2008

Ultimo Aggiornamento: 29/06/2013 20:43
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Incontro con i sacerdoti, i seminaristi e la comunità della Pontificia Facoltà Teologica della Sardegna nella Cattedrale di Cagliari (Cagliari, 7 settembre 2008)

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Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
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Incontro con i giovani in Piazza Yenne (Cagliari, 7 settembre 2008)

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DEL PARAGUAY
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 11 de septiembre de 2008



Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Con gran afecto y alegría os recibo en este encuentro conclusivo de vuestra visita ad limina. En ella tenéis la ocasión de estrechar aún más vuestros lazos de comunión con el Sucesor de Pedro y, junto a las tumbas de los Apóstoles, renovar vuestra fe en Jesucristo resucitado, verdadera esperanza de todos los hombres.

Deseo manifestar mi viva gratitud a Monseñor Ignacio Gogorza Izaguirre, Obispo de Encarnación y Presidente de la Conferencia Episcopal, por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. También yo, movido por la solicitud por todas las Iglesias (cf. 2 Co 11, 28), me uno a vuestras preocupaciones y anhelos de Pastores de Cristo, y ruego al Señor que sostenga a todos vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles laicos, que con verdadero amor se consagran a la causa del Evangelio.

2. Los retos pastorales que debéis afrontar son realmente grandes y complejos. Frente a un ambiente cultural que intenta marginar a Dios de las personas y de la sociedad, o que lo considera como un obstáculo para alcanzar la propia felicidad, es urgente un vasto esfuerzo misionero que, poniendo a Jesucristo en el centro de toda acción pastoral, dé a conocer a todos la belleza y la verdad de su vida y de su mensaje de salvación. Los hombres tienen necesidad de ese encuentro personal con el Señor que les abra las puertas a una existencia iluminada por la gracia y el amor de Dios. En este sentido, la presencia de testimonios veraces de auténtica vida cristiana, junto a la santidad de los pastores, es una exigencia de perenne actualidad tanto en la Iglesia como en el mundo. Por eso, queridos Hermanos, conscientes de que uno de los dones más preciosos que podéis ofrecer a vuestras comunidades es vuestro propio ministerio episcopal, os aliento a que a través de una vida santa, entretejida de amor a Dios, de fidelidad eclesial y de entrega generosa al Evangelio, lleguéis a ser verdaderos modelos para vuestra grey (cf. 1P 5, 3).

3. Los Obispos, juntamente con el Papa, y bajo su autoridad, son enviados a actualizar perennemente la obra de Cristo (cf. Christus Dominus, 2). El mismo Obispo, además de ser el principio visible y fundamento de la unidad en la propia Iglesia particular, es también el vínculo de la comunión eclesial y el punto de engarce entre su Iglesia particular y la Iglesia universal (cf. Pastores gregis, 55). Como Sucesor del Apóstol Pedro, os animo a seguir trabajando con todas vuestras fuerzas para acrecentar la unidad en vuestras comunidades diocesanas, así como con esta Sede Apostólica. Esa unidad por la que rezó el Señor Jesús, de modo especial en la Última Cena (cf. Jn 17, 20-21), es fuente de verdadera fecundidad pastoral y espiritual.

4. Con toda razón, los sacerdotes ocupan un lugar principal en vuestros corazones. Ellos, por la imposición de las manos, han sido configurados más estrechamente con el Buen Pastor y participan de su sacerdocio como verdaderos administradores de los misterios divinos (cf. 1 Co 4, 1), para el bien de sus hermanos. Os animo a ofrecerles, junto a vuestra cercanía y aprecio por su labor, una adecuada formación permanente que les ayude a revitalizar su vida espiritual (cf. 1 Tm 4, 14), para que, movidos por un hondo sentido de amor y obediencia a la Iglesia, trabajen sin descanso ofreciendo a todos el único alimento que puede saciar la sed de plenitud del hombre, Jesucristo nuestro Salvador.

Al mismo tiempo, la alegría, la convicción y la fidelidad con que los presbíteros viven cada día su vocación suscitará en muchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo en el sacerdocio, respondiendo con generosidad a su llamado. Me complace comprobar efectivamente que una de vuestras prioridades es la pastoral juvenil y vocacional. A este respecto, es preciso dedicar a los seminaristas los medios humanos y materiales necesarios que les ayuden a adquirir una sólida vida interior y una apropiada preparación intelectual y doctrinal, especialmente por lo que se refiere a la naturaleza e identidad del ministerio sacerdotal.

Mi reconocimiento y gratitud se dirige también hacia los religiosos, por el celo y amor con que han anunciado la fe cristiana desde los inicios de la evangelización de vuestras tierras. Los invito a seguir siendo testimonios de vida auténticamente evangélica a través de sus votos de castidad, pobreza y obediencia.

5. El mensaje cristiano, para poder llegar hasta el último rincón del mundo, necesita la colaboración indispensable de los fieles laicos. Su vocación específica consiste en impregnar de espíritu cristiano el orden temporal y transformarlo según el designio divino (cf. Lumen gentium, 31). Los Pastores, por su parte, tienen el deber de ofrecerles todos los medios espirituales y formativos necesarios (cf. ibíd., 37) para que, viviendo coherentemente su fe cristiana, sean verdadera luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13).

Un aspecto significativo de la misión propia de los seglares es el servicio a la sociedad a través del ejercicio de la política. Pertenece al patrimonio doctrinal de la Iglesia que «el deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos» (Deus caritas est, 29). Hay que alentarles, por tanto, a que vivan con responsabilidad y dedicación esta importante dimensión de la caridad social, para que la comunidad humana de la que forman parte con todo derecho progrese en la justicia, en la honradez, en la defensa de los verdaderos y auténticos valores, como la salvaguarda de la vida humana, del matrimonio y de la familia, contribuyendo de esta manera al verdadero bien humano y espiritual de toda la sociedad.

6. Sé cuántos esfuerzos estáis haciendo para aliviar las necesidades de vuestro pueblo que afligen vuestro corazón de Pastores. Teniendo en cuenta que la actividad caritativa de la Iglesia es «la actualización aquí y ahora del amor que el hombre necesita» (ibíd., 31), os pido que en vuestro ministerio seáis imagen viva y cercana de la caridad de Cristo para todos vuestros hermanos, especialmente los que más sufren, los marginados, los ancianos, los enfermos y los encarcelados.

Antes de terminar quiero reiteraros, amados Hermanos, mi agradecimiento y mi afecto por vuestros esfuerzos cotidianos al servicio de la Iglesia. Ruego al Señor que este encuentro consolide vuestra unión mutua y os fortalezca en la fe, en la esperanza y en la caridad. Deseo confiaros asimismo el encargo de llevar a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y a todos vuestros fieles diocesanos, el saludo, la cercanía y la oración del Papa.

Encomendando a la intercesión de la Virgen María de Caacupé vuestras personas, intenciones y proyectos pastorales, os imparto con todo mi afecto una especial Bendición Apostólica.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LA SEÑORA JASNA KRIVOSIC-PRIC,
NUEVA EMBAJADORA DE BOSNIA Y HERZEGOVINA
ANTE LA SANTA SEDE*

Palacio apostólico de Castelgandolfo
Jueves 18 de septiembre



Excelencia:

Me alegra darle la bienvenida y recibir las cartas credenciales que la presentan como embajadora extraordinaria y plenipotenciaria de Bosnia y Herzegovina ante la Santa Sede. En esta significativa ocasión le ruego que transmita mi más cordial saludo a los miembros de la presidencia y a todos los ciudadanos de su país. Asegúreles mis fervientes oraciones por sus continuos esfuerzos para alcanzar la reconciliación y la consolidación de la paz y la estabilidad.

Las relaciones diplomáticas de la Santa Sede forman parte de su misión al servicio de la comunidad internacional. Su compromiso en la sociedad civil se funda en la convicción de que la tarea de construir un mundo más justo debe reconocer la vocación sobrenatural propia de todo individuo. Por eso, la Iglesia promueve la comprensión de la persona humana, que recibe de Dios la capacidad de trascender sus limitaciones individuales y las constricciones sociales, de forma que reconozca y defienda los valores universales que salvaguardan la dignidad de todos y contribuya al bien común.

Señora embajadora, como usted ha afirmado, su país, a pesar de ser pequeño en extensión, ha sido bendecido con una gran belleza natural. Esta prueba de la mano del Creador alegra los corazones de sus habitantes y les ayuda a elevar sus pensamientos al Todopoderoso. Como reflejo de su particular situación geográfica, Bosnia y Herzegovina contiene una rica mezcla de culturas y valiosos patrimonios. Sin embargo, trágicamente, a lo largo de su historia, las diferencias culturales y étnicas a menudo han sido fuente de incomprensiones y fricciones.

En efecto, como saben muy bien cada uno de los tres pueblos que constituyen su país, esas diferencias han sido causa de conflictos y guerras. Nadie desea la guerra. Ningún padre desea un conflicto para sus hijos. Ningún grupo civil o religioso debería recurrir a la violencia o la opresión. Y, a pesar de ello, en su tierra numerosas familias han padecido las consecuencias de esas calamidades. Sin embargo, escuchando la voz de la razón y animados por la esperanza que todos deseamos, tanto para nosotros como para las generaciones futuras, cada persona puede encontrar la fuerza para superar las divisiones pasadas y forjar de las espadas arados y de las lanzas podaderas (cf. Is 2, 4). Al respecto, reconozco los progresos realizados para consolidar gestos de reconciliación y animar a la comunidad internacional a que continúe sus esfuerzos para ayudar a Bosnia y Herzegovina con ese fin. Confío en que, aceptando los hechos de la historia de la región y aprendiendo las graves lecciones de los años recientes, se tenga la valentía para construir un futuro con gran sentido de solidaridad.

El espíritu de un Estado se forja en muchos niveles. El ambiente familiar es el lugar donde los niños aprenden los valores esenciales de la responsabilidad y la convivencia armoniosa; pero, al mismo tiempo, es el lugar donde surgen o se rompen los prejuicios. Por eso, los padres tienen el grave deber de inculcar a sus hijos, con el ejemplo, el respeto a la dignidad que tiene cada persona independientemente de su pertenencia étnica, de su religión o de su grupo social. De esta forma, el esplendor de vidas vividas honradamente —con integridad, lealtad y compasión— pueden brillar como ejemplos a imitar para los jóvenes, pero en realidad para todos. También la educación contribuye en gran medida al alma de una nación. Una buena instrucción no sólo influye en el desarrollo cognoscitivo de los niños, sino también en el cívico y el espiritual. Los profesores que ejercen su noble profesión con pasión por la verdad pueden hacer mucho para desacreditar las falsas ideologías antropológicas que contienen en sí mismas las semillas de la hostilidad (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2007, n. 10) y para promover el aprecio de la diversidad religiosa y cultural en la vida de un país.

En este sentido, quiero dirigir también una palabra de aliento a quienes trabajan en los medios de comunicación social. Estos pueden hacer mucho para superar las persistentes actitudes de desconfianza asegurando que no se conviertan en instrumentos de prejuicio, sino que trasciendan los intereses particulares y promuevan objetivos cívicos globales e inclusivos, convirtiéndose así en instrumentos al servicio de una solidaridad y una justicia mayores (cf. Mensaje para la Jornada para las comunicaciones sociales de 2008, n. 2).

Excelencia, como usted bien sabe, el Estado también está llamado a cumplir con vigor su responsabilidad de reforzar las instituciones y honrar los principios enraizados en el corazón de toda democracia. Esto exige un compromiso inquebrantable en favor de la legalidad y la justicia, para erradicar la corrupción y otras formas de actividad criminal, apoyar un sistema judicial independiente e imparcial, y fomentar la igualdad de oportunidades en el mercado de trabajo. Estoy seguro de que las reformas constitucionales que su Gobierno está estudiando actualmente responderán a las legítimas aspiraciones de todos los ciudadanos, garantizando tanto los derechos de las personas como los de los grupos sociales, preservando los valores éticos y morales comunes que unen a todos los pueblos y hacen responsables a los líderes políticos. De esta forma todos los sectores de la sociedad pueden contribuir al proyecto nacional de desarrollo social y económico, y al mismo tiempo ayudar a atraer las inversiones necesarias para el crecimiento económico, permitiendo en particular a los jóvenes encontrar un empleo satisfactorio y garantizar un futuro seguro.

Por su parte, la Iglesia en Bosnia y Herzegovina, seguirá ayudando a lograr los objetivos de reconciliación, paz y prosperidad. A través de sus parroquias, escuelas, centros de salud y programas de desarrollo comunitario, cumple su misión de caridad universal en su triple forma: material, intelectual y espiritual. Su participación en el diálogo ecuménico e interreligioso se debe considerar como una forma más de servir a toda la sociedad. La promoción de los valores espirituales y morales, que se pueden descubrir a través de la razón humana, no sólo forma parte de la transmisión de tradiciones religiosas, sino que también alimenta una cultura más amplia, motivando a los hombres y mujeres de buena voluntad a reforzar los vínculos de solidaridad y a demostrar que una sociedad unida puede surgir en realidad de una pluralidad de pueblos.

Excelencia, confío en que la misión diplomática que comienza hoy refuerce los vínculos de cooperación existentes entre Bosnia y Herzegovina y la Santa Sede. La aplicación del Acuerdo básico ratificado recientemente, entre otras cosas, facilitará el derecho a establecer lugares de culto religioso y emprender obras eclesiales; y, al mismo tiempo, dará un ejemplo positivo de los principios democráticos que están arraigando en el país. Al respecto, confío en que la Comisión mixta comience pronto su importante labor.

Asegurándole la ayuda de las distintas oficinas de la Curia romana, y con mis sinceros mejores deseos, invoco sobre usted y sobre su familia, así como sobre todos los ciudadanos de Bosnia y Herzegovina, las bendiciones de Dios todopoderoso.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN SIMPOSIO
ORGANIZADO POR LA "PAVE THE WAY FOUNDATION"

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo
Jueves 18 de septiembre de 2008



Estimado señor Krupp;
señoras y señores:

Para mí es un verdadero placer encontrarme con vosotros al final del importante simposio organizado por la Pave the Way Foundation, en el que han participado eminentes expertos para reflexionar sobre la generosa obra realizada por mi venerado predecesor el siervo de Dios Pío XII durante el difícil período del siglo pasado, que gira en torno a la segunda guerra mundial. A cada uno de vosotros os doy mi más cordial bienvenida.

Saludo en particular al señor Gary Krupp, presidente de la Fundación, y le agradezco los sentimientos que ha expresado en nombre de todos los presentes. Le agradezco, además, la información que me ha dado sobre el desarrollo de vuestras sesiones de trabajo de este simposio, en las que habéis analizado sin prejuicios los acontecimientos de la historia, preocupados sólo de buscar la verdad. Mi saludo se extiende a todos los que se han unido a vosotros en esta visita, y aprovecho de buen grado la ocasión para enviar mi cordial saludo a vuestros familiares y seres queridos.

Durante estos días vuestra atención se ha centrado en la figura y la incansable acción pastoral y humanitaria de Pío XII, Pastor angelicus. Ha pasado medio siglo desde su piadosa muerte, acaecida aquí, en Castelgandolfo, en las primeras horas del 9 de octubre de 1958, después de una enfermedad que redujo gradualmente su vigor físico. Este aniversario constituye una importante oportunidad para profundizar en su conocimiento, para meditar en sus ricas enseñanzas y para analizar de una manera completa su obra. Se ha escrito y dicho mucho sobre él en estos cinco decenios y no siempre se han examinado a la debida luz los diferentes aspectos de su multiforme acción pastoral. Vuestro simposio tiene como finalidad precisamente colmar algunas de esas lagunas mediante un análisis documentado y atento de muchas de sus intervenciones, sobre todo de las que realizó en favor de los judíos, que en aquellos años eran perseguidos en toda Europa de acuerdo con el plan criminal de quienes querían eliminarlos de la faz de la tierra.

Cuando uno se acerca sin prejuicios ideológicos a la noble figura de este Papa, además de quedar impresionado por su elevado perfil humano y espiritual, queda conquistado por su vida ejemplar y por la extraordinaria riqueza de sus enseñanzas. Se aprecia la sabiduría humana y el celo pastoral que lo guiaron en su largo ministerio y, de manera particular, en la organización de las ayudas al pueblo judío.

Gracias a la amplia documentación que habéis recogido, enriquecida por múltiples y autorizados testimonios, vuestro simposio ofrece a la opinión pública la posibilidad de conocer mejor y de manera más completa lo que Pío XII promovió y realizó en favor de los judíos perseguidos por los regímenes nazi y fascista. Así se puede constatar que no escatimó esfuerzos, donde fue posible, para intervenir directamente o a través de instrucciones dadas a personas e instituciones de la Iglesia católica en su favor. En las sesiones de vuestro simposio se han puesto de manifiesto muchas intervenciones que realizó de manera secreta y silenciosa precisamente porque, teniendo en cuenta las situaciones concretas de ese complejo momento histórico, sólo de ese modo era posible evitar lo peor y salvar el mayor número posible de judíos.

De hecho, su entrega valiente y paterna fue reconocida y apreciada durante y después del tremendo conflicto mundial por comunidades y personalidades judías, que no dejaron de manifestar su gratitud por lo que el Papa había hecho por ellos. Basta recordar el encuentro que mantuvo Pío XII, el 29 de noviembre de 1945, con los ochenta delegados de los campos de concentración alemanes, los cuales en una audiencia especial que les concedió en el Vaticano quisieron darle personalmente las gracias por su generosidad con ellos durante el terrible período de la persecución nazi-fascista.

