2011

Ultimo Aggiornamento: 20/08/2013 19:28
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VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE SAN MARINO-MONTEFELTRO

ENCUENTRO OFICIAL CON LOS MIEMBROS DEL GOBIERNO,
DEL CONGRESO Y DEL CUERPO DIPLOMÁTICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala del Gran y General Consejo del Palacio Público - República de San Marino
Domingo 19 de junio de 2011

(Vídeo)



Serenísimos capitanes regentes,
ilustres señores y señoras:

Os agradezco de corazón vuestra acogida; de manera particular expreso mi agradecimiento a los capitanes regentes, también por las amables palabras que me han dirigido. Saludo a los miembros del Gobierno y del Congreso, así como al Cuerpo diplomático y a todas las demás autoridades aquí reunidas. Al dirigirme a vosotros, abrazo idealmente a todo el pueblo de San Marino. Desde su nacimiento, esta República ha mantenido cordiales relaciones con la Sede apostólica, y en los últimos tiempos se han ido intensificando y consolidando. Mi presencia aquí, en el corazón de esta antigua República, expresa y confirma esta amistad.

Hace más de diecisiete siglos, un grupo de fieles, conquistados al Evangelio por la predicación del diácono Marino y por su testimonio de santidad, se congregó en torno a él para dar vida a una nueva comunidad. Recogiendo esta preciosa herencia, los sanmarinenses han permanecido siempre fieles a los valores de la fe cristiana, anclando sólidamente en ellos su convivencia pacífica, según criterios de democracia y de solidaridad. A lo largo de los siglos, vuestros padres, conscientes de estas raíces cristianas, supieron hacer fructificar el gran patrimonio moral y cultural que a su vez habían recibido, dando vida a un pueblo laborioso y libre, que, a pesar de lo exiguo del territorio, no ha dejado de ofrecer a las poblaciones confinantes de la península italiana y al mundo entero una contribución específica de civilización, caracterizada por la convivencia pacífica y el respeto mutuo.

Dirigiéndome hoy a vosotros, me alegro por vuestra adhesión a este patrimonio de valores, y os exhorto a conservarlo y a valorizarlo, porque se encuentra en la base de vuestra identidad más profunda, una identidad que pide a la gente y a las instituciones sanmarinenses que la asuman en plenitud. Gracias a ella, se puede construir una sociedad atenta al verdadero bien de la persona humana, a su dignidad y libertad, y capaz de salvaguardar el derecho de todo pueblo a vivir en paz. Son estos los fundamentos de la sana laicidad, dentro de la cual deben actuar las instituciones civiles, en su constante compromiso en defensa del bien común. La Iglesia, respetuosa de la legítima autonomía de la que debe gozar el poder civil, colabora con él, al servicio del hombre, en la defensa de sus derechos fundamentales, de aquellas instancias éticas que están inscritas en su misma naturaleza. Por eso la Iglesia se compromete para que las legislaciones civiles promuevan y tutelen siempre la vida humana, desde la concepción hasta su fin natural. Además, pide para la familia el debido reconocimiento y un apoyo efectivo. De hecho, sabemos bien que en el contexto actual se pone en tela de juicio la institución familiar, casi en un intento de ignorar su irrenunciable valor. Los que sufren las consecuencias son los grupos sociales más débiles, especialmente las generaciones jóvenes, más vulnerables y por eso más fácilmente expuestas a la desorientación, a situaciones de auto-marginación y a la esclavitud de las dependencias. A veces, a las realidades educativas les resulta difícil dar respuestas adecuadas a los jóvenes y, faltando el apoyo familiar, a menudo estos no pueden insertarse normalmente en el tejido social. También por esto es importante reconocer que la familia, tal como Dios la ha constituido, es el principal sujeto que puede favorecer un crecimiento armonioso y hacer que maduren personas libres y responsables, formadas en los valores profundos y perennes.

En el momento de dificultades económicas en que se encuentra también la comunidad sanmarinense, en el contexto italiano e internacional, mi palabra quiere ser una palabra de aliento. Sabemos que los años sucesivos a la segunda guerra mundial fueron un tiempo de estrecheces económicas, que obligó a miles de vuestros conciudadanos a emigrar. Vino después un periodo de prosperidad, gracias al desarrollo del comercio y del turismo, especialmente el estival favorecido por la cercanía de la costa adriática. En estas fases de relativa abundancia a menudo se verifica una cierta pérdida del sentido cristiano de la vida y de los valores fundamentales. Sin embargo, la sociedad sanmarinense manifiesta todavía una buena vitalidad y conserva sus mejores energías; lo prueban las múltiples iniciativas caritativas y de voluntariado a las que se dedican muchos conciudadanos vuestros. Quiero recordar también a los numerosos misioneros sanmarinenses, laicos y religiosos, que en las últimas décadas han salido de esta tierra para llevar el Evangelio de Cristo a varias partes del mundo. No faltan, por tanto, las fuerzas positivas que permitirán a vuestra comunidad afrontar y superar la actual situación de dificultad. A este respecto, espero que la cuestión de los trabajadores fronterizos, que ven en peligro su empleo, se pueda resolver teniendo en cuenta el derecho al trabajo y la tutela de las familias.

También en la República de San Marino, la actual situación de crisis impulsa a volver a proyectar el camino y es ocasión de discernimiento (cf. Caritas in veritate, 21), pues pone a todo el tejido social ante la impelente exigencia de afrontar los problemas con valentía y sentido de responsabilidad, con generosidad y empeño, haciendo referencia a aquel amor a la libertad que distingue a vuestro pueblo. En este contexto, quiero repetiros las palabras que dirigió el beato Juan XXIII a los regentes de la República de San Marino durante una visita oficial que realizaron a la Santa Sede: «El amor a la libertad —dijo el Papa Juan XXIII— goza entre vosotros de raíces exquisitamente cristianas, y vuestros padres, percibiendo su verdadero significado, os enseñaron a no separar nunca su nombre del de Dios, que es su fundamento insustituible» (Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, I, 341-343:AAS 60 [1959] 423-424). Esta advertencia del gran Papa sigue conservando hoy su valor imperecedero: la libertad que las instituciones están llamadas a promover y a defender en el ámbito social, manifiesta una libertad más grande y profunda, la libertad animada por el Espíritu de Dios, cuya presencia vivificante en el corazón del hombre da a la voluntad la capacidad de orientarse y de decidirse por el bien. Como afirma el apóstol san Pablo: «Porque es Dios quien activa en vosotros el querer y el obrar, para realizar su designio de amor» (Flp 2, 13). Y san Agustín, comentando este pasaje subraya: «Es cierto que somos nosotros los que queremos, cuando queremos; pero el que hace que queramos el bien es él», es Dios, y añade: «Por el Señor serán dirigidos los pasos del hombre y el hombre querrá seguir su camino» (De gratia et libero arbitrio, 16, 32).

Por tanto, a vosotros, distinguidos señores y señoras, os corresponde la tarea de construir la ciudad terrena con la debida autonomía y respetando los principios humanos y espirituales a los que cada ciudadano está llamado a adherirse con toda la responsabilidad de su conciencia personal; y, al mismo tiempo, el deber de seguir trabajando activamente para construir una comunidad fundada en valores compartidos. Serenísimos capitanes regentes e ilustres autoridades de la República de San Marino, expreso de corazón el deseo de que toda vuestra comunidad, compartiendo los valores civiles y con sus específicas peculiaridades culturales y religiosas, escriba una nueva y noble página de historia y sea cada vez más una tierra en la que prosperen la solidaridad y la paz. Con estos sentimientos encomiendo este amado pueblo a la intercesión maternal de la Virgen de las Gracias y de corazón invoco sobre todos y cada uno la bendición apostólica.


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VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE SAN MARINO-MONTEFELTRO

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS
DE SAN MARINO-MONTEFELTRO

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Atrio de la Catedral de Pennabilli
Domingo 19 de junio 2011

(Vídeo)



Queridos jóvenes:

Me alegra mucho estar hoy en medio de vosotros y con vosotros. Siento toda vuestra alegría y el entusiasmo que caracterizan a vuestra edad. Saludo y expreso mi agradecimiento a vuestro obispo, monseñor Luigi Negri, por las cordiales palabras de acogida, y a vuestro amigo que se ha hecho intérprete de los pensamientos y sentimientos de todos, y ha formulado algunas preguntas muy serias e importantes. Espero que a lo largo de esta exposición mía se hallen los elementos para encontrar las respuestas a esas preguntas. Saludo con afecto a los sacerdotes, a las religiosas, a los animadores que comparten con vosotros el camino de la fe y de la amistad; y naturalmente también a vuestros padres, que se alegran al veros crecer fuertes en el bien.

Nuestro encuentro aquí, en Pennabilli, ante esta catedral, corazón de la diócesis, y en esta plaza, nos remite con el pensamiento a los numerosos y diversos encuentros de Jesús que nos narran los Evangelios. Hoy quiero recordar el célebre episodio en que el Señor se hallaba en camino y uno —un joven— le salió al encuentro y, arrodillándose, le planteó esta pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 17). Nosotros tal vez hoy no lo expresaríamos así, pero el sentido de la pregunta es precisamente: ¿qué debo hacer, cómo debo vivir para vivir realmente, para encontrar la vida? Así pues, dentro de esta pregunta podemos ver encerrada la amplia y variada experiencia humana que se abre a la búsqueda del significado, del sentido profundo de la vida: ¿cómo vivir?, ¿por qué vivir? De hecho, la «vida eterna», a la que se refiere ese joven del Evangelio, no indica solamente la vida después de la muerte, no quiere saber sólo cómo llegar al cielo. Quiere saber: ¿cómo debo vivir ahora para tener ya la vida que puede ser luego también eterna? Por tanto, en esta pregunta el joven manifiesta la exigencia de que la existencia diaria encuentre sentido, plenitud, verdad. El hombre no puede vivir sin esta búsqueda de la verdad sobre sí mismo —quién soy yo, para qué debo vivir—, una verdad que impulse a abrir el horizonte y a ir más allá de lo que es material, no para huir de la realidad, sino para vivirla de una forma aún más verdadera, más rica de sentido y de esperanza, y no sólo en la superficialidad. Creo que esta es también vuestra experiencia —y lo he visto y escuchado en las palabras de vuestro amigo—. Los grandes interrogantes que llevamos en nuestro interior permanecen siempre, renacen siempre: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿para quién vivimos? Y estas preguntas son el signo más alto de la trascendencia del ser humano y de la capacidad que tenemos de no quedarnos en la superficie de las cosas. Y es precisamente mirándonos a nosotros mismos con verdad, con sinceridad y con valentía como intuimos la belleza, pero también la precariedad de la vida y sentimos una insatisfacción, una inquietud que ninguna realidad concreta logra colmar. Con frecuencia, al final todas las promesas se muestran insuficientes.

Queridos amigos, os invito a tomar conciencia de esta sana y positiva inquietud; a no tener miedo de plantearos las preguntas fundamentales sobre el sentido y sobre el valor de la vida. No os quedéis en las respuestas parciales, inmediatas, ciertamente más fáciles en un primer momento y más cómodas, que pueden dar algunos ratos de felicidad, de exaltación, de embriaguez, pero que no os llevan a la verdadera alegría de vivir, la que nace de quien construye —como dice Jesús— no sobre arena, sino sobre sólida roca. Así pues, aprended a reflexionar, a leer de modo no superficial, sino en profundidad, vuestra experiencia humana: descubriréis, con asombro y con alegría, que vuestro corazón es una ventana abierta al infinito. Esta es la grandeza del hombre y también su dificultad. Una de las falsas ilusiones producidas en el curso de la historia ha sido la de pensar que el progreso técnico-científico, de modo absoluto, podría dar respuestas y soluciones a todos los problemas de la humanidad. Y vemos que no es así. En realidad, aunque eso hubiera sido posible, nada ni nadie habría podido eliminar los interrogantes más profundos sobre el significado de la vida y de la muerte, sobre el significado del sufrimiento, de todo, porque estos interrogantes están inscritos en el alma humana, en nuestro corazón, y rebasan el ámbito de las necesidades. El hombre, incluso en la era del progreso científico y tecnológico —que nos ha dado tanto— sigue siendo un ser que desea más, más que la comodidad y el bienestar; sigue siendo un ser abierto a toda la verdad de su existencia, que no puede quedarse en las cosas materiales, sino que se abre a un horizonte mucho más amplio. Todo esto vosotros lo experimentáis continuamente cada vez que os preguntáis ¿por qué? Cuando contempláis un ocaso, o cuando una música mueve vuestro corazón y vuestra mente; cuando experimentáis lo que quiere decir amar de verdad; cuando sentís fuertemente el sentido de la justicia y de la verdad, y cuando sentís también la falta de justicia, de verdad y de felicidad.

Queridos jóvenes, la experiencia humana es una realidad que nos aúna a todos, pero a la que se le pueden dar diversos niveles de significado. Y es aquí donde se decide de qué modo orientar la propia vida y se elige a quién confiarla, en quién confiar. Siempre existe el peligro de quedar aprisionados en el mundo de las cosas, de lo inmediato, de lo relativo, de lo útil, perdiendo la sensibilidad por lo que se refiere a nuestra dimensión espiritual. No se trata, de ninguna manera, de despreciar el uso de la razón o de rechazar el progreso científico; todo lo contrario. Se trata más bien de comprender que cada uno de nosotros no está hecho sólo de una dimensión «horizontal», sino que comprende también la dimensión «vertical». Los datos científicos y los instrumentos tecnológicos no pueden sustituir al mundo de la vida, a los horizontes de significado y de libertad, o a la riqueza de las relaciones de amistad y de amor.

Queridos jóvenes, precisamente en la apertura a la verdad integral de nosotros mismos y del mundo descubrimos la iniciativa de Dios con respecto a nosotros. Él sale al encuentro de cada hombre y le da a conocer el misterio de su amor. En el Señor Jesús, que murió y resucitó por nosotros y nos dio el Espíritu Santo, somos incluso partícipes de la vida misma de Dios, pertenecemos a la familia de Dios. En él, en Cristo, podéis encontrar las respuestas a los interrogantes que acompañan vuestro camino, no de modo superficial, fácil, sino caminando con Jesús, viviendo con Jesús. El encuentro con Cristo no se limita a la adhesión a una doctrina, a una filosofía, sino que lo que él os propone es compartir su misma vida y así aprender a vivir, aprender lo que es el hombre, lo que soy yo. A aquel joven que le preguntó qué debía hacer para entrar en la vida eterna, es decir, para vivir de verdad, Jesús le responde invitándolo a renunciar a sus bienes y añade: «¡Ven y sígueme!» (Mc 10, 21). La palabra de Cristo muestra que vuestra vida encuentra significado en el misterio de Dios, que es Amor: un Amor exigente, profundo, que va más allá de la superficialidad. ¿Qué sería vuestra vida sin este amor? Dios cuida del hombre desde la creación hasta el fin de los tiempos, cuando llevará a cabo su proyecto de salvación. ¡En el Señor resucitado tenemos la certeza de nuestra esperanza! Cristo mismo, que bajó a las profundidades de la muerte y resucitó, es la esperanza en persona, es la Palabra definitiva pronunciada en nuestra historia, es una palabra positiva.

No temáis afrontar las situaciones difíciles, los momentos de crisis, las pruebas de la vida, porque ¡el Señor os acompaña, está con vosotros! Os animo a crecer en la amistad con él a través de la lectura frecuente del Evangelio y de toda la Sagrada Escritura, la participación fiel en la Eucaristía como encuentro personal con Cristo, el compromiso dentro de la comunidad eclesial, el camino con un buen director espiritual. Transformados por el Espíritu Santo, podréis experimentar la auténtica libertad, que es tal cuando está orientada al bien. De este modo vuestra vida, animada por una búsqueda continua del rostro del Señor y por la voluntad sincera de entregaros vosotros mismos, será para muchos coetáneos vuestr0s un signo, una llamada elocuente a hacer que el deseo de plenitud que todos tenemos se realice finalmente en el encuentro con el Señor Jesús. ¡Dejad que el misterio de Cristo ilumine toda vuestra persona! Entonces podréis llevar a los distintos ambientes la novedad que puede cambiar las relaciones, las instituciones, las estructuras, para construir un mundo más justo y solidario, animado por la búsqueda del bien común. ¡No cedáis a lógicas individualistas y egoístas! Que os conforte el testimonio de tantos jóvenes que han alcanzado la meta de la santidad: pensad en santa Teresa del Niño Jesús, en santo Domingo Savio, en santa María Goretti, en el beato Pier Giorgio Frassati, en el beato Alberto Marvelli —originario de esta tierra— y en tantos otros, para nosotros desconocidos, pero que vivieron su tiempo en la luz y en la fuerza del Evangelio, y encontraron la respuesta a cómo vivir, a qué debo hacer para vivir.

Al concluir este encuentro, quiero encomendaros a cada uno de vosotros a la Virgen María, Madre de la Iglesia. Como ella, pronunciad y renovad vuestro «sí» y alabad siempre al Señor con vuestra vida, porque él os da palabras de vida eterna. ¡Ánimo!, por tanto, queridos jóvenes y queridas jóvenes, en vuestro camino de fe y de vida cristiana; también yo estoy cerca de vosotros y os acompaño con mi bendición. Gracias por vuestra atención.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA
DE LA REUNIÓN DE LAS OBRAS PARA LA AYUDA
A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)

Sala Clementina
Viernes 24 de junio de 2011



Señor cardenal,
beatitud,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos miembros y amigos de la ROACO:

Deseo expresar a cada uno de vosotros la más cordial bienvenida y correspondo con mis mejores deseos a las amables palabras de saludo que me ha dirigido el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales y presidente de la Reunión de las Obras para la ayuda a las Iglesias orientales, acompañado por el arzobispo secretario, por el subsecretario y por los colaboradores eclesiásticos y laicos del dicasterio. Dirijo un saludo fraterno al nuevo patriarca maronita, Su Beatitud Béchara Boutros Raï, y extiendo mi saludo a los demás prelados, a los representantes de las agencias internacionales y de la Universidad de Belén, así como a los bienhechores aquí presentes. Doy las gracias a todos por cooperar con generosidad al mandato de caridad universal que el Señor Jesús confía incesantemente al Obispo de Roma como Sucesor de Apóstol san Pedro.

