Figli spirituali di Benedetto XVI

2011

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    00 17/08/2013 19:21

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS OBISPOS DE AUSTRALIA
    EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

    Jueves 20 octubre de 2011



    Queridos hermanos obispos:

    Me alegra daros una cordial bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. La peregrinación a las tumbas de san Pedro y san Pablo os brinda una importante ocasión para fortalecer los vínculos de comunión en la única Iglesia de Cristo. Este momento es, por tanto, una oportunidad privilegiada para reafirmar nuestra unidad y el afecto fraterno que debe caracterizar siempre las relaciones en el Colegio episcopal, con y bajo el Sucesor de Pedro. Agradezco al arzobispo Wilson las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo cordialmente a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, y a los fieles laicos de Australia, y os pido que les aseguréis mis oraciones por su paz, prosperidad y bienestar espiritual.

    Como su excelencia señalaba en su discurso, en los últimos años la Iglesia en Australia ha estado marcada por dos momentos especiales de gracia. En primer lugar, la Jornada mundial de la juventud fue bendecida con un gran éxito y, junto a vosotros, vi cómo el Espíritu Santo movía a los jóvenes, provenientes de todo el mundo, reunidos en vuestra tierra natal. Por vuestras relaciones me enteré también de que perdura el impacto de esta celebración. Todas las diócesis del país, y no sólo Sydney, acogieron a los jóvenes católicos de todo el mundo que acudieron para profundizar su fe en Jesucristo junto a sus hermanos y hermanas de Australia. Vuestros sacerdotes y fieles vieron y experimentaron la vitalidad juvenil de la Iglesia, a la que todos pertenecemos, y la importancia perenne de la Buena Nueva que es necesario proclamar de nuevo a cada generación. Creo que una de las extraordinarias consecuencias de ese acontecimiento todavía está por verse en los jóvenes que están discerniendo su vocación al sacerdocio y a la vida religiosa. El Espíritu Santo nunca cesa de despertar en los corazones jóvenes el deseo de santidad y el celo apostólico. Por tanto, debéis seguir fomentando esta radical adhesión a la persona de Jesucristo, cuya atracción los impulsa a entregar su vida completamente a él y al servicio del Evangelio en la Iglesia. Asistiéndoles, ayudaréis a otros jóvenes a reflexionar seriamente sobre la posibilidad de una vida en el sacerdocio o en la vida religiosa. Al hacerlo, reforzaréis un amor semejante y una fidelidad inquebrantable en los hombres y mujeres que ya han acogido la llamada del Señor.

    La canonización, el año pasado, de santa María de la Cruz MacKillop fue otro gran acontecimiento en la vida de la Iglesia australiana. Sin duda, ella es un ejemplo de santidad y de entrega para los australianos y para la Iglesia de todo el mundo, especialmente para las religiosas que trabajan en la educación de los jóvenes. En circunstancias a menudo muy difíciles, santa María permaneció firme, madre espiritual amorosa para las mujeres y los niños encomendados a su cuidado, maestra innovadora para los jóvenes y modelo de energía para los que se interesan por la excelencia en la educación. Sus compatriotas australianos con razón la consideran un ejemplo de bondad personal digno de imitar. Santa María se propone hoy como ejemplo en la Iglesia por su apertura a las inspiraciones del Espíritu Santo y su celo por el bien de las almas, que atrajo a muchos otros a seguir sus pasos. Su fe vigorosa, traducida en una actividad intensa y paciente, fue su regalo a Australia; su vida de santidad es un don maravilloso de vuestro país a la Iglesia y al mundo. Que su ejemplo y sus oraciones inspiren las acciones de padres, religiosos, maestros y demás personas que se preocupan del bien de los niños, para protegerlos de todo mal y para darles una educación de calidad con vistas a un futuro próspero y feliz.

    La respuesta valiente de santa María MacKillop a las dificultades que tuvo que afrontar a lo largo de su vida puede inspirar también a los católicos de hoy al afrontar la nueva evangelización y los graves desafíos que plantea la difusión del Evangelio en la sociedad en su conjunto. Todos los miembros de la Iglesia necesitan formarse en su fe, desde una sólida catequesis para los niños y una educación religiosa impartida en vuestras escuelas católicas, hasta los programas de catequesis para adultos, tan necesarios. Es preciso también asistir y alentar a los sacerdotes y a los religiosos mediante una formación permanente, con una profunda vida espiritual en el mundo que los rodea, y que se está secularizando rápidamente. Es urgente asegurar que todos los que están confiados a vuestra solicitud pastoral entiendan, acepten y presenten su fe católica de forma inteligente y con disponibilidad. En este sentido, vosotros, vuestros sacerdotes y vuestro pueblo darán testimonio de su fe con la palabra y el ejemplo de una forma convincente y atractiva. Las personas de buena voluntad, viendo vuestro testimonio, responderán de modo natural a la verdad, a la bondad y a la esperanza que vosotros representáis.

    Es verdad que vuestra responsabilidad pastoral se ha vuelto más pesada por los pecados y errores pasados de otros, entre los que se incluyen lamentablemente sacerdotes y religiosos; pero ahora tenéis la tarea de seguir reparando los errores del pasado con honestidad y apertura, para construir, con humildad y determinación, un futuro mejor para los afectados. Por lo tanto, os animo a seguir siendo pastores de almas que, junto a vuestros sacerdotes, estén siempre preparados a dar un paso más en el amor y la verdad por el bien de las conciencias del rebaño que se os ha confiado (cf. Mt 5, 41), tratando de preservarlo en la santidad, de instruirlo en la humildad y de conducirlo irreprochablemente por los caminos de la fe católica.

    Por último, como obispos, sois conscientes de vuestro especial deber de cuidar la celebración de la liturgia. La nueva traducción del Misal romano, fruto de una importante cooperación entre Santa Sede, obispos y expertos de todo el mundo, pretende enriquecer y profundizar el sacrificio de alabanza ofrecido a Dios por su pueblo. Ayudad a vuestros sacerdotes a acoger y valorar lo que se ha logrado, para que a su vez ellos puedan asistir a los fieles mientras se acostumbran a la nueva traducción. Como sabemos, la sagrada liturgia y sus formas están inscritas profundamente en el corazón de cada católico. Haced todo lo posible para ayudar a los catequistas y a los músicos en su respectiva preparación para que la celebración del Rito romano en vuestras diócesis sea un momento de mayor gracia y belleza, digno del Señor y espiritualmente enriquecedor para todos. Así, como en todos vuestros esfuerzos pastorales, llevaréis a la Iglesia en Australia hacia su patria celestial bajo el signo de la Cruz del Sur.

    Con estos pensamientos, queridos hermanos en el episcopado, os renuevo mis sentimientos de afecto y de estima, y os encomiendo a todos a la intercesión de santa María MacKillop. Asegurándoos mis oraciones por vosotros y por los que están encomendados a vuestra solicitud pastoral, me complace impartiros mi bendición apostólica como prenda de gracia y de paz en el Señor. Gracias.