Señoras y señores, gracias por vuestra visita y por el trabajo de investigación que estáis realizando. Agradezco a la Pave the Way Foundation la constante acción que desarrolla para fomentar las relaciones y el diálogo entre las diferentes religiones, de manera que ofrezcan un testimonio de paz, de caridad y de reconciliación. Deseo vivamente que este año, en el que se conmemora el 50° aniversario de la muerte de este venerado predecesor mío, brinde la oportunidad de promover estudios más profundos sobre los diferentes aspectos de su persona y actividad, para llegar a conocer juntos la verdad histórica, superando de este modo los prejuicios que aún persisten. Con estos sentimientos invoco sobre vuestras personas y sobre los trabajos de vuestro simposio abundantes bendiciones divinas.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE PANAMÁ EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Viernes 19 de septiembre de 2008

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. “Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones” (1 Ts 1,2). Estas palabras de San Pablo expresan mis sentimientos al recibirles con motivo de su visita ad limina, la cual manifiesta los fuertes lazos que unen a sus respectivas Iglesias particulares con el Sucesor de San Pedro, Cabeza del Colegio Episcopal (cf. Lumen gentium, 22).

Agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos Mons. José Luis Lacunza Maestrojuán, Obispo de David y Presidente de la Conferencia Episcopal, haciéndome partícipe de las alegrías y anhelos que ustedes llevan en el corazón, así como de los retos que se disponen a afrontar. Sepan que en sus tareas el Papa camina a su lado. Por eso, cuando regresen a su País, tengan la bondad de transmitir mi cercanía espiritual a los Obispos eméritos, a los sacerdotes y comunidades religiosas, a los seminaristas y fieles laicos, especialmente a los más necesitados, y díganles que rezo por ellos, pidiendo a Dios que no desfallezcan en sus trabajos por el Evangelio y continúen exhortando a todos, de palabra y con la vida, a encontrar la propia felicidad en seguir a Cristo y en compartir con los demás el gozo que nace de saber que Él nos ama hasta el extremo (cf. Jn 13,1).

2. La lectura de sus informes quinquenales y las conversaciones que hemos mantenido me han hecho ver cómo ustedes animan las iniciativas destinadas a sembrar generosamente la Palabra de Dios en el corazón de los panameños, para acompañarlos en el camino de su maduración en la fe, de modo que sean auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo. En este sentido, ayudados por las líneas trazadas por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida, están intensificando su quehacer pastoral, con vistas también a las celebraciones que se están preparando para conmemorar el V Centenario de la evangelización del País, en el año 2013. Estos trabajos son una oportunidad providencial para estrechar todavía más la comunión eclesial entre las Diócesis de Panamá.

3. Es motivo de alegría la fecunda acción misionera de sacerdotes, religiosos y laicos, que contrasta la creciente secularización de la sociedad como una configuración del mundo y de la humanidad al margen de la trascendencia, que invade todos los aspectos de la vida diaria, desarrolla una mentalidad en la que Dios de hecho está ausente de la existencia y de la conciencia humana y se sirve a menudo de los medios de comunicación social para difundir el individualismo, el hedonismo e ideologías y costumbres que minan los fundamentos mismos del matrimonio, la familia y la moral cristiana. El discípulo de Cristo encuentra la fuerza para responder a estos desafíos en el conocimiento profundo y el amor sincero al Señor Jesús, en la meditación de la Sagrada Escritura, en la adecuada formación doctrinal y espiritual, en la plegaria constante, en la recepción frecuente del sacramento de la Reconciliación, en la participación consciente y activa en la Santa Misa y en la práctica de las obras de caridad y misericordia.

4. Esto es importante sobre todo para las nuevas generaciones. El recuerdo de mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II, en este año en el que se conmemora el XXV aniversario de la visita que hizo a su querida Nación, puede servir de estímulo para dedicarse con ahínco a la pastoral juvenil y vocacional, de forma que no falten sacerdotes que lleven a los panameños a Cristo, fuente de vida en abundancia para quien se encuentra con Él (cf. Jn 10,10). A este respecto, les invito a suplicar con confianza al “Dueño de la mies”, que envíe numerosas y santas vocaciones al sacerdocio (cf. Lc 10,2), para lo cual es esencial también un correcto discernimiento de los candidatos al presbiterado, así como el celo apostólico y el testimonio de comunión y fraternidad de los sacerdotes. Este estilo de vida ha de inculcarse ya desde el Seminario, en el que ha de privilegiarse una seria disciplina académica, espacios y tiempos de oración diaria, la digna celebración de la liturgia, una adecuada dirección espiritual y el cultivo intenso de las virtudes humanas, cristianas y sacerdotales. De esta manera, orando y estudiando, los seminaristas pueden construir en ellos el hombre de Dios que los fieles tienen derecho a ver en sus ministros.

La historia de Panamá ha estado marcada por la encomiable labor de numerosos misioneros y por la generosa solicitud de los Religiosos y Religiosas. Que estos modelos luminosos alienten en la hora presente a los consagrados a hacer de su vida una continua expresión de caridad cristiana, alimentada por el deseo de identificarse radicalmente con Cristo y servir con fidelidad a la Iglesia.

5. Con abnegación, muchas familias viven en su Patria el ideal cristiano en medio de no pocas dificultades, que amenazan la solidez del amor conyugal, la paternidad responsable y la armonía y estabilidad de los hogares. Nunca serán suficientes los esfuerzos que se realicen para desarrollar una pastoral familiar vigorosa, que invite a las personas a descubrir la belleza de la vocación al matrimonio cristiano, a defender la vida humana desde su concepción a su término natural y a construir hogares en los que los hijos se eduquen en el amor a la verdad del Evangelio y en sólidos valores humanos.

6. En su País, como en otros lugares, se están viviendo momentos arduos, que generan desazón, y también situaciones que despiertan gran esperanza. En el actual contexto, reviste particular urgencia que la Iglesia en Panamá no deje de ofrecer luces que contribuyan a la solución de los acuciantes problemas humanos existentes, promoviendo un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales. Por eso es primordial divulgar el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que facilita un conocimiento más profundo y sistemático de las orientaciones eclesiales que particularmente los laicos han de asumir en el campo político, social y económico, favoreciendo igualmente su correcta aplicación en las circunstancias concretas. Así, la esperanza cristiana podrá iluminar al pueblo de Panamá, sediento de conocer la verdad sobre Dios y sobre el hombre en medio de fenómenos como la pobreza, la violencia juvenil, las carencias educativas, sanitarias y de vivienda, el acoso de innumerables sectas o la corrupción, que en diversa medida turban su vida e impiden su desarrollo integral.

7. Al término de este encuentro, los encomiendo a ustedes y a todos los hijos e hijas de esa noble Nación a la intercesión de Santa María la Antigua, para que su amor de Madre brille siempre sobre Panamá y los conforte en su camino. Con estos sentimientos les imparto con afecto la Bendición Apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CONGRESO INTERNACIONAL
DE LA CONFEDERACIÓN BENEDICTINA

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo
Sábado 20 de septiembre de 2008



Queridos padres abades;
queridas hermanas abadesas:

Con gran alegría os acojo y os saludo con ocasión del congreso internacional que cada cuatro años reúne en Roma a todos los abades de vuestra Confederación y a los superiores de los prioratos independientes, para reflexionar y discutir sobre las modalidades con las cuales encarnar el carisma benedictino en el actual contexto social y cultural, y responder a los desafíos siempre nuevos que plantea al testimonio del Evangelio. Saludo, ante todo, al abad primado dom Notker Wolf y le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo, asimismo, al grupo de abadesas, que han venido en representación de la Communio Internationalis Benedictinarum, así como a los representantes ortodoxos.

En un mundo desacralizado y en una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del "sin sentido", estáis llamados a anunciar sin componendas el primado de Dios y a realizar propuestas de posibles nuevos itinerarios de evangelización. El compromiso de santificación, personal y comunitaria, que queréis vivir y la oración litúrgica que cultiváis os habilitan para un testimonio de particular eficacia. En vuestros monasterios sois los primeros en renovar y profundizar diariamente el encuentro con la persona de Cristo, a quien tenéis siempre con vosotros como huésped, amigo y compañero. Por eso, vuestros conventos son lugares a donde hombres y mujeres, también en nuestra época, acuden para buscar a Dios y aprender a reconocer los signos de la presencia de Cristo, de su caridad, de su misericordia. Con humilde confianza no os canséis de compartir, con cuantos requieren vuestra asistencia espiritual, la riqueza del mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, dispuesto a abrazar en Cristo a toda persona. Así seguiréis dando vuestra valiosa contribución a la vitalidad y a la santificación del pueblo de Dios, según el carisma peculiar de san Benito de Nursia.

Queridos abades y abadesas, sois custodios del patrimonio de una espiritualidad anclada radicalmente en el Evangelio. "Per ducatum evangelii pergamus itinera eius", dice san Benito en el Prólogo de su Regla. Precisamente esto os compromete a comunicar y dar a los demás los frutos de vuestra experiencia interior. Conozco y aprecio mucho la generosa y competente obra cultural y formativa que tantos monasterios vuestros llevan a cabo, especialmente en favor de las generaciones jóvenes, creando un clima de acogida fraterna que favorece una singular experiencia de Iglesia. En efecto, es de suma importancia preparar a los jóvenes para afrontar su futuro y responder a las múltiples exigencias de la sociedad teniendo como referencia constante el mensaje evangélico, que siempre es actual, inagotable y vivificante. Por tanto, dedicaos con renovado ardor apostólico a los jóvenes, que son el futuro de la Iglesia y de la humanidad. En efecto, para construir una Europa "nueva" es necesario comenzar por las nuevas generaciones, ofreciéndoles la posibilidad de aprovechar íntimamente las riquezas espirituales de la liturgia, de la meditación y de la lectio divina.

En realidad, esta acción pastoral y formativa es muy necesaria para toda la familia humana. En muchas partes del mundo, especialmente en Asia y África, hay gran necesidad de espacios vitales de encuentro con el Señor, en los cuales, a través de la oración y la contemplación, se recupere la serenidad y la paz consigo mismos y con los demás. Por tanto, con corazón abierto, no dejéis de salir al encuentro de las expectativas de cuantos, también fuera de Europa, expresan el vivo deseo de vuestra presencia y de vuestro apostolado para poder gozar de la riqueza de la espiritualidad benedictina. Dejaos guiar por el íntimo deseo de servir con caridad a todos los hombres, sin distinción de raza o de religión. Con libertad profética y sabio discernimiento, sed presencias significativas dondequiera que la Providencia os llame a estableceros, distinguiéndoos siempre por el equilibrio armonioso de oración y de trabajo que caracteriza vuestro estilo de vida.

Y ¿qué decir de la célebre hospitalidad benedictina? Es una peculiar vocación vuestra, una experiencia plenamente espiritual, humana y cultural. También aquí debe haber equilibrio: el corazón de la comunidad debe abrirse de par en par, pero los tiempos y los modos de la acogida han de ser bien proporcionados. Así podréis ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo la posibilidad de profundizar el sentido de la existencia en el horizonte infinito de la esperanza cristiana, cultivando el silencio interior en la comunión de la Palabra de salvación. Una comunidad capaz de auténtica vida fraterna, fervorosa en la oración litúrgica, en el estudio, en el trabajo, en la disponibilidad cordial hacia el prójimo sediento de Dios constituye el mejor impulso para despertar en el corazón, especialmente de los jóvenes, la vocación monástica y, en general, un fecundo camino de fe.

Quiero dirigir unas palabras en especial a las representantes de las monjas y religiosas benedictinas. Queridas hermanas, también vosotras, como otras familias religiosas, sufrís por la escasez de nuevas vocaciones, sobre todo en algunos países. No os desaniméis; al contrario, afrontad estas dolorosas situaciones de crisis con serenidad y con la convicción de que a cada uno no se le pide tanto el éxito cuanto el compromiso de la fidelidad. Lo que se debe evitar absolutamente es la falta de adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión. En cambio, perseverando fielmente en ella, se confiesa con gran eficacia también ante el mundo la firme confianza en el Señor de la historia, en cuyas manos están los tiempos y el destino de las personas, de las instituciones, de los pueblos, y en sus manos debemos ponernos también por lo que respecta a las actuaciones históricas de sus dones. Haced vuestra la actitud espiritual de la Virgen María, dichosa de ser "ancilla Domini", totalmente disponible a la voluntad del Padre celestial.

Queridos monjes, monjas y religiosas, gracias por esta grata visita. Os acompaño con mi oración, para que en vuestros encuentros de estas jornadas del congreso podáis discernir las modalidades más oportunas para testimoniar visible y claramente, mediante el estilo de vida, el trabajo y la oración, el compromiso de una imitación radical del Señor. Que María santísima sostenga todos vuestros proyectos de bien, os ayude a tener siempre la mirada puesta en Dios, antes que en cualquier otra cosa, y os acompañe maternalmente en vuestro camino.

A la vez que invoco abundantes dones celestiales en apoyo de todos vuestros generosos propósitos, os imparto de corazón a vosotros y a toda la familia benedictina una especial bendición apostólica.


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24/06/2013 13:04


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS NUEVOS OBISPOS DE LOS PAÍSES DE MISIÓN
QUE PARTICIPAN EN UN SEMINARIO DE ACTUALIZACIÓN

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo
Sábado 20 de septiembre de 2008



Amadísimos hermanos en el episcopado:

Os acojo con alegría, con ocasión del seminario de actualización organizado por la Congregación para la evangelización de los pueblos. Agradezco vivamente el saludo fraterno que me ha dirigido el prefecto, señor cardenal Ivan Dias, en nombre de todos vosotros. El seminario en el que participáis tiene lugar durante el Año paulino, que estamos celebrando en toda la Iglesia con el fin de profundizar el conocimiento del espíritu misionero y de la personalidad carismática de san Pablo, considerado por todos como el gran Apóstol de los gentiles.

Estoy seguro de que el espíritu de este "maestro de los gentiles en la fe y en la verdad" (1Tm 2,7; cf. 2Tm 1,11) se ha hecho presente en vuestra oración, en vuestras reflexiones y en vuestro intercambio de experiencias, y no dejará de iluminar y enriquecer vuestro ministerio pastoral y episcopal. En la homilía para la inauguración del Año paulino, comentando la expresión "maestro de los gentiles", hice notar cómo estas palabras se abren al futuro, proyectando el corazón del Apóstol hacia todos los pueblos y hacia todas las generaciones. San Pablo no es para nosotros simplemente una figura del pasado, que recordamos con veneración. Es también nuestro maestro, es el apóstol y el heraldo de Jesucristo también para nosotros. Sí, es nuestro maestro y de él debemos aprender a mirar con simpatía a los pueblos a los que somos enviados. De él debemos aprender también a buscar en Cristo la luz y la gracia para anunciar hoy la buena nueva; debemos seguir su ejemplo para recorrer incansablemente los senderos humanos y geográficos del mundo actual, llevando a Cristo a los que ya le han abierto el corazón y a los que aún no lo han conocido.

En muchos aspectos vuestra vida de pastores se asemeja a la del apóstol san Pablo. A menudo el campo de vuestro trabajo pastoral es muy vasto y sumamente difícil y complejo. Desde el punto de vista geográfico, vuestras diócesis, en su mayor parte, son muy extensas y con frecuencia carecen de caminos y de medios de comunicación. Esto dificulta llegar a los fieles más alejados del centro de vuestras comunidades diocesanas. Además, en vuestras sociedades, como en otras partes, se abate cada vez con mayor violencia el viento de la descristianización, del indiferentismo religioso, de la secularización y de la relativización de los valores. Esto crea un ambiente ante el cual las armas de la predicación pueden parecer, como en el caso de Pablo en Atenas, carentes de la fuerza necesaria. En muchas regiones, los católicos son una minoría, a veces incluso escasa. Esto os compromete a confrontaros con otras religiones mucho más fuertes y no siempre acogedoras con respecto a vosotros. Por último, no faltan situaciones en las que, como pastores, debéis defender a vuestros fieles ante la persecución y ataques violentos.

No tengáis miedo y no os desaniméis por todos estos inconvenientes, a veces incluso serios; al contrario, seguid los consejos y las sugerencias de san Pablo, que tuvo que sufrir mucho por esas mismas causas, como vemos en su segunda carta a los Corintios. Al recorrer los mares y las tierras, sufrió persecuciones, azotes e incluso la lapidación; afrontó los peligros de los viajes, el hambre, la sed, ayunos frecuentes, frío y desnudez; trabajó incansablemente viviendo a fondo la preocupación por todas las Iglesias (cf. 2 Co 11, 24 ss). No huía de las dificultades y los sufrimientos, porque era muy consciente de que forman parte de la cruz que, como cristianos, es necesario llevar cada día. Comprendió a fondo la condición a la que la llamada de Cristo expone al discípulo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16, 24). Por este motivo, recomendaba a su hijo espiritual y discípulo Timoteo: "Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio" (2 Tm 1, 8), indicando de este modo que la evangelización y su éxito pasan por la cruz y el sufrimiento. San Pablo nos dice a cada uno: "Sufre también tú conmigo por el Evangelio". El sufrimiento une a Cristo y a los hermanos, y expresa la plenitud del amor, cuya fuente y prueba suprema es la misma cruz de Cristo.

