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2007

Ultimo Aggiornamento: 19/04/2013 21:19
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Miércoles 3 de enero de 2007

Acoger a Cristo en el corazón

Queridos hermanos y hermanas:

Gracias por vuestro afecto. A todos os deseo un feliz año. Esta primera audiencia general del nuevo año se celebra aún en el clima navideño, en una atmósfera que nos invita a la alegría por el nacimiento del Redentor. Al venir al mundo, Jesús distribuyó abundantemente entre los hombres dones de bondad, de misericordia y de amor. Interpretando los sentimientos de los hombres de todos los tiempos, el apóstol san Juan afirma: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios" (1 Jn 3, 1). Quien se detiene a meditar ante el Hijo de Dios que yace inerme en el pesebre no puede por menos de quedar sorprendido por este acontecimiento humanamente increíble; no puede por menos de compartir el asombro y el humilde abandono de la Virgen María, que Dios escogió como Madre del Redentor precisamente por su humildad.

En el Niño de Belén todos los hombres descubren que son amados gratuitamente por Dios; con la luz de la Navidad se nos manifiesta a cada uno de nosotros la infinita bondad de Dios. En Jesús el Padre celestial inauguró una nueva relación con nosotros; nos hizo "hijos en su Hijo". Durante estos días san Juan nos invita a meditar precisamente sobre esta realidad, con la riqueza y la profundidad de su palabra, de la que hemos escuchado un pasaje.

El Apóstol predilecto del Señor subraya que "somos realmente hijos" (cf. 1 Jn 3, 1). No somos sólo criaturas; somos hijos. De este modo Dios está cerca de nosotros; de este modo nos atrae hacia sí en el momento de su encarnación, al hacerse uno de nosotros. Por consiguiente, pertenecemos verdaderamente a la familia que tiene a Dios como Padre, porque Jesús, el Hijo unigénito, vino a poner su tienda en medio de nosotros, la tienda de su carne, para congregar a todas las gentes en una única familia, la familia de Dios, que pertenece realmente al Ser divino: todos estamos unidos en un solo pueblo, en una sola familia.

Vino para revelarnos el verdadero rostro del Padre. Y si ahora nosotros usamos la palabra Dios, ya no se trata de una realidad conocida sólo desde lejos. Nosotros conocemos el rostro de Dios: es el rostro del Hijo, que vino para hacer más cercanas a nosotros, a la tierra, las realidades celestes. San Juan explica: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero" (1 Jn 4, 10).

En la Navidad resuena en el mundo entero el anuncio sencillo y desconcertante: "Dios nos ama". "Nosotros amamos -dice san Juan- porque él nos amó primero" (1 Jn 4, 19). Este misterio ya está puesto en nuestras manos porque, al experimentar el amor divino, vivimos orientados hacia las realidades del cielo. Y el ejercicio de estos días consiste también en vivir realmente orientados hacia Dios, buscando ante todo el Reino y su justicia, con la certeza de que lo demás, todo lo demás, se nos dará como añadidura (cf. Mt 6, 33). El clima espiritual del tiempo navideño nos ayuda a crecer en esta conciencia.

Sin embargo, la alegría de la Navidad no nos hace olvidar el misterio del mal (mysterium iniquitatis), el poder de las tinieblas, que trata de oscurecer el esplendor de la luz divina; y, por desgracia, experimentamos cada día este poder de las tinieblas. En el prólogo de su Evangelio, que hemos proclamado varias veces en estos días, el evangelista san Juan escribe: "La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron" (Jn 1, 5).

Es el drama del rechazo de Cristo, que, como en el pasado, también hoy se manifiesta y se expresa, por desgracia, de muchos modos diversos. Tal vez en la época contemporánea son incluso más solapadas y peligrosas las formas de rechazo de Dios: van desde el rechazo neto hasta la indiferencia, desde el ateísmo cientificista hasta la presentación de un Jesús que dicen moderno y posmoderno. Un Jesús hombre, reducido de modo diverso a un simple hombre de su tiempo, privado de su divinidad; o un Jesús tan idealizado que parece a veces personaje de una fábula.

Pero Jesús, el verdadero Jesús de la historia, es verdadero Dios y verdadero hombre, y no se cansa de proponer su Evangelio a todos, sabiendo que es "signo de contradicción para que se revelen los pensamientos de muchos corazones" (cf. Lc 2, 34-35), como profetizó el anciano Simeón. En realidad, sólo el Niño que yace en el pesebre posee el verdadero secreto de la vida. Por eso pide que lo acojamos, que le demos espacio en nosotros, en nuestro corazón, en nuestras casas, en nuestras ciudades y en nuestras sociedades.

En la mente y en el corazón resuenan las palabras del prólogo de san Juan: "A todos los que lo acogieron les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). Tratemos de contarnos entre los que lo acogen. Ante él nadie puede quedar indiferente. También nosotros, queridos amigos, debemos tomar posición continuamente.

¿Cuál será, por tanto, nuestra respuesta? ¿Con qué actitud lo acogemos? Viene en nuestra ayuda la sencillez de los pastores y la búsqueda de los Magos que, a través de la estrella, escrutan los signos de Dios; nos sirven de ejemplo la docilidad de María y la sabia prudencia de José. Los más de dos mil años de historia cristiana están llenos de ejemplos de hombres y mujeres, de jóvenes y adultos, de niños y ancianos que han creído en el misterio de la Navidad y han abierto sus brazos al Emmanuel, convirtiéndose con su vida en faros de luz y de esperanza.

El amor que Jesús trajo al mundo al nacer en Belén une a los que lo acogen en una relación duradera de amistad y fraternidad. San Juan de la Cruz afirma: Dios "lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. (...) Pon los ojos sólo en él (...) y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas" (Subida del monte Carmelo, libro II, cap. 22, 4-5).

Queridos hermanos y hermanas, al inicio de este nuevo año renovemos en nosotros el compromiso de abrir a Cristo la mente y el corazón, manifestándole sinceramente la voluntad de vivir como verdaderos amigos suyos. Así seremos colaboradores de su proyecto de salvación y testigos de la alegría que él nos da para que la difundamos abundantemente en nuestro entorno.

Que nos ayude María a abrir nuestro corazón al Emmanuel, que asumió nuestra pobre y frágil carne para compartir con nosotros el fatigoso camino de la vida terrena. Con todo, en compañía de Jesús este fatigoso camino se transforma en un camino de alegría. Caminemos juntamente con Jesús, caminemos con él; así el año nuevo será un año feliz y bueno.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, venidos de Latinoamérica y de España. En especial saludo al grupo de jóvenes de la diócesis de Gerona y a los peregrinos de Monterrey. Al comienzo de este nuevo año os animo a abrir vuestra mente y corazón a Cristo, manifestándole sinceramente la voluntad de vivir siempre como sus verdaderos amigos. ¡Feliz año nuevo!

(En polaco)
En el clima gozoso de Navidad, saludo cordialmente a todos los polacos aquí presentes. Con mi oración abrazo el nuevo año, pidiendo a Dios que sea un tiempo de salvación para la Iglesia y para el mundo. Que María, Madre de Dios, nos enseñe a abrir el corazón a Jesús, a unirnos cada vez más con él y a amarlo cada día más. Con ocasión del año nuevo, os bendigo de corazón a vosotros y a todos vuestros seres queridos.

(En lengua checa)
Que el Salvador, nacido por nosotros en Belén, infunda en vuestro corazón los dones de la paz y el amor. Con estos deseos, de buen grado os bendigo. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En lengua croata)
Saludo de corazón a los peregrinos croatas aquí presentes. El Señor Jesús, que con su nacimiento nos ha llenado del gozo de la cercanía de Dios y de la esperanza de la salvación, os acompañe con su bendición y su paz todos los días del año nuevo. ¡Alabados sean Jesús y María!

(En italiano)

A las religiosas capitulares de la Unión de Santa Catalina de Siena de las Misioneras de la Escuela

Queridas hermanas -añadió-, que el misterio de la Encarnación, que meditamos en este tiempo litúrgico, os lleve a una fidelidad cada vez mayor a vuestra misión en la Iglesia.

Me dirijo finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. A vosotros, queridos jóvenes, os deseo que consideréis cada día como un don precioso de Dios. Que el nuevo año os traiga, queridos enfermos, consuelo y alivio en el cuerpo y en el espíritu. Y vosotros, queridos recién casados, imitando a la Sagrada Familia de Nazaret, esforzaos por construir cada día una auténtica comunión de amor.


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Miércoles 10 de enero de 2007

San Esteban, protomártir

Queridos hermanos y hermanas:

Después de las fiestas, volvemos a nuestras catequesis. Había meditado con vosotros en las figuras de los doce apóstoles y de san Pablo. Después habíamos comenzado a reflexionar en otras figuras de la Iglesia primitiva. Hoy reflexionaremos en la persona de san Esteban, que la Iglesia festeja al día siguiente de Navidad. San Esteban es el más representativo de un grupo de siete compañeros.

La tradición ve en este grupo el germen del futuro ministerio de los "diáconos", aunque es preciso constatar que esta denominación no se encuentra en el libro de los Hechos de los Apóstoles. En cualquier caso, la importancia de san Esteban se manifiesta por el hecho de que san Lucas, en este importante libro, le dedica dos capítulos enteros.

La narración de san Lucas comienza constatando una subdivisión que existía dentro de la Iglesia primitiva de Jerusalén: estaba compuesta totalmente de cristianos de origen judío, pero algunos de estos eran originarios de la tierra de Israel —se les llamaba "hebreos"—, mientras que otros, de fe judía veterostestamentaria, procedían de la diáspora de lengua griega —se les llamaba "helenistas"—. Por eso comenzaba a perfilarse un problema: se corría el riesgo de descuidar a las personas más necesitadas entre los helenistas, especialmente a las viudas desprovistas de todo apoyo social, en la asistencia para su sustento diario.

Para salir al paso de estas dificultades, los Apóstoles, reservándose para sí mismos la oración y el ministerio de la Palabra como su tarea central, decidieron encargar a "siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría" que llevaran a cabo el oficio de la asistencia (cf.Hch 6,2-4), es decir, del servicio social caritativo. Con este objetivo, como escribe san Lucas, por invitación de los Apóstoles los discípulos eligieron siete hombres. Conocemos sus nombres: "Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos" (Hch 6, 5-6).

El gesto de la imposición de las manos puede tener varios significados. En el Antiguo Testamento, ese gesto tiene sobre todo el significado de transmitir un encargo importante, como hizo Moisés con Josué (cf. Nm 27, 18-23), designando así a su sucesor. En esta línea, también la Iglesia de Antioquía utilizará este gesto para enviar a Pablo y Bernabé en misión a los pueblos del mundo (cf. Hch 13, 3). A una análoga imposición de las manos sobre Timoteo, para transmitirle un encargo oficial, hacen referencia las dos cartas que san Pablo le dirigió (cf. 1 Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6).

Que se trataba de una acción importante, que era preciso realizar después de un discernimiento, se deduce de lo que se lee en la primera carta a Timoteo: "No te precipites en imponer a nadie las manos; no te hagas partícipe de los pecados ajenos" (1 Tm 5, 22). Por tanto, vemos que el gesto de la imposición de las manos se desarrolla en la línea de un signo sacramental. En el caso de Esteban y sus compañeros se trata, ciertamente, de la transmisión oficial, por parte de los Apóstoles, de un encargo y al mismo tiempo de la imploración de una gracia para cumplirlo.

Conviene advertir que lo más importante es que, además de los servicios caritativos, san Esteban desempeña también una tarea de evangelización entre sus compatriotas, los así llamados "helenistas". En efecto, san Lucas insiste en que, "lleno de gracia y de poder" (Hch 6, 8), presenta en el nombre de Jesús una nueva interpretación de Moisés y de la misma Ley de Dios, relee el Antiguo Testamento a la luz del anuncio de la muerte y la resurrección de Jesús. Esta relectura del Antiguo Testamento, una relectura cristológica, provoca las reacciones de los judíos, que interpretan sus palabras como una blasfemia (cf. Hch 6, 11-14). Por este motivo es condenado a la lapidación. Y san Lucas nos transmite el último discurso del santo, una síntesis de su predicación.

Del mismo modo que Jesús había explicado a los discípulos de Emaús que todo el Antiguo Testamento habla de él, de su cruz y de su resurrección, también san Esteban, siguiendo la enseñanza de Jesús, lee todo el Antiguo Testamento en clave cristológica. Demuestra que el misterio de la cruz se encuentra en el centro de la historia de la salvación narrada en el Antiguo Testamento; muestra que realmente Jesús, el crucificado y resucitado, es el punto de llegada de toda esta historia. Y demuestra, por tanto, también que el culto del templo ha concluido y que Jesús, el resucitado, es el nuevo y auténtico "templo".

Precisamente este "no" al templo y a su culto provoca la condena de san Esteban, el cual, en ese momento, como nos dice san Lucas, mirando al cielo vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a su derecha. Y viendo en el cielo a Dios y a Jesús, san Esteban dijo: "Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios" (Hch 7, 56). Siguió su martirio, que de hecho se asemejó a la pasión de Jesús mismo, pues entregó al "Señor Jesús" su espíritu y oró para que el pecado de sus asesinos no les fuera tenido en cuenta (cf. Hch 7, 59-60).

El lugar del martirio de san Esteban, en Jerusalén, se sitúa tradicionalmente fuera de la puerta de Damasco, al norte, donde ahora se encuentra precisamente la iglesia de San Esteban, junto a la conocida École Biblique de los dominicos. Tras el asesinato de san Esteban, primer mártir de Cristo, se desencadenó una persecución local contra los discípulos de Jesús (cf. Hch 8, 1), la primera de la historia de la Iglesia. Constituyó la ocasión concreta que impulsó al grupo de los cristianos judío-helenistas a huir de Jerusalén y a dispersarse. Expulsados de Jerusalén, se transformaron en misioneros itinerantes: "Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la buena nueva de la Palabra" (Hch 8, 4). La persecución y la consiguiente dispersión se convirtieron en misión. Así el Evangelio se propagó en Samaría, en Fenicia y en Siria, hasta llegar a la gran ciudad de Antioquía, donde, según san Lucas, fue anunciado por primera vez también a los paganos (cf. Hch 11, 19-20) y donde resonó por primera vez el nombre de "cristianos" (cf. Hch 11, 26).

En particular, san Lucas especifica que los que lapidaron a Esteban "pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo" (Hch 7, 58), el mismo que de perseguidor se convertiría en apóstol insigne del Evangelio. Eso significa que el joven Saulo seguramente escuchó la predicación de san Esteban y conoció sus contenidos principales. Y probablemente san Pablo se encontraba entre quienes, siguiendo y escuchando este discurso, "tenían los corazones consumidos de rabia y rechinaban sus dientes contra él" (Hch7,54).

Así podemos ver las maravillas de la Providencia divina: Saulo, adversario empedernido de la visión de Esteban, después del encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco, retoma la interpretación cristológica del Antiguo Testamento hecha por el protomártir, la profundiza y la completa, y de este modo se convierte en el "Apóstol de los gentiles". Enseña que la Ley se cumple en la cruz de Cristo. Y la fe en Cristo, la comunión con el amor de Cristo, es el verdadero cumplimiento de toda la Ley. Este es el contenido de la predicación de san Pablo. Así demuestra que el Dios de Abraham se convierte en el Dios de todos. Y todos los creyentes en Cristo Jesús, como hijos de Abraham, se hacen partícipes de las promesas. En la misión de san Pablo se realiza la visión de san Esteban.

La historia de san Esteban nos da varias lecciones. Por ejemplo, nos enseña que el compromiso social de la caridad no se debe separar nunca del anuncio valiente de la fe. Era uno de los siete que se encargaban sobre todo de la caridad. Pero la caridad no se podía separar del anuncio. De este modo, con la caridad, anuncia a Cristo crucificado, hasta el punto de aceptar incluso el martirio.
Esta es la primera lección que podemos aprender de san Esteban: la caridad y el anuncio van siempre juntos.

San Esteban sobre todo nos habla de Cristo, de Cristo crucificado y resucitado como centro de la historia y de nuestra vida. Podemos comprender que la cruz ocupa siempre un lugar central en la vida de la Iglesia y también en nuestra vida personal. En la historia de la Iglesia no faltará nunca la pasión, la persecución. Y precisamente la persecución se convierte, según la famosa frase de Tertuliano, en fuente de misión para los nuevos cristianos. Cito sus palabras: "Nosotros nos multiplicamos cada vez que somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla" (Apologético 50, 13: "Plures efficimur quoties metimur a vobis: semen est sanguis christianorum"). Pero también en nuestra vida la cruz, que no faltará nunca, se convierte en bendición. Y aceptando la cruz, sabiendo que se convierte en bendición y es bendición, aprendemos la alegría del cristiano incluso en los momentos de dificultad. El valor del testimonio es insustituible, pues el Evangelio lleva a él y de él se alimenta la Iglesia.

Que san Esteban nos enseñe a aprender estas lecciones; que nos enseñe a amar la cruz, puesto que es el camino por el que Cristo se hace siempre presente entre nosotros.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de Latinoamérica y de España. Que el ejemplo de san Esteban nos enseñe el valor insustituible del testimonio personal, al que nos conduce el Evangelio y del cual se alimenta la Iglesia. Muchas gracias por vuestra presencia.

(En polaco)
San Esteban, diácono y primer mártir de la Iglesia, da ejemplo de fe, de pleno amor en el servicio a los hermanos, de sabiduría evangélica y de valentía al dar testimonio de Cristo. Que la fe, el amor y la sabiduría unan a todos los creyentes de Polonia. Que Dios os bendiga.

(En croata)
Saludo cordialmente a todos los peregrinos croatas, en particular a las alumnas del instituto femenino de estudios clásicos de las Religiosas de la Misericordia y a los demás grupos de fieles de Zagreb. Siguiendo el ejemplo de los grandes testigos de la fe de vuestro pueblo, sed fieles a vuestras promesas bautismales.

(En italiano)
La fiesta del Bautismo del Señor, que celebramos el domingo pasado, despierte en todos la gracia y el recuerdo de nuestro bautismo. Que para vosotros, queridos jóvenes, constituya un estímulo a testimoniar siempre la alegría de la adhesión a Cristo. Que para vosotros, queridos enfermos, sea motivo de consuelo, al pensar que mediante este sacramento estáis unidos al Cordero de Dios que con su pasión y muerte salva el mundo. Que a vosotros, queridos recién casados, os sostenga para que hagáis de vuestra familia un auténtico hogar de fe y de amor.


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Miércoles 17 de enero de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

Comienza mañana la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que clausuraré personalmente en la basílica de San Pablo extramuros, el próximo 25 de enero, con la celebración de las Vísperas, a las que han sido invitados también los representantes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales de Roma.

Los días del 18 al 25 de enero, y en otras partes del mundo la semana en torno a Pentecostés, son un tiempo fuerte de compromiso y de oración por parte de todos los cristianos, que pueden utilizar los subsidios elaborados conjuntamente por el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos y por la Comisión "Fe y constitución" del Consejo mundial de Iglesias.

En los encuentros que he mantenido con varios representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales a lo largo de estos años, y de manera muy conmovedora en mi reciente visita al patriarca ecuménico Bartolomé I, en Estambul, Turquía, he podido comprobar cuán profundo es el deseo de la unidad. El próximo miércoles hablaré más ampliamente sobre estas y otras experiencias que han abierto mi corazón a la esperanza.

Ciertamente el camino de la unidad sigue siendo largo y difícil; sin embargo, es necesario evitar el desaliento y seguir recorriéndolo, contando en primer lugar con el apoyo seguro de Cristo que, antes de subir al cielo, prometió a los suyos: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). La unidad es don de Dios y fruto de la acción del Espíritu. Por esto es importante orar. Cuanto más nos acercamos a Cristo, convirtiéndonos a su amor, más nos acercamos también los unos a los otros.

En algunos países, entre los que se encuentra Italia, antes de la Semana de oración por la unidad de los cristianos tiene lugar una Jornada de reflexión judeocristiana, que se celebra precisamente hoy, 17 de enero. Desde hace casi dos décadas, la Conferencia episcopal italiana dedica esta Jornada al judaísmo para promover el conocimiento y la estima e incrementar la relación de amistad recíproca entre la comunidad cristiana y la judía, relación que se ha desarrollado positivamente tras el concilio Vaticano II y tras la histórica visita del siervo de Dios Juan Pablo II a la sinagoga mayor de Roma.

También la amistad judeocristiana, para crecer y ser fecunda, debe fundarse en la oración. Por tanto, invito a todos a dirigir hoy una invocación insistente al Señor para que judíos y cristianos se respeten, se estimen y colaboren juntos con vistas a la justicia y la paz en el mundo.

Este año el tema bíblico propuesto a la reflexión común y a la oración en esta Semana es: "Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7, 37). Son palabras tomadas del evangelio de san Marcos y se refieren a la curación de un sordomudo por parte de Jesús. En este breve pasaje el evangelista narra que el Señor, después de poner los dedos en los oídos y de tocar con la saliva la lengua del sordomudo, realizó el milagro diciendo: "Effatá", que significa, "Ábrete". Al recobrar el oído y el don de la palabra, aquel hombre suscitó la admiración de los demás contando lo que le había sucedido.

Todo cristiano, espiritualmente sordo y mudo a causa del pecado original, con el bautismo recibe el don del Señor que pone sus dedos en su cara y, así, a través de la gracia del bautismo, se hace capaz de escuchar la palabra de Dios y de proclamarla a sus hermanos. Más aún, a partir de ese momento debe progresar en el conocimiento y en el amor de Cristo para poder anunciar y testimoniar con eficacia el Evangelio.

Este tema, al ilustrar dos aspectos de la misión de toda comunidad cristiana —el anuncio del Evangelio y el testimonio de la caridad—, subraya también la importancia de traducir el mensaje de Cristo en iniciativas concretas de solidaridad. Esto favorece el camino de la unidad, pues se puede decir que cuando los cristianos alivian juntos, aunque sea en pequeña medida, el sufrimiento del prójimo, hacen más visible también su comunión y su fidelidad al mandamiento del Señor.

Sin embargo, la oración por la unidad de los cristianos, no puede limitarse a una semana del año. La invocación conjunta al Señor para que realice, en los tiempos y modos que sólo él conoce, la unidad plena de todos sus discípulos debe extenderse a todos los días del año.

Además, la armonía de objetivos en la diaconía para aliviar los sufrimientos del hombre, la búsqueda de la verdad del mensaje de Cristo, la conversión y la penitencia, son etapas obligadas a través de las cuales todo cristiano digno de este nombre debe unirse a sus hermanos para implorar el don de la unidad y de la comunión.

Así pues, os exhorto a vivir estos días en un clima de oración y escucha del Espíritu de Dios, para que se den pasos significativos en el camino de la comunión plena y perfecta entre todos los discípulos de Cristo. Que nos lo obtenga la Virgen María, a quien invocamos como Madre de la Iglesia y apoyo de todos los cristianos, apoyo de nuestro camino hacia Cristo.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y de América Latina, especialmente al grupo de la Escuela italiana de Montevideo. ¡Bienvenidos! Os exhorto a vivir esta Semana en un clima de oración y escucha del Espíritu de Dios, para avanzar día a día en el camino de la plena comunión entre todos los discípulos de Cristo.

(En polaco)
Exhorto a todos a hacer una oración especial por la unidad de los cristianos. El Espíritu Santo haga que, fortificados con el don de su amor, emprendamos obras que lleven a la plena reconciliación. Que María, Madre de la Iglesia, sostenga nuestros deseos.

(A los fieles croatas)
Saludo a los peregrinos croatas, particularmente a los que pertenecen al Ordinariato militar, a la delegación estatal, encabezada por el señor presidente del Gobierno, y a las asociaciones, que han venido con ocasión del XV aniversario del reconocimiento internacional de la República de Croacia. Que la fidelidad a Dios y la preocupación por el bien común sean la expresión de vuestro reconocimiento para la realización de las legítimas aspiraciones a la libertad y a la independencia de vuestra querida patria, sobre la que invoco la bendición de Dios.

(En italiano)

A los funcionarios del ceremonial diplomático de la República italiana
Queridos amigos, os doy las gracias por vuestra presencia y os exhorto a proseguir con renovado espíritu de servicio vuestra delicada misión, que os pone en contacto con eminentes personalidades de todo el mundo. Deseo manifestar a cada uno mi profundo reconocimiento por la constante y cordial colaboración con los competentes organismos de la Santa Sede. Pienso con especial gratitud en vuestro generoso y solícito empeño con ocasión del funeral del recordado Papa Juan Pablo II, así como en el contexto del comienzo de mi ministerio en esta Sede apostólica.

Me dirijo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la memoria litúrgica de san Antonio Abad, insigne padre del monaquismo, maestro de vida espiritual y modelo sublime de vida cristiana. Que su ejemplo os ayude, queridos jóvenes, a seguir a Cristo sin componendas; os sostenga a vosotros, queridos enfermos, en los momentos de desconsuelo y prueba; y os estimule a vosotros, recién casados, a no descuidar la oración en la vida de cada día.


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18/04/2013 20:46

Miércoles 24 de enero de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

Mañana concluye la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que este año tiene por tema las palabras del evangelio de san Marcos: "Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7, 37). También nosotros podríamos repetir estas palabras, que expresan la admiración de la gente ante la curación de un sordomudo realizada por Jesús, al ver el maravilloso florecimiento del compromiso por el restablecimiento de la unidad de los cristianos. Al repasar el camino de los últimos cuarenta años, sorprende cómo el Señor nos ha despertado del sopor de la autosuficiencia y de la indiferencia; cómo nos hace cada vez más capaces de "escucharnos" y no sólo de "oírnos"; cómo nos ha soltado la lengua, de manera que la oración que elevamos a él tenga más fuerza de convicción para el mundo.

Sí, es verdad, el Señor nos ha concedido abundantes gracias y la luz de su Espíritu ha iluminado a muchos testigos. Estos han demostrado que todo se puede alcanzar orando, cuando sabemos obedecer con confianza y humildad al mandamiento divino del amor y adherirnos al anhelo de Cristo por la unidad de todos sus discípulos.

"La preocupación por el restablecimiento de la unión —afirma el concilio Vaticano II— atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores; y afecta a cada uno según su propia capacidad, tanto en la vida cristiana diaria como en las investigaciones teológicas e históricas" (Unitatis redintegratio, 5). El primer deber común es el de la oración. Orando, y orando juntos, los cristianos toman mayor conciencia de su condición de hermanos, aunque todavía estén divididos; y orando aprendemos mejor a escuchar al Señor, pues sólo escuchando al Señor y siguiendo su voz podemos encontrar el camino de la unidad.

Ciertamente, el ecumenismo es un proceso lento, a veces, incluso tal vez desalentador cuando se cede a la tentación de "oír" y no de "escuchar", de decir medias verdades, en vez de proclamarlas con valentía. No es fácil salir de una "sordera cómoda", como si el Evangelio inalterado no tuviera la capacidad de volver a florecer, reafirmándose como levadura providencial de conversión y de renovación espiritual para cada uno de nosotros.

El ecumenismo, como decía, es un proceso lento, es un camino lento y de subida, como todo camino de arrepentimiento. Sin embargo, es un camino que, después de las dificultades iniciales y precisamente en ellas, presenta también grandes espacios de alegría, pausas refrescantes, y permite de vez en cuando respirar a pleno pulmón el aire purísimo de la comunión plena.

La experiencia de estas últimas décadas, después del concilio Vaticano II, demuestra que la búsqueda de la unidad entre los cristianos se lleva a cabo en diferentes niveles y en innumerables circunstancias: en las parroquias, en los hospitales, en los contactos entre la gente, en la colaboración entre las comunidades locales en todas las partes del mundo, y especialmente en las regiones donde realizar un gesto de buena voluntad en favor de un hermano exige un gran esfuerzo y también una purificación de la memoria.

En este contexto de esperanza, salpicado de pasos concretos hacia la comunión plena de los cristianos, se sitúan también los encuentros y los acontecimientos que marcan constantemente mi ministerio, el ministerio del Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal. Quisiera ahora recordar los acontecimientos más significativos que han tenido lugar en el año 2006, y que han sido motivo de alegría y de gratitud hacia el Señor.

El año comenzó con la visita oficial de la Alianza mundial de las Iglesias reformadas. La comisión internacional católico-reformada presentó a la consideración de las respectivas autoridades un documento que concluye un proceso de diálogo iniciado en 1970 y que, por tanto, ha durado 36 años. Este documento lleva por título: "La Iglesia como comunidad de testimonio común del reino de Dios".

El 25 de enero de 2006 —es decir, hace un año—, en la solemne conclusión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos participaron, en la basílica de San Pablo extramuros, los delegados de Europa para el ecumenismo, convocados conjuntamente por el Consejo de las Conferencias episcopales de Europa y por la Conferencia de las Iglesias europeas para la primera etapa de acercamiento a la III Asamblea ecuménica europea, que se celebrará en tierra ortodoxa, en Sibiu, en septiembre de este año 2007.

Con ocasión de las audiencias de los miércoles he recibido a las delegaciones de la Alianza bautista mundial y de la Iglesia luterana evangélica de Estados Unidos, que sigue fiel a sus visitas periódicas a Roma. Además, me encontré con los jerarcas de la Iglesia ortodoxa de Georgia, cuyo desarrollo sigo con afecto, continuando el vínculo de amistad que unía a Su Santidad Ilia II con mi venerado predecesor el siervo de Dios Papa Juan Pablo II.

Prosiguiendo este repaso de los encuentros ecuménicos del año pasado, quiero recordar la cumbre de jefes religiosos, celebrada en Moscú en julio de 2006. El patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Alexis II, solicitó con un mensaje especial la adhesión de la Santa Sede. Después fue útil la visita del metropolita Kirill del patriarcado de Moscú, que manifestó la intención de llegar a una normalización más explícita de nuestras relaciones bilaterales. Asimismo, fue grata la visita de los sacerdotes y de los alumnos del Colegio de la Diakonía Apostólica del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa de Grecia.

Quiero recordar también que en su asamblea general, en Porto Alegre, el Consejo mundial de Iglesias dedicó amplio espacio a la participación católica. En esa ocasión envié un mensaje particular.

Asimismo, envié un mensaje a la reunión general de la Conferencia mundial metodista en Seúl. Y me complace recordar también la cordial visita de los secretarios de las Comunidades cristianas mundiales, organización de información recíproca y contacto entre las diversas Confesiones.
Continuando con el repaso de los acontecimientos del año 2006, llegamos a la visita oficial del arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana del mes de noviembre. En la capilla Redemptoris Mater del palacio apostólico compartí con él y con su séquito un significativo momento de oración.

Por lo que se refiere al inolvidable viaje apostólico a Turquía y al encuentro con Su Santidad Bartolomé I, me complace recordar los numerosos gestos, que fueron más elocuentes que las palabras. Aprovecho la oportunidad para saludar una vez más a Su Santidad Bartolomé I y para darle las gracias por la carta que me escribió a mi regreso a Roma; le aseguro mi oración y mi compromiso de actuar para que se saquen las consecuencias del abrazo de paz que nos dimos durante la Divina Liturgia en la iglesia de San Jorge en el Fanar.

El año concluyó con la visita oficial a Roma del arzobispo de Atenas y de toda Grecia, Su Beatitud Cristódulos, con quien nos intercambiamos dones que comprometen: los iconos de la Panaghia, la Toda Santa, y de san Pedro y san Pablo abrazados.

Estos momentos de elevado valor espiritual son realmente momentos de alegría, momentos para respirar en esta lenta subida hacia la unidad, de la que he hablado. Estos momentos iluminan el compromiso —a menudo silencioso, pero intenso— que nos une en la búsqueda de la unidad. Nos alientan a hacer todos los esfuerzos posibles para proseguir esta subida lenta, pero importante.

Nos encomendamos a la constante intercesión de la Madre de Dios y de nuestros santos protectores, para que nos sostengan y nos ayuden a no desistir de los buenos propósitos; para que nos impulsen a intensificar nuestros esfuerzos, orando y trabajando con confianza, con la certeza de que el Espíritu Santo hará el resto. Nos dará la unidad completa como quiera y cuando quiera. Y, fortalecidos por esta confianza, sigamos adelante por el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad. El Señor nos guía.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y de América Latina, de modo especial a los militares españoles destacados en Nápoles y a los estudiantes de la Escuela italiana de Valparaíso, Chile. Confiad a la constante intercesión de la Madre de Dios vuestras oraciones y trabajos por la unión de todos los discípulos de Cristo.

(En polaco)
En la semana de oración por la unidad de los cristianos recordamos el llamamiento del Señor Jesús: "ut unum sint - que sean uno". La oración por el don de la unidad es al mismo tiempo una invitación a la apertura a las convicciones de los demás, al diálogo y a la búsqueda común de la verdad, al cuidado del amor fraterno. Transmitid mi saludo a vuestros seres queridos. Que Dios os bendiga.

(En italiano)
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los fieles de las diócesis de Emilia Romaña, que acompañan hoy a sus obispos en la visita "ad limina Apostolorum". Queridos amigos, aprovechad toda ocasión oportuna para anunciar el Evangelio sin desanimaros nunca, alegrándoos siempre de proclamar la verdad que ilumina y salva. Sobre todo dad gran importancia a la oración por la evangelización y la perseverancia en la fe. Estad preparados para discernir todo medio apostólico útil para favorecer en las comunidades cristianas el celo misionero. La experiencia demuestra que una diócesis o una parroquia que reza y vibra de espíritu misionero, es una comunidad fervorosa y dinámica.

Dirijo finalmente un saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la memoria litúrgica de san Francisco de Sales, que indicó el camino de la santidad como una llamada dirigida a todos los estados de vida y subrayó que no sólo en el monasterio, en la clausura o en la vida religiosa se puede llegar a la santidad, sino en cualquier estado de vida, según el estilo de ese estado de vida. Queridos jóvenes, acoged esta invitación y, en vuestras situaciones, responded generosamente a Cristo que os llama hoy a hacer que en vuestra vida el Evangelio sea vuestra norma de vida. A vosotros, queridos enfermos, el Señor os ofrece un camino sin duda fatigoso, pero en cierto sentido también privilegiado para caminar en conformidad con su voluntad; él ha sufrido por nosotros y con nosotros: aprovechad todas las ocasiones de gracia de vuestra particular condición. Y vosotros, queridos recién casados, siguiendo las enseñanzas de san Francisco de Sales, esforzaos por construir cada día vuestra adhesión al Evangelio en el amor mutuo.

Que el Señor os bendiga a todos en vuestras situaciones, en vuestro camino hacia la santidad.


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Miércoles 31 de enero de 2007

Bernabé, Silas y Apolo

Queridos hermanos y hermanas:
Prosiguiendo nuestro viaje entre los protagonistas de los orígenes cristianos, hoy dedicamos nuestra atención a otros colaboradores de san Pablo. Tenemos que reconocer que el Apóstol es un ejemplo elocuente de hombre abierto a la colaboración: en la Iglesia no quiere hacerlo todo él solo, sino que se sirve de numerosos y diversos compañeros. No podemos detenernos a considerar todos estos valiosos ayudantes, pues son muchos. Baste recordar, entre otros, a Epafras (cf. Col 1, 7; 4, 12; Flm 23), Epafrodito (cf. Flp 2, 25; 4, 18), Tíquico (cf. Hch 20, 4; Ef 6, 21; Col 4, 7; 2 Tm 4, 12; Tt 3, 12), Urbano (cf. Rm 16, 9), Gayo y Aristarco (cf. Hch 19, 29; 20, 4; 27, 2; Col 4, 10). Y mujeres como Febe (cf. Rm 16, 1), Trifena y Trifosa (cf. Rm 16, 12), Pérside, la madre de Rufo, de quien san Pablo dice que "es también mi madre" (cf. Rm 16, 12-13), sin olvidar a esposos como Prisca y Áquila (cf. Rm 16, 3; 1 Co 16, 19; 2 Tm 4, 19). Hoy, entre todo este conjunto de colaboradores y colaboradoras de san Pablo, centramos nuestra atención en tres de estas personas que desempeñaron un papel particularmente significativo en la evangelización de los orígenes: Bernabé, Silas y Apolo.

"Bernabé", que significa "hijo de la exhortación" (Hch 4, 36) o "hijo del consuelo", es el sobrenombre de un judío levita oriundo de Chipre. Habiéndose establecido en Jerusalén, fue uno de los primeros en abrazar el cristianismo, tras la resurrección del Señor. Con gran generosidad vendió un campo de su propiedad y entregó el dinero a los Apóstoles para las necesidades de la Iglesia (cf. Hch 4, 37). Se hizo garante de la conversión de Saulo ante la comunidad cristiana de Jerusalén, que todavía desconfiaba de su antiguo perseguidor (cf. Hch 9, 27). Enviado a Antioquía de Siria, fue a buscar a Pablo, en Tarso, donde se había retirado, y con él pasó un año entero, dedicándose a la evangelización de esa importante ciudad, en cuya Iglesia Bernabé era conocido como profeta y doctor (cf. Hch 13, 1).