Ayer celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor. La procesión eucarística, que presidí desde la catedral de San Juan de Letrán hasta la basílica de Santa María la Mayor, constituye siempre una invitación a la amada ciudad de Roma y a toda la comunidad católica a permanecer y caminar por las sendas no fáciles de la historia, entre las grandes pobrezas espirituales y materiales del mundo, para ofrecer la caridad de Cristo y de la Iglesia, que brota del Misterio Pascual, misterio de amor, de entrega total que engendra la vida. La caridad «no pasa nunca» (1 Co 13, 8), dice el apóstol san Pablo, y es capaz de cambiar los corazones y el mundo con la fuerza de Dios, sembrando y despertando en todas partes la solidaridad, la comunión y la paz. Son dones confiados a nuestras frágiles manos, pero su desarrollo es seguro, porque el poder de Dios actúa precisamente en la debilidad, si sabemos abrirnos a su acción, si somos verdaderos discípulos y nos esforzamos por serle fieles (cf. 2 Co 12, 10).

Queridos amigos de la roaco, no olvidéis jamás la dimensión eucarística de vuestro objetivo para manteneros constantemente en la dinámica de la caridad eclesial. Deseo que esta caridad llegue de forma muy especial a Tierra Santa y también a todo Oriente Medio, para sostener allí la presencia cristiana. Os pido que hagáis todo lo posible, incluso implicando a las instancias públicas con las que entráis en contacto a nivel internacional, para que en Oriente, donde nacieron, los pastores y los fieles de Cristo puedan permanecer «no como extranjeros» sino como «conciudadanos» (Ef 2, 19), dando testimonio de Jesús, como los santos del pasado, hijos también ellos de las Iglesias orientales. Oriente es, con pleno derecho, su patria terrena. Allí precisamente están llamados también hoy a construir el bien de todos, indistintamente, gracias a su fe. Se debe reconocer una igual dignidad y una libertad real a todos aquellos que profesan esta fe, permitiendo así una colaboración ecuménica e interreligiosa más fructífera.

Os agradezco que hayáis reflexionado sobre los cambios que se están produciendo en los países del norte de África y de Oriente Próximo, que mantienen aún al mundo preocupado. Gracias también a la aportación que dieron en estos días el cardenal patriarca copto-católico y el patriarca maronita, así como el representante pontificio en Jerusalén y el custodio franciscano de Tierra Santa, la Congregación y las agencias podrán darse cuenta de las condiciones concretas en las que viven la Iglesia y las poblaciones en una región de suma importancia para el equilibrio y la paz mundiales. A través de vosotros, el Papa quiere estar cerca de quienes están sufriendo y de quienes intentan desesperadamente huir incrementando flujos migratorios a veces sin esperanza. Al respecto, pido la asistencia inmediata necesaria, pero sobre todo cualquier mediación posible, para que cesen las violencias y, en el respeto de los derechos de las personas y de las comunidades, se restablezcan en todas partes la concordia social y la convivencia pacífica. La ferviente oración y la reflexión nos ayudarán, mientras tanto, a leer las perspectivas emergentes en la actual época de prueba y de lágrimas: que el Señor de la historia las dirija siempre al bien común.

La Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los obispos celebrada el pasado mes de octubre en el Vaticano y en la que participasteis algunos de vosotros, ha acercado a los hermanos y hermanas de Oriente de modo aún más decidido al corazón de la Iglesia y nos ha preparado para descubrir los signos de novedad del tiempo actual. Pero inmediatamente después de aquella asamblea, la violencia absurda golpeó ferozmente a personas inermes (cf. Ángelus del 1 de noviembre de 2010) en la catedral siro-católica de Bagdad y, en los meses sucesivos, en muchos otros lugares. Este dolor sufrido por Cristo puede servir de ayuda para el crecimiento de la buena semilla y para dar frutos aún más fecundos, si Dios quiere. Confío, por tanto, a la buena voluntad de los miembros de la ROACO cuanto surgió en el Sínodo y también el valioso patrimonio espiritual constituido por el cáliz de la pasión de muchos cristianos como referencia para un servicio inteligente y generoso, que parta desde los últimos y que no excluya a nadie, y que siempre mida su autenticidad según el Misterio Eucarístico.

Queridos amigos, las Iglesias orientales católicas, bajo la guía de sus generosos pastores y también con vuestro apoyo insustituible, sabrán confirmar siempre la comunión con la Sede apostólica, celosamente custodiada a lo largo de los siglos, y dar una contribución original a la nueva evangelización tanto en la madre patria, como en la creciente diáspora. Pongo estos auspicios bajo la protección de la santísima Madre de Dios y del precursor de Cristo, san Juan Bautista, en la solemnidad litúrgica de su nacimiento. Se acerca también la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo: ese día daré gracias al buen Pastor, como ha recordado el cardenal Sandri, en el 60° aniversario de mi ordenación sacerdotal. Os agradezco vivamente vuestra oración y vuestra felicitación, con las que me habéis hecho un grato don. Os pido que compartáis mi súplica al «Dueño de la mies» (Mt 9, 38) para que conceda a la Iglesia y al mundo numerosos y ardientes obreros del Evangelio. Y como signo de mi afecto, me alegra impartir a cada uno de vosotros, a vuestros seres queridos y a las comunidades confiadas a vosotros la confortadora bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA ASOCIACIÓN SANTOS PEDRO Y PABLO

Sábado 25 de junio de 2011



Queridos amigos de la Asociación Santos Pedro y Pablo:

Os saludo con alegría y con afecto. Me alegra encontrarme con vosotros mientras estáis reunidos con ocasión del 40º aniversario de la Asociación: una conmemoración feliz, que invita al agradecimiento, al Señor ante todo, y al amado siervo de Dios Pablo VI, que tanto hizo para renovar también el ambiente Vaticano según las exigencias contemporáneas. Saludo en particular al presidente, doctor Calvino Gasparini, y le agradezco sus amables palabras; saludo al consiliario, monseñor Joseph Murphy, a los demás responsables y a todos los socios, como también a los exconsiliarios —entre los cuales el cardenal Coppa, que nos honra con su presencia— y el cardenal Bertone, que cuando era joven sacerdote fue formador ayudante de la entonces Guardia Palatina. Junto al altar del Señor y la tumba de san Pedro, elevamos en este momento un recuerdo especial por todos los que, en estos 40 años, se han sucedido en la dirección de la Asociación y que con entrega han formado parte de ella. Y a cuantos han dejado este mundo, que el Señor conceda la paz y la bienaventuranza de su reino.

También en mi espíritu, al encontrarme con vosotros, prevalece el sentimiento de gratitud, y está dirigido a vosotros, por el servicio que prestáis, sobre todo por el amor y el espíritu de fe con que lo realizáis. Vosotros dedicáis parte de vuestro tiempo, armonizándolo con los compromisos de familia y sustrayéndolo a menudo de vuestro descanso, para venir al Vaticano y colaborar en el buen orden de las celebraciones. Además, dais vida a numerosas iniciativas caritativas, en colaboración con las religiosas Hijas de la Caridad y con las Misioneras de la Caridad. Estos compromisos exigen una motivación profunda, que siempre es preciso renovar, gracias a una intensa vida espiritual. Para ayudar a los demás a orar, es necesario tener el corazón dirigido a Dios; para pedir respeto hacia los lugares sagrados y las cosas santas, es necesario que vosotros mismos tengáis el sentido cristiano de la sacralidad; para ayudar al prójimo con verdadero amor cristiano, debemos tener un espíritu humilde y una visión de fe. Vuestra actitud, a menudo sin palabras, constituye una indicación, un ejemplo, una llamada y, como tal, también tiene un valor educativo.

Naturalmente, presupuesto de todo esto es vuestra formación personal; y deseo deciros que precisamente por ella, como por todo lo que hacéis, os estoy particularmente agradecido. La Asociación Santos Pedro y Pablo, como toda auténtica asociación eclesial, se propone ante todo la formación de sus miembros, nunca como sustitución o alternativa a las parroquias, sino siempre de forma complementaria respecto a ellas. Por esto, me alegra que forméis parte de vuestras comunidades parroquiales y eduquéis a vuestros hijos en el sentido de la parroquia. Al mismo tiempo, me complace el hecho de que la Asociación sea, en su justa medida, exigente en prever periodos formativos específicos para los que desean hacerse socios efectivos, y ofrezca regularmente momentos oportunos para apoyar la perseverancia.

Un pensamiento especial dirijo a quienes, esta mañana, han pronunciado la solemne promesa de fidelidad; espero que tengan siempre la alegría de sentirse discípulos de Cristo en la Iglesia, y los exhorto a que den un buen testimonio del Evangelio en todos los ámbitos de su vida. También desde esta perspectiva, he apoyado desde el principio el proyecto de dar vida a un grupo juvenil. Saludo con especial afecto a los jóvenes y los animo a seguir el ejemplo del beato Pier Giorgio Frassati, amando a Dios con todo su corazón, gustando la belleza de la amistad cristiana y sirviendo a Cristo con gran discreción en los hermanos más pobres.

Queridos amigos, os agradezco también vuestra felicitación y, sobre todo, las oraciones con ocasión de mi 60º aniversario de sacerdocio. El regalo que habéis querido hacerme, una bella casulla, me recuerda que soy, antes que nada, sacerdote de Cristo, y me invita a acordarme de vosotros cuando celebro el Sacrificio redentor. ¡Gracias de corazón! Por último, quiero confiaros a todos a la Virgen María. Sé que en vuestra Asociación la veneráis con el título de Virgo fidelis. ¡Hoy más que nunca se necesita la fidelidad! Vivimos en una sociedad que ha perdido este valor. Se exalta mucho la capacidad de cambiar, la «movilidad», la «flexibilidad», por motivos económicos y organizativos incluso legítimos. Pero la calidad de una relación humana se ve en la fidelidad. La Sagrada Escritura nos muestra que Dios es fiel. Con su gracia y la ayuda de María, sed, por tanto, fieles a Cristo y a la Iglesia, dispuestos a soportar con humildad y paciencia el precio que eso conlleva. Que la Virgo fidelis os obtenga la paz en vuestras familias y que de ellas nazcan auténticas vocaciones cristianas, al matrimonio, al sacerdocio y a la vida consagrada. Por esto os aseguro un especial recuerdo en mi oración, a la vez que de corazón os bendigo a todos vosotros y a vuestros seres queridos.


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO
DE CONSTANTINOPLA
EN LA FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

Jueves 28 de junio de 2011



Queridos hermanos en Cristo:

Sed bienvenidos a Roma con ocasión de la fiesta de los patronos de esta Iglesia, los apóstoles san Pedro y san Pablo. Me complace particularmente saludaros con las palabras que san Pablo dirigió a los cristianos de esta ciudad: «Que el Dios de la paz esté con todos vosotros» (Rm 15, 33). Agradezco de todo corazón al venerado hermano, el patriarca ecuménico Su Santidad Bartolomé I y al Santo Sínodo del Patriarcado ecuménico que os han enviado a vosotros, queridos hermanos, como sus representantes para participar aquí con nosotros en esta solemne celebración.

El Señor Jesucristo, que se apareció a sus discípulos después de su resurrección, les encomendó la misión de ser testigos del Evangelio de salvación. Los Apóstoles llevaron a cabo fielmente esta misión, dando testimonio, hasta llegar al sacrificio cruento de la vida, de la fe en Cristo Salvador y del amor a Dios Padre. En esta ciudad de Roma, los apóstoles san Pedro y san Pablo afrontaron el martirio y desde entonces sus tumbas son objeto de veneración. Vuestra participación en esta fiesta nuestra, como la presencia de nuestros representantes en Constantinopla para la fiesta del apóstol san Andrés, expresa la amistad y la auténtica fraternidad que une a la Iglesia de Roma y al Patriarcado ecuménico, vínculos que se fundan sólidamente en la fe recibida por el testimonio de los Apóstoles. La íntima cercanía espiritual que experimentamos cada vez que nos reunimos, es para mí motivo de profunda alegría y de gratitud a Dios. Al mismo tiempo, sin embargo, la comunión incompleta que ya nos une debe crecer hasta alcanzar la plena unidad visible.

Seguimos con gran atención el trabajo de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto. Desde una perspectiva puramente humana, se podría tener la impresión de que el diálogo teológico sufre dificultades para avanzar. En realidad, el ritmo del diálogo está vinculado a la complejidad de los temas en discusión, que exigen un extraordinario esfuerzo de estudio, de reflexión y de apertura recíproca. Estamos llamados a proseguir juntos, en la caridad, este camino, invocando del Espíritu Santo luz e inspiración, con la certeza de que él nos quiere llevar al pleno cumplimiento de la voluntad de Cristo: que todos sean uno (cf. Jn 17, 21). Estoy particularmente agradecido con todos los miembros de la Comisión mixta y, en especial, con los co-presidentes, el metropolita de Pérgamo Ioannis y el cardenal Kurt Koch, por su infatigable dedicación, su paciencia y su competencia.

En un contexto histórico de violencia, indiferencia y egoísmo, muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten desorientados. Y precisamente con el testimonio común de la verdad del Evangelio podremos ayudar al hombre de nuestro tiempo a encontrar de nuevo el camino que conduce a la verdad. La búsqueda de la verdad, de hecho, es siempre también búsqueda de la justicia y de la paz; y con gran alegría constato el gran compromiso con que Su Santidad Bartolomé se prodiga en estos temas. En unión de propósitos y recordando el bello ejemplo de mi predecesor, el beato Juan Pablo II, he querido invitar a los hermanos cristianos, a los exponentes de las demás tradiciones religiosas del mundo y a personalidades del mundo de la cultura y de la ciencia, a participar el próximo 27 de octubre, en la ciudad de Asís, en una Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, que tendrá como tema «Peregrinos en la verdad, peregrinos en la paz». Caminar juntos por las calles de la ciudad de San Francisco será el signo de la voluntad de seguir recorriendo la senda del diálogo y de la fraternidad.

Eminencia, queridos miembros de la delegación, dándoos las gracias de nuevo por vuestra presencia en Roma en esta solemne circunstancia, os pido que llevéis mi fraternal saludo al venerado hermano el patriarca Bartolomé I, al Santo Sínodo, al clero y a todos los fieles del Patriarcado ecuménico, asegurándoles el afecto y la solidaridad de la Iglesia de Roma, que hoy está de fiesta por sus santos fundadores.

Vaticano, 28 de junio de 2011


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14/08/2013 11:04


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO
DE CONSTANTINOPLA
EN LA FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

Jueves 28 de junio de 2011



Queridos hermanos en Cristo:

Sed bienvenidos a Roma con ocasión de la fiesta de los patronos de esta Iglesia, los apóstoles san Pedro y san Pablo. Me complace particularmente saludaros con las palabras que san Pablo dirigió a los cristianos de esta ciudad: «Que el Dios de la paz esté con todos vosotros» (Rm 15, 33). Agradezco de todo corazón al venerado hermano, el patriarca ecuménico Su Santidad Bartolomé I y al Santo Sínodo del Patriarcado ecuménico que os han enviado a vosotros, queridos hermanos, como sus representantes para participar aquí con nosotros en esta solemne celebración.

El Señor Jesucristo, que se apareció a sus discípulos después de su resurrección, les encomendó la misión de ser testigos del Evangelio de salvación. Los Apóstoles llevaron a cabo fielmente esta misión, dando testimonio, hasta llegar al sacrificio cruento de la vida, de la fe en Cristo Salvador y del amor a Dios Padre. En esta ciudad de Roma, los apóstoles san Pedro y san Pablo afrontaron el martirio y desde entonces sus tumbas son objeto de veneración. Vuestra participación en esta fiesta nuestra, como la presencia de nuestros representantes en Constantinopla para la fiesta del apóstol san Andrés, expresa la amistad y la auténtica fraternidad que une a la Iglesia de Roma y al Patriarcado ecuménico, vínculos que se fundan sólidamente en la fe recibida por el testimonio de los Apóstoles. La íntima cercanía espiritual que experimentamos cada vez que nos reunimos, es para mí motivo de profunda alegría y de gratitud a Dios. Al mismo tiempo, sin embargo, la comunión incompleta que ya nos une debe crecer hasta alcanzar la plena unidad visible.

Seguimos con gran atención el trabajo de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto. Desde una perspectiva puramente humana, se podría tener la impresión de que el diálogo teológico sufre dificultades para avanzar. En realidad, el ritmo del diálogo está vinculado a la complejidad de los temas en discusión, que exigen un extraordinario esfuerzo de estudio, de reflexión y de apertura recíproca. Estamos llamados a proseguir juntos, en la caridad, este camino, invocando del Espíritu Santo luz e inspiración, con la certeza de que él nos quiere llevar al pleno cumplimiento de la voluntad de Cristo: que todos sean uno (cf. Jn 17, 21). Estoy particularmente agradecido con todos los miembros de la Comisión mixta y, en especial, con los co-presidentes, el metropolita de Pérgamo Ioannis y el cardenal Kurt Koch, por su infatigable dedicación, su paciencia y su competencia.

En un contexto histórico de violencia, indiferencia y egoísmo, muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten desorientados. Y precisamente con el testimonio común de la verdad del Evangelio podremos ayudar al hombre de nuestro tiempo a encontrar de nuevo el camino que conduce a la verdad. La búsqueda de la verdad, de hecho, es siempre también búsqueda de la justicia y de la paz; y con gran alegría constato el gran compromiso con que Su Santidad Bartolomé se prodiga en estos temas. En unión de propósitos y recordando el bello ejemplo de mi predecesor, el beato Juan Pablo II, he querido invitar a los hermanos cristianos, a los exponentes de las demás tradiciones religiosas del mundo y a personalidades del mundo de la cultura y de la ciencia, a participar el próximo 27 de octubre, en la ciudad de Asís, en una Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, que tendrá como tema «Peregrinos en la verdad, peregrinos en la paz». Caminar juntos por las calles de la ciudad de San Francisco será el signo de la voluntad de seguir recorriendo la senda del diálogo y de la fraternidad.