San Pablo llegó a esta convicción tras la experiencia de las persecuciones que tuvo que afrontar al anunciar el Evangelio; pero por este camino descubrió la riqueza del amor de Cristo y la verdad de su misión de Apóstol. En la homilía de la inauguración del Año paulino dije a este propósito: "La verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado bien merecía la lucha, la persecución y el sufrimiento. Pero lo que lo motivaba en lo más profundo era el hecho de ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a los demás este amor" (28 de junio de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de julio de 2008, p.5). Sí, san Pablo fue un hombre "conquistado" (Flp 3, 12) por el amor de Cristo, y todo su obrar y sufrir sólo se explican a partir de este centro.

Amadísimos hermanos en el episcopado, estáis en el inicio de vuestro ministerio episcopal. No dudéis en recurrir a este poderoso maestro de la evangelización, aprendiendo de él a amar a Cristo, a sacrificaros al servicio de los demás, a identificaros con los pueblos en medio de los cuales estáis llamados a anunciar el Evangelio, a proclamar y testimoniar su presencia de Resucitado. Para aprender estas lecciones es indispensable invocar con insistencia la ayuda de la gracia de Cristo. San Pablo con frecuencia hace referencia a esta gracia en sus cartas. Vosotros, que como sucesores de los Apóstoles sois continuadores de la misión de san Pablo de llevar el Evangelio a los gentiles, inspiraos en él para comprender vuestra vocación en estrecha dependencia de la luz del Espíritu de Cristo. Él os guiará por los caminos a menudo arduos, pero siempre apasionantes, de la nueva evangelización. Os acompaño en vuestra misión pastoral con mi oración y con una afectuosa bendición apostólica, que os imparto a cada uno de vosotros y a todos los fieles de vuestras comunidades cristianas.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO
PARA LOS NUEVOS OBISPOS
ORGANIZADO POR LAS CONGREGACIONES PARA LOS OBISPOS
Y PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo
Lunes 22 de septiembre de 2008



Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra acogeros al inicio de vuestro ministerio episcopal y os saludo con afecto, consciente del inseparable vínculo colegial que une, mediante el lazo de la unidad, de la caridad y de la paz, al Papa con los obispos. Estos días que estáis pasando en Roma para profundizar en las tareas que os esperan y renovar la profesión de vuestra fe ante la tumba de san Pedro deben constituir también una singular experiencia de la colegialidad que, "basada (...) en la ordenación episcopal y en la comunión jerárquica (...), atañe a la profundidad del ser de cada obispo y pertenece a la estructura de la Iglesia como Jesucristo la ha querido" (Pastores gregis, 8).

Esta experiencia de fraternidad, de oración y de estudio junto a la sede de Pedro ha de alimentar en cada uno de vosotros el sentimiento de comunión con el Papa y con vuestros hermanos en el episcopado, y os ha de impulsar a la solicitud por toda la Iglesia. Agradezco al cardenal Giovanni Battista Re las amables palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos. Dirijo un saludo particular al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, y a través de vosotros envío un saludo afectuoso a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.

Este encuentro tiene lugar en el Año paulino y en vísperas de la XII Asamblea general del Sínodo de los obispos sobre la Palabra de Dios: dos momentos significativos de la vida eclesial, que nos ayudan a poner de manifiesto algunos aspectos de la espiritualidad y de la misión del obispo. Quiero detenerme brevemente en la figura de san Pablo.

San Pablo fue un maestro y un modelo sobre todo para los obispos. San Gregorio Magno lo define "el más grande de todos los pastores" (Regla pastoral, 1, 8). Como obispos debemos aprender del Apóstol, ante todo, un gran amor a Jesucristo. Desde el momento de su encuentro con el Maestro divino en el camino de Damasco, toda su existencia fue un itinerario de configuración interior y apostólica a él entre las persecuciones y los sufrimientos (cf. 2 Tm 3, 11). San Pablo se define a sí mismo un hombre "conquistado por Cristo" (cf. Flp 3, 12), hasta el punto de poder decir: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20); y también: "Estoy crucificado con Cristo. (...) La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 19-20).

El amor de san Pablo a Cristo nos conmueve por su intensidad. Era un amor tan fuerte y tan vivo que lo impulsó a afirmar: "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo" (Flp 3, 8). El ejemplo del gran Apóstol nos estimula a los obispos a crecer cada día en la santidad de la vida para tener los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo (cf. Flp 2, 5).

La exhortación apostólica Pastores gregis, hablando del compromiso espiritual del obispo, afirma con claridad que debe ser ante todo "hombre de Dios", porque no es posible estar al servicio de los hombres sin ser antes "siervo de Dios" (cf. n. 13).

Por consiguiente, el primer compromiso espiritual y apostólico del obispo debe ser precisamente progresar en el camino de la perfección evangélica, en el camino del amor a Jesucristo. Al igual que el apóstol san Pablo, debe estar convencido de que "nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza" (2 Co 3, 5-6). Entre los medios que le ayudan a progresar en la vida espiritual está, ante todo, la Palabra de Dios, que de modo indiscutible debe ocupar el lugar central en la vida y en la misión del obispo. La exhortación apostólica Pastores gregis recuerda que "antes de ser transmisor de la Palabra, el obispo, al igual que sus sacerdotes y los fieles, (...) tiene que ser oyente de la Palabra" y añade que "no hay primacía de la santidad sin escucha de la Palabra de Dios, que es guía y alimento de la santidad" (n. 15). Por tanto, queridos obispos, os exhorto a impregnaros cada día de la Palabra de Dios para ser maestros de la fe y auténticos educadores de vuestro fieles; no como los que negocian con esa Palabra, sino como los que, con sinceridad y movidos por Dios y bajo su mirada, hablan de él (cf. 2 Co 2, 17).

Amadísimos obispos, para afrontar el gran desafío del laicismo propio de la sociedad contemporánea es necesario que el obispo medite cada día la Palabra en la oración, a fin de que pueda ser heraldo eficaz al anunciarla, doctor auténtico al explicarla y defenderla, maestro iluminado y sabio al transmitirla. En la inminencia del inicio de los trabajos de la próxima Asamblea general del Sínodo de los obispos os encomiendo al poder de la Palabra del Señor, para que seáis fieles a las promesas que habéis hecho ante Dios y ante la Iglesia el día de vuestra consagración episcopal, perseverantes en el cumplimiento del ministerio que se os ha confiado, fieles al conservar puro e íntegro el depósito de la fe, arraigados en la comunión eclesial juntamente con todo el orden episcopal. Debemos ser siempre conscientes de que la Palabra de Dios garantiza la presencia divina en cada uno de nosotros de acuerdo con las palabras del Señor: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14, 23).

Cuando se os entregó la mitra, el día de vuestra consagración episcopal, se os dijo: "Resplandezca en ti el fulgor de la santidad". El apóstol san Pablo, con su enseñanza y con su testimonio personal, nos exhorta a crecer en la virtud delante de Dios y de los hombres. El camino de perfección del obispo debe inspirarse en los rasgos característicos del buen Pastor, para que en su rostro y en su obrar los fieles puedan descubrir las virtudes humanas y cristianas que deben caracterizar a todo obispo (cf. Pastores gregis, 18).

Al progresar en el camino de la santidad, expresaréis la indispensable autoridad moral y la prudente sabiduría que se requiere a quien está al frente de la familia de Dios. Esa autoridad moral hoy es muy necesaria. Vuestro ministerio sólo será pastoralmente eficaz si se apoya en vuestra santidad de vida: la autoridad del obispo —afirma la exhortación apostólica Pastores gregis— nace del testimonio, sin el cual difícilmente los fieles podrán descubrir en el obispo la presencia activa de Cristo en su Iglesia (cf. n. 43).

Con la consagración episcopal y con la misión canónica se os ha encomendado el oficio pastoral, es decir, el cuidado habitual y diario de vuestras diócesis. El apóstol san Pablo, con las conocidas palabras que dirigió a Timoteo, os indica el camino para ser pastores buenos y autorizados de vuestras Iglesias particulares: "Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. (...) Vigila atentamente" (2 Tm 4, 2.5). A la luz de estas palabras del Apóstol, no dejéis de comprometeros "no sólo con el consejo, la persuasión y el ejemplo, sino también con la autoridad y la potestad sagrada" (Lumen gentium, 27), para hacer que la grey encomendada a vosotros progrese en la santidad y en la verdad. Este será el modo más adecuado para ejercer en plenitud la paternidad propia del obispo con respecto a los fieles. Tened una solicitud especial por los sacerdotes, vuestros primeros e insustituibles colaboradores en el ministerio, y por los jóvenes.

Estad cerca de los sacerdotes prestándoles la máxima atención. No escatiméis esfuerzos al poner en práctica todas las iniciativas, incluida la de una concreta comunión de vida, que indicó el concilio Vaticano ii, gracias a la cual se ayude a los sacerdotes a crecer en la entrega a Cristo y en la fidelidad al ministerio sacerdotal. Procurad promover una auténtica fraternidad sacerdotal que contribuya a vencer el aislamiento y la soledad, favoreciendo la ayuda mutua. Es importante que todos los sacerdotes sientan la cercanía paterna y la amistad del obispo.

Para construir el futuro de vuestras Iglesias particulares, sed animadores y guías de los jóvenes. La reciente Jornada mundial de la juventud, que tuvo lugar en Sydney, puso una vez más de manifiesto que a numerosos muchachos y jóvenes les fascina el Evangelio y que están dispuestos a comprometerse en la Iglesia. Es necesario que los sacerdotes y los educadores sepan transmitir a las nuevas generaciones, juntamente con el entusiasmo por el don de la vida, el amor a Jesucristo y a la Iglesia. Conscientes de que el seminario es el corazón de la diócesis, entre los jóvenes animad con especial solicitud a los seminaristas. No dejéis de proponer a los muchachos y a los jóvenes la opción de una entrega plena a Cristo en la vida sacerdotal y religiosa. Sensibilizad a las familias, las parroquias, los centros educativos, para que ayuden a las nuevas generaciones a buscar y a descubrir el proyecto de Dios sobre su vida.

Recordándoos una vez más las palabras de san Pablo a Timoteo: "Procura ser para los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza" (1 Tm 4, 12) e invocando la ayuda de Dios para vuestro ministerio episcopal, os imparto de corazón una bendición apostólica especial a cada uno de vosotros y a vuestras diócesis.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CENTRO DE ESTUDIOS PARA LA ESCUELA CATÓLICA
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo
Jueves 25 de septiembre de 2008



Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Este encuentro tiene lugar con ocasión del décimo aniversario de la fundación del Centro de estudios para la escuela católica, instituido por la Conferencia episcopal italiana como expresión de la responsabilidad de los obispos con respecto a la escuela católica, incluidos los centros de formación de inspiración cristiana. Por tanto, es una feliz circunstancia para renovar mi estima y mi aliento por todo lo que se ha hecho hasta ahora en este importante sector de la vida civil y eclesial. Mi más cordial bienvenida a vosotros, queridos hermanos y hermanas aquí presentes, que representáis, en cierto modo, a todos los que en cada nivel —Cei, Usmi, Cism, institutos religiosos educativos, universidades, federaciones, asociaciones, movimientos laicales y demás organizaciones— están al servicio de la escuela católica en Italia. A cada uno va mi afectuoso saludo y la gratitud de la Iglesia por el valioso servicio que, mediante la escuela católica, se presta a la evangelización de la juventud y del mundo de la cultura.

Dirijo un saludo especial a monseñor Agostino Superbo, vicepresidente de la Conferencia episcopal italiana; a los obispos miembros de la Comisión episcopal para la educación católica, la escuela y la universidad y, especialmente, a su presidente, monseñor Diego Coletti, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes. Sus palabras me han permitido conocer mejor las metas alcanzadas y las perspectivas que se presentan al Centro de estudios para la escuela católica. Mi saludo va, además, a los participantes en el congreso organizado especialmente para conmemorar este aniversario y que tiene como tema: "Más allá de la emergencia educativa, la escuela católica al servicio de los jóvenes".

La importancia de la misión de la escuela católica fue reafirmada muchas veces por mis venerados predecesores en varias intervenciones, recogidas en significativos documentos del Episcopado italiano. El documento de la Conferencia episcopal que tiene por título "La escuela católica hoy en Italia" afirma, por ejemplo, que la misión salvífica de la Iglesia se cumple en estrecha unión entre el anuncio de fe y la promoción del hombre, y para este fin encuentra un apoyo particular en la escuela católica que, como instrumento privilegiado, está orientada a la formación integral del hombre (cf. n. 11). E inmediatamente añade que la "escuela católica es una expresión del derecho de todos los ciudadanos a la libertad de educación, y del correspondiente deber de solidaridad en la construcción de la convivencia civil" (n. 12). Por tanto, en la perspectiva de consolidar juntos la doble conciencia eclesial y civil, el Episcopado italiano vio, hace diez años, la necesidad de fundar un Centro de estudios dedicado a la escuela católica. Para que se elija y aprecie la escuela católica, es preciso que se conozca su finalidad pedagógica; es necesario que se tenga una conciencia madura no sólo de su identidad eclesial y de su proyecto cultural, sino también de su significado civil, que no debe considerarse como defensa de un interés parcial, sino como valiosa contribución a la edificación del bien común de toda la sociedad italiana.

Durante este primer decenio de actividad, vuestro Centro de estudios ha prestado un servicio verdaderamente valioso a la Iglesia y a la sociedad italiana. Esto es mérito de la excelente colaboración que se ha establecido entre la Conferencia episcopal italiana y sus oficinas con las Federaciones y Asociaciones de escuelas católicas, la Facultad de ciencias de la educación de la Pontificia Universidad salesiana, el Ministerio de educación, el Comité técnico-científico, en el que están representadas la Universidad católica del Sagrado Corazón y la Libre Universidad María Santísima Asunta, y con todos los que, de diversas maneras, han colaborado en sus actividades.

Gracias a esta colaboración constante, el Centro de estudios ha logrado efectuar una radiografía atenta de la situación de la escuela católica en Italia, siguiendo con particular interés las vicisitudes de la equiparación y de las reformas de la escuela en Italia. A este propósito, se ha hecho notar que la asistencia a la escuela católica en algunas regiones de Italia está aumentando con respecto al decenio precedente, aunque persisten situaciones difíciles y a veces incluso críticas. Precisamente en el contexto de la renovación, a la que tienden quienes se preocupan por el bien de los jóvenes y del país, es preciso favorecer la igualdad efectiva entre escuelas estatales y escuelas equiparadas, que permita a los padres una oportuna libertad de elección de la escuela que frecuentar.

Queridos hermanos y hermanas, ciertamente el aniversario que estáis conmemorando es una ocasión propicia para proseguir con renovado entusiasmo el servicio que estáis prestando con provecho. En particular, os aliento a centrar vuestro compromiso, como ya es vuestra intención, en los cinco sectores siguientes: la difusión de una cultura dirigida a cualificar la pedagogía de la escuela católica en orden a la finalidad de la educación cristiana; el estudio atento de la calidad y la recogida de datos sobre la situación de la escuela católica; el comienzo de nuevas investigaciones para profundizar las emergencias educativas, culturales y organizativas hoy relevantes; la profundización de la cultura de la equiparación, no siempre apreciada, cuando no marcada por interpretaciones equívocas; y el incremento de la colaboración proficua con las Federaciones y Asociaciones de escuelas católicas, en el respeto de las competencias y finalidades recíprocas.
Encomiendo vuestra actividad y los proyectos futuros a la intercesión materna de María, Reina de la familia y Sede de la Sabiduría, a la vez que os agradezco esta visita y con afecto os bendigo a todos.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE URUGUAY
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 26 de septiembre de 2008



Queridos Hermanos en el Episcopado:

Me complace recibiros en este encuentro que, al concluir vuestra visita ad limina, me permite saludaros a todos juntos y alentaros en la esperanza, tan necesaria para el ministerio que generosamente ejercéis en las respectivas iglesias particulares. Agradezco cordialmente las palabras de Monseñor Carlos María Collazzi Irazábal, Obispo de Mercedes y Presidente de la Conferencia Episcopal del Uruguay, en las que ha expresado los sentimientos compartidos de estrecha comunión con la Sede de Pedro, así como los anhelos y preocupaciones que embargan vuestro corazón de Pastores que desean responder a las expectativas que tiene el Pueblo de Dios.

La visita a los sepulcros de San Pedro y San Pablo es una ocasión privilegiada para ahondar en el origen y sentido del ministerio de los sucesores de los Apóstoles, fieles transmisores de la semilla que ellos plantaron (cf. Lumen gentium, 20), enteramente entregados a proclamar el evangelio de Cristo y unánimes en su testimonio. Es también una oportunidad señalada para reforzar los lazos de unidad efectiva y afectiva del colegio episcopal, que ha de ser manifestación eminente del ideal, tan característico de la comunidad eclesial desde sus orígenes, de tener “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32), y ejemplo visible para promover el espíritu de hermandad y concordia en vuestros fieles e incluso en la sociedad actual, tantas veces dominada por el individualismo y la rivalidad exasperada.