Así, Bernabé, en el momento de las primeras conversiones de los paganos, comprendió que había llegado la hora de Saulo, el cual se había retirado a Tarso, su ciudad. Fue a buscarlo allí. En ese momento importante, en cierta forma, devolvió a Pablo a la Iglesia; en este sentido, le entregó una vez más al Apóstol de las gentes. La Iglesia de Antioquía envió a Bernabé en misión, junto a Pablo, realizando lo que se suele llamar el primer viaje misionero del Apóstol. En realidad, fue un viaje misionero de Bernabé, pues él era el verdadero responsable, al que Pablo se sumó como colaborador, recorriendo las regiones de Chipre y Anatolia centro-sur, en la actual Turquía, con las ciudades de Atalía, Perge, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe (cf. Hch 13-14). Junto a Pablo, acudió después al así llamado concilio de Jerusalén, donde, después de un profundo examen de la cuestión, los Apóstoles con los ancianos decidieron separar de la identidad cristiana la práctica de la circuncisión (cf. Hch 15, 1-35). Sólo así, al final, permitieron oficialmente que fuera posible la Iglesia de los paganos, una Iglesia sin circuncisión: somos hijos de Abraham solamente por la fe en Cristo.

Los dos, Pablo y Bernabé, se enfrentaron más tarde, al inicio del segundo viaje misionero, porque Bernabé quería tomar como compañero a Juan Marcos, mientras que Pablo no quería, dado que el joven se había separado de ellos durante el viaje anterior (cf. Hch 13, 13; 15, 36-40). Por tanto, también entre los santos existen contrastes, discordias, controversias. Esto me parece muy consolador, pues vemos que los santos no "han caído del cielo". Son hombres como nosotros, incluso con problemas complicados. La santidad no consiste en no equivocarse o no pecar nunca. La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y de perdón.

De este modo, Pablo, que había sido más bien duro y severo con Marcos, al final se vuelve a encontrar con él. En las últimas cartas de san Pablo, a Filemón y en la segunda a Timoteo, Marcos aparece precisamente como "mi colaborador". Por consiguiente, lo que nos hace santos no es el no habernos equivocado nunca, sino la capacidad de perdón y reconciliación. Y todos podemos aprender este camino de santidad.

En todo caso, Bernabé, con Juan Marcos, se dirigió a Chipre (cf. Hch 15, 39) alrededor del año 49. A partir de entonces se pierden sus huellas. Tertuliano le atribuye la carta a los Hebreos, lo cual es verosímil, pues, siendo de la tribu de Leví, Bernabé podía estar interesado en el tema del sacerdocio. Y la carta a los Hebreos nos interpreta de manera extraordinaria el sacerdocio de Jesús.

Silas, otro compañero de Pablo, es la forma griega de un nombre hebreo (quizá "sheal", "pedir", "invocar", que tiene la misma raíz del nombre "Saulo"), del que procede también la forma latinizada Silvano. El nombre Silas sólo está testimoniado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, mientras que Silvano sólo aparece en las cartas de san Pablo. Era un judío de Jerusalén, uno de los primeros en hacerse cristiano, y en aquella Iglesia gozaba de gran estima (cf. Hch 15, 22), al ser considerado profeta (cf. Hch 15, 32). Fue encargado de llevar "a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia" (Hch 15, 23) las decisiones tomadas por el concilio de Jerusalén y de explicarlas. Evidentemente pensaban que era capaz de realizar una especie de mediación entre Jerusalén y Antioquía, entre judeocristianos y cristianos de origen pagano, y así servir a la unidad de la Iglesia en la diversidad de ritos y de orígenes.

Cuando Pablo se separó de Bernabé, tomó precisamente a Silas como nuevo compañero de viaje (cf. Hch 15, 40). Con Pablo llegó a Macedonia (a las ciudades de Filipos, Tesalónica y Berea), donde se detuvo, mientras que Pablo continuó hacia Atenas y después a Corinto. Silas se unió a él en Corinto, donde colaboró en la predicación del Evangelio; de hecho, en la segunda carta dirigida por san Pablo a esa Iglesia se habla de "Cristo Jesús, a quien os predicamos Silvano, Timoteo y yo" (2 Co 1, 19). De este modo se explica por qué aparece como coautor, junto a san Pablo y a Timoteo, de las dos cartas a los Tesalonicenses.

También esto me parece importante. San Pablo no actúa como un "solista", como un individuo aislado, sino junto con estos colaboradores en el "nosotros" de la Iglesia. Este "yo" de Pablo no es un "yo" aislado, sino un "yo" en el "nosotros" de la Iglesia, en el "nosotros" de la fe apostólica. Y Silvano es mencionado también al final de la primera carta de san Pedro, donde se lee: "Por medio de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, os he escrito brevemente" (1 P 5, 12). Así vemos también la comunión de los Apóstoles. Silvano sirve a Pablo y sirve a Pedro, porque la Iglesia es una y el anuncio misionero es único.

El tercer compañero de san Pablo que hoy queremos recordar se llama Apolo, probable abreviación de Apolonio o Apolodoro. A pesar de su nombre de origen pagano, él era un judío fervoroso de Alejandría de Egipto. San Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, lo define "hombre elocuente, que dominaba las Escrituras, con fervor de espíritu" (Hch 18, 24-25).

La entrada de Apolo en el escenario de la primera evangelización tuvo lugar en la ciudad de Éfeso: había viajado allí para predicar y allí tuvo la suerte de encontrarse con los esposos cristianos Priscila y Áquila (cf. Hch 18, 26), que le ayudaron a conocer más completamente "el camino de Dios" (cf. Hch 18, 26). De Éfeso pasó por Acaya hasta llegar a la ciudad de Corinto: allí llegó con el apoyo de una carta de los cristianos de Éfeso, los cuales pedían a los corintios que le dieran una buena acogida (cf. Hch 18, 27). En Corinto, como escribe san Lucas, "con la ayuda de la gracia, contribuyó mucho al provecho de los creyentes; pues refutaba vigorosamente en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús es el Cristo" (Hch 18, 27-28), el Mesías.

Su éxito en aquella ciudad originó una situación problemática, pues algunos miembros de aquella Iglesia, fascinados por su manera de hablar, en su nombre se oponían a los demás (cf. 1 Co 1, 12; 3, 4-6; 4, 6). San Pablo, en la primera carta a los Corintios, expresa su aprecio por la obra de Apolo, pero reprocha a los corintios que desgarraban el Cuerpo de Cristo, separándose en facciones contrapuestas.

San Pablo saca una importante lección de lo sucedido: tanto yo como Apolo —dice—, no somos más que diakonoi, es decir, simples ministros, a través de los cuales habéis llegado a la fe (cf. 1 Co 3, 5). Cada uno tiene una tarea diferente en el campo del Señor: "Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento..., ya que somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios" (1 Co 3, 6-9). Al regresar a Éfeso, Apolo resistió a la invitación de san Pablo a regresar inmediatamente a Corinto, retrasando el viaje a una fecha sucesiva, que ignoramos (cf. 1 Co 16, 12). No tenemos más noticias suyas, aunque algunos expertos piensan que posiblemente es el autor de la carta a los Hebreos, que Tertuliano atribuye a san Bernabé.

Estos tres hombres brillan en el firmamento de los testigos del Evangelio por una característica común, además de por las características propias de cada uno. En común, además del origen judío, tienen la entrega a Jesucristo y al Evangelio, así como el hecho de que los tres fueron colaboradores del apóstol san Pablo. En esta misión evangelizadora original encontraron el sentido de su vida y de este modo se nos presentan como modelos luminosos de desinterés y generosidad.

Por último, pensemos una vez más en la frase de san Pablo: tanto Apolo como yo somos ministros de Jesús, cada uno a su manera, pues es Dios quien da el crecimiento. Esto vale también hoy para todos, tanto para el Papa como para los cardenales, los obispos, los sacerdotes y los laicos. Todos somos humildes ministros de Jesús. Servimos al Evangelio en la medida en que podemos, según nuestros dones, y pedimos a Dios que él haga crecer hoy su Evangelio, su Iglesia.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina —¡Bienvenidos!—, especialmente al grupo de jóvenes universitarios de Chile, así como a los demás visitantes venidos de España, Argentina y México. Estos tres colaboradores de san Pablo nos enseñan a seguir fielmente a Cristo y ser testigos de la salvación que ha traído para todos los hombres.

(En polaco)
Saludo a todos los polacos aquí presentes. Este viernes se celebra la fiesta de la Presentación del Señor y la Jornada mundial de la vida consagrada. La Virgen Madre, al ofrecer a Dios a su hijo Jesús, llevándolo al templo, nos invita a cada uno a ofrecer nuestra vida a Dios y a los hermanos. Demos gracias al Señor por todos los que ofrecen su vida a Cristo siguiendo el camino de los consejos evangélicos. Los encomiendo a todos a vuestra oración. Que Dios os bendiga.

(En italiano)
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los fieles de las diócesis de Liguria, que acompañan hoy a sus obispos en la visita ad limina Apostolorum. Queridos amigos, os invito a tomar cada vez mayor conciencia de vuestro papel en la Iglesia. La antorcha de la fe, que habéis recibido en el bautismo, hay que tenerla siempre encendida con la oración y la práctica de los sacramentos: esa antorcha debe resplandecer en vuestras palabras y en vuestro ejemplo, para que todos puedan recibir luz y calor espiritual. Esto conlleva que respondáis a los desafíos de hoy con una espiritualidad profunda y una audacia apostólica renovada, volviendo a proponer a los hombres y a las mujeres de nuestra época el mensaje salvífico de Cristo en su integridad.

Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy la liturgia hace memoria de san Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes, a los cuales anunció el Evangelio con incansable ardor. Que su ejemplo os anime, queridos muchachos, a vivir de modo auténtico la vocación cristiana; a vosotros, queridos enfermos, os ayude a ofrecer vuestros sufrimientos en unión con los de Cristo por la salvación de la humanidad; y a vosotros, queridos recién casados, os sostenga en el compromiso recíproco de construir vuestra familia fiel al amor de Dios y de los hermanos.


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Miércoles 14 de febrero de 2007

Palabras a los obispos de las diócesis de la región italiana de Las Marcas, durante la audiencia general

En el actual clima de pluralismo cultural y religioso, nos damos cuenta de que no todos conocen el mensaje de Jesús. Por tanto, todos los cristianos están llamados a un renovado y valiente compromiso de anuncio y testimonio del Evangelio. Llevemos a todos esta luz, que es luz para la vida personal y señal orientadora para la vida social.

Queridos hermanos en el episcopado, seguid realizando todos los esfuerzos posibles para que se promueva, tanto en las ciudades como en las localidades más pequeñas, la formación cristiana de base, a fin de que todas las categorías de fieles estén preparadas para recibir con fruto los sacramentos, alimento indispensable para el crecimiento en la fe, y de que con la práctica de los sacramentos no se descuide una instrucción religiosa sólida que resista, sin debilitarse, a los numerosos desafíos y estímulos de una sociedad ya ampliamente secularizada. Miremos al futuro con esperanza y trabajemos en la viña del Señor con celo y confianza.

Que la Virgen Madre de Dios y de la Iglesia guíe y proteja vuestros esfuerzos y vuestros proyectos pastorales. Dirijámonos ahora todos juntos a María con la oración que he preparado con vistas al encuentro de los jóvenes, que tendrá lugar en Loreto en el próximo mes de septiembre. Así pues, nos veremos en Las Marcas, en Loreto. Oremos juntos:

Oración del Papa a la Virgen de Loreto

María, Madre del sí, tú escuchaste a Jesús
y conoces el timbre de su voz
y el latido de su corazón.

Estrella de la mañana, háblanos de él
y descríbenos tu camino
para seguirlo por la senda de la fe.

María, que en Nazaret habitaste con Jesús,
imprime en nuestra vida tus sentimientos,
tu docilidad, tu silencio que escucha y hace florecer
la Palabra en opciones de auténtica libertad.

María, háblanos de Jesús, para que el frescor
de nuestra fe brille en nuestros ojos
y caliente el corazón de aquellos
con quienes nos encontremos,
como tú hiciste al visitar a Isabel,
que en su vejez se alegró contigo
por el don de la vida.

María, Virgen del Magníficat
ayúdanos a llevar la alegría al mundo
y, como en Caná, impulsa a todos los jóvenes
comprometidos en el servicio a los hermanos
a hacer sólo lo que Jesús les diga.

María, dirige tu mirada al ágora de los jóvenes,
para que sea el terreno fecundo de la Iglesia italiana.
Ora para que Jesús, muerto y resucitado,
renazca en nosotros
y nos transforme en una noche llena de luz,
llena de él.

María, Virgen de Loreto, puerta del cielo,
ayúdanos a elevar nuestra mirada a las alturas.
Queremos ver a Jesús, hablar con él
y anunciar a todos su amor.

* * *

Las mujeres al servicio del Evangelio

Queridos hermanos y hermanas:

Llegamos hoy al final de nuestro recorrido entre los testigos del cristianismo naciente que mencionan los escritos del Nuevo Testamento. Y usamos la última etapa de este primer recorrido para centrar nuestra atención en las numerosas figuras femeninas que desempeñaron un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio. No se puede olvidar su testimonio, como dijo el mismo Jesús sobre la mujer que le ungió la cabeza poco antes de la Pasión: "Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta buena nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que esta ha hecho para memoria suya" (Mt 26, 13; Mc 14, 9).

El Señor quiere que estos testigos del Evangelio, estas figuras que dieron su contribución para que creciera la fe en él, sean conocidas y su recuerdo siga vivo en la Iglesia. Históricamente podemos distinguir el papel de las mujeres en el cristianismo primitivo, durante la vida terrena de Jesús y durante las vicisitudes de la primera generación cristiana.

Ciertamente, como sabemos, Jesús escogió entre sus discípulos a doce hombres como padres del nuevo Israel, "para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 14-l5). Este hecho es evidente, pero, además de los Doce, columnas de la Iglesia, padres del nuevo pueblo de Dios, fueron escogidas también muchas mujeres en el grupo de los discípulos.

Sólo puedo mencionar brevemente a las que se encontraron en el camino de Jesús mismo, desde la profetisa Ana (cf. Lc 2, 36-38) hasta la samaritana (cf. Jn 4, 1-39), la mujer siro-fenicia (cf. Mc 7, 24-30), la hemorroísa (cf. Mt 9, 20-22) y la pecadora perdonada (cf. Lc 7, 36-50). Y no hablaré de las protagonistas de algunas de sus eficaces parábolas, por ejemplo, la mujer que hace el pan (Mt 13, 33), la que pierde la dracma (Lc 15, 8-10) o la viuda que importuna al juez (Lc 18, 1-8). Para nuestra reflexión son más significativas las mujeres que desempeñaron un papel activo en el marco de la misión de Jesús.

En primer lugar, pensamos naturalmente en la Virgen María, que con su fe y su obra maternal colaboró de manera única en nuestra Redención, hasta el punto de que Isabel pudo llamarla "bendita entre las mujeres" (Lc 1, 42), añadiendo: "Bienaventurada la que ha creído" (Lc 1, 45). Convertida en discípula de su Hijo, María manifestó en Caná una confianza total en él (cf. Jn 2, 5) y lo siguió hasta el pie de la cruz, donde recibió de él una misión materna para todos sus discípulos de todos los tiempos, representados por san Juan (cf. Jn 19, 25-27).

Además, encontramos a varias mujeres que de diferentes maneras giraron en torno a la figura de Jesús con funciones de responsabilidad. Constituyen un ejemplo elocuente las mujeres que seguían a Jesús para servirle con sus bienes. San Lucas menciona algunos nombres: María Magdalena, Juana, Susana y "otras muchas" (cf. Lc 8, 2-3). Asimismo, los Evangelios nos informan de que las mujeres, a diferencia de los Doce, no abandonaron a Jesús en la hora de la pasión (cf. Mt 27, 56. 61; Mc 15, 40). Entre estas destaca en particular la Magdalena, que no sólo estuvo presente en la Pasión, sino que se convirtió también en el primer testigo y heraldo del Resucitado (cf. Jn 20, 1. 11-18). Precisamente a María Magdalena santo Tomás de Aquino le da el singular calificativo de "apóstol de los Apóstoles" ("apostolorum apostola"), dedicándole un bello comentario: "Del mismo modo que una mujer había anunciado al primer hombre palabras de muerte, así también una mujer fue la primera en anunciar a los Apóstoles palabras de vida" (Super Ioannem, ed. Cai, 2519).

En el ámbito de la Iglesia primitiva la presencia femenina tampoco fue secundaria. No insistimos en las cuatro hijas del "diácono" Felipe, cuyo nombre no se menciona, residentes en Cesarea Marítima, dotadas todas ellas, como dice san Lucas, del "don de profecía", es decir, de la facultad de hablar públicamente bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Hch 21, 9). La brevedad de la noticia no permite sacar deducciones más precisas.

Debemos a san Pablo una documentación más amplia sobre la dignidad y el papel eclesial de la mujer. Toma como punto de partida el principio fundamental según el cual para los bautizados "ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer". El motivo es que "todos somos uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28), es decir, todos tenemos la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas (cf. 1 Co 12, 27-30).

El Apóstol admite como algo normal que en la comunidad cristiana la mujer pueda "profetizar" (1 Co 11, 5), es decir, hablar abiertamente bajo el influjo del Espíritu, a condición de que sea para la edificación de la comunidad y que se haga de modo digno. Por tanto, hay que relativizar la sucesiva y conocida exhortación: "Las mujeres cállense en las asambleas" (1 Co 14, 34).

Dejamos a los exegetas el consiguiente problema, muy discutido, sobre la relación entre la primera frase —las mujeres pueden profetizar en la asamblea—, y la otra —no pueden hablar—, es decir, la relación entre estas dos indicaciones, que aparentemente son contradictorias. No conviene discutirlo aquí. El miércoles pasado ya hablamos de Prisca o Priscila, esposa de Áquila, que en dos casos sorprendentemente es mencionada antes que su marido (cf. Hch 18, 18; Rm 16, 3); en cualquier caso, ambos son calificados explícitamente por san Pablo como sus "colaboradores" -sun-ergoús (Rm 16, 3).

Hay otras observaciones que no conviene descuidar. Por ejemplo, es preciso constatar que san Pablo dirige también a una mujer de nombre "Apfia" la breve carta a Filemón (cf. Flm 2). Traducciones latinas y sirias del texto griego añaden al nombre "Apfia" el calificativo de "soror carissima" (ib.) y conviene notar que en la comunidad de Colosas debía ocupar un puesto importante; en todo caso, es la única mujer mencionada por san Pablo entre los destinatarios de una carta suya.

En otros pasajes, el Apóstol menciona a una cierta "Febe", a la que llama diákonos de la Iglesia en Cencreas, pequeña localidad portuaria al este de Corinto (cf. Rm 16, 1-2). Aunque en aquel tiempo ese título todavía no tenía un valor ministerial específico de carácter jerárquico, demuestra que esa mujer ejercía verdaderamente un cargo de responsabilidad en favor de la comunidad cristiana. San Pablo pide que la reciban cordialmente y le ayuden "en cualquier cosa que necesite", y después añade: "pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo".

En el mismo contexto epistolar, el Apóstol, con gran delicadeza, recuerda otros nombres de mujeres: una cierta María, y después Trifena, Trifosa, Pérside, "muy querida", y Julia, de las que escribe abiertamente que "se han fatigado por vosotros" o "se han fatigado en el Señor" (Rm 16, 6. 12a. 12b. 15), subrayando así su intenso compromiso eclesial.

Asimismo, en la Iglesia de Filipos se distinguían dos mujeres llamadas Evodia y Síntique (Flp 4, 2): el llamamiento que san Pablo hace a la concordia mutua da a entender que estas dos mujeres desempeñaban una función importante dentro de esa comunidad.

En síntesis, la historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres. Por eso, como escribió mi venerado y querido predecesor Juan Pablo II en la carta apostólica Mulieris dignitatem, "la Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una. (...) La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del "genio" femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina" (n. 31).

Como se ve, el elogio se refiere a las mujeres en el transcurso de la historia de la Iglesia y se expresa en nombre de toda la comunidad eclesial. También nosotros nos unimos a este aprecio, dando gracias al Señor porque él guía a su Iglesia, de generación en generación, sirviéndose indistintamente de hombres y mujeres, que saben hacer fructificar su fe y su bautismo para el bien de todo el Cuerpo eclesial, para mayor gloria de Dios.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a los niños de Irak atendidos en España por la asociación Mensajeros de la Paz, y a la delegación de profesionales paraguayos, así como a los demás visitantes latinoamericanos. Invito a todos a dar elocuente testimonio de la fe y a colaborar activamente en la construcción de la Iglesia, a ejemplo de las santas mujeres. Gracias por vuestra visita.

(A los jóvenes húngaros de Budapest)
Os animo a afianzar vuestra vida en la sólida roca de Cristo, para ser anunciadores valientes de su palabra a los hombres de nuestro tiempo. De buen grado os imparto a todos la bendición apostólica.

(En polaco)
Hoy la liturgia celebra la memoria de los santos hermanos, apóstoles de los eslavos, Cirilo, monje, y Metodio, obispo, patronos de Europa. Oremos a Dios, por su intercesión, a fin de que las naciones europeas, cada vez más conscientes de sus raíces cristianas, permanezcan unidas y se abran a Cristo y a su Evangelio.

(En italiano)
Os saludo a vosotros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados. Hoy celebramos la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, apóstoles y primeros difusores de la fe entre los pueblos eslavos. Que su testimonio os ayude, queridos jóvenes, a seguir con generosidad al Salvador del mundo; a vosotros, queridos enfermos, os animo a unir vuestros sufrimientos a los de Cristo crucificado; que para vosotros, queridos recién casados, sean ejemplo para hacer del Evangelio la regla fundamental de vuestra vida familiar.


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Miércoles 21 de febrero de 2007

Saludo a los peregrinos presentes en la Basílica de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas, me alegra acogeros y dar a cada uno mi cordial bienvenida. Saludo en particular a los numerosos estudiantes aquí presentes. Hoy comienza la Cuaresma, tiempo litúrgico "fuerte" de oración, de penitencia y de compromiso al servicio de los hermanos, que es necesario vivir teniendo la mirada puesta siempre en Jesús que camina hacia su muerte y resurrección. Queridos jóvenes, escuchad esta invitación como si Cristo os la dirigiera personalmente a cada uno y aceptadla con generosidad. Recorriendo fielmente el austero itinerario cuaresmal, podréis tomar conciencia de los peligros a los que está expuesta vuestra vida espiritual y tendréis fuerza para realizar con alegría vuestra vocación cristiana. A vuestro lado está María, la Mujer de la esperanza que, con su ternura maternal, os sostiene y os guía en los cuarenta días que nos llevan a la Pascua. Con su ayuda podréis celebrar, renovados interiormente, el gran misterio pascual, acontecimiento central de la salvación y revelación suprema del amor misericordioso de Dios. ¡Buena Cuaresma a todos!

* * *

Miércoles de Ceniza

Queridos hermanos y hermanas:

El miércoles de Ceniza, que hoy celebramos, es para nosotros, los cristianos, un día particular, caracterizado por un intenso espíritu de recogimiento y de reflexión. En efecto, iniciamos el camino de la Cuaresma, tiempo de escucha de la palabra de Dios, de oración y de penitencia. Son cuarenta días en los que la liturgia nos ayudará a revivir las fases destacadas del misterio de la salvación.

Como sabemos, el hombre fue creado para ser amigo de Dios, pero el pecado de los primeros padres rompió esa relación de confianza y de amor y, como consecuencia, hizo a la humanidad incapaz de realizar su vocación originaria. Sin embargo, gracias al sacrificio redentor de Cristo, hemos sido rescatados del poder del mal. En efecto, como escribe el apóstol san Juan, Cristo se hizo víctima de expiación por nuestros pecados (cf. 1 Jn 2, 2); y san Pedro añade: murió una vez para siempre por los pecados (cf. 1 P 3, 18).

También el bautizado, al morir en Cristo al pecado, renace a una vida nueva, restablecido gratuitamente en su dignidad de hijo de Dios. Por esto, en la primitiva comunidad cristiana, el bautismo era considerado como "la primera resurrección" (cf. Ap 20, 5; Rm 6, 1-11; Jn 5, 25-28).
Por tanto, desde los orígenes, la Cuaresma se vive como el tiempo de la preparación inmediata al bautismo, que se administra solemnemente durante la Vigilia pascual. Toda la Cuaresma era un camino hacia este gran encuentro con Cristo, hacia esta inmersión en Cristo y esta renovación de la vida. Nosotros ya estamos bautizados, pero con frecuencia el bautismo no es muy eficaz en nuestra vida diaria. Por eso, también para nosotros la Cuaresma es un "catecumenado" renovado, en el que salimos de nuevo al encuentro de nuestro bautismo para redescubrirlo y volver a vivirlo en profundidad, para ser de nuevo realmente cristianos.

Así pues, la Cuaresma es una oportunidad para "volver a ser" cristianos, a través de un proceso constante de cambio interior y de progreso en el conocimiento y en el amor de Cristo. La conversión no se realiza nunca de una vez para siempre, sino que es un proceso, un camino interior de toda nuestra vida. Ciertamente, este itinerario de conversión evangélica no puede limitarse a un período particular del año: es un camino de cada día, que debe abrazar toda la existencia, todos los días de nuestra vida.

Desde esta perspectiva, para cada cristiano y para todas las comunidades eclesiales, la Cuaresma es el tiempo espiritual propicio para entrenarse con mayor tenacidad en la búsqueda de Dios, abriendo el corazón a Cristo. San Agustín dijo una vez que nuestra vida es un ejercicio del deseo de acercarnos a Dios, de ser capaces de dejar entrar a Dios en nuestro ser. "Toda la vida del cristiano fervoroso —dice— es un santo deseo". Si esto es así, en Cuaresma se nos invita con mayor fuerza a arrancar "de nuestros deseos las raíces de la vanidad" para educar el corazón a desear, es decir, a amar a Dios. "Dios —dice también san Agustín—, es todo lo que deseamos" (cf. Tract. in Iohn., 4). Ojalá que comencemos realmente a desear a Dios, para desear así la verdadera vida, el amor mismo y la verdad.

Es muy oportuna la exhortación de Jesús, que refiere el evangelista san Marcos: "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15). El deseo sincero de Dios nos lleva a evitar el mal y a hacer el bien. Esta conversión del corazón es ante todo un don gratuito de Dios, que nos ha creado para sí y en Jesucristo nos ha redimido: nuestra verdadera felicidad consiste en permanecer en él (cf. Jn 15, 4). Por este motivo, él mismo previene con su gracia nuestro deseo y acompaña nuestros esfuerzos de conversión.

Pero, ¿qué es en realidad convertirse? Convertirse quiere decir buscar a Dios, caminar con Dios, seguir dócilmente las enseñanzas de su Hijo, de Jesucristo; convertirse no es un esfuerzo para autorrealizarse, porque el ser humano no es el arquitecto de su propio destino eterno. Nosotros no nos hemos hecho a nosotros mismos. Por ello, la autorrealización es una contradicción y, además, para nosotros es demasiado poco. Tenemos un destino más alto. Podríamos decir que la conversión consiste precisamente en no considerarse "creadores" de sí mismos, descubriendo de este modo la verdad, porque no somos autores de nosotros mismos.

La conversión consiste en aceptar libremente y con amor que dependemos totalmente de Dios, nuestro verdadero Creador; que dependemos del amor. En realidad, no se trata de dependencia, sino de libertad. Por tanto, convertirse significa no buscar el éxito personal —que es algo efímero—, sino, abandonando toda seguridad humana, seguir con sencillez y confianza al Señor a fin de que Jesús sea para cada uno, como solía repetir la beata Teresa de Calcuta, "mi todo en todo". Quien se deja conquistar por él no tiene miedo de perder su vida, porque en la cruz él nos amó y se entregó por nosotros. Y precisamente, perdiendo por amor nuestra vida, la volvemos a encontrar.

En el mensaje para la Cuaresma publicado hace pocos días, puse de relieve el inmenso amor que Dios nos tiene, para que los cristianos de todas las comunidades se unan espiritualmente durante el tiempo de la Cuaresma a María y Juan, el discípulo predilecto, en la contemplación de Cristo, que en la cruz consumó por la humanidad el sacrificio de su vida (cf. Jn 19, 25).

Sí, queridos hermanos y hermanas, la cruz es la revelación definitiva del amor y de la misericordia divina también para nosotros, hombres y mujeres de nuestra época, con demasiada frecuencia distraídos por preocupaciones e intereses terrenos y momentáneos. Dios es amor y su amor es el secreto de nuestra felicidad. Ahora bien, para entrar en este misterio de amor no hay otro camino que el de perdernos, entregarnos: el camino de la cruz. "Si alguno quiere venir en pos de mí —dice el Señor—, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mc 8, 34). Por eso, la liturgia cuaresmal, además de invitarnos a reflexionar y orar, nos estimula a valorar más la penitencia y el sacrificio, para rechazar el pecado y el mal, y vencer el egoísmo y la indiferencia. De este modo, la oración, el ayuno y la penitencia, las obras de caridad en favor de los hermanos se convierten en sendas espirituales que hay que recorrer para volver a Dios, respondiendo a los repetidos llamamientos a la conversión, presente también en la liturgia de hoy (cf. Jl 2, 12-13; Mt 6, 16-18).

Queridos hermanos y hermanas, que el período cuaresmal, que hoy iniciamos con el austero y significativo rito de la imposición de la Ceniza, sea para todos una renovada experiencia del amor misericordioso de Cristo, que en la cruz derramó su sangre por nosotros.

Sigamos dócilmente su ejemplo para "volver a dar" también nosotros su amor al prójimo, especialmente a los que sufren y atraviesan dificultades. Esta es la misión de todo discípulo de Cristo, pero para cumplirla es necesario permanecer a la escucha de su Palabra y alimentarse asiduamente de su Cuerpo y de su Sangre. Que el itinerario cuaresmal, que en la Iglesia antigua era itinerario hacia la iniciación cristiana, hacia el bautismo y la Eucaristía, sea para nosotros, los bautizados, un tiempo "eucarístico", en el que participemos con mayor fervor en el sacrificio de la Eucaristía.

La Virgen María, que, después de compartir la pasión dolorosa de su Hijo divino, experimentó la alegría de la resurrección, nos acompañe en esta Cuaresma hacia el misterio de la Pascua, revelación suprema del amor de Dios.

¡Buena Cuaresma a todos!

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, especialmente a las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús, que celebran el capítulo general; a los fieles de Albacete, Tenerife y Toledo; a los estudiantes de Cáceres y San Sebastián, así como a los peregrinos de Argentina, Chile y México. El período cuaresmal, que hoy comenzamos con el austero y significativo rito de la imposición de la ceniza, sea para todos una experiencia renovada del amor misericordioso de Cristo. Aprendamos de él a amar al prójimo, especialmente a cuantos sufren. Que la Virgen María nos acompañe en esta Cuaresma para prepararnos a revivir el misterio de la Pascua, revelación suprema del amor de Dios. ¡Buena Cuaresma a todos!

(En italiano)
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo a los obispos de Umbría, que han venido a Roma para la visita "ad limina Apostolorum". Queridos hermanos en el episcopado, la Iglesia tiene la perenne misión de difundir la luz de la verdad de Cristo que ilumina a las gentes, para que resplandezca en todos los ámbitos de la sociedad. Anunciando el mensaje evangélico, toda comunidad cristiana se pone al servicio del hombre y del bien común. Conscientes de este mandato misionero, estimulad cada vez más a los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral a proseguir el esfuerzo de penetrar los espacios de la cultura actual con la linfa vital de la gracia divina. Ciertamente esta tarea no es fácil, pero es indispensable. La protección materna de la santísima Virgen os anime y haga fecundo el compromiso apostólico de todo el pueblo de Dios que está en Umbría.

Mi pensamiento va por último a los enfermos y a los recién casados. Bienvenidos, queridos amigos. El Papa tiene en su corazón un lugar especial para vosotros. A todos vosotros y a vuestros seres queridos dirijo mi afectuoso saludo, que acompaño con una bendición especial.


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Miércoles 7 de marzo de 2007

Palabras del Papa a los obispos de las diócesis de Piamonte y peregrinos presentes en la Basílica de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros y os doy a cada uno mi cordial bienvenida. Saludo ante todo a los peregrinos procedentes de las diócesis de la región eclesiástica de Piamonte, que acompañan a sus obispos en visita "ad limina".

Queridos amigos, también en Piamonte y en el Valle de Aosta, la fe cristiana afronta muchos desafíos debidos, en el actual contexto cultural, a las tendencias agnósticas presentes en el ámbito doctrinal, así como a las pretensiones de plena autonomía ética y moral. Ciertamente, hoy no es fácil anunciar y dar testimonio del Evangelio. Sin embargo, —y esto lo he podido constatar en todos mis coloquios y encuentros—, el pueblo sigue teniendo un sólido sustrato espiritual, que se manifiesta, entre otras cosas, en la atención a las instancias de la vida cristiana, en la íntima necesidad de Dios, en el redescubrimiento del valor de la oración, en la estima por el sacerdote celoso y su ministerio. Además, los fieles laicos y los grupos de compromiso apostólico manifiestan una profunda exigencia de aspiración a la santidad, la alta medida de la vida cristiana.

Me dirijo también a vosotros, queridos hermanos en el episcopado: ante las dificultades que a veces encuentran las comunidades eclesiales encomendadas a vuestra solicitud pastoral, os exhorto a continuar ayudándolas con valentía a seguir fielmente al Señor, aprovechando sus potencialidades espirituales y los carismas de cada uno. Recordadles que ninguna dificultad puede separarnos del amor de Cristo, como afirmaba san Pablo (cf. Rm 8, 35-39). Por eso, uniendo las fuerzas, vosotros, los pastores, juntamente con los sacerdotes, con las personas consagradas y con los fieles laicos, testimoniad con fervor vuestra —nuestra— adhesión común a Cristo y edificad la Iglesia en la caridad y en la verdad.

La Madre celestial, a la que el pueblo piamontés invoca desde siempre con profunda devoción, os asista, os ilumine y os conforte.

Ahora os saludo a vosotros, jóvenes aquí presentes, en particular a los alumnos de la escuela Don Carlo Castamagna, de Busto Arsizio, y a los de la escuela Don Juan Bosco, de Canónica d'Adda.

Queridos amigos, el tiempo de Cuaresma, que estamos viviendo, sea para vosotros ocasión propicia para redescubrir el don del seguimiento de Cristo y aprender a cumplir siempre, con su ayuda, la voluntad del Padre.

Así vamos por el sendero recto, el sendero que nos abre el camino futuro.

* * *

Sala Pablo VI

San Clemente Romano

Queridos hermanos y hermanas:

Durante los meses pasados hemos meditado en las figuras de cada uno de los Apóstoles y en los primeros testigos de la fe cristiana mencionados en los escritos del Nuevo Testamento. Ahora, dedicaremos nuestra atención a los padres apostólicos, es decir, a la primera y a la segunda generación de la Iglesia después de los Apóstoles. Así podemos ver cómo comienza el camino de la Iglesia en la historia.

San Clemente, obispo de Roma en los últimos años del siglo I, es el tercer sucesor de Pedro, después de Lino y Anacleto. El testimonio más importante sobre su vida es el de san Ireneo, obispo de Lyon hasta el año 202, el cual atestigua que san Clemente "había visto a los Apóstoles", "se había relacionado con ellos" y "tenía todavía la predicación apostólica en sus oídos y su tradición ante sus ojos" (Adversus haereses, III, 3, 3). Testimonios tardíos, entre los siglos IV y VI, atribuyen a san Clemente el título de mártir.

La autoridad y el prestigio de este Obispo de Roma eran tan grandes, que se le atribuyeron varios escritos, pero su única obra segura es la Carta a los Corintios. Eusebio de Cesarea, el gran "archivero" de los orígenes cristianos, la presenta con estas palabras: "Nos ha llegado una carta de Clemente reconocida como auténtica, grande y admirable. Fue escrita por él, de parte de la Iglesia de Roma, a la Iglesia de Corinto... Sabemos que desde hace mucho tiempo y todavía hoy es leída públicamente durante la asamblea de los fieles" (Hist. Eccl. 3, 16).

A esta carta se le atribuía un carácter casi canónico. Al inicio de este texto, escrito en griego, san Clemente se lamenta de que "las repentinas y sucesivas calamidades y tribulaciones" (1, 1), le habían impedido una intervención en el tiempo oportuno. Estas "adversidades" se identifican con la persecución de Domiciano: por eso, la fecha de composición de la carta se debe remontar a un tiempo inmediatamente posterior a la muerte del emperador y al final de la persecución, es decir, inmediatamente después del año 96.