Eminencia, queridos miembros de la delegación, dándoos las gracias de nuevo por vuestra presencia en Roma en esta solemne circunstancia, os pido que llevéis mi fraternal saludo al venerado hermano el patriarca Bartolomé I, al Santo Sínodo, al clero y a todos los fieles del Patriarcado ecuménico, asegurándoles el afecto y la solidaridad de la Iglesia de Roma, que hoy está de fiesta por sus santos fundadores.

Vaticano, 28 de junio de 2011


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ENTREGA DEL «PREMIO RATZINGER» EN SU PRIMERA EDICIÓN

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala Clementina
Jueves 30 de junio de 2011



Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado,
distinguidos señores y señoras:

Ante todo quiero expresar mi alegría y gratitud por el hecho de que, con la entrega de su premio teológico, la Fundación que lleva mi nombre reconoce públicamente la obra realizada a lo largo de toda una vida por dos grandes teólogos, y a un teólogo de la generación más joven le da un signo de estímulo para progresar en el camino emprendido. Con el profesor González de Cardedal me une un camino común de muchos decenios. Ambos comenzamos con san Buenaventura y dejamos que él nos indicara la dirección. En una larga vida de estudioso, el profesor González ha tratado todos los grandes temas de la teología, y eso no simplemente reflexionando y hablando de ella desde un escritorio, sino también confrontándose siempre con el drama de nuestro tiempo, viviendo y también sufriendo de una forma muy personal las grandes cuestiones de la fe y así las cuestiones del hombre de hoy. De este modo, la palabra de la fe no es algo del pasado; en sus obras se hace verdaderamente contemporánea a nosotros. El profesor Simonetti nos ha abierto de un modo nuevo el mundo de los Padres. Precisamente mostrándonos desde el punto de vista histórico con precisión y atención lo que dicen los Padres, ellos se vuelven personas contemporáneas a nosotros, que hablan con nosotros. El padre Maximilian Heim recientemente ha sido elegido abad del monasterio de Heiligenkreuz en Viena —un monasterio rico en tradición— asumiendo así la tarea de hacer actual una gran historia y llevarla hacia el futuro. En esto, espero que el trabajo sobre mi teología, que él nos ha ofrecido, pueda ser útil y que la abadía de Heiligenkreuz pueda desarrollar ulteriormente, en nuestro tiempo, la teología monástica, que siempre ha acompañado a la universitaria, formando con ella el conjunto de la teología occidental.

Con todo, no me corresponde a mí hacer aquí una laudatio de los premiados, pues ya la ha hecho el cardenal Ruini de manera competente. Ahora bien, la entrega del premio puede brindar la ocasión para reflexionar por un momento en la cuestión fundamental de qué es de verdad la «teología». La teología es ciencia de la fe, nos dice la tradición. Pero aquí surge inmediatamente la pregunta: realmente, ¿es posible esto?, o ¿no es en sí una contradicción? ¿Acaso ciencia no es lo contrario de fe? ¿No cesa la fe de ser fe cuando se convierte en ciencia? Y ¿no cesa la ciencia de ser ciencia cuando se ordena o incluso se subordina a la fe? Estas cuestiones, que constituían un serio problema ya para la teología medieval, con el concepto moderno de ciencia se han vuelto aún más apremiantes, a primera vista incluso sin solución. Así se comprende por qué, en la edad moderna, la teología en amplios sectores se ha retirado primariamente al campo de la historia, con el fin de demostrar aquí su seria cientificidad. Es preciso reconocer, con gratitud, que de ese modo se han realizado obras grandiosas, y el mensaje cristiano ha recibido nueva luz, capaz de hacer visible su íntima riqueza. Sin embargo, si la teología se retira totalmente al pasado, deja hoy a la fe en la oscuridad. En una segunda fase se ha concentrado en la praxis, para mostrar cómo la teología, en unión con la psicología y la sociología, es una ciencia útil que da indicaciones concretas para la vida. También esto es importante, pero si el fundamento de la teología, la fe, no se transforma simultáneamente en objeto del pensamiento, si la praxis se refiere sólo a sí misma, o vive únicamente de los préstamos de las ciencias humanas, entonces la praxis queda vacía y privada de fundamento.

Estos caminos, por tanto, no bastan. Por más útiles e importantes que sean, se convierten en subterfugios, si queda sin respuesta la verdadera pregunta: ¿es verdad aquello en lo que creemos, o no? En la teología está en juego la cuestión sobre la verdad, la cual es su fundamento último y esencial. Una expresión de Tertuliano puede ayudarnos a dar un paso adelante; él escribe: «Cristo no dijo: “Yo soy la costumbre”, sino “Yo soy la verdad”» — non consuetudo sed veritas (Virg. 1, 1). Christian Gnilka ha mostrado que el concepto consuetudo puede significar las religiones paganas que, según su naturaleza, no eran fe, sino que eran «costumbre»: se hace lo que se ha hecho siempre; se observan las formas cultuales tradicionales y así se espera estar en la justa relación con el ámbito misterioso de lo divino. El aspecto revolucionario del cristianismo en la antigüedad fue precisamente la ruptura con la «costumbre» por amor a la verdad. Tertuliano habla aquí sobre todo apoyándose en el Evangelio de san Juan, en el que se encuentra también la otra interpretación fundamental de la fe cristiana, que se expresa en la designación de Cristo como Logos. Si Cristo es el Logos, la verdad, el hombre debe corresponder a él con su propio logos, con su razón. Para llegar hasta Cristo, debe estar en el camino de la verdad. Debe abrirse al Logos, a la Razón creadora, de la que deriva su misma razón y a la que esta lo remite. De aquí se comprende que la fe cristiana, por su misma naturaleza, debe suscitar la teología; debía interrogarse sobre la racionabilidad de la fe, aunque naturalmente el concepto de razón y el de ciencia abarcan muchas dimensiones, y así la naturaleza concreta del nexo entre fe y razón debía y debe ser sondeada siempre de nuevo.

Así pues, aunque el nexo fundamental entre Logos, verdad y fe, se presente claro en el cristianismo, la forma concreta de ese nexo ha suscitado y suscita siempre nuevas preguntas. Es evidente que en este momento esa pregunta, que ha interesado e interesará a todas las generaciones, no puede tratarse detalladamente, ni siquiera en grandes líneas. Yo sólo quiero proponer una pequeñísima nota. San Buenaventura, en el prólogo a su Comentario a las Sentencias habla de un doble uso de la razón, de un uso que es inconciliable con la naturaleza de la fe y de otro que, en cambio, pertenece propiamente a la naturaleza de la fe. Existe —así se dice— la violentia rationis, el despotismo de la razón, que se constituye en juez supremo y último de todo. Este tipo de uso de la razón ciertamente es imposible en el ámbito de la fe. ¿Qué entiende con ello san Buenaventura? Una expresión del Salmo 95, 9 puede mostrarnos de qué se trata. Aquí dice Dios a su pueblo: «En el desierto… vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron aunque habían visto mis obras». Aquí se alude a un doble encuentro con Dios: ellos «habían visto». Pero esto a ellos no les basta. Ponen «a prueba» a Dios. Quieren someterlo al experimento. Por decirlo así, Dios es sometido a un interrogatorio y debe someterse a un procedimiento de prueba experimental. Esta modalidad de uso de la razón, en la edad moderna, alcanzó el culmen de su desarrollo en el ámbito de las ciencias naturales. La razón experimental se presenta hoy ampliamente como la única forma de racionalidad declarada científica. Lo que no se puede verificar o falsificar científicamente cae fuera del ámbito científico. Con este planteamiento, como sabemos, se han realizado obras grandiosas. Que ese planteamiento es justo y necesario en el ámbito del conocimiento de la naturaleza y de sus leyes, nadie querrá seriamente ponerlo en duda. Pero existe un límite a ese uso de la razón: Dios no es un objeto de la experimentación humana. Él es Sujeto y se manifiesta sólo en la relación de persona a persona: eso forma parte de la esencia de la persona.

En esta perspectiva san Buenaventura alude a un segundo uso de la razón, que vale para el ámbito de lo «personal», para las grandes cuestiones del hecho mismo de ser hombres. El amor quiere conocer mejor a aquel a quien ama. El amor, el amor verdadero, no hace ciegos, sino videntes. De él forma parte precisamente la sed de conocimiento, de un verdadero conocimiento del otro. Por eso, los Padres de la Iglesia encontraron los precursores y predecesores del cristianismo —fuera del mundo de la revelación de Israel— no en el ámbito de la religión consuetudinaria, sino en los hombres que buscaban a Dios, que buscaban la verdad, en los «filósofos»: en personas que estaban sedientas de la verdad y por tanto se encontraban en camino hacia Dios. Cuando no hay este uso de la razón, entonces las grandes cuestiones de la humanidad caen fuera del ámbito de la razón y desembocan en la irracionalidad. Por eso es tan importante una auténtica teología. La fe recta orienta a la razón a abrirse a lo divino, para que, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más de cerca. La iniciativa para este camino pertenece a Dios, que ha puesto en el corazón del hombre la búsqueda de su Rostro. Por consiguiente, forman parte de la teología, por un lado, la humildad que se deja «tocar» por Dios; y, por otro, la disciplina que va unida al orden de la razón, preserva el amor de la ceguera y ayuda a desarrollar su fuerza visual.

Soy muy consciente de que con todo esto no se ha dado una respuesta a la cuestión sobre la posibilidad y la tarea de la recta teología, sino que sólo se ha puesto de relieve la grandeza del desafío ínsito en la naturaleza de la teología. Sin embargo, el hombre necesita precisamente este desafío, porque ella nos impulsa a abrir nuestra razón interrogándonos sobre la verdad misma, sobre el rostro de Dios. Por ello damos las gracias a los premiados, que en su obra han mostrado que la razón, caminando por la pista trazada por la fe, no es una razón alienada, sino la razón que responde a su altísima vocación. Gracias.


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DISCURSO EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA XXXVII CONFERENCIA DE LA FAO

Sala Clementina
Viernes 1 de julio de 2011



Señor presidente,
señores ministros,
señor director general,
ilustres señores, amables señoras:

1. Me alegra particularmente acogeros a todos vosotros, que participáis en la XXXVII Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación, prosiguiendo una larga y feliz tradición iniciada hace sesenta años con el asentamiento de la FAO en Roma.

A través de usted, señor presidente, deseo dar las gracias a las numerosas delegaciones gubernamentales que han querido estar presentes en este encuentro, testimoniando así la efectiva universalidad de la FAO. También quiero renovar el apoyo de la Santa Sede a la meritoria e irreemplazable labor de la Organización y confirmaros que la Iglesia católica se compromete a colaborar con vuestros esfuerzos para responder a las necesidades reales de tantos hermanos y hermanas nuestros en humanidad.

Aprovecho esta ocasión para saludar al señor Jacques Diouf, director general, que con competencia y dedicación ha permitido a la FAO afrontar los problemas y las crisis suscitadas por las realidades globales cambiantes que han afectado, incluso de un modo dramático, a su específico campo de acción.

Al director general electo, el señor José Graziano da Silva, expreso mis mejores deseos de éxito en su actividad futura, con la esperanza de que la fao responda cada vez más y mejor a las expectativas de sus Estados miembros y aporte soluciones concretas a las personas que sufren a causa del hambre y la malnutrición.

2. Vuestros trabajos han indicado políticas y estrategias capaces de contribuir al importante relanzamiento del sector agrícola, de los niveles de producción alimentaria y del desarrollo más general de las zonas rurales. La crisis actual que afecta ya a todos los aspectos de la realidad económica y social requiere, de hecho, todos los esfuerzos para concurrir a eliminar la pobreza, primer paso para liberar del hambre a millones de hombres, mujeres y niños que no disponen del pan de cada día. Una reflexión completa, sin embargo, exige buscar las causas de esta situación sin limitarse a los niveles de producción, a la creciente demanda de alimentos o a la volatilidad de los precios: factores que, aunque sean importantes, pueden hacer que el drama del hambre se lea en términos exclusivamente técnicos.

La pobreza, el subdesarrollo y, por tanto, el hambre a menudo son el resultado de comportamientos egoístas que, partiendo del corazón del hombre, se manifiestan en su actividad social, en los intercambios económicos, en las condiciones de mercado, en la falta de acceso a la comida, y se traducen en la negación del derecho primario de toda persona a alimentarse y, por tanto, a no pasar hambre. ¿Cómo podemos callar el hecho de que incluso el alimento se ha convertido en objeto de especulaciones o está vinculado a los cambios de un mercado financiero que, privado de leyes seguras y pobre en principios morales, parece anclado sólo al objetivo del lucro? La alimentación es una condición que concierne al derecho fundamental a la vida. Garantizarla significa también actuar directamente y sin demora sobre los factores que, en el sector agrícola, pesan de manera negativa sobre la capacidad de fabricación, sobre los mecanismos de la distribución y sobre el mercado internacional. Y esto, a pesar de una producción alimentaria global que, según la fao y expertos autorizados, es capaz de alimentar a la población mundial.

3. El marco internacional y los frecuentes temores causados por la inestabilidad y el aumento de los precios exigen respuestas concretas y necesariamente unitarias para conseguir resultados que los Estados, individualmente, no pueden garantizar. Esto significa hacer de la solidaridad un criterio esencial para toda acción política y toda estrategia, a fin de que la actividad internacional y sus reglas sean instrumentos de servicio efectivo a toda la familia humana y de modo especial a los más necesitados. Es, por tanto, urgente un modelo de desarrollo que considere no sólo la amplitud económica de las necesidades o la fiabilidad técnica de las estrategias a seguir, sino también la dimensión humana de todas las iniciativas, y que sea capaz de llevar a cabo una auténtica fraternidad (cf. Caritas in veritate, 20), apelando a la recomendación ética de «dar de comer al hambriento», que pertenece al sentimiento de compasión y de humanidad inscrito en el corazón de toda persona y que la Iglesia cuenta entre las obras de misericordia. Desde esta perspectiva, las instituciones de la comunidad internacional están llamadas a trabajar de manera coherente siguiendo su mandato para apoyar los valores propios de la dignidad humana, eliminando las actitudes cerradas y sin dejar espacio a instancias particulares que se presentan como intereses generales.

4. La fao también está llamada a relanzar su estructura liberándola de obstáculos que la alejan del objetivo indicado por su Constitución: garantizar el crecimiento nutricional, la disponibilidad de la producción alimentaria, el desarrollo de las zonas rurales, a fin de asegurar a la humanidad la liberación del hambre (cf. FAO, Constitución, Preámbulo). Con este objetivo, resulta esencial una plena sintonía de la Organización con los Gobiernos para orientar y apoyar las iniciativas, especialmente en la coyuntura actual, en la que disminuyen los recursos económico-financieros, mientras que el número de personas que pasan hambre en el mundo no disminuye según los objetivos esperados.

5. Mi pensamiento se dirige a la situación de millones de niños que, primeras víctimas de esta tragedia, se ven condenados a una muerte prematura, a un retraso en su desarrollo físico y psíquico, u obligados a formas de explotación para recibir un mínimo de alimento. La atención hacia las generaciones jóvenes puede ser un modo de contrastar el abandono de las zonas rurales y del trabajo agrícola, para permitir a comunidades enteras, cuya supervivencia está amenazada por el hambre, mirar su futuro con mayor confianza. De hecho, debemos constatar que, a pesar de los compromisos asumidos y las consiguientes obligaciones, a menudo la asistencia y las ayudas concretas se limitan a las emergencias, olvidando que una coherente concepción del desarrollo debe ser capaz de diseñar un futuro para toda persona, familia y comunidad, favoreciendo objetivos a largo plazo.

Por tanto, hay que apoyar las iniciativas que se desean llevar a cabo en el ámbito de toda la comunidad internacional para redescubrir el valor de la empresa familiar rural y apoyar su función central para alcanzar una seguridad alimentaria estable. De hecho, en el mundo rural, el núcleo familiar tradicional se esfuerza por favorecer la producción agrícola mediante la sabia transmisión de padres a hijos no sólo de sistemas de cultivo o de conservación y distribución de los alimentos, sino también de modos de vida, de principios educativos, de la cultura, de la religiosidad, de la concepción del carácter sagrado de la persona en todas las fases de su existencia. La familia rural es un modelo no sólo de trabajo, sino de vida y de expresión concreta de la solidaridad, donde se confirma el papel esencial de la mujer.

Señor presidente, señoras, señores:

6. El objetivo de la seguridad alimentaria es una exigencia auténticamente humana; somos conscientes de ello. Garantizarla a las generaciones presentes y a las futuras significa también preservar los recursos naturales de una explotación frenética, porque la carrera al consumo y al despilfarro parece ignorar toda consideración del patrimonio genético y de las diversidades biológicas, tan importantes para las actividades agrícolas. Pero a la idea de una apropiación exclusiva de esos recursos se opone la llamada que Dios dirige a los hombres y las mujeres para que «labrando y cuidando» la tierra (cf. Gn 2, 8-17) promuevan una participación en el uso de los bienes de la creación, objetivo que la actividad multilateral y las reglas internacionales ciertamente pueden ayudar a alcanzar.

En nuestra época, en la que a los numerosos problemas que afectan a la actividad agrícola se añaden nuevas oportunidades para contribuir a aliviar el drama del hambre, podéis esforzaros para que, a través de la garantía de una alimentación que responda a las necesidades, cada persona pueda crecer según su verdadera dimensión de criatura hecha a semejanza de Dios.

Este es el deseo que quiero expresar, mientras invoco sobre todos vosotros y sobre vuestro trabajo la abundancia de las bendiciones divinas.