Esta comunión se manifiesta también en la tarea de hacer efectivas y concretas las orientaciones pastorales que habéis propuesto para los próximos 5 años, inspiradas en el sugestivo marco del encuentro de Jesús resucitado con los discípulos en el camino de Emaús. En efecto, el Maestro que acompaña, que conversa con los suyos y les explica las escrituras, es un modelo a seguir para preparar la mente y el corazón del hombre, de modo que llegue a descubrirlo y a encontrarse con Él personalmente. Por tanto, promover el conocimiento y la meditación de la Sagrada Escritura, explicarla fielmente en la predicación y la catequesis o enseñarla en las escuelas, es una necesidad para llegar a vivir la vocación cristiana de manera más consciente, firme y segura. Os animo en esta empresa con la cual queréis hacer partícipes a vuestros fieles y comunidades eclesiales del impulso evangelizador y misionero propuesto por la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida.

La Palabra de Dios es también la fuente y el contenido inexcusable de vuestro ministerio como «predicadores del Evangelio que llevan nuevos discípulos a Cristo» (Lumen gentium, 75), tanto más necesario en un tiempo en que otras muchas voces tratan de acallar a Dios en la vida personal y social, llevando a los hombres por derroteros que socavan la auténtica esperanza y se desinteresan de la verdad firme en la que puede descansar el corazón del ser humano. Enseñad, pues, la fe de la Iglesia en su integridad, con la valentía y la persuasión propias de quien vive de ella y para ella, sin renunciar a proclamar explícitamente los valores morales de la doctrina católica, que a veces son objeto de debate en el ámbito político, cultural o en los medios de comunicación social, como son los que se refieren a la familia, la sexualidad y la vida. Sé de vuestros esfuerzos por defender la vida humana desde la concepción hasta su término natural y pido a Dios que den como fruto una conciencia clara en cada uruguayo de la dignidad inviolable de toda persona y un compromiso firme de respetarla y salvaguardarla sin reservas.

En esta tarea contáis con la inestimable colaboración de los sacerdotes a los que se ha de animar constantemente para que, sin acomodarse al ambiente imperante en el mundo (cf. Rm 12,2), sean verdaderos discípulos y misioneros de Cristo, que llevan con ardor su mensaje de salvación a las parroquias y comunidades, a las familias y a todas las personas que anhelan sobre todo palabras aprendidas del Espíritu, más que de saberes puramente humanos (cf. 1 Co 2,6). La cercanía asidua de los Pastores a quienes se preparan para el sacerdocio puede ser determinante para una formación en la que prevalga lo que ha de distinguir por encima de todo a un ministro de la Iglesia: el amor a Cristo, una seria competencia teológica en plena sintonía con el Magisterio y la Tradición de la Iglesia, la meditación constante y personal de su misión salvadora y una vida intachable acorde con el servicio que presta al Pueblo de Dios. De este modo darán testimonio fiel de lo que predican y ayudarán a sus hermanos a huir de una religiosidad superficial y con escasa incidencia en los compromisos éticos que la fe comporta, para aprender de Cristo a vivir «en la justicia y la santidad de la verdad» (Ef 4,24).

En este aspecto, mucho cabe esperar también de las personas consagradas o miembros de diversos movimientos y asociaciones especialmente comprometidos en la misión de la Iglesia, llamados a dar un gozoso testimonio de que la plenitud de vida se alcanza cuando se prefiere el ser mejor al mero tener más, haciendo brillar los verdaderos valores y la alegría incomparable de haberse encontrado con Cristo y de entregarse incondicionalmente a Él.

Queridos Hermanos, sabéis que la tarea del verdadero testigo de Cristo no es fácil, exige mucho, pero es clara y cuenta sobre todo, más que con las propias fuerzas, con el poder de quien ha «vencido al mundo» (cf. Jn 16,33). Sin dejaros llevar por el desaliento, en tantas situaciones de indiferencia o apatía religiosa, seguid siendo portadores de la «esperanza que no defrauda» (Rm 5,5) y partícipes del amor de Cristo por los pobres y necesitados mediante las obras caritativas de las comunidades eclesiales. En situaciones difíciles, que también afectan a los uruguayos, la Iglesia está llamada a mostrar la grandeza de corazón, la solidaridad y capacidad de sacrificio de la familia de los hijos de Dios para con los hermanos en dificultad.

Al terminar este encuentro, os ruego que llevéis un caluroso saludo a vuestros sacerdotes y seminaristas, monasterios y comunidades religiosas, movimientos y asociaciones, catequistas y demás personas dedicadas a la apasionante tarea de llevar y mantener viva la luz de Cristo en el Pueblo de Dios. Invoco la protección de la Santísima Virgen María sobre vuestras tareas apostólicas, así como sobre todos los queridos uruguayos, y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO INTERNACIONAL
DEL MOVIMIENTO "RETROUVAILLE"

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo
Viernes 26 de septiembre de 2008



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Os acojo con alegría hoy, con ocasión del encuentro mundial del movimiento Retrouvaille. Os saludo a todos vosotros, esposos y presbíteros, con los responsables internacionales de esta asociación, que desde hace más de treinta años trabaja con gran dedicación al servicio de las parejas en dificultad. En particular, saludo al cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo pontificio para la familia, y le doy las gracias por sus amables palabras, así como por haberme ilustrado las finalidades de vuestro Movimiento.

Me ha emocionado, queridos amigos, vuestra experiencia, que os pone en contacto con familias marcadas por la crisis del matrimonio. Reflexionando sobre vuestra actividad, he reconocido una vez más el "dedo" de Dios, es decir, la acción del Espíritu Santo, que suscita en la Iglesia respuestas adecuadas a las necesidades y emergencias de cada época. Ciertamente, una emergencia muy viva en nuestros días es la de las separaciones y los divorcios. Por tanto, fue providencial la intuición de los esposos canadienses Guy y Jeannine Beland, en 1977, de ayudar a las parejas en grave crisis a afrontarla a través de un programa específico, que mira a la reconstrucción de sus relaciones, no como alternativa a las terapias psicológicas, sino con un itinerario distinto y complementario. En efecto, vosotros no sois profesionales; sois esposos que a menudo han vivido personalmente las mismas dificultades, las han superado con la gracia de Dios y el apoyo de Retrouvaille, y han sentido el deseo y la alegría de poner, a su vez, su experiencia al servicio de los demás. Entre vosotros hay diversos sacerdotes que acompañan a los esposos en su camino, partiendo para ellos la Palabra y el Pan de vida. "Gratis lo recibisteis; dadlo gratis" (Mt 10, 8): a estas palabras de Jesús, dirigidas a sus discípulos, hacéis constantemente referencia.

Como demuestra vuestra experiencia, la crisis conyugal —aquí hablamos de crisis serias y graves— constituye una realidad con dos facetas. Por una parte, especialmente en su fase aguda y más dolorosa, se presenta como un fracaso, como la prueba de que el sueño ha terminado o se ha transformado en una pesadilla y, por desgracia, "ya no hay nada que hacer". Esta es la faceta negativa. Pero hay otra faceta, a menudo desconocida para nosotros, pero que Dios ve. En efecto, toda crisis —nos lo enseña la naturaleza— es un paso hacia una nueva fase de vida. Pero si en las criaturas inferiores esto sucede automáticamente, en el hombre implica la libertad, la voluntad y, por tanto, una "esperanza mayor" que la desesperación. En los momentos más oscuros, los esposos pierden la esperanza; entonces, es necesario que otros la custodien, un "nosotros", una compañía de verdaderos amigos que, con el máximo respeto pero también con sincera voluntad de bien, estén dispuestos a compartir algo de su propia esperanza con quien la ha perdido. No de modo sentimental o veleidoso, sino organizado y realista. Así, en el momento de la ruptura, os convertís en la posibilidad concreta para la pareja de tener una referencia positiva en la que confiar en medio de la desesperación. En efecto, cuando la relación degenera, los esposos caen en la soledad, tanto individual como de pareja. Pierden el horizonte de la comunión con Dios, con los demás y con la Iglesia. Entonces, vuestros encuentros ofrecen el "apoyo" para no extraviarse del todo y para superar gradualmente las dificultades. Me complace pensar en vosotros como custodios de una esperanza mayor para los esposos que la han perdido.

La crisis, pues, como paso hacia el crecimiento. En esta perspectiva se puede leer el relato de las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-11). La Virgen María se da cuenta de que los esposos "ya no tienen vino" y se lo dice a Jesús. Esta falta de vino hace pensar en el momento en que, en la vida de la pareja, se termina el amor, se agota la alegría y disminuye bruscamente el entusiasmo del matrimonio. Después de que Jesús transformó el agua en vino, felicitaron al esposo porque —decían— había conservado hasta ese momento "el vino bueno". Esto significa que el vino de Jesús era mejor que el precedente. Sabemos que este "vino bueno" es símbolo de la salvación, de la nueva alianza nupcial que Jesús vino a realizar con la humanidad. Pero precisamente todo matrimonio cristiano, incluso el más desdichado y vacilante, es sacramento de esta alianza y por eso puede encontrar en la humildad la valentía de pedir ayuda al Señor. Cuando una pareja pasa por dificultades o —como demuestra vuestra experiencia— incluso ya está separada, si se encomienda a María y se dirige a Aquel que hizo de dos "una sola carne", puede estar segura de que esa crisis será, con la ayuda del Señor, un paso hacia el crecimiento, y su amor se purificará, madurará y se reforzará. Esto sólo puede hacerlo Dios, que quiere servirse de sus discípulos como de valiosos colaboradores para acercarse a las parejas, escucharlas y ayudarles a redescubrir el tesoro escondido del matrimonio, el fuego que ha quedado enterrado bajo las cenizas. Es él quien reaviva y vuelve a hacer arder la llama; ciertamente, no del mismo modo del enamoramiento, sino de manera diversa, más intensa y profunda: pero siempre la misma llama.

Queridos amigos que habéis elegido poneros al servicio de los demás en un campo tan delicado, os aseguro mi oración para que vuestro compromiso no se convierta en mera actividad, sino que, en el fondo, siga siendo siempre testimonio del amor de Dios. Vuestro servicio es un servicio "contra corriente". En efecto, hoy, cuando una pareja entra en crisis, encuentra a muchas personas dispuestas a aconsejar la separación. También a los esposos casados en el nombre del Señor se les propone con facilidad el divorcio, olvidando que el hombre no puede separar lo que Dios ha unido (cf. Mt 19, 6; Mc10, 9). Para cumplir vuestra misión, también vosotros necesitáis alimentar continuamente vuestra vida espiritual, poner amor en lo que hacéis para que, en contacto con realidades difíciles, vuestra esperanza no se agote o no se reduzca a una fórmula. Que os ayude en esta delicada obra apostólica la Sagrada Familia de Nazaret, a la que encomiendo vuestro servicio y, especialmente, los casos más difíciles. María, Reina de la familia, esté junto a vosotros, a la vez que de corazón os imparto la bendición apostólica a vosotros y a todos los miembros del movimiento Retrouvaille.


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All'Ambasciatore della Repubblica Ceca presso la Santa Sede (27 settembre 2008)

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR EL CENTRO TURÍSTICO JUVENIL
Y LA OFICINA INTERNACIONAL DEL TURISMO SOCIAL

Sala de los Suizos del Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Sábado, 27 de septiembre de 2008



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos amigos:

Con alegría os acojo y os doy mi cordial bienvenida. Doy las gracias al cardenal Martino, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, por haberme ilustrado las motivaciones de este encuentro y también por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos. Saludo al arzobispo Agostino Marchetto, secretario de dicho dicasterio dedicado a la pastoral de la movilidad humana, al que compete también la atención pastoral al turismo. Mi saludo se extiende a la señora Maria Pia Bertolucci y a monseñor Guido Lucchiari, respectivamente presidenta y consiliario eclesiástico del Centro turístico juvenil (CTG), principal artífice de esta visita, así como al doctor Norberto Tonini, presidente de la Oficina internacional de turismo social (BITS), que se ha unido a la iniciativa. Un saludo afectuoso a todos vosotros aquí presentes.

Nuestro encuentro tiene lugar con ocasión de la celebración hoy de la Jornada mundial del turismo. El tema de este año —El turismo afronta el desafío del cambio climático— indica una problemática de gran actualidad, que hace referencia al potencial del sector turístico con respecto al estado del planeta y del bienestar de la humanidad. Vuestras dos instituciones ya están comprometidas en un turismo atento a la promoción integral de la persona, con una visión de sustentabilidad y solidaridad, y esto os convierte en protagonistas cualificados de la obra de custodia y valoración responsable de los recursos de la creación, inmenso don de Dios a la humanidad.

La humanidad tiene el deber de proteger este tesoro y evitar un uso indiscriminado de los bienes de la tierra. En efecto, sin un adecuado límite ético y moral, el comportamiento humano puede transformarse en amenaza y desafío. La experiencia enseña que la gestión responsable de la creación forma parte, o así debería ser, de una economía sana y sostenible del turismo. Al contrario, el uso impropio de la naturaleza y el daño causado a la cultura de las poblaciones locales perjudican al mismo tiempo al turismo. Aprender a respetar el ambiente enseña también a respetar a los demás y a sí mismos. Ya en 1991, en la encíclica Centesimus annus, mi amado predecesor Juan Pablo II había denunciado el consumo excesivo y arbitrario de los recursos, recordando que el hombre es colaborador de Dios en la obra de la creación y no puede sustituirlo. Había subrayado, además, cómo la humanidad de hoy debe "ser consciente de sus deberes y de su cometido para con las generaciones futuras" (n. 37).

Por tanto, es necesario, sobre todo en el ámbito del turismo, gran usuario de la naturaleza, que todos tiendan a una gestión equilibrada de nuestro hábitat, de la que es nuestra casa común y lo será para todos los que vengan después de nosotros. La degradación ambiental sólo puede frenarse difundiendo una adecuada cultura de comportamiento, que comprenda estilos de vida más sobrios. De ahí la importancia, como recordé recientemente, de educar en una ética de la responsabilidad y proceder a "hacer propuestas más constructivas para garantizar el bien de las generaciones futuras" (Discurso en el Elíseo, 12 de septiembre de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de septiembre de 2008, p. 5).

La Iglesia, además, comparte con vuestras instituciones y otras organizaciones análogas el compromiso por la difusión del llamado turismo social, que promueve la participación de los sectores más débiles y puede ser así un valioso instrumento de lucha contra la pobreza y contra numerosas formas de fragilidad, proporcionando empleos, custodiando los recursos y promoviendo la igualdad. Este turismo constituye un motivo de esperanza en un mundo en el que se han acentuado las distancias entre quienes tienen todo y los que sufren hambre, carestía y sequía. Ojalá que la reflexión suscitada por esta Jornada mundial del turismo, gracias al tema propuesto, logre influir positivamente en el estilo de vida de muchos turistas, de modo que cada uno dé su contribución al bienestar de todos, que, en definitiva, resulta ser el de cada uno.

Por último, dirijo una invitación a los jóvenes para que, a través de estas instituciones vuestras, sostengan y se hagan protagonistas de comportamientos que tiendan al aprecio de la naturaleza y a su defensa, dentro de una correcta perspectiva ecológica, como lo subrayé más de una vez con ocasión de la Jornada mundial de la juventud en Sydney, en julio pasado. También les compete a las nuevas generaciones promover un turismo sano y solidario, que evite el consumismo y el derroche de los recursos de la tierra, para dar cabida a gestos de solidaridad y amistad, de conocimiento y comprensión. De este modo, el turismo puede transformarse en un instrumento privilegiado de educación para la convivencia pacífica. Que Dios os ayude en vuestro trabajo. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, a la vez que con afecto os imparto la bendición apostólica a vosotros aquí presentes, a vuestros seres queridos y a los miembros de vuestras beneméritas instituciones.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR EL CENTRO TURÍSTICO JUVENIL
Y LA OFICINA INTERNACIONAL DEL TURISMO SOCIAL

Sala de los Suizos del Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Sábado, 27 de septiembre de 2008



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos amigos:

Con alegría os acojo y os doy mi cordial bienvenida. Doy las gracias al cardenal Martino, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, por haberme ilustrado las motivaciones de este encuentro y también por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos. Saludo al arzobispo Agostino Marchetto, secretario de dicho dicasterio dedicado a la pastoral de la movilidad humana, al que compete también la atención pastoral al turismo. Mi saludo se extiende a la señora Maria Pia Bertolucci y a monseñor Guido Lucchiari, respectivamente presidenta y consiliario eclesiástico del Centro turístico juvenil (CTG), principal artífice de esta visita, así como al doctor Norberto Tonini, presidente de la Oficina internacional de turismo social (BITS), que se ha unido a la iniciativa. Un saludo afectuoso a todos vosotros aquí presentes.

Nuestro encuentro tiene lugar con ocasión de la celebración hoy de la Jornada mundial del turismo. El tema de este año —El turismo afronta el desafío del cambio climático— indica una problemática de gran actualidad, que hace referencia al potencial del sector turístico con respecto al estado del planeta y del bienestar de la humanidad. Vuestras dos instituciones ya están comprometidas en un turismo atento a la promoción integral de la persona, con una visión de sustentabilidad y solidaridad, y esto os convierte en protagonistas cualificados de la obra de custodia y valoración responsable de los recursos de la creación, inmenso don de Dios a la humanidad.