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    Papa Ratzi Superstar









    "CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
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    00 17/08/2013 19:22

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN JUAN PABLO II

    Sala Clementina
    Lunes 24 octubre de 2011



    Queridos cardenales,
    queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
    hermanos y hermanas en Cristo:

    Hace treinta años, a petición de «algunos hermanos y hermanas que viven en Polonia o que han emigrado de allí, pero conservan fuertes vínculos con su tierra de origen», mi predecesor el beato Juan Pablo II instituyó en la Ciudad del Vaticano una Fundación que lleva su nombre, con el objetivo de «promover, a través de su apoyo material y de otro tipo, iniciativas de carácter religioso, cultural, pastoral y caritativo, cultivando y fortaleciendo los vínculos tradicionales entre ellos y la Santa Sede» (cf. Decreto de institución).

    Hoy, miembros de la Fundación y amigos de todo el mundo han decidido celebrar este aniversario, dando gracias al Señor por todos los frutos que han producido las diversas actividades durante estas tres décadas. Me alegra poder unirme a vosotros en esta acción de gracias. Os saludo cordialmente a todos los que estáis aquí hoy, en particular al cardenal Stanisław Dziwisz, exsecretario del amado Santo Padre y uno de los promotores de la Fundación, ahora su jefe ex officio como arzobispo de Cracovia. Extiendo mi cordial bienvenida al cardenal Stanisław Ryłko, presidente del consejo de administración, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Saludo al arzobispo Szczepan Wesoły, expresidente, así como a los ilustres miembros del consejo y a los directores de las instituciones de la Fundación. Por último, saludo cordialmente a todos los miembros del Círculo de amigos de la Fundación esparcidos por todos los continentes. Todos los aquí presentes representan a los miles de bienhechores que siguen sosteniendo la labor de la Fundación desde el punto de vista financiero y espiritual. Os pido que les transmitáis a todos mi saludo y mi agradecimiento.

    Como leemos en el prólogo de los Estatutos: «Conscientes de la grandeza del don que la persona y la obra del Papa polaco representan para la Iglesia, para la patria y para el mundo, la Fundación busca conservar y desarrollar esta herencia espiritual, que desea transmitir a las generaciones futuras». Sé que este objetivo se realiza sobre todo a través del «Centro de documentación y estudio del pontificado de Juan Pablo II», que no solo reúne archivos, material bibliográfico y piezas de museo, sino que también promueve publicaciones, exposiciones, congresos y otras iniciativas científicas y culturales para difundir la enseñanza y la actividad pastoral y humanitaria del beato Pontífice. Confío en que, a través del estudio diario de las fuentes y la cooperación con organismos de índole semejante, tanto en Roma como en otros lugares, este Centro se convierta cada vez más en un importante punto de referencia para cuantos tratan de conocer y apreciar la vasta y rica herencia que nos ha dejado.

    Afiliada a la Fundación, la Casa Juan Pablo II aquí, en Roma, en colaboración con la noble Residencia de San Estanislao, brinda ayuda concreta y espiritual a los peregrinos que acuden a las tumbas de los Apóstoles para fortalecer su fe y su unión con el Papa y con la Iglesia universal. El beato Pontífice siempre trató de vincular a los fieles no a sí mismo, sino cada vez más a Cristo, a la tradición apostólica y a la comunidad católica unida al Colegio episcopal presidido por el Papa. Yo mismo puedo experimentar la eficacia de estos esfuerzos, puesto que recibo el amor y el apoyo espiritual de numerosísimas personas de todo el mundo que me acogen con afecto como Sucesor de Pedro, llamado por el Señor a confirmarlas en la fe. Agradezco que la Fundación siga cultivando este espíritu de amor que nos une en Cristo.

    Una tarea de gran valor humano y cultural, querida explícitamente por Juan Pablo II y emprendida por la Fundación, es la de contribuir a la «formación del clero y del laicado, en especial de cuantos provienen de los países de Europa central y oriental». Cada año acuden estudiantes a Lublin, Varsovia y Cracovia desde países que, en el pasado, sufrieron la opresión ideológica del régimen comunista, para proseguir sus estudios en diversas materias científicas, a fin de vivir nuevas experiencias, conocer diferentes tradiciones espirituales y ampliar sus horizontes culturales. Después vuelven a sus países, enriqueciendo los distintos sectores de la vida social, económica, cultural, política y eclesial. Más de novecientos graduados son un valioso don para esas naciones. Todo esto es posible gracias a las becas y a la ayuda espiritual y profesional garantizadas por la generosidad de la Fundación. Espero que esta obra continúe, se desarrolle y dé abundantes frutos.

    Queridos amigos, se podrían enumerar muchos más éxitos y numerosas realizaciones de vuestra Fundación. Sin embargo, quiero destacar un aspecto de fundamental importancia, que va más allá de los efectos inmediatos y visibles. Asociada a la Fundación, se ha ido desarrollando una unión espiritual de miles de personas en varios continentes que no sólo la sostienen materialmente, sino que también constituyen los Círculos de amigos, comunidades de formación basadas en la enseñanza y el ejemplo del beato Juan Pablo II. No se limitan a un recuerdo sentimental del pasado, sino que disciernen las necesidades del presente, miran al futuro con solicitud y confianza, y se comprometen a impregnar más profundamente el mundo del espíritu de solidaridad y fraternidad. Demos gracias al Señor por el don del Espíritu Santo que os une, os ilumina y os inspira.

    Con corazón agradecido, por intercesión de vuestro patrono, el beato Juan Pablo II, encomiendo el futuro de vuestra Fundación a la divina Providencia y os bendigo de todo corazón.


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    Papa Ratzi Superstar









    "CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
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    00 17/08/2013 19:24

    JORNADA DE REFLEXIÓN, DIÁLOGO Y ORACIÓN
    POR LA PAZ Y LA JUSTICIA EN EL MUNDO
    "PEREGRINOS DE LA VERDAD, PEREGRINOS DE LA PAZ"

    INTERVENCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

    Asís, Basílica de Santa María de los Ángeles
    Jueves 27 de octubre de 2011

    [Vídeo]



    Queridos hermanos y hermanas,
    Distinguidos Jefes y representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales
    y de las Religiones del mundo,
    queridos amigos

    Han pasado veinticinco años desde que el beato Papa Juan Pablo II invitó por vez primera a los representantes de las religiones del mundo a Asís para una oración por la paz. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? ¿A qué punto está hoy la causa de la paz? En aquel entonces, la gran amenaza para la paz en el mundo provenía de la división del planeta en dos bloques contrastantes entre sí. El símbolo llamativo de esta división era el muro de Berlín que, pasando por el medio de la ciudad, trazaba la frontera entre dos mundos. En 1989, tres años después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre. De repente, los enormes arsenales que había tras el muro dejaron de tener sentido alguno. Perdieron su capacidad de aterrorizar. El deseo de los pueblos de ser libres era más fuerte que los armamentos de la violencia. La cuestión sobre las causas de este derrumbe es compleja y no puede encontrar una respuesta con fórmulas simples. Pero, junto a los factores económicos y políticos, la causa más profunda de dicho acontecimiento es de carácter espiritual: detrás del poder material ya no había ninguna convicción espiritual. Al final, la voluntad de ser libres fue más fuerte que el miedo ante la violencia, que ya no contaba con ningún respaldo espiritual. Apreciamos esta victoria de la libertad, que fue sobre todo también una victoria de la paz. Y es preciso añadir en este contexto que, aunque no se tratara sólo, y quizás ni siquiera en primer lugar, de la libertad de creer, también se trataba de ella. Por eso podemos relacionar también todo esto en cierto modo con la oración por la paz.