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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
EN EL ALMUERZO OFRECIDO POR EL COLEGIO CARDENALICIO,
CON MOTIVO DEL 60° ANIVERSARIO
DE SU ORDENACIÓN SACERDOTAL

Sala Ducal del Palacio Apostólico
Viernes 1 de julio de 2011



Queridos hermanos:

Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum (Sal 133, 1). Estas palabras del Salmo son para mí en este momento una realidad vivida. Vemos cuán hermoso es que los hermanos estén juntos y vivan juntos la alegría del sacerdocio, de estar llamados a la viña del Señor. Quiero darle las gracias de todo corazón a usted, cardenal decano, por sus hermosas, conmovedoras y confortadoras palabras, y sobre todo también por el donativo que me ha dado, porque así nuestro «estar juntos» se amplía a los pobres de Roma. No estamos sólo nosotros comiendo aquí; están con nosotros los pobres que necesitan nuestra ayuda y nuestra asistencia, nuestro amor, que se realiza concretamente en la posibilidad de comer, de vivir bien; en la medida de nuestras posibilidades, queremos actuar en este sentido. Y para mí es una señal importante que en esta hora solemne no estamos sólo nosotros, sino que están con nosotros los pobres de Roma, que son amados particularmente por el Señor.

Fratres in unum: la experiencia de la fraternidad es una realidad interna al sacerdocio, porque uno no es ordenado nunca por sí mismo sino que es incorporado en un presbiterio o, como obispo, en el colegio episcopal. Así el «nosotros» de la Iglesia se acompaña y se manifiesta en esta hora. Esta hora es un tiempo de gratitud por la guía del Señor, por todo lo que me ha dado y perdonado en estos años, pero también es un momento de memoria. En 1951 el mundo era muy diferente: no había televisión, no había internet, no había ordenadores, no había teléfonos móviles. El mundo del que venimos parece realmente prehistórico; y sobre todo nuestras ciudades estaban destruidas, la economía arruinada, había una gran pobreza material y espiritual, pero también una fuerte energía y voluntad de reconstruir este país y de renovarlo, especialmente en la Comunidad europea, sobre el fundamento de nuestra fe, e insertarse en la gran Iglesia de Cristo, que es el pueblo de Dios y nos guía hacia el mundo de Dios. Así comenzamos con gran entusiasmo y con alegría en aquel momento. Vino luego el momento del concilio Vaticano II, donde todas esas esperanzas que habíamos sembrado parecían realizarse; después, el momento de la revolución cultural de 1968, años difíciles en los que la barca del Señor parecía llena de agua, casi a punto de hundirse; y, sin embargo, el Señor, que en ese momento parecía dormido, estaba presente y nos guió para salir adelante. Eran los años en que trabajé junto al beato Juan Pablo II: años inolvidables. Y luego, por último, la hora totalmente inesperada del 19 de abril de 2005, cuando el Señor me llamó a un nuevo compromiso y, confiando sólo en su fuerza, abandonándome a él, pude decir el «sí» de ese momento.

En estos sesenta años ha cambiado casi todo, pero ha permanecido la fidelidad del Señor. Él es el mismo ayer, hoy y siempre, y esta es nuestra certeza, que nos indica el camino hacia el futuro. El momento de la memoria, el momento de la gratitud, es también el momento de la esperanza: In te Domine speravi, non confundar in aeternum.

Gracias al Señor en este momento por su guía. Gracias a todos vosotros por la compañía fraterna. Que el Señor os bendiga a todos. Y gracias por el donativo y por toda la colaboración. Con la ayuda del Señor, sigamos adelante.


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[Modificato da Paparatzifan 14/08/2013 11:07]
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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS FIELES DE LA DIÓCESIS ITALIANA
DE ALTAMURA-GRAVINA-ACQUAVIVA DELLE FONTI

Sala Pablo VI
sábado 2 de julio



Excelencia,
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra realmente acogeros a vosotros en tan gran número y tan llenos del entusiasmo de la fe. ¡Gracias a vosotros! Agradezco al obispo, monseñor Mario Paciello, las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo a las autoridades civiles, a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, a los seminaristas y a cada uno de vosotros, extendiendo mi pensamiento y afecto a vuestra comunidad diocesana, en particular a los que viven situaciones de sufrimiento y dificultad. Estoy agradecido al Señor porque vuestra visita me ofrece la posibilidad de compartir un momento del camino sinodal de la Iglesia que está en Altamura-Gravina-Acquaviva delle Fonti. El Sínodo es un acontecimiento que hace vivir concretamente la experiencia de ser «pueblo de Dios» en camino, de ser Iglesia, comunidad peregrina en la historia hacia su cumplimiento escatológico en Dios. Esto significa reconocer que la Iglesia no posee en sí misma el principio vital, sino que depende de Cristo, de quien es signo e instrumento eficaz. En la relación con el Señor Jesús encuentra su identidad más profunda: ser don de Dios para la humanidad, prolongando la presencia y la obra de salvación del Hijo de Dios por medio del Espíritu Santo. En este horizonte comprendemos que la Iglesia es esencialmente un misterio de amor al servicio de la humanidad con vistas a su santificación. El concilio Vaticano II afirmó sobre este punto: «Quiso Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa» (Lumen gentium, 9). Vemos aquí que realmente la Palabra de Dios ha creado un pueblo, una comunidad, ha creado una alegría común, una peregrinación común hacia el Señor. El ser Iglesia, por tanto, no viene sólo de una fuerza organizativa nuestra, humana, sino que encuentra su manantial y su verdadero significado en la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: este amor eterno es la fuente de la que procede la Iglesia, y la Trinidad santísima es el modelo de unidad en la diversidad y genera y plasma la Iglesia como misterio de comunión.

Es necesario partir siempre y de un modo nuevo de esta verdad para comprender y vivir más intensamente el ser Iglesia, «Pueblo de Dios», «Cuerpo de Cristo», «Comunión». De otra manera se corre el riesgo de reducirlo todo a una dimensión horizontal, que desvirtúe la identidad de la Iglesia y el anuncio de la fe y haga más pobre nuestra vida y la vida de la Iglesia. Es importante destacar que la Iglesia no es una organización social, filantrópica, como muchas otras: es la comunidad de Dios, es la comunidad que cree, que ama, que adora al Señor Jesús y abre las «velas» al soplo del Espíritu Santo, y por esto es una comunidad capaz de evangelizar y de humanizar. La relación profunda con Cristo, vivida y alimentada por la Palabra y por la Eucaristía, hace eficaz el anuncio, motiva el compromiso por la catequesis y anima el testimonio de la caridad. Muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo necesitan encontrarse con Dios, encontrarse con Cristo o redescubrir la belleza del Dios cercano, del Dios que en Jesucristo ha mostrado su rostro de Padre y que llama a reconocer el sentido y el valor de la existencia. Hacer entender que es un bien vivir como hombre. El momento histórico actual, como sabemos, está marcado por luces y sombras. Asistimos a comportamientos complejos: encerramiento en sí mismo, narcisismo, deseo de poseer y de consumir, sentimientos y afectos desligados de la responsabilidad. Muchas son las causas de esta desorientación, que se manifiesta en un profundo malestar existencial, pero en el fondo de todo se puede entrever la negación de la dimensión trascendente del hombre y de la relación fundamental con Dios. Por esto es decisivo que las comunidades cristianas promuevan itinerarios de fe válidos y comprometidos.

Queridos amigos, hay que prestar particular atención al modo de considerar la educación a la vida cristiana para que toda persona pueda realizar un auténtico camino de fe, a través de las diversas edades de la vida; un camino en el cual —como la Virgen María— la persona acoge profundamente la Palabra de Dios y la pone en práctica, convirtiéndose en testigo del Evangelio. El concilio Vaticano II en la declaración Gravissimum educationis, afirma: «La educación cristiana busca que los bautizados, mientras se inician gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación, sean cada vez más conscientes del don recibido de la fe (...) y se dispongan a vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad» (n. 2). En este compromiso educativo la familia es la primera responsable. Queridos padres, ¡sois los primeros testigos de la fe! No tengáis miedo de las dificultades en las que estáis llamados a realizar vuestra misión. ¡No estáis solos! La comunidad cristiana está cerca de vosotros y os sostiene. La catequesis acompaña a vuestros hijos en su crecimiento humano y espiritual, pero se ha de considerar como una formación permanente, no limitada a la preparación para recibir los sacramentos; en toda nuestra vida debemos crecer en el conocimiento de Dios y en el conocimiento de lo que significa ser hombre. Sabed sacar siempre fuerza y luz de la liturgia: la participación en la celebración eucarística en el día del Señor es decisiva para la familia, para toda la comunidad; es la estructura de nuestro tiempo. Recordemos siempre que en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, el Señor Jesús actúa para la transformación de los hombres haciéndonos semejantes a sí. Gracias al encuentro con Cristo, a la comunión con él, la comunidad cristiana puede testimoniar la comunión, abriéndose al servicio, acogiendo a los pobres y a los últimos, reconociendo el rostro de Dios en los enfermos y en todos los necesitados. Os invito, por tanto, partiendo del contacto con el Señor en la oración cotidiana y sobre todo en la Eucaristía, a valorar de modo adecuado las propuestas educativas y los caminos de voluntariado existentes en la diócesis, para formar personas solidarias, abiertas y atentas a las situaciones de malestar espiritual y material. En definitiva, la acción pastoral debe orientarse a formar personas maduras en la fe, para vivir en contextos en los que a menudo se ignora a Dios; personas coherentes con la fe, para que se lleve a todos los ambientes la luz de Cristo; personas que vivan con alegría la fe, para transmitir la belleza del ser cristianos.

Por último, deseo dirigir un pensamiento especial a vosotros, queridos sacerdotes. Agradeced siempre el don recibido, para que podáis servir, con amor y entrega, al pueblo de Dios encomendado a vuestros cuidados. Anunciad el Evangelio con valentía y fidelidad, sed testigos de la misericordia de Dios y, guiados por el Espíritu Santo, sabed indicar la verdad, sin temer el diálogo con la cultura y con los que buscan a Dios.

Queridos hermanos y hermanas, encomendamos el camino de vuestra comunidad diocesana a María santísima, Madre del Señor y Madre de la Iglesia, Madre nuestra. En ella contemplamos lo que la Iglesia está llamada a ser. Con su «sí» dio al mundo a Jesús y ahora participa plenamente de la gloria de Dios. También nosotros estamos llamados a dar al Señor Jesús a la humanidad, sin olvidar ser siempre sus discípulos. Os agradezco de nuevo vuestra bella visita y de todo corazón os agradezco vuestra fe y os acompaño con la oración, impartiéndoos a todos vosotros y a toda la diócesis la bendición apostólica.


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INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN
"EL ESPLENDOR DE LA VERDAD, LA BELLEZA DE LA CARIDAD-
HOMENAJE DE LOS ARTISTAS A BENEDICTO XVI
POR SUS 60 AÑOS DE SACERDOCIO"

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Atrio del Aula Pablo VI
Lunes 4 de julio de 2011



Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos amigos:

Es para mí una gran alegría encontrarme con vosotros y recibir vuestro creativo y multiforme homenaje con ocasión del 60° aniversario de mi ordenación sacerdotal. Estoy sinceramente agradecido con vosotros por vuestra cercanía en esta circunstancia tan significativa e importante para mí. En la celebración eucarística del pasado 29 de junio, solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, agradecí al Señor el don de la vocación sacerdotal. Hoy os agradezco a vosotros la amistad y la amabilidad que me manifestáis. Saludo cordialmente al cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio cardenalicio y al cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo pontificio para la cultura, que, junto con sus colaboradores, ha organizado esta singular manifestación artística, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Saludo también a todos los presentes, de manera especial a vosotros, queridos artistas, que habéis aceptado la invitación a presentar una creación vuestra en esta Muestra.

Nuestro encuentro de hoy, en el que tengo la alegría y la curiosidad de admirar vuestras obras, quiere ser una nueva etapa de aquel recorrido de amistad y de diálogo que emprendimos el 21 de noviembre de 2009, en la capilla Sixtina, un acontecimiento que aún llevo grabado en el alma. La Iglesia y los artistas vuelven a encontrarse, a hablarse, a apoyar la necesidad de un coloquio que quiere y debe hacerse cada vez más intenso y articulado, también para ofrecer a la cultura, más aún, a las culturas de nuestro tiempo un ejemplo elocuente de diálogo fecundo y eficaz, orientado a hacer que nuestro mundo sea más humano y más bello. Me presentáis hoy el fruto de vuestra creatividad, de vuestra reflexión, de vuestro talento, expresiones de los varios campos artísticos que aquí representáis: pintura, escultura, arquitectura, orfebrería, fotografía, cine, música, literatura y poesía. Antes de admirarlas junto con vosotros, permitid que me detenga sólo un momento en el sugestivo título de esta Exposición: «El esplendor de la verdad, la belleza de la caridad». Precisamente en la homilía de la misa pro eligendo Pontifice, comentando la bella expresión de san Pablo de la Carta a los Efesios «veritatem facientes in caritate» (4, 15), definí el «hacer la verdad en la caridad» como una fórmula fundamental de la existencia cristiana. Y añadí: «En Cristo coinciden la verdad y la caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, la verdad y la caridad se funden. La caridad sin la verdad sería ciega; la verdad sin la caridad sería como “címbalo que retiñe” (1 Co 13, 1)». Y es precisamente de la unión, quiero decir de la sinfonía, de la perfecta armonía de verdad y caridad, de donde mana la auténtica belleza, capaz de suscitar admiración, maravilla y alegría verdadera en el corazón de los hombres. El mundo en que vivimos necesita que la verdad resplandezca y no sea ofuscada por la mentira o por la banalidad; necesita que la caridad inflame y no sea derrotada por el orgullo y por el egoísmo. Necesitamos que la belleza de la verdad y de la caridad toque lo más íntimo de nuestro corazón y lo haga más humano.

Queridos amigos, quiero renovaros a vosotros y a todos los artistas un amistoso y apasionado llamamiento: no separéis jamás la creatividad artística de la verdad y de la caridad; no busquéis jamás la belleza lejos de la verdad y de la caridad; al contrario, con la riqueza de vuestra genialidad, de vuestro impulso creativo, sed siempre, con valentía, buscadores de la verdad y testigos de la caridad; haced que la verdad resplandezca en vuestras obras y procurad que su belleza suscite en la mirada y en el corazón de quien las admira el deseo y la necesidad de hacer bella y verdadera la existencia, toda existencia, enriqueciéndola con el tesoro que nunca se acaba, que hace de la vida una obra maestra y de cada hombre un extraordinario artista: la caridad, el amor. Que el Espíritu Santo, artífice de toda la belleza que existe en el mundo, os ilumine siempre y os guíe hacia la Belleza última y definitiva, aquella que enciende nuestra mente y nuestro corazón y que esperamos poder contemplar un día en todo su esplendor.

Una vez más, gracias por vuestra amistad, por vuestra presencia y porque lleváis al mundo un rayo de esta Belleza, que es Dios. De corazón os imparto a todos vosotros, a vuestros seres queridos y a todo el mundo del arte mi bendición apostólica.


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VISITA A LA REDACCIÓN DE «L'OSSERVATORE ROMANO»
CON MOTIVO DEL 150º ANIVERSARIO DE FUNDACIÓN

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Martes 5 de julio de 2011



Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra poderme encontrar con vosotros en la sede del periódico «L’Osservatore Romano», donde cada día realizáis vuestro trabajo, un trabajo valioso y cualificado, al servicio de la Santa Sede. Os saludo a todos con afecto. Saludo al director, profesor Giovanni Maria Vian, al subdirector, a los redactores y a toda la gran familia de este diario. Hace pocos días, el 1 de julio, «L’Osservatore Romano» alcanzó la notable meta de los 150 años de vida. Quiero deciros de todo corazón como se hace en casa: ¡Feliz cumpleaños! Este aniversario suscita sentimientos de gratitud y de legítimo orgullo, pero, junto a las conmemoraciones particulares y solemnes, he querido venir también aquí, en medio de vosotros, para expresar mi agradecimiento a cada uno de los que «hacen» concretamente el diario con pasión humana y cristiana, y con profesionalidad.

Desde hace mucho tiempo sentía realmente curiosidad por ver cómo se hace hoy un periódico, dónde nace el periódico, y conocer al menos por un momento a las personas que hacen este —nuestro— periódico. He tenido ahora la alegría de descubrir el modo moderno en que un diario nace, totalmente distinto del de hace cincuenta años. Exige mucha más —digamos— creatividad humana que trabajo técnico. Y así este «taller» está ciertamente dedicado a hacer, pero primero, sobre todo, a conocer, a pensar, a juzgar, a reflexionar. Ni siquiera es sólo un «taller»: es sobre todo un gran observatorio, come lo dice su nombre. Observatorio para ver las realidades de este mundo e informarnos de estas realidades. Me parece que desde este observatorio se ven tanto las cosas lejanas como las cercanas. Lejanas en un doble sentido: ante todo lejanas en todas las partes del mundo, como son Filipinas, Australia, América Latina; para mí esta es una de las grandes ventajas de «L'Osservatore Romano», que ofrece en verdad una información universal, que realmente ve el mundo entero y no sólo una parte. Por esto me siento agradecido, porque normalmente en los periódicos se dan informaciones, pero con una preponderancia del propio mundo y eso hace que se olviden muchas otras partes de la tierra, que no son menos importantes. Aquí se ve algo de la coincidencia de Urbs et Orbis que es característica de la catolicidad y, en cierto sentido, también es una herencia romana: verdaderamente ver el mundo y no sólo verse a sí mismos.

En segundo lugar, desde este observatorio se ven las cosas lejanas también en otro sentido: «L'Osservatore» no se queda en la superficie de los sucesos, sino que va a las raíces. Más allá de la superficie nos muestra las raíces culturales y el fondo de las cosas. Para mí no es solamente un periódico, sino también una revista cultural. Admiro cómo es posible cada día ofrecer grandes contribuciones que nos ayudan a entender mejor al ser humano, las raíces de donde vienen las cosas y cómo se las debe comprender, realizar, transformar. Pero este periódico ve asimismo las cosas cercanas. Algunas veces ciertamente es difícil ver lo cercano, nuestro pequeño mundo, que sin embargo es un mundo grande.