La humanidad tiene el deber de proteger este tesoro y evitar un uso indiscriminado de los bienes de la tierra. En efecto, sin un adecuado límite ético y moral, el comportamiento humano puede transformarse en amenaza y desafío. La experiencia enseña que la gestión responsable de la creación forma parte, o así debería ser, de una economía sana y sostenible del turismo. Al contrario, el uso impropio de la naturaleza y el daño causado a la cultura de las poblaciones locales perjudican al mismo tiempo al turismo. Aprender a respetar el ambiente enseña también a respetar a los demás y a sí mismos. Ya en 1991, en la encíclica Centesimus annus, mi amado predecesor Juan Pablo II había denunciado el consumo excesivo y arbitrario de los recursos, recordando que el hombre es colaborador de Dios en la obra de la creación y no puede sustituirlo. Había subrayado, además, cómo la humanidad de hoy debe "ser consciente de sus deberes y de su cometido para con las generaciones futuras" (n. 37).

Por tanto, es necesario, sobre todo en el ámbito del turismo, gran usuario de la naturaleza, que todos tiendan a una gestión equilibrada de nuestro hábitat, de la que es nuestra casa común y lo será para todos los que vengan después de nosotros. La degradación ambiental sólo puede frenarse difundiendo una adecuada cultura de comportamiento, que comprenda estilos de vida más sobrios. De ahí la importancia, como recordé recientemente, de educar en una ética de la responsabilidad y proceder a "hacer propuestas más constructivas para garantizar el bien de las generaciones futuras" (Discurso en el Elíseo, 12 de septiembre de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de septiembre de 2008, p. 5).

La Iglesia, además, comparte con vuestras instituciones y otras organizaciones análogas el compromiso por la difusión del llamado turismo social, que promueve la participación de los sectores más débiles y puede ser así un valioso instrumento de lucha contra la pobreza y contra numerosas formas de fragilidad, proporcionando empleos, custodiando los recursos y promoviendo la igualdad. Este turismo constituye un motivo de esperanza en un mundo en el que se han acentuado las distancias entre quienes tienen todo y los que sufren hambre, carestía y sequía. Ojalá que la reflexión suscitada por esta Jornada mundial del turismo, gracias al tema propuesto, logre influir positivamente en el estilo de vida de muchos turistas, de modo que cada uno dé su contribución al bienestar de todos, que, en definitiva, resulta ser el de cada uno.

Por último, dirijo una invitación a los jóvenes para que, a través de estas instituciones vuestras, sostengan y se hagan protagonistas de comportamientos que tiendan al aprecio de la naturaleza y a su defensa, dentro de una correcta perspectiva ecológica, como lo subrayé más de una vez con ocasión de la Jornada mundial de la juventud en Sydney, en julio pasado. También les compete a las nuevas generaciones promover un turismo sano y solidario, que evite el consumismo y el derroche de los recursos de la tierra, para dar cabida a gestos de solidaridad y amistad, de conocimiento y comprensión. De este modo, el turismo puede transformarse en un instrumento privilegiado de educación para la convivencia pacífica. Que Dios os ayude en vuestro trabajo. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, a la vez que con afecto os imparto la bendición apostólica a vosotros aquí presentes, a vuestros seres queridos y a los miembros de vuestras beneméritas instituciones.


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PALABRAS DE DESPEDIDA DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD ECLESIAL Y CIVIL DE CASTELGANDOLFO

Lunes 29 de septiembre de 2008



Queridos hermanos y hermanas:

También este año ha llegado el momento de despedirme de vosotros, al final del período de verano. Antes de volver al Vaticano, siento la viva necesidad de renovaros mi sincera gratitud por todo lo que habéis hecho por mí y por mis colaboradores. En primer lugar, saludo y doy las gracias al obispo de Albano Lacial, monseñor Marcello Semeraro, al párroco de Castelgandolfo y a la comunidad parroquial, así como a las comunidades religiosas que viven y trabajan aquí. Me he encontrado con vosotros en varias circunstancias, y hoy quisiera repetiros que el Papa os está agradecido por vuestro apoyo material y espiritual.

Saludo, además, al señor alcalde y a los miembros de la Administración municipal, que me manifiestan siempre su cercanía. Sé con cuánta dedicación, queridos amigos, trabajáis durante mi estancia. Como os dije en otras circunstancias, aprecio mucho vuestra hospitalidad y vuestro esfuerzo por garantizarme todo tipo de asistencia tanto a mí como a los huéspedes y a los peregrinos que vienen a visitarme, especialmente el domingo para la habitual cita del Ángelus. Os ruego que transmitáis mis sentimientos de gratitud a toda la población de Castelgandolfo.

Me dirijo ahora con el mismo afecto a los responsables y a los que se ocupan de los múltiples servicios de la Gobernación. Queridos hermanos y hermanas, he tenido la oportunidad de apreciar la competencia y la dedicación de cada uno de vosotros, y os estoy agradecido por todo. Que el Señor os asista y haga fructificar vuestro esfuerzo diario.

La gran familia que se forma en torno al Papa en Castelgandolfo os incluye también a vosotros, queridos funcionarios y agentes de las diversas Fuerzas del orden italianas, a quienes agradezco la constante dedicación que mostráis. La celebración litúrgica de hoy de los santos arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel me ofrece, además, la oportunidad de saludaros con particular afecto a vosotros, queridos dirigentes y miembros del Cuerpo de la Gendarmería vaticana, que trabajáis siempre en estrecha colaboración con el Cuerpo de la Guardia Suiza pontificia, al que dirijo mi saludo agradecido. Todos vosotros sois los fieles custodios del Papa.

No puedo olvidar tampoco a los oficiales y a los pilotos del 31° escuadrón de la Aeronáutica militar. Les doy las gracias por el servicio cualificado que me prestan a mí y a mis colaboradores en los viajes en helicóptero y en avión. Que a cada uno de vosotros, queridos amigos, llegue la expresión de mi sincera gratitud.

La liturgia de hoy, como decía hace unos instantes, nos invita a recordar a los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Cada uno de ellos, como leemos en la Biblia, cumplió una misión peculiar en la historia de la salvación. Queridos hermanos y hermanas, invoquemos con confianza su ayuda, así como la protección de los ángeles custodios, cuya fiesta celebraremos dentro de algunos días, el 2 de octubre. La presencia invisible de estos espíritus bienaventurados nos es de gran ayuda y consuelo: caminan a nuestro lado y nos protegen en toda circunstancia, nos defienden de los peligros y podemos recurrir a ellos en cualquier momento. Muchos santos mantuvieron con los ángeles una relación de verdadera amistad, y son numerosos los episodios que testimonian su ayuda en ocasiones particulares. Como recuerda la carta a los Hebreos, los ángeles son enviados por Dios "a asistir a los que han de heredar la salvación" (Hb 1, 14), y, por tanto, son para nosotros un auxilio valioso durante nuestra peregrinación terrena hacia la patria celestial.

Gracias una vez más a todos también por vuestra presencia en este encuentro; gracias a los que se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos. Os encomiendo a la protección materna de María, Reina de los ángeles, y de corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo a vuestras familias y a vuestros seres queridos.


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Saluto al Corpo della Gendarmeria dello Stato Pontificio nella festa di San Michele Arcangelo (29 settembre 2008)

Sólo italiano

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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PERSONAL DE LAS VILLAS PONTIFICIAS DE CASTELGANDOLFO

Lunes 29 de septiembre de 2008



Queridos hermanos y hermanas:

En el momento en que me despido de vosotros, al final de la permanencia estival en Castelgandolfo, siento la profunda necesidad de renovaros mi gratitud por el diario y solícito servicio que prestáis aquí, en las villas pontificias.

Doy las gracias en primer lugar al director, el doctor Saverio Petrillo, por sus afables palabras y por haberse hecho intérprete, como cada año, de los sentimientos de todos vosotros. Paseando por los senderos de las villas he podido apreciar la atención que ponéis en vuestro trabajo. Asimismo siento la necesidad de dar las gracias al personal que se dedica con solicitud al cuidado del palacio apostólico.

Me doy cuenta de que mi presencia os requiere a menudo un mayor esfuerzo, y esto comporta no pocos sacrificios a vosotros y a vuestras familias. Os doy las gracias de corazón por vuestra generosidad, y pido al Señor que os recompense por todo. Que os asista él con su gracia y os acompañe con su amor paterno a vosotros y a vuestros familiares, a los cuales os ruego que llevéis mi cordial saludo.

Celebramos hoy la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael: os encomiendo a su protección especial, para que podáis desempeñar vuestras diversas actividades con serenidad y provecho espiritual. Que la Virgen santa vele siempre sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos. Os aseguro un recuerdo en la oración y os bendigo a todos con afecto.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE ASIA CENTRAL
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 2 de octubre de 2008



Venerados hermanos:

Me alegra particularmente encontrarme con vosotros al final de vuestra visita ad limina Apostolorum. Con profunda gratitud acojo vuestro saludo, del que se ha hecho intérprete monseñor Tomash Peta. Os saludo a cada uno de vosotros, a los obispos y al delegado para los fieles greco-católicos en Kazajstán, al administrador apostólico en Kirguizistán, al administrador apostólico en Uzbekistán, al superior de la missio sui iuris en Tayikistán y al superior de la missio sui iuris en Turkmenistán. También os doy las gracias porque me habéis traído el saludo de los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral en las regiones de Asia central. Os aseguro que el Sucesor de Pedro sigue vuestro ministerio con constante oración y afecto fraterno. Esta casa, la casa del Obispo de Roma, es también vuestra.

Con gran interés y atención he escuchado de cada uno de vosotros las realizaciones, los compromisos, los proyectos y los deseos de vuestras comunidades, naturalmente junto con los problemas y las dificultades que encontráis en la acción pastoral. Damos gracias al Señor porque, a pesar de las duras presiones ejercidas durante los años del régimen ateo y comunista, gracias a la abnegación de celosos sacerdotes, religiosos y laicos, la llama de la fe ha permanecido encendida en el corazón de los creyentes.

Las comunidades pueden reducirse a una "pequeña grey". ¡No hay que desanimarse, queridos hermanos! Mirad las primeras comunidades de los discípulos del Señor, las cuales, aun siendo pequeñas, no se encerraban en sí mismas, sino que, impulsadas por el amor de Cristo, no dudaban en socorrer a los pobres y asistir a los enfermos, anunciando y testimoniando a todos con alegría el Evangelio. También hoy, como entonces, el Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia. Por tanto, dejaos guiar por él y mantened viva en el pueblo cristiano la llama de la fe; conservad y valorad las experiencias pastorales y apostólicas realizadas en el pasado; seguid educando a todos en la escucha de la Palabra de Dios; suscitad especialmente en los jóvenes el amor a la Eucaristía y la devoción mariana, difundiendo en las familias la práctica del rosario. Buscad, además, con paciencia y valentía, nuevas formas y métodos de apostolado, preocupándoos de actualizarlos según las exigencias del momento, teniendo en cuenta la lengua y la cultura de los fieles confiados a vosotros. Esto requiere una unidad aún más firme entre vosotros, pastores, y el clero.

En efecto, este compromiso resultará más incisivo y eficaz si no actuáis solos, sino que tratáis de implicar cada vez más a los sacerdotes, vuestros primeros colaboradores, a los religiosos y las religiosas, así como a los laicos dedicados a las diversas iniciativas pastorales. Además, recordad que ante todo a estos cooperadores vuestros, obreros como vosotros en la viña del Señor, debéis prestar atención y escucha. Por tanto, mostraos dispuestos a salir al encuentro de sus expectativas, apoyadlos en los momentos de dificultad, invitadlos a confiar cada vez más en la divina Providencia, que nunca nos abandona, sobre todo en la hora de la prueba; y acompañadlos cuando se encuentren en condiciones de soledad humana y espiritual. El fundamento de todo ha de ser el recurso constante a Dios en la oración y la búsqueda continua de la unidad entre vosotros, así como en cada una de vuestras respectivas y diversas comunidades.

Todo esto es aún más necesario para afrontar los desafíos que la actual sociedad globalizada plantea al anuncio y a la práctica coherente de la vida cristiana también en vuestras regiones. Aquí quiero recordar cómo, además de las dificultades a las que aludí antes, se registran casi por doquier en el mundo fenómenos preocupantes, que ponen en serio peligro la seguridad y la paz. Me refiero, en particular, a la plaga de la violencia y del terrorismo, a la difusión del extremismo y del fundamentalismo. Ciertamente, es preciso contrastar estos flagelos con intervenciones legislativas. Pero la fuerza del derecho no puede transformarse nunca en injusticia; ni se puede limitar el libre ejercicio de las religiones, puesto que profesar libremente la propia fe es uno de los derechos humanos fundamentales, reconocidos universalmente.

Me parece útil reafirmar que la Iglesia no impone, sino que propone libremente la fe católica, sabiendo bien que la conversión es el fruto misterioso de la acción del Espíritu Santo. La fe es don y obra de Dios. Precisamente por eso está prohibida cualquier forma de proselitismo que obligue, induzca o atraiga a alguien con medios inoportunos a abrazar la fe (cf. Ad gentes, 13). Una persona puede abrirse a la fe después de una reflexión madura y responsable, y debe poder realizar libremente esta íntima inspiración. Esto no sólo beneficia a la persona, sino también a toda la sociedad, dado que la observancia fiel de los preceptos divinos ayuda a construir una convivencia más justa y solidaria.

Queridos hermanos, os animo a proseguir el trabajo que habéis emprendido, valorando sabiamente las aportaciones de todos. Aprovecho la ocasión para dar las gracias a los sacerdotes y a los religiosos que trabajan en las diversas circunscripciones eclesiásticas, en particular a los franciscanos en la diócesis de la Santísima Trinidad en Almaty, a los jesuitas en Kirguizistán, a los franciscanos conventuales en Uzbekistán, a los religiosos del Instituto del Verbo Encarnado en la missio sui iuris en Tayikistán, y a los Oblatos de María Inmaculada en la missio sui iuris en Turkmenistán.

Invito también a otras familias religiosas a dar generosamente su contribución, enviando personal y medios para llevar a cabo el trabajo apostólico en las vastas regiones de Asia central. A cada uno de vosotros repito que el Papa os acompaña y os apoya en vuestro ministerio. Que María, Reina de los Apóstoles, vele siempre sobre vosotros y sobre vuestras comunidades. Que os acompañe también mi oración. Os bendigo de corazón a todos.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA JUNTA DIRECTIVA
DE LOS CABALLEROS DE COLÓN

Sala Clementina
Viernes 3 de octubre de 2008



Queridos amigos:

Me complace daros la bienvenida a vosotros, miembros de la junta directiva de los Caballeros de Colón, junto con vuestras familias, con ocasión de vuestra peregrinación a Roma en este Año paulino. Pido a Dios que vuestra visita a las tumbas de san Pedro y san Pablo os confirme en la fe de los Apóstoles y llene vuestro corazón de gratitud por el don de nuestra redención en Cristo.

Al comienzo de su carta a los Romanos, san Pablo recuerda a sus oyentes que son "santos por vocación" (Rm 1, 7). Durante mi reciente visita pastoral a Estados Unidos quise alentar a los fieles laicos sobre todo a esforzarse nuevamente por crecer en santidad y participar activamente en la misión de la Iglesia. Esta es la convicción que inspiró la fundación de los Caballeros de Colón como asociación fraterna de laicos cristianos y que sigue teniendo una expresión privilegiada en las obras caritativas de vuestra Orden y en vuestra solidaridad concreta con el Sucesor de Pedro en su ministerio en favor de la Iglesia universal.

Esta solidaridad se manifiesta de modo particular a través del fondo Vicarius Christi, que los Caballeros han puesto a disposición de la Santa Sede para las necesidades del pueblo de Dios en todo el mundo. Y también se manifiesta a través de las oraciones y los sacrificios diarios de numerosos Caballeros en sus consejos locales, en las parroquias y en las comunidades. Por eso os estoy muy agradecido.

Queridos amigos, ojalá que, según el espíritu de vuestro fundador, el venerable Michael McGivney, los Caballeros de Colón descubran modos siempre nuevos para ser levadura del Evangelio en el mundo y fuerza para la renovación de la Iglesia en la santidad y en el celo apostólico. A este respecto, expreso mi aprecio por vuestros esfuerzos para proporcionar una sólida formación en la fe a los jóvenes y defender las verdades morales necesarias para una sociedad libre y humana, incluido el derecho fundamental de todo ser humano a la vida.

Con estos sentimientos, queridos amigos, os aseguro un recuerdo especial en mis oraciones. A todos los Caballeros y a sus familias imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y de paz duraderas en nuestro Señor Jesucristo.


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VISITA OFICIAL DEL SANTO PADRE
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA

DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI*

Palacio del Quirinal
Sábado 4 de octubre de 2008



Señor presidente:

Con verdadero placer cruzo nuevamente el umbral de este palacio, donde fui acogido por primera vez pocas semanas después del inicio de mi ministerio de Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal. Entro en su residencia oficial, señor presidente, casa simbólica de todos los italianos, recordando con gratitud la amable visita que usted me hizo en noviembre de 2006 en el Vaticano, inmediatamente después de su elección a la presidencia de la República italiana. Aprovecho esta circunstancia para renovarle mi agradecimiento también por el inolvidable y grato don del concierto musical de elevado valor artístico que usted me ofreció el pasado 24 de abril. Por tanto, con profunda gratitud le expreso mi deferente y cordial saludo a usted, señor presidente, a su amable esposa y a todos los que han venido aquí. Mi saludo se dirige de modo especial a las distinguidas autoridades que tienen la misión de guiar el Estado italiano, a las ilustres personalidades aquí presentes, y se extiende a todo el pueblo de Italia, muy querido por mí, heredero de una tradición secular de civilización y de valores cristianos.