    Pero, ¿qué ha sucedido después? Desgraciadamente, no podemos decir que desde entonces la situación se haya caracterizado por la libertad y la paz. Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra, el mundo está desafortunadamente lleno de discordia. No se trata sólo de que haya guerras frecuentemente aquí o allá; es que la violencia en cuanto tal siempre está potencialmente presente, y caracteriza la condición de nuestro mundo. La libertad es un gran bien. Pero el mundo de la libertad se ha mostrado en buena parte carente de orientación, y muchos tergiversan la libertad entendiéndola como libertad también para la violencia. La discordia asume formas nuevas y espantosas, y la lucha por la paz nos debe estimular a todos nosotros de modo nuevo.

    Tratemos de identificar más de cerca los nuevos rostros de la violencia y la discordia. A grandes líneas –según mi parecer– se pueden identificar dos tipologías diferentes de nuevas formas de violencia, diametralmente opuestas por su motivación, y que manifiestan luego muchas variantes en sus particularidades. Tenemos ante todo el terrorismo, en el cual, en lugar de una gran guerra, se emplean ataques muy precisos, que deben golpear destructivamente en puntos importantes al adversario, sin ningún respeto por las vidas humanas inocentes que de este modo resultan cruelmente heridas o muertas. A los ojos de los responsables, la gran causa de perjudicar al enemigo justifica toda forma de crueldad. Se deja de lado todo lo que en el derecho internacional ha sido comúnmente reconocido y sancionado como límite a la violencia. Sabemos que el terrorismo es a menudo motivado religiosamente y que, precisamente el carácter religioso de los ataques sirve como justificación para una crueldad despiadada, que cree poder relegar las normas del derecho en razón del «bien» pretendido. Aquí, la religión no está al servicio de la paz, sino de la justificación de la violencia.

    A partir de la Ilustración, la crítica de la religión ha sostenido reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la hostilidad contra las religiones. En este punto, que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente. De una forma más sutil, pero siempre cruel, vemos la religión como causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de defensores de una religión contra los otros. Los representantes de las religiones reunidos en Asís en 1986 quisieron decir – y nosotros lo repetimos con vigor y gran firmeza – que esta no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción. Contra eso, se objeta: Pero, ¿cómo sabéis cuál es la verdadera naturaleza de la religión? Vuestra pretensión, ¿no se deriva quizás de que la fuerza de la religión se ha apagado entre vosotros? Y otros dirán: ¿Acaso existe realmente una naturaleza común de la religión, que se manifiesta en todas las religiones y que, por tanto, es válida para todas? Debemos afrontar estas preguntas si queremos contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos. Aquí se coloca una tarea fundamental del diálogo interreligioso, una tarea que se ha de subrayar de nuevo en este encuentro. A este punto, quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia. La Cruz de Cristo es para nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia, pone el sufrir con el otro y el amar con el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (2 Co 13,11). Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que – no obstante la debilidad del hombre – sea realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo.

    Si bien una tipología fundamental de la violencia se funda hoy religiosamente, poniendo con ello a las religiones frente a la cuestión sobre su naturaleza, y obligándonos todos a una purificación, una segunda tipología de violencia de aspecto multiforme tiene una motivación exactamente opuesta: es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad. Los enemigos de la religión – como hemos dicho – ven en ella una fuente primaria de violencia en la historia de la humanidad, y pretenden por tanto la desaparición de la religión. Pero el «no» a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios.

    Pero no quisiera detenerme aquí sobre el ateísmo impuesto por el Estado; quisiera hablar más bien de la «decadencia» del hombre, como consecuencia de la cual se produce de manera silenciosa, y por tanto más peligrosa, un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal. El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se destruye a sí mismo

    La ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo. Pero, ¿dónde está Dios? ¿Lo conocemos y lo podemos mostrar de nuevo a la humanidad para fundar una verdadera paz? Resumamos ante todo brevemente las reflexiones que hemos hecho hasta ahora. He dicho que hay una concepción y un uso de la religión por la que esta se convierte en fuente de violencia, mientras que la orientación del hombre hacia Dios, vivido rectamente, es una fuerza de paz. En este contexto me he referido a la necesidad del diálogo, y he hablado de la purificación, siempre necesaria, de la religión vivida. Por otro lado, he afirmado que la negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le lleva a la violencia.

    Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios. Personas como éstas no afirman simplemente: «No existe ningún Dios». Sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él. Son «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz». Plantean preguntas tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás. Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a nosotros creyentes, a todos los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios –el verdadero Dios– se haga accesible. Por eso he invitado de propósito a representantes de este tercer grupo a nuestro encuentro en Asís, que no sólo reúne representantes de instituciones religiosas. Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho. Para concluir, quisiera aseguraros que la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo. Estamos animados por el deseo común de ser «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz». Muchas gracias.


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    00 17/08/2013 19:25

    JORNADA DE REFLEXIÓN, DIÁLOGO Y ORACIÓN
    POR LA PAZ Y LA JUSTICIA EN EL MUNDO
    "PEREGRINOS DE LA VERDAD, PEREGRINOS DE LA PAZ"

    PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    EN LA CONCLUSIÓN DE LA JORNADA

    Asís, Plaza de San Francisco
    Jueves 27 de octubre de 2011

    [Vídeo]



    Ilustres invitados,
    queridos amigos:

    Al término de esta intensa jornada quiero daros las gracias a todos. Dirijo un vivo agradecimiento a quienes hicieron posible este encuentro. Agradezco en particular, una vez más, a quien nos ha acogido: la ciudad de Asís, la comunidad de esta diócesis con su obispo, los hijos de san Francisco, que custodian la preciosa herencia espiritual del «Poverello» de Asís. Gracias también a los numerosos jóvenes que realizaron la peregrinación a pie desde Santa María de los Ángeles para testimoniar que, entre las nuevas generaciones, son muchos los que se comprometen para vencer violencias y divisiones, y ser promotores de justicia y de paz.

    El encuentro de hoy es expresión de que la dimensión espiritual es un elemento clave en la construcción de la paz. A través de esta peregrinación única hemos podido comprometernos en el diálogo fraterno, profundizar en nuestra amistad y unirnos en silencio y oración.

    Después de renovar nuestro compromiso en favor de la paz e intercambiar un signo de paz, nos sentimos implicados cada vez más profundamente, junto a todos los hombres y mujeres de las comunidades que representamos, en nuestro viaje humano común.

    No nos estamos separando. Seguiremos encontrándonos, continuaremos unidos en este viaje, en el diálogo, en la edificación cotidiana de la paz, en nuestro compromiso en favor de un mundo mejor, un mundo donde cada hombre y cada mujer puedan vivir según sus legítimas aspiraciones.

    De todo corazón os doy las gracias a todos los presentes por haber aceptado mi invitación a venir a Asís como peregrinos de la verdad y de la paz; y os saludo a cada uno con las palabras de san Francisco: «Que el Señor os conceda la paz».