Hay otro fenómeno que me hace pensar y que también agradezco: que nadie puede informar sobre todo. Incluso los medios más universalistas, por así decir, no pueden decir todo; es imposible. Siempre es necesaria una elección, un discernimiento. Y por ello, en la presentación de los hechos es decisivo el criterio de selección: nunca existe el hecho puro, siempre hay una opción que determina qué aparece y qué no aparece. Y sabemos bien que actualmente en muchos órganos de la opinión pública las elecciones de las prioridades a menudo son muy discutibles. Y «L'Osservatore Romano», como ha dicho el director, en su cabecera se ha dado desde siempre dos criterios: «Unicuique suum» y «Non praevalebunt». Esta es una síntesis característica para la cultura del mundo occidental. Por una parte, el gran derecho romano, el derecho natural, la cultura natural del hombre concretizada en la cultura romana, con su derecho y el sentido de justicia; y por otra, el Evangelio. Se podría decir incluso: con estos dos criterios —el del derecho natural y el del Evangelio— tenemos como criterio la justicia y, por otro lado, la esperanza que viene de la fe. Estos dos criterios juntos —la justicia que respeta a cada uno y la esperanza que ve también las cosas negativas a la luz de una bondad divina de la que estamos seguros por la fe— ayudan a ofrecer en verdad una información humana, humanística, en el sentido de un humanismo que tiene sus raíces en la bondad de Dios. Y así no es sólo información, sino realmente formación cultural.

Por todo esto os estoy agradecido. De corazón imparto a todos vosotros, y a vuestros seres queridos, la bendición apostólica.


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SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD DE CASTELGANDOLFO

Palacio Pontificio de Castelgandolfo
Jueves 7 de julio de 2011



Queridos amigos os deseo a todos una tarde feliz.

He llegado en este momento para comenzar mis vacaciones y aquí encuentro todo: montaña, lago —incluso veo el mar—, una bella iglesia con la fachada renovada, y gente buena. Por eso me siento feliz de estar aquí. Esperemos que el Señor nos conceda una buenas vacaciones. Os imparto a todos vosotros, de corazón, mi bendición.

¡Buenas tardes y gracias!


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SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD DE CASTELGANDOLFO

Palacio Pontificio de Castelgandolfo
Jueves 7 de julio de 2011



Queridos amigos os deseo a todos una tarde feliz.

He llegado en este momento para comenzar mis vacaciones y aquí encuentro todo: montaña, lago —incluso veo el mar—, una bella iglesia con la fachada renovada, y gente buena. Por eso me siento feliz de estar aquí. Esperemos que el Señor nos conceda una buenas vacaciones. Os imparto a todos vosotros, de corazón, mi bendición.

¡Buenas tardes y gracias!


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Alla Delegazione del Comune di Traunstein (30 luglio 2011)

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CONCIERTO OFRECIDO POR EL CONJUNTO "NEW SEASONS"
EN HONOR DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Y DE SU HERMANO,
MONS. GEORG RATZINGER, EN EL 60 ANIVERSARIO DE SACERDOCIO

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL CONCIERTO

Patio del Palacio pontificio de Castelgandolfo
Martes 9 de agosto 2011



Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
reverendo señor deán Kemmer,
estimados músicos, queridos amigos:

A la estupenda música que aún resuena en nuestro espíritu, ciertamente no se puede añadir nada. Sin embargo, quiero decir unas palabras de agradecimiento a quienes han hecho posible y han organizado este concierto aquí en Castelgandolfo. Agradezco de corazón al monseñor deán su saludo inicial y, sobre todo, a los artistas —el maestro Albrecht Mayer, la violinista Arabella Steinbacher y el conjunto «New Seasons»— por la magnífica ejecución, que llega al corazón. Me alegra en particular también que hayáis querido ofrecer este concierto con ocasión del 60° jubileo sacerdotal que mi hermano y yo, con la gracia divina, hemos podido celebrar juntos hace poco tiempo. Y usted, señor Mayer, ha escogido como lema de este concierto: «Lo que Dios hace, está bien hecho» y, así, lo ha convertido, desde lo más íntimo, en un concierto de acción de gracias y de confianza creyente. ¡Muchísimas gracias a vosotros por este don!

Esta tarde hemos podido encontrar dos exponentes realmente grandes de la música del siglo XVIII: Antonio Vivaldi y Johann Sebastian Bach, maestro de los maestros.

Los dos pasajes de Vivaldi que han resonado esta tarde forman parte de los llamados «conciertos llenos», escritos para orquesta de arcos y bajo continuo, gran parte de los cuales tenían una finalidad didáctica, especialmente cuando Vivaldi enseñó en la «Piedad», uno de los cuatro orfanatos-conservatorios de Venecia para muchachas. La estructura de los tres tiempos con un breve adagio central es típica del gran italiano, pero esta uniformidad arquitectónica nunca es monótona, porque —como hemos escuchado— el tratamiento tímbrico, el color orquestal, la dinámica del discurso musical, los arreglos armónicos, el arte del contrapunto y de la imitación, convierten los conciertos de Vivaldi en un ejemplo de luminosidad y belleza que transmite serenidad y alegría. Creo que esto venía de su fe. Vivaldi era un sacerdote católico, fiel a su Breviario y a sus prácticas de piedad. La escucha de su producción de música sacra revela su espíritu profundamente religioso.

Este es un rasgo que lo une a Johann Sebastian Bach, luterano, admirador de Vivaldi, del que estudió y transcribió varios conciertos. «Soli Deo gloria»: esta frase aparece como un estribillo en los manuscritos de Bach —un leitmotiv de sus cantatas, como dice el opúsculo del programa— y constituye un elemento central para comprender la música del gran autor alemán. La profunda devoción fue un elemento esencial de su carácter, y su sólida fe sostuvo e iluminó toda su vida. En la portada del Kleines Orgelbüchlein se pueden leer estas dos líneas: «Dem höchsten Gott allein zu Ehren, Dem Nächsten draus sich zu belehren» («Al Dios Altísimo para honrarlo, a los demás para instruirlos»). Bach tenía una concepción profundamente religiosa del arte: honrar a Dios y deleitar el espíritu del hombre. La escucha de su música recuerda casi el fluir de un arroyo, o una gran construcción arquitectónica en la que todo está armoniosamente compuesto, como para intentar reproducir la perfecta armonía que Dios imprimió en su creación. Bach es un espléndido «arquitecto de la música», con un uso inigualable del contrapunto, un arquitecto guiado por un tenaz ésprit de géometrie, símbolo de orden y de sabiduría, reflejo de Dios; así la racionalidad pura se transforma en música, en el sentido más elevado y puro, en belleza esplendorosa. En esta velada hemos podido admirar este espíritu de Bach en los pasajes iniciales tomados de la monumental obra de fe que son las Cantatas, en la música pura, cristalina de la Partitura n. 2 en re menor para solo de violín y en el bellísimo Concierto BWV 1060, propuesto en una versión que probablemente corresponde a la más antigua.

Gracias, una vez más, también de parte de mi hermano, al señor deán, al maestro Mayer, a la violinista Arabella Steinbacher y al conjunto «New Seasons». A todos vosotros un sentido «Vergelt’s Gott» (Dios os lo recompense). De buen grado os imparto a vosotros y a todos los presentes mi bendición apostólica.


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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL INICIO DE LA MISA CON SUS EXALUMNOS

Castelgandolfo
Domingo 28 de agosto de 2001



Queridos hermanos y hermanas:

Hoy respondemos a la primera lectura, tomada del profeta Jeremías, con el Salmo 62: mi alma está sedienta de ti, del Dios vivo; como tierra reseca, agostada, te espera a ti, el Dios vivo.

En este tiempo de ausencia de Dios, cuando la tierra de las almas está reseca y la gente aún no sabe de dónde viene el agua viva, pedimos al Señor que se manifieste. Queremos pedirle que, a quienes buscan en otras partes el agua viva, les muestre que esa agua es él mismo, y que él no permite que la vida de los hombres, su sed de algo grande, de plenitud, se apague y se ahogue en lo transitorio.

Queremos pedirle a él, sobre todo para los jóvenes, que se avive en ellos la sed de él y que reconozcan dónde se encuentra la respuesta.

Y nosotros, que lo hemos podido conocer desde nuestra juventud, podemos pedir perdón porque llevamos poco la luz de su rostro a los hombres, porque de nosotros proviene poco la certeza de que «él vive, él está presente y él es la realidad grande, plena, que todos esperamos». Queremos pedirle a él que nos perdone, que nos renueve con el agua viva de su Espíritu y nos conceda celebrar dignamente estos sagrados misterios.


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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL CONCIERTO OFRECIDO EN SU HONOR
POR EL CARD. DOMENICO BARTOLUCCI

Patio del palacio pontificio de Castelgandolfo
Miércoles 31 de agosto de 2001



Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos amigos:

Esta tarde nos hemos sumergido en la música sacra, una música que, de un modo muy peculiar, nace de la fe y es capaz de expresar y comunicar la fe. Por eso, doy las gracias a los que la han ejecutado espléndidamente: a las dos sopranos, al barítono, al maestro Baiocchi, al «Rossini Chamber Choir» de Pésaro y a la Orquesta Filarmónica Marquisana, así como a los organizadores y a las autoridades que han hecho posible el concierto. En medio de las actividades diarias, nos habéis ofrecido un momento de meditación y de oración, haciéndonos intuir las armonías del Cielo. Un gracias afectuoso y especial al autor de las piezas que hemos escuchado, el maestro cardenal Domenico Bartolucci. Gracias, eminencia, por haberme agasajado con este concierto y por haber compuesto, para esta ocasión, la pieza «Benedictus», dedicada a mí como oración y acción de gracias al Señor por mi ministerio.

El maestro cardenal Bartolucci no necesita presentaciones. Sólo quiero aludir a tres aspectos de su vida que —además de su notable espíritu florentino— lo caracterizan de modo evidente, es decir: la fe, el sacerdocio y la música.

Querido cardenal Bartolucci, la fe es la luz que ha orientado y guiado siempre su vida, que ha abierto su corazón para responder con generosidad a la llamada del Señor; y de ella ha brotado también su modo de componer. Ciertamente, usted ha tenido una sólida formación musical recibida en la Catedral florentina, en el Conservatorio de Florencia, en el Instituto pontificio de música sacra, con grandes profesores, entre los cuales Vito Frazzi, Raffaele Casimiri e Ildebrando Pizzetti. Pero la música es para usted un lenguaje privilegiado para comunicar la fe de la Iglesia y para ayudar al camino de fe de quien escucha sus obras. Usted ha ejercido su ministerio sacerdotal también a través de la música. Su modo de componer se inserta en la senda de los grandes autores de música sacra, en particular de la Capilla Sixtina, de la que fue durante muchos años director: la valorización del precioso tesoro que es el canto gregoriano y el uso sabio de la polifonía, fiel a la tradición, pero abierto también a nuevas sonoridades.

Querido maestro, esta tarde, con su música, nos ha impulsado a dirigir el espíritu a María con una oración muy arraigada en la tradición cristiana, pero también nos ha hecho remontarnos al inicio de nuestro camino de fe, a la liturgia del Bautismo, al momento en que llegamos a ser cristianos: una invitación a beber siempre la única agua que apaga la sed, el Dios vivo, y a comprometernos cada día a rechazar el mal y a renovar nuestra fe, reafirmando «Credo».

«Christus circumdedit me», Cristo me ha envuelto y me envuelve: este motete resume su vida, su ministerio y su música, querido señor cardenal. Le renuevo, por tanto, mi gratitud a usted, a las dos sopranos, al barítono, al director y a los miembros del coro y de la orquesta, y de buen grado les imparto mi bendición apostólica. Gracias.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEXTO GRUPO DE OBISPOS DE LA INDIA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Sala del Consistorio del palacio pontificio de Castelgandolfo
Jueves 8 de septiembre de 2001



Eminencia,
queridos hermanos en el episcopado:

Os doy una cordial y fraterna bienvenida con ocasión de vuestra visita «ad limina Apostolorum», una nueva ocasión para profundizar en la comunión que existe entre la Iglesia en la India y la Sede de Pedro, y una oportunidad para alegrarse por la universalidad de la Iglesia. Agradezco al cardenal Oswald Gracias las amables palabras pronunciadas en vuestro nombre y en el de quienes están encomendados a vuestro cuidado pastoral. Dirijo también un saludo cordial a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, así como a los laicos, de quienes sois pastores. Os pido que les aseguréis mis oraciones y mi solicitud.

La Iglesia en la India ha sido bendecida con una multitud de instituciones que quieren ser expresión del amor de Dios por la humanidad a través de la caridad y el ejemplo del clero, de los religiosos y los fieles laicos que las gestionan. Mediante sus parroquias, escuelas y orfanatos, así como sus hospitales, clínicas y dispensarios, la Iglesia da una inestimable contribución al bienestar no sólo de los católicos, sino también de la sociedad en general. Entre esas instituciones de vuestra región ocupan un lugar especial las escuelas, que son un testimonio excepcional de vuestro compromiso a favor de la educación y la formación de nuestros queridos jóvenes. Los esfuerzos llevados a cabo por toda la comunidad cristiana a fin de preparar a los ciudadanos jóvenes de vuestro noble país para la construcción de una sociedad más justa y próspera son, desde hace mucho tiempo, un signo de la Iglesia en vuestras diócesis y en toda la India. Para ayudar a madurar las facultades espirituales, intelectuales y morales de sus alumnos, las escuelas católicas deberían seguir desarrollando una capacidad de sano discernimiento e introducirlos en la herencia que les han transmitido las generaciones precedentes, promoviendo así el sentido de los valores y preparando a sus educandos para una vida feliz y productiva (cf. Gravissimum educationis, n. 5). Os animo a seguir prestando atención a la calidad de la educación de las escuelas presentes en vuestras diócesis, a garantizar que sean auténticamente católicas y, por tanto, capaces de transmitir las verdades y los valores necesarios para la salvación de las almas y el progreso de la sociedad.

Las escuelas católicas, ciertamente, no son los únicos instrumentos con los que la Iglesia trata de instruir y edificar a su pueblo en la verdad intelectual y moral. Como sabéis, todas las actividades de la Iglesia están ordenadas a glorificar a Dios y a comunicar a su pueblo la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8, 32). Esta verdad salvífica, en el corazón del depósito de la fe, debe seguir siendo el fundamento de todos los esfuerzos de la Iglesia, propuesta siempre a los demás con respeto pero también sin componendas. La capacidad de presentar la verdad con amabilidad, pero también con firmeza, es un don que debe cultivarse especialmente entre quienes enseñan en los institutos católicos de educación superior y entre quienes están encargados de la tarea eclesial de formar a los seminaristas, a los religiosos o a los fieles laicos, tanto en la teología como en los estudios catequísticos o en la espiritualidad cristiana. Quienes enseñan en nombre de la Iglesia tienen la obligación particular de transmitir fielmente las riquezas de la tradición, de acuerdo con el Magisterio y de modo que responda a las necesidades de hoy, mientras que los estudiantes tienen el derecho de recibir la plenitud de la herencia intelectual y espiritual de la Iglesia. Habiendo recibido los beneficios de una sólida formación y habiéndose dedicado a la caridad en la verdad, el clero, los religiosos y los líderes laicos de la comunidad cristiana estarán mejor capacitados para contribuir al crecimiento de la Iglesia y al progreso de la sociedad de la India. Así pues, los diversos miembros de la Iglesia darán testimonio del amor de Dios por la humanidad cuando entren en contacto con el mundo, proporcionando un sólido testimonio cristiano de amistad, respeto y amor, y luchando no para condenar al mundo sino para ofrecerle el don de la salvación (cf. Jn 3, 17). Alentad a quienes están comprometidos con la educación, tanto a los sacerdotes y religiosos como a los laicos, para que profundicen su fe en Jesucristo crucificado y resucitado de entre los muertos. Capacitadlos para que expliquen a su prójimo que, mediante sus palabras y ejemplo, pueden proclamar de modo más eficaz a Cristo como camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6).

Un significativo papel en el testimonio de Jesucristo desempeñan en vuestro país los religiosos y las religiosas, que a menudo son héroes desconocidos de la vitalidad de la Iglesia en el ámbito local. En cualquier caso, más allá de sus actividades apostólicas, los religiosos y la vida que llevan constituyen una fuente de fecundidad espiritual para toda la comunidad cristiana. Cuando se abren a la gracia de Dios, los religiosos y las religiosas inspiran a otros a responder con verdad, humildad y alegría a la invitación del Señor a seguirlo.

A este respecto, queridos hermanos en el episcopado, sé que sois conscientes de los numerosos factores que impiden el crecimiento espiritual y vocacional, en particular entre los jóvenes. Pero sabemos que es Jesucristo el único que responde a nuestros anhelos más profundos y da verdadero significado a nuestra vida. Solo en él nuestro corazón puede encontrar verdaderamente descanso. Por tanto, seguid hablando a los jóvenes y animadlos a considerar seriamente la vida consagrada o sacerdotal; hablad con los padres de su papel indispensable para alentar y apoyar dichas vocaciones; y guiad a vuestro pueblo en la oración al Señor de la mies, para que mande más trabajadores a su mies (cf. Mt 9, 38).

Con estos pensamientos, queridos hermanos en el episcopado, os renuevo mis sentimientos de afecto y estima. Os encomiendo a todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia. Asegurándoos mis oraciones por vosotros y por aquellos encomendados a vuestro cuidado pastoral, me alegra impartiros mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en el Señor.

Gracias por vuestra atención.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL SR. NIGEL MARCUS BAKER,
NUEVO EMBAJADOR DE GRAN BRETAÑA ANTE LA SANTA SEDE

Palacio pontificio de Castelgandolfo
Viernes 9 de septiembre de 2011



Excelencia:

Me complace acogerle y recibir las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte ante la Santa Sede. Al mismo tiempo le agradezco las afectuosas palabras con las que me ha expresado la cercanía de Su Majestad, la Reina, y le ruego que transmita mis mejores recuerdos en la oración por su salud y su prosperidad. Me complace también enviar mis más cordiales saludos al Gobierno de Su Majestad y a todo el pueblo británico.