La intervención de san Clemente —estamos todavía en el siglo I— era requerida por los graves problemas por los que atravesaba la Iglesia de Corinto: en efecto, los presbíteros de la comunidad habían sido destituidos por algunos jóvenes contestadores. También san Ireneo alude a esa triste situación cuando escribe: "Bajo el gobierno de Clemente se produjo entre los hermanos de Corinto una divergencia de opiniones no pequeña; la Iglesia de Roma envió a los Corintios una carta importantísima para reconciliarlos en la paz, renovar su fe y anunciarles la tradición que ella había recibido recientemente de los Apóstoles" (Adversus haereses, III, 3, 3).

Por tanto, podríamos decir que esta carta constituye un primer ejercicio del Primado romano después de la muerte de san Pedro. La carta de san Clemente retoma algunos temas muy queridos por san Pablo, que había escrito dos grandes cartas a los Corintios, en particular, la dialéctica teológica, perennemente actual, entre el indicativo de la salvación y el imperativo del compromiso moral. Ante todo está la buena nueva de la gracia que salva. El Señor nos previene y nos da el perdón, nos da su amor, la gracia de ser cristianos, hermanos y hermanas suyos. Es una buena nueva que llena de alegría nuestra vida y que da seguridad a nuestro actuar: el Señor nos previene siempre con su bondad, y la bondad del Señor es siempre más grande que todos nuestros pecados.
Sin embargo, debemos comprometernos de manera coherente con el don recibido y responder al anuncio de la salvación con un camino generoso y valiente de conversión. Con respecto al modelo de san Pablo, la novedad está en que san Clemente, después de la parte doctrinal y de la parte práctica, que constituían el núcleo de todas las cartas de san Pablo, presenta una "gran oración", con la que prácticamente concluye la carta.

La ocasión inmediata de la carta permite al Obispo de Roma explicar con amplitud la identidad de la Iglesia y su misión. Si en Corinto ha habido abusos, observa san Clemente, el motivo hay que buscarlo en el debilitamiento de la caridad y de otras virtudes cristianas indispensables. Por eso, invita a los fieles a la humildad y al amor fraterno, dos virtudes que constituyen verdaderamente el ser en la Iglesia. "Seamos una porción santa", exhorta, "practiquemos todo lo que exige la santidad" (30, 1). En particular, el Obispo de Roma recuerda que el mismo Señor "estableció dónde y por quiénes quiere que se realicen los servicios litúrgicos, a fin de que, haciéndose todo santamente y con su beneplácito, sea acepto a su voluntad... En efecto, al sumo sacerdote le estaban encomendadas funciones litúrgicas propias; los sacerdotes ordinarios tenían asignado su lugar propio; y los levitas tenían encomendados sus propios servicios, mientras que el laico está sometido a los preceptos laicos" (40, 1-5: obsérvese que en esta carta de finales del siglo I aparece por primera vez en la literatura cristiana el término laikós, que significa "miembro del laos", es decir, "del pueblo de Dios").

De este modo, refiriéndose a la liturgia del antiguo Israel, san Clemente manifiesta su ideal de Iglesia, congregada por "un solo Espíritu de gracia derramado sobre nosotros", que sopla en los diversos miembros del Cuerpo de Cristo, en el que todos, unidos sin ninguna separación, son "miembros los unos de los otros" (46, 6-7). La neta distinción entre los "laicos" y la jerarquía no significa en absoluto una contraposición, sino sólo la conexión orgánica de un cuerpo, de un organismo, con sus diferentes funciones. En efecto, la Iglesia no es un lugar de confusión y anarquía, donde uno puede hacer lo que quiera en cada momento: en este organismo, con una estructura articulada, cada uno ejerce su ministerio según la vocación recibida.

Por lo que atañe a los jefes de las comunidades, san Clemente explica claramente la doctrina de la sucesión apostólica. Las normas que la regulan derivan, en última instancia, de Dios mismo. El Padre envió a Jesucristo, quien a su vez mandó a los Apóstoles. Estos, luego, mandaron a los primeros jefes de las comunidades y establecieron que a ellos les sucedieran otros hombres dignos. Por tanto, todo procede "ordenadamente por voluntad de Dios" (42). Con estas palabras, con estas frases, san Clemente subraya que la Iglesia tiene una estructura sacramental y no una estructura política. La acción de Dios, que sale a nuestro encuentro en la liturgia, precede a nuestras decisiones y nuestras ideas. La Iglesia es, sobre todo, don de Dios y no creación nuestra; por eso, esta estructura sacramental no sólo garantiza el ordenamiento común, sino también la precedencia del don de Dios, que todos necesitamos.

Por último, la "gran oración" confiere una dimensión cósmica a las argumentaciones precedentes. San Clemente alaba y da gracias a Dios por su maravillosa providencia de amor, que creó el mundo y sigue salvándolo y santificándolo. Particular importancia asume la invocación por los gobernantes. Después de los textos del Nuevo Testamento, constituye la oración más antigua por las instituciones políticas. Así, tras la persecución, los cristianos, aunque sabían que continuarían las persecuciones, no dejaban de rezar por las mismas autoridades que los habían condenado injustamente. El motivo es, ante todo, de carácter cristológico: se debe orar por los perseguidores, como hizo Jesús en la cruz.

Pero esta oración encierra también una enseñanza que orienta, a través de los siglos, la actitud de los cristianos ante la política y el Estado. Al orar por las autoridades, san Clemente reconoce la legitimidad de las instituciones políticas en el orden establecido por Dios; al mismo tiempo, manifiesta la preocupación de que las autoridades sean dóciles a Dios y "ejerzan con paz, mansedumbre y piedad, el poder que Dios les ha dado" (61, 2). El César no lo es todo. Existe otra soberanía, cuyo origen y esencia no son de este mundo, sino "de arriba": la de la Verdad, que con respecto al Estado tiene derecho a ser escuchada.

Así, la carta de san Clemente afronta numerosos temas de perenne actualidad. Es aún más significativa en cuanto que representa, desde el siglo I, la solicitud de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las demás Iglesias. Con el mismo Espíritu, hagamos nuestras las invocaciones de la "gran oración", en las que el Obispo de Roma se hace portavoz del mundo entero: "Sí, oh Señor, haz que resplandezca en nosotros tu rostro por el bien de la paz; protégenos con tu mano poderosa... Te damos gracias, a través del sumo Sacerdote y protector de nuestras almas, Jesucristo, por el cual sea gloria y alabanza a ti, ahora y de generación en generación, por los siglos de los siglos. Amén" (60-61).

Saludos

Me es grato saludar con afecto a los visitantes de lengua española. En particular, saludo a los formadores y seminaristas del seminario mayor de León, así como a los distintos grupos parroquiales y asociaciones venidos de España, México y otros países latinoamericanos. Animo a todos a colaborar para que vuestras comunidades eclesiales vivan en la unidad y en la caridad. ¡Gracias por vuestra visita!

(En italiano)
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a las religiosas enfermeras, que participan en el encuentro organizado por la Unión de superioras mayores de Italia. Queridas hermanas, contemplando el rostro sufriente de Cristo, esforzaos con humilde valentía por ser testigos de su amor misericordioso cada día, en contacto con el amplio mundo de la enfermedad y del dolor.

Saludo también a los militares de la "Escuela del Genio" de Roma, así como a los del 82° Regimiento de Infantería "Turín" de Barletta. Queridos amigos, os agradezco vuestra presencia y os aseguro mi oración para que se refuerce en vosotros el firme deseo de dar testimonio de Jesucristo, único Salvador del mundo.

Mi pensamiento va, por último, a los enfermos y a los recién casados. Queridos enfermos, participando con paciencia y amor en el mismo sufrimiento del Hijo de Dios encarnado, compartid desde ahora la gloria y la alegría de su resurrección. Y vosotros, queridos recién casados, hallad en la alianza que Cristo ha establecido con su Iglesia, al precio de su sangre, el apoyo de vuestro pacto conyugal y de vuestra misión en la Iglesia y en la sociedad.


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Miércoles 14 de marzo de 2007

San Ignacio de Antioquía

Queridos hermanos y hermanas:

Como hicimos ya el miércoles pasado, hablamos de las personalidades de la Iglesia primitiva. La semana pasada hablamos del Papa Clemente I, tercer Sucesor de san Pedro. Hoy hablamos de san Ignacio, que fue el tercer obispo de Antioquía, del año 70 al 107, fecha de su martirio. En aquel tiempo Roma, Alejandría y Antioquía eran las tres grandes metrópolis del imperio romano. El concilio de Nicea habla de tres "primados": el de Roma, pero también Alejandría y Antioquía participan, en cierto sentido, en un "primado".

San Ignacio era obispo de Antioquía, que hoy se encuentra en Turquía. Allí, en Antioquía, como sabemos por los Hechos de los Apóstoles, surgió una comunidad cristiana floreciente: su primer obispo fue el apóstol san Pedro —así nos lo dice la tradición— y allí "por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (Hch 11, 26). Eusebio de Cesarea, un historiador del siglo IV, dedica un capítulo entero de su Historia eclesiástica a la vida y a la obra literaria de san Ignacio (III, 3). "Desde Siria —escribe— Ignacio fue enviado a Roma para ser arrojado como alimento a las fieras, a causa del testimonio que dio de Cristo. Al realizar su viaje por Asia, bajo la custodia severa de los guardias" (que él, en su Carta a los Romanos, V, 1, llama "diez leopardos"), "en cada una de las ciudades por donde pasaba, con predicaciones y exhortaciones, iba consolidando las Iglesias; sobre todo exhortaba, con gran ardor, a guardarse de las herejías que ya entonces comenzaban a pulular, y les recomendaba que no se apartaran de la tradición apostólica".

La primera etapa del viaje de san Ignacio hacia el martirio fue la ciudad de Esmirna, donde era obispo san Policarpo, discípulo de san Juan. Allí san Ignacio escribió cuatro cartas, respectivamente, a las Iglesias de Éfeso, Magnesia, Trales y Roma. "Habiendo partido de Esmirna —prosigue Eusebio— Ignacio fue a Tróada, y desde allí envió otras cartas": dos a las Iglesias de Filadelfia y Esmirna, y una al obispo Policarpo. Eusebio completa así la lista de las cartas, que han llegado hasta nosotros como un valioso tesoro de la Iglesia del siglo I. Leyendo esos textos se percibe la lozanía de la fe de la generación que conoció a los Apóstoles. En esas cartas se percibe también el amor ardiente de un santo. Por último, desde Tróada el mártir llegó a Roma, donde, en el anfiteatro Flavio, fue dado como alimento a las bestias feroces.

Ningún Padre de la Iglesia expresó con la intensidad de san Ignacio el deseo de unión con Cristo y de vida en él. Por eso, hemos leído el pasaje evangélico de la vid, que según el Evangelio de san Juan, es Jesús. En realidad, confluyen en san Ignacio dos "corrientes" espirituales: la de san Pablo, orientada totalmente a la unión con Cristo, y la de san Juan, concentrada en la vida en él. A su vez, estas dos corrientes desembocan en la imitación de Cristo, al que san Ignacio proclama muchas veces como "mi Dios" o "nuestro Dios".

Así, san Ignacio suplica a los cristianos de Roma que no impidan su martirio, porque está impaciente por "unirse a Jesucristo". Y explica: "Para mí es mejor morir en (eis) Jesucristo, que ser rey de los términos de la tierra. Quiero a Aquel que murió por nosotros; quiero a Aquel que resucitó por nosotros... Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios" (Carta a los Romanos, VI: Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1993, p. 478). En esas expresiones ardientes de amor se puede percibir el notable "realismo" cristológico típico de la Iglesia de Antioquía, muy atento a la encarnación del Hijo de Dios y a su humanidad verdadera y concreta: Jesucristo —escribe san Ignacio a los cristianos de Esmirna (I, 1)— "es realmente del linaje de David", "realmente nació de una virgen", "realmente fue clavado en la cruz por nosotros".

La irresistible orientación de san Ignacio hacia la unión con Cristo fundamenta una auténtica "mística de la unidad". Él mismo se define "un hombre al que ha sido encomendada la tarea de la unidad" (Carta a los cristianos de Filadelfia, VIII, 1).

Para san Ignacio la unidad es, ante todo, una prerrogativa de Dios, que existiendo en tres Personas es Uno en absoluta unidad. A menudo repite que Dios es unidad, y que sólo en Dios esa unidad se encuentra en estado puro y originario. La unidad que los cristianos debemos realizar en esta tierra no es más que una imitación, lo más cercana posible, del arquetipo divino.

De este modo san Ignacio llega a elaborar una visión de la Iglesia que contiene algunas expresiones muy semejantes a las de la Carta a los Corintios de san Clemente Romano. "Conviene —escribe por ejemplo a los cristianos de Éfeso— que tengáis un mismo sentir con vuestro obispo, que es justamente cosa que ya hacéis. En efecto, vuestro colegio de presbíteros, digno del nombre que lleva, digno de Dios, está tan armoniosamente concertado con su obispo como las cuerdas con la lira. (...) Por eso, con vuestra concordia y con vuestro amor sinfónico, cantáis a Jesucristo. Así, vosotros, cantáis a una en coro, para que en la sinfonía de la concordia, después de haber cogido el tono de Dios en la unidad, cantéis con una sola voz" (IV, 1-2).

Asimismo, después de recomendar a los cristianos de Esmirna que "nadie haga nada en lo que atañe a la Iglesia sin contar con el obispo" (VIII, 1), dice a san Policarpo: "Yo me ofrezco como rescate por quienes se someten al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. Y ojalá que con ellos se me concediera tener parte con Dios. Trabajad unos junto a otros, luchad unidos, corred a una, sufrid, dormid y despertad todos a la vez, como administradores de Dios, como sus asistentes y servidores. Tratad de agradar al Capitán bajo cuya bandera militáis y de quien habéis de recibir el sueldo. Que ninguno de vosotros sea declarado desertor. Vuestro bautismo ha de permanecer como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas" (Carta a san Policarpo, VI, 1-2: Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1993, p. 500).

En conjunto, se puede apreciar en las Cartas de san Ignacio una especie de dialéctica constante y fecunda entre dos aspectos característicos de la vida cristiana: por una parte, la estructura jerárquica de la comunidad eclesial; y, por otra, la unidad fundamental que vincula entre sí a todos los fieles en Cristo. En consecuencia, las funciones no se pueden contraponer. Al contrario, se insiste continuamente en la comunión de los creyentes entre sí y con sus pastores, mediante elocuentes imágenes y analogías: la lira, las cuerdas, la entonación, el concierto, la sinfonía.

Es evidente la responsabilidad peculiar de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos en la edificación de la comunidad. Ante todo a ellos se dirige la invitación al amor y a la unidad. "Sed uno", escribe san Ignacio a los Magnesios, remitiéndose a la oración de Jesús en la última Cena: "Una sola oración, una sola mente, una sola esperanza en el amor... Corred todos a una a Jesucristo como al único templo de Dios, como al único altar: él es uno, y procediendo del único Padre, ha permanecido unido a él, y a él ha vuelto en la unidad" (VII, 1-2).

En la literatura cristiana san Ignacio fue el primero en atribuir a la Iglesia el adjetivo "católica", es decir, "universal": "Donde está Jesucristo —afirma— allí está la Iglesia católica" (Carta a los cristianos de Esmirna, VIII, 2). Y precisamente en el servicio de unidad a la Iglesia católica la comunidad cristiana de Roma ejerce una especie de primado en el amor: "En Roma ella, digna de Dios, venerable, digna de toda bienaventuranza... preside en la caridad, que tiene la ley de Cristo y lleva el nombre del Padre" (Carta a los Romanos, prólogo).

Como se puede ver, san Ignacio es verdaderamente "el doctor de la unidad": unidad de Dios y unidad de Cristo (a pesar de las diversas herejías que ya comenzaban a circular y separaban en Cristo la naturaleza humana y la divina), unidad de la Iglesia, unidad de los fieles "en la fe y en la caridad, a las que nada se puede anteponer" (Carta a los cristianos de Esmirna, VI, 1).

En definitiva, el "realismo" de san Ignacio invita a los fieles de ayer y de hoy, nos invita a todos a una síntesis progresiva entre configuración con Cristo (unión con él, vida en él) y entrega a su Iglesia (unidad con el obispo, servicio generoso a la comunidad y al mundo). Es decir, hay que llegar a una síntesis entre comunión de la Iglesia en su interior y misión-proclamación del Evangelio a los demás, hasta que una dimensión hable a través de la otra, y los creyentes estén cada vez más "en posesión del espíritu indiviso, que es Jesucristo mismo" (Carta a los cristianos de Magnesia, XV).

Pidiendo al Señor esta "gracia de unidad", y con la convicción de presidir en la caridad a toda la Iglesia (cf. Carta a los Romanos, prólogo), os expreso a vosotros el mismo deseo con el que concluye la carta de san Ignacio a los cristianos de Trales: "Amaos unos a otros con corazón indiviso. Mi espíritu se ofrece en sacrificio por vosotros, no sólo ahora, sino también cuando logre alcanzar a Dios... Quiera el Señor que en él os encontréis sin mancha" (XIII).

Y oremos para que el Señor nos ayude a lograr esta unidad y a encontrarnos al final sin mancha, porque es el amor el que purifica las almas.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular a la Hermandad de veteranos de las Fuerzas armadas y Guardia civil de España, con su consiliario nacional, mons. José Manuel Estepa, un querido amigo mío; a la delegación de pastoral de la salud, de Santiago de Compostela, acompañados de su arzobispo, mons. Julián Barrio; así como a los demás grupos de España, México y otros países latinoamericanos. Os animo a estar muy unidos a Cristo, y a trabajar por la salvación de todos los hombres, superando toda forma de división. ¡Gracias por vuestra visita!

(En polaco)
Ayer se publicó la exhortación "Sacramentum caritatis", dedicada a la Eucaristía. Hoy san Ignacio de Antioquía nos invita a vivir en unión con Cristo, que murió y resucitó por nosotros, y su persona y su obra redentora están presentes entre nosotros en el misterio de la Eucaristía. Que este sacramento sea para todos una fuente inagotable de gracia. ¡Que Dios os bendiga!

(En italiano)
Queridos amigos, os animo a sentiros cada vez más implicados en la misión de la Iglesia para afrontar con nuevo impulso apostólico los numerosos desafíos sociales y religiosos de la época actual. En los diálogos con vuestros obispos he oído ya que en Pulla la Iglesia está todavía viva, es dinámica y llena de fe. Y vosotros, queridos hermanos en el episcopado, no os canséis de solicitar a quienes están encomendados a vuestra solicitud pastoral a encontrarse personalmente con Cristo vivo en medio de nosotros, aceptando íntegramente su Evangelio y las exigencias morales que brotan de él.

Mi saludo va finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, buscad sinceramente el amor de Dios y sedle siempre fieles. Queridos enfermos, no permitáis que el sufrimiento apague en vosotros la luz de la fe en Cristo, el cual os sostiene en la prueba. Y vosotros, queridos recién casados, llamados por Dios a formar una nueva familia, haced de vuestra existencia una misión de amor fiel y generoso.


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Miércoles 21 de marzo de 2007

San Justino

Queridos hermanos y hermanas:

En estas catequesis estamos reflexionando sobre las grandes figuras de la Iglesia primitiva. Hoy hablamos de san Justino, filósofo y mártir, el más importante de los Padres apologistas del siglo II. Con la palabra "apologista" se designa a los antiguos escritores cristianos que se proponían defender la nueva religión de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adecuada a la cultura de su tiempo. Así, los apologistas buscan dos finalidades: una, estrictamente apologética, o sea, defender el cristianismo naciente (apologhía, en griego, significa precisamente "defensa"); y otra, "misionera", o sea, proponer, exponer los contenidos de la fe con un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles para los contemporáneos.

San Justino nació, alrededor del año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; durante mucho tiempo buscó la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su Diálogo con Trifón, un misterioso personaje, un anciano con el que se encontró en la playa del mar, primero lo confundió, demostrándole la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le explicó que tenía que acudir a los antiguos profetas para encontrar el camino de Dios y la "verdadera filosofía". Al despedirse, el anciano lo exhortó a la oración, para que se le abrieran las puertas de la luz.

Este relato constituye el episodio crucial de la vida de san Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, que consideraba como la verdadera filosofía, pues en ella había encontrado la verdad y, por tanto, el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y decapitado en torno al año 165, en el reinado de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien san Justino había dirigido una de sus Apologías.

Las dos Apologías y el Diálogo con el judío Trifón son las únicas obras que nos quedan de él. En ellas, san Justino quiere ilustrar ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el Logos, es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Todo hombre, como criatura racional, participa del Logos, lleva en sí una "semilla" y puede vislumbrar la verdad. Así, el mismo Logos, que se reveló como figura profética a los judíos en la Ley antigua, también se manifestó parcialmente, como en "semillas de verdad", en la filosofía griega. Ahora, concluye san Justino, dado que el cristianismo es la manifestación histórica y personal del Logos en su totalidad, "todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos" (2 Apol. XIII, 4). De este modo, san Justino, aunque critica las contradicciones de la filosofía griega, orienta con decisión hacia el Logos cualquier verdad filosófica, motivando desde el punto de vista racional la singular "pretensión" de verdad y de universalidad de la religión cristiana.

Si el Antiguo Testamento tiende hacia Cristo del mismo modo que una figura se orienta hacia la realidad que significa, también la filosofía griega tiende a Cristo y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos realidades, el Antiguo Testamento y la filosofía griega, son los dos caminos que llevan a Cristo, al Logos. Por este motivo la filosofía griega no puede oponerse a la verdad evangélica, y los cristianos pueden recurrir a ella con confianza, como si se tratara de un bien propio. Por eso, mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II definió a san Justino "un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento": pues san Justino, "conservando después de la conversión una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo había encontrado "la única filosofía segura y provechosa" (Diálogo con Trifón VIII, 1)" (Fides et ratio, 38).

En conjunto, la figura y la obra de san Justino marcan la decidida opción de la Iglesia antigua por la filosofía, por la razón, más bien que por la religión de los paganos. De hecho, los primeros cristianos no quisieron aceptar nada de la religión pagana. La consideraban idolatría, hasta el punto de que por eso fueron acusados de "impiedad" y de "ateísmo". En particular, san Justino, especialmente en su primera Apología, hizo una crítica implacable de la religión pagana y de sus mitos, que consideraba como "desviaciones" diabólicas en el camino de la verdad.

Sin embargo, la filosofía constituyó el área privilegiada del encuentro entre paganismo, judaísmo y cristianismo, precisamente en el ámbito de la crítica a la religión pagana y a sus falsos mitos. "Nuestra filosofía": así, de un modo muy explícito, llegó a definir la nueva religión otro apologista contemporáneo de san Justino, el obispo Melitón de Sardes (Historia Eclesiástica, IV, 26, 7).

De hecho, la religión pagana no seguía los caminos del Logos, sino que se empeñaba en seguir los del mito, a pesar de que este, según la filosofía griega, carecía de consistencia en la verdad. Por eso, el ocaso de la religión pagana resultaba inevitable: era la consecuencia lógica del alejamiento de la religión de la verdad del ser, al reducirse a un conjunto artificial de ceremonias, convenciones y costumbres.

San Justino, y con él los demás apologistas, firmaron la clara toma de posición de la fe cristiana por el Dios de los filósofos contra los falsos dioses de la religión pagana. Era la opción por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas décadas después de san Justino, Tertuliano definió esa misma opción de los cristianos con una sentencia lapidaria que sigue siendo siempre válida: "Dominus noster Christus veritatem se, non consuetudinem, cognominavit", "Cristo afirmó que era la verdad, no la costumbre" (De virgin. vel., I, 1).

A este respecto, conviene observar que el término consuetudo, que utiliza Tertuliano para referirse a la religión pagana, en los idiomas modernos se puede traducir con las expresiones "moda cultural", "moda del momento".

En una época como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religión -así como en el diálogo interreligioso-, esta es una lección que no hay que olvidar. Con esta finalidad -y así concluyo- os vuelvo a citar las últimas palabras del misterioso anciano, con quien se encontró el filósofo Justino a la orilla del mar: "Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden comprender" (Diálogo con Trifón VII, 3).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos venidos de España y de América Latina, especialmente a las Religiosas del Sagrado Corazón, a los miembros del Colegio de Titulados mercantiles de Madrid, a los de la Consejería de Educación de la Junta de Galicia; así como a los fieles de Cádiz, Melilla, Alcoy, Sabadell y Getafe. En nuestra época, marcada por el relativismo en el debate sobre los valores, la religión, y también en el diálogo interreligioso, recordemos esta enseñanza de san Justino. Pidamos, pues, a Dios que ilumine nuestra mente para que comprendamos el gran don de la salvación y de la verdad recibidas de Cristo.

(En polaco)
Anteayer celebramos la solemnidad de san José. Como sabéis, es también mi patrono, por eso os agradezco cordialmente las oraciones que habéis hecho por mí. Ruego a san José que os sostenga y os proteja y, en particular, ayude a los padres de familia en su ardua misión. Aprendamos de él a ser fieles al amor de Dios y del prójimo.

(En italiano)

A los obispos de Cerdeña, que están realizando la visita "ad limina Apostolorum", acompañados de dos mil quinientos peregrinos de sus diócesis

Queridos amigos, en la reciente exhortación apostólica recordé el valor de la Eucaristía para la vida de la Iglesia y de todo cristiano. Os animo también a vosotros a sacar de esta admirable fuente la fuerza espiritual necesaria para manteneros fieles al Evangelio y testimoniar siempre y por doquier el amor de Dios. Y vosotros, queridos hermanos en el episcopado, "haciéndoos modelos de la grey" (1 P 5, 3), no os canséis de guiar a los fieles encomendados a vuestro cuidado pastoral a una adhesión personal y comunitaria a Cristo, cada vez más generosa.

* **

Mi saludo va a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En el clima espiritual de la Cuaresma, tiempo de conversión y de reconciliación, os invito, queridos jóvenes, a seguir el ejemplo de Jesús, para ser fieles anunciadores de su mensaje salvífico. A vosotros, queridos enfermos, os animo a llevar vuestra cruz cotidiana, en íntima unión con Cristo nuestro Señor. Y finalmente, a vosotros, queridos recién casados, os exhorto a hacer de vuestras familias comunidades de ardiente testimonio cristiano.


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18/04/2013 20:55

Miércoles 28 de marzo de 2007

San Ireneo de Lyon

Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Las noticias biográficas acerca de él provienen de su mismo testimonio, transmitido por Eusebio en el quinto libro de la "Historia eclesiástica".

San Ireneo nació con gran probabilidad, entre los años 135 y 140, en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía), donde en su juventud fue alumno del obispo san Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol san Juan. No sabemos cuándo se trasladó de Asia Menor a la Galia, pero el viaje debió de coincidir con los primeros pasos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177, encontramos a san Ireneo en el colegio de los presbíteros.

Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a san Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, que murió a causa de los malos tratos sufridos en la cárcel. De este modo, a su regreso, san Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizá con el martirio.

San Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Tiene la prudencia, la riqueza de doctrina y el celo misionero del buen pastor. Como escritor, busca dos finalidades: defender de los asaltos de los herejes la verdadera doctrina y exponer con claridad las verdades de la fe. A estas dos finalidades responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros "Contra las herejías" y "La exposición de la predicación apostólica", que se puede considerar también como el más antiguo "catecismo de la doctrina cristiana". En definitiva, san Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.

La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la "gnosis", una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, que no pueden comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales —se llamaban "gnósticos"— comprenderían lo que se ocultaba detrás de esos símbolos y así formarían un cristianismo de élite, intelectualista.

Obviamente, este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos a menudo extraños y extravagantes, pero atractivos para muchos. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios, Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban que junto al Dios bueno existía un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.

Cimentándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, san Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la santidad originaria de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que la del espíritu. Pero su obra va mucho más allá de la confutación de la herejía; en efecto, se puede decir que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, el que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe.

En el centro de su doctrina está la cuestión de la "regla de la fe" y de su transmisión. Para san Ireneo la "regla de la fe" coincide en la práctica con el Credo de los Apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender qué quiere decir, cómo debemos leer el Evangelio mismo.

De hecho, el Evangelio predicado por san Ireneo es el que recibió de san Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de san Policarpo se remonta al apóstol san Juan, de quien san Policarpo fue discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el transmitido por los obispos, que lo recibieron en una cadena ininterrumpida desde los Apóstoles. Estos no enseñaron más que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. Como nos dice san Ireneo, así no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo esta fe es apostólica, pues procede de los Apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.

Al aceptar esta fe transmitida públicamente por los Apóstoles a sus sucesores, los cristianos deben observar lo que dicen los obispos; deben considerar especialmente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del Colegio apostólico, san Pedro y san Pablo. Todas las Iglesias deben estar en armonía con la Iglesia de Roma, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia.

Con esos argumentos, resumidos aquí de manera muy breve, san Ireneo confuta desde sus fundamentos las pretensiones de los gnósticos, los "intelectuales": ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación no son privilegio y monopolio de unos pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los Apóstoles y, sobre todo, del Obispo de Roma. En particular, criticando el carácter "secreto" de la tradición gnóstica y constatando sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, san Ireneo se dedica a explicar el concepto genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.

a) La Tradición apostólica es "pública", no privada o secreta. Para san Ireneo no cabe duda de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los Apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiera conocer la verdadera doctrina le basta con conocer "la Tradición que procede de los Apóstoles y la fe anunciada a los hombres": tradición y fe que "nos han llegado a través de la sucesión de los obispos" (Contra las herejías III, 3, 3-4). De este modo, sucesión de los obispos —principio personal— y Tradición apostólica —principio doctrinal— coinciden.

b) La Tradición apostólica es "única". En efecto, mientras el gnosticismo se subdivide en numerosas sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales que, como hemos visto, san Ireneo llama precisamente regula fidei o veritatis. Por ser única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diversas culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas.

Hay un párrafo muy hermoso de san Ireneo en el libro Contra las herejías: "Habiendo recibido esta predicación y esta fe [de los Apóstoles], la Iglesia, aunque esparcida por el mundo entero, las conserva con esmero, como habitando en una sola mansión, y cree de manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón; y las predica, las enseña y las transmite con voz unánime, como si no poseyera más que una sola boca. Porque, aunque las lenguas del mundo difieren entre sí, el contenido de la Tradición es único e idéntico. Y ni las Iglesias establecidas en Alemania, ni las que están en España, ni las que están entre los celtas, ni las de Oriente, es decir, de Egipto y Libia, ni las que están fundadas en el centro del mundo, tienen otra fe u otra tradición" (I, 10, 1-2).

En ese momento —es decir, en el año 200—, se ve ya la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes de Alemania, España, Italia, Egipto y Libia, en la verdad común que nos reveló Cristo.

c) Por último, la Tradición apostólica es, como dice él en griego, la lengua en la que escribió su libro, "pneumatikÖ", es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en griego, espíritu se dice pne²ma. No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisión de la fe. Esta es la "vida" de la Iglesia; es lo que la mantiene siempre joven, es decir, fecunda con muchos carismas. La Iglesia y el Espíritu, para san Ireneo, son inseparables: "Esta fe", leemos en el tercer libro Contra las herejías, "que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un depósito valioso conservado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer al vaso mismo que lo contiene. (...) Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda gracia" (III, 24, 1).

Como se puede ver, san Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición, la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, porque esta Tradición siempre está internamente vivificada por el Espíritu Santo, el cual hace que viva de nuevo, hace que pueda ser interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que se presente como debe ser, es decir, "pública", "única", "pneumática", "espiritual". A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia.

Más en general, según la doctrina de san Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente fundada en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación del Espíritu. Esta doctrina es como un "camino real" para aclarar a todas las personas de buena voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para impulsar continuamente la acción misionera de la Iglesia, la fuerza de la verdad, que es la fuente de todos los auténticos valores del mundo.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los fieles de diversas parroquias y a los estudiantes llegados de España, así como a los militares de la Armada española. Saludo con afecto también a los visitantes de México y de otros países latinoamericanos. Os animo a adquirir una sólida formación en la fe de los Apóstoles, y a transmitirla fielmente a los demás con vuestras palabras y el ejemplo de vuestra vida. ¡Gracias por vuestra visita!

(En polaco)
En la preparación a los misterios de la Semana santa nos acompaña hoy san Ireneo de Lyon, que enseña a vivir estos misterios a la luz del Evangelio y en el espíritu de la Tradición, fundada en el testimonio de los Apóstoles. La Tradición es única y se transmite a las generaciones sucesivas gracias al Espíritu Santo. Que la contemplación del misterio de la Redención nos acerque a Cristo glorioso.

(A los peregrinos croatas)
Nos acercamos al domingo de Ramos y a la memoria de la entrada del Señor en Jerusalén. También él se acerca a nosotros y llama a la puerta de nuestra vida. Reconozcámoslo y acojámoslo para que nos haga partícipes de su victoria en la cruz. ¡Alabados sean Jesús y María!

(En esloveno saludó a un grupo de profesores
y alumnos del liceo clásico diocesano de Sentvid)
En vuestra búsqueda del saber no olvidéis que la fuente de la verdadera sabiduría está en el Señor. Cristo resucitado es el principio y el fin, el alfa y la omega. Que os acompañe siempre su bendición

(En italiano)
Saludo a los peregrinos de lengua italiana, en particular, a los obispos de las diócesis de Sicilia, que en estos días realizan la visita "ad limina Apostolorum", y a los fieles que los acompañan. Queridos hermanos en el episcopado, quisiera repetiros lo que el apóstol san Pablo recomendaba a Timoteo: anunciad íntegramente la palabra de Dios, insistid a tiempo y a destiempo, amonestad, corregid, exhortad con magnanimidad y doctrina (cf. 2 Tm 4, 2). Sostened con vuestro ejemplo a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los fieles laicos de Sicilia, para que sigan dando testimonio de Cristo y de su Evangelio con nuevo impulso y fervor. Que ningún temor sorprenda y agite vuestro corazón, queridos hermanos y hermanas. Quien sigue a Cristo no se intimida ante las dificultades; quien confía en él camina seguro. Sed constructores de paz en la justicia y en el amor, ofreciendo luz a los hombres de nuestro tiempo, los cuales aun agobiados por los afanes de la vida diaria, sienten la llamada de las realidades eternas.

Pensando en la fiesta de la Anunciación, que celebramos hace pocos días, dirijo un afectuoso saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el "sí" pronunciado por María os anime, queridos jóvenes, a responder con generosidad a la llamada de Dios. Que la humilde adhesión de la Virgen a la voluntad divina, tanto en Nazaret como en el Calvario, os ayude a vosotros, queridos enfermos, a uniros cada vez más profundamente al sacrificio redentor de Cristo. María, la primera en acoger al Verbo encarnado, os acompañe a vosotros, queridos recién casados, en el camino matrimonial y os ayude a crecer cada día en la fidelidad del amor.


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Miércoles 4 de abril de 2007

El Triduo sacro

Queridos hermanos y hermanas:

Mientras concluye el camino cuaresmal, que comenzó con el miércoles de Ceniza, la liturgia del Miércoles santo ya nos introduce en el clima dramático de los próximos días, impregnados del recuerdo de la pasión y muerte de Cristo. En efecto, en la liturgia de hoy el evangelista san Mateo propone a nuestra meditación el breve diálogo que tuvo lugar en el Cenáculo entre Jesús y Judas. "¿Acaso soy yo, Rabbí?", pregunta el traidor del divino Maestro, que había anunciado: "Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará". La respuesta del Señor es lapidaria: "Sí, tú lo has dicho" (cf. Mt 26, 14-25). Por su parte, san Juan concluye la narración del anuncio de la traición de Judas con pocas, pero significativas palabras: "Era de noche" (Jn 13, 30).

Cuando el traidor abandona el Cenáculo, se intensifica la oscuridad en su corazón —es una noche interior—, el desconcierto se apodera del espíritu de los demás discípulos —también ellos van hacia la noche—, mientras las tinieblas del abandono y del odio se condensan alrededor del Hijo del Hombre, que se dispone a consumar su sacrificio en la cruz.

En los próximos días conmemoraremos el enfrentamiento supremo entre la Luz y las Tinieblas, entre la Vida y la Muerte. También nosotros debemos situarnos en este contexto, conscientes de nuestra "noche", de nuestras culpas y responsabilidades, si queremos revivir con provecho espiritual el Misterio pascual, si queremos llegar a la luz del corazón mediante este Misterio, que constituye el fulcro central de nuestra fe.

El inicio del Triduo pascual es el Jueves santo, mañana. Durante la misa Crismal, que puede considerarse el preludio del Triduo sacro, el pastor diocesano y sus colaboradores más cercanos, los presbíteros, rodeados por el pueblo de Dios, renuevan las promesas formuladas el día de la ordenación sacerdotal.

Se trata, año tras año, de un momento de intensa comunión eclesial, que pone de relieve el don del sacerdocio ministerial que Cristo dejó a su Iglesia en la víspera de su muerte en la cruz. Y para cada sacerdote es un momento conmovedor en esta víspera de la Pasión, en la que el Señor se nos entregó a sí mismo, nos dio el sacramento de la Eucaristía, nos dio el sacerdocio. Es un día que toca el corazón de todos nosotros.