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    00 17/08/2013 19:26

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LAS DELEGACIONES QUE PARTICIPARON
    EN EL ENCUENTRO DE ASÍS

    Sala Clementina
    Viernes 28 de octubre de 2011



    Distinguidos huéspedes,
    queridos amigos:

    Os acojo esta mañana en el palacio apostólico y os agradezco una vez más vuestra disponibilidad a participar en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, que celebramos ayer en Asís, veinticinco años después de aquel primer encuentro histórico.

    En cierto sentido, esta reunión representa a los miles de millones de hombres y mujeres que en todo el mundo están comprometidos activamente en la promoción de la justicia y de la paz. También es un signo de la amistad y la fraternidad que ha florecido como fruto de los esfuerzos de tantos pioneros en este tipo de diálogo. Que esta amistad siga creciendo entre todos los seguidores de las religiones del mundo y con los hombres y mujeres de buena voluntad en todo lugar.

    Agradezco a mis hermanos y hermanas cristianos su presencia fraternal. Asimismo, expreso mi agradecimiento a los representantes del pueblo judío, que está especialmente cercano a nosotros, y a todos vosotros, distinguidos representantes de las religiones del mundo. Soy consciente de que muchos habéis venido de lejos y habéis realizado un arduo viaje. Manifiesto mi gratitud también a quienes representan a las personas de buena voluntad que no siguen ninguna tradición religiosa, pero están comprometidas en la búsqueda de la verdad. Han querido compartir esta peregrinación con nosotros como signo de su deseo de cooperar en la construcción de un mundo mejor.

    Mirando hacia atrás, podemos apreciar la clarividencia del Papa Juan Pablo II al convocar el primer encuentro de Asís, y la necesidad continua de hombres y mujeres de distintas religiones de testimoniar juntos que el viaje del espíritu siempre es un viaje de paz.

    Los encuentros de este tipo son necesariamente excepcionales y poco frecuentes; sin embargo, son una expresión viva del hecho de que cada día, en todo el mundo, personas de diferentes tradiciones religiosas viven y trabajan juntas en armonía. Ciertamente, es importante para la causa de la paz que tantos hombres y mujeres, impulsados por sus más profundas convicciones, estén comprometidos a trabajar por el bien de la familia humana.

    De este modo, estoy seguro de que el encuentro de ayer nos ha hecho comprender cuán genuino es nuestro deseo de contribuir al bien de todos los seres humanos y lo mucho que podemos compartir con los demás.

    Al separarse nuestros caminos, saquemos fuerza de esta experiencia y, dondequiera que estemos, sigamos renovados el viaje que conduce a la verdad, la peregrinación que lleva a la paz. ¡Os doy las gracias de todo corazón!


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    00 17/08/2013 19:27

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS OBISPOS DE ANGOLA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

    Sala del Consistorio
    Sábado 29 de octubre de 2011



    Señor cardenal,
    amados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

    En la alegría de la fe, cuyo anuncio es nuestro servicio común de pastores, os doy la bienvenida a este encuentro con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, que tiene lugar después de mi visita a Luanda, en marzo de 2009, durante la cual pude encontrarme con vosotros y celebrar con vosotros a Jesucristo en medio de un pueblo que no se cansa de buscarlo, amarlo y servirlo con generosidad y alegría. Llevo a ese pueblo en el corazón y, en cierto modo, esperaba vuestra visita para tener noticias de él. Agradezco a monseñor Gabriel Mbilingi, arzobispo de Lubango y presidente de la Conferencia episcopal, la presentación de vuestras comunidades, con sus desafíos y sus esperanzas en el momento presente, y con las fuerzas y los favores que el cielo les ha otorgado. Vuestra ayuda recíproca y fraterna, la solicitud por el pueblo de Dios en Angola y en Santo Tomé y Príncipe, la unión con el Papa y el deseo de permanecer fieles al Señor, son para mí fuente de profunda alegría y de sentida acción de gracias.

    Vosotros, amados hermanos, en virtud de la misión apostólica recibida, estáis en condiciones de introducir a vuestro pueblo en el corazón del misterio de la fe, encontrando a la persona viva de Jesucristo. Con la esperanza de «iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo» (Motu proprio Porta fidei, 2), he decidido proclamar un Año de la fe, para que la Iglesia entera pueda presentar a todos un rostro más bello y creíble, reflejo más claro del rostro del Señor. De hecho, como subrayó justamente la segunda Asamblea para África del Sínodo de los obispos, cuyos frutos, bajo la forma tradicional de exhortación apostólica, espero poder encomendar a todo el pueblo de Dios en mi próxima visita a Benín, «la contribución primera y específica de la Iglesia a los pueblos de África es la proclamación del Evangelio de Cristo. Nos comprometemos, pues, a seguir proclamando vigorosamente el Evangelio a los pueblos de África, porque “el anuncio de Cristo es el primer y principal factor de desarrollo” (...). El compromiso en favor del desarrollo proviene del cambio del corazón que deriva de la conversión al Evangelio» (Mensaje final, n. 15: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de octubre de 2009, p. 8). El Evangelio no ofrece «una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con él, por el cual florece una humanidad nueva» (Exhortación apostólica Verbum Domini, 93).

    En verdad, los cristianos respiran el espíritu de su tiempo y sufren la presión de las costumbres de la sociedad en la que viven; pero, por la gracia del bautismo, están llamados a renunciar a las tendencias nocivas imperantes y a caminar contracorriente guiados por el espíritu de las Bienaventuranzas. En esta línea, quiero abordar tres escollos, donde naufraga la voluntad de numerosos habitantes de Angola y de Santo Tomé que se han adherido a Cristo. El primero es el así llamado «amigamento» (concubinato), que contradice el plan de Dios para la procreación y para la familia humana. El reducido número de matrimonios católicos en vuestras comunidades indica una hipoteca que grava sobre la familia, cuyo valor insustituible para la estabilidad del edificio social conocemos. Consciente de este problema, vuestra Conferencia episcopal ha elegido el matrimonio y la familia como prioridades pastorales del trienio actual. ¡Que Dios colme de frutos las iniciativas para el bien de esta causa! Ayudad a los cónyuges a adquirir la madurez humana y espiritual necesaria para asumir de modo responsable su misión de esposos y padres cristianos, recordándoles que su amor esponsal debe ser único e indisoluble, como la alianza entre Cristo y su Iglesia. Es preciso salvaguardar este valioso tesoro, cueste lo que cueste.

    Un segundo escollo en vuestra obra de evangelización es el corazón de los bautizados aún dividido entre el cristianismo y las religiones africanas tradicionales. Afligidos por los problemas de la vida, no dudan en recurrir a prácticas incompatibles con el seguimiento de Cristo (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2117). Efecto abominable es la marginación e incluso el asesinato de niños y ancianos, que son condenados por falsos dictámenes de brujería. Queridos obispos, recordando que la vida humana es sagrada en todas sus fases y situaciones, seguid elevando vuestra voz en favor de sus víctimas. Pero, tratándose de un problema regional, hace falta un esfuerzo conjunto de las comunidades eclesiales afectadas por esta calamidad, procurando determinar el significado profundo de tales prácticas, identificar los riesgos pastorales y sociales que implican y llegar a un método que conduzca a su definitiva erradicación, con la colaboración de los gobiernos y de la sociedad civil.