La Santa Sede y el Reino Unido han gozado de relaciones excelentes en los treinta años que han transcurrido desde el establecimiento de plenas relaciones diplomáticas. El estrecho vínculo entre nosotros se reforzó ulteriormente el año pasado, durante mi visita a su país, una ocasión única en el curso de una historia compartida entre la Santa Sede y los países que hoy componen el Reino Unido. Por ello quiero comenzar mis observaciones reiterando mi gratitud al pueblo británico por la calurosa acogida que me reservó durante mi estancia. Su Majestad y Su Alteza Real, el duque de Edimburgo, me recibieron de la manera más afable y me complació encontrar a los responsables de los tres principales partidos políticos y de tratar con ellos cuestiones de mutuo interés. Como sabe, un motivo particular de mi visita fue la beatificación del cardenal John Henry Newman, un gran inglés que admiro desde hace muchos años y cuya elevación a los honores de los altares fue el cumplimiento de un deseo personal. Estoy convencido de la importancia de las ideas de Newman acerca de la sociedad, porque, actualmente, Reino Unido, Europa y Occidente en general afrontan desafíos que él identificó con notable claridad profética. Espero que una renovada conciencia de sus escritos traerá nuevos frutos entre quienes buscan soluciones a los problemas políticos, económicos y sociales de nuestra época.

Como ha observado justamente en su discurso, señor embajador, la Santa Sede y el Reino Unido siguen compartiendo un interés común por la paz entre las naciones, por el desarrollo integral de los pueblos en todo el mundo, en especial por los más pobres y los más débiles, y por la difusión de derechos humanos auténticos, en particular mediante el estado de derecho y un correcto gobierno participativo, con una especial atención a los más necesitados y aquellos a quienes se les niegan los derechos naturales. Respecto a la cuestión de la paz, me complace mucho constatar el buen éxito de la reciente visita de Su Majestad a la República de Irlanda, una importante piedra miliar en el proceso de reconciliación que se está consolidando cada vez más en Irlanda del Norte, no obstante los desórdenes que se verificaron allí este verano reciente. Una vez más, aprovecho la ocasión para exhortar a todos aquellos que recurrirían a la violencia a dejar a un lado su rencor y procurar, en cambio, un diálogo con sus vecinos por la paz y la prosperidad de toda la comunidad.

Como usted ha señalado en su discurso, su Gobierno desea emplear políticas basadas en valores duraderos que no se pueden expresar simplemente en términos legales. Esto es particularmente importante a la luz de los acontecimientos de este verano. Cuando las políticas no suponen ni promueven valores objetivos, el consiguiente relativismo moral, en vez de conducir a una sociedad libre, justa, equitativa y compasiva, tiende a producir frustración, desesperación, egoísmo y desprecio por la vida y por la libertad de los demás. Quien toma las decisiones políticas, por lo tanto, hace bien en buscar urgentemente nuevas modalidades para sustentar la excelencia en la educación, para promover oportunidades sociales y movilidad económica, para examinar modos de favorecer la ocupación de larga duración y distribuir la riqueza de manera mucho más equitativa y amplia en la sociedad. Además, la promoción activa de los valores esenciales de una sociedad sana, a través de la defensa de la vida y de la familia, la sana educación moral de los jóvenes y una solicitud fraterna por los pobres y los débiles, contribuirá ciertamente a recrear un sentido positivo del deber propio, en la caridad, hacia amigos y desconocidos en la comunidad local. Tenga la seguridad de que la Iglesia católica en su país está deseosa de seguir ofreciendo su contribución sustancial al bien común mediante sus oficinas y sus agencias, en conformidad con sus principios y a la luz de la visión cristiana de los derechos y de la dignidad de la persona humana.

Mirando más allá, su Excelencia ha mencionado varias áreas en las que la Santa Sede y el Reino Unido han ya concordado y cooperado, incluyendo iniciativas para la reducción de la deuda y el financiamiento del desarrollo. El desarrollo sostenible de las poblaciones más pobres del mundo a través de una asistencia bien focalizada permanece un objetivo válido, ya que las poblaciones de los países en vía de desarrollo son nuestros hermanos y hermanas, de igual dignidad y valores, y merecedores de nuestro respeto en todo sentido; y dicha asistencia debería siempre mirar a mejorar sus existencias y perspectivas económicas. Como sabéis, el desarrollo a su vez beneficia a los países donantes, no sólo por la creación de mercados económicos, sino también a través de la promoción del respeto recíproco, de la solidaridad y, sobre todo, de la paz por medio de la prosperidad para todos los pueblos del mundo. Promover modelos de desarrollo que comprometan conocimientos modernos para administrar sabiamente los recursos naturales será asimismo beneficioso para proteger mejor el medio ambiente de los países emergentes y ya industrializados. Por ello, el año pasado, en Westminster Hall, observé que el desarrollo humano integral, y todo lo que este comporta, es una iniciativa que realmente merece la atención del mundo y es demasiado grande como para consentirse un fracaso. De allí que la Santa Sede acoge de buen grado el reciente anuncio del primer ministro David Cameron, acerca de su intención de blindar el presupuesto de asistencia de Gran Bretaña. Por lo demás, Excelencia, lo invito durante su mandato a estudiar modalidades para promover la cooperación en el desarrollo entre su Gobierno y las agencias caritativas y de desarrollo de la Iglesia, en particular, aquellas con sede en Roma y en su país.

Finalmente, señor embajador, al transmitirle mis más fervientes deseos por el éxito de su misión, permítame asegurarle que todos los organismos de la Curia romana están dispuestos a apoyarle en el desempeño de sus tareas. Sobre usted, su familia y sobre todo el pueblo británico invoco de corazón abundantes bendiciones de Dios.


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16/08/2013 20:44


VISITA PASTORAL A ANCONA

ENCUENTRO CON LAS FAMILIAS Y CON LOS SACERDOTES

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Catedral de San Ciríaco, Ancona
Domingo 11 de septiembre de 2011

[Vídeo]



Queridos sacerdotes y queridos esposos:

El monte sobre el que está construida esta catedral nos ha permitido una bellísima vista sobre la ciudad y sobre el mar; pero al cruzar el majestuoso portal, el ánimo queda fascinado por la armonía del estilo románico, enriquecido por una trama de influencias bizantinas y elementos góticos. También en vuestra presencia —sacerdotes y esposos procedentes de las diversas diócesis italianas— se percibe la belleza de la armonía y de la complementariedad de vuestras diferentes vocaciones. El conocimiento mutuo y la estima recíproca, al compartir la misma fe, llevan a apreciar el carisma del otro y a reconocerse dentro del único «edificio espiritual» (1 P 2, 5) que, teniendo como piedra angular al propio Jesucristo, crece bien ordenado para ser templo santo en el Señor (cf. Ef 2, 20-21). Gracias, pues, por este encuentro: al querido arzobispo, monseñor Edoardo Menichelli —también por las expresiones con las que lo ha introducido—, y a cada uno de vosotros.

Deseo detenerme brevemente en la necesidad de reconducir orden sagrado y matrimonio hacia la única fuente eucarística. Los dos estados de vida tienen, en efecto, en el amor de Cristo —que se da a sí mismo para la salvación de la humanidad—, la misma raíz; están llamados a una misión común: la de testimoniar y hacer presente este amor al servicio de la comunidad, para la edificación del Pueblo de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1534). Esta perspectiva permite ante todo superar una visión reductiva de la familia, que la considera como mera destinataria de la acción pastoral. Es cierto que, en esta época difícil, la familia necesita particulares atenciones. Pero no por ello hay que disminuir su identidad ni mortificar su responsabilidad específica. La familia es riqueza para los esposos, bien insustituible para los hijos, fundamento indispensable de la sociedad, comunidad vital para el camino de la Iglesia.

En el plano eclesial, valorar a la familia significa reconocer su relevancia en la acción pastoral. El ministerio que nace del sacramento del matrimonio es importante para la vida de la Iglesia: la familia es lugar privilegiado de educación humana y cristiana, y permanece, por esta finalidad, como la mejor aliada del ministerio sacerdotal; ella es un don valioso para la edificación de la comunidad. La cercanía del sacerdote a la familia, a su vez, la ayuda a tomar conciencia de la propia realidad profunda y de la propia misión, favoreciendo el desarrollo de una fuerte sensibilidad eclesial. Ninguna vocación es una cuestión privada; tampoco aquella al matrimonio, porque su horizonte es la Iglesia entera. Se trata, por lo tanto, de saber integrar y armonizar, en la acción pastoral, el ministerio sacerdotal con «el auténtico Evangelio del matrimonio y de la familia» (Directorio de pastoral familiar, Conferencia episcopal italiana, 25 de julio de 1993, n. 8) para una comunión eficaz y fraterna. Y la Eucaristía es el centro y la fuente de esta unidad que anima toda la acción de la Iglesia.

Queridos sacerdotes, por el don que habéis recibido en la ordenación, estáis llamados a servir como pastores a la comunidad eclesial, que es «familia de familias», y, por lo tanto, a amar a cada uno con corazón paterno, con auténtico desprendimiento de vosotros mismos, con entrega plena, continua y fiel: vosotros sois signo vivo que remite a Jesucristo, el único Buen Pastor. Conformaos a él, a su estilo de vida, con ese servicio total y exclusivo del que el celibato es expresión. También el sacerdote tiene una dimensión esponsal; es identificarse con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por la Iglesia, su esposa (cf. Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis, 24). Cultivad una profunda familiaridad con la Palabra de Dios, luz en vuestro camino. Que la celebración cotidiana y fiel de la Eucaristía sea el lugar donde se obtenga la fuerza para donaros vosotros mismos cada día en el ministerio y vivir constantemente en la presencia de Dios: es él vuestra morada y vuestra herencia. De esto debéis ser testigos para la familia y para cada persona que el Señor pone en vuestro camino, también en las circunstancias más difíciles (cf. ib., 80). Alentad a los cónyuges, compartid sus responsabilidades educativas, ayudadles a renovar continuamente la gracia de su matrimonio. Haced a la familia protagonista en la acción pastoral. Sed acogedores y misericordiosos, también con quienes les cuesta más cumplir con los compromisos asumidos con el vínculo matrimonial y con cuantos, lamentablemente, han faltado a ellos.

Queridos esposos, vuestro matrimonio se arraiga en la fe de que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8) y que seguir a Cristo significa «permanecer en el amor» (cf. Jn 15, 9-10). Vuestra unión —como enseña el apóstol san Pablo— es signo sacramental del amor de Cristo por la Iglesia (cf. Ef 5, 32), amor que culmina en la Cruz y que «se significa y se actualiza en la Eucaristía» (Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis, 29). Que el misterio eucarístico incida cada vez con mayor profundidad en vuestra vida diaria: sacad inspiración y fuerza de este sacramento para vuestra relación conyugal y para la misión educativa a la que estáis llamados; construid vuestras familias en la unidad, don que viene de lo alto y que alimenta vuestro compromiso en la Iglesia y en la promoción de un mundo justo y fraterno. Amad a vuestros sacerdotes, expresadles aprecio por el generoso servicio que realizan. Sabed soportar también sus limitaciones, sin renuncia jamás a pedirles que sean entre vosotros ministros ejemplares que os hablan de Dios y que os conducen a Dios. Vuestra fraternidad es para ellos una ayuda espiritual valiosa y un apoyo en las pruebas de la vida.

Queridos sacerdotes y queridos esposos, que sepáis encontrar siempre en la santa misa la fuerza para vivir la pertenencia a Cristo y a su Iglesia, en el perdón, en el don de uno mismo y en la gratitud. Que vuestro hacer cotidiano tenga en la comunión sacramental su origen y su centro, a fin de que todo se realice para la gloria de Dios. De este modo, el sacrificio de amor de Cristo os transformará, hasta haceros en él «un solo cuerpo y un solo espíritu» (cf. Ef 4, 4-6). La educación de las nuevas generaciones en la fe pasa también a través de vuestra coherencia. Dadles testimonio de la belleza exigente de la vida cristiana, con la confianza y la paciencia de quien conoce el poder de la semilla sembrada en la tierra. Como en el episodio evangélico que hemos escuchado (Mc 5, 21-24.35-43), sed, para cuantos están encomendados a vuestra responsabilidad, signo de la benevolencia y de la ternura de Jesús: en él se hace visible cómo el Dios que ama la vida no es ajeno o distante de las vicisitudes humanas, sino que es el Amigo que nunca abandona. Y en los momentos en que se insinúe la tentación de que todo esfuerzo educativo es vano, sacad de la Eucaristía la luz para reforzar la fe, seguros de que la gracia y el poder de Jesucristo pueden alcanzar al hombre en cualquier situación, incluso la más difícil.

Queridos amigos, os encomiendo a todos a la protección de María, venerada en esta catedral con el título de «Reina de todos los santos». La tradición vincula su imagen al exvoto de un marinero, en agradecimiento por la salvación del hijo, sano y salvo de una tempestad marina. Que la mirada materna de la Madre acompañe también vuestros pasos en la santidad hacia un arribo de paz. Gracias.


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VISITA PASTORAL A ANCONA

ENCUENTRO CON LOS NOVIOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza del Plebiscito, Ancona
Domingo 11 de septiembre de 2011

[Vídeo]



Queridos novios:

Me alegra concluir esta intensa jornada, culmen del Congreso eucarístico nacional, encontrándoos a vosotros, casi para querer confiar la herencia de este acontecimiento de gracia a vuestras jóvenes vidas. Además, la Eucaristía, don de Cristo para la salvación del mundo, indica y contiene el horizonte más verdadero de la experiencia que estáis viviendo: el amor de Cristo como plenitud del amor humano.

Doy las gracias al arzobispo de Ancona-Ósimo, monseñor Edoardo Menichelli, por su cordial y profundo saludo, y a todos vosotros por esta vivaz participación; gracias también por las preguntas que me habéis dirigido y que acojo confiando en la presencia, en medio de nosotros, del Señor Jesús: ¡sólo él tiene palabras de vida eterna, palabras de vida para vosotros y vuestro futuro!

Lo que planteáis son interrogantes que, en el actual contexto social, asumen un peso aún mayor. Deseo ofreceros sólo alguna orientación por respuesta. En ciertos aspectos nuestro tiempo no es fácil, sobre todo para vosotros, los jóvenes. La mesa está surtida de muchas cosas deliciosas, pero, como en el episodio evangélico de las bodas de Caná, parece que falta el vino de la fiesta. Sobre todo la dificultad de encontrar un trabajo estable extiende un velo de incertidumbre sobre el futuro. Esta condición contribuye a posponer la toma de decisiones definitivas, e incide de modo negativo en el crecimiento de la sociedad, que no consigue valorar plenamente la riqueza de energías, de competencias y de creatividad de vuestra generación.

Falta el vino de la fiesta también a una cultura que tiende a prescindir de criterios morales claros: en la desorientación, cada uno se ve impulsado a moverse de manera individual y autónoma, frecuentemente en el único perímetro del presente. La fragmentación del tejido comunitario se refleja en un relativismo que mella los valores esenciales; la consonancia de sensaciones, de estados de ánimo y de emociones parece más importante que compartir un proyecto de vida. También las elecciones de fondo se vuelven entonces frágiles, expuestas a una perenne revocabilidad, que a menudo se considera como expresión de libertad, mientras que más bien señala su carencia. Asimismo, pertenece a una cultura carente del vino de la fiesta la aparente exaltación del cuerpo, que en realidad banaliza la sexualidad y tiende a que se viva fuera de un contexto de comunión de vida y de amor.

Queridos jóvenes, ¡no tengáis miedo de afrontar estos desafíos! No perdáis nunca la esperanza. Tened valor, también en las dificultades, permaneciendo firmes en la fe. Estad seguros de que, en toda circunstancia, sois amados y estáis custodiados por el amor de Dios, que es nuestra fuerza. Dios es bueno. Por esto es importante que el encuentro con Dios, sobre todo en la oración personal y comunitaria, sea constante, fiel, precisamente como es el camino de vuestro amor: amar a Dios y sentir que él me ama. ¡Nada nos puede separar del amor de Dios! Estad seguros, además, de que también la Iglesia está cerca de vosotros, os sostiene, no cesa de miraros con gran confianza. Ella sabe que tenéis sed de valores, los valores verdaderos, sobre lo que vale la pena construir vuestra casa. El valor de la fe, de la persona, de la familia, de las relaciones humanas, de la justicia. No os desaniméis ante las carencias que parecen apagar la alegría en la mesa de la vida. En las bodas de Caná, cuando falta el vino, María invitó a los sirvientes a dirigirse a Jesús y les dio una indicación precisa: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Atesorad estas palabras, las últimas de María citadas en los Evangelios, casi su testamento espiritual, y tendréis siempre la alegría de la fiesta: ¡Jesús es el vino de la fiesta!

Como novios estáis viviendo una época única que abre a la maravilla del encuentro y permite descubrir la belleza de existir y de ser valiosos para alguien, de poderos decir recíprocamente: tú eres importante para mí. Vivid con intensidad, gradualidad y verdad este camino. No renunciéis a perseguir un ideal alto de amor, reflejo y testimonio del amor de Dios. ¿Pero cómo vivir esta etapa de vuestra vida, testimoniar el amor en la comunidad? Deseo deciros ante todo que evitéis cerraros en relaciones intimistas, falsamente tranquilizadoras; haced más bien que vuestra relación se convierta en levadura de una presencia activa y responsable en la comunidad. No olvidéis, además, que, para ser auténtico, también el amor requiere un camino de maduración: a partir de la atracción inicial y de «sentirse bien» con el otro, educaos a «querer bien» al otro, a «querer el bien» del otro. El amor vive de gratuidad, de sacrificio de uno mismo, de perdón y de respeto del otro.