Luego se bendicen los óleos para la celebración de los sacramentos: el óleo de los catecúmenos, el óleo de los enfermos, y el santo crisma. Por la tarde, al entrar en el Triduo pascual, la comunidad cristiana revive en la misa in Cena Domini lo que sucedió durante la última Cena. En el Cenáculo el Redentor quiso anticipar el sacrificio de su vida en el Sacramento del pan y del vino convertidos en su Cuerpo y en su Sangre: anticipa su muerte, entrega libremente su vida, ofrece el don definitivo de sí mismo a la humanidad.

Con el lavatorio de los pies se repite el gesto con el que él, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo (cf. Jn 13, 1) y dejó a los discípulos, como su distintivo, este acto de humildad, el amor hasta la muerte. Después de la misa in Cena Domini, la liturgia invita a los fieles a permanecer en adoración del santísimo Sacramento, reviviendo la agonía de Jesús en Getsemaní. Y vemos cómo los discípulos se durmieron, dejando solo al Señor. También hoy, con frecuencia, nosotros, sus discípulos, dormimos. En esta noche sagrada de Getsemaní, queremos permanecer en vela; no queremos dejar solo al Señor en esta hora. Así podemos comprender mejor el misterio del Jueves santo, que abarca el triple sumo don del sacerdocio ministerial, de la Eucaristía y del mandamiento nuevo del amor ("agapé").

El Viernes santo, que conmemora los acontecimientos que van desde la condena a muerte hasta la crucifixión de Cristo, es un día de penitencia, de ayuno, de oración, de participación en la pasión del Señor. La asamblea cristiana, en la hora establecida, vuelve a recorrer, con la ayuda de la palabra de Dios y de los gestos litúrgicos, la historia de la infidelidad humana al designio divino, que sin embargo precisamente así se realiza, y vuelve a escuchar la narración conmovedora de la dolorosa pasión del Señor.

Luego dirige al Padre celestial una larga "oración de los fieles", que abarca todas las necesidades de la Iglesia y del mundo. Seguidamente, la comunidad adora la cruz y recibe la Comunión eucarística, consumiendo las especies sagradas conservadas desde la misa in Cena Domini del día anterior. San Juan Crisóstomo, comentando el Viernes santo, afirma: "Antes la cruz significaba desprecio, pero hoy es algo venerable; antes era símbolo de condena, y hoy es esperanza de salvación. Se ha convertido verdaderamente en manantial de infinitos bienes; nos ha librado del error, ha disipado nuestras tinieblas, nos ha reconciliado con Dios; de enemigos de Dios, nos ha hecho sus familiares; de extranjeros, nos ha hecho sus vecinos: esta cruz es la destrucción de la enemistad, el manantial de la paz, el cofre de nuestro tesoro" (De cruce et latrone I, 1, 4).

Para vivir de una manera más intensa la pasión del Redentor, la tradición cristiana ha dado vida a numerosas manifestaciones de religiosidad popular, entre las que se encuentran las conocidas procesiones del Viernes santo, con los sugerentes ritos que se repiten todos los años. Pero hay un ejercicio de piedad, el "vía crucis", que durante todo el año nos ofrece la posibilidad de imprimir cada vez más profundamente en nuestro espíritu el misterio de la cruz, de avanzar con Cristo por este camino, configurándonos así interiormente con él. Podríamos decir que el vía crucis, utilizando una expresión de san León Magno, nos enseña a "contemplar con los ojos del corazón a Jesús crucificado para reconocer en su carne nuestra propia carne" (Sermón 15 sobre la pasión del Señor). Precisamente en esto consiste la verdadera sabiduría del cristiano, que queremos aprender siguiendo el vía crucis del Viernes santo en el Coliseo.

El Sábado santo es el día en el que la liturgia calla, el día del gran silencio, en el que se invita a los cristianos a mantener un recogimiento interior, con frecuencia difícil de cultivar en nuestro tiempo, para prepararse mejor a la Vigilia pascual. En muchas comunidades se organizan retiros espirituales y encuentros de oración mariana, para unirse a la Madre del Redentor, que espera con trepidante confianza la resurrección de su Hijo crucificado.

Por último, en la Vigilia pascual el velo de tristeza que envuelve a la Iglesia por la muerte y la sepultura del Señor será rasgado por el grito de victoria: ¡Cristo ha resucitado y ha vencido para siempre a la muerte! Entonces podremos comprender verdaderamente el misterio de la cruz. "Dios crea prodigios incluso en lo imposible —escribe un autor antiguo— para que sepamos que sólo él puede hacer lo que quiere. De su muerte procede nuestra vida, de sus llagas nuestra curación, de su caída nuestra resurrección, de su descenso nuestra elevación" (Anónimo Cuartodecimano).

Animados por una fe más sólida, en el corazón de la Vigilia pascual acogeremos a los recién bautizados y renovaremos las promesas de nuestro bautismo. Así experimentaremos que la Iglesia está siempre viva, que siempre rejuvenece, que siempre es bella y santa, porque está fundada sobre Cristo que, tras haber resucitado, ya no muere nunca más.

Queridos hermanos y hermanas, el misterio pascual, que el Triduo sacro nos hará revivir, no es sólo recuerdo de una realidad pasada; es una realidad actual: también hoy Cristo vence con su amor al pecado y a la muerte. El mal, en todas sus formas, no tiene la última palabra. El triunfo final es de Cristo, de la verdad y del amor. Como nos recordará san Pablo en la Vigilia pascual, si con él estamos dispuestos a sufrir y morir, su vida se convierte en nuestra vida (cf. Rm 6, 9). En esta certeza se basa y se edifica nuestra existencia cristiana.

Invocando la intercesión de María santísima, que siguió a Jesús por el camino de la pasión y de la cruz y lo abrazó antes de ser sepultado, os deseo a todos que participéis con fervor en el Triduo pascual para experimentar la alegría de la Pascua juntamente con todos vuestros seres queridos.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En especial al grupo de estudiantes universitarios del CEU, de Madrid, y de otros colegios de España. Sobre todo, saludo al numeroso grupo que participa en la UNIV 2007. Queridos jóvenes, os invito a celebrar estos días santos, conscientes de que Cristo ha dado su vida por cada uno de nosotros. Después del gesto humilde del lavatorio de los pies, él nos dice: "También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis", es decir, amar a los demás como él nos ha amado. ¡Feliz Pascua de resurrección para todos!

(En polaco)
En estos días hemos recordado el segundo aniversario de la muerte del amado Juan Pablo II. Os agradezco a todos la constante oración ante su tumba. Me alegro con vosotros por el progreso de su causa de beatificación. Que la enseñanza del Siervo de Dios cambie la vida de todos los polacos y la vida de todas las familias polacas. A todos os deseo una intensa experiencia espiritual durante esta Semana santa y durante las alegres fiestas pascuales.

(A un grupo de fieles croatas)
En estos días santos experimentad la grandeza del amor que nos ha demostrado el Hijo de Dios con la institución de la Eucaristía y el sacerdocio, con su dolorosa pasión, con su muerte en la cruz, y con su gloriosa resurrección. Con fe firme y amor fiel, dadle gracias.

(En italiano)
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, os saludo a vosotros, participantes en el encuentro internacional de la UNIV, organizado por la prelatura del Opus Dei. Queridos amigos, os deseo que estos días en Roma sean para todos ocasión de una intensa experiencia eclesial, a fin de que volváis a casa animados por el deseo de servir más generosamente a Cristo y a los hermanos. "Servicio. ¡Cómo me gusta esta palabra!", decía san Josemaría Escrivá, y añadía: "Vamos a confiar al Señor nuestra decisión de aprender a realizar esta tarea de servicio, porque sólo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen" (Es Cristo que pasa, 182).

Saludo cordialmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Mañana entraremos en el Triduo sacro, que nos hará revivir los misterios centrales de nuestra salvación. Os invito a vosotros, queridos jóvenes, a mirar a la cruz a fin de encontrar en ella luz para caminar fielmente siguiendo las huellas del Redentor. Que para vosotros, queridos enfermos, la pasión del Señor, que culminó con el triunfo glorioso de la Pascua, constituya siempre, especialmente en los momentos de prueba, un manantial de esperanza y de consuelo. Y vosotros, queridos recién casados, disponed vuestro corazón a celebrar con intensa participación el misterio pascual, para que vuestra existencia se transforme cada día en una entrega recíproca, abierta al amor fecundo en bien.


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Miércoles 11 de abril de 2007

La octava de Pascua

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nos volvemos a reunir, después de las solemnes celebraciones de la Pascua, para el acostumbrado encuentro del miércoles. Ante todo deseo renovaros a cada uno mi más cordial felicitación pascual. Os agradezco vuestra presencia en tan gran número y doy gracias al Señor por el hermoso sol que nos da.

En la Vigilia pascual resonó este anuncio: "Verdaderamente, ha resucitado el Señor, aleluya". Ahora es él mismo quien nos habla: "No moriré —proclama—; seguiré vivo". A los pecadores dice: "Recibid el perdón de los pecados, pues yo soy vuestro perdón". Por último, a todos repite: "Yo soy la Pascua de la salvación, yo soy el Cordero inmolado por vosotros, yo soy vuestro rescate, yo soy vuestra vida, yo soy vuestra resurrección, yo soy vuestra luz, yo soy vuestra salvación, yo soy vuestro rey. Yo os mostraré al Padre". Así se expresa un escritor del siglo II, Melitón de Sardes, interpretando con realismo las palabras y el pensamiento del Resucitado (Sobre la Pascua, 102-103).

En estos días la liturgia recuerda varios encuentros que Jesús tuvo después de su resurrección: con María Magdalena y las demás mujeres que fueron al sepulcro de madrugada, el día que siguió al sábado; con los Apóstoles, reunidos incrédulos en el Cenáculo; con Tomás y los demás discípulos. Estas diferentes apariciones de Jesús constituyen también para nosotros una invitación a profundizar el mensaje fundamental de la Pascua; nos estimulan a recorrer el itinerario espiritual de quienes se encontraron con Cristo y lo reconocieron en esos primeros días después de los acontecimientos pascuales.

El evangelista Juan narra que Pedro y él mismo, al oír la noticia que les dio María Magdalena, corrieron, casi como en una competición, hacia el sepulcro (cf. Jn 20, 3 ss). Los Padres de la Iglesia vieron en esa carrera hacia el sepulcro vacío una exhortación a la única competición legítima entre los creyentes: la competición en busca de Cristo.

Y ¿qué decir de María Magdalena? Llorando, permanece junto a la tumba vacía con el único deseo de saber a dónde han llevado a su Maestro. Lo vuelve a encontrar y lo reconoce cuando la llama por su nombre (cf. Jn 20, 11-18). También nosotros, si buscamos al Señor con sencillez y sinceridad de corazón, lo encontraremos, más aún, será él quien saldrá a nuestro encuentro; se dejará reconocer, nos llamará por nuestro nombre, es decir, nos hará entrar en la intimidad de su amor.

Hoy, miércoles de la octava de Pascua, la liturgia nos invita a meditar en otro encuentro singular del Resucitado, el que tuvo con los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Mientras volvían a casa, desconsolados por la muerte de su Maestro, el Señor se hizo su compañero de viaje sin que lo reconocieran. Sus palabras, al comentar las Escrituras que se referían a él, hicieron arder el corazón de los dos discípulos, los cuales, al llegar a su destino, le pidieron que se quedara con ellos. Cuando, al final, él "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio" (Lc 24, 30), sus ojos se abrieron. Pero en ese mismo instante Jesús desapareció de su vista. Por tanto, lo reconocieron cuando desapareció.

Comentando este episodio evangélico, san Agustín afirma: "Jesús parte el pan y ellos lo reconocen. Entonces nosotros no podemos decir que no conocemos a Cristo. Si creemos, lo conocemos. Más aún, si creemos, lo tenemos. Ellos tenían a Cristo a su mesa; nosotros lo tenemos en nuestra alma". Y concluye: "Tener a Cristo en nuestro corazón es mucho más que tenerlo en la casa, pues nuestro corazón es más íntimo para nosotros que nuestra casa" (Discurso 232, VII, 7). Esforcémonos realmente por llevar a Jesús en el corazón.

En el prólogo de los Hechos de los Apóstoles, san Lucas afirma que el Señor resucitado, "después de su pasión, se les presentó (a los Apóstoles), dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días" (Hch 1, 3). Hay que entender bien: cuando el autor sagrado dice que les dio pruebas de que vivía no quiere decir que Jesús volvió a la vida de antes, como Lázaro. La Pascua que celebramos —observa san Bernardo— significa "paso" y no "regreso", porque Jesús no volvió a la situación anterior, sino que "cruzó una frontera hacia una condición más gloriosa", nueva y definitiva. Por eso —añade— "ahora Cristo ha pasado verdaderamente a una vida nueva" (cf. Discurso sobre la Pascua).

A María Magdalena el Señor le dijo: "Suéltame, pues todavía no he subido al Padre" (Jn 20, 17). Es sorprendente esta frase, sobre todo si se compara con lo que sucedió al incrédulo Tomás. Allí, en el Cenáculo, fue el Resucitado quien presentó las manos y el costado al Apóstol para que los tocara y así obtuviera la certeza de que era precisamente él (cf. Jn 20, 27). En realidad, los dos episodios no se contradicen; al contrario, uno ayuda a comprender el otro.

María Magdalena quería volver a tener a su Maestro como antes, considerando la cruz como un dramático recuerdo que era preciso olvidar. Sin embargo, ya no era posible una relación meramente humana con el Resucitado. Para encontrarse con él no había que volver atrás, sino entablar una relación totalmente nueva con él: era necesario ir hacia adelante.

Lo subraya san Bernardo: Jesús "nos invita a todos a esta nueva vida, a este paso... No veremos a Cristo volviendo la vista atrás" (Discurso sobre la Pascua). Es lo que aconteció a Tomás. Jesús le muestra sus heridas no para olvidar la cruz, sino para hacerla inolvidable también en el futuro.
Por tanto, la mirada ya está orientada hacia el futuro. El discípulo tiene la misión de testimoniar la muerte y la resurrección de su Maestro y su vida nueva. Por eso, Jesús invita a su amigo incrédulo a "tocarlo": lo quiere convertir en testigo directo de su resurrección.

Queridos hermanos y hermanas, también nosotros, como María Magdalena, Tomás y los demás discípulos, estamos llamados a ser testigos de la muerte y la resurrección de Cristo. No podemos guardar para nosotros la gran noticia. Debemos llevarla al mundo entero: "Hemos visto al Señor" (Jn 20, 24).

Que la Virgen María nos ayude a gustar plenamente la alegría pascual, para que, sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, seamos capaces de difundirla a nuestra vez dondequiera que vivamos y actuemos.

Una vez más: ¡Feliz Pascua a todos vosotros!

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial al grupo del seminario de Pamplona, a la Agencia para la reeducación y reinserción, de Madrid, así como a los grupos de las diversas parroquias y colegios de España, y a los demás peregrinos de Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a dejar que Cristo resucitado entre en vuestros corazones y nazca así, en cada persona y en el mundo entero, la vida nueva que ha ganado para nosotros. Gracias por vuestra visita y una vez más: ¡Felices Pascuas!

(A los fieles de las diócesis de Basilicata, que acompañaban a sus obispos con ocasión de la visita "ad limina")
Queridos hermanos y hermanas, os exhorto a todos a fundamentar sólidamente vuestra vida sobre la roca de la indefectible palabra de Dios, para anunciarla con fidelidad a los hombres de nuestro tiempo. Las fiestas pascuales, que hemos celebrado solemnemente, os sirvan de estímulo a uniros cada vez más al Señor crucificado y resucitado, y os impulsen a participar con generosidad en la misión de vuestras respectivas comunidades cristianas.

Mi pensamiento va, por último, a los enfermos, a los recién casados y a los jóvenes, en especial a los numerosos adolescentes procedentes de la archidiócesis de Milán. Queridos jóvenes amigos, también a vosotros, como a los primeros discípulos, Cristo resucitado os repite: "Como el Padre me envió, también yo os envío... Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 21-22). Respondedle con alegría y con amor, agradecidos por el inmenso don de la fe, y seréis por doquier testigos auténticos de su alegría y de su paz. Que para vosotros, queridos enfermos, la resurrección de Cristo sea fuente inagotable de fortaleza, consuelo y esperanza. Y vosotros, queridos recién casados, haced operante la presencia del Resucitado en vuestra familia con la oración diaria, que alimente vuestro amor conyugal.


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Miércoles 18 de abril de 2007

Clemente de Alejandría

Queridos hermanos y hermanas:

Después del tiempo de las fiestas, volvemos a las catequesis normales, aunque por lo que se ve la plaza está todavía de fiesta. Como decía, con las catequesis volvemos a la serie que habíamos comenzado. Hemos hablado de los doce Apóstoles, luego de los discípulos de los Apóstoles, ahora de las grandes personalidades de la Iglesia naciente, de la Iglesia antigua. La última catequesis la dedicamos a hablar de san Ireneo de Lyon; hoy hablamos de Clemente de Alejandría, un gran teólogo que nació probablemente en Atenas a mediados del siglo II. De Atenas heredó un notable interés por la filosofía, que lo convirtió en uno de los más destacados promotores del diálogo entre la fe y la razón en la tradición cristiana.

Siendo todavía joven, llegó a Alejandría, la "ciudad símbolo" de la fecunda encrucijada entre diferentes culturas que caracterizó la edad helenista. Allí fue discípulo de Panteno, y le sucedió en la dirección de la escuela catequística. Numerosas fuentes atestiguan que fue ordenado presbítero. Durante la persecución de los años 202-203 abandonó Alejandría para refugiarse en Cesarea, en Capadocia, donde falleció hacia el año 215.

Las obras más importantes que nos quedan de él son tres: el Protréptico, el Pedagogo, y los Stromata. Aunque al parecer no era esta la intención originaria del autor, esos escritos constituyen una auténtica trilogía, destinada a acompañar eficazmente la maduración espiritual del cristiano.

El Protréptico, como dice la palabra misma, es una "exhortación" dirigida a quienes comienzan y buscan el camino de la fe. O, mejor, el Protréptico coincide con una Persona: el Hijo de Dios, Jesucristo, que "exhorta" a los hombres a avanzar con decisión por el camino que lleva hacia la Verdad. Jesucristo es asimismo Pedagogo, es decir, "educador" de aquellos que, en virtud del bautismo, se han convertido en hijos de Dios. Y, por último, Jesucristo es también Didascalos, es decir, "Maestro", que propone las enseñanzas más profundas. Estas enseñanzas se recogen en la tercera obra de Clemente, los Stromata, palabra griega que significa: "tapicerías". No es una composición sistemática; aborda diferentes temas, fruto directo de la enseñanza habitual de Clemente.

En su conjunto, la catequesis de Clemente acompaña paso a paso el camino del catecúmeno y del bautizado para que, con las "alas" de la fe y la razón, llegue a un conocimiento profundo de la Verdad, que es Jesucristo, el Verbo de Dios. Sólo este conocimiento de la persona que es la Verdad, es la "auténtica gnosis", expresión griega que significa "conocimiento", "inteligencia". Es el edificio construido por la razón bajo el impulso de un principio sobrenatural. La fe misma construye la verdadera filosofía, es decir, la auténtica conversión al camino que hay que tomar en la vida. Por tanto, la auténtica "gnosis" es un desarrollo de la fe, suscitado por Jesucristo en el alma unida a él.

Clemente distingue después dos niveles de la vida cristiana. El primero: los cristianos creyentes que viven la fe de una manera común, pero siempre abierta a los horizontes de la santidad. Y el segundo: los "gnósticos", es decir, los que ya llevan una vida de perfección espiritual; en todo caso, el cristiano debe comenzar por la base común de la fe; a través de un camino de búsqueda debe dejarse guiar por Cristo, para llegar así al conocimiento de la Verdad y de las verdades que forman el contenido de la fe.

Este conocimiento, nos dice Clemente, se convierte para el alma en una realidad viva: no es sólo una teoría; es una fuerza de vida, es una unión de amor transformadora. El conocimiento de Cristo no es sólo pensamiento; también es amor que abre los ojos, transforma al hombre y crea comunión con el "Logos", con el Verbo divino que es verdad y vida. En esta comunión, que es el conocimiento perfecto y es amor, el cristiano perfecto alcanza la contemplación, la unificación con Dios.

Asimismo, Clemente retoma la doctrina según la cual el fin último del hombre consiste en llegar a ser semejantes a Dios. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero esto es también un desafío, un camino; de hecho, el objetivo de la vida, el destino último consiste verdaderamente en hacerse semejantes a Dios. Esto es posible gracias a la connaturalidad con él, que el hombre ha recibido en el momento de la creación, gracias a la cual ya es de por sí imagen de Dios.

Esta connaturalidad permite conocer las realidades divinas que el hombre acepta ante todo por la fe y, mediante la vivencia de la fe y la práctica de las virtudes, puede crecer hasta llegar a la contemplación de Dios. De este modo, en el camino de la perfección, Clemente da al requisito moral la misma importancia que al intelectual. Ambos están unidos, porque no es posible conocer sin vivir y no se puede vivir sin conocer. No es posible asemejarse a Dios y contemplarlo solamente con el conocimiento racional: para lograr este objetivo hay que vivir una vida según el "Logos", una vida según la verdad. En consecuencia, las buenas obras tienen que acompañar al conocimiento intelectual, como la sombra sigue al cuerpo.

Dos virtudes sobre todo adornan al alma del "auténtico gnóstico". La primera es la libertad de las pasiones (apátheia); la segunda es el amor, la verdadera pasión, que asegura la unión íntima con Dios. El amor da la paz perfecta, y permite al "auténtico gnóstico" afrontar los mayores sacrificios, incluso el sacrificio supremo en el seguimiento de Cristo, y le hace subir escalón a escalón hasta llegar a la cumbre de las virtudes. Así, Clemente vuelve a definir, y conjugar con el amor, el ideal ético de la filosofía antigua, es decir, la liberación de las pasiones, en el proceso incesante de asemejarse a Dios.

De este modo, Clemente de Alejandría propició la segunda gran ocasión de diálogo entre el anuncio cristiano y la filosofía griega. Sabemos que san Pablo en el Areópago de Atenas, donde nació Clemente, hizo el primer intento de diálogo con la filosofía griega -en gran parte fue un fracaso-, pero le dijeron: "Otra vez te escucharemos". Ahora Clemente retoma este diálogo y lo ennoblece al máximo en la tradición filosófica griega.

Como escribió mi venerado predecesor Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio, Clemente de Alejandría llega a interpretar la filosofía como "una instrucción propedéutica a la fe cristiana" (n. 38). De hecho, Clemente llegó a afirmar que Dios dio la filosofía a los griegos "como un Testamento precisamente para ellos" (Stromata VI, 8, 67, 1). Para él la tradición filosófica griega, casi como sucede con la Ley para los judíos, es ámbito de "revelación"; son dos ríos que en definitiva confluyen en el mismo "Logos". Clemente sigue señalando con decisión el camino a quienes quieren "dar razón" de su fe en Jesucristo. Puede servir de ejemplo a los cristianos, a los catequistas y a los teólogos de nuestro tiempo, a los que Juan Pablo II, en esa misma encíclica, exhortaba "a recuperar y subrayar más la dimensión metafísica de la verdad para entrar así en diálogo crítico y exigente con el pensamiento filosófico contemporáneo" (n. 105).

Concluyamos con una de las expresiones de la famosa "oración a Cristo Logos", con la que Clemente termina su Pedagogo. Suplica así: "Muéstrate propicio a tus hijos"; "concédenos vivir en tu paz, trasladarnos a tu ciudad, atravesar las olas del pecado sin quedar sumergidos en ellas, ser transportados con serenidad por el Espíritu Santo y por la Sabiduría inefable: nosotros, que de día y de noche, hasta el último día elevamos un canto de acción de gracias al único Padre, ... al Hijo pedagogo y maestro, y al Espíritu Santo. ¡Amén!" (Pedagogo III, 12, 101).

Saludos

Saludo con afecto a los visitantes de lengua española. En especial, a los peregrinos venezolanos de Mérida con su arzobispo mons. Baltazar Porras Cardozo; a los grupos parroquiales de España y Venezuela, así como a los profesores y estudiantes españoles. Saludo igualmente a los demás peregrinos venidos de Argentina, Colombia, Puerto Rico y México. En este tiempo pascual reafirmemos nuestra fe en Cristo resucitado, que ha dado su vida por cada uno de nosotros, y seamos con nuestras obras testigos de su amor entre los demás. ¡Muchas gracias por vuestra visita!

(En portugués)
Saludo con amistad y gratitud al grupo de Belo Horizonte y demás peregrinos de lengua portuguesa aquí presentes. Hace cuatrocientos años, el Papa Pablo V predispuso todo para una digna recepción de la embajada del reino del Congo —hoy Angola— guiada por el primo del rey Álvaro II, Dom António Emanuel de Vunda, que las crónicas romanas denominaron el "Negrita", primer embajador negro de un reino cristiano de África. El deseado encuentro tuvo lugar en la noche del 5 de enero de 1608, en el palacio vaticano, con mi predecesor que no dudó en ir personalmente a confortarlo, deteniéndose a la cabecera del lecho en que yacía, gravemente enfermo, este noble cristiano del Congo, cuya vida y reino encomendó a la protección del Sucesor de Pedro.

En la línea de este significativo y emblemático acontecimiento, tan importante en la historia del pueblo de Angola, invoco la benevolencia de Dios sobre toda la nación, para que cada uno contribuya a consolidar la paz firmada hace cinco años con la promesa de dar voz al pueblo y así instaurar una auténtica vida en democracia. A todos pido perseverancia en la obra de reconciliación de los corazones que todavía sangran con las heridas de la guerra; me alegra la obra de reconstrucción que se está llevando a cabo y recuerdo a las autoridades religiosas y civiles el deber que tienen de privilegiar a los pobres. ¡Que Dios bendiga a Angola!

(En italiano)

A los fieles de las diócesis de Toscana
Queridos amigos, también vuestras comunidades eclesiales están llamadas a proseguir con nuevo impulso su misión espiritual en la sociedad. Hoy más que nunca se necesita la aportación generosa de los discípulos de Cristo para afrontar los desafíos culturales, sociales y religiosos actuales. Por tanto, no os canséis de extraer con valor del Evangelio la luz y la fuerza para contribuir a la realización de un auténtico renacimiento moral y social de vuestra región. Sed testigos alegres del Señor resucitado y constructores incansables de su reino de justicia y de amor".

Me complace saludar con afecto a los numerosos muchachos y estudiantes, especialmente a los de la diócesis de Foligno, acompañados por el obispo mons. Arduino Bertoldo, aquí reunidos al concluir el sínodo diocesano de los jóvenes. Queridos jóvenes, como a los primeros discípulos, Jesús os dirige la invitación a ser sus amigos. Si respondéis con alegría a esta llamada, seréis sembradores de esperanza en el corazón de vuestros coetáneos.

Mi pensamiento va finalmente a los enfermos y a los recién casados. Que para vosotros, queridos enfermos, la resurrección de Cristo sea fuente inagotable de consuelo y esperanza. Y vosotros, queridos recién casados, sed testigos del Señor resucitado con vuestra fidelidad al amor conyugal.
La audiencia se concluyó con el canto del paternóster y la bendición apostólica, impartida colegialmente por el Papa y los obispos presentes.


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Miércoles 25 de abril de 2007

Orígenes: vida y obra

Queridos hermanos y hermanas:

En nuestras meditaciones sobre las grandes personalidades de la Iglesia antigua, conocemos hoy a una de las más destacadas. Orígenes de Alejandría es, en realidad, una de las personalidades determinantes para todo el desarrollo del pensamiento cristiano. Recoge la herencia de Clemente de Alejandría, sobre quien meditamos el miércoles pasado, y la proyecta al futuro de manera tan innovadora que lleva a cabo un cambio irreversible en el desarrollo del pensamiento cristiano. Fue un verdadero "maestro"; así lo recordaban con nostalgia y emoción sus discípulos: no sólo era un brillante teólogo, sino también un testigo ejemplar de la doctrina que transmitía. Como escribe Eusebio de Cesarea, su biógrafo entusiasta, "enseñó que la conducta debe corresponder exactamente a la palabra, y sobre todo por esto, con la ayuda de la gracia de Dios, indujo a muchos a imitarlo" (Hist. Eccl. VI, 3, 7).

Durante toda su vida anhelaba el martirio. Cuando tenía diecisiete años, en el décimo año del emperador Septimio Severo, se desató en Alejandría la persecución contra los cristianos. Clemente, su maestro, abandonó la ciudad, y el padre de Orígenes, Leónidas, fue encarcelado. Su hijo anhelaba ardientemente el martirio, pero no pudo realizar este deseo. Entonces escribió a su padre, exhortándolo a no desfallecer en el supremo testimonio de la fe. Y cuando Leónidas fue decapitado, el joven Orígenes sintió que debía acoger el ejemplo de su vida. Cuarenta años más tarde, mientras predicaba en Cesarea, declaró: "De nada me sirve haber tenido un padre mártir si no tengo una buena conducta y no honro la nobleza de mi estirpe, esto es, el martirio de mi padre y el testimonio que lo hizo ilustre en Cristo" (Hom. Ez. 4, 8).

En una homilía sucesiva —cuando, gracias a la extrema tolerancia del emperador Felipe el Árabe, parecía haber pasado la posibilidad de dar un testimonio cruento— Orígenes exclama: "Si Dios me concediera ser lavado en mi sangre, para recibir el segundo bautismo habiendo aceptado la muerte por Cristo, me alejaría seguro de este mundo... Pero son dichosos los que merecen estas cosas" (Hom. Iud. 7, 12). Estas frases revelan la fuerte nostalgia de Orígenes por el bautismo de sangre. Y, al final, este irresistible anhelo se realizó, al menos en parte. En el año 250, durante la persecución de Decio, Orígenes fue arrestado y torturado cruelmente. A causa de los sufrimientos padecidos, murió pocos años después. Tenía menos de setenta años.

Hemos aludido a ese "cambio irreversible" que Orígenes inició en la historia de la teología y del pensamiento cristiano. ¿Pero en qué consiste este "cambio", esta novedad tan llena de consecuencias? Consiste, principalmente, en haber fundamentado la teología en la explicación de las Escrituras. Hacer teología era para él esencialmente explicar, comprender la Escritura; o podríamos decir incluso que su teología es una perfecta simbiosis entre teología y exégesis. En verdad, la característica propia de la doctrina de Orígenes se encuentra precisamente en la incesante invitación a pasar de la letra al espíritu de las Escrituras, para progresar en el conocimiento de Dios. Y, como escribió von Balthasar, este "alegorismo", coincide precisamente "con el desarrollo del dogma cristiano realizado por la enseñanza de los doctores de la Iglesia", los cuales —de una u otra forma— acogieron la "lección" de Orígenes.

Así la tradición y el magisterio, fundamento y garantía de la investigación teológica, llegan a configurarse como "Escritura en acto" (cf. Origene: il mondo, Cristo e la Chiesa, tr. it., Milán 1972, p. 43). Por ello, podemos afirmar que el núcleo central de la inmensa obra literaria de Orígenes consiste en su "triple lectura" de la Biblia. Pero antes de ilustrar esta "lectura" conviene echar una mirada de conjunto a la producción literaria del alejandrino. San Jerónimo, en su Epístola 33, enumera los títulos de 320 libros y de 310 homilías de Orígenes. Por desgracia, la mayor parte de esta obra se ha perdido, pero incluso lo poco que queda de ella lo convierte en el autor más prolífico de los tres primeros siglos cristianos. Su radio de interés va de la exégesis al dogma, la filosofía, la apologética, la ascética y la mística. Es una visión fundamental y global de la vida cristiana.

El núcleo inspirador de esta obra es, como hemos dicho, la "triple lectura" de las Escrituras desarrollada por Orígenes en el arco de su vida. Con esta expresión aludimos a las tres modalidades más importantes —no son sucesivas entre sí; más bien, con frecuencia se superponen— con las que Orígenes se dedicó al estudio de las Escrituras. Ante todo leyó la Biblia con el deseo de buscar el texto más seguro y ofrecer su edición más fidedigna. Por ejemplo, el primer paso consiste en conocer realmente lo que está escrito y conocer lo que esta escritura quería decir inicialmente.

Orígenes realizó un gran estudio con este fin y redactó una edición de la Biblia con seis columnas paralelas, de izquierda a derecha, con el texto hebreo en caracteres hebreos —mantuvo también contactos con los rabinos para comprender bien el texto original hebraico de la Biblia—, después el texto hebraico transliterado en caracteres griegos y a continuación cuatro traducciones diferentes en lengua griega, que le permitían comparar las diversas posibilidades de traducción. De aquí el título de "Hexapla" ("seis columnas") atribuido a esta gran sinopsis. Lo primero, por tanto, es conocer exactamente lo que está escrito, el texto como tal. En segundo lugar Orígenes leyó sistemáticamente la Biblia con sus célebres Comentarios, que reproducen fielmente las explicaciones que el maestro daba en sus clases, tanto en Alejandría como en Cesarea. Orígenes avanza casi versículo a versículo, de forma minuciosa, amplia y profunda, con notas de carácter filológico y doctrinal. Se esfuerza por conocer bien, con gran exactitud, lo que querían decir los autores sagrados.

Por último, incluso antes de su ordenación presbiteral, Orígenes se dedicó muchísimo a la predicación de la Biblia, adaptándose a un público muy heterogéneo. En cualquier caso, también en sus Homilías se percibe al maestro totalmente dedicado a la interpretación sistemática del pasaje bíblico analizado, fraccionado en los sucesivos versículos. En las Homilías Orígenes aprovecha también todas las ocasiones para recordar las diversas dimensiones del sentido de la sagrada Escritura, que ayudan o expresan un camino en el crecimiento de la fe: la primera es el sentido "literal", el cual encierra profundidades que no se perciben en un primer momento; la segunda dimensión es el sentido "moral": qué debemos hacer para vivir la palabra; y, por último, el sentido "espiritual", o sea, la unidad de la Escritura, que en todo su desarrollo habla de Cristo. Es el Espíritu Santo quien nos hace entender el contenido cristológico y así la unidad de la Escritura en su diversidad.

Sería interesante mostrar esto. En mi libro Jesús de Nazaret he intentado señalar en la situación actual estas múltiples dimensiones de la Palabra, de la sagrada Escritura, que ante todo debe respetarse precisamente en el sentido histórico. Pero este sentido nos trasciende hacia Cristo, a la luz del Espíritu Santo, y nos muestra el camino, cómo vivir. Por ejemplo, eso se puede percibir en la novena Homilía sobre los Números, en la que Orígenes compara la Escritura con las nueces: "La doctrina de la Ley y de los Profetas, en la escuela de Cristo, es así —afirma Orígenes en su homilía—: la letra, que es como la corteza, es amarga; luego, está la cáscara, que es la doctrina moral; en tercer lugar se encuentra el sentido de los misterios, del que se alimentan las almas de los santos en la vida presente y en la futura" (Hom. Num. IX, 7).

Sobre todo por este camino Orígenes llega a promover eficazmente la "lectura cristiana" del Antiguo Testamento, rebatiendo brillantemente las teorías de los herejes —sobre todo gnósticos y marcionitas— que oponían entre sí los dos Testamentos, rechazando el Antiguo. Al respecto, en la misma Homilía sobre los Números, el Alejandrino afirma: "Yo no llamo a la Ley un "Antiguo Testamento", si la comprendo en el Espíritu. La Ley es "Antiguo Testamento" sólo para quienes quieren comprenderla carnalmente", es decir, quedándose en la letra del texto. Pero "para nosotros, que la comprendemos y la aplicamos en el Espíritu y en el sentido del Evangelio, la Ley es siempre nueva, y los dos Testamentos son para nosotros un nuevo Testamento, no a causa de la fecha temporal, sino de la novedad del sentido... En cambio, para el pecador y para quienes no respetan el pacto de la caridad, también los Evangelios envejecen" (Hom. Num. IX, 4).

Os invito —y así concluyo— a acoger en vuestro corazón la enseñanza de este gran maestro en la fe, el cual nos recuerda con entusiasmo que, en la lectura orante de la Escritura y en el compromiso coherente de la vida, la Iglesia siempre se renueva y rejuvenece. La palabra de Dios, que ni envejece ni se agota nunca, es medio privilegiado para ese fin. En efecto, la palabra de Dios, por obra del Espíritu Santo, nos guía continuamente a la verdad completa (cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el congreso internacional con motivo del XL aniversario de la constitución dogmática "Dei Verbum": L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de septiembre de 2005, p. 3). Pidamos al Señor que nos dé hoy pensadores, teólogos y exégetas que perciban estas múltiples dimensiones, esta actualidad permanente de la sagrada Escritura, su novedad para hoy. Pidamos al Señor que nos ayude a leer la sagrada Escritura de modo orante, para alimentarnos realmente del verdadero pan de la vida, de su Palabra.

