado en vuestros respectivos campos de actividad, os encomiendo a cada uno y vuestro trabajo a la materna protección de la Virgen María, la Tota Pulchra, la Estrella de la esperanza, y de corazón le imparto imparto a usted, señor cardenal, y a todos los presentes una especial bendición apostólica.

Vaticano 15 de diciembre de 2010


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RADIOMENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA BBC DE LONDRES



(En la mañana del viernes 24 de diciembre, durante el programa «Thought for the Day», la BBC de Londres transmitió un radiomensaje del Papa, grabado el miércoles anterior al final de la audiencia general.)

Recordando con gran afecto mi visita de cuatro días al Reino Unido el pasado mes de septiembre, me alegra tener la oportunidad de saludaros nuevamente, más aún, de dirigir mi saludo a los oyentes, dondequiera que se encuentren, mientras nos preparamos para celebrar el nacimiento de Cristo. Nuestros pensamientos vuelven a un momento de la historia en el que el pueblo elegido por Dios, los hijos de Israel, vivían una intensa espera. Esperaban al Mesías que Dios había prometido enviar, y lo describían como un gran líder que los rescataría del dominio extranjero y restauraría su libertad.

Dios siempre es fiel a sus promesas, pero con frecuencia nos sorprende en el modo de cumplirlas. El Niño nacido en Belén trajo ciertamente la liberación, pero no sólo para las personas de aquel tiempo y lugar; él sería el Salvador de todos los hombres, en todos los lugares del mundo y a lo largo de la historia. Y la liberación que él trajo no fue política, lograda con medios militares: más bien, Cristo destruyó la muerte para siempre y restauró la vida por medio de su muerte ignominiosa en la cruz. Y, aunque nació en la pobreza y en el ocultamiento, lejos de los centros del poder terreno, él era el Hijo mismo de Dios. Por amor a nosotros tomó sobre sí nuestra condición humana, nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad, y nos abrió el camino que lleva a la plenitud de la vida, a la participación en la vida misma de Dios. Mientras meditamos en nuestro corazón en este grande misterio durante esta Navidad, demos gracias a Dios por su bondad para con nosotros, y anunciemos con alegría a quienes están a nuestro alrededor la buena nueva de que Dios nos ofrece librarnos de todo lo que nos oprime, nos da esperanza y nos trae vida.

Queridos amigos de Escocia, de Inglaterra, de Gales y de todas las partes del mundo de habla inglesa, quiero que sepáis que os tengo a todos muy presentes en mis oraciones en este tiempo santo. Pido por vuestras familias, por vuestros hijos, por los enfermos, por todos los que atraviesan cualquier forma de dificultad en este tiempo. Pido de modo especial por los ancianos y los que se acercan al final de sus días. Pido a Cristo, luz de las naciones, que disipe toda oscuridad de vuestra vida y os conceda a cada uno la gracia de una Navidad llena de paz y alegría. Que el Señor os bendiga a todos.


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