Queridos amigos, todo amor humano es signo del Amor eterno que nos ha creado y cuya gracia santifica la elección de un hombre y de una mujer de entregarse recíprocamente la vida en el matrimonio. Vivid este tiempo del noviazgo en la espera confiada de tal don, que hay que acoger recorriendo un camino de conocimiento, de respeto, de atenciones que jamás debéis perder: sólo con esta condición el lenguaje del amor seguirá siendo significativo también con el paso de los años. Educaos, también, desde ahora en la libertad de la fidelidad, que lleva a custodiarse recíprocamente, hasta vivir el uno para el otro. Preparaos a elegir con convicción el «para siempre» que connota el amor: la indisolubilidad, antes que una condición, es un don que hay que desear, pedir y vivir, más allá de cualquier situación humana mutable. Y no penséis, según una mentalidad extendida, que la convivencia sea garantía para el futuro. Quemar etapas acaba por «quemar» el amor, que en cambio necesita respetar los tiempos y la gradualidad en las expresiones; necesita dar espacio a Cristo, que es capaz de hacer un amor humano fiel, feliz e indisoluble. La fidelidad y la continuidad de que os queráis bien os harán capaces también de estar abiertos a la vida, de ser padres: la estabilidad de vuestra unión en el sacramento del matrimonio permitirá a los hijos que Dios quiera daros crecer con confianza en la bondad de la vida. Fidelidad, indisolubilidad y transmisión de la vida son los pilares de toda familia, verdadero bien común, valioso patrimonio para toda la sociedad. Desde ahora, fundad en ellos vuestro camino hacia el matrimonio y testimoniadlo también a vuestros coetáneos: ¡es un valioso servicio! Sed agradecidos con cuantos, con empeño, competencia y disponibilidad os acompañan en la formación: son signo de la atención y de la solicitud que la comunidad cristiana os reserva. No estáis solos: sed los primeros en buscar y acoger la compañía de la Iglesia.

Deseo volver de nuevo sobre un punto esencial: la experiencia del amor tiene en su interior la tensión hacia Dios. El verdadero amor promete el infinito. Haced, por lo tanto, de este tiempo vuestro de preparación al matrimonio un itinerario de fe: redescubrid para vuestra vida de pareja la centralidad de Jesucristo y de caminar en la Iglesia. María nos enseña que el bien de cada uno depende de la escucha dócil de la palabra del Hijo. En quien se fía de él, el agua de la vida cotidiana se transforma en el vino de un amor que hace buena, bella y fecunda la vida. Caná, de hecho, es anuncio y anticipación del don del vino nuevo de la Eucaristía, sacrificio y banquete en el cual el Señor nos alcanza, nos renueva y transforma. Y no perdáis la importancia vital de este encuentro: que la asamblea litúrgica dominical os encuentre plenamente partícipes: de la Eucaristía brota el sentido cristiano de la existencia y un nuevo modo de vivir (cf. Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis, 72-73). No tendréis, entonces, miedo al asumir la esforzada responsabilidad de la opción conyugal; no temeréis entrar en este «gran misterio» en el que dos personas llegan a ser una sola carne (cf. Ef 5, 31-32).

Queridísimos jóvenes, os encomiendo a la protección de san José y de María santísima; siguiendo la invitación de la Virgen Madre —«Haced lo que él os diga»— no os faltará el sabor de la verdadera fiesta y sabréis llevar el «vino» mejor, el que Cristo dona para la Iglesia y para el mundo. Deseo deciros que también yo estoy cerca de vosotros y de cuantos, como vosotros, viven este maravilloso camino de amor. ¡Os bendigo con todo el corazón!


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PRELADOS DE RECIENTE NOMBRAMIENTO

Patio del palacio pontificio de Castelgandolfo
Jueves 15 de septiembre



Queridos hermanos en el episcopado:

Como el cardenal Ouellet ha mencionado, ya son diez años que los obispos de reciente nombramiento se encuentran juntos en Roma para llevar a cabo una peregrinación a la tumba de san Pedro y para reflexionar sobre los principales compromisos del ministerio episcopal. Este encuentro, promovido por la Congregación para los obispos y la Congregación para las Iglesias orientales, se introduce entre las iniciativas para la formación permanente deseadas por la exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis (n. 24). También vosotros, a poco tiempo de vuestra consagración episcopal, estáis así invitados a renovar la profesión de vuestra fe ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles y vuestra adhesión confiada a Jesucristo con el impulso de amor del mismo Apóstol, intensificando los vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro y con los hermanos obispos.

A este aspecto interior de la iniciativa se añade una fuerte experiencia de colegialidad afectiva. El obispo, como vosotros bien sabéis, no es un hombre solo, sino que está integrado en aquel corpus episcoporum que se transmite desde la cepa apostólica hasta nuestros días enlazándose a Jesús, «Pastor y Obispo de nuestras almas» (Misal romano, Prefacio después de la Ascensión). La fraternidad episcopal que vivís en estos días se prolonga en el sentir y en el actuar cotidiano de vuestro servicio ayudándoos a obrar siempre en comunión con el Papa y con vuestros hermanos en el episcopado, buscando cultivar también la amistad con ellos y con vuestros sacerdotes. En este espíritu de comunión y de amistad os acojo con gran afecto, obispos de rito latino y de rito oriental, saludando en cada uno de vosotros a las Iglesias encomendadas a vuestro cuidado pastoral, con un pensamiento especial por aquellas que, de modo especial en Oriente Medio, están sufriendo. Doy las gracias al cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los obispos, por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre y por el libro, y al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales.

El encuentro anual con los obispos nombrados en el curso del año me ha brindado la posibilidad de subrayar algún aspecto del ministerio episcopal. Hoy quiero reflexionar brevemente con vosotros sobre la importancia de la acogida por parte del obispo de los carismas que el Espíritu suscita para la edificación de la Iglesia. La consagración episcopal os ha conferido la plenitud del sacramento del Orden, que, en la comunidad eclesial, es puesto al servicio del sacerdocio común de los fieles, de su crecimiento espiritual y de su santidad. El sacerdocio ministerial, de hecho, como sabéis, tiene el objetivo y la misión de hacer vivir el sacerdocio de los fieles, que, en virtud del Bautismo, participan a su modo en el único sacerdocio de Cristo, como afirma la constitución conciliar Lumen gentium: «El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, están ordenados el uno al otro; ambos, en efecto, participan cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo. Su diferencia, sin embargo, es esencial y no sólo de grado» (n. 10). Por esta razón, los obispos tienen la tarea de vigilar y obrar a fin de que los bautizados puedan crecer en la gracia y según los carismas que el Espíritu Santo suscita en sus corazones y en su comunidad. El concilio Vaticano II recordó que el Espíritu Santo, mientras une en la comunión y en el ministerio a la Iglesia, la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la adorna con sus frutos (cf. ib., 4). La reciente Jornada mundial de la juventud en Madrid ha demostrado, una vez más, la fecundidad de la riqueza de los carismas en la Iglesia, precisamente hoy, y la unidad eclesial de todos los fieles congregados en torno al Papa y a los obispos. Una vitalidad que refuerza la obra de evangelización y la presencia de la Iglesia en el mundo. Y vemos, podemos casi tocar que el Espíritu Santo también hoy está presente en la Iglesia, crea carismas y crea unidad.

El don fundamental que estáis llamados a alimentar en los fieles encomendados a vuestro cuidado pastoral es ante todo el de la filiación divina, que es participación de cada uno en la comunión trinitaria. Lo esencial es que llegamos a ser realmente hijos e hijas en el Hijo. El Bautismo, que constituye a los hombres «hijos en el Hijo» y miembros de la Iglesia, es la raíz y la fuente de todos los demás dones carismáticos. Con vuestro ministerio de santificación, vosotros educáis a los fieles a participar siempre más intensamente en el oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ayudándoles a edificar la Iglesia, según los dones recibidos de Dios, de modo activo y corresponsable. De hecho, siempre debemos tener presente que los dones del Espíritu, por extraordinarios o sencillos y humildes que sean, son siempre dados gratuitamente para la edificación de todos. El obispo, en cuanto signo visible de la unidad de su Iglesia particular (cf. ib., 23), tiene la tarea de reunir y armonizar la diversidad carismática en la unidad de la Iglesia, favoreciendo la reciprocidad entre el sacerdocio jerárquico y el sacerdocio bautismal.

Acoged por lo tanto los carismas con gratitud para la santificación de la Iglesia y la vitalidad del apostolado. Y esta acogida y gratitud hacia el Espíritu Santo, que obra también hoy entre nosotros, son inseparables del discernimiento, que es propio de la misión del obispo, como ha recalcado el concilio Vaticano II, que ha encomendado al ministerio pastoral el juicio sobre la autenticidad de los carismas y sobre su ejercicio ordenado, sin extinguir el Espíritu, sino examinando y conservando lo que es bueno (cf. ib., 12). Esto me parece importante: por una parte no extinguir, pero por otra parte distinguir, ordenar y conservar examinando. Para esto debe estar siempre claro que ningún carisma dispensa de la referencia y la sumisión a los pastores de la Iglesia (cf. exhort. ap. Christifideles laici, 24). Acogiendo, juzgando y ordenando los diversos dones y carismas, el obispo ofrece un servicio grande y valioso al sacerdocio de los fieles y a la vitalidad de la Iglesia, que resplandecerá como esposa del Señor, revestida de la santidad de sus hijos.

Este articulado y delicado ministerio, pide al obispo que alimente con solicitud la propia vida espiritual. Sólo así crece el don del discernimiento. Como afirma la exhortación apostólica Pastores gregis, el obispo se convierte en «padre» precisamente porque es plenamente «hijo» de la Iglesia (n. 10). Por otra parte, en virtud de la plenitud del sacramento del Orden, es maestro, santificador y pastor que actúa en nombre y en la persona de Cristo. Estos dos aspectos inseparables lo llaman a crecer como hijo y como pastor en el seguimiento de Cristo, de modo que su santidad personal manifieste la santidad objetiva recibida con la consagración episcopal, porque la santidad objetiva del sacramento y la santidad personal del obispo van juntas. Os exhorto, por lo tanto, queridos hermanos en el episcopado a permanecer siempre en la presencia del Buen Pastor y a asimilar cada vez más sus sentimientos y sus virtudes humanas y sacerdotales, mediante la oración personal que debe acompañar vuestras arduas jornadas apostólicas. En la intimidad con el Señor hallaréis consuelo y apoyo para vuestro exigente ministerio. No tengáis miedo de confiar al corazón de Jesucristo cada una de vuestras preocupaciones, seguros de que él cuida de vosotros, como ya advertía el apóstol san Pedro (cf. 1 P 5, 6). Que la oración esté siempre alimentada por la meditación de la Palabra de Dios, por el estudio personal, por el recogimiento y el debido reposo, para que podáis saber escuchar y acoger con serenidad «aquello que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2, 11) y llevar a todos a la unidad de la fe y del amor. Con la santidad de vuestra vida y la caridad pastoral serviréis de ejemplo y ayuda a los sacerdotes, vuestros primeros e indispensables colaboradores. Vuestra solicitud los hará crecer en la corresponsabilidad como sabios guías de los fieles, que con vosotros están llamados a edificar la comunidad, con sus dones, sus carismas y con el testimonio de su vida, para que en el coro de la comunión la Iglesia dé testimonio de Jesucristo, a fin de que el mundo crea. Y esta cercanía a los sacerdotes, precisamente hoy, con todos los problemas, es de enorme importancia.

Al encomendar vuestro ministerio a María, Madre de la Iglesia, que resplandece ante el Pueblo de Dios colmada de los dones del Espíritu Santo, imparto con afecto a cada uno de vosotros, a vuestras diócesis y especialmente a vuestros sacerdotes, la bendición apostólica. Gracias.


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VÍDEO MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA TRANSMISIÓN «WORT ZUM SONNTAG»
DE LA TELEVISIÓN PÚBLICA ALEMANA ARD,
EN VÍSPERAS DEL VIAJE A ALEMANIA

Sábado 17 de septiembre de 2011



Señoras y señores,
queridos connacionales:

En pocos días partiré para mi viaje a Alemania, y estoy muy contento de ello. Pienso con alegría particularmente en Berlín, donde tendrán lugar muchos encuentros, y, naturalmente en el discurso que pronunciaré en el Bundestag y en la gran misa que podremos celebrar en el estadio olímpico.

Uno de los momentos importantes de la visita será Erfurt: en ese monasterio agustino, en esa iglesia agustina, donde Lutero empezó su camino, podré reunirme con los representantes de la Iglesia evangélica de Alemania. Allí oraremos juntos, escucharemos la Palabra de Dios, reflexionaremos y hablaremos juntos. No esperamos ningún acontecimiento sensacional: de hecho, la verdadera grandeza del evento consiste precisamente en esto, que en este lugar juntos podemos pensar, escuchar la Palabra de Dios y orar, y así estaremos íntimamente próximos y se manifestará un verdadero ecumenismo.

Algo especial para mí es el encuentro con Eichsfeld, esta pequeña franja de tierra que, aún pasando por todas las peripecias de la historia, ha permanecido católica; luego el sudoeste de Alemania, con Friburgo, la gran ciudad, con muchos encuentros que allí tendrán lugar, sobre todo la vigilia con los jóvenes y la gran misa que concluirá el viaje.

Todo ello no es turismo religioso, y menos todavía un «show». De qué se trata, lo dice el lema de estas jornadas: «Donde está Dios, ahí hay futuro». Debería tratarse del hecho de que Dios vuelva a nuestro horizonte, ese Dios con tanta frecuencia totalmente ausente, de quien, en cambio, tenemos tanta necesidad.

Tal vez me preguntaréis: «¿Pero existe Dios? Y si existe, ¿se ocupa verdaderamente de nosotros? ¿Podemos llegar a él?». Cierto, es verdad: no podemos poner a Dios sobre la mesa, no podemos tocarlo como a un utensilio o tomarlo con la mano como un objeto cualquiera. Debemos desarrollar de nuevo la capacidad de percepción de Dios, capacidad que existe en nosotros. En la grandeza del cosmos podemos intuir algo de la magnitud de Dios. Podemos utilizar el mundo a través de la técnica, porque está construido de manera racional. En la gran racionalidad del mundo podemos intuir el espíritu creador de quien aquél deriva, y en la belleza de la creación podemos intuir algo de la belleza, de la grandeza y también de la bondad de Dios. En la Palabra de las Sagradas Escrituras podemos escuchar palabras de vida eterna que no vienen sencillamente de hombres, sino que vienen de Él, y en ellas oímos su voz. Y finalmente, casi vemos a Dios también en el encuentro con las personas que han sido tocadas por Él. No pienso sólo en los grandes: desde san Pablo hasta Francisco de Asís y la Madre Teresa; sino que pienso en las muchas personas sencillas de las que nadie habla. Y sin embargo, cuando las encontramos, emana de ellas algo de bondad, sinceridad, alegría, y nosotros sabemos que ahí está Dios y que Él nos toca también a nosotros. Así que, en estos días, deseamos empeñarnos en volver a ver a Dios, para nosotros mismos volver a ser personas desde quienes entre en el mundo una luz de la esperanza, que es luz que viene de Dios y nos ayuda a vivir.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE LA INDIA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Castelgandolfo
Lunes 19 de septiembre de 2011



Queridos hermanos obispos:

Os doy una afectuosa y fraterna bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, una gozosa oportunidad para reforzar los vínculos de comunión entre la Iglesia en la India y la Sede de Pedro. Deseo dar las gracias a monseñor Vincent Concessao por las amables palabras pronunciadas en vuestro nombre y en el de cuantos están encomendados a vuestra solicitud pastoral. Dirijo mis cordiales saludos a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, y a los laicos de vuestras distintas diócesis. Os ruego que les aseguréis mis oraciones y mi solicitud espiritual.

Los recursos concretos más significativos de las Iglesias que pastoreáis no son los edificios, las escuelas, los orfanatos, los conventos o parroquias, sino los hombres, las mujeres y los niños de la Iglesia en la India que hacen vida la fe, que dan testimonio de la presencia amorosa de Dios a través de vidas de santidad. Como parte de un patrimonio rico y antiguo, la India se enorgullece de una presencia cristiana antigua y distinguida, que ha contribuido a la sociedad india y ha beneficiado vuestra cultura de innumerables modos, enriqueciendo la vida de muchísimos ciudadanos, no sólo católicos. La enorme bendición de la fe en Dios y en su Hijo, Jesucristo, de quien los miembros de la Iglesia dan testimonio en vuestro país, les motiva a obrar de forma altruista, amable, amorosa y caritativa (cf. 2 Co 5, 14). Más importante todavía es que la Iglesia en la India proclama su fe y su amor a la sociedad en general, concretándolos a través del interés por todas las personas, en todo aspecto de su vida espiritual y material. Ya sean ricos o pobres, ancianos o jóvenes, hombres o mujeres, de antigua tradición cristiana o acogidos recientemente en la fe, la Iglesia no puede dejar de ver en la fe de sus miembros, individual y colectivamente, un gran signo de esperanza para la India y para su futuro.

En particular, la Iglesia católica es amiga de los pobres. Como Cristo, ella acoge sin excepciones a cuantos se le acercan para escuchar el mensaje divino de paz, esperanza y salvación. Además, en obediencia al Señor, sigue haciéndolo sin considerar «tribu, lengua, pueblo y nación» (cf. Ap 5, 9), pues en Cristo somos «un solo cuerpo» (cf. Rm 12, 5). Por lo tanto es indispensable que el clero, los religiosos y los catequistas de vuestras diócesis estén atentos a las diversas circunstancias lingüísticas, culturales y económicas de aquellos a quienes sirven.

Además, si las Iglesias locales garantizan el ofrecimiento de una formación apropiada a quienes, motivados auténticamente por el amor a Dios y al prójimo, desean convertirse en cristianos, esas Iglesias locales permanecerán fieles al mandato de Cristo de enseñar «a todas las naciones» (cf. Mt 28, 19). Si bien vosotros, queridos hermanos, debéis tomar en consideración los desafíos implícitos en la naturaleza misionera de la Iglesia, tenéis que estar siempre dispuestos a difundir el Reino de Dios y a seguir las huellas de Cristo, él mismo incomprendido, despreciado, falsamente acusado, y que sufrió por amor a la verdad.

No os desaniméis cuando surjan problemas en vuestro ministerio y en el de vuestros sacerdotes y religiosos. Nuestra fe en la certeza de la resurrección de Cristo nos da la confianza y la valentía para afrontar todo lo que pueda suceder y para seguir adelante, edificando el Reino de Dios, ayudados, como siempre, por la gracia de los sacramentos y por la meditación orante de las Escrituras. Dios acoge a todos, sin distinción, en la unión con él, a través de la Iglesia. Igual que yo rezo para que la Iglesia en la India siga acogiendo a todos, especialmente a los pobres, y siga siendo un puente ejemplar entre los hombres y Dios.