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, especialmente a los sacerdotes que participan en un curso de actualización, a las religiosas de la Compañía de María, a los fieles de Palencia, La Coruña, Toledo y Madrid, así como a los de Honduras, México y otros países de América Latina. Os invito a acoger en vuestros corazones las enseñanzas de este gran "maestro" en la fe. Él nos recuerda que la Iglesia siempre se renueva y rejuvenece con la lectura orante de la sagrada Escritura y el coherente compromiso de vida.

(En italiano)

(A la peregrinación de la región del Trivéneto)
Permaneced fieles a vuestras fecundas tradiciones cristianas que han inspirado y dado vida a significativas obras de caridad. Acompañad a las generaciones jóvenes, animándolas a seguir el Evangelio y ayudadles a convencerse de que también hoy vale la pena consagrarse totalmente al Señor en la vida sacerdotal y religiosa. Me complace pensar en el gran número de misioneros de vuestras regiones que han llevado la buena nueva de la salvación a tierras lejanas: que su ejemplo sirva de estímulo a todos para testimoniar por doquier el amor de Dios.

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Celebramos hoy la fiesta de san Marcos evangelista, colaborador del apóstol san Pedro. Queridos jóvenes, os exhorto a entrar en la escuela de Cristo para aprender a seguir fielmente sus huellas. A vosotros, queridos enfermos, os invito a acoger con confianza vuestras pruebas y a transformarlas en don de amor a Cristo para la salvación de las almas. A vosotros, queridos recién casados, os deseo que viváis el matrimonio como camino de fe, haciéndoos cada vez más servidores convencidos del evangelio de la vida.


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19/04/2013 20:45

Miércoles 2 de mayo de 2007

Orígenes: el pensamiento

Queridos hermanos y hermanas:

La catequesis del miércoles pasado estuvo dedicada a la gran figura de Orígenes, doctor alejandrino que vivió entre los siglos II y III. En esa catequesis, hablamos de la vida y la producción literaria de este gran maestro alejandrino, encontrando en la "triple lectura" que hacía de la Biblia el núcleo inspirador de toda su obra. No traté —para retomarlos hoy— dos aspectos de la doctrina de Orígenes, que considero entre los más importantes y actuales: me refiero a sus enseñanzas sobre la oración y sobre la Iglesia.

En realidad, Orígenes, autor de un importante tratado "Sobre la oración", siempre actual, mezcla constantemente su producción exegética y teológica con experiencias y sugerencias relativas a la oración. A pesar de toda la riqueza teológica de su pensamiento, nunca lo desarrolla de modo meramente académico; siempre se funda en la experiencia de la oración, del contacto con Dios. En su opinión, para comprender las Escrituras no sólo hace falta el estudio, sino también la intimidad con Cristo y la oración. Está convencido de que el camino privilegiado para conocer a Dios es el amor, y de que no se puede conocer de verdad a Cristo sin enamorarse de él.

En la Carta a Gregorio, Orígenes recomienda: "Dedícate a la lectio de las divinas Escrituras; aplícate a ella con perseverancia. Comprométete en la lectio con la intención de creer y agradar a Dios. Si durante la lectio te encuentras ante una puerta cerrada, llama y te la abrirá el guardián, de quien Jesús dijo: "El guardián se la abrirá". Aplicándote de este modo a la lectio divina, busca con lealtad y confianza inquebrantable en Dios el sentido de las divinas Escrituras, que en ellas se encuentra oculto con gran amplitud. Ahora bien, no te contentes con llamar y buscar: para comprender los asuntos de Dios tienes absoluta necesidad de la oración. Precisamente para exhortarnos a la oración, el Salvador no sólo nos dijo: "buscad y hallaréis", y "llamad y se os abrirá", sino que añadió: "Pedid y recibiréis"" (Carta a Gregorio, 4).

Salta a la vista el "papel primordial" que ha desempeñado Orígenes en la historia de la lectio divina. San Ambrosio, obispo de Milán, que aprendió a leer las Escrituras con las obras de Orígenes, la introdujo después en Occidente para entregarla a san Agustín y a la tradición monástica sucesiva.

Como ya hemos dicho, el nivel más elevado del conocimiento de Dios, según Orígenes, brota del amor. Lo mismo sucede entre los hombres: uno sólo conoce profundamente al otro si hay amor, si se abren los corazones. Para demostrarlo, se basa en un significado que en ocasiones se da al verbo conocer en hebreo, es decir, cuando se utiliza para expresar el acto del amor humano: "Conoció Adán a Eva, su mujer, la cual concibió" (Gn 4, 1). De esta manera se sugiere que la unión en el amor produce el conocimiento más auténtico. Como el hombre y la mujer son "dos en una sola carne", así Dios y el creyente llegan a ser "dos en un mismo espíritu".

De este modo, la oración de Orígenes roza los niveles más elevados de la mística, como lo atestiguan sus Homilías sobre el Cantar de los Cantares. A este propósito, en un pasaje de la primera Homilía, confiesa: "Con frecuencia —Dios es testigo— he sentido que el Esposo se me acercaba al máximo; después se iba de repente, y yo no pude encontrar lo que buscaba. De nuevo siento el deseo de su venida, y a veces él vuelve, y cuando se me ha aparecido, cuando lo tengo entre mis manos, vuelve a huir, y una vez que se ha ido me pongo a buscarlo de nuevo..." (Homilías sobre el Cantar de los Cantares I, 7).

Me viene a la mente lo que mi venerado predecesor escribió, como auténtico testigo, en la Novo millennio ineunte, cuando mostraba a los fieles que la "oración puede avanzar, como verdadero diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible a la acción del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre" (n. 33). Se trata, seguía diciendo Juan Pablo II, de "un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual y encuentra también dolorosas purificaciones (la "noche oscura"), pero llega, de muchas formas posibles, al inefable gozo vivido por los místicos como "unión esponsal"" (ib.).

Veamos, por último, la enseñanza de Orígenes sobre la Iglesia, y precisamente, dentro de ella, sobre el sacerdocio común de los fieles. Como afirma Orígenes en su novena Homilía sobre el Levítico (IX, 1), "esto nos afecta a todos". En la misma Homilía, refiriéndose a la prohibición hecha a Aarón, tras la muerte de sus dos hijos, de entrar en el Sancta sanctorum "en cualquier tiempo" (Lv 16, 2), exhorta así a los fieles: "Esto demuestra que si uno entra a cualquier hora en el santuario, sin la debida preparación, sin estar revestido de los ornamentos pontificales, sin haber preparado las ofrendas prescritas y sin ser propicio a Dios, morirá... Esto vale para todos, pues establece que aprendamos a acercarnos al altar de Dios. ¿Acaso no sabes que el sacerdocio también ha sido conferido a ti, es decir, a toda la Iglesia de Dios y al pueblo de los creyentes? Escucha cómo habla san Pedro a los fieles: "Linaje elegido", dice, "sacerdocio real, nación santa, pueblo que Dios ha adquirido". Por tanto, tú tienes el sacerdocio, pues eres "linaje sacerdotal", y por ello debes ofrecer a Dios el sacrificio... Pero para que lo puedas ofrecer dignamente, necesitas vestidos puros, distintos de los que usan los demás hombres, y te hace falta el fuego divino" (ib.).

Así, por una parte, "los lomos ceñidos" y los "ornamentos sacerdotales", es decir, la pureza y la honestidad de vida; y, por otra, tener la "lámpara siempre encendida", es decir, la fe y el conocimiento de las Escrituras, son las condiciones indispensables para el ejercicio del sacerdocio universal, que exige pureza y honestidad de vida, fe y conocimiento de las Escrituras.

Con mayor razón aún estas condiciones son indispensables, evidentemente, para el ejercicio del sacerdocio ministerial. Estas condiciones —conducta íntegra de vida, pero sobre todo acogida y estudio de la Palabra— establecen una auténtica "jerarquía de la santidad" en el sacerdocio común de los cristianos. En la cumbre de este camino de perfección Orígenes pone el martirio.

También en la novena Homilía sobre el Levítico alude al "fuego para el holocausto", es decir, a la fe y al conocimiento de las Escrituras, que nunca debe apagarse en el altar de quien ejerce el sacerdocio. Después añade: "Pero, cada uno de nosotros no sólo tiene en sí el fuego, sino también el holocausto, y con su holocausto enciende el altar para que arda siempre. Si renuncio a todo lo que poseo y tomo mi cruz y sigo a Cristo, ofrezco mi holocausto en el altar de Dios; y si entrego mi cuerpo para que arda, con caridad, y alcanzo la gloria del martirio, ofrezco mi holocausto sobre el altar de Dios" (IX, 9).

Este continuo camino de perfección "nos afecta a todos", a condición de que "la mirada de nuestro corazón" se dirija a la contemplación de la Sabiduría y de la Verdad, que es Jesucristo. Al predicar sobre el discurso de Jesús en Nazaret, cuando "en la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él" (Lc 4, 16-30), Orígenes parece dirigirse precisamente a nosotros: "También hoy, en esta asamblea, si queréis, vuestros ojos pueden fijarse en el Salvador. Cuando dirijas la mirada más profunda del corazón hacia la contemplación de la Sabiduría, de la Verdad y del Hijo único de Dios, entonces tus ojos verán a Dios. ¡Bienaventurada la asamblea de la que la Escritura dice que los ojos de todos estaban fijos en él! ¡Cuánto desearía que esta asamblea diera ese mismo testimonio: que los ojos de todos, de los no bautizados y de los fieles, de las mujeres, de los hombres y de los niños —no los ojos del cuerpo, sino los del alma— estuvieran fijos en Jesús!... Sobre nosotros está impresa la luz de tu rostro, Señor, a quien pertenecen la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén" (Homilía sobre san Lucas, XXXII, 6).

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, especialmente a las Religiosas de María Inmaculada, a los peregrinos de Solsona, con su obispo, mons. Jaime Traserra, así como a los demás peregrinos de España, México, Paraguay y otros países de América Latina. Próximo ya mi viaje pastoral a Brasil para inaugurar la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, que bendiga ese encuentro eclesial con abundantes frutos, a fin de que todos los cristianos se sientan verdaderos discípulos de Cristo, enviados por él para evangelizar a sus hermanos con la palabra divina y con el testimonio de la propia vida. Muchas gracias por vuestra atención.

(A los fieles portugueses y brasileños)
Dirijo un saludo particular a los miembros de la parroquia de San José de Cerquilho, en el Estado de São Paulo, y de la Familia Franciscana del Brasil, casi en la víspera de mi viaje pastoral a esa gran nación, tan esperado, que, si Dios quiere, iniciaré el miércoles próximo. Además de los encuentros con la juventud latinoamericana y con el Episcopado de aquel continente, espero poder presidir la canonización del beato fray Antonio de Santa Ana Galvão e inaugurar, en Aparecida, la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Encomendemos a la protección de Nuestra Señora el éxito de ese acontecimiento de gran importancia para toda América Latina. Que este significativo encuentro eclesial sirva de estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que acojan con fe audaz y renovada esperanza las conclusiones de esta magna Asamblea. Sobre todos descienda mi bendición.

(En polaco)
Mañana, en vuestra patria, se celebra la solemnidad de la Virgen santísima, Reina de Polonia. Sé que esta fiesta es particularmente apreciada por todos los polacos. Confiando en la ayuda de la Reina de Jasna Góra, encomendadle los problemas de vuestras familias y de vuestra patria. Pidámosle que nos dé a todos la abundancia de las gracias de Cristo y su bendición.

(A los fieles de la diócesis croata de Pozega)
Me alegra que esta joven Iglesia particular conserve fielmente la centenaria tradición cristiana de sus antepasados, y que desee confirmarla próximamente con el congreso eucarístico.

(A la comunidad del Pontificio Colegio Pío Rumano de Roma, que celebra su 70° aniversario de fundación)
Que el recuerdo del bien realizado por esta importante institución educativa en beneficio de la Iglesia católica en Rumanía os sirva de estímulo para proseguir con renovado impulso en el empeño en favor del renacimiento espiritual de vuestra patria.

Deseo dirigirme, como de costumbre, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Comenzó ayer el mes de mayo, que en muchas partes del mundo el pueblo cristiano dedica a la Virgen. Queridos jóvenes, entrad cada día en la escuela de María santísima para aprender de ella a cumplir la voluntad de Dios. Contemplando a la Madre de Cristo crucificado, vosotros, queridos enfermos, captad el valor salvífico de la cruz, incluso de las más pesadas. Y vosotros, queridos recién casados, invocad su protección materna para que en vuestra familia reine siempre el clima de la casa de Nazaret.


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Miércoles 23 de mayo de 2007

Viaje apostólico a Brasil

Queridos hermanos y hermanas:

En esta audiencia general quisiera recordar el viaje apostólico que realicé a Brasil del 9 al 14 de este mes. Después de dos años de pontificado, finalmente he tenido la alegría de visitar América Latina, a la que tanto quiero, y donde vive, de hecho, una gran parte de los católicos del mundo. La meta fue Brasil, pero quise abrazar a todo el gran subcontinente latinoamericano, pues el acontecimiento eclesial que me impulsó a ir allá fue la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe.

Deseo renovar mi profunda gratitud a los queridos hermanos obispos, en particular a los de São Paulo y Aparecida, por la acogida recibida. Doy las gracias al presidente de Brasil y a las demás autoridades civiles por su cordial y generosa colaboración. Con gran afecto, agradezco al pueblo brasileño la cordialidad con que me acogió —fue verdaderamente grande y conmovedora— y la atención que prestó a mis palabras.

Mi viaje tuvo ante todo el valor de un acto de alabanza a Dios por las "maravillas" obradas en los pueblos de América Latina, por la fe que ha animado su vida y su cultura durante más de quinientos años.

En este sentido, fue una peregrinación que tuvo su momento culminante en el santuario de la Virgen Aparecida, Patrona principal de Brasil. El tema de la relación entre fe y cultura fue siempre muy importante para mis venerados predecesores Pablo VI y Juan Pablo II. Quise retomarlo confirmando a la Iglesia que está en América Latina y el Caribe en el camino de una fe que se ha hecho y se hace historia vivida, piedad popular, arte, en diálogo con las ricas tradiciones precolombinas así como con las múltiples influencias europeas y de otros continentes.

Ciertamente el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización del continente latinoamericano: no es posible olvidar los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales. Pero la obligatoria mención de esos crímenes injustificables —por lo demás condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y por teólogos como Francisco de Vitoria, de la Universidad de Salamanca— no debe impedir reconocer con gratitud la admirable obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos.

Así, en ese continente el Evangelio ha llegado a ser el elemento fundamental de una síntesis dinámica que, con diversos matices según las naciones, expresa de todas formas la identidad de los pueblos latinoamericanos. Hoy, en la época de la globalización, esta identidad católica sigue presentándose como la respuesta más adecuada, con tal de que esté animada por una seria formación espiritual y por los principios de la doctrina social de la Iglesia.

Brasil es un gran país que conserva valores cristianos profundamente arraigados, pero también vive enormes problemas sociales y económicos. Para contribuir a su solución, la Iglesia debe movilizar a todas las fuerzas espirituales y morales de sus comunidades, buscando convergencias oportunas con las demás energías sanas del país.

Ciertamente, entre los elementos positivos hay que indicar la creatividad y la fecundidad de esa Iglesia, en la que nacen continuamente nuevos Movimientos y nuevos institutos de vida consagrada. También es de alabar la entrega generosa de tantos fieles laicos, muy activos en las diferentes iniciativas promovidas por la Iglesia.

Brasil es también un país que puede proponer al mundo el testimonio de un nuevo modelo de desarrollo: la cultura cristiana puede impulsar una "reconciliación" entre los hombres y la creación, a partir de la recuperación de la dignidad personal en la relación con Dios Padre.

En este sentido, un ejemplo elocuente es la "Hacienda de la Esperanza", una red de comunidades de recuperación para jóvenes que quieren salir del túnel tenebroso de la droga. En la que visité, que me impresionó profundamente y llevo fuertemente grabada en mi corazón, es significativa la presencia de un monasterio de religiosas Clarisas. Esto me pareció emblemático para el mundo de hoy, que necesita una "recuperación" ciertamente psicológica y social, pero sobre todo profundamente espiritual.

También fue emblemática la canonización, celebrada con alegría, del primer santo nativo del país: fray Antonio de Santa Ana Galvão. Este sacerdote franciscano del siglo XVIII, muy devoto de la Virgen María, apóstol de la Eucaristía y de la Confesión, fue llamado ya en vida "hombre de paz y de caridad". Su testimonio es una ulterior confirmación de que la santidad es la verdadera revolución, que puede promover la auténtica reforma de la Iglesia y de la sociedad.

En la catedral de São Paulo me encontré con los obispos de Brasil, la Conferencia episcopal más numerosa del mundo. Testimoniarles el apoyo del Sucesor de Pedro era uno de los objetivos principales de mi misión, pues conozco los grandes desafíos que el anuncio del Evangelio tiene que afrontar en ese país. Alenté a mis hermanos a proseguir y reforzar el compromiso de la nueva evangelización, exhortándolos a desarrollar de forma capilar y metódica la difusión de la palabra de Dios, para que la religiosidad innata y generalizada de las poblaciones se haga más profunda y se transforme en fe madura y en adhesión personal y comunitaria al Dios de Jesucristo. Los animé a recuperar por doquier el estilo de la primitiva comunidad cristiana, descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles: asidua en la catequesis, en la vida sacramental y en la caridad operante.
Conozco la entrega de estos fieles servidores del Evangelio, que lo quieren presentar sin cortapisas ni confusiones, custodiando el depósito de la fe con discernimiento; y conozco también su preocupación constante por promover el desarrollo social, principalmente mediante la formación de los laicos, llamados a asumir responsabilidades en el campo de la política y la economía. Doy gracias a Dios por haberme permitido profundizar en la comunión con los obispos brasileños, que siguen estando siempre presentes en mi oración.

Otro momento destacado del viaje fue, sin duda, el encuentro con los jóvenes, no sólo esperanza para el futuro, sino también fuerza vital para el presente de la Iglesia y de la sociedad. Por eso, la vigilia que animaron en São Paulo de Brasil fue una fiesta de esperanza, iluminada por las palabras que Cristo dirigió al "joven rico", que le había preguntado: "Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" (Mt 19, 16). Jesús le indicó, ante todo, "los mandamientos" como el camino de la vida, y después lo invitó a dejarlo todo para seguirle.

Hoy la Iglesia sigue haciendo lo mismo: ante todo vuelve a proponer los mandamientos, auténtico camino de educación de la libertad para el bien personal y social, y sobre todo propone el "primer mandamiento", el del amor, pues sin amor incluso los mandamientos no pueden dar pleno sentido a la vida y proporcionar la verdadera felicidad. Sólo quien encuentra en Jesús el amor de Dios y emprende este camino para recorrerlo entre los hombres, se convierte en su discípulo y su misionero. Invité a los jóvenes a ser apóstoles de sus coetáneos y, por eso, a cuidar siempre su formación humana y espiritual; a tener gran estima del matrimonio y del camino que conduce a él, con castidad y responsabilidad; a estar abiertos también a la llamada a la vida consagrada por el reino de Dios. En síntesis, los animé a aprovechar la gran "riqueza" de su juventud, para ser el rostro joven de la Iglesia.

La cumbre del viaje fue la inauguración de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, en el santuario de Nuestra Señora Aparecida. El tema de esta grande e importante asamblea, que se concluirá a finales de mes, es "Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en él tengan vida. "Yo soy el camino, la verdad y la vida"". El binomio "discípulos y misioneros" corresponde a lo que el evangelio de san Marcos dice sobre la llamada de los Apóstoles: "(Jesús) instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 14-15).

Por tanto, la palabra "discípulos" hace referencia a la dimensión formativa y al seguimiento, a la comunión y a la amistad con Jesús; el término "misionero" expresa el fruto del discipulado, es decir, el testimonio y la comunicación de la experiencia vivida, de la verdad y del amor conocidos y asimilados. Ser discípulos y misioneros implica un vínculo íntimo con la palabra de Dios, con la Eucaristía y con los demás sacramentos, vivir en la Iglesia en escucha obediente de sus enseñanzas. Renovar con alegría la voluntad de ser discípulos de Jesús, de "estar con él", es la condición fundamental para ser misioneros "recomenzando desde Cristo", según la consigna del Papa Juan Pablo II a toda la Iglesia tras el jubileo del año 2000.

Mi venerado predecesor siempre insistió en una evangelización "nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión", como afirmó precisamente hablando a la asamblea del Celam, el 9 de marzo de 1983, en Haití (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de marzo de 1983, p. 24). Con mi viaje apostólico, he querido exhortar a proseguir por este camino, ofreciendo como perspectiva de unificación la de la encíclica Deus caritas est, una perspectiva inseparablemente teológica y social, que se resume en esta expresión: es el amor quien da la vida. "La presencia de Dios, la amistad con el Hijo de Dios encarnado, la luz de su Palabra, son siempre condiciones fundamentales para la presencia y eficiencia de la justicia y del amor en nuestras sociedades" (Discurso inaugural de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, n. 4).

A la materna intercesión de la Virgen María, venerada con el título de Nuestra Señora de Guadalupe como patrona de toda América Latina, y al nuevo santo brasileño, fray Antonio de Santa Ana Galvão, encomiendo los frutos de este inolvidable viaje apostólico.



Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España, México, El Salvador, Guatemala y otros países latinoamericanos. Deseo a todos que la estancia en Roma les ayude a reforzar la fe transmitida por los apóstoles Pedro y Pablo, que aquí dieron su vida por Cristo. Muchas gracias por vuestra visita.

(A los polacos)
Recordando el viaje apostólico a Brasil, os doy las gracias una vez más por vuestras oraciones. Conservo en la memoria muchos de los encuentros de este viaje. Encomiendo los frutos de mi peregrinación a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de toda América, y al nuevo santo brasileño, Antonio Galvão. A todos deseo una fructuosa estancia en Roma.

(En checo)
Una cordial bienvenida a los peregrinos y colaboradores de la Obra Don Bosco de Praga. La próxima solemnidad de Pentecostés se inserta en el misterio de Dios que, cercano al hombre, lo ama y le ofrece la salvación por medio de su Espíritu.

(A los fieles eslovacos)
Pidamos a Dios que mande los dones de su Espíritu, para que podamos ser testigos valientes de nuestra fe".

(En italiano)

(A los sacerdotes del Colegio San Pablo)
Queridos sacerdotes, al regresar a vuestros respectivos países, haced que fructifique la experiencia cultural, pastoral y de comunión sacerdotal que habéis adquirido durante estos años.

(A los participantes en el tercer Congreso mundial de los medios de comunicación búlgaros)
Que vuestro servicio en las comunicaciones sociales contribuya a hacer que el rico patrimonio cultural y espiritual de Bulgaria sea conocido y apreciado mejor en Europa.

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Como preparación para la solemnidad de Pentecostés, que celebraremos el próximo domingo, os exhorto, queridos jóvenes, a invocar constantemente al Espíritu Santo, para que os convierta en testigos intrépidos del Resucitado. Que el Espíritu de Dios os ayude, queridos enfermos, a acoger con fe el peso del dolor y a ofrecerlo por la salvación de todos los hombres. Que a vosotros, queridos recién casados, os conceda la gracia de anunciar con alegría y convicción el evangelio de la vida y construir vuestra familia sobre el sólido cimiento del Evangelio.


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Miércoles 30 de mayo de 2007

Tertuliano

Queridos hermanos y hermanas:

Con la catequesis de hoy retomamos el hilo de las catequesis abandonado con motivo del viaje a Brasil y seguimos hablando de las grandes personalidades de la Iglesia antigua: también para nosotros hoy son maestros de fe y testigos de la perenne actualidad de la fe cristiana.

Hoy hablamos de un africano, Tertuliano, que entre fines del siglo II e inicios del III inaugura la literatura cristiana en latín. Con él comienza una teología en ese idioma. Su obra ha dado frutos decisivos, que sería imperdonable subestimar. Ejerce su influencia en varios niveles: desde el lenguaje y la recuperación de la cultura clásica, hasta el descubrimiento de un "alma cristiana" común en el mundo y la formulación de nuevas propuestas de convivencia humana.

No conocemos exactamente las fechas de su nacimiento y de su muerte. Sin embargo, sabemos que en Cartago, a fines del siglo II, recibió de padres y maestros paganos una sólida formación retórica, filosófica, jurídica e histórica. Luego se convirtió al cristianismo, al parecer, atraído por el ejemplo de los mártires cristianos. Comenzó a publicar sus escritos más famosos en el año 197. Pero una búsqueda demasiado individual de la verdad y su carácter intransigente —era muy riguroso— lo llevaron poco a poco a abandonar la comunión con la Iglesia y a unirse a la secta del montanismo. Sin embargo, la originalidad de su pensamiento y la incisiva eficacia de su lenguaje los sitúan en un lugar destacado dentro de la literatura cristiana antigua.

Son famosos sobre todo sus escritos de carácter apologético, que manifiestan dos objetivos principales: confutar las gravísimas acusaciones que los paganos dirigían contra la nueva religión; y, de manera más positiva y misionera, comunicar el mensaje del Evangelio en diálogo con la cultura de su tiempo. Su obra más conocida, el Apologético, denuncia el comportamiento injusto de las autoridades políticas con respecto a la Iglesia; explica y defiende las enseñanzas y las costumbres de los cristianos; presenta las diferencias entre la nueva religión y las principales corrientes filosóficas de la época; manifiesta el triunfo del Espíritu, que opone a la violencia de los perseguidores la sangre, el sufrimiento y la paciencia de los mártires: «Aunque sea refinada —escribe el autor africano—, vuestra crueldad no sirve de nada; más aún, para nuestra comunidad constituye una invitación. Después de cada uno de vuestros golpes de hacha, nos hacemos más numerosos: la sangre de los cristianos es semilla eficaz (semen est sanguis christianorum)» (Apologético 50, 13). Al final el martirio y el sufrimiento por la verdad salen victoriosos, y son más eficaces que la crueldad y la violencia de los regímenes totalitarios.

Pero Tertuliano, como todo buen apologista, experimenta al mismo tiempo la necesidad de comunicar positivamente la esencia del cristianismo. Por eso, adopta el método especulativo para ilustrar los fundamentos racionales del dogma cristiano. Los profundiza de manera sistemática, comenzando por la descripción del «Dios de los cristianos». «Aquel a quien adoramos es un Dios único», atestigua el apologista. Y prosigue, utilizando las antítesis y paradojas características de su lenguaje: «Es invisible, aunque se le vea; inalcanzable, aunque esté presente a través de la gracia; inconcebible, aunque los sentidos humanos lo puedan concebir; por eso es verdadero y grande» (ib., 17, 1-2).

Tertuliano, además, da un paso enorme en el desarrollo del dogma trinitario; nos dejó en latín el lenguaje adecuado para expresar este gran misterio, introduciendo los términos: «una sustancia» y «tres personas». También desarrolló mucho el lenguaje correcto para expresar el misterio de Cristo, Hijo de Dios y verdadero hombre. El autor africano habla también del Espíritu Santo, demostrando su carácter personal y divino: «Creemos que, según su promesa, Jesucristo envió por medio del Padre al Espíritu Santo, el Paráclito, el santificador de la fe de quienes creen en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu» (ib., 2, 1). Asimismo, sus obras contienen numerosos textos sobre la Iglesia, a la que Tertuliano siempre reconoce como "madre". Incluso después de su adhesión al montanismo, no olvidó que la Iglesia es la Madre de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. También habla de la conducta moral de los cristianos y de la vida futura.

Sus escritos son importantes también para descubrir tendencias vivas en las comunidades cristianas sobre María santísima, sobre los sacramentos de la Eucaristía, el Matrimonio y la Reconciliación, sobre el primado de Pedro, sobre la oración... En aquellos años de persecución, en los que los cristianos parecían una minoría perdida, el apologista los exhorta en especial a la esperanza, que —según sus escritos— no es solamente una virtud, sino también una modalidad que afecta a todos los aspectos de la existencia cristiana.

Tenemos la esperanza de que el futuro será nuestro porque el futuro es de Dios. Así, la resurrección del Señor se presenta como el fundamento de nuestra resurrección futura, y representa el objeto principal de la confianza de los cristianos: «La carne resucitará —afirma categóricamente Tertuliano—: toda la carne, precisamente la carne, y la carne toda entera. Dondequiera que se encuentre, está en consigna ante Dios, en virtud del fidelísimo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, que restituirá Dios al hombre y el hombre a Dios» (La resurrección de los muertos, 63, 1).

Desde el punto de vista humano, se puede hablar sin duda del drama de Tertuliano. Con el paso del tiempo, se hizo cada vez más exigente con los cristianos. Pretendía de ellos en todas las circunstancias, sobre todo en las persecuciones, un comportamiento heroico. Rígido en sus posiciones, no ahorraba duras críticas y acabó inevitablemente por aislarse. Por lo demás, todavía hoy siguen abiertas muchas cuestiones, no sólo sobre el pensamiento teológico y filosófico de Tertuliano, sino también sobre su actitud ante las instituciones políticas y la sociedad pagana.

A mí esta gran personalidad moral e intelectual, este hombre que dio una contribución tan grande al pensamiento cristiano, me hace reflexionar mucho. Se ve que al final le falta la sencillez, la humildad para integrarse en la Iglesia, para aceptar sus debilidades, para ser tolerante con los demás y consigo mismo. Cuando sólo se ve el propio pensamiento en su grandeza, al final se pierde precisamente esta grandeza. La característica esencial de un gran teólogo es la humildad para estar con la Iglesia, para aceptar sus debilidades y las propias, porque sólo Dios es totalmente santo. Nosotros, en cambio, siempre tenemos necesidad de perdón.

En definitiva, Tertuliano es un testigo interesante de los primeros tiempos de la Iglesia, cuando los cristianos se convirtieron en auténticos sujetos de «nueva cultura» en el encuentro entre herencia clásica y mensaje evangélico. Es suya la famosa afirmación, según la cual, nuestra alma es "naturaliter cristiana" (Apologético, 17, 6), con la que evoca la perenne continuidad entre los auténticos valores humanos y los cristianos; y también es suya la reflexión, inspirada directamente en el Evangelio, según la cual, «el cristiano no puede odiar ni siquiera a sus enemigos» (cf. Apologético, 37), pues la dimensión moral ineludible de la opción de fe propone la "no violencia" como regla de vida. Y es evidente la dramática actualidad de esta enseñanza, a la luz del intenso debate sobre las religiones.

En definitiva, los escritos de Tertuliano contienen numerosos temas que todavía hoy tenemos que afrontar. Nos impulsan a una fecunda búsqueda interior, a la que invito a todos los fieles, para que sepan expresar de manera cada vez más convincente la Regla de la fe, según la cual, como dice el mismo Tertuliano, «nosotros creemos que hay un solo Dios, y no hay ningún otro fuera del Creador del mundo: él lo ha hecho todo de la nada por medio de su Verbo, engendrado antes de todas las cosas» (La prescripción de los herejes 13, 1).

Saludos

Saludo a los peregrinos llegados de España, México y Chile. De modo especial a la Asociación de Caballeros y Damas de Nuestra Señora de Guadalupe, acompañados por el señor cardenal Antonio Cañizares Llovera, arzobispo de Toledo, y sus obispos auxiliares, así como a los obispos y fieles de las diócesis extremeñas, con ocasión del primer centenario de la declaración de Nuestra Señora de Guadalupe como patrona de Extremadura. Que la imagen de la santísima Virgen que hoy traéis a Roma, tan venerada en vuestro monasterio guadalupano, y réplica de la que el Papa san Gregorio Magno regaló a san Leandro de Sevilla, siga acompañando las celebraciones jubilares y bendiga a toda esa región española, que tuvo una participación tan activa en la obra de la evangelización de América.

(En portugués)
Mi saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, de modo especial a los brasileños de la ciudad Ana Rech, en Rio Grande do Sul, conocida también con el nombre de "Vila dos Presépios" (Villa de los Belenes), debido a la resonancia de este símbolo navideño en honor del Dios encarnado. Con su venida, nuestra pobre humanidad se hace morada de la santísima Trinidad. Que ella bendiga a vuestras familias y comunidades con el don de la unidad y de la vida plena, en la solidaridad y en la paz.

(A los peregrinos polacos presentes en Roma para la canonizacióndel religioso franciscano Simón de Lipnica)
Por su intercesión pedimos al Señor numerosas y santas vocaciones sacerdotales y religiosas para la Iglesia en Polonia y en todo el mundo. ¡Que Dios os bendiga!

(En italiano)

(A los peregrinos de las diócesis de Pozzuoli y Cerreto Sannita-Telese-Santa'Agata de' Goti)
Queridos amigos, sacad constantemente de la Eucaristía la fuerza para ser testigos del Evangelio de la caridad, siguiendo el ejemplo y la intercesión de los santos que con su fidelidad a Cristo evangelizaron vuestras tierras". También saludó a los miembros capitulares del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, a los que deseó que esta importante asamblea sirva a todos de estímulo y aliento para ser signos cada vez más elocuentes del amor de Dios y misioneros de su paz.



Saludo, finalmente, a los enfermos, a los recién casados y a los jóvenes, y entre estos de modo especial a los estudiantes del instituto "Bonghi" de Lucera. Manteniendo vivo el recuerdo de Pentecostés, que celebramos el domingo pasado, os exhorto, queridos jóvenes, a invocar constantemente al Espíritu Santo, para que seáis apóstoles intrépidos de Cristo entre vuestros coetáneos. Que el Espíritu Consolador os ayude, queridos enfermos, a aceptar con fe los sufrimientos y la enfermedad, ofreciéndolos a Dios por la salvación de todos los hombres. Y a vosotros, queridos recién casados, os conceda la alegría de construir vuestra familia sobre el sólido fundamento del Evangelio.


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Miércoles 6 de junio de 2007

San Cipriano

Queridos hermanos y hermanas:

En la serie de nuestras catequesis sobre grandes personalidades de la Iglesia antigua llegamos hoy a un excelente obispo africano del siglo III, san Cipriano, «el primer obispo que consiguió en África la corona del martirio». Como atestigua el diácono Poncio, su primer biógrafo, su fama está vinculada tanto a la producción literaria como a la actividad pastoral de los trece años que transcurren entre su conversión y su martirio (cf. Vida 19, 1; 1, 1).

Nacido en Cartago en el seno de una rica familia pagana, después de una juventud disipada, Cipriano se convierte al cristianismo a la edad de 35 años. Él mismo narra su itinerario espiritual: «Cuando me encontraba aún en una noche oscura —escribe algunos meses después de su bautismo—, me parecía sumamente difícil y arduo realizar lo que la misericordia de Dios me proponía... Estaban tan arraigados en mí los muchos errores de mi vida pasada, que no creía que podía liberarme de ellos; me arrastraban los vicios, tenía malos deseos... Pero luego, con la ayuda del agua regeneradora, quedó lavada la miseria de mi vida anterior; una luz de lo alto se difundió en mi corazón; un segundo nacimiento me restauró en un ser totalmente nuevo. De un modo maravilloso comenzó entonces a disiparse toda duda... Comprendí claramente que era terreno lo que antes vivía en mí, en la esclavitud de los vicios de la carne, y que, en cambio, era divino y celestial lo que el Espíritu Santo ya había generado en mí» (A Donato, 3-4).

Inmediatamente después de la conversión, Cipriano —no sin envidias y resistencias—fue elegido para el oficio sacerdotal y para la dignidad episcopal. En el breve período de su episcopado afrontó las dos primeras persecuciones decretadas por un edicto imperial, la de Decio (año 250) y la de Valeriano (años 257-258).

Después de la persecución especialmente cruel de Decio, san Cipriano tuvo que esforzarse denodadamente por restablecer la disciplina en la comunidad cristiana, pues muchos fieles habían renegado, o por lo menos no habían mantenido una conducta correcta ante la prueba. Eran los así llamados "lapsi", es decir, los "caídos", que deseaban ardientemente volver a formar parte de la comunidad. El debate sobre su readmisión llegó a dividir a los cristianos de Cartago en laxos y rigoristas.

A estas dificultades es preciso añadir una grave peste que asoló África y planteó interrogantes teológicos angustiosos tanto en el seno de la comunidad como frente a los paganos. Por último, conviene recordar la controversia entre san Cipriano y el obispo de Roma, Esteban, sobre la validez del bautismo administrado a los paganos por cristianos herejes.

En estas circunstancias realmente difíciles, san Cipriano mostró notables dotes de gobierno: fue severo, pero no inflexible con los lapsi, concediéndoles la posibilidad del perdón después de una penitencia ejemplar. Ante Roma fue firme defensor de las sanas tradiciones de la Iglesia africana. Fue muy bondadoso; estaba animado por el más auténtico espíritu evangélico, que lo impulsaba a exhortar a los cristianos a ayudar fraternalmente a los paganos durante la peste.