    Por último, quiero aludir a los residuos del tribalismo étnico que se pueden percibir en las actitudes de comunidades que tienden a cerrarse, sin aceptar a personas originarias de otras partes de la nación. Expreso mi aprecio a aquellos de vosotros que han aceptado una misión pastoral fuera de los confines de su propio grupo regional o lingüístico, y doy las gracias a los sacerdotes y a las personas que os han acogido y ayudado. En la Iglesia, como nueva familia de todos los que creen en Cristo (cf. Mc 3, 31-35), no hay lugar para ningún tipo de división. «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo» (Juan Pablo II, Carta Novo millennio ineunte, 43). En torno al altar se reúnen los hombres y las mujeres de tribus, lenguas y naciones diversas que, compartiendo el mismo cuerpo y la misma sangre de Jesús Eucaristía, se convierten en hermanos y hermanas verdaderamente consanguíneos (cf. Rm 8, 29). Este vínculo de fraternidad es más fuerte que el de nuestras familias terrenas y que el de vuestras tribus.

    Quiero concluir estas consideraciones con algunas palabras que pronuncié a mi llegada a Luanda, en la visita antes mencionada: «Dios ha concedido a los seres humanos la capacidad de elevarse, por encima de sus tendencias naturales, con las alas de la razón y de la fe. Si os dejáis llevar por estas alas, no os será difícil reconocer en el otro a un hermano que ha nacido con los mismos derechos humanos fundamentales» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de abril de 2009, p. 7). Sí, amados pastores de Angola y de Santo Tomé y Príncipe, formáis un pueblo de hermanos, al que desde aquí abrazo y saludo.

    Llevad mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras Iglesias particulares: a los obispos eméritos, a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas, a los catequistas y a los animadores de los movimientos, y a todos los fieles laicos. A la vez que os encomiendo a la protección de la Virgen María, tan amada en vuestras naciones sobre todo en el santuario de Mamã Muxima, de corazón os imparto a todos la bendición apostólica.


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    00 17/08/2013 19:27

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    AL SR. ALMIR FRANCO DE SÁ BARBUDA,
    NUEVO EMBAJADOR DE BRASIL ANTE LA SANTA SEDE

    Lunes 31 de octubre de 2011



    Señor embajador:

    Al recibir las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federativa de Brasil ante la Santa Sede, le expreso mis respetuosos votos de bienvenida y le agradezco las significativas palabras que me ha dirigido, manifestando en ellas los sentimientos que alberga en su alma al iniciar esta nueva misión. He visto con gran satisfacción los saludos que me ha transmitido de parte de su excelencia la señora presidenta de la República, Dilma Rousseff, y le pido, señor embajador, que tenga la amabilidad de hacerle llegar mi gratitud por ellos y que le asegure mis mejores deseos de éxito en el desempeño de su alta misión, así como mis oraciones por la prosperidad y el bienestar de todos los brasileños, cuyo cariño, experimentado en mi visita pastoral de 2007 permanece indeleble en mis recuerdos. Constato con vivo aprecio y profunda gratitud la disponibilidad manifestada por las diversas esferas gubernativas de la nación, así como de su representación diplomática ante la Santa Sede, para apoyar la XXVIII Jornada mundial de la juventud, que se celebrará, Dios mediante, en 2013 en Río de Janeiro.

    Como usted, señor embajador, ha recordado, Brasil, poco después de obtener su independencia como nación, estableció relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Eso no fue más que el culmen de la fecunda historia común de Brasil con la Iglesia católica, que comenzó con aquella primera misa celebrada el 26 de abril de 1500 y que ha dejado testimonios en numerosas ciudades bautizadas con el nombre de santos de la tradición cristiana y en innumerables monumentos religiosos, algunos de ellos elevados a símbolo de identificación mundial del país, como la estatua del Cristo Redentor con sus brazos abiertos, en un gesto de bendición a toda la nación. Sin embargo, más allá de los edificios materiales, la Iglesia ha contribuido a forjar el espíritu brasileño caracterizado por la generosidad, la laboriosidad, el aprecio por los valores familiares y la defensa de la vida humana en todas sus fases.

    Un capítulo importante en esta fecunda historia común se escribió con el Acuerdo firmado entre la Santa Sede y el Gobierno brasileño en 2008. Ese Acuerdo, lejos de ser una fuente de privilegios para la Iglesia o suponer una afrenta a la laicidad del Estado, quiere sólo dar un carácter oficial y jurídicamente reconocido a la independencia y a la colaboración entre estas dos realidades. Inspirándose en las palabras de su divino Fundador, que ordenó dar «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22, 21), la Iglesia expresó así su posición en el concilio Vaticano II: «La comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres» (Gaudium et spes, 76). La Iglesia espera que el Estado, a su vez, reconozca que una sana laicidad no debe considerar la religión como un simple sentimiento individual que se puede relegar al ámbito privado, sino como una realidad que, al estar también organizada en estructuras visibles, necesita que se reconozca su presencia comunitaria pública.

    Por eso, corresponde al Estado garantizar la posibilidad del libre ejercicio de culto de cada confesión religiosa, así como sus actividades culturales, educativas y caritativas, siempre que ello no esté en contraste con el orden moral y público. Ahora bien, la contribución de la Iglesia no se limita a iniciativas asistenciales, humanitarias y educativas concretas, sino que incluye, sobre todo, el crecimiento ético de la sociedad, impulsado por las múltiples manifestaciones de apertura a lo trascendente y por medio de la formación de conciencias sensibles al cumplimiento de los deberes de solidaridad. Por lo tanto, el Acuerdo firmado entre Brasil y la Santa Sede es la garantía que permite a la comunidad eclesial desarrollar todas sus potencialidades en beneficio de cada persona humana y de toda la sociedad brasileña.

    Entre estos campos de colaboración recíproca, me complace subrayar aquí, señor embajador, el de la educación, al que la Iglesia ha contribuido con innumerables instituciones educativas, cuyo prestigio es reconocido por toda la sociedad. De hecho, el papel de la educación no se puede reducir a una mera transmisión de conocimientos y habilidades que miran a la formación de un profesional, sino que debe abarcar todos los aspectos de la persona, desde su faceta social hasta su anhelo de trascendencia. Por este motivo, es conveniente reafirmar que la enseñanza religiosa confesional en las escuelas públicas, tal como quedó confirmada en el citado Acuerdo de 2008, lejos de significar que el Estado asume o impone un credo religioso determinado, indica el reconocimiento de la religión como un valor necesario para la formación integral de la persona. Y esa enseñanza no se puede reducir a una genérica sociología de las religiones, pues no existe una religión genérica, aconfesional. Así, la enseñanza religiosa confesional en las escuelas públicas, además de no herir la laicidad del Estado, garantiza el derecho de los padres a escoger la educación de sus hijos, contribuyendo de ese modo a la promoción del bien común.

    Por último, en el campo de la justicia social, el Gobierno brasileño sabe que puede contar con la Iglesia como una colaboradora privilegiada en todas sus iniciativas orientadas a erradicar el hambre y la miseria. La Iglesia «no puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia» (Deus caritas est, 28), por lo cual siempre se mostrará feliz de contribuir a la asistencia a los más necesitados, ayudándoles a librarse de su situación de indigencia, pobreza y exclusión.