Finalmente, mis queridos hermanos obispos, observo con gratitud los diversos esfuerzos que han realizado las Iglesias locales en la India para conmemorar el vigésimo quinto aniversario de la primera visita apostólica del Papa Juan Pablo II a vuestro país. En aquellas memorables jornadas, celebró varios encuentros con líderes de otras tradiciones religiosas. Manifestando su respeto personal hacia sus interlocutores, este beato Papa dio un testimonio auténtico del valor del diálogo interreligioso. Renuevo los sentimientos que tan bien expresó: «Trabajar por la consecución y la preservación de todos los derechos humanos, incluido el derecho fundamental de adorar a Dios según los dictámenes de una recta conciencia y de profesar exteriormente esta fe, debe convertirse más todavía en tema de colaboración interreligiosa a todos los niveles» (Juan Pablo II, Encuentro con los representantes de las diversas tradiciones religiosas y culturales, 2 de febrero de 1986). Os animo, queridos hermanos, a llevar adelante los esfuerzos de la Iglesia para promover el bienestar de la sociedad india mediante la atención constante a la promoción de los derechos fundamentales, derechos compartidos por toda la humanidad, e invitando a los cristianos y a los miembros de otras religiones a aceptar el desafío de afirmar la dignidad de cada persona humana. Esta dignidad —expresada en el respeto de los derechos materiales, espirituales, morales innatos a la persona y a su promoción— no es sólo una concesión de cualquier autoridad terrena. Es el don del Creador y deriva del hecho de que hemos sido creados a su imagen y semejanza. Ruego para que los discípulos de Cristo en la India continúen siendo promotores de justicia, mensajeros de paz, personas de diálogo respetuoso y amantes de la verdad sobre Dios y sobre el hombre.

Con estas reflexiones, queridos hermanos obispos, os renuevo mis sentimientos de afecto y estima. Os encomiendo a todos a la intercesión del beato Papa Juan Pablo II, que ciertamente lleva su afecto por la India ante el trono de nuestro Padre celestial. Asegurándoos mis oraciones por vosotros y por quienes están confiados a vuestra solicitud pastoral, me complace impartir mi bendición apostólica como prenda de gracia y de paz en el Señor.


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Saluto ai Dipendenti delle Ville Pontificie di Castel Gandolfo (28 settembre 2011)

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Saluto alle diverse Comunità religiose e civili di Castel Gandolfo (29 settembre 2011)

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE INDONESIA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Viernes 7 de octubre de 2011



Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra daros mi cordial y fraterna bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, una oportunidad privilegiada para dar gracias a Dios por el don de la comunión que existe en la única Iglesia de Cristo, y un momento para profundizar nuestros vínculos de unidad en la fe apostólica. Quiero dar las gracias a monseñor Situmorang por las amables palabras pronunciadas en vuestro nombre y en el de los fieles confiados a vuestra solicitud pastoral. Saludo cordialmente también a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos encomendados a vuestro cuidado pastoral. Os ruego que les aseguréis mis oraciones por su santificación y por su bienestar.

El mensaje de salvación, perdón y amor de Cristo ha sido predicado en vuestro país desde hace siglos. De hecho, el impulso misionero sigue siendo esencial para la vida de la Iglesia, y encuentra expresión no sólo en la predicación del Evangelio, sino también en el testimonio de la caridad cristiana (cf. Ad gentes, 2). En este sentido, aprecio los intensos esfuerzos realizados por numerosas personas y organismos en nombre de la Iglesia para llevar la tierna compasión de Dios a los numerosos miembros de la sociedad indonesia.

Este es el sello de todo movimiento, acción y expresión de la Iglesia, en todos sus esfuerzos sacramentales, caritativos, educativos y sociales, de forma que, en todo, sus miembros promuevan que el Dios uno y trino sea conocido y amado a través de Jesucristo. Esto no sólo contribuirá a la vitalidad espiritual de la Iglesia, mientras crece en confianza a través de un testimonio humilde pero valiente, sino también reforzará a la sociedad indonesia promoviendo los valores apreciados por vuestros compatriotas: tolerancia, unidad y justicia para todos los ciudadanos. Oportunamente, la Constitución de Indonesia garantiza el derecho humano fundamental a la libertad de practicar la propia religión. La libertad de vivir y de predicar el Evangelio nunca debe darse por descontada, sino que siempre se debe defender de modo correcto y paciente. Y la libertad religiosa no es sólo un derecho a verse libres de constricciones externas. También es un derecho a ser católicos de forma auténtica y plena, a practicar la fe, a edificar la Iglesia y a contribuir al bien común, proclamando el Evangelio como Buena Nueva para todos e invitando a todos a la intimidad con el Dios de la misericordia y la compasión manifestado en Jesucristo.

Una parte significativa de la labor caritativa y educativa en vuestras diócesis se realiza bajo la dirección de los religiosos y las religiosas. Su consagración a Cristo y su vida de oración profunda y sacrificio genuino siguen enriqueciendo a la Iglesia y haciendo la presencia de Dios visible y activa en vuestra nación. Deseo expresar mi gratitud a los numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas que dan gloria al Señor a través de incontables buenas obras que benefician a sus hermanos y hermanas indonesios. Sus esfuerzos son una expresión indispensable del compromiso de la Iglesia en favor de la humanidad y especialmente de los más necesitados. Por esta razón, os pido, queridos hermanos en el episcopado, que sigáis asegurando que la formación y la educación que reciben los seminaristas, los religiosos y las religiosas, sean siempre adecuadas a la misión que se les confía. Ante las crecientes complejidades de nuestro mundo y la rápida transformación de la sociedad indonesia, es muy urgente la necesidad de religiosos y religiosas bien preparados. De acuerdo con sus superiores locales, aseguraos que hayan recibido lo necesario para vivir una vida llena de sabiduría y conocimiento espiritual, y que fructifiquen en toda obra buena (cf. Col 1, 9, 10).

Sólo quiero alentaros en vuestros continuos esfuerzos para promover y sostener el diálogo interreligioso en vuestra nación. En vuestro país, tan rico en su diversidad cultural y con una población tan grande, vive un número significativo de seguidores de diversas tradiciones religiosas. Así, el pueblo de Indonesia tiene grandes posibilidades de dar una importante contribución a la búsqueda de paz y de comprensión entre los pueblos del mundo. Vuestra participación en esta gran empresa es decisiva; por ello, queridos hermanos, os exhorto a asegurar que quienes han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral sepan que, como cristianos, deben ser agentes de paz, de perseverancia y de caridad. La Iglesia está llamada a seguir a su divino Maestro, que recapitula todas las cosas en sí mismo, y a dar testimonio de la paz que sólo él puede dar. Este es el fruto precioso de la caridad en él, que, sufriendo injustamente, nos dio su vida y nos enseñó a responder en todas las situaciones con el perdón, la misericordia y el amor en la verdad. Los creyentes en Cristo, arraigados en la caridad, deben comprometerse en el diálogo con las demás religiones, respetando sus recíprocas diferencias. Los esfuerzos comunes para la construcción de la sociedad serán de gran valor si refuerzan amistades y superan malentendidos o desconfianzas. Confío en que vosotros y los sacerdotes, los religiosos y los laicos de vuestras diócesis sigáis dando testimonio de la imagen y la semejanza de Dios en cada hombre, mujer y niño, sin tener en cuenta su fe, animando a todos a estar abiertos al diálogo al servicio de la paz y de la armonía. Haciendo todo lo posible para asegurar que los derechos de las minorías en vuestro país sean respetados, favorecéis la causa de la tolerancia y la armonía mutuas en vuestro país y más allá de él.

Con estos pensamientos, queridos hermanos en el episcopado, os renuevo mis sentimientos de afecto y estima. Vuestro país está compuesto por miles de islas; así también la Iglesia en Indonesia está formada por miles de comunidades cristianas, «islas de presencia de Cristo». Estad siempre unidos en la fe, en la esperanza y en el amor entre vosotros y con el Sucesor de Pedro. Os encomiendo a todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia. Asegurándoos mis oraciones por vosotros y por quienes están confiados a vuestro cuidado pastoral, os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de gracia y de paz en el Señor.


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VISITA PASTORAL A LAMEZIA TERME Y SERRA SAN BRUNO

ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN DE SERRA SAN BRUNO

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza de San Esteban, Cartuja de Serra San Bruno
Domingo 9 de octubre de 2011

[Vídeo]



Señor alcalde,
venerado hermano en el episcopado,
distinguidas autoridades,
queridos amigos de Serra San Bruno:

Me alegra poder encontrarme con vosotros, antes de entrar en la cartuja, donde realizaré la segunda parte de esta visita pastoral a Calabria. Os saludo a todos con afecto y os doy las gracias por vuestra cordial acogida; en particular doy las gracias al arzobispo de Catanzaro-Squillace, monseñor Vincenzo Bertolone, y al alcalde, Bruno Rosi, también por las amables palabras que me ha dirigido. Es verdad, dos visitas cercanas del Sucesor de Pedro son un privilegio para vuestra comunidad civil. Pero sobre todo, como justamente ha dicho también el alcalde, es un gran privilegio tener en vuestro territorio esta «ciudadela» del espíritu que es la cartuja. La presencia misma de la comunidad monástica, con su larga historia que se remonta a san Bruno, constituye una constante llamada a Dios, una apertura hacia el cielo y una invitación a recordar que somos hermanos en Cristo.

Los monasterios tienen una función muy importante en el mundo, diría indispensable. Si en el medioevo fueron centros de saneamiento de los territorios pantanosos, hoy sirven para «sanear» el ambiente en otro sentido: a veces, de hecho, el clima que se respira en nuestras sociedades no es salubre, está contaminado por una mentalidad que no es cristiana, y ni siquiera humana, porque está dominada por los intereses económicos, preocupada sólo por las cosas terrenas y carente de una dimensión espiritual. En este clima no sólo se margina a Dios, sino también al prójimo, y las personas no se comprometen por el bien común. El monasterio, en cambio, es modelo de una sociedad que pone en el centro a Dios y la relación fraterna. Tenemos mucha necesidad de los monasterios también en nuestro tiempo.

Queridos amigos de Serra San Bruno, el privilegio de tener cerca la cartuja es para vosotros también una responsabilidad: considerad un tesoro la gran tradición espiritual de este lugar y tratad de ponerla en práctica en la vida cotidiana. Que la Virgen María y san Bruno os protejan siempre. De corazón os bendigo a todos vosotros y a vuestras familias.


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Ai Prefetti d'Italia (14 ottobre 2011)

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Ai partecipanti all'Incontro promosso dalla Fondazione "Centesimus Annus-Pro Pontifice" (15 ottobre 2011)

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Alla delegazione della Chiesa Siro-Malabarese (17 ottobre 2011)

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Inaugurazione della "Domus Australia" - Centro di accoglienza dei pellegrini australiani, in Via Cernaia (Roma, 19 ottobre 2011)

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All'Ambasciatore dei Paesi Bassi presso la Santa Sede (21 ottobre 2011)

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Ai partecipanti all'Incontro Internazionale per gli Ordinariati Militari (22 ottobre 2011)

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Concerto offerto da "Bayerische Staatsoper" (22 ottobre 2011)

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ENCUENTRO CON LOS RESPONSABLES DE LOS ORGANISMOS ECLESIAES
PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
CON MOTIVO DEL CONGRESO INTERNACIONAL
ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala Pablo VI
Sábado 15 de octubre de 2011

[Vídeo]



Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos amigos:

He acogido de buen grado la invitación del presidente del Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización para estar presente con todos vosotros, esta tarde al menos un breve momento, y sobre todo mañana para la celebración eucarística. Agradezco a monseñor Fisichella las palabras de saludo que me ha dirigido en vuestro nombre, y me alegra ver que sois numerosos. Sé que estáis aquí en representación de muchos otros que, como vosotros, se comprometen en la no fácil tarea de la nueva evangelización. Saludo también a todos los que están siguiendo este evento a través de los medios de comunicación que permiten a muchos nuevos evangelizadores estar conectados al mismo tiempo, aun estando dispersos por las distintas partes del mundo.

Habéis elegido como lema para vuestra reflexión de hoy la expresión: «La Palabra de Dios crece y se multiplica». Varias veces el evangelista Lucas utiliza esta fórmula en el libro de los Hechos de los Apóstoles; en distintas situaciones afirma, de hecho, que «la Palabra de Dios crecía y se multiplicaba» (cf. Hch 6, 7; 12, 24). Pero en el tema de esta jornada habéis modificado el tiempo de los dos verbos para evidenciar un aspecto importante de la fe: la certeza consciente de que la Palabra de Dios está siempre viva, en todos los momentos de la historia, hasta nuestros días, porque la Iglesia la actualiza a través de su fiel transmisión, la celebración de los sacramentos y el testimonio de los creyentes. Por esto nuestra historia está en plena continuidad con la de la primera comunidad cristiana, vive de la misma savia vital.

¿Pero qué terreno encuentra la Palabra de Dios? Como entonces, también hoy puede encontrar cerrazón y rechazo, modos de pensar y de vivir que están lejos de la búsqueda de Dios y de la verdad. El hombre contemporáneo a menudo está confundido y no consigue hallar respuestas a tantos interrogantes que agitan su mente con respecto al sentido de la vida y a las cuestiones que alberga en lo profundo de su corazón. El hombre no puede eludir estos interrogantes que afectan al significado de sí mismo y de la realidad, ¡no puede vivir en una sola dimensión! En cambio, no raramente, es alejado de la búsqueda de lo esencial en la vida, mientras se le propone una felicidad efímera, que satisface un instante, pero enseguida deja tristeza e insatisfacción.

Sin embargo, a pesar de esta condición del hombre contemporáneo, podemos todavía afirmar con certeza, como en los comienzos del cristianismo, que la Palabra de Dios sigue creciendo y multiplicándose. ¿Por qué? Quiero destacar, al menos, tres motivos. El primero es que la fuerza de la Palabra no depende, en primer lugar, de nuestra acción, de nuestros medios, de nuestro «hacer», sino de Dios, que esconde su poder bajo los signos de la debilidad, que se hace presente en la brisa suave de la mañana (cf. 1 R 19, 12), que se revela en el árbol de la cruz. Debemos creer siempre en el humilde poder de la Palabra de Dios y dejar que Dios actúe. El segundo motivo es que la semilla de la Palabra, como narra la parábola evangélica del Sembrador, cae también hoy en un terreno bueno que la acoge y produce fruto (cf. Mt 13, 3-9). Y los nuevos evangelizadores forman parte de este campo que permite al Evangelio crecer en abundancia y transformar la propia vida y la de los demás. En el mundo, aunque el mal hace más ruido, sigue existiendo un terreno bueno. El tercer motivo es que el anuncio del Evangelio ha llegado efectivamente hasta los confines del mundo e, incluso en medio de la indiferencia, la incomprensión y la persecución, muchos siguen abriendo con valentía, aún hoy, el corazón y la mente para acoger la invitación de Cristo a encontrarse con él y convertirse en sus discípulos. No hacen ruido, pero son como el grano de mostaza que se convierte en árbol, la levadura que fermenta la masa, el grano de trigo que se rompe para dar origen a la espiga. Todo esto, si por una parte infunde consuelo y esperanza porque muestra el incesante fermento misionero que anima a la Iglesia, por otra debe llenar a todos de un renovado sentido de responsabilidad hacia la Palabra de Dios y la difusión del Evangelio.

El Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, que instituí el año pasado, es un instrumento valioso para identificar las grandes cuestiones que se agitan en los distintos sectores de la sociedad y de la cultura contemporánea. Está llamado a ofrecer una ayuda especial a la Iglesia en su misión, sobre todo en los países de antigua tradición cristiana que parecen ser indiferentes, si no hostiles, a la Palabra de Dios. El mundo de hoy necesita personas que anuncien y testimonien que es Cristo quien nos enseña el arte de vivir, el camino de la verdadera felicidad, porque él mismo es el camino de la vida; personas que tengan ante todo ellas mismas la mirada fija en Jesús, el Hijo de Dios: la palabra del anuncio siempre debe estar inmersa en una relación intensa con él, en un profunda vida de oración. El mundo de hoy necesita personas que hablen a Dios para poder hablar de Dios. Y también debemos recordar siempre que Jesús no redimió al mundo con palabras bellas o medios vistosos, sino con el sufrimiento y la muerte. La ley del grano de trigo que muere en la tierra es válida también hoy; no podemos dar vida a los demás, sin dar nuestra vida: «el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará», nos dice el Señor (Mc 8, 35). Viéndoos a todos vosotros y conociendo el gran compromiso que cada uno pone al servicio de la misión, estoy convencido de que los nuevos evangelizadores se multiplicarán cada vez más para dar vida a una verdadera transformación que el mundo actual necesita. Sólo a través de hombres y mujeres moldeados por la presencia de Dios, la Palabra de Dios continuará su camino en el mundo dando sus frutos.

Queridos amigos, ser evangelizadores no es un privilegio, sino un compromiso que deriva de la fe. A la pregunta que el Señor dirige a los cristianos: «¿A quién enviaré y quién irá por mí?» responded con la misma valentía y la misma confianza que el Profeta: «Aquí estoy, mándame» (Is 6, 8). Os pido que os dejéis moldear por la gracia de Dios y que correspondáis dócilmente a la acción del Espíritu del Resucitado. Sed signos de esperanza, capaces de mirar al futuro con la certeza que proviene del Señor Jesús, que ha vencido la muerte y nos ha dado la vida eterna. Comunicad a todos la alegría de la fe con el entusiasmo que proviene de estar movidos por el Espíritu Santo, porque él hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5), confiando en la promesa hecha por Jesús a la Iglesia: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20).

Al concluir esta jornada pedimos también la protección de la Virgen María, Estrella de la nueva evangelización, mientras de corazón os acompaño a cada uno de vosotros y vuestro compromiso con la bendición apostólica. Gracias.


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