Supo practicar la justa medida al recordar a los fieles —demasiado temerosos de perder la vida y los bienes terrenos— que para ellos la verdadera vida y los verdaderos bienes no son los de este mundo.

Combatió con decisión las costumbres corrompidas y los pecados que devastaban la vida moral, sobre todo la avaricia. «Así pasaba sus jornadas —narra en este punto el diácono Poncio—, cuando he aquí que, por orden del procónsul, llegó repentinamente a su casa el jefe de la policía» (Vida, 15, 1). Ese día el santo obispo fue arrestado y, tras un breve interrogatorio, afrontó con valentía el martirio en medio de su pueblo.

San Cipriano compuso numerosos tratados y cartas, siempre relacionados con su ministerio pastoral. Poco inclinado a la especulación teológica, escribía sobre todo para la edificación de la comunidad y para el buen comportamiento de los fieles. De hecho, la Iglesia es —con mucho— el tema que más trató. Distingue entre Iglesia visible, jerárquica, e Iglesia invisible, mística, pero afirma con fuerza que la Iglesia es una sola, fundada sobre Pedro. No se cansa de repetir que «quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la Iglesia, se engaña si cree que se mantiene en la Iglesia» (La unidad de la Iglesia católica, 4). San Cipriano sabe bien, y lo formuló con palabras fuertes, que «fuera de la Iglesia no hay salvación» (Carta 4, 4 y 73, 21) y que «no puede tener a Dios como padre quien no tiene a la Iglesia como madre» (La unidad de la Iglesia católica, 4).

Una característica esencial de la Iglesia es la unidad, simbolizada por la túnica de Cristo sin costuras (cf. ib., 7):unidad de la que dice que tiene su fundamento en Pedro (cf. ib., 4) y su perfecta realización en la Eucaristía (cf. Carta 63, 13). «Hay un solo Dios y un solo Cristo —afirma san Cipriano—; una sola es su Iglesia, una sola fe, un solo pueblo cristiano, que se mantiene fuertemente unido con el cemento de la concordia; y no se puede separar lo que es uno por naturaleza» (La unidad de la Iglesia católica, 23).

Hemos hablado de su pensamiento sobre la Iglesia, pero no podemos dejar de referirnos a la enseñanza de san Cipriano sobre la oración. A mí me gusta especialmente su libro sobre el «Padre nuestro», que me ha ayudado mucho a comprender mejor y a rezar mejor la "oración del Señor". San Cipriano enseña que en el «Padre nuestro» se da al cristiano precisamente el modo correcto de orar, y subraya que esa oración está en plural, «para que quien reza no ore únicamente por sí mismo. Nuestra oración —escribe— es pública y comunitaria; y, cuando rezamos, no oramos por uno solo, sino por todo el pueblo, porque junto con todo el pueblo somos uno» (La oración del Señor, 8).

De esta forma, oración personal y litúrgica se presentan estrechamente unidas entre sí. Su unidad proviene del hecho de que responden a la misma palabra de Dios. El cristiano no dice «Padre mío», sino «Padre nuestro», incluso en lo más secreto de su recámara cerrada, porque sabe que en todo lugar, en toda circunstancia, es miembro de un mismo cuerpo.

«Oremos, pues, hermanos amadísimos —escribe el Obispo de Cartago—, como Dios, el Maestro, nos ha enseñado. Es oración confidencial e íntima orar a Dios con lo que es suyo, elevar hasta sus oídos la oración de Cristo. Que el Padre reconozca las palabras de su Hijo, cuando rezamos una oración: el que habita en lo más íntimo del alma debe estar presente también en la voz... Además, cuando se reza, hay que tener un modo de hablar y orar que, con disciplina, mantenga la calma y la reserva. Pensemos que estamos en la presencia de Dios. Debemos ser gratos a los ojos divinos tanto con la postura del cuerpo como con el tono de la voz... Y cuando nos reunimos con los hermanos y celebramos los sacrificios divinos con el sacerdote de Dios, debemos recordar el temor reverencial y la disciplina, sin lanzar al viento nuestras oraciones con voz descompuesta, ni hacer con mucha palabrería una petición que más bien debemos elevar a Dios con moderación, porque Dios no escucha la voz sino el corazón (non vocis sed cordis auditor est)« (ib., 3-4). Se trata de palabras que siguen siendo válidas hoy y nos ayudan a celebrar bien la sagrada liturgia.

En definitiva, san Cipriano se sitúa en los orígenes de la fecunda tradición teológico-espiritual que ve en el «corazón» el lugar privilegiado de la oración. Según la Biblia y los santos Padres, el corazón es lo más íntimo del hombre, el lugar donde habita Dios. En él se realiza el encuentro en el que Dios habla al hombre y el hombre escucha a Dios; el hombre habla a Dios y Dios escucha al hombre. Todo ello a través de la única Palabra divina. Precisamente en este sentido, remitiéndose a san Cipriano, Esmaragdo, abad de San Miguel en el Mosa en los primeros años del siglo IX, atestigua que la oración «es obra del corazón, no de los labios, porque Dios no mira las palabras sino el corazón del que ora» (La diadema de los monjes, 1).

Queridos hermanos, hagamos nuestro este «corazón que escucha» del que hablan la Biblia (cf. 1 R 3, 9) y los santos Padres; lo necesitamos mucho. Sólo así podremos experimentar con plenitud que Dios es nuestro Padre, y que la Iglesia, la santa Esposa de Cristo, es verdaderamente nuestra Madre.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a las Hijas de María Auxiliadora y al grupo de las Obras misionales pontificias. Saludo también a los demás peregrinos de España, México, El Salvador, Argentina y otros países latinoamericanos. Siguiendo las enseñanzas de san Cipriano, abramos nuestro corazón a la oración para experimentar plenamente que Dios es nuestro Padre y que la Iglesia, la santa Esposa de Cristo, es verdaderamente nuestra Madre.

(En polaco)
Mañana es la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Yendo en procesión detrás de Cristo, presente en la Eucaristía, su Cuerpo y su Sangre, recordamos a todos que él está con nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Que este encuentro cambie vuestra vida. A vosotros, aquí presentes, y a todos los que participen mañana en la procesión, les imparto mi bendición.

(En croata)
Que la comunión del Cuerpo de Cristo conforme vuestra vida cada vez más a él, que nos amó hasta el extremo.

(En eslovaco)
Hermanos y hermanas, Cristo es el camino que lleva al Padre y en la Eucaristía se ofrece a cada uno de nosotros como manantial de vida divina. Acudamos a ella con perseverancia.

(En italinao)
Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. El mes de junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Contemplemos con frecuencia este Corazón, que es el manantial del amor divino.

Vosotros, queridos jóvenes, en la escuela del Corazón de Cristo aprended a asumir con seriedad las responsabilidades que os esperan. Vosotros, queridos enfermos, encontrad en esta fuente inagotable la serenidad para cumplir siempre la voluntad de Dios. Y vosotros, queridos recién casados, permaneced fieles al amor de Dios, que es fundamento y apoyo de vuestro amor conyugal.

Llamamiento del Papa al G-8
en favor de los pueblos de África

Hoy ha comenzado en Heiligendamm, Alemania, bajo la presidencia de la República federal de Alemania, la cumbre anual de jefes de Estado y de Gobierno del G-8, es decir, de los siete países más industrializados del mundo más la Federación Rusa. El pasado día 16 de diciembre escribí a la canciller Angela Merkel dándole gracias, en nombre de la Iglesia católica, por la decisión de conservar en el orden del día del G-8 el tema de la pobreza en el mundo, con atención especial a África. La doctora Merkel me respondió amablemente el pasado 2 de febrero, asegurándome el compromiso del G-8 por lograr los objetivos de desarrollo del milenio.

Quisiera dirigir ahora un nuevo llamamiento a los líderes reunidos en Heiligendamm, para que se cumplan las promesas de aumentar sustancialmente la ayuda al desarrollo, en favor de las poblaciones más necesitadas, sobre todo las del continente africano.

En este sentido, merece atención especial el segundo gran objetivo del milenio: «El logro de la educación primaria para todos; asegurar que todo muchacho y muchacha complete todo el itinerario de la escuela primaria dentro del año 2015». Este objetivo es parte integrante del logro de todos los demás objetivos del milenio; es garantía de la consolidación de los objetivos alcanzados, y es punto de partida de los procesos autónomos y sostenibles de desarrollo.

No hay que olvidar que, en el campo de la educación, la Iglesia católica siempre ha estado en la vanguardia, llegando, especialmente en los países más pobres, a donde las estructuras estatales a menudo no logran llegar. Otras Iglesias cristianas, grupos religiosos y organizaciones de la sociedad comparten ese compromiso educativo. Es una realidad que, aplicando el principio de subsidiariedad, los Gobiernos y las organizaciones internacionales deben reconocer, valorar y sostener, también mediante adecuadas ayudas financieras. Esperamos que se trabaje seriamente con vistas al logro de estos objetivos.


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Miércoles 13 de junio de 2007

Eusebio de Cesarea

Queridos hermanos y hermanas:

En la historia del cristianismo antiguo es fundamental la distinción entre los primeros tres siglos y los que siguieron al concilio de Nicea del año 325, el primero ecuménico. Como "bisagra" entre los dos períodos están el así llamado "viraje constantiniano" y la paz de la Iglesia, así como la figura de Eusebio, obispo de Cesarea en Palestina, que fue el exponente más cualificado de la cultura cristiana de su tiempo en contextos tan variados como la teología, la exégesis, la historia y la erudición. Eusebio es conocido sobre todo como el primer historiador del cristianismo, pero también como el mayor filólogo de la Iglesia antigua.

En Cesarea, donde probablemente nació Eusebio alrededor del año 260, Orígenes se había refugiado procedente de Alejandría, y allí había fundado una escuela y una gran biblioteca. Precisamente con estos libros se habría formado, alguna década después, el joven Eusebio. En el año 325, como obispo de Cesarea, participó en el concilio de Nicea, desempeñando un papel de protagonista. Suscribió el Credo y la afirmación de la plena divinidad del Hijo de Dios, definido por eso "de la misma sustancia" del Padre (homooúsios tõ Patrí). Es prácticamente el mismo Credo que rezamos todos los domingos en la sagrada liturgia.

Eusebio, sincero admirador de Constantino, que había dado la paz a la Iglesia, sintió por él estima y consideración. Celebró al emperador, no sólo en sus obras, sino también con discursos oficiales, pronunciados en el vigésimo y en el 30° aniversario de su llegada al trono, y después de su muerte, acaecida en el año 337. Dos o tres años después murió también Eusebio.

Estudioso incansable, en sus numerosos escritos Eusebio trata de reflexionar y hacer un balance de tres siglos de cristianismo, tres siglos vividos bajo la persecución, recurriendo en gran parte a las fuentes cristianas y paganas conservadas sobre todo en la gran biblioteca de Cesarea. Así, a pesar de la importancia objetiva de sus obras apologéticas, exegéticas y doctrinales, la fama imperecedera de Eusebio sigue estando vinculada en primer lugar a los diez libros de su Historia eclesiástica. Fue el primero en escribir una historia de la Iglesia, que sigue siendo fundamental gracias a las fuentes que Eusebio pone a nuestra disposición para siempre. Con esta Historia logró salvar del olvido seguro numerosos acontecimientos, personajes y obras literarias de la Iglesia antigua. Se trata, por tanto, de una fuente fundamental para el conocimiento de los primeros siglos del cristianismo.

Nos podemos preguntar cómo estructuró y con qué intenciones redactó esta nueva obra. Al inicio del primer libro, el historiador presenta los temas que pretende afrontar en su obra: "Es mi propósito consignar las sucesiones de los santos apóstoles y los tiempos transcurridos desde nuestro Salvador hasta nosotros; el número y la magnitud de los hechos registrados por la historia eclesiástica y el número de los que en ella sobresalieron en el gobierno y en la presidencia de las iglesias más ilustres, así como el número de los que en cada generación, de viva voz o por escrito, fueron los embajadores de la palabra de Dios; y también quiénes, cuántos y cuándo, impulsados por el deseo de innovación hasta el error, se proclamaron públicamente a sí mismos introductores de una ciencia falsa y devoraron sin piedad, como lobos crueles, al rebaño de Cristo; (...) así como también el número, el modo y el tiempo de los ataques de los paganos contra la Palabra divina y la grandeza de cuantos, por defenderla afrontaron duras pruebas de sangre y torturas; y además los martirios de nuestros propios tiempos y la protección benévola y propicia de nuestro Salvador" (1, 1, 1-2).

De esta manera, Eusebio abarca diferentes aspectos: la sucesión de los Apóstoles, como estructura de la Iglesia, la difusión del Mensaje, los errores, las persecuciones por parte de los paganos y los grandes testimonios que constituyen la luz de esta "Historia". En todo esto, a través de él resplandecen la misericordia y la benevolencia del Salvador. Así Eusebio inaugura la historiografía eclesiástica, abarcando su narración hasta el año 324, cuando Constantino, después de la derrota de Licinio, fue aclamado como único emperador de Roma. Se trata del año precedente al gran concilio de Nicea, que después ofrece la "summa" de lo que la Iglesia había aprendido -doctrinal, moral e incluso jurídicamente- en esos trescientos años.

La cita que acabamos de referir del primer libro de la Historia eclesiástica contiene una repetición seguramente voluntaria. En pocas líneas repite el título cristológico de Salvador, y hace referencia explícita a "su misericordia" y a "su benevolencia". Así podemos descubrir la perspectiva fundamental de la historiografía de Eusebio: es una historia "cristocéntrica", en la que se revela progresivamente el misterio del amor de Dios a los hombres. Con genuina sorpresa, Eusebio reconoce que "de todos los hombres de su tiempo y de los que han existido hasta hoy en toda la tierra, sólo Jesús es llamado y confesado como Cristo (es decir Mesías y Salvador del mundo), y todos dan testimonio de él con este nombre, recordándolo así tanto los griegos como los bárbaros. Además, todavía hoy entre sus discípulos, en toda la tierra, es honrado como rey, es contemplado como superior a un profeta y es glorificado como el verdadero y único sumo sacerdote de Dios; y, por encima de todo esto, es adorado como Dios por ser el Logos preexistente, anterior a todos los siglos, y habiendo recibido del Padre el honor de ser digno de veneración. Y lo más singular de todo es que los que estamos consagrados a él no lo honramos solamente con la voz o con los sonidos de nuestras palabras, sino con una completa disposición del alma, llegando incluso a preferir el martirio por su causa a nuestra propia vida" (1, 3, 19-20).

Así se destaca otra característica que será una constante en la antigua historiografía eclesiástica: la "intención moral" que entraña la narración. El análisis histórico nunca es un fin en sí mismo; no sólo busca conocer el pasado; más bien, apunta con decisión a la conversión, y a un auténtico testimonio de vida cristiana por parte de los fieles. Es una guía para nosotros mismos.

De esta manera, Eusebio interpela encarecidamente a los creyentes de todos los tiempos sobre su manera de afrontar las vicisitudes de la historia, y de la Iglesia en particular. Nos interpela también a nosotros: ¿Cuál es nuestra actitud ante las vicisitudes de la Iglesia? ¿Es la actitud de quien se interesa de ellas por simple curiosidad, buscando quizá el sensacionalismo y el escándalo a toda costa? ¿O es más bien la actitud llena de amor, y abierta al misterio, de quien sabe por la fe que puede descubrir en la historia de la Iglesia los signos del amor de Dios y las grandes obras de la salvación por él realizadas? Si esta es nuestra actitud, no podemos menos de sentirnos impulsados a dar una respuesta más coherente y generosa, un testimonio de vida más cristiano, para comunicar los signos del amor de Dios también a las futuras generaciones.

"Hay un misterio", no se cansaba de repetir el cardenal Jean Daniélou, eminente estudioso de los Padres: "Hay un contenido oculto en la historia. (...) El misterio es el de las obras de Dios, que constituyen en el tiempo la realidad auténtica, oculta detrás de las apariencias. (...) Pero esta historia que Dios realiza en favor del hombre, no la realiza sin él. Quedarse en la contemplación de las "grandes hazañas" de Dios significaría ver sólo un aspecto de las cosas. Ante ellas está la respuesta de los hombres" (Saggio sul mistero della storia, Brescia 1963, p. 182).

También hoy, muchos siglos después, Eusebio de Cesarea nos invita a los creyentes a asombrarnos, a contemplar en la historia las grandes obras de Dios para la salvación de los hombres. Y con la misma fuerza nos invita a la conversión de vida. De hecho, no podemos quedar insensibles ante un Dios que nos ha amado así. El amor exige que toda la vida se oriente a la imitación del Amado. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para dejar en nuestra vida una huella transparente del amor de Dios.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de la Institución Teresiana, reunido estos días en Roma, a las Siervas de María Ministras de los Enfermos, a los colaboradores de las Obras misionales pontificias de México y al grupo del colegio San Agustín de Lima, así como a los demás grupos y personas venidas de España, México, Ecuador, Perú y de otros países de Latinoamérica. Invito a todos a ver en la historia y en la vida cotidiana el amor y la bondad de Dios.

Muchas gracias por vuestra visita.

(A los fieles de lengua portuguesa)
Que vuestra venida a Roma os confirme en la fe santa y segura que en él ardía y lo iluminaba, haciendo aparecer a la Iglesia a los ojos de vuestros familiares y amigos como vehículo de la salvación de Cristo. Por él y en él os bendigo a todos.

(En esloveno: a los sacerdotes de la diócesis de Capodistria)
En el día en que celebráis el "dies sanctificationis", os imparto mi bendición paterna a vosotros, a vuestras parroquias y a todos los peregrinos eslovenos aquí presentes, encomendándoos al Sacratísimo Corazón de Jesús.

(En polaco)
Mientras nos acercamos a la solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús, os encomiendo a su amor a vosotros, a vuestras familias, a las parroquias y a otras comunidades. Que del Corazón de Jesús traspasado se derramen sobre todos los fieles abundantes gracias.

(A los niños de primera Comunión de la diócesis de Castellaneta)
Queridos pequeños amigos, que la Eucaristía sea vuestro alimento espiritual para crecer en el conocimiento de Jesús y avanzar por el camino de la santidad.

(A la Asociación de Voluntarios italianos de sangre)
Queridos amigos, vuestra presencia en el territorio nacional ha promovido en estos años los valores de la vida, de la gratuidad y de la solidaridad. Seguid con este importante servicio al prójimo, inspirándoos en el divino Maestro, que veneráis especialmente en el templo de la "Preciosísima Sangre" en Pianezze di Valdobbiadene.

Saludo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, para muchos de vuestros coetáneos han comenzado las vacaciones, mientras otros están en tiempo de exámenes. Que os ayude el Señor a vivir este período con serenidad y a experimentar su protección. A vosotros, queridos enfermos, os invito a hallar consuelo en el Señor, que ilumina vuestro sufrimiento con su amor redentor. A vosotros, queridos recién casados, os deseo que descubráis el misterio de Dios que se entrega por la salvación de todos, a fin de que vuestro amor sea cada vez más verdadero y duradero.


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19/04/2013 20:50

Miércoles 20 de junio de 2007

San Atanasio

Queridos hermanos y hermanas:

Continuando nuestro repaso de los grandes maestros de la Iglesia antigua, queremos centrar hoy nuestra atención en san Atanasio de Alejandría. Este auténtico protagonista de la tradición cristiana, ya pocos años después de su muerte, fue aclamado como "la columna de la Iglesia" por el gran teólogo y obispo de Constantinopla san Gregorio Nacianceno (Discursos 21, 26), y siempre ha sido considerado un modelo de ortodoxia, tanto en Oriente como en Occidente.

Por tanto, no es casualidad que Gian Lorenzo Bernini colocara su estatua entre las de los cuatro santos doctores de la Iglesia oriental y occidental —juntamente con san Ambrosio, san Juan Crisóstomo y san Agustín—, que en el maravilloso ábside de la basílica vaticana rodean la Cátedra de san Pedro.

San Atanasio fue, sin duda, uno de los Padres de la Iglesia antigua más importantes y venerados. Pero este gran santo es, sobre todo, el apasionado teólogo de la encarnación del Logos, el Verbo de Dios que, como dice el prólogo del cuarto evangelio, "se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14).

Precisamente por este motivo san Atanasio fue también el más importante y tenaz adversario de la herejía arriana, que entonces era una amenaza para la fe en Cristo, reducido a una criatura "intermedia" entre Dios y el hombre, según una tendencia que se repite en la historia y que también hoy existe de diferentes maneras.

Atanasio nació probablemente en Alejandría, en Egipto, hacia el año 300; recibió una buena educación antes de convertirse en diácono y secretario del obispo de la metrópoli egipcia, san Alejandro. El joven eclesiástico, íntimo colaborador de su obispo, participó con él en el concilio de Nicea, el primero de carácter ecuménico, convocado por el emperador Constantino en mayo del año 325 para asegurar la unidad de la Iglesia. Así los Padres de Nicea pudieron afrontar varias cuestiones, principalmente el grave problema originado algunos años antes por la predicación de Arrio, un presbítero de Alejandría.

Este, con su teoría, constituía una amenaza para la auténtica fe en Cristo, declarando que el Logos no era verdadero Dios, sino un Dios creado, un ser "intermedio" entre Dios y el hombre; de este modo el verdadero Dios permanecía siempre inaccesible para nosotros. Los obispos reunidos en Nicea respondieron redactando el "Símbolo de la fe" que, completado más tarde por el primer concilio de Constantinopla, ha quedado en la tradición de las diversas confesiones cristianas y en la liturgia como el Credo niceno-constantinopolitano.

En este texto fundamental, que expresa la fe de la Iglesia indivisa, y que todavía recitamos hoy todos los domingos en la celebración eucarística, aparece el término griego homooúsios, en latín consubstantialis: indica que el Hijo, el Logos, es "de la misma substancia" del Padre, es Dios de Dios, es su substancia; así se subraya la plena divinidad del Hijo, que negaban los arrianos.

Al morir el obispo san Alejandro, en el año 328, san Atanasio pasó a ser su sucesor como obispo de Alejandría, e inmediatamente rechazó con decisión cualquier componenda con respecto a las teorías arrianas condenadas por el concilio de Nicea. Su intransigencia, tenaz y a veces muy dura, aunque necesaria, contra quienes se habían opuesto a su elección episcopal y sobre todo contra los adversarios del Símbolo de Nicea, le provocó la implacable hostilidad de los arrianos y de los filo-arrianos.

A pesar del resultado inequívoco del Concilio, que había afirmado con claridad que el Hijo es de la misma substancia del Padre, poco después esas ideas erróneas volvieron a prevalecer —en esa situación, Arrio fue incluso rehabilitado— y fueron sostenidas por motivos políticos por el mismo emperador Constantino y después por su hijo Constancio II. Este, al que le preocupaban más la unidad del Imperio y sus problemas políticos que la verdad teológica, quería politizar la fe, haciéndola más accesible, según su punto de vista, a todos los súbditos del Imperio.

Así, la crisis arriana, que parecía haberse solucionado en Nicea, continuó durante décadas con vicisitudes difíciles y divisiones dolorosas en la Iglesia. Y en cinco ocasiones —durante treinta años, entre 336 y 366— san Atanasio se vio obligado a abandonar su ciudad, pasando diecisiete años en el destierro y sufriendo por la fe. Pero durante sus ausencias forzadas de Alejandría el obispo pudo sostener y difundir en Occidente, primero en Tréveris y después en Roma, la fe de Nicea así como los ideales del monaquismo, abrazados en Egipto por el gran eremita san Antonio, con una opción de vida por la que san Atanasio siempre se sintió atraído.

San Antonio, con su fuerza espiritual, era la persona más importante que apoyaba la fe de san Atanasio. Al volver definitivamente a su sede, el obispo de Alejandría pudo dedicarse a la pacificación religiosa y a la reorganización de las comunidades cristianas. Murió el 2 de mayo del año 373, día en el que celebramos su memoria litúrgica.

La obra doctrinal más famosa del santo obispo de Alejandría es el tratado Sobre la encarnación del Verbo, el Logos divino que se hizo carne, llegando a ser como nosotros, por nuestra salvación. En esta obra, san Atanasio afirma, con una frase que se ha hecho justamente célebre, que el Verbo de Dios "se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres para que nosotros heredáramos la incorruptibilidad" (54, 3). Con su resurrección, el Señor destruyó la muerte como si fuera "paja en el fuego" (8, 4). La idea fundamental de toda la lucha teológica de san Atanasio era precisamente la de que Dios es accesible. No es un Dios secundario, es el verdadero Dios, y a través de nuestra comunión con Cristo nosotros podemos unirnos realmente a Dios. Él se ha hecho realmente "Dios con nosotros".

Entre las demás obras de este gran Padre de la Iglesia, que en buena parte están vinculadas a las vicisitudes de la crisis arriana, podemos citar también las cuatro cartas que dirigió a su amigo Serapión, obispo de Thmuis, sobre la divinidad del Espíritu Santo, en las que esa verdad se afirma con claridad, y unas treinta cartas "festivas", dirigidas al inicio de cada año a las Iglesias y a los monasterios de Egipto para indicar la fecha de la fiesta de Pascua, pero sobre todo para consolidar los vínculos entre los fieles, reforzando su fe y preparándolos para esa gran solemnidad.

Por último, san Atanasio también es autor de textos de meditaciones sobre los Salmos, muy difundidos desde entonces, y sobre todo de una obra que constituye el best seller de la antigua literatura cristiana, la Vida de san Antonio, es decir, la biografía de san Antonio abad, escrita poco después de la muerte de este santo, precisamente mientras el obispo de Alejandría, en el destierro, vivía con los monjes del desierto egipcio. San Atanasio fue amigo del grande eremita hasta el punto de que recibió una de las dos pieles de oveja que dejó san Antonio como herencia, junto con el manto que el mismo obispo de Alejandría le había regalado.

La biografía ejemplar de ese santo tan apreciado por la tradición cristiana, que se hizo pronto sumamente popular y fue traducida inmediatamente dos veces al latín y luego a varias lenguas orientales, contribuyó decisivamente a la difusión del monaquismo, tanto en Oriente como en Occidente. En Tréveris la lectura de este texto forma parte de una emotiva narración de la conversión de dos funcionarios imperiales que san Agustín incluye en las Confesiones (VIII, 6, 15) como premisa para su misma conversión.

Por lo demás, el mismo san Atanasio muestra que tenía clara conciencia de la influencia que podía ejercer sobre el pueblo cristiano la figura ejemplar de san Antonio. En la conclusión de esa obra escribe: "El hecho de que llegó a ser famoso en todas partes, de que encontró admiración universal y de que su pérdida fue sentida aun por gente que nunca lo vio, subraya su virtud y el amor que Dios le tenía. Antonio ganó renombre no por sus escritos ni por sabiduría de palabras ni por ninguna otra cosa, sino sólo por su servicio a Dios. Y nadie puede negar que esto es don de Dios. ¿Cómo explicar, en efecto, que este hombre, que vivió escondido en la montaña, fuera conocido en España y Galia, en Roma y África, sino por Dios, que en todas partes da a conocer a los suyos, y que, más aún, le había anunciado esto a Antonio desde el principio? Pues aunque hagan sus obras en secreto y deseen permanecer en la oscuridad, el Señor los muestra públicamente como lámparas a todos los hombres, y así los que oyen hablar de ellos pueden darse cuenta de que los mandamientos llevan a la perfección, y entonces cobran valor para seguir la senda que conduce a la virtud" (Vida de san Antonio, 93, 5-6).

Sí, hermanos y hermanas, tenemos muchos motivos para dar gracias a san Atanasio. Su vida, como la de san Antonio y la de otros innumerables santos, nos muestra que "quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos" (Deus caritas est, 42).

Saludos a los fieles congregados en la Basílica

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, aquí presentes en esta Basílica. Os deseo que vuestra visita a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, así como el testimonio de su vida y de su martirio, consolide vuestra fe en Cristo y os ayude a sentiros más unidos con toda la Iglesia.

Al mismo tiempo, en mis oraciones pido al Señor por todos vosotros, vuestros familiares y por vuestras intenciones. Con afecto, os encomiendo a la intercesión maternal de la Virgen María. ¡Que Dios os bendiga!

* * *

Saludos a los peregrinos presentes en la Sala Pablo VI

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, venidos de Latinoamérica y de España. En particular, saludo a los distintos grupos parroquiales y escolares de España, así como a los peregrinos de Honduras, México y otros países latinoamericanos. Que vuestra visita a Roma consolide vuestra fe en Cristo, iluminados por el testimonio de vida y el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, y sintiéndoos cada vez más en comunión con toda la Iglesia. ¡Que Dios os bendiga!

(En portugués)
Que la luz de Cristo anime siempre vuestra fe, esperanza y caridad, en una vida digna, cristiana y llena de alegría.

(En polaco principalmente a los jóvenes)
Ojalá que regreséis de las vacaciones enriquecidos y embellecidos espiritualmente.

(En lengua croata habló a matrimonios procedentes de varias parroquias)
Que la bendición de Dios acompañe a vuestras familias, a fin de que vuestro amor y vuestra fidelidad mutua sean viva imagen de la relación entre Cristo y su Iglesia.

(En italiano)
Saludo también a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Mañana celebraremos la memoria litúrgica de san Luis Gonzaga, admirable ejemplo de austeridad y pureza evangélica. Invocadlo, queridos jóvenes, para que os ayude a construir una íntima amistad con Jesús, que os haga capaces de afrontar con seriedad vuestra vida. Que este joven santo sea para vosotros, queridos enfermos, apoyo para transformar los sufrimientos y las pruebas cotidianas en ocasiones privilegiadas para cooperar en la salvación de las almas y haga de vosotros, queridos recién casados, testigos de un amor casto y generoso.

Llamamiento del Santo Padre

Hoy se celebra la Jornada mundial del refugiado, organizada por las Naciones Unidas para que no disminuya en la opinión pública la atención hacia cuantos se ven obligados a huir de sus países a consecuencia de peligros reales para su vida. Acoger a los refugiados y darles hospitalidad es para todos un gesto obligado de solidaridad humana, a fin de que no se sientan aislados a causa de la intolerancia y el desinterés. Para los cristianos es, además, un modo concreto de manifestar el amor evangélico. Deseo de corazón que a estos hermanos y hermanas nuestros, duramente probados por el sufrimiento, se les garantice el asilo y el reconocimiento de sus derechos, e invito a los responsables de las naciones a ofrecer protección a cuantos se hallan en tan delicadas situaciones de necesidad.


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Miércoles 27 de junio de 2007

San Cirilo de Jerusalén

Queridos hermanos y hermanas:

Nuestra atención se concentra hoy en san Cirilo de Jerusalén. En su vida se entrecruzan dos dimensiones: por una parte, la solicitud pastoral; y, por otra, la implicación, a su pesar, en las intensas controversias que afligían entonces a la Iglesia de Oriente.

San Cirilo, nacido alrededor del año 315 en Jerusalén o en sus cercanías, recibió una óptima formación literaria, que constituyó la base de su cultura eclesiástica, centrada en el estudio de la Biblia. Ordenado presbítero por el obispo Máximo, cuando este murió o fue depuesto, en el año 348 fue ordenado obispo por Acacio, influyente metropolita de Cesarea de Palestina, filo-arriano, convencido de que Cirilo era su aliado. Por eso, se sospechó que había obtenido el nombramiento episcopal mediante concesiones al arrianismo.

En realidad, muy pronto san Cirilo chocó con Acacio, no sólo en el campo doctrinal, sino también en el jurisdiccional, porque san Cirilo reivindicaba la autonomía de su sede con respecto a la metropolitana de Cesarea. En dos décadas san Cirilo sufrió tres destierros: el primero en el año 357, cuando fue depuesto por un Sínodo de Jerusalén; el segundo, en el año 360, por obra de Acacio; y el tercero, el más largo -duró once años- en el año 367 por iniciativa del emperador filo-arriano Valente. Sólo en el año 378, después de la muerte del emperador, san Cirilo pudo volver a tomar definitivamente posesión de su sede, devolviendo a los fieles unidad y paz.

Su ortodoxia, puesta en duda por algunas fuentes de aquel tiempo, la atestiguan otras fuentes igualmente históricas. La más autorizada de ellas es la carta sinodal del año 382, después del segundo concilio ecuménico de Constantinopla (381), en el que san Cirilo había participado con un papel cualificado. En esa carta, enviada al Pontífice romano, los obispos orientales reconocen oficialmente la más absoluta ortodoxia de san Cirilo, la legitimidad de su ordenación episcopal y los méritos de su servicio pastoral, que concluyó con su muerte en el año 387.

De san Cirilo conservamos veinticuatro célebres catequesis, que impartió como obispo hacia el año 350. Introducidas por una Procatequesis de acogida, las primeras dieciocho están dirigidas a los catecúmenos o iluminandos ((photizomenoi); las pronunció en la basílica del Santo Sepulcro. Las primeras (1-5) tratan cada una, respectivamente, de las disposiciones previas al bautismo, de la conversión de las costumbres paganas, del sacramento del bautismo, de las diez verdades dogmáticas contenidas en el Credo o Símbolo de la fe.

Las sucesivas (6-18) constituyen una "catequesis continua" sobre el Símbolo de Jerusalén, en clave antiarriana. De las últimas cinco (19-23), llamadas "mistagógicas", las dos primeras desarrollan un comentario a los ritos del bautismo; y las tres últimas versan sobre la Confirmación, sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y sobre la liturgia eucarística. En ellas se incluye la explicación del padrenuestro (Oración dominical): con ella se comienza un camino de iniciación en la oración, que se desarrolla paralelamente a la iniciación en los tres sacramentos: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.

La base de la instrucción sobre la fe cristiana se realizaba también en función polémica contra los paganos, los judeocristianos y los maniqueos. La argumentación se fundaba en el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, con un lenguaje lleno de imágenes. La catequesis era un momento importante, insertado en el amplio contexto de toda la vida, especialmente litúrgica, de la comunidad cristiana, en cuyo seno materno tenía lugar la gestación del futuro fiel, acompañada de la oración y el testimonio de los hermanos.

En su conjunto, las homilías de san Cirilo constituyen una catequesis sistemática sobre el nuevo nacimiento del cristiano mediante el bautismo. Dice san Cirilo al catecúmeno: "Has caído dentro de las redes de la Iglesia (cf. Mt 13, 47). Por tanto, déjate captar vivo; no huyas, porque es Jesús quien te pesca con su anzuelo, no para darte la muerte, sino la resurrección después de la muerte. En efecto, debes morir y resucitar (cf. Rm 6, 11.14)... Desde hoy mueres al pecado y vives para la justicia" (Procatequesis 5).

Desde el punto de vista doctrinal, san Cirilo comenta el Símbolo de Jerusalén recurriendo a la tipología de las Escrituras, en una relación "sinfónica" entre los dos Testamentos, desembocando en Cristo, centro del universo. La tipología será incisivamente descrita por san Agustín de Hipona: "El Antiguo Testamento es el velo del Nuevo; y en el Nuevo Testamento se manifiesta el Antiguo" (De catechizandis rudibus 4, 8).

Por lo que atañe a la catequesis moral, se funda, con una profunda unidad, en la catequesis doctrinal: el dogma se va introduciendo progresivamente en las almas, las cuales así se ven impulsadas a cambiar los comportamientos paganos de acuerdo con la nueva vida en Cristo, don del bautismo.

Por último, la catequesis "mistagógica" constituía el vértice de la instrucción que san Cirilo impartía, ya no a los catecúmenos, sino a los recién bautizados o neófitos, durante la semana de Pascua. Esa catequesis los llevaba a descubrir, bajo los ritos bautismales de la Vigilia pascual, los misterios encerrados en ellos, aún sin desvelar. Iluminados por la luz de una fe más profunda gracias al bautismo, los neófitos podían por fin comprenderlos mejor, habiendo celebrado ya sus ritos.

En particular con los neófitos de origen griego, san Cirilo se apoyaba en la facultad visiva, muy natural en ellos. Era el paso del rito al misterio, que valoraba el efecto psicológico de la sorpresa y la experiencia vivida en la noche pascual. He aquí un texto que explica el misterio del bautismo: "Tres veces habéis sido sumergidos en el agua y otras tantas habéis emergido, para simbolizar los tres días de la sepultura de Cristo, es decir, imitando con este rito a nuestro Salvador, que pasó tres días y tres noches en el seno de la tierra (cf. Mt 12, 40). Con la primera emersión del agua habéis celebrado el recuerdo del primer día que pasó Cristo en el sepulcro, como con la primera inmersión habéis confesado la primera noche que pasó en el sepulcro: del mismo modo que quien está en la noche no ve nada, y en cambio quien está en el día goza de luz, así también vosotros antes estabais inmersos en la noche y no veíais nada, pero al emerger os habéis encontrado en pleno día. Esta agua de salvación, misterio de la muerte y del nacimiento, ha sido para vosotros tumba y madre... Para vosotros (...) el tiempo de morir coincidió con el tiempo de nacer: en el mismo tiempo han tenido lugar ambos acontecimientos" (Segunda Catequesis mistagógica, 4).