    Señor embajador, al concluir este encuentro, le renuevo mis votos de éxito en su misión. En el desempeño de la misma, estarán siempre a su disposición los diversos dicasterios que forman la Curia romana. De Dios omnipotente, por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, invoco las mayores bendiciones para usted, para sus seres queridos y para la República federativa de Brasil, que usted, excelencia, a partir de ahora tiene el honor de representar ante la Santa Sede.


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    00 18/08/2013 15:04

    All'Ambasciatore della Costa d'Avorio presso la Santa Sede (4 novembre 2011)

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    Conferimento della Cittadinanza Onoraria di Natz-Schabs/Naz-Sciaves (9 novembre 2011)

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    Concerto offerto dal Governo del Principato delle Asturie (26 novembre 2011)

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    Agli studenti partecipanti all'Incontro promosso dalla Fondazione "Sorella Natura" (28 novembre 2011)

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    00 18/08/2013 15:05

    DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
    AL SEÑOR REINHARD SCHWEPPE,
    NUEVO EMBAJADOR DE ALEMANIA ANTE AL SANTA SEDE

    Lunes 7 de noviembre de 2011



    Excelencia, ilustre señor embajador:

    Me alegra darle la bienvenida con ocasión de la entrega de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federal de Alemania ante la Santa Sede. Le agradezco sus cordiales palabras y le pido, excelencia, que transmita al presidente federal, a la canciller federal y a los miembros del Gobierno federal, mi sincera gratitud. Al mismo tiempo, deseo asegurar a todos mis compatriotas alemanes mi profundo afecto y mi benevolencia. Tenemos aún vivas ante nuestros ojos las alegres imágenes de mi viaje a Alemania el pasado mes de septiembre. Las múltiples manifestaciones de simpatía y estima que me reservaron en las diversas etapas de mi visita, en Berlíno, en Erfurt, en Etzelbach, al igual que en Friburgo, superaron ampliamente las expectativas. Por doquier pude comprobar que las personas anhelan la verdad. Los cristianos debemos testimoniar la verdad, para darle forma en la vida personal, familiar y social.

    La visita oficial de un Papa a Alemania puede ser ocasión para reflexionar sobre qué servicio pueden ofrecer la Iglesia católica y la Santa Sede en una sociedad pluralista, como es la de nuestra patria. Muchos contemporáneos consideran que el influjo del cristianismo, así como de otras religiones, consiste en forjar una determinada cultura y un determinado estilo de vida en la sociedad. Un grupo de creyentes marca, con su comportamiento, ciertas formas de vida social, que son adoptadas por otras personas, imprimiendo así a la sociedad un carácter específico. Esta idea no es errónea, pero no agota la visión que la Iglesia católica tiene de sí misma. Sin duda, la Iglesia es también una comunidad cultural y de este modo influye en las sociedades donde se halla presente. Sin embargo, está convencida de que no sólo ha creado aspectos culturales comunes de diversas formas en los distintos países, y de que a su vez ha sido plasmada por sus tradiciones. La Iglesia católica también es consciente de que, a través de su fe, conoce la verdad sobre el hombre y de que, por consiguiente, tiene el deber de intervenir en favor de los valores válidos para el hombre en cuanto tal, independientemente de las diferentes culturas. Distingue entre la especificidad de su fe y las verdades de la razón, a las que la fe abre los ojos y a las que el hombre en cuanto hombre puede acceder incluso prescindiendo de esta fe. Afortunadamente, un patrimonio fundamental de todos los valores humanos universales se convirtió en derecho positivo en nuestra Constitución de 1949 y en las declaraciones sobre los derechos humanos después de la segunda guerra mundial, porque las personas, después de los horrores de la dictadura, reconocieron su validez universal, que se basa en su verdad antropológica, y la tradujeron en derecho vigente. Hoy se vuelve a discutir de valores fundamentales del ser humano, en los que se trata de la dignidad del hombre en cuanto tal. Aquí la Iglesia, más allá del ámbito de su fe, considera que tiene el deber de defender, en la totalidad de nuestra sociedad, las verdades y los valores en los que está en juego la dignidad del hombre en cuanto tal. Así pues, por citar un punto particularmente importante, no tenemos derecho a juzgar si un individuo «ya es persona» o si «aún es persona», y menos todavía nos corresponde manipular al hombre y, por decirlo así, querer hacerlo. Una sociedad sólo es verdaderamente humana cuando protege sin reservas y respeta la dignidad de cada persona desde su concepción hasta el momento de su muerte natural. Sin embargo, si decidiera «descartar» a sus miembros más necesitados de protección, excluir a hombres de ser hombres, se comportaría de un modo profundamente inhumano y también de un modo no verdadero respecto de la igualdad —evidente para toda persona de buena voluntad— de la dignidad de todas las personas, en todas las fases de la vida. Si la Santa Sede interviene en el campo legislativo respecto a las cuestiones fundamentales de la dignidad humana, que se plantean hoy en numerosos ámbitos de la existencia prenatal del hombre, no lo hace para imponer la fe a otros de modo indirecto, sino para defender valores que son fundamentalmente inteligibles para todos como verdades de la existencia, aunque intereses de otra índole tratan de ofuscar de varias maneras esta consideración.

    En este punto, quiero afrontar otro aspecto preocupante que, al parecer, se difunde a través de tendencias materialistas y hedonistas sobre todo en los países del llamado mundo occidental, o sea, la discriminación sexual de las mujeres. Toda persona, tanto hombre como mujer, está destinada a ser para los demás. Una relación que no respete el hecho de que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad, constituye un crimen grave contra la humanidad. Ya es hora de detener de modo enérgico la prostitución, así como la amplia difusión de material de contenido erótico o pornográfico, también en Internet. La Santa Sede procurará que el compromiso contra estos males por parte de la Iglesia católica en Alemania prosiga de modo más decidido y claro.

    Por lo que atañe a los numerosos años de relaciones cordiales entre la República federal de Alemania y la Santa Sede, podemos constatar en conjunto muchos buenos resultados. Es un bien que la Iglesia católica en Alemania tenga excepcionales posibilidades de acción, que pueda anunciar el Evangelio libremente y pueda ayudar a las personas en el ámbito de numerosas instituciones caritativas y sociales. Agradezco verdaderamente el apoyo concreto que dan a esta obra las instituciones federales, regionales y municipales. Entre los numerosos aspectos de una colaboración positiva y apreciable entre el Estado y la Iglesia católica, deseo citar por ejemplo la tutela del derecho eclesiástico al trabajo por parte del derecho estatal, así como el apoyo ofrecido a las escuelas católicas y a las instituciones católicas en ámbito caritativo, cuya obra contribuye, en definitiva, al bien de todos los ciudadanos.

    A usted, estimado embajador, le deseo un buen inicio de su misión y gran éxito en esta tarea. Al mismo tiempo, le aseguro la ayuda y la disponibilidad de los representantes de la Curia romana en el desempeño de su servicio. De corazón invoco para usted, para su esposa, así como para los colaboradores de la embajada de la República federal de Alemania ante la Santa Sede, la protección constante de Dios y sus abundantes bendiciones.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENDICTO XVI
    A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO RELIGIOSO ISRAELÍ

    Sala de los Papas
    Jueves 10 de noviembre de 2011



    Beatitud,
    excelencias,
    queridos amigos:

    Es un gran placer para mí daros la bienvenida, miembros del Consejo religioso israelí, que representáis a las comunidades religiosas presentes en Tierra Santa, y os doy las gracias por las amables palabras que me han dirigido en nombre de todos los presentes.