Mi visita, la visita del Romano Pontífice al Quirinal, no es sólo un acto que se inserta en el contexto de las múltiples relaciones entre la Santa Sede e Italia; podríamos decir que asume un valor mucho más profundo y simbólico. En efecto, varios de mis predecesores vivieron aquí y desde aquí gobernaron la Iglesia universal durante más de dos siglos, experimentando también pruebas y persecuciones, como sucedió con los pontífices Pío VI y Pío VII, ambos arrancados con violencia de su sede episcopal y arrastrados al exilio. El Quirinal, que a lo largo de los siglos ha sido testigo de tantas páginas alegres, y de algunas tristes, de la historia del papado conserva muchos signos de la promoción del arte y de la cultura por parte de los Sumos Pontífices.

En cierto momento de la historia, este palacio se convirtió casi en un signo de contradicción, cuando, por una parte, Italia anhelaba convertirse en un Estado unitario y, por otra, la Santa Sede estaba preocupada por conservar su propia independencia como garantía de su misión universal. Un contraste que duró algunos decenios y fue causa de sufrimiento para quienes amaban sinceramente a la patria y a la Iglesia. Me refiero a la compleja "cuestión romana", resuelta de modo definitivo e irrevocable por parte de la Santa Sede con la firma de los Pactos lateranenses, el 11 de febrero de 1929. A fines de 1939, a diez años del Tratado lateranense, tuvo lugar la primera visita realizada por un pontífice al Quirinal desde 1870. En aquella circunstancia, mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pío XII, de cuya muerte recordamos este mes el 50° aniversario, se expresó así con imágenes casi poéticas: "El Vaticano y el Quirinal, separados por el Tíber, están unidos por el vínculo de la paz con los recuerdos de la religión de los padres y de los antepasados. Las ondas del Tíber han arrastrado y sumergido en los remolinos del mar Tirreno las turbias olas del pasado y han hecho que volvieran a florecer en sus orillas ramos de olivo" (Discurso, 28 de diciembre de 1939).

En verdad, hoy se puede afirmar con satisfacción que en la ciudad de Roma conviven pacíficamente y colaboran fructuosamente el Estado italiano y la Sede apostólica. Mi visita confirma también que el Quirinal y el Vaticano no son colinas que se ignoran o se enfrentan rencorosamente; son, más bien, lugares que simbolizan el respeto recíproco de la soberanía del Estado y de la Iglesia, dispuestos a colaborar juntos para promover y servir al bien integral de la persona humana y al desarrollo pacífico de la convivencia social. Esta es —me complace reafirmarlo— una realidad positiva que se puede comprobar casi a diario en diversos niveles, y que también otros Estados pueden observar para sacar enseñanzas útiles.

Señor presidente, mi visita de hoy tiene lugar el día en que Italia celebra con gran solemnidad a su especial protector, san Francisco de Asís. Precisamente a san Francisco hizo referencia Pío XI, entre otras cosas, al anunciar la firma de los Pactos lateranenses y, sobre todo, la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano: para aquel Pontífice, la nueva realidad soberana era, como para el Poverello, "el cuerpo que bastaba para mantener unida el alma" (Discurso, 11 de febrero de 1929). Junto con santa Catalina de Siena, san Francisco fue propuesto por los obispos italianos y confirmado por el siervo de Dios Pío XIIcomo patrono celestial de Italia (cf. carta apostólica Licet commissa, 18 de junio de 1939, AAS 31 [1939] 256-257). A la protección de este gran santo e ilustre italiano el Papa Pacelli quiso encomendar el destino de Italia, en un momento en que sobre Europa se cernían amenazas de guerra, implicando dramáticamente también a vuestro "hermoso país".

Por tanto, la elección de san Francisco como patrono de Italia tiene su razón de ser en la profunda correspondencia entre la personalidad y la acción del Poverello de Asís y la noble nación italiana. Como recordó el siervo de Dios Juan Pablo II en su visita al Quirinal, realizada este mismo día de 1985, "difícilmente se podría encontrar otra figura que encarne de modo igualmente rico y armonioso las características propias del genio itálico". "En un tiempo en el que la constitución de los municipios libres iba suscitando fermentos de renovación social, económica y política, que transformaban desde los fundamentos el viejo mundo feudal —proseguía el Papa Juan Pablo II—, san Francisco supo elevarse de entre las facciones en lucha, predicando el Evangelio de la paz y del amor, con plena fidelidad a la Iglesia, de la que se sentía hijo, y con total adhesión al pueblo, del que se reconocía parte" (Discurso, 4 de octubre de 1985, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de octubre de 1985, p. 9).

En este santo, cuya figura atrae a creyentes y no creyentes, podemos ver la imagen de la misión perenne de la Iglesia, también en su relación con la sociedad civil. La Iglesia, en la época actual de profundos y a menudo dolorosos cambios, sigue proponiendo a todos el mensaje de salvación del Evangelio y se compromete a contribuir a la edificación de una sociedad fundada en la verdad y la libertad, en el respeto de la vida y de la dignidad humana, en la justicia y la solidaridad social. Por eso, como recordé en otras circunstancias, "la Iglesia no ambiciona poder, ni pretende privilegios, ni aspira a posiciones de ventaja económica o social. Su único objetivo es servir al hombre, inspirándose, como norma suprema de conducta, en las palabras y en el ejemplo de Jesucristo, que "pasó haciendo el bien y curando a todos" (Hch 10, 38)" (Discurso al nuevo embajador de Italia ante la Santa Sede, 4 de octubre de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de octubre de 2007, p. 7).

Para cumplir su misión, la Iglesia debe poder gozar, por doquier y siempre, del derecho de libertad religiosa, considerado en toda su amplitud. En la Asamblea de las Naciones Unidas, durante este año en que se conmemora el 60° aniversario de la Declaración de derechos humanos, reafirmé que "no se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social" (Discurso, 18 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 11). La Iglesia ofrece de muchas maneras esta contribución a la edificación de la sociedad, al ser un cuerpo con muchos miembros, una realidad al mismo tiempo espiritual y visible, en la que los miembros tienen vocaciones, tareas y funciones diversas. Siente una responsabilidad especial con respecto a las nuevas generaciones, pues hoy es urgente el problema de la educación, clave indispensable para permitir el acceso a un futuro inspirado en los valores perennes del humanismo cristiano. Por tanto, la formación de los jóvenes es una empresa en la que también la Iglesia se siente implicada, juntamente con la familia y la escuela. En efecto, es muy consciente de la importancia que reviste la educación en el aprendizaje de la auténtica libertad, presupuesto necesario para un servicio positivo al bien común. Sólo un serio compromiso educativo permitirá construir una sociedad solidaria, realmente animada por el sentido de la legalidad.

Señor presidente, me complace renovar aquí el deseo de que las comunidades cristianas y las múltiples realidades eclesiales italianas formen a las personas, de modo especial a los jóvenes, también como ciudadanos responsables y comprometidos en la vida civil. Estoy seguro de que los pastores y los fieles seguirán dando su importante contribución para construir, también en estos momentos de incertidumbre económica y social, el bien común del país, así como de Europa y de toda la familia humana, prestando particular atención a los pobres y a los marginados, a los jóvenes que buscan empleo y a los que están en el paro, a las familias y a los ancianos que, con fatiga y empeño, han construido nuestro presente y por eso merecen la gratitud de todos.

Deseo, además, que todos acojan la aportación de la comunidad católica con el mismo espíritu de disponibilidad con que se ofrece. No hay razón para temer una prevaricación en detrimento de la libertad por parte de la Iglesia y de sus miembros, los cuales, por lo demás, esperan que se les reconozca la libertad de no traicionar su propia conciencia iluminada por el Evangelio. Esto será aún más fácil si no se olvida nunca que todos los componentes de la sociedad deben comprometerse, con respeto recíproco, a conseguir en la comunidad el verdadero bien del hombre, del que son muy conscientes el corazón y la mente de la gente italiana, alimentados, desde hace veinte siglos, de cultura impregnada de cristianismo.

Señor presidente, desde este lugar tan significativo, quiero renovar la expresión de mi afecto, más aún, de mi predilección por esta amada nación. Le aseguro mi oración por usted y por todos los italianos e italianas, invocando la protección materna de María, venerada con tanta devoción en todos los rincones de la península y de las islas, de norte a sur, como he podido comprobar también con ocasión de mis visitas pastorales. Al despedirme, hago mía la exhortación que, con tono poético, el beato Juan XXIII, peregrino en Asís en vísperas del concilio Vaticano II, dirigió a Italia: "Tú, amada Italia, en cuyas costas vino a atracar la barca de Pedro —y este es el principal motivo por el que vienen a ti gentes de todos los lugares, de todo el mundo, a las que sabes acoger con sumo respeto y amor—, conserva el testamento sagrado que te compromete ante el cielo y la tierra" (Discurso, 4 de octubre de 1962).

¡Dios proteja y bendiga a Italia y a todos sus habitantes!


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XII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LA HORA TERCIA
EN EL AULA DEL SÍNODO

Lunes 6 de octubre de 2008



Queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Al inicio de nuestro Sínodo la liturgia de las Horas nos propone un pasaje del gran Salmo 118 sobre la Palabra de Dios: un elogio de esta Palabra, expresión de la alegría de Israel por poder conocerla y, en ella, poder conocer su voluntad y su rostro. Quiero meditar con vosotros algunos versículos de este pasaje del Salmo.

Comienza así: "In aeternum, Domine, verbum tuum constitutum est in caelo... Firmasti terram, et permanet". Se habla de la solidez de la Palabra. Es sólida, es la verdadera realidad sobre la cual podemos fundar nuestra vida. Recordemos las palabras de Jesús que sigue esas palabras del Salmo: "Los cielos y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará jamás". En realidad, humanamente hablando, la palabra, nuestra palabra humana casi no es nada, es un suspiro. En cuanto es pronunciada, desaparece. Parece que no es nada.

Pero la palabra humana tiene ya una fuerza increíble. Son las palabras que luego crean la historia; son las palabras que dan forma a los pensamientos, los pensamientos de los cuales viene la palabra. Es la palabra que forma la historia, la realidad.

Con mayor razón, la Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad. Y, para ser realistas, debemos contar precisamente con esta realidad. Debemos cambiar nuestra idea de que la materia, las cosas sólidas, que se tocan, serían la realidad más sólida, más segura. Al final del Sermón de la Montaña el Señor nos habla de las dos posibilidades de construir la casa de nuestra vida: sobre arena o sobre roca. Sobre arena construye quien construye sólo sobre las cosas visibles y tangibles, sobre el éxito, sobre la carrera, sobre el dinero. Aparentemente estas son las verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos: este dinero desaparece, no es nada.

Así, todas estas cosas, que parecen la verdadera realidad con la que podemos contar, son realidades de segundo orden. Quien construye su vida sobre estas realidades, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que es apariencia, construye sobre arena. Únicamente la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad. Por eso, debemos cambiar nuestro concepto de realismo. Realista es quien reconoce en la Palabra de Dios, en esta realidad aparentemente tan débil, el fundamento de todo. Realista es quien construye su vida sobre este fundamento que permanece siempre. Así, estos primeros versículos del Salmo nos invitan a descubrir qué es la realidad y a encontrar de esta manera el fundamento de nuestra vida, cómo construir la vida.

En el versículo siguiente se lee: "Omnia serviunt tibi". Todas las cosas vienen de la Palabra, son un producto de la Palabra. "Al principio era la Palabra". Al principio el cielo habló. Así, la realidad nace de la Palabra, es "creatura Verbi". Todo es creado por la Palabra y todo está llamado a servir a la Palabra. Esto quiere decir que toda la creación, en definitiva, está pensada para crear el lugar de encuentro entre Dios y su criatura, un lugar donde el amor de la criatura responda al amor divino, un lugar en el que se desarrolle la historia del amor entre Dios y su criatura.

"Omnia serviunt tibi". La historia de la salvación no es un acontecimiento insignificante, en un planeta pobre, en la inmensidad del universo. No es una cosa mínima, que sucede por casualidad en un planeta perdido. Es el móvil de todo, el motivo de la creación. Todo es creado para que exista esta historia, el encuentro entre Dios y su criatura. En este sentido, la historia de la salvación, la alianza, precede la creación. En el período helenístico, el judaísmo desarrolló la idea de que la Torá habría precedido la creación del mundo material. Este mundo material habría sido creado sólo para dar lugar a la Torá, a esta Palabra de Dios que crea la respuesta y se convierte en historia de amor.

Aquí aparece ya de forma misteriosa el misterio de Cristo. Es lo que nos dicen las cartas a los Efesios y a los Colosenses: Cristo es el prototipo, la primicia de la creación, la idea por la cual es concebido el universo. Él acoge todo. Nosotros entramos en el movimiento del universo cuando nos unimos a Cristo. Se puede decir que, mientras la creación material es la condición para la historia de la salvación, la historia de la alianza es la verdadera causa del cosmos. Llegamos a las raíces del ser llegando al misterio de Cristo, a su palabra viva, que es el fin de toda la creación. "Omnia serviunt tibi". Sirviendo al Señor, realizamos el objetivo del ser, el objetivo de nuestra propia existencia.

Demos ahora un paso más: "Mandata tua exquisivi". Nosotros estamos siempre en busca de la Palabra de Dios. Esta Palabra no está simplemente presente en nosotros. Si nos quedamos en la letra, entonces no hemos comprendido realmente la Palabra de Dios. Existe el peligro de que sólo veamos las palabras humanas y no encontremos dentro al verdadero actor, el Espíritu Santo. No encontramos en las palabras la Palabra.

San Agustín, en este contexto, nos recuerda a los escribas y a los fariseos consultados por Herodes en el momento de la llegada de los Magos. Herodes quiere saber dónde debía nacer el Salvador del mundo. Ellos lo saben, dan la respuesta correcta: en Belén. Son grandes especialistas, que conocen todo. Y, sin embargo, no ven la realidad, no conocen al Salvador. San Agustín dice: indican el camino a los demás, pero ellos mismos no se mueven. Este es un gran peligro también en nuestra lectura de la Escritura: nos quedamos en las palabras humanas, palabras del pasado, historia del pasado, y no descubrimos el presente en el pasado, el Espíritu Santo que nos habla hoy en las palabras del pasado. De esta manera no entramos en el movimiento interior de la Palabra, que en palabras humanas esconde y abre las palabras divinas. Por esto siempre necesitamos el "exquisivi". Debemos buscar la Palabra en las palabras.

Así pues, la exégesis, la verdadera lectura de la Sagrada Escritura, no es solamente un fenómeno literario, no es sólo la lectura de un texto. Es el movimiento de mi existencia. Es moverse hacia la Palabra de Dios en las palabras humanas. Sólo cuando nos conformamos al misterio de Dios, al Señor que es la Palabra, podemos entrar en el interior de la Palabra, podemos encontrar verdaderamente en palabras humanas la Palabra de Dios. Oremos al Señor para que nos ayude a buscar no sólo con el intelecto, sino con toda nuestra existencia, para encontrar la palabra.

Al final: "Omni consummationi vidi finem, latum praeceptum tuum nimis". Todas las cosas humanas, todas las cosas que nosotros podemos inventar, crear, son finitas. Incluso todas las experiencias religiosas humanas son finitas, muestran un aspecto de la realidad, porque nuestro ser es finito y comprende siempre sólo una parte, algunos elementos: "latum praeceptum tuum nimis". Sólo Dios es infinito. Por eso, también su Palabra es universal y no tiene fronteras. Así pues, al entrar en la Palabra de Dios, entramos realmente en el universo divino. Salimos de la limitación de nuestras experiencias y entramos en la realidad que es verdaderamente universal. Al entrar en la comunión con la Palabra de Dios, entramos en la comunión de la Iglesia que vive la Palabra de Dios. No entramos en un pequeño grupo, en la regla de un pequeño grupo, sino que salimos de nuestros límites. Salimos hacia el espacio abierto, en la verdadera amplitud de la única verdad, la gran verdad de Dios. Estamos realmente en lo universal.

Así salimos a la comunión de todos los hermanos y hermanas, de toda la humanidad, porque en nuestro corazón se esconde el deseo de la Palabra de Dios, que es una. Por eso, incluso la evangelización, el anuncio del Evangelio, la misión, no son una especie de colonialismo eclesial con el que queremos integrar a los demás en nuestro grupo. Es salir de los límites de cada cultura para entrar en la universalidad que nos relaciona a todos, que une a todos, que nos hace a todos hermanos. Oremos de nuevo para que el Señor nos ayude a entrar realmente en la "amplitud" de su Palabra, de forma que nos abramos al horizonte universal de la humanidad, el que nos une a pesar de todas las diversidades.