El misterio que se debe captar es el plan de Dios, que se realiza mediante las acciones salvíficas de Cristo en la Iglesia. A su vez, la dimensión mistagógica va acompañada por la de los símbolos, que expresan la vivencia espiritual que entrañan. Así la catequesis de san Cirilo, basándose en las tres dimensiones descritas -doctrinal, moral y mistagógica- es una catequesis global en el Espíritu. La dimensión mistagógica lleva a cabo la síntesis de las dos primeras, orientándolas a la celebración sacramental, en la que se realiza la salvación de todo el hombre.

En definitiva, se trata de una catequesis integral que, al implicar el cuerpo, el alma y el espíritu, es emblemática también para la formación catequética de los cristianos de hoy.

Saludos

En la Basílica de San Pedro

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pasado mañana celebraremos la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo. Deseo que la visita a sus tumbas, así como el ejemplo de su vida y martirio, consolide vuestra fe en Cristo y os ayude a dar testimonio, con vuestra palabra y obras, de su Evangelio. Con afecto, os encomiendo en este momento a la intercesión maternal de la Virgen María. ¡Que Dios os bendiga!

En la sala Pablo VI

Saludo cordialmente a los peregrinos venidos de España y de Latinoamérica, especialmente a la Unión de Hermandades de Jerez de la Frontera, acompañados por su obispo, monseñor Juan del Río; a los miembros de las Cofradías de la diócesis de Calahorra-La Calzada-Logroño; a los cursillistas de Cristiandad de Toledo y Talavera; a la Asociación pro huérfanos de la Guardia civil; y a los peregrinos de Tulancingo, Monterrey, Tijuana, Mérida y Chile. Que las enseñanzas de san Cirilo nos ayuden a comprender la importancia de la formación catequética en la vida de nuestras comunidades.

(En italiano)

(A los participantes en un congreso internacional sobre células madres adultas, organizado por la Universidad "La Sapienza" de Roma)

La posición de la Iglesia, confirmada por la razón y por la ciencia, es clara: se debe incentivar y promover la investigación científica, pero siempre que no vaya en detrimento de otros seres humanos, cuya dignidad es intangible desde las primeras fases de la existencia.



Mi pensamiento va, por ultimo, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Ya hemos entrado en el verano, para muchos tiempo de vacaciones y de descanso. Queridos jóvenes, que para vosotros sea una ocasión para útiles experiencias sociales y religiosas; para vosotros, queridos recién casados, un período oportuno para consolidar vuestra unión y profundizar vuestra misión en la Iglesia y en la sociedad. Deseo, además, que a vosotros, queridos enfermos, no os falte durante estos meses de verano la cercanía de vuestros seres queridos.


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Miércoles 4 de julio de 2007

San Basilio (1)

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy queremos recordar a uno de los grandes Padres de la Iglesia, san Basilio, a quien los textos litúrgicos bizantinos definen como una «lumbrera de la Iglesia». Fue un gran obispo del siglo IV, al que mira con admiración tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la excelencia de su doctrina y por la síntesis armoniosa de sus dotes especulativas y prácticas.
Nació alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho de sus éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa: «Un día, como si despertase de un sueño profundo, volví mis ojos a la admirable luz de la verdad del Evangelio..., y lloré por mi miserable vida» (cf. Ep. 223: PG 32, 824 a).

Atraído por Cristo, comenzó a mirarlo y a escucharlo sólo a él (cf. Moralia 80, 1: PG 31, 860 b c). Con determinación se dedicó a la vida monástica en la oración, en la meditación de las sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia, y en el ejercicio de la caridad (cf. Ep. 2 y 22), siguiendo también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, la cual ya vivía el ascetismo monacal. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370, consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía.

Con su predicación y sus escritos realizó una intensa actividad pastoral, teológica y literaria. Con sabio equilibrio supo unir el servicio a las almas y la entrega a la oración y a la meditación en la soledad. Aprovechando su experiencia personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con frecuencia (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 29 in laudem Basilii: PG 36, 536 b). Con su palabra y sus escritos, muchos de los cuales se conservan todavía hoy (cf. Regulae brevius tractatae, Proemio: PG 31, 1080 a b), los exhortaba a vivir y a avanzar en la perfección. De esos escritos se valieron después no pocos legisladores de la vida monástica antigua, entre ellos san Benito, que consideraba a san Basilio como su maestro (cf. Regula 73, 5).

En realidad, san Basilio creó una vida monástica muy particular: no cerrada a la comunidad de la Iglesia local, sino abierta a ella. Sus monjes formaban parte de la Iglesia particular, eran su núcleo animador que, precediendo a los demás fieles en el seguimiento de Cristo y no sólo de la fe, mostraba su firme adhesión a Cristo —el amor a él—, sobre todo con obras de caridad. Estos monjes, que tenían escuelas y hospitales, estaban al servicio de los pobres; así mostraron la integridad de la vida cristiana.

El siervo de Dios Juan Pablo II, hablando de la vida monástica, escribió: «Muchos opinan que esa institución tan importante en toda la Iglesia como es la vida monástica quedó establecida, para todos los siglos, principalmente por san Basilio o que, al menos, la naturaleza de la misma no habría quedado tan propiamente definida sin su decisiva aportación» (carta apostólica Patres Ecclesiae, 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de enero de 1980, p. 13).

Como obispo y pastor de su vasta diócesis, san Basilio se preocupó constantemente por las difíciles condiciones materiales en las que vivían los fieles; denunció con firmeza los males; se comprometió en favor de los más pobres y marginados; intervino también ante los gobernantes para aliviar los sufrimientos de la población, sobre todo en momentos de calamidad; veló por la libertad de la Iglesia, enfrentándose a los poderosos para defender el derecho de profesar la verdadera fe (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 48-51 in laudem Basilii: PG 36, 557 c-561 c). Dio testimonio de Dios, que es amor y caridad, con la construcción de varios hospicios para necesitados (cf. san Basilio, Ep. 94: PG 32, 488 b c), una especie de ciudad de la misericordia, que por él tomó el nombre de «Basiliades» (cf. Sozomeno, Historia Eccl. 6, 34: PG 67, 1397 a). En ella hunden sus raíces los modernos hospitales para la atención y curación de los enfermos.

Consciente de que «la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (Sacrosanctum Concilium, 10), san Basilio, aunque siempre se preocupaba por vivir la caridad, que es la señal de reconocimiento de la fe, también fue un sabio «reformador litúrgico» (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 34 in laudem Basilii: PG 36, 541 c). Nos dejó una gran plegaria eucarística, o anáfora, que lleva su nombre y que dio una organización fundamental a la oración y a la salmodia: gracias a él el pueblo amó y conoció los Salmos y acudía a rezarlos incluso de noche (cf. san Basilio, In Psalmum 1, 1-2: PG 29, 212 a-213 c). Así vemos cómo la liturgia, la adoración, la oración con la Iglesia y la caridad van unidas y se condicionan mutuamente.

Con celo y valentía, san Basilio supo oponerse a los herejes, que negaban que Jesucristo era Dios como el Padre (cf. san Basilio, Ep. 9, 3: PG 32, 272 a; Ep. 52, 1-3: PG 32, 392 b-396 a; Adv. Eunomium 1, 20: PG 29, 556 c). Del mismo modo, contra quienes no aceptaban la divinidad del Espíritu Santo, defendió que también el Espíritu Santo es Dios y «debe ser considerado y glorificado juntamente con el Padre y el Hijo» (cf. De Spiritu Sancto: SC 17 bis, 348). Por eso, san Basilio es uno de los grandes Padres que formularon la doctrina sobre la Trinidad: el único Dios, precisamente por ser Amor, es un Dios en tres Personas, que forman la unidad más profunda que existe, la unidad divina.

En su amor a Cristo y a su Evangelio, el gran Padre capadocio trabajó también por sanar las divisiones dentro de la Iglesia (cf. Ep. 70 y 243), procurando siempre que todos se convirtieran a Cristo y a su Palabra (cf. De iudicio 4: PG 31, 660 b-661 a), fuerza unificadora, a la que todos los creyentes deben obedecer (cf. ib. 1-3: PG 31, 653 a-656 c).

En conclusión, san Basilio se entregó totalmente al fiel servicio a la Iglesia y al multiforme ejercicio del ministerio episcopal. Según el programa que él mismo trazó, se convirtió en "apóstol y ministro de Cristo, dispensador de los misterios de Dios, heraldo del reino, modelo y norma de piedad, ojo del cuerpo de la Iglesia, pastor de las ovejas de Cristo, médico compasivo, padre nutricio, cooperador de Dios, agricultor de Dios, constructor del templo de Dios" (cf. Moralia 80, 11-20: PG 31, 864 b-868 b).

Este es el programa que el santo obispo entrega a los heraldos de la Palabra —tanto ayer como hoy—, un programa que él mismo se esforzó generosamente por poner en práctica. En el año 379, san Basilio, sin cumplir aún cincuenta años, agotado por el cansancio y la ascesis, regresó a Dios, «con la esperanza de la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor» (De Baptismo 1, 2, 9). Fue un hombre que vivió verdaderamente con la mirada puesta en Cristo, un hombre del amor al prójimo. Lleno de la esperanza y de la alegría de la fe, san Basilio nos muestra cómo ser realmente cristianos.

Saludos

A los fieles congregados en la Basílica

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos a Roma. Deseo que vuestra visita a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo os ayude a amar más a la Iglesia y consolidar vuestra fe en Cristo, dando testimonio de él en vuestra vida. Al agradeceros vuestra presencia aquí, os encomiendo también a la intercesión materna de la Virgen María y os imparto con afecto mi bendición apostólica.

A los peregrinos presentes en la Sala Pablo VI

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los peregrinos de Toledo, Barcelona y Murcia, a los numerosos grupos parroquiales y escolares. Saludo también al colegio Saint Francis de Costa Rica y a los peregrinos de México y de otros países latinoamericanos. Siguiendo las enseñanzas de san Basilio, que tanto amó a la Iglesia, recemos y trabajemos para que se mantenga siempre unida como ha querido Cristo. Gracias por vuestra visita.

(En italiano)
Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Celebramos hoy la memoria litúrgica del beato Piergiorgio Frassati. Que su ejemplo os fortalezca a vosotros, queridos jóvenes, para testimoniar el Evangelio en todas las circunstancias de la vida; a vosotros, queridos enfermos, os ayude a ofrecer vuestros sufrimientos diarios, para que se realice en el mundo la civilización del amor; a vosotros, queridos recién casados, os sostenga al construir vuestra familia sobre la sólida base de la unión íntima con Dios.

Palabras del Santo Padre Benedicto XVI a los jóvenes
con vistas a la XXIII Jornada mundial de la juventud

Queridos jóvenes:

Dentro de un año nos encontraremos con ocasión de la Jornada mundial de la juventud, en Sydney. Deseo animaros a prepararos bien para esa maravillosa celebración de la fe, que viviréis en compañía de vuestros obispos, sacerdotes, religiosos, responsables de la pastoral de la juventud, y unos con otros. Entrad plenamente en la vida de vuestras parroquias y participad con entusiasmo en los acontecimientos diocesanos. De este modo, os prepararéis espiritualmente para experimentar, cuando nos reunamos en Sydney en julio del año próximo, más a fondo todo aquello en lo que creemos.

«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Como sabéis, estas palabras de Jesús constituyen el tema de la Jornada mundial de la juventud de 2008. Sólo podemos imaginar cómo se sintieron los Apóstoles al oír estas palabras, pero sin duda alguna su confusión fue atenuada por una sensación de temor reverencial y de expectación impaciente por la venida del Espíritu. Unidos en oración a María y a los demás reunidos en el Cenáculo (cf. Hch 1, 14), experimentaron la auténtica fuerza del Espíritu, cuya presencia transforma la incertidumbre, el miedo y la división en decisión, esperanza y comunión.

También nosotros tenemos una sensación de temor reverencial y de expectación impaciente mientras nos preparamos para el encuentro de Sydney. Para muchos de nosotros será un largo viaje. Sin embargo, Australia y su pueblo evocan imágenes de una cordial bienvenida y de una maravillosa belleza, de una antigua historia aborigen y de multitud de ciudades y comunidades vivas. Sé que las autoridades eclesiales y gubernamentales, junto con numerosos jóvenes australianos, ya están colaborando para garantizarnos a todos una experiencia excepcional. A todos ellos les expreso mi más viva gratitud.

La Jornada mundial de la juventud es mucho más que un acontecimiento. Es un tiempo de profunda renovación espiritual, de cuyos frutos se beneficia toda la sociedad. Los jóvenes peregrinos sienten el deseo de rezar, de alimentarse con la Palabra y el Sacramento, de ser transformados por el Espíritu Santo, que ilumina la maravilla del alma humana y muestra el camino para ser «expresión e instrumento del amor que proviene de él» (Deus caritas est, 33).

Este amor —el amor de Cristo— es lo que el mundo anhela. Por eso, estáis llamados por tantas personas a "ser sus testigos". Algunos de vuestros amigos tienen pocas motivaciones reales en su vida, quizá absortos en una búsqueda vana de innumerables experiencias nuevas. Llevadlos también a ellos a la Jornada mundial de la juventud. De hecho, he notado que, contra la corriente de secularismo, muchos jóvenes están redescubriendo el deseo que satisface de una belleza, de una bondad y una verdad auténticas. Con vuestro testimonio, les ayudáis en su búsqueda del Espíritu de Dios. Sed intrépidos en este testimonio. Esforzaos por difundir la luz de Cristo, que guía y da motivación para toda vida, haciendo posible para todos una alegría y una felicidad duraderas.

Queridos jóvenes, hasta nuestro encuentro en Sydney, que el Señor os proteja a todos. Encomendemos estos preparativos a nuestra Señora de la Cruz del Sur, Auxilio de los cristianos. Con ella, oremos: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor».


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Miércoles 1 de agosto de 2007

San Basilio (2)

Queridos hermanos y hermanas:
Después de estas tres semanas de pausa, reanudamos nuestros habituales encuentros del miércoles. Hoy quiero continuar el tema que tratamos en la última catequesis: la vida y los escritos de san Basilio, obispo en la actual Turquía, en Asia menor, durante el siglo IV. La vida de este gran santo y sus obras están llenas de puntos de reflexión y de enseñanzas que valen también para nosotros hoy.

San Basilio habla, ante todo, del misterio de Dios, que sigue siendo el punto de referencia más significativo y vital para el hombre. El Padre es "el principio de todo y la causa del ser de lo que existe, la raíz de los seres vivos" (Hom. 15, 2 de fide: PG 31, 465c) y sobre todo es "el Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Anaphora sancti Basilii). Remontándonos a Dios a través de las criaturas, "tomamos conciencia de su bondad y de su sabiduría" (Contra Eunomium 1, 14: PG 29, 544b). El Hijo es la "imagen de la bondad del Padre y el sello de forma igual a él" (cf. Anaphora sancti Basilii). Con su obediencia y su pasión, el Verbo encarnado realizó la misión de Redentor del hombre (cf. In Psalmum 48, 8: PG 29, 452ab; De Baptismo 1, 2: SC 357, 158).

Por último, habla extensamente del Espíritu Santo, al que dedicó un libro entero. Nos explica que el Espíritu Santo anima a la Iglesia, la colma de sus dones y la hace santa. La luz espléndida del misterio divino se refleja en el hombre, imagen de Dios, y exalta su dignidad. Contemplando a Cristo, se comprende plenamente la dignidad del hombre. San Basilio exclama: "(Hombre), date cuenta de tu grandeza considerando el precio pagado por ti: mira el precio de tu rescate y comprende tu dignidad" (In Psalmum 48, 8: PG 29, 452b).

En particular el cristiano, viviendo de acuerdo con el Evangelio, reconoce que todos los hombres son hermanos entre sí; que la vida es una administración de los bienes recibidos de Dios, por lo cual cada uno es responsable ante los demás, y el que es rico debe ser como un "ejecutor de las órdenes de Dios bienhechor" (Hom. 6 de avaritia: PG 32, 1181-1196). Todos debemos ayudarnos y cooperar como miembros de un solo cuerpo (Ep. 203, 3).

San Basilio, en sus homilías usó también palabras valientes, fuertes, a este respecto. En efecto, quien quiere amar al prójimo como a sí mismo, cumpliendo el mandamiento de Dios, "no debe poseer nada más de lo que posee su prójimo" (Hom. in divites: PG 31, 281b).

En tiempo de carestía y calamidad, con palabras apasionadas, el santo obispo exhortaba a los fieles a "no mostrarse más crueles que las bestias..., apropiándose de lo que es común y poseyendo ellos solos lo que es de todos" (Hom. tempore famis: PG 31, 325a). El pensamiento profundo de san Basilio se pone claramente de manifiesto en esta sugestiva frase: "Todos los necesitados miran nuestras manos, como nosotros miramos las de Dios cuando tenemos necesidad".

Así pues, es bien merecido el elogio que hizo de él san Gregorio Nacianceno, el cual, después de la muerte de san Basilio, dijo: "Basilio nos persuadió de que, al ser hombres, no debemos despreciar a los hombres ni ultrajar a Cristo, cabeza común de todos, con nuestra inhumanidad respecto de los hombres; más bien, en las desgracias ajenas debemos obtener beneficio y prestar a Dios nuestra misericordia, porque necesitamos misericordia" (Oratio 43, 63: PG 36, 580b). Son palabras muy actuales. Realmente, san Basilio es uno de los Padres de la doctrina social de la Iglesia.

San Basilio nos recuerda, además, que para mantener vivo en nosotros el amor a Dios y a los hombres, es necesaria la Eucaristía, alimento adecuado para los bautizados, capaz de robustecer las nuevas energías derivadas del Bautismo (cf. De Baptismo 1, 3: SC 357, 192). Es motivo de inmensa alegría poder participar en la Eucaristía (Moralia 21, 3: PG 31, 741a), instituida "para conservar incesantemente el recuerdo de Aquel que murió y resucitó por nosotros" (Moralia 80, 22: PG 31, 869b).

La Eucaristía, don inmenso de Dios, protege en cada uno de nosotros el recuerdo del sello bautismal y permite vivir en plenitud y con fidelidad la gracia del Bautismo. Por eso, el santo obispo recomienda la Comunión frecuente, incluso diaria: "Comulgar también cada día recibiendo el santo cuerpo y la sangre de Cristo es algo bueno y útil, dado que él mismo dice claramente: "Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna" (Jn 6, 54). Por tanto, ¿quién dudará de que comulgar continuamente la vida es vivir en plenitud?" (Ep. 93: PG 32, 484b). En otras palabras, la Eucaristía nos es necesaria para acoger en nosotros la verdadera vida, la vida eterna (cf. Moralia 21, 1: PG 31, 737c).

Por último, san Basilio también se interesó, naturalmente, por esa porción elegida del pueblo de Dios que son los jóvenes, el futuro de la sociedad. A ellos les dirigió un Discurso sobre el modo de sacar provecho de la cultura pagana de su tiempo. Con gran equilibrio y apertura, reconoce que en la literatura clásica, griega y latina, se encuentran ejemplos de virtud. Estos ejemplos de vida recta pueden ser útiles para el joven cristiano en la búsqueda de la verdad, del modo recto de vivir (cf. Ad adolescentes 3).

Por tanto, hay que tomar de los textos de los autores clásicos lo que es conveniente y conforme a la verdad; así, con una actitud crítica y abierta —en realidad, se trata de un auténtico "discernimiento"— los jóvenes crecen en la libertad. Con la célebre imagen de las abejas, que toman de las flores sólo lo que sirve para la miel, san Basilio recomienda: "Como las abejas saben sacar de las flores la miel, a diferencia de los demás animales, que se limitan a gozar del perfume y del color de las flores, así también de estos escritos... se puede sacar provecho para el espíritu. Debemos utilizar esos libros siguiendo en todo el ejemplo de las abejas, las cuales no van indistintamente a todas las flores, y tampoco tratan de sacar todo lo que tienen las flores donde se posan, sino que sólo sacan lo que les sirve para la elaboración de la miel, y dejan lo demás. Así también nosotros, si somos sabios, tomaremos de esos escritos lo que se adapta a nosotros y es conforme a la verdad, y dejaremos el resto" (Ad adolescentes 4). San Basilio recomienda a los jóvenes, sobre todo, que crezcan en la virtud, en el recto modo de vivir: "Mientras que los demás bienes... pasan de uno a otro, como en el juego de los dados, sólo la virtud es un bien inalienable, y permanece durante la vida y después de la muerte" (ib., 5).

Queridos hermanos y hermanas, podemos decir que este santo Padre de un tiempo tan lejano nos habla también a nosotros y nos dice cosas importantes. Ante todo, esta participación atenta, crítica y creativa en la cultura de hoy. Luego, la responsabilidad social: en nuestro tiempo, en un mundo globalizado, también los pueblos geográficamente lejanos son realmente nuestro prójimo. A continuación, la amistad con Cristo, el Dios de rostro humano. Y, por último, el conocimiento y la acción de gracias a Dios, Creador y Padre de todos nosotros: sólo abiertos a este Dios, Padre común, podemos construir un mundo justo y fraterno.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los jóvenes del movimiento Hogar de la Madre, a los colaboradores de las Religiosas de María Inmaculada, de Santander, y a los peregrinos de España, México y otros países latinoamericanos. Llevad a vuestros hogares y comunidades el afecto y el saludo del Papa. Muchas gracias.

(A un grupo de ciclistas polacos que peregrinaron desde Rzeszów hasta Roma)
Durante vuestro viaje habéis podido descubrir la belleza de la naturaleza, creada por Dios, habéis colaborado entre vosotros y os habéis ayudado unos a otros. Que vuestro esfuerzo dé frutos para una mayor cercanía a Dios y temple vuestro espíritu.

(En italiano)
Saludo al grupo de scouts de Europa que, esta mañana, con su presencia quieren reafirmar su participación eclesial, después de renovar la promesa scout, que los compromete a cumplir su deber con Dios y a servir a los demás con generosidad. Mi pensamiento se dirige también a todos los scouts y guías del mundo, que renuevan su promesa precisamente hoy, día en que se celebra el centenario del inicio del escultismo. En efecto, hace exactamente cien años, el 1 de agosto de 1907, en la isla de Brownsea, se inauguró el primer campamento scout de la historia. Deseo de corazón que el movimiento educativo del escultismo, nacido de la profunda intuición de lord Robert Baden Powell, siga produciendo frutos fecundos de formación humana, espiritual y civil en todos los países del mundo.
Por último, como de costumbre, quiero saludar a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, deseándoles que vivan, animados por la caridad de Cristo, una vida que sirva de ejemplo para todos. Que Jesús sostenga vuestra esperanza, queridos jóvenes; vuestro sufrimiento, queridos enfermos; y vuestro amor fecundo, queridos recién casados.


* * *

Al concluir la audiencia general, quisiera recoger una buena noticia relativa a Irak, que ha producido una explosión de alegría popular en todo el país. Me refiero a la victoria de la selección de fútbol de Irak en la copa de Asia. Se trata de un triunfo histórico de Irak, que por primera vez se ha proclamado campeón de fútbol de Asia. Me ha impresionado muy positivamente el entusiasmo que ha contagiado a todos los habitantes del país, impulsándolos a salir a las calles a festejar ese acontecimiento. Del mismo modo que muchas veces he llorado con los iraquíes, ahora, en esta circunstancia, me alegro con ellos. Esta experiencia de gozosa participación pone de manifiesto el deseo de ese pueblo de llevar una vida normal y serena. Espero que ese acontecimiento contribuya a realizar en Irak, con la aportación de todos, un futuro de auténtica paz en la libertad y en el respeto recíproco. ¡Felicitaciones!


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Miércoles 8 de agosto de 2007

San Gregorio Nacianceno (1)

Queridos hermanos y hermanas:

El miércoles pasado hablé de un gran maestro de la fe, el Padre de la Iglesia san Basilio. Hoy quiero hablar de su amigo san Gregorio Nacianceno, que, al igual que san Basilio, era originario de Capadocia. Ilustre teólogo, orador y defensor de la fe cristiana en el siglo IV, fue célebre por su elocuencia y, al ser también poeta, tuvo un alma refinada y sensible.

San Gregorio nació en el seno de una familia noble. Su madre lo consagró a Dios desde su nacimiento, que tuvo lugar alrededor del año 330. Después de la educación familiar, frecuentó las más célebres escuelas de su época: primero fue a Cesarea de Capadocia, donde entabló amistad con san Basilio, futuro obispo de esa ciudad; luego estuvo en otras metrópolis del mundo antiguo, como Alejandría de Egipto y sobre todo Atenas, donde se encontró de nuevo con san Basilio (cf. Oratio 43, 14-24: SC 384, 146-180).

Recordando su amistad con san Basilio, escribirá más tarde: "Yo, entonces, no sólo sentía gran veneración hacia mi gran amigo Basilio por la austeridad de sus costumbres y por la madurez y sabiduría de sus discursos, sino que también inducía a tenerla a otros que aún no lo conocían... Nos impulsaba el mismo anhelo de saber... Nuestra competición no consistía en ver quién era el primero, sino en quién permitiría al otro serlo. Parecía que teníamos una sola alma en dos cuerpos" (Oratio 43, 16.20: SC 384, 154-156.164). Esas palabras representan en cierto sentido un autorretrato de esta alma noble. Pero también se puede imaginar que este hombre, fuertemente proyectado más allá de los valores terrenos, sufrió mucho por las cosas de este mundo.

Al volver a casa, san Gregorio recibió el bautismo y se orientó hacia la vida monástica: se sentía atraído por la soledad y la meditación filosófica y espiritual. Él mismo escribirá: "Nada me parece más grande que esto: hacer callar a los sentidos; salir de la carne del mundo; recogerse en sí mismo; no ocuparse ya de las cosas humanas, salvo de las estrictamente necesarias; hablar consigo mismo y con Dios; vivir una vida que trascienda las cosas visibles; llevar en el alma imágenes divinas siempre puras, sin mezcla de formas terrenas y erróneas; ser realmente un espejo inmaculado de Dios y de las cosas divinas, y llegar a serlo cada vez más, tomando luz de la Luz...; gozar del bien futuro ya en la esperanza presente, y conversar con los ángeles; haber dejado ya la tierra, aun estando en la tierra, transportados a las alturas con el espíritu" (Oratio 2, 7: SC 247, 96).

Como confiesa él mismo en su autobiografía (cf. Carmina [historica] 2, 1, 11 de vita sua 340-349: PG 37, 1053), era reacio a recibir la ordenación presbiteral, porque sabía que así debería ser pastor, ocuparse de los demás, de sus cosas, y por tanto ya no podría dedicarse exclusivamente a la meditación. Con todo, aceptó esta vocación y asumió el ministerio pastoral con obediencia total, aceptando ser llevado por la Providencia a donde no quería ir (cf. Jn 21, 18), como a menudo le aconteció en la vida.

En el año 371, su amigo Basilio, obispo de Cesarea, contra el deseo del mismo Gregorio, lo quiso consagrar obispo de Sásima, una localidad estratégicamente importante de Capadocia. Sin embargo, él, por diversas dificultades, no llegó a tomar posesión, y permaneció en la ciudad de Nacianzo.

Hacia el año 379, san Gregorio fue llamado a Constantinopla, la capital, para dirigir a la pequeña comunidad católica, fiel al concilio de Nicea y a la fe trinitaria. En cambio, la mayoría había aceptado el arrianismo, que era "políticamente correcto" y considerado políticamente útil por los emperadores.

De esta forma, san Gregorio se encontró en una situación de minoría, rodeado de hostilidad. En la iglesita de la Anástasis pronunció cinco Discursos teológicos (Orationes 27-31: SC 250, 70-343) precisamente para defender y hacer en cierto modo inteligible la fe trinitaria. Esos discursos son célebres por la seguridad de la doctrina y la habilidad del razonamiento, que realmente hace comprender que esta es la lógica divina. También la brillantez de la forma los hace muy atractivos hoy.

Por estos discursos san Gregorio recibió el apelativo de "teólogo". Así es llamado en la Iglesia ortodoxa: el "teólogo". Para él la teología no es una reflexión puramente humana, y mucho menos sólo fruto de complicadas especulaciones, sino que deriva de una vida de oración y de santidad, de un diálogo constante con Dios. Precisamente así pone de manifiesto a nuestra razón la realidad de Dios, el misterio trinitario. En el silencio contemplativo, lleno de asombro ante las maravillas del misterio revelado, el alma acoge la belleza y la gloria divinas.

Mientras participaba en el segundo concilio ecuménico, el año 381, san Gregorio fue elegido obispo de Constantinopla y asumió la presidencia del Concilio. Pero inmediatamente se desencadenó una fuerte oposición contra él; la situación se hizo insostenible. Para un alma tan sensible estas enemistades eran insoportables. Se repitió lo que san Gregorio había lamentado ya anteriormente con palabras llenas de dolor: "Nosotros, que tanto amábamos a Dios y a Cristo, hemos dividido a Cristo. Hemos mentido los unos a los otros por causa de la Verdad; hemos alimentado sentimientos de odio por causa del Amor; nos hemos dividido unos de otros" (Oratio 6, 3: SC 405, 128).

Así, en un clima de tensión, san Gregorio dimitió. En la catedral, abarrotada, pronunció un discurso de despedida muy emotivo y lleno de dignidad (cf. Oratio 42: SC 384, 48-114). Su emotiva intervención concluyó con estas palabras: "Adiós, gran ciudad, amada por Cristo... Hijos míos, os suplico, conservad el depósito [de la fe] que se os ha confiado (cf. 1 Tm 6, 20); recordad mis sufrimientos (cf. Col 4, 18). Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros" (cf. Oratio 42, 27: SC 384, 112-114).

Volvió a Nacianzo y durante cerca de dos años se dedicó al cuidado pastoral de aquella comunidad cristiana. Luego se retiró definitivamente a la soledad en la cercana Arianzo, su tierra natal, consagrándose al estudio y a la vida ascética. Durante este período compuso la mayor parte de su obra poética, sobre todo autobiográfica: el De vita sua, un repaso en versos de su camino humano y espiritual, un camino ejemplar de un cristiano que sufre, de un hombre de gran interioridad en un mundo lleno de conflictos. Es un hombre que nos hace sentir la primacía de Dios y por eso también nos habla a nosotros, a nuestro mundo: sin Dios el hombre pierde su grandeza; sin Dios no hay auténtico humanismo.

Por eso, escuchemos esta voz y tratemos de conocer también nosotros el rostro de Dios. En una de sus poesías escribió, dirigiéndose a Dios: "Sé benigno, tú, que estás más allá de todo" (Carmina [dogmatica] 1, 1, 29: PG 37, 508). Y en el año 390 Dios acogió entre sus brazos a este siervo fiel, que con aguda inteligencia lo había defendido en sus escritos, y que con tanto amor le había cantado en sus poesías.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, saludo a las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret, que celebran su capítulo general; a los seminaristas de la diócesis de Granada; así como a los distintos grupos venidos de España, de México y de otros países latinoamericanos. Que vuestra peregrinación a la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo fortalezca vuestra fe y acreciente vuestro amor a la Iglesia. ¡Gracias por vuestra visita!

(En italiano)
(A las Franciscanas Isabelinas, que celebran el VIII centenario del nacimiento de santa Isabel de Hungría)
Que este aniversario suscite en cada una de vosotras un gran deseo de testimoniar por doquier el amor de Cristo a toda persona humana, especialmente a los más débiles, siguiendo las huellas de vuestro fundador el beato Ludovico de Casoria.

Saludo a los queridos seminaristas procedentes de los seminarios mayores de diversas diócesis italianas, reunidos este verano en Sacrofano: os deseo que saquéis mucho fruto de las enseñanzas y experiencias espirituales de estos días.

Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Se celebra hoy la memoria de santo Domingo de Guzmán, incansable predicador del Evangelio, y mañana será la fiesta de santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, copatrona de Europa. Que estos dos santos os ayuden, queridos jóvenes, a tener siempre confianza en Cristo. Que su ejemplo os sostenga, queridos enfermos, en la participación confiada en el poder salvífico de su cruz. Y que a vosotros, queridos recién casados, os anime a ser imagen luminosa de Dios a través de vuestra fidelidad recíproca.


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Miércoles 22 de agosto de 2007

San Gregorio Nacianceno (2)

Queridos hermanos y hermanas:

En los retratos de los grandes Padres y doctores de la Iglesia que estoy presentando en estas catequesis, la última vez hablé de san Gregorio Nacianceno, obispo del siglo IV, y hoy quisiera seguir completando el retrato de este gran maestro. Hoy trataremos de recoger algunas de sus enseñanzas.

Reflexionando sobre la misión que Dios le había confiado, san Gregorio Nacianceno concluía: "He sido creado para ascender hasta Dios con mis acciones" (Oratio 14, 6 de pauperum amore: PG 35, 865). De hecho, puso al servicio de Dios y de la Iglesia su talento de escritor y orador. Escribió numerosos discursos, homilías y panegíricos, muchas cartas y obras poéticas (casi 18.000 versos): una actividad verdaderamente prodigiosa. Había comprendido que esta era la misión que Dios le había confiado: "Siervo de la Palabra, desempeño el ministerio de la Palabra. Ojalá que nunca descuide este bien. Yo aprecio esta vocación, me complace y me da más alegría que todo lo demás" (Oratio 6, 5: SC 405, 134; cf. también Oratio 4, 10).

San Gregorio Nacianceno era un hombre manso, y en su vida siempre trató de promover la paz en la Iglesia de su tiempo, desgarrada por discordias y herejías. Con audacia evangélica se esforzó por superar su timidez para proclamar la verdad de la fe. Sentía profundamente el anhelo de acercarse a Dios, de unirse a él. Lo expresa él mismo en una poesía, en la que escribe: "Entre las grandes corrientes del mar de la vida, agitado en todas partes por vientos impetuosos (...), sólo quería una cosa, una sola riqueza, consuelo y olvido del cansancio: la luz de la santísima Trinidad" (Carmina [histórica] 2, 1, 15: PG 37, 1250 ss).

San Gregorio hizo resplandecer la luz de la Trinidad, defendiendo la fe proclamada en el concilio de Nicea: un solo Dios en tres Personas iguales y distintas —Padre, Hijo y Espíritu Santo—, "triple luz que se une en un único esplendor" (Himno vespertino: Carmina [histórica] 2, 1, 32: PG 37, 512). De este modo, san Gregorio, siguiendo a san Pablo (cf. 1 Co 8, 6), afirma: "Para nosotros hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas; un Señor, Jesucristo, por medio del cual han sido hechas todas las cosas; y un Espíritu Santo, en el que están todas las cosas" (Oratio 39, 12: SC 358, 172).

San Gregorio destacó con fuerza la plena humanidad de Cristo: para redimir al hombre en su totalidad de cuerpo, alma y espíritu, Cristo asumió todos los componentes de la naturaleza humana; de lo contrario, el hombre no hubiera sido salvado. Contra la herejía de Apolinar, el cual aseguraba que Jesucristo no había asumido un alma racional, san Gregorio afronta el problema a la luz del misterio de la salvación: "Lo que no ha sido asumido no ha sido curado" (Ep. 101, 32: SC 208, 50), y si Cristo no hubiera tenido "intelecto racional, ¿cómo habría podido ser hombre?" (Ep. 101, 34: SC 208, 50). Precisamente nuestro intelecto, nuestra razón, tenía y tiene necesidad de la relación, del encuentro con Dios en Cristo. Al hacerse hombre, Cristo nos dio la posibilidad de llegar a ser como él. El Nacianceno exhorta: "Tratemos de ser como Cristo, pues también Cristo se hizo como nosotros: tratemos de ser dioses por medio de él, pues él mismo se hizo hombre por nosotros. Cargó con lo peor, para darnos lo mejor" (Oratio 1, 5: SC 247, 78).

María, que dio la naturaleza humana a Cristo, es verdadera Madre de Dios (Theotokos: cf. Ep. 101, 16: SC 208, 42), y con miras a su elevadísima misión fue "purificada anticipadamente" (Oratio 38, 13: SC 358, 132; es como un lejano preludio del dogma de la Inmaculada Concepción). Propone a María como modelo para los cristianos, sobre todo para las vírgenes, y como auxiliadora a la que hay que invocar en las necesidades (cf. Oratio 24, 11: SC 282, 60-64).
San Gregorio nos recuerda que, como personas humanas, tenemos que ser solidarios los unos con los otros. Escribe: ""Nosotros formamos un solo cuerpo en Cristo" (cf. Rm 12, 5), ricos y pobres, esclavos y libres, sanos y enfermos; y una sola es la cabeza de la que todo deriva: Jesucristo. Y como sucede con los miembros de un solo cuerpo, cada uno debe ocuparse de los demás, y todos de todos". Luego, refiriéndose a los enfermos y a las personas que atraviesan dificultades, concluye: "Esta es la única salvación para nuestra carne y nuestra alma: la caridad para con ellos" (Oratio 14, 8 de pauperum amore: PG 35, 868 ab).