    En nuestros tiempos agitados, el diálogo entre las diferentes religiones se está convirtiendo en algo cada vez más importante para instaurar un clima de comprensión mutua y de respeto que puede llevar a la amistad y a una firme confianza recíproca. Esto es urgente para los líderes religiosos de Tierra Santa que, aun viviendo en un lugar lleno de recuerdos sagrados para nuestras tradiciones, sufren diariamente por las dificultades de vivir juntos en armonía.

    Como puse de relieve en mi reciente encuentro con los líderes religiosos en Asís, hoy nos encontramos ante dos tipos de violencia: por una parte, el uso de la violencia en nombre de la religión y, por otra, la violencia que es consecuencia de la negación de Dios, que a menudo caracteriza la vida en la sociedad moderna. En esta situación, como líderes religiosos, estamos llamados a reafirmar que la relación del hombre con Dios, vivida correctamente, es una fuerza de paz. Esta es una verdad que debe llegar a ser cada vez más visible en el modo como vivimos con los demás en la cotidianidad. Por esta razón, deseo animaros a fomentar un clima de confianza y de diálogo entre los líderes y miembros de todas las tradiciones religiosas presentes en Tierra Santa.

    Compartimos la grave responsabilidad de educar a los miembros de nuestras respectivas comunidades religiosas, con vistas a fomentar un entendimiento mutuo más profundo y desarrollar una apertura hacia la cooperación con personas de tradiciones religiosas distintas de la nuestra. Desgraciadamente, la realidad de nuestro mundo a menudo es fragmentaria y defectuosa, incluso en Tierra Santa. Todos nosotros estamos llamados a comprometernos de nuevo en la promoción de una mayor justicia y dignidad, para enriquecer nuestro mundo y darle una dimensión humana plena. La justicia, junto con la verdad, el amor y la libertad, es un requisito fundamental para una paz duradera y segura en el mundo. El movimiento hacia la reconciliación exige valentía y clarividencia, así como la confianza en que Dios mismo nos mostrará el camino. No podemos conseguir nuestros objetivos si Dios no nos da la fuerza para hacerlo.

    Cuando visité Jerusalén, en mayo de 2009, me detuve ante el Muro Occidental y, en la oración escrita que coloqué entre las piedras del Muro, pedí a Dios por la paz en Tierra Santa. Escribí: «Dios de todos los tiempos, en mi visita a Jerusalén, la “ciudad de la paz”, casa espiritual para judíos, cristianos y musulmanes, te presento las alegrías, las esperanzas y las aspiraciones, las pruebas, losl sufrimientos y las penas de tu pueblo esparcido por el mundo. Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, escucha el grito de los afligidos, los atemorizados y los despojados; derrama tu paz sobre esta Tierra Santa, sobre Oriente Medio, sobre toda la familia humana; despierta el corazón de todos los que invocan tu nombre, para caminar humildemente por la senda de la justicia y la compasión. “Bueno es el Señor con el que en él espera, con el alma que lo busca” (Lam 3, 25)» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de mayo de 2009, p. 11).

    Que el Señor escuche hoy mi oración por Jerusalén y colme vuestro corazón de alegría durante vuestra visita a Roma. Que escuche la oración de todos los hombres y mujeres que le piden por la paz en Jerusalén. Ciertamente, no dejemos nunca de rezar por la paz en Tierra Santa, con confianza en Dios, que es nuestra paz y nuestro consuelo. Encomendándoos a vosotros y a los que representáis al cuidado misericordioso del Omnipotente, de buen grado invoco sobre todos vosotros bendiciones divinas de alegría y paz.


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    00 18/08/2013 15:07

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO PROMOVIDO
    POR EL CONSEJO PONTIFICIO «COR UNUM»

    Sala Clementina
    Viernes, 11 de noviembre de 2011


    Eminencias,
    queridos hermanos en el Episcopado,
    queridos amigos:

    Agradezco tener la oportunidad de saludaros durante vuestro encuentro, promovido por el Consejo Pontificio Cor Unum en este Año Europeo del Voluntariado.

    Deseo comenzar agradeciendo al Cardenal Robert Sarah las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. También quiero expresaros mi profunda gratitud, tanto a vosotros como a los millones de voluntarios católicos que contribuyen, con regularidad y generosidad, a la misión caritativa de la Iglesia en el mundo. En el momento actual, caracterizado por la crisis y la incertidumbre, vuestro compromiso es un motivo de confianza, porque muestra que la bondad existe y está creciendo entre nosotros. Ciertamente, la fe de todos los católicos se ve fortalecida al ver todo el bien que se hace en nombre de Cristo (cf. Flm, 6).

    Para los cristianos, el voluntariado no es sólo una expresión de buena voluntad. Se funda en la experiencia personal de Cristo. Él fue el primero en servir a la humanidad, entregó libremente su vida por el bien de todos. Ese don no se basaba en nuestros méritos. De aquí aprendemos que Dios se entrega a sí mismo, se entrega a nosotros. Además, Deus caritas est: Dios es amor, por citar una frase de la Primera carta del apóstol San Juan (4, 8) que elegí como título de mi primera Carta encíclica. La experiencia del amor generoso de Dios nos desafía y nos libera, para que adoptemos esta misma actitud hacia nuestros hermanos y hermanas: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt 10, 8). Lo experimentamos, en particular, en la Eucaristía, cuando el Hijo de Dios, al partir el pan, une la dimensión vertical de su don divino con la horizontal de nuestro servicio a los hermanos y hermanas.

    La gracia de Cristo nos ayuda a descubrir dentro de nosotros un anhelo humano de solidaridad y una vocación fundamental al amor. Su gracia perfecciona, fortalece y eleva la vocación y nos permite servir a los demás sin esperar una recompensa, una satisfacción o compensación alguna. Aquí vislumbramos la grandeza de la vocación humana de servir a los demás con la misma libertad y generosidad que caracterizan a Dios. Asimismo, nos convertimos en instrumentos visibles de su amor en un mundo que todavía anhela profundamente ese amor en medio de la pobreza, la soledad, la marginación y la ignorancia que vemos alrededor nuestro.

    Ciertamente, el trabajo de los voluntarios católicos no puede responder a todas estas necesidades, pero esto no nos desalienta. Ni deberíamos dejarnos seducir por ideologías que quieren cambiar el mundo según una visión puramente humana. Lo poco que podemos lograr hacer para aliviar las necesidades humanas se puede considerar como la buena semilla que brotará y dará mucho fruto. Es un signo de la presencia y del amor de Cristo que, como el árbol del Evangelio, crece para dar abrigo, protección y fuerza a todos aquellos que lo necesiten.

    Esta es la naturaleza del testimonio que vosotros, con toda humildad y convicción, dais a la sociedad civil. Aunque sea un deber de la autoridad pública reconocer y apreciar esta contribución sin tergiversarla, vuestro papel de cristianos consiste en participar activamente en la vida de la sociedad, tratando de hacerla cada vez más humana, caracterizada cada vez más por la libertad, la justicia y la solidaridad auténticas.