Al final volvemos a un versículo anterior: "Tuus sum ego: salvum me fac". El texto italiano traduce: "Yo soy tuyo". La Palabra de Dios es como una escalera con la que podemos subir y, con Cristo, también bajar a la profundidad de su amor. Es una escalera para llegar a la Palabra en las palabras. "Yo soy tuyo". La palabra tiene un rostro, es persona, Cristo. Antes de que podamos decir "Yo soy tuyo", él ya nos ha dicho "Yo soy tuyo". La carta a los Hebreos, citando el Salmo 39, dice: "En cambio, me has preparado un cuerpo... Entonces dije: He aquí que vengo". El Señor se ha hecho preparar un cuerpo para venir. Con su encarnación dijo: "Yo soy tuyo". Y en el bautismo me dijo: "Yo soy tuyo". En la sagrada Eucaristía lo dice siempre de nuevo: "Yo soy tuyo", para que nosotros podamos responder: "Señor, yo soy tuyo". En el camino de la Palabra, al entrar en el misterio de su encarnación, de su ser con nosotros, queremos apropiarnos de su ser, queremos expropiarnos de nuestra existencia, dándonos a él que se nos ha dado a nosotros.

"Yo soy tuyo". Oremos al Señor para poder aprender con toda nuestra existencia a decir estas palabras. Así estaremos en el corazón de la Palabra. Así seremos salvados.


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Concerto offerto dalla Fondazione Pro Musica e Arte Sacra alla XII Assemblea Generale Ordinaria del Sinodo dei Vescovi (Basilica di San Paolo Fuori le Mura, 13 ottobre 2008)

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XII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

INTERVENCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE LA XIV CONGREGACIÓN GENERAL

Aula del Sínodo
Martes 14 de octubre de 2008



Queridos hermanos y hermanas, el trabajo para mi libro sobre Jesús nos ofrece ampliamente la ocasión de ver todo el bien que nos llega de la exégesis moderna, pero también de reconocer sus problemas y sus riesgos. La Dei Verbum (n. 12) ofrece dos indicaciones metodológicas para un adecuado trabajo exegético. En primer lugar, confirma la necesidad de la utilización del método histórico-crítico, cuyos elementos esenciales describe brevemente. Esta necesidad es la consecuencia del principio cristiano formulado en el evangelio de san Juan: "Verbum caro factum est" (Jn1, 14). El hecho histórico es una dimensión constitutiva de la fe cristiana. La historia de la salvación no es una mitología, sino una verdadera historia y, por tanto, hay que estudiarla con los métodos de la investigación histórica seria.

Sin embargo, esta historia posee otra dimensión, la de la acción divina. En consecuencia la Dei Verbum habla de un segundo nivel metodológico necesario para una interpretación correcta de las palabras, que son al mismo tiempo palabras humanas y Palabra divina. El Concilio, siguiendo una regla fundamental para la interpretación de cualquier texto literario, dice que la Escritura se ha de interpretar con el mismo espíritu con que fue escrita y para ello indica tres elementos metodológicos fundamentales cuyo fin es tener en cuenta la dimensión divina, pneumatológica de la Biblia; es decir: 1)Se debe interpretar el texto teniendo presente la unidad de toda la Escritura; esto hoy se llama exégesis canónica; en los tiempos del Concilio este término no había sido creado aún, pero el Concilio dice lo mismo: es necesario tener presente la unidad de toda la Escritura. 2)También se debe tener presente la tradición viva de toda la Iglesia. 3)Es necesario, por último, observar la analogía de la fe.

Sólo donde se aplican los dos niveles metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, se puede hablar de una exégesis teológica, de una exégesis adecuada a este Libro. Mientras que con respecto al primer nivel la actual exégesis académica trabaja a un altísimo nivel y nos ayuda realmente, no se puede decir lo mismo del otro nivel. A menudo este segundo nivel, el nivel constituido por los tres elementos teológicos indicados por la Dei Verbum, casi no existe. Y esto tiene consecuencias bastante graves.

La primera consecuencia de la ausencia de este segundo nivel metodológico es que la Biblia se convierte en un libro sólo del pasado. Se pueden extraer de él consecuencias morales, se puede aprender la historia, pero el libro como tal habla sólo del pasado y la exégesis ya no es realmente teológica, sino que se convierte en pura historiografía, en historia de la literatura. Esta es la primera consecuencia: la Biblia queda como algo del pasado, habla sólo del pasado.

Existe también una segunda consecuencia aún más grave: donde desaparece la hermenéutica de la fe indicada por la Dei Verbum, aparece necesariamente otro tipo de hermenéutica, una hermenéutica secularizada, positivista, cuya clave fundamental es la convicción de que lo divino no aparece en la historia humana. Según esta hermenéutica, cuando parece que hay un elemento divino, se debe explicar de dónde viene esa impresión y reducir todo al elemento humano. Por consiguiente, se proponen interpretaciones que niegan la historicidad de los elementos divinos.

Hoy, el llamado mainstream de la exégesis en Alemania niega, por ejemplo, que el Señor haya instituido la sagrada Eucaristía y dice que el cuerpo de Jesús permaneció en la tumba. La Resurrección no sería un hecho histórico, sino una visión teológica. Esto sucede porque falta una hermenéutica de la fe: se consolida entonces una hermenéutica filosófica profana, que niega la posibilidad de la entrada y de la presencia real de lo Divino en la historia.

La consecuencia de la ausencia del segundo nivel metodológico es la creación de una profunda brecha entre exégesis científica y lectio divina. Precisamente de aquí surge a veces cierta perplejidad también en la preparación de las homilías. Cuando la exégesis no es teología, la Escritura no puede ser el alma de la teología y, viceversa, cuando la teología no es esencialmente interpretación de la Escritura en la Iglesia, esta teología ya no tiene fundamento.

Por eso, para la vida y para la misión de la Iglesia, para el futuro de la fe, es absolutamente necesario superar este dualismo entre exégesis y teología. La teología bíblica y la teología sistemática son dos dimensiones de una única realidad, que llamamos teología. Por consiguiente, sería de desear que en una de las propuestas se hable de la necesidad de tener presentes en la exégesis los dos niveles metodológicos indicados en el número 12 de la Dei Verbum, en donde se habla de la necesidad de desarrollar una exégesis no sólo histórica, sino también teológica. Así pues, será necesario ampliar la formación de los futuros exegetas en este sentido, para abrir realmente los tesoros de la Escritura al mundo de hoy y a todos nosotros.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE ECUADOR
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Jueves 16 de octubre de 2008



Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Con gran alegría os recibo en vuestra visita ad limina, que con tanto deseo he esperado, y que me ofrece la oportunidad de poner en práctica el mandato que el Señor dirigió al Apóstol Pedro de confirmar a los hermanos en la fe (cf. Lc 22, 32). Antes de nada, permítanme manifestarles mi profundo pesar por la muerte del Cardenal Antonio José González Zumárraga, Arzobispo emérito de Quito, quien con tanta abnegación y fidelidad ha servido a la Iglesia hasta el final de sus días. Ruego al Señor por su eterno descanso y para que acreciente la fecunda labor realizada por tan ejemplar Pastor.

Agradezco las amables palabras que me ha dirigido Mons. Antonio Arregui Yarza, Arzobispo de Guayaquil y Presidente de la Conferencia Episcopal, con las que ha expresado vuestros sentimientos de afecto y comunión, así como los principales anhelos que animan vuestra misión de sucesores de los Apóstoles. También yo, movido por la solicitud de Pastor de la Iglesia universal, me siento muy unido a vuestras preocupaciones y os aliento a proseguir con esperanza la generosa entrega al servicio de las Comunidades diocesanas que se os han confiado.

2. Constato con satisfacción que una de las iniciativas pastorales que consideráis más urgentes para la Iglesia en Ecuador es la realización de la “gran misión” convocada por el Episcopado Latinoamericano en Aparecida (cf. Documento Conclusivo, n. 362), y que ha sido confirmada en el Tercer Congreso Americano Misionero, celebrado en Quito el pasado mes de agosto. El llamado que el Señor Jesús dirigió a sus discípulos, enviándoles a predicar su mensaje de salvación y hacer discípulos suyos a todos los pueblos (cf. Mt 28, 16-20), debe ser para toda la comunidad eclesial un motivo constante de meditación y la razón de ser de toda acción pastoral. También hoy, como en todas las épocas y lugares, los hombres tienen necesidad de un encuentro personal con Cristo, en el que puedan experimentar la belleza de su vida y la verdad de su mensaje.

Para hacer frente a los numerosos desafíos de vuestra misión, y en medio de un ambiente cultural y social que parece olvidar las raíces espirituales más profundas de su identidad, os invito a abriros con docilidad a la acción del Espíritu Santo, para que, impulsados por su fuerza divina, se renueve el ardor misionero de los inicios de la predicación evangélica, así como del primer anuncio del Evangelio en vuestras tierras. Para ello, resulta necesario llevar a cabo un generoso esfuerzo de difusión de la Palabra de Dios, de tal manera que nadie se quede sin este imprescindible alimento espiritual, fuente de vida y de luz. La lectura y meditación de la Sagrada Escritura, en privado o en comunidad, llevará a la intensificación de la vida cristiana, así como a un renovado impulso apostólico en todos los fieles.

3. Por otra parte, sois plenamente conscientes de que este esfuerzo misionero se apoya de una manera especial en los sacerdotes. Como padres y hermanos, llenos de amor y de reconocimiento hacia vuestros presbíteros, debéis acompañarles con la oración, afecto y cercanía, asegurándoles, además, una adecuada formación permanente que les ayude a mantener vibrante su vida sacerdotal. Asimismo, seguid alentando a los religiosos en su testimonio de vida consagrada, que tantos frutos de santidad y de evangelización han dado en esas tierras, y animarles para que, fieles a su carisma y en plena comunión con los Pastores, prosigan en su abnegado servicio a la Iglesia.

Al mismo tiempo, y ante la escasez de clero en muchas zonas de vuestro país, estáis decididamente empeñados en implicar a todos los grupos, movimientos y personas de vuestras diócesis en una amplia y generosa pastoral vocacional, sembrando en los jóvenes la pasión por la figura de Jesús y los grandes ideales del Evangelio. Este esfuerzo ha de ir acompañado del máximo cuidado en la selección y en la preparación intelectual, humana y espiritual de los seminaristas. De esta manera, fieles a las enseñanzas del Magisterio y con la conciencia clara de ser ministros de Cristo Buen Pastor, podrán asumir con gozo y responsabilidad las exigencias del futuro ministerio.

4. En esta importante etapa de la historia, la Iglesia en Ecuador necesita un laicado maduro y comprometido que, con una sólida formación doctrinal y una profunda vida interior, viva su vocación específica: iluminar con la luz de Cristo toda la realidad humana, social, cultural y política (cf. Lumen gentium, n. 31).

A este respecto, quiero agradecer el esfuerzo que lleváis a cabo, no sin grandes sacrificios, para reclamar la atención de la sociedad sobre aquellos valores que hacen la vida humana más justa y solidaria. Si bien la actividad de la Iglesia no puede confundirse con el quehacer político (cf. Deus caritas est, n. 28), ha de ofrecer al conjunto de la comunidad humana su propia contribución a través de la reflexión y de los juicios morales, incluso sobre aquellas cuestiones políticas que afectan de modo especial a la dignidad de la persona (cf. Gaudium et spes, n. 76). Entre ellas cabe destacar, también por su importancia para el futuro de vuestro pueblo, la promoción y estabilidad de la familia, fundada sobre el vínculo del amor entre un hombre y una mujer, la defensa de la vida humana desde el primer momento de su concepción hasta su término natural, así como la responsabilidad de los padres en la educación moral de sus hijos, en la que se transmite a las nuevas generaciones los grandes valores humanos y cristianos que han forjado la identidad de vuestros pueblos.

Os exhorto encarecidamente también a que prestéis una atención especial a la acción caritativa de vuestras Iglesias, en la que se haga presente el amor misericordioso de Cristo, sobre todo a las personas que pasan necesidad, los ancianos, los niños, los emigrantes, así como a las mujeres abandonadas o maltratadas.

5. Queridos Hermanos, la reciente canonización de santa Narcisa de Jesús Martillo Morán, pone de manifiesto la fecundidad espiritual de vuestras comunidades. Que el ejemplo y la intercesión de esta joven santa ecuatoriana conceda una renovada vitalidad y mayor celo apostólico a todas vuestras Iglesias particulares, para que llenas de fe y esperanza se lancen a la apasionante tarea de sembrar el Evangelio en el corazón de todos los hombres y mujeres de esa bendita tierra.

Al término de este encuentro fraterno, os reitero mi aliento en vuestra tarea pastoral y os ruego que llevéis el saludo y la cercanía del Papa a vuestros sacerdotes, diáconos y seminaristas, a los misioneros, religiosos y religiosas, y a todos los fieles laicos. Con estos fervientes deseos, e invocando la protección de la Virgen María, os imparto con afecto la bendición apostólica.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE EL TEMA
"CONFIANZA EN LA RAZÓN" CON MOTIVO DEL X ANIVERSARIO
DE LA ENCÍCLICA "FIDES ET RATIO"

Sala Clementina
Jueves 16 de octubre de 2008



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señoras,
ilustres señores:

Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión del Congreso oportunamente organizado en el décimo aniversario de la encíclica Fides et ratio. Agradezco ante todo a monseñor Rino Fisichella las cordiales palabras que me ha dirigido al inicio de este encuentro. Me complace que en las jornadas de estudio de vuestro Congreso colaboren concretamente la Universidad Lateranense, la Academia pontificia de ciencias y la Conferencia mundial de instituciones universitarias católicas de filosofía. Esa colaboración es siempre deseable, sobre todo cuando se está llamado a dar razón de la propia fe ante los desafíos cada vez más complejos que afrontan los creyentes en el mundo contemporáneo.

A diez años de distancia, una mirada atenta a la encíclica Fides et ratio permite percibir con admiración su actualidad perdurable: en ella se revela la clarividente profundidad de mi inolvidable predecesor. En efecto, la encíclica se caracteriza por su gran apertura con respecto a la razón, sobre todo en una época en la que se ha teorizado la debilidad de la razón. Juan Pablo ii subraya en cambio la importancia de conjugar la fe y la razón en su relación recíproca, aunque respetando la esfera de autonomía propia de cada una.

La Iglesia, con este magisterio, se ha hecho intérprete de una exigencia emergente en el contexto cultural actual. Ha querido defender la fuerza de la razón y su capacidad de alcanzar la verdad, presentando una vez más la fe como una forma peculiar de conocimiento, gracias a la cual nos abrimos a la verdad de la Revelación (cf. Fides et ratio, 13). En la encíclica se lee que hay que tener confianza en la capacidad de la razón humana y no prefijarse metas demasiado modestas: "La fe mueve a la razón a salir de todo aislamiento y a apostar de buen grado por lo que es bello, bueno y verdadero. Así, la fe se hace abogada convencida y convincente de la razón" (n. 56).

Por lo demás, el paso del tiempo manifiesta cuántos objetivos ha sabido alcanzar la razón, movida por la pasión por la verdad. ¿Quién podría negar la contribución que los grandes sistemas filosóficos han dado al desarrollo de la autoconciencia del hombre y al progreso de las diversas culturas? Estas, por otra parte, se hacen fecundas cuando se abren a la verdad, permitiendo a cuantos participan en ellas alcanzar objetivos que hacen cada vez más humana la convivencia social. La búsqueda de la verdad da sus frutos sobre todo cuando está sostenida por el amor a la verdad. San Agustín escribió: "Lo que se posee con la mente se tiene conociéndolo, pero ningún bien se conoce perfectamente si no se ama perfectamente" (De diversis quaestionibus 35, 2).

Con todo, no podemos ignorar que se ha verificado un deslizamiento desde un pensamiento preferentemente especulativo a uno más experimental. La investigación se ha orientado sobre todo a la observación de la naturaleza tratando de descubrir sus secretos. El deseo de conocer la naturaleza se ha transformado después en la voluntad de reproducirla. Este cambio no ha sido indoloro: la evolución de los conceptos ha menoscabado la relación entre la fides y la ratio con la consecuencia de llevar a una y a otra a seguir caminos distintos. La conquista científica y tecnológica, con que la fides es cada vez más provocada a confrontarse, ha modificado el antiguo concepto de ratio; de algún modo, ha marginado a la razón que buscaba la verdad última de las cosas para dar lugar a una razón satisfecha con descubrir la verdad contingente de las leyes de la naturaleza.

La investigación científica tiene ciertamente su valor positivo. El descubrimiento y el incremento de las ciencias matemáticas, físicas, químicas y de las aplicadas son fruto de la razón y expresan la inteligencia con que el hombre consigue penetrar en las profundidades de la creación. La fe, por su parte, no teme el progreso de la ciencia y el desarrollo al que conducen sus conquistas, cuando estas tienen como fin al hombre, su bienestar y el progreso de toda la humanidad. Como recordaba el desconocido autor de la Carta a Diogneto: "Lo que mata no es el árbol de la ciencia, sino la desobediencia. No se tiene vida sin ciencia, ni ciencia segura sin vida verdadera" (XII, 2.4).

Sucede, sin embargo, que no siempre los científicos dirigen sus investigaciones a estos fines. La ganancia fácil, o peor aún, la arrogancia de sustituir al Creador desempeñan, a veces, un papel determinante. Esta es una forma de hybris de la razón, que puede asumir características peligrosas para la propia humanidad. La ciencia, por otra parte, no es capaz de elaborar principios éticos; puede sólo acogerlos en sí y reconocerlos como necesarios para erradicar sus eventuales patologías. En este contexto, la filosofía y la teología son ayudas indispensables con las que es preciso confrontarse para evitar que la ciencia avance sola por un sendero tortuoso, lleno de imprevistos y no privado de riesgos. Esto no significa en absoluto limitar la investigación científica o impedir a la técnica producir instrumentos de desarrollo; consiste, más bien, en mantener vigilante el sentido de responsabilidad que la razón y la fe poseen frente a la ciencia, para que permanezca en su estela de servicio al hombre.