San Gregorio subraya que el hombre debe imitar la bondad y el amor de Dios y, por tanto, recomienda: "Si gozas de salud y eres rico, alivia la necesidad de quien está enfermo y es pobre; si no has caído, ayuda a quien ha caído y vive en el sufrimiento; si estás alegre, consuela a quien está triste; si eres afortunado, ayuda a quien ha sido mordido por la desventura. Demuestra a Dios tu agradecimiento por ser uno de los que pueden hacer el bien, y no de los que necesitan ayuda... No seas rico sólo en bienes, sino en piedad; no sólo en oro, sino también en virtud, o mejor, sólo en esta. Supera la fama de tu prójimo teniendo más bondad que todos; conviértete en Dios para el desventurado, imitando la misericordia de Dios" (Oratio 14, 26 de pauperum amore: PG 35, 892 bc).

San Gregorio nos enseña, ante todo, la importancia y la necesidad de la oración. Afirma que "es necesario acordarse de Dios con más frecuencia de la que se respira" (Oratio 27, 4: PG 250, 78), porque la oración es el encuentro de la sed de Dios con nuestra sed. Dios tiene sed de que tengamos sed de él (cf. Oratio 40, 27: SC 358, 260). En la oración debemos dirigir nuestro corazón a Dios para entregarnos a él como ofrenda que ha de ser purificada y transformada. En la oración lo vemos todo a la luz de Cristo, nos quitamos nuestras máscaras y nos sumergimos en la verdad y en la escucha de Dios, alimentando el fuego del amor.

En una poesía, que al mismo tiempo es meditación sobre el sentido de la vida e invocación implícita de Dios, san Gregorio escribe: "Alma mía, tienes una tarea, una gran tarea, si quieres. Escruta seriamente tu interior, tu ser, tu destino, de dónde vienes y a dónde vas; trata de saber si es vida la que vives o si hay algo más. Alma mía, tienes una tarea; por tanto, purifica tu vida: por favor, ten en cuenta a Dios y sus misterios; investiga qué había antes de este universo, y qué es el universo para ti, de dónde procede y cuál será su destino. Esta es tu tarea, alma mía; por tanto, purifica tu vida" (Carmina [historica] 2, 1, 78: PG 37, 1425-1426).

El santo obispo pide continuamente ayuda a Cristo para elevarse y reanudar el camino: "Me ha decepcionado, Cristo mío, mi exagerada presunción: de las alturas he caído muy bajo. Pero, vuelve a levantarme ahora, pues veo que me engañé a mí mismo; si vuelvo a confiar demasiado en mí mismo, volveré a caer inmediatamente, y la caída será fatal" (Carmina [historica] 2, 1, 67: PG 37, 1408).

San Gregorio, por tanto, sintió necesidad de acercarse a Dios para superar el cansancio de su propio yo. Experimentó el impulso del alma, la vivacidad de un espíritu sensible y la inestabilidad de la felicidad efímera. Para él, en el drama de una vida sobre la que pesaba la conciencia de su debilidad y de su miseria, siempre fue más fuerte la experiencia del amor de Dios.

Tienes una tarea, alma —nos dice san Gregorio también a nosotros—, la tarea de encontrar la verdadera luz, de encontrar la verdadera altura de tu vida. Y tu vida consiste en encontrarte con Dios, que tiene sed de nuestra sed.

Saludos

Saludo ahora a los visitantes de lengua española, en especial a los diversos grupos parroquiales y cofradías, a los miembros de la Juventud Mariana Vicentina, así como a los peregrinos de varios países latinoamericanos. Una vez más deseo recordar con gran afecto y cercanía espiritual al querido pueblo peruano, tan probado en estos días, pidiendo gestos de solidaridad cristiana, como enseña san Gregorio Nacianceno. ¡Que Dios os bendiga!

(En portugués)
A todos deseo gracia y paz en nuestro Señor Jesucristo. Que mi bendición apostólica sea para vosotros y vuestros familiares prenda de la juventud de alma y corazón que brota del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia y en el mundo.

(En polaco saludó en particular a la peregrinación organizada por los padres resurreccionistas, que desde hace 150 años atienden el santuario mariano de la Mentorella. El rector presentó a Su Santidad una rosa de plata para la Virgen del santuario, y Benedicto XVI la bendijo)
También yo aprecio mucho este lugar, que tanto le gustaba visitar a Juan Pablo II. Hoy celebramos la memoria de Santa María Virgen, Reina. A su protección os encomiendo a todos los aquí presentes y os bendigo de corazón.

(A los fieles húngaros)
Queridos amigos, junto a la tumba de san Pedro experimentáis también la universalidad de la Iglesia. Os deseo que profundicéis en vuestra fe y os imparto la bendición apostólica. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En italiano)
Saludo ahora a los peregrinos italianos. En particular, a las religiosas Celadoras del Sagrado Corazón, que celebran el 25° aniversario de su aprobación pontificia. Queridas hermanas, con ardiente espíritu misionero proseguid el servicio a los más necesitados; en todas partes dad testimonio, de manera concreta, del evangelio de la esperanza y del amor. Saludo asimismo a los participantes en la "Fiesta del peregrino" en honor de san Gabriel de la Dolorosa, deseando que la visita a las tumbas de los Apóstoles estimule a todos a una provechosa renovación espiritual. Mi pensamiento va también a las familias y a los laicos animadores vocacionales rogacionistas. Queridos amigos, continuad con alegría y generosidad vuestro compromiso en favor de las vocaciones de especial consagración, siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de san Aníbal María Di Francia.

Dirijo finalmente, como de costumbre, un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Elevemos la mirada al cielo para contemplar el esplendor de la santísima Madre de Dios, a la que hoy la liturgia nos invita a invocar como nuestra Reina. Queridos jóvenes, poneos vosotros mismos y todos vuestros proyectos bajo la materna protección de la Madre del Salvador. Queridos enfermos, en espera de la recuperación de la salud, rezadle cada día para obtener fuerza a fin de afrontar con paciencia la prueba del sufrimiento. Queridos recién casados, cultivad una devoción sincera a María, para que esté a vuestro lado en vuestra existencia diaria.


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Miércoles 29 de agosto de 2007

San Gregorio de Nisa (1)

Queridos hermanos y hermanas:

En las últimas catequesis he hablado de dos grandes doctores de la Iglesia del siglo IV, san Basilio y san Gregorio Nacianceno, obispo en Capadocia, en la actual Turquía. Hoy hablaremos de un tercero, el hermano de san Basilio, san Gregorio de Nisa, hombre de carácter meditativo, con gran capacidad de reflexión y una inteligencia despierta, abierta a la cultura de su tiempo. Fue un pensador original y profundo en la historia del cristianismo.

Nació alrededor del año 335. De su formación cristiana se encargaron especialmente su hermano san Basilio —definido por él "padre y maestro" (Ep. 13, 4: SC 363, 198)— y su hermana santa Macrina. En sus estudios profundizó particularmente en la filosofía y la retórica. En un primer momento se dedicó a la enseñanza y se casó. Después, como su hermano y su hermana, se consagró totalmente a la vida ascética. Más tarde fue elegido obispo de Nisa, y se convirtió en pastor celoso, conquistando la estima de la comunidad. Acusado de malversaciones económicas por sus adversarios herejes, tuvo que abandonar por algún tiempo su sede episcopal, pero luego regresó triunfalmente (cf. Ep. 6: SC 363, 164-170) y prosiguió la lucha por defender la auténtica fe.

Sobre todo tras la muerte de san Basilio, como recogiendo su herencia espiritual, cooperó en el triunfo de la ortodoxia. Participó en varios sínodos; trató de resolver los enfrentamientos entre las Iglesias; participó en la reorganización eclesiástica y, como "columna de la ortodoxia", fue uno de los protagonistas del concilio de Constantinopla del año 381, que definió la divinidad del Espíritu Santo. Desempeñó varios encargos oficiales de parte del emperador Teodosio, pronunció importantes homilías y discursos fúnebres, y compuso varias obras teológicas. En el año 394 volvió a participar en un sínodo que se celebró en Constantinopla. Se desconoce la fecha de su muerte.

San Gregorio manifiesta con claridad la finalidad de sus estudios, el objetivo supremo al que orienta su trabajo teológico: no dedicar la vida a cosas banales, sino encontrar la luz que permita discernir lo que es verdaderamente útil (cf. In Ecclesiasten hom. 1: SC 416, 106-146). Encontró en el cristianismo este bien supremo, gracias al cual es posible "la imitación de la naturaleza divina" (De professione christiana: PG 46, 244 C). Con su aguda inteligencia y sus amplios conocimientos filosóficos y teológicos, defendió la fe cristiana contra los herejes que negaban la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo (como Eunomio y los macedonianos) o ponían en duda la perfecta humanidad de Cristo (como Apolinar). Comentó la sagrada Escritura, reflexionando especialmente en la creación del hombre. La creación era para él un tema central. Veía en la criatura un reflejo del Creador y en ella encontraba el camino hacia Dios.

Pero también escribió un importante libro sobre la vida de Moisés, a quien presenta como hombre en camino hacia Dios: esta ascensión hacia el monte Sinaí se convierte para él en una imagen de nuestra ascensión en la vida humana hacia la verdadera vida, hacia el encuentro con Dios. Interpretó también la oración del Señor, el Padrenuestro, y las Bienaventuranzas.

En su "Gran discurso catequístico" (Oratio catechetica magna), expuso las líneas fundamentales de la teología, no para elaborar una teología académica cerrada en sí misma, sino para ofrecer a los catequistas un sistema de referencia para sus explicaciones, como una especie de marco en el que se mueve después la interpretación pedagógica de la fe.


San Gregorio, además, es insigne por su doctrina espiritual. Su teología no era una reflexión académica, sino la manifestación de una vida espiritual, de una vida de fe vivida. Como gran "padre de la mística" trazó en varios tratados —como el De professione christiana y el De perfectione christiana— el camino que los cristianos deben emprender para alcanzar la verdadera vida, la perfección.

Exaltó la virginidad consagrada (De virginitate), y propuso como modelo insigne la vida de su hermana santa Macrina, que fue para él siempre una guía, un ejemplo (cf. Vita Macrinae). Pronunció varios discursos y homilías, y escribió numerosas cartas. Comentando la creación del hombre, san Gregorio subraya que Dios, "el mejor de los artistas, forja nuestra naturaleza de manera que sea capaz del ejercicio de la realeza. Mediante la superioridad del alma, y por medio de la misma conformación del cuerpo, Dios hace que el hombre sea realmente idóneo para desempeñar el poder regio" (De hominis opificio 4: PG 44, 136 B).

Pero constatamos que el hombre, en la red de los pecados, con frecuencia abusa de la creación y no ejerce una verdadera realeza. Por eso, para desempeñar una verdadera responsabilidad con respecto a las criaturas, tiene que ser penetrado por Dios y vivir en su luz. En efecto, el hombre es un reflejo de la belleza original que es Dios: "Todo lo que creó Dios era óptimo", escribe el santo obispo. Y añade: "Lo testimonia el relato de la creación (cf. Gn 1, 31). Entre las cosas óptimas también se encontraba el hombre, dotado de una belleza muy superior a la de todas las cosas bellas. ¿Qué otra cosa podía ser tan bella como quien era semejante a la belleza pura e incorruptible? (...) Al ser reflejo e imagen de la vida eterna, era realmente bello, es más, bellísimo, con el signo radiante de la vida en su rostro" (Homilia in Canticum 12: PG 44, 1020 C).

El hombre fue honrado por Dios y situado por encima de toda criatura: "El cielo no fue hecho a imagen de Dios, ni la luna, ni el sol, ni la belleza de las estrellas, ni nada de lo que aparece en la creación. Sólo tú (alma humana) has sido hecha a imagen de la naturaleza que supera toda inteligencia, semejanza de la belleza incorruptible, huella de la verdadera divinidad, receptáculo de vida bienaventurada, imagen de la verdadera luz, al contemplar la cual te conviertes en lo que él es, pues por medio del rayo reflejado que proviene de tu pureza tú imitas a quien brilla en ti. Nada de lo que existe es tan grande que pueda ser comparado a tu grandeza" (Homilia in Canticum 2: PG 44, 805 D). Meditemos en este elogio del hombre. Veamos también cómo el hombre se ha degradado por el pecado. Y tratemos de volver a la grandeza originaria: el hombre sólo alcanza su verdadera grandeza si Dios está presente.

Por tanto, el hombre reconoce dentro de sí el reflejo de la luz divina: purificando su corazón, vuelve a ser, como al inicio, una imagen límpida de Dios, Belleza ejemplar (cf. Oratio catechetica 6: SC 453, 174). De este modo, el hombre, al purificarse, puede ver a Dios, como los puros de corazón (cf. Mt 5, 8): "Si con un estilo de vida diligente y atento lavas las fealdades que se han depositado en tu corazón, resplandecerá en ti la belleza divina. (...) Contemplándote a ti mismo, verás en ti a aquel que anhela tu corazón y serás feliz" (De beatitudinibus, 6: PG 44, 1272 AB). Por consiguiente, hay que lavar las fealdades que se han depositado en nuestro corazón y volver a encontrar en nosotros mismos la luz de Dios.

Así pues, el hombre tiene como fin la contemplación de Dios. Sólo en ella podrá encontrar su satisfacción. Para anticipar en cierto modo este objetivo ya en esta vida, debe avanzar incesantemente hacia una vida espiritual, una vida en diálogo con Dios. En otras palabras —y esta es la lección más importante que nos deja san Gregorio de Nisa— la plena realización del hombre consiste en la santidad, en una vida vivida en el encuentro con Dios, que así resulta luminosa también para los demás, también para el mundo.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, así como a los distintos grupos y parroquias venidos de España, El Salvador, México y de otros países latinoamericanos. Os animo a que, íntimamente unidos a Cristo en la Eucaristía y viviendo con espíritu de caridad, recorráis con alegría el camino que lleva a la santidad. ¡Que Dios os bendiga!

(En lengua croata)
El Señor Jesús, que llamó a los Apóstoles a estar con él y los envió a anunciar la buena nueva, os acompañe en vuestro camino y os haga testigos convencidos.

(En italiano)

(A una delegación de la República de San Marino, que había venido a Roma con el obispo para conmemorar el XXV aniversario de la visita de Juan Pablo II a esa tierra)Queridos amigos, que el recuerdo de un acontecimiento tan significativo suscite en vosotros una fuerte adhesión a Dios, fuente de luz, esperanza y paz.

Mi pensamiento se dirige finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el ejemplo heroico de san Juan Bautista, cuyo martirio celebramos hoy, os impulse, queridos jóvenes, a proyectar vuestro futuro con plena fidelidad al Evangelio. A vosotros, queridos enfermos, os ayude a afrontar el sufrimiento con valentía, encontrando en Cristo crucificado serenidad y consuelo. A vosotros, queridos recién casados, os lleve a un amor profundo a Dios y entre vosotros, para experimentar cada día la consoladora alegría que brota de la entrega recíproca.

LLAMAMIENTO

En estos días, algunas regiones geográficas se encuentran devastadas por graves calamidades: me refiero a las inundaciones en algunos países orientales, así como a los desastrosos incendios en Grecia, Italia y otras naciones europeas. Ante tan dramáticas emergencias, que han causado numerosas víctimas y enormes daños materiales, no se puede por menos de estar preocupados por la conducta irresponsable de algunos que ponen en peligro la incolumidad de las personas y destruyen el patrimonio ambiental, que constituye un bien valioso de toda la humanidad. Me uno a quienes con razón condenan esas acciones criminales e invito a todos a rezar por las víctimas de estas tragedias.


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19/04/2013 21:02

Miércoles 5 de septiembre de 2007

San Gregorio de Nisa (2)

Queridos hermanos y hermanas:

Os propongo algunos aspectos de la doctrina de san Gregorio de Nisa, de quien ya hablamos el miércoles pasado. Ante todo, san Gregorio de Nisa manifiesta una concepción muy elevada de la dignidad del hombre. El fin del hombre, dice el santo obispo, es hacerse semejante a Dios, y este fin lo alcanza sobre todo a través del amor, del conocimiento y de la práctica de las virtudes, "rayos luminosos que brotan de la naturaleza divina" (De beatitudinibus 6: PG 44, 1272 c), en un movimiento perpetuo de adhesión al bien, como el corredor que avanza hacia adelante.

San Gregorio utiliza, a este respecto, una imagen eficaz, que ya se encontraba presente en la carta de san Pablo a los Filipenses: épekteinómenos (Flp 3, 13), es decir, "tendiendo" hacia lo que es más grande, hacia la verdad y el amor. Esta expresión icástica indica una realidad profunda: la perfección que queremos alcanzar no es algo que se conquista para siempre; la perfección es estar en camino, es una continua disponibilidad para seguir adelante, pues nunca se alcanza la plena semejanza con Dios; siempre estamos en camino (cf. Homilia in Canticum 12: PG 44, 1025 d). La historia de cada alma es un amor colmado sin cesar y, al mismo tiempo, abierto a nuevos horizontes, pues Dios dilata continuamente las posibilidades del alma para hacerla capaz de bienes siempre mayores. Dios mismo, que ha sembrado en nosotros semillas de bien y del que brota toda iniciativa de santidad, "modela el bloque. (...) Limando y puliendo nuestro espíritu forma en nosotros a Cristo" (In Psalmos 2, 11: PG 44, 544 b).

San Gregorio aclara: "El llegar a ser semejantes a Dios no es obra nuestra, ni resultado de una potencia humana, es obra de la generosidad de Dios, que desde su origen ofreció a nuestra naturaleza la gracia de la semejanza con él" (De virginitate 12, 2: SC 119, 408-410). Por tanto, para el alma "no se trata de conocer algo de Dios, sino de tener a Dios en sí misma" (De beatitudinibus 6: PG 44, 1269 c). De hecho, san Gregorio observa agudamente: "La divinidad es pureza, es liberación de las pasiones y remoción de todo mal: si todo esto está en ti, Dios está realmente en ti" (ib.: PG 44, 1272 c).

Cuando tenemos a Dios en nosotros, cuando el hombre ama a Dios, por la reciprocidad propia de la ley del amor, quiere lo que Dios mismo quiere (cf. Homilia in Canticum 9: PG 44, 956 ac), y, por tanto, coopera con Dios para modelar en sí mismo la imagen divina, de manera que "nuestro nacimiento espiritual es el resultado de una opción libre, y en cierto sentido nosotros somos los padres de nosotros mismos, creándonos como nosotros mismos queremos ser y formándonos por nuestra voluntad según el modelo que escogemos" (Vita Moysis 2, 3: SC 1 bis, 108).

Para ascender hacia Dios el hombre debe purificarse: "El camino que lleva la naturaleza humana al cielo no es sino el alejamiento de los males de este mundo. (...) Hacerse semejante a Dios significa llegar a ser justo, santo y bueno. (...) Por tanto, si, según el Eclesiastés (Qo 5, 1), "Dios está en el cielo" y si, según el profeta (Sal 72, 28), vosotros "estáis con Dios", se sigue necesariamente que debéis estar donde se encuentra Dios, pues estáis unidos a él. Dado que él os ha ordenado que, cuando oréis, llaméis a Dios Padre, os dice que os asemejéis a vuestro Padre celestial, con una vida digna de Dios, como el Señor nos ordena con más claridad en otra ocasión, cuando dice: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48)" (De oratione dominica 2: PG 44, 1145 ac).

En este camino de ascenso espiritual, Cristo es el modelo y el maestro, que nos permite ver la bella imagen de Dios (cf. De perfectione christiana: PG 46, 272 a). Cada uno de nosotros, contemplándolo a él, se convierte en "el pintor de su propia vida"; su voluntad es la que realiza el trabajo, y las virtudes son como las pinturas de las que se sirve (ib.: PG 46, 272 b). Por tanto, si el hombre es considerado digno del nombre de Cristo, ¿cómo debe comportarse? San Gregorio responde así: "(debe) examinar siempre interiormente sus pensamientos, sus palabras y sus acciones, para ver si están dirigidos a Cristo o si se alejan de él" (ib.: PG 46, 284 c). Y este punto es importante por el valor que da a la palabra cristiano. El cristiano lleva el nombre de Cristo y, por eso, debe asemejarse a él también en la vida. Los cristianos, por el bautismo, asumimos una gran responsabilidad.

Ahora bien, Cristo, recuerda san Gregorio, está presente también en los pobres; por consiguiente, nunca se les debe despreciar: "No desprecies a quienes están postrados, como si por eso no valieran nada. Considera quiénes son y descubrirás cuál es su dignidad: representan a la persona del Salvador. Y así es, pues el Señor, en su bondad, les prestó su misma persona para que, a través de ella, tengan compasión los que son duros de corazón y enemigos de los pobres" (De pauperibus amandis: PG 46, 460 bc).

San Gregorio, como decíamos, habla de una ascensión: ascensión a Dios en la oración a través de la pureza de corazón; pero esa ascensión a Dios se realiza también mediante el amor al prójimo. El amor es la escalera que lleva a Dios. Por eso el santo obispo exhorta vivamente a sus oyentes: "Sé generoso con estos hermanos, víctimas de la desventura. Da al hambriento lo que le quitas a tu estómago" (ib.: PG 46, 457 c).

Con mucha claridad san Gregorio recuerda que todos dependemos de Dios, y por ello exclama: "No penséis que todo es vuestro. Debe haber también una parte para los pobres, los amigos de Dios. De hecho, todo procede de Dios, Padre universal, y nosotros somos hermanos, pertenecemos a un mismo linaje" (ib.: PG 46, 465 b). Así pues, insiste san Gregorio, el cristiano debe examinarse: "¿De qué te sirve el ayuno y la abstinencia si después con tu maldad haces daño a tu hermano? ¿Qué ganas, ante Dios, por el hecho de no comer de lo tuyo, si después, actuando injustamente, arrancas de las manos del pobre lo que es suyo?" (ib.: PG 46, 456 a).

Concluyamos estas catequesis sobre los tres grandes Padres de Capadocia recordando una vez más el aspecto importante de la doctrina espiritual de san Gregorio de Nisa: la oración. Para avanzar por el camino hacia la perfección y acoger en sí a Dios, llevando en sí al Espíritu de Dios, el amor de Dios, el hombre debe dirigirse con confianza a él en la oración: "A través de la oración logramos estar con Dios. Pero, quien está con Dios está lejos del enemigo. La oración es apoyo y defensa de la castidad, freno de la ira, represión y dominio de la soberbia. La oración es custodia de la virginidad, protección de la fidelidad en el matrimonio, esperanza para quienes velan, abundancia de frutos para los agricultores, seguridad para los navegantes" (De oratione dominica 1: PG 44, 1124 a-b).

El cristiano reza inspirándose siempre en la oración del Señor: "Por tanto, si queremos pedir que descienda sobre nosotros el reino de Dios, se lo pedimos con la potencia de la Palabra: que yo sea alejado de la corrupción, que sea liberado de la muerte y de las cadenas del error; que la muerte nunca reine sobre mí, que no tenga nunca poder sobre nosotros la tiranía del mal, que no me domine el adversario ni me haga su prisionero por el pecado, sino que venga a mí tu reino para que se alejen de mí, o mejor todavía, se anulen las pasiones que ahora me dominan y subyugan" (ib. 3: PG 44, 1156 d-1157 a).

Terminada su vida terrena, el cristiano podrá dirigirse así con serenidad a Dios. Al hablar de esto, san Gregorio piensa en la muerte de su hermana santa Macrina y escribe que ella, en el momento de la muerte, rezaba a Dios con estas palabras: "Tú, que tienes en la tierra el poder de perdonar los pecados, perdóname para que pueda tener descanso (cf. Sal 38, 14), y para que llegue a tu presencia sin mancha, en el momento en el que sea despojada de mi cuerpo (cf. Col 2, 11), de manera que mi espíritu, santo e inmaculado (cf. Ef 5, 27) sea acogido en tus manos, "como incienso ante ti" (Sal 140, 2)" (Vita Macrinae 24: SC 178, 224). Esta enseñanza de san Gregorio es válida siempre: no sólo debemos hablar de Dios, sino también llevar a Dios en nosotros mismos. Lo hacemos con el compromiso de la oración y amando a todos nuestros hermanos.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los distintos grupos y parroquias venidos de España, Chile, México, y de otros países latinoamericanos. Saludo de modo especial a los directivos y miembros de CajaSur, de Córdoba: que esta entidad, fundada por la Iglesia, siga inspirándose en los valores cristianos y en la doctrina social católica, y esté siempre al servicio de la sociedad, sobre todo de los más necesitados. Muchas gracias.

(En alemán)
También yo en estos días realizaré una peregrinación y me alegra la próxima visita a Austria con ocasión del 850° aniversario del santuario de Mariazell. El lema de mi viaje es "Mirar a Cristo". Esta invitación se dirige a todos aquellos para los cuales Cristo es el Señor de nuestra vida. Que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias.

(En polaco)
A vuestra oración encomiendo a los niños y a toda la juventud que ha comenzado el nuevo año escolar y catequístico. Que con la gracia de Dios y con la ayuda de los profesores desarrollen sus talentos y crezcan en santidad de vida.

(A los peregrinos húngaros)
En estos días se inaugura el año escolar. Os recomiendo las clases de religión.

(En lengua croata)
Que vuestras casas, como la de Nazaret, sean lugares de fe firme, de amor recíproco, de paz constante y de trabajo diligente, a fin de que la bendición de Dios acompañe siempre a vuestras familias.

(En italiano)
(A los Misioneros y Misioneras de la Caridad con ocasión del décimo aniversario de la muerte de la beata Teresa de Calcuta)
Queridos amigos, la vida y el testimonio de esta auténtica discípula de Cristo, cuya memoria litúrgica celebramos precisamente hoy, son una invitación a vosotros y a toda la Iglesia a servir siempre fielmente a Dios en los más pobres y necesitados. Seguid su ejemplo y sobre todo sed instrumentos de la misericordia divina.

Saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, al reanudar después de las vacaciones las habituales actividades cotidianas, intensificad también el ritmo de vuestro diálogo íntimo con Dios y comprometeos a difundir su luz y su paz en vuestro entorno. Vosotros, queridos enfermos, buscad apoyo y consuelo en nuestro Señor Jesucristo, que continúa su obra de redención en la vida de cada hombre. Y vosotros, queridos recién casados, esforzaos con la ayuda divina por hacer que vuestro amor sea cada vez más verdadero, duradero y solidario.

(A los participantes en el simposio internacional sobre la salvaguardia del ambiente en el Ártico)

Mañana, en la costa occidental de Groenlandia, Su Santidad Bartolomé I, Patriarca ecuménico de Constantinopla, inaugurará un simposio titulado: "El Ártico, espejo de vida". Deseo saludar a todos los participantes —varios líderes religiosos, científicos, periodistas y otras personas interesadas— y asegurarles mi apoyo a sus iniciativas. La tutela de los recursos hídricos y la atención al cambio climático son asuntos de suma importancia para toda la familia humana. Animado por el creciente reconocimiento de la necesidad de salvaguardar el medio ambiente, os invito a todos a uniros a mí orando y trabajando por un respeto cada vez mayor de las maravillas de la creación de Dios.


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19/04/2013 21:03

Miércoles 12 de septiembre de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

Quiero reflexionar hoy sobre la visita pastoral que tuve la alegría de realizar en días pasados a Austria, país que me es particularmente familiar, tanto porque confina con mi tierra natal como por los numerosos contactos que siempre he tenido con él. El motivo específico de esta visita fue el 850° aniversario del santuario de Mariazell, el más importante de Austria, predilecto también de los fieles húngaros y muy visitado por peregrinos de otras naciones vecinas.

Por tanto, fue ante todo una peregrinación que tuvo como lema "Mirar a Cristo": ir al encuentro de María que nos muestra a Jesús. Doy las gracias de corazón al cardenal Schönborn, arzobispo de Viena, y a todo el Episcopado del país por el gran empeño con que prepararon mi visita. Expreso mi agradecimiento al Gobierno austríaco y a todas las autoridades civiles y militares que prestaron su valiosa colaboración; en particular, agradezco al señor presidente federal la cordialidad con que me acogió y acompañó en los diversos momentos de la visita.

La primera etapa fue la Mariensäule, histórica columna en la que está colocada la Virgen Inmaculada: allí tuve un encuentro con miles de jóvenes y comencé mi peregrinación. Después me dirigí a la Judenplatz para rendir homenaje al monumento que recuerda la Shoah.

Teniendo en cuenta la historia de Austria y de sus estrechas relaciones con la Santa Sede, así como la importancia de Viena en la política internacional, el programa de este viaje pastoral comprendió los encuentros con el presidente de la República y con el Cuerpo diplomático. Se trata de oportunidades valiosas en las que el Sucesor de Pedro tiene la posibilidad de exhortar a los responsables de las naciones a que promuevan siempre la causa de la paz y del auténtico desarrollo económico y social.

Refiriéndome en particular a Europa, renové mi aliento a proseguir el actual proceso de unificación sobre la base de los valores inspirados en el patrimonio cristiano común. Por lo demás, Mariazell es uno de los símbolos del encuentro de los pueblos europeos en torno a la fe cristiana. ¿Cómo olvidar que Europa es portadora de una tradición de pensamiento en la que van unidos fe, razón y sentimiento? Ilustres filósofos, incluso independientemente de la fe, han reconocido el papel central del cristianismo para preservar la conciencia moderna de derivas nihilistas o fundamentalistas. El encuentro con las autoridades políticas y diplomáticas en Viena fue, por tanto, muy propicio para insertar mi viaje apostólico en el contexto actual del continente europeo.

La peregrinación, propiamente, la realicé en la jornada del sábado 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María, a la que está dedicado el santuario de Mariazell. Este santuario tuvo su origen en el año 1157, cuando un monje benedictino de la cercana abadía de San Lambrecht, enviado a predicar en ese lugar, experimentó la prodigiosa ayuda de María, de quien llevaba una pequeña estatua de madera. La celda ("zell") en la que el monje puso la estatuilla se convirtió después en meta de peregrinaciones y, en el correr de dos siglos, se construyó un importante santuario, donde todavía hoy se venera a la Virgen de las Gracias, llamada "Magna Mater Austriae".

A mí me ha producido una gran alegría regresar como Sucesor de Pedro a ese lugar santo y tan apreciado por los pueblos del centro y del este de Europa. Allí admiré la ejemplar valentía de miles y miles de peregrinos que, a pesar de la lluvia y el frío, quisieron estar presentes con gran alegría y fe en esta celebración, en la que ilustré el tema central de mi visita: "Mirar a Cristo", tema que los obispos de Austria habían profundizado sabiamente en el camino de preparación, que duró nueve meses. Pero sólo al llegar al santuario comprendimos plenamente el sentido de este lema: mirar a Cristo. Ante nosotros se encontraban la estatua de la Virgen, que con una mano indica a Jesús Niño y, en lo alto, encima del altar de la basílica, el crucifijo. Allí nuestra peregrinación alcanzó su meta: contemplamos el rostro de Dios en ese Niño en brazos de la Madre y en ese Hombre con los brazos abiertos. Mirar a Jesús con los ojos de María significa encontrar al Dios Amor, que por nosotros se hizo hombre y murió en la cruz.

Al final de la misa en Mariazell conferí el "mandato" a los componentes de los consejos pastorales parroquiales, que se acaban de renovar en toda Austria. Con ese elocuente gesto eclesial puse bajo la protección de María la gran "red" de las parroquias al servicio de la comunión y de la misión. En el santuario viví, después, momentos de gozosa fraternidad con los obispos del país y la comunidad benedictina. Me encontré con los sacerdotes, los religiosos, los diáconos y los seminaristas, y con ellos celebré las Vísperas. Unidos espiritualmente a María, alabamos al Señor por la humilde entrega de tantos hombres y mujeres que se encomiendan a su misericordia y se consagran al servicio de Dios. Estas personas, a pesar de sus limitaciones humanas, más aún, precisamente en la sencillez y en la humildad de su humanidad, se esfuerzan por ofrecer a todos un reflejo de la bondad y de la belleza de Dios, siguiendo a Jesús por el camino de la pobreza, la castidad y la obediencia, tres votos que se deben comprender en su auténtico significado cristológico, no individualista, sino relacional y eclesial.

En la mañana del domingo celebré la solemne eucaristía en la catedral de San Esteban, en Viena. En la homilía, quise profundizar de manera particular en el significado y el valor del domingo, en apoyo del movimiento "Alianza en defensa del domingo libre". También forman parte de este movimiento personas y grupos no cristianos. Como creyentes, obviamente, tenemos motivaciones profundas para vivir el día del Señor, tal como la Iglesia nos ha enseñado. "Sine dominico non possumus!": sin el Señor y sin su Día no podemos vivir, declararon los mártires de Abitina (actual Túnez) en el año 304. Tampoco nosotros, cristianos del siglo XXI, podemos vivir sin el domingo: un día que da sentido al trabajo y al descanso, actualiza el significado de la creación y de la redención, y expresa el valor de la libertad y del servicio al prójimo. Todo esto es el domingo; mucho más que un precepto. Si las poblaciones herederas de una antigua civilización cristiana abandonan este significado y dejan que el domingo se reduzca a un fin de semana o a un tiempo para dedicarse a intereses mundanos y comerciales, quiere decir que han decidido renunciar a su propia cultura.

No lejos de Viena se encuentra la abadía de Heiligenkreuz, de la Santa Cruz. Para mí fue una gran alegría visitar esa floreciente comunidad de monjes cistercienses, que existe sin interrupción desde hace 874 años. Aneja a la abadía se encuentra la Escuela superior de filosofía y teología, que desde hace poco tiempo ha recibido el título de "pontificia". Al dirigirme en particular a los monjes, recordé la gran enseñanza de san Benito sobre el Oficio divino, subrayando el valor de la oración como servicio de alabanza y adoración debido a Dios por su infinita belleza y bondad. No debe anteponerse nada a este servicio sagrado, dice la Regla benedictina (43, 3), de manera que toda la vida, con sus tiempos de trabajo y de descanso, se recapitule en la liturgia y se oriente a Dios. Tampoco puede quedar separado de la vida espiritual y de la oración el estudio teológico, como afirmó con fuerza el propio san Bernardo de Claraval, padre de la Orden del Císter. La presencia de la Academia de teología junto a la abadía testimonia esta unión entre fe y razón, entre corazón y mente.

El último encuentro de mi viaje fue el que celebré con el mundo del voluntariado. Quise manifestar así mi aprecio a las numerosas personas, de diversas edades, que se comprometen gratuitamente al servicio del prójimo, tanto en la comunidad eclesial como en la civil. El voluntariado no consiste sólo en "hacer": es ante todo una manera de ser, que brota del corazón, de una actitud de agradecimiento por la vida, y lleva a "restituir" y compartir con el prójimo los dones recibidos. Desde esta perspectiva, quise alentar nuevamente la cultura del voluntariado. La acción del voluntario no se debe ver como una intervención para "tapar agujeros" del Estado o de las instituciones públicas, sino más bien como una presencia complementaria y siempre necesaria para mantener viva la atención por los últimos y promover un estilo personalizado en la asistencia. Por tanto, no hay nadie que no pueda participar en el voluntariado: incluso la persona más pobre y desfavorecida tiene seguramente mucho que compartir con los demás, aportando su contribución para construir la civilización del amor.

Para concluir, renuevo mi acción de gracias al Señor por esta visita-peregrinación a Austria. La meta central fue, una vez más, un santuario mariano, en torno al cual se pudo vivir una intensa experiencia eclesial, como una semana antes había sucedido en Loreto con los jóvenes italianos. Además, en Viena y en Mariazell se pudo ver, en particular, la realidad viva, fiel y variada de la Iglesia católica presente en gran número en las citas previstas. Fue una presencia gozosa y atrayente de una Iglesia que, como María, está llamada a "mirar a Cristo" siempre para poderlo mostrar y ofrecer a todos; una Iglesia maestra y testigo de un "sí" generoso a la vida en todas sus dimensiones; una Iglesia que actualiza su tradición de dos mil años al servicio de un futuro de paz y de auténtico progreso social para toda la familia humana.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, a los peregrinos de las diócesis de Cádiz y de Querétaro, así como a los distintos grupos venidos de España, Argentina, Ecuador y otros países latinoamericanos. Que vuestra visita a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo renueve vuestra fe en Dios y acreciente vuestro amor hacia la Iglesia fundada por Cristo. Muchas gracias.

(En italiano)

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos hermanos, el sábado pasado celebramos la fiesta de la Natividad de la Virgen y hoy conmemoramos su Santo Nombre. La celestial Madre de Dios, que nos acompaña a lo largo de todo el año litúrgico, os guíe a vosotros, queridos jóvenes, por el camino de una adhesión cada vez más perfecta al Evangelio; a vosotros, queridos enfermos, os impulse a aceptar con serenidad la voluntad de Dios; y a vosotros, queridos recién casados, os sostenga al construir día tras día una convivencia familiar que se inspire en el estilo de la casa de Nazaret.


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