La lección de san Agustín está siempre llena de significado, también en el contexto actual: "¿A qué llega —se pregunta el santo obispo de Hipona— quien sabe usar bien la razón, sino a la verdad? No es la verdad la que se alcanza a sí misma con el razonamiento, sino que a ella la buscan quienes usan la razón. (...) Confiesa que no eres tú la verdad, porque ella no se busca a sí misma; en cambio, tú no has llegado a ella pasando de un lugar a otro, sino buscándola con la disposición de la mente" (De vera religione, 39, 72). Equivale a decir: venga de donde venga la búsqueda de la verdad, permanece como dato que se ofrece y que puede ser reconocido ya presente en la naturaleza. De hecho, la inteligibilidad de la creación no es fruto del esfuerzo del científico, sino condición que se le ofrece para permitirle descubrir la verdad presente en ella. "El razonamiento no crea estas verdades —continúa san Agustín en su reflexión— sino que las descubre. Por tanto, estas subsisten en sí antes incluso de ser descubiertas, y una vez descubiertas nos renuevan" (ib., 39, 73). En síntesis, la razón debe cumplir plenamente su recorrido, con su plena autonomía y su rica tradición de pensamiento.

La razón, por otro lado, siente y descubre que, más allá de lo que ya ha alcanzado y conquistado, existe una verdad que nunca podrá descubrir partiendo de sí misma, sino sólo recibir como don gratuito. La verdad de la Revelación no se sobrepone a la alcanzada por la razón; más bien purifica la razón y la exalta, permitiéndole así dilatar sus propios espacios para insertarse en un campo de investigación insondable como el misterio mismo. La verdad revelada, en la "plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), tomó el rostro de una persona, Jesús de Nazaret, que trae la respuesta última y definitiva a la pregunta de sentido de todo hombre. La verdad de Cristo, en cuanto toca a cada persona que busca la alegría, la felicidad y el sentido, supera ampliamente cualquier otra verdad que la razón pueda encontrar. Por tanto, en torno al misterio es donde la fides y la ratio encuentran la posibilidad real de un trayecto común.

En estos días está teniendo lugar el Sínodo de los obispos sobre el tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". ¿Cómo no ver la coincidencia providencial de este momento con vuestro Congreso? La pasión por la verdad nos impulsa a volver a entrar en nosotros mismos para captar en el interior del hombre el sentido profundo de nuestra vida. Una filosofía verdadera conducirá de la mano a cada persona para hacerle descubrir cuán fundamental es para su propia dignidad conocer la verdad de la Revelación. Ante esta exigencia de sentido que no da tregua hasta que no desemboca en Jesucristo, la Palabra de Dios revela su carácter de respuesta definitiva. Una Palabra de revelación que se convierte en vida y que pide ser acogida como fuente inagotable de verdad.

A la vez que deseo a cada uno que sienta siempre en sí esta pasión por la verdad y haga cuanto esté a su alcance para satisfacer sus exigencias, quiero aseguraros que sigo con aprecio y simpatía vuestro trabajo, acompañando vuestra investigación también con mi oración. Para confirmar estos sentimientos, de buen grado os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.


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Proiezione del film "Testimonianza" su Giovanni Paolo II (16 ottobre 2008)

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PRIMERAS VÍSPERAS DEL XXIX DOMINGO "PER ANNUM"
PRESIDIDAS POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON MOTIVO DE LA PARTICIPACIÓN
DEL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I
EN LA XII ASAMBLEA GENERAL DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I

Capilla Sixtina
Sábado 18 de octubre de 2008



Santidad:

De todo corazón quiero darle las gracias por sus palabras. El aplauso de los padres ha sido mucho más que una expresión de cortesía; ha sido verdaderamente expresión de una profunda alegría espiritual y de una experiencia viva de nuestra comunión. En este momento hemos vivido realmente el "Sínodo": hemos estado juntos en camino en la tierra de la Palabra divina bajo la guía de Vuestra Santidad y hemos gustado de su belleza, con la gran alegría de ser oyentes de la Palabra de Dios, de habernos confrontado con este don de su Palabra.

Todo lo que usted ha dicho estaba profundamente impregnado del espíritu de los Padres, de la sagrada liturgia, y precisamente por esta razón estaba también fuertemente contextualizado en nuestro tiempo, con un gran realismo cristiano que nos hace ver sus desafíos. Hemos visto que ir al corazón de la Sagrada Escritura, encontrar realmente la Palabra en las palabras, penetrar en la Palabra de Dios, abre también los ojos para ver nuestro mundo, para ver la realidad actual.

Y esta ha sido además una experiencia gozosa, una experiencia de unidad, tal vez no perfecta, pero sí verdadera y profunda. He pensado: vuestros Padres, que usted ha citado ampliamente, son también nuestros Padres, y los nuestros son también los vuestros. Si tenemos Padres comunes, ¿cómo podríamos no ser hermanos entre nosotros? Gracias Santidad. Sus palabras nos acompañarán en el trabajo de la próxima semana, nos iluminarán; y también durante la próxima semana —y más allá de ella— estaremos en camino común con usted.

Gracias, Santidad.


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VISITA PASTORAL
AL PONTIFICIO SANTUARIO DE POMPEYA

REZO DEL SANTO ROSARIO

MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Pontificio Santuario de Pompeya
Domingo 19 de octubre de 2008



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos religiosos y religiosas;
queridos hermanos y hermanas:

Antes de entrar en el santuario para rezar junto con vosotros el santo rosario, me detuve brevemente ante la urna del beato Bartolo Longo y rezando me pregunté: "Este gran apóstol de María, ¿de dónde sacó la energía y la constancia necesarias para llevar a cabo una obra tan imponente, conocida ya en todo el mundo? ¿No es precisamente del rosario, acogido por él como un verdadero don del corazón de la Virgen?".

Sí, así fue exactamente. Lo atestigua la experiencia de los santos: esta popular oración mariana es un medio espiritual valioso para crecer en la intimidad con Jesús y para aprender, en la escuela de la Virgen santísima, a cumplir siempre la voluntad de Dios. Es contemplación de los misterios de Cristo en unión espiritual con María, como subrayaba el siervo de Dios Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus (n. 46), y como después mi venerado predecesor Juan Pablo II ilustró ampliamente en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, que hoy vuelvo a entregar idealmente a la comunidad de Pompeya y a cada uno de vosotros.

Todos vosotros, que vivís y trabajáis aquí en Pompeya, especialmente vosotros, queridos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos comprometidos en esta singular porción de la Iglesia, estáis llamados a hacer vuestro el carisma del beato Bartolo Longo y a llegar a ser, en la medida y del modo que Dios concede a cada uno, auténticos apóstoles del rosario.

Pero para ser apóstoles del rosario, es necesario experimentar personalmente la belleza y profundidad de esta oración, sencilla y accesible a todos. Es necesario ante todo dejarse conducir de la mano por la Virgen María a contemplar el rostro de Cristo: rostro gozoso, luminoso, doloroso y glorioso. Quien, como María y juntamente con ella, conserva y medita asiduamente los misterios de Jesús, asimila cada vez más sus sentimientos y se configura con él.

Al respecto, me complace citar una hermosa consideración del beato Bartolo Longo:
"Como dos amigos —escribe—, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los misterios del rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto" (I Quindici Sabati del Santissimo Rosario, 27ª ed., Pompeya 1916, p. 27; citado en Rosarium Virginis Mariae, 15).

El rosario es escuela de contemplación y de silencio. A primera vista podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda oportunamente para la meditación y la contemplación. En realidad, esta cadenciosa repetición del avemaría no turba el silencio interior, sino que lo requiere y lo alimenta. De forma análoga a lo que sucede con los Salmos cuando se reza la liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las palabras mismas y juntamente con ellas habla al corazón.

Así, al rezar las avemarías es necesario poner atención para que nuestras voces no "cubran" la de Dios, el cual siempre habla a través del silencio, como "el susurro de una brisa suave" (1 R 19, 12). ¡Qué importante es, entonces, cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en el rezo personal como en el comunitario! También cuando lo rezan, como hoy, grandes asambleas y como hacéis cada día en este santuario, es necesario que se perciba el rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior.

Quiero añadir otra reflexión, relativa a la Palabra de Dios en el rosario, particularmente oportuna en este período en que se está llevando a cabo en el Vaticano el Sínodo de los obispos sobre el tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". Si la contemplación cristiana no puede prescindir de la Palabra de Dios, también el rosario, para que sea oración contemplativa, debe brotar siempre del silencio del corazón como respuesta a la Palabra, según el modelo de la oración de María. Bien mirado, el rosario está todo él entretejido de elementos tomados de la Sagrada Escritura. Está, ante todo, la enunciación del misterio, hecha preferiblemente, como hoy, con palabras tomadas de la Biblia. Sigue el padrenuestro: al dar a la oración una orientación "vertical", abre el alma de quien reza el rosario a una correcta actitud filial, según la invitación del Señor: "Cuando oréis decid: Padre..." (Lc 11, 2). La primera parte del avemaría, tomada también del Evangelio, nos hace volver a escuchar cada vez las palabras con que Dios se dirigió a la Virgen mediante el ángel, y las palabras de bendición de su prima Isabel. La segunda parte del avemaría resuena como la respuesta de los hijos que, dirigiéndose suplicantes a su Madre, no hacen sino expresar su propia adhesión al plan salvífico revelado por Dios. Así el pensamiento de quien reza está siempre anclado en la Escritura y en los misterios que en ella se presentan.

Por último, recordando que hoy celebramos la Jornada mundial de las misiones, quiero aludir a la dimensión apostólica del rosario, una dimensión que el beato Bartolo Longo vivió intensamente inspirándose en ella para realizar en esta tierra tantas obras de caridad y de promoción humana y social. Además, quiso que este santuario se abriera al mundo entero, como centro de irradiación de la oración del rosario y lugar de intercesión por la paz entre los pueblos. Queridos amigos, deseo confirmar y confiar nuevamente a vuestro compromiso espiritual y pastoral ambas finalidades: el apostolado de la caridad y la oración por la paz. A ejemplo y con el apoyo de vuestro venerado fundador, no os canséis de trabajar con pasión en esta parte de la viña del Señor por la que la Virgen ha mostrado predilección.

Queridos hermanos y hermanas, ha llegado el momento de despedirme de vosotros y de este hermoso santuario. Os agradezco la cordial acogida y sobre todo vuestras oraciones. Expreso mi agradecimiento al arzobispo prelado y delegado pontificio, a sus colaboradores y a todos los que han trabajado para preparar de la mejor manera mi visita. Debo dejaros, pero mi corazón sigue cercano a esta tierra y a esta comunidad. Os encomiendo a todos a la Bienaventurada Virgen del Santo Rosario, e imparto de corazón a cada uno la bendición apostólica.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CONGRESO NACIONAL DE LA SOCIEDAD ITALIANA DE CIRUGÍA

Sala Clementina
Lunes 20 de octubre de 2008



Ilustres señores;
amables señoras:

Me alegra acogeros en esta audiencia especial, que tiene lugar con ocasión del congreso nacional de la Sociedad italiana de cirugía. Dirijo a todos y a cada uno mi cordial saludo, y expreso mi agradecimiento en especial al profesor Gennaro Nuzzo por las palabras con que ha expresado los sentimientos comunes y ha ilustrado los trabajos del Congreso, que tratan sobre un tema de importancia fundamental. Vuestro congreso nacional se ha centrado en esta prometedora y comprometedora afirmación: "Por una cirugía que respete al enfermo". Hoy, en un tiempo de gran progreso tecnológico, se habla con razón de la necesidad de humanizar la medicina, desarrollando los gestos del comportamiento médico que mejor responden a la dignidad de la persona enferma a la que se presta servicio. Vuestra profesión médica y quirúrgica tiene como misión específica perseguir tres objetivos: curar a la persona enferma o al menos intentar influir de forma eficaz en la evolución de la enfermedad; aliviar los síntomas dolorosos que la acompañan, sobre todo cuando está en fase avanzada; y cuidar de la persona enferma en todas sus expectativas humanas.

En el pasado, cuando no se podía frenar el curso del mal y mucho menos curarlo, a menudo se consideraba suficiente aliviar el sufrimiento de la persona enferma. En el siglo pasado el desarrollo de la ciencia y de la técnica quirúrgica permitieron intervenir cada vez con más éxito en la situación del enfermo. Así la curación, que en muchos casos antes era sólo una posibilidad marginal, hoy es una perspectiva normalmente realizable, hasta el punto de atraer la atención casi exclusiva de la medicina contemporánea.

Sin embargo, con este enfoque se corre un nuevo peligro: el de abandonar al paciente cuando se advierte la imposibilidad de obtener resultados apreciables. En cambio, sigue siendo cierto que, aunque no existan perspectivas de curación, aún se puede hacer mucho por el enfermo: se puede aliviar su sufrimiento, sobre todo acompañándolo en su camino, mejorando en lo posible la calidad de su vida. Esto no se debe subestimar, porque todo paciente, también el incurable, lleva en sí un valor incondicional, una dignidad que es preciso honrar, la cual constituye el fundamento ineludible de cualquier actuación médica. En efecto, el respeto de la dignidad humana exige el respeto incondicional de cada ser humano, nacido o no nacido, sano o enfermo, cualquiera que sea la condición en que se encuentre.

Desde esta perspectiva cobra especial importancia la relación de confianza mutua que se instaura entre médico y paciente. Gracias a esta relación de confianza el médico, escuchando al paciente, puede reconstruir su historia clínica y entender cómo vive su enfermedad. En el contexto de esta relación, gracias a la estima recíproca y compartiendo la búsqueda de objetivos realistas, se puede definir también el plan terapéutico: un plan que puede llevar a intervenciones audaces para salvar la vida o a la decisión de contentarse con los medios ordinarios que ofrece la medicina.

Cuando el médico se comunica con el paciente directa o indirectamente, de palabra o de cualquier otra forma, ejerce un notable influjo sobre él: puede motivarlo, sostenerlo, movilizarlo e incluso potenciar sus recursos físicos y mentales; o por el contrario, puede debilitarlo y frustrar sus esfuerzos, reduciendo así la misma eficacia de los tratamientos realizados. Por tanto, se debe tender a una verdadera alianza terapéutica con el paciente, haciendo uso de la específica racionalidad clínica que permite al médico darse cuenta de cuál es el modo más adecuado de comunicar con el paciente.

Esta estrategia de comunicación buscará sobre todo sostener, siempre respetando la verdad de los hechos, la esperanza, elemento esencial del contexto terapéutico. Conviene no olvidar nunca que son precisamente estas cualidades humanas las que, además de la competencia profesional en sentido estricto, aprecia el paciente en el médico. Quiere ser mirado con benevolencia, no sólo examinado; quiere ser escuchado, no sólo sometido a análisis sofisticados; quiere percibir con seguridad que está en la mente y en el corazón del médico que lo cura.

También la insistencia con que hoy se subraya la autonomía individual del paciente debe orientarse a promover una manera de ver al enfermo que no lo considere como antagonista, sino como colaborador activo y responsable del tratamiento terapéutico. Es necesario mirar con sospecha cualquier tentativa de entrometerse desde fuera en esta delicada relación entre médico y paciente. Por una parte, es innegable que hay que respetar la autodeterminación del paciente, pero sin olvidar que la exaltación individualista de la autonomía acaba por llevar a una lectura no realista, y ciertamente empobrecida, de la realidad humana. Por otra, la responsabilidad profesional del médico debe llevarlo a proponer un tratamiento que busque el verdadero bien del paciente, consciente de que su competencia específica generalmente lo capacita para evaluar la situación mejor que el paciente mismo.

La enfermedad, por otro lado, se manifiesta dentro de una historia humana precisa y se proyecta sobre el futuro del paciente y de su ambiente familiar. En los contextos de la sociedad actual con alta tecnología, el paciente corre el riesgo de ser considerado un mero objeto. En efecto, se encuentra sometido a reglas y prácticas a menudo extrañas a su forma de ser. En nombre de las exigencias de la ciencia, de la técnica y de la organización de la asistencia sanitaria, su estilo de vida habitual se ve alterado. En cambio, es muy importante no separar de la relación terapéutica el contexto existencial del paciente, en particular su familia. Por esto es necesario promover el sentido de responsabilidad de los familiares con respecto a su ser querido: es un elemento importante para evitar la ulterior alienación que este, casi inevitablemente, sufre cuando se pone en manos de una medicina de alta tecnología pero que carece de una vibración humana suficiente.

Así pues, sobre vosotros, queridos cirujanos, recae en gran medida la responsabilidad de ofrecer una cirugía verdaderamente respetuosa con la persona del enfermo. Es un deber en sí fascinante, aunque también muy comprometedor. El Papa, precisamente por su misión de pastor, está cerca de vosotros y os sostiene con su oración. Con estos sentimientos, deseándoos pleno éxito en vuestro trabajo, os imparto de buen grado la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.


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