    Celebramos nuestro encuentro de hoy en el día de la fiesta litúrgica de san Martín de Tours. Martín, representado con frecuencia en el momento en que comparte su capa con un pobre, se convirtió en un modelo de caridad en toda Europa, que ha llegado a todo el mundo. Hoy, el trabajo de voluntariado como servicio de caridad se ha convertido en un elemento universalmente reconocido de nuestra cultura moderna. Pero también sus orígenes pueden verse aún en la especial solicitud cristiana por la defensa, sin discriminaciones, de la dignidad de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios. Cuando estas raíces espirituales se ofuscan o se ensombrecen, y los criterios de nuestra colaboración se hacen meramente utilitaristas, se corre el riesgo de perder lo más característico del servicio que ofrecéis, en perjuicio de la sociedad en su conjunto.

    Queridos amigos, deseo concluir alentando a los jóvenes a descubrir en el trabajo de voluntariado un modo de acrecentar el propio amor oblativo, que da a la vida su significado más profundo. Los jóvenes reaccionan con prontitud a la vocación del amor. Ayudémosles a escuchar a Cristo, que hace oír en sus corazones su llamada y los atrae hacia sí. No debemos tener miedo de presentarles un desafío radical que cambia la vida, hemos de ayudarles a comprender que nuestros corazones están hechos para amar y para ser amados. En la entrega de sí mismos, vivimos la vida en toda su plenitud.

    Con estos sentimientos, renuevo mi gratitud a todos vosotros y a cuantos representáis. Pido a Dios que vele por vuestras numerosas obras de servicio y haga que sean cada vez más fecundas espiritualmente, por el bien de la Iglesia y de todo el mundo. A vosotros y a vuestros voluntarios, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL
    SOBRE CÉLULAS MADRE

    Sábado 12 de noviembre de 2011



    Eminencia,
    queridos hermanos en el episcopado,
    excelencias,
    ilustres huéspedes,
    queridos amigos:

    Quiero dar las gracias al cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo pontificio para la cultura, por sus cordiales palabras y por haber organizado esta conferencia internacional sobre Células madre adultas: la ciencia y el futuro del hombre y de la cultura. Asimismo, agradezco al arzobispo Zygmunt Zimowski, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, y al obispo Ignacio Carrasco de Paula, presidente de la Academia pontificia para la vida, su contribución a este esfuerzo particular. Dirijo una palabra especial de gratitud a los numerosos bienhechores cuyo apoyo ha hecho posible este evento. Al respecto, deseo expresar el aprecio de la Santa Sede por toda la obra llevada a cabo por varias instituciones para promover iniciativas culturales y formativas encaminadas a sostener una investigación científica de máximo nivel con células madre adultas y a estudiar las implicaciones culturales, éticas y antropológicas de su uso.

    La investigación científica brinda una oportunidad única para explorar la maravilla del universo, la complejidad de la naturaleza y la belleza peculiar del universo, incluida la vida humana. Sin embargo, dado que los seres humanos están dotados de alma inmortal y han sido creados a imagen y semejanza de Dios, hay dimensiones de la existencia humana que están más allá de los límites que las ciencias naturales son capaces de determinar. Si se superan estos límites, se corre el grave riesgo de que la dignidad única y la inviolabilidad de la vida humana puedan subordinarse a consideraciones meramente utilitaristas. Pero si, en cambio, se respetan debidamente estos límites, la ciencia puede dar una contribución realmente notable a la promoción y a la salvaguarda de la dignidad del hombre: de hecho, en esto radica su verdadera utilidad. El hombre, agente de la investigación científica, en su naturaleza biológica a veces será el objeto de esa investigación. A pesar de ello, su dignidad trascendente le da siempre el derecho de seguir siendo el último beneficiario de la investigación científica y de nunca quedar reducido a su instrumento.

    En este sentido, los potenciales beneficios de la investigación con células madre adultas son muy notables, pues da la posibilidad de curar enfermedades degenerativas crónicas reparando el tejido dañado y restaurando su capacidad de regenerarse. La mejora que estas terapias prometen constituiría un significativo paso adelante en la ciencia médica, dando nueva esperanza tanto a los enfermos como a sus familias. Por este motivo, la Iglesia naturalmente ofrece su aliento a cuantos están comprometidos en realizar y en apoyar la investigación de este tipo, a condición de que se lleven a cabo con la debida atención al bien integral de la persona humana y al bien común de la sociedad.

    Esta condición es de suma importancia. La mentalidad pragmática que con tanta frecuencia influye en la toma de decisiones en el mundo de hoy está demasiado inclinada a aprobar cualquier medio que permita alcanzar el objetivo anhelado, a pesar de la amplia evidencia de las consecuencias desastrosas de este modo de pensar. Cuando el objetivo que se busca es tan deseable como el descubrimiento de una curación para enfermedades degenerativas, los científicos y los responsables de las políticas tienen la tentación de ignorar las objeciones éticas y proseguir cualquier investigación que parezca ofrecer una perspectiva de éxito. Quienes defienden la investigación con células madre embrionarias con la esperanza de alcanzar ese resultado cometen el grave error de negar el derecho inalienable a la vida de todos los seres humanos desde el momento de la concepción hasta su muerte natural. La destrucción incluso de una sola vida humana nunca se puede justificar por el beneficio que probablemente puede aportar a otra. Sin embargo, en general, no surgen problemas éticos cuando las células madre se extraen de los tejidos de un organismo adulto, de la sangre del cordón umbilical en el momento del nacimiento, o de fetos que han muerto por causas naturales (cf. Congregación para la doctrina de la fe, instrucción Dignitas personae, n. 32).

    De ahí se sigue que el diálogo entre ciencia y ética es de suma importancia para garantizar que los avances médicos no se lleven a cabo con un costo humano inaceptable. La Iglesia contribuye a este diálogo ayudando a formar las conciencias según la recta razón y a la luz de la verdad revelada. Al obrar así, no trata de impedir el progreso científico, sino que, por el contrario, quiere guiarlo en una dirección que sea verdaderamente fecunda y benéfica para la humanidad. De hecho, la Iglesia está convencida de que «la fe no sólo acoge y respeta todo lo que es humano», incluida la investigación científica, «sino que también lo purifica, lo eleva y lo perfecciona» (ib., n. 7). De este modo, se puede ayudar a la ciencia a servir al bien común de toda la humanidad, especialmente a los más débiles y a los más vulnerables.

    Al llamar la atención sobre las necesidades de los indefensos, la Iglesia no piensa sólo en los niños por nacer sino también en quienes no tienen fácil acceso a tratamientos médicos costosos. La enfermedad no hace distinción de personas, y la justicia exige que se haga todo lo posible para poner los frutos de la investigación científica a disposición de todos los que pueden beneficiarse de ellos, independientemente de sus posibilidades económicas. Por consiguiente, además de las consideraciones meramente éticas, es preciso afrontar cuestiones de índole social, económica y política para garantizar que los avances de la ciencia médica vayan acompañados de una prestación justa y equitativa de los servicios sanitarios. Aquí la Iglesia es capaz de ofrecer asistencia concreta a través de su vasto apostolado sanitario, activo en numerosos países de todo el mundo y dirigido con especial solicitud a las necesidades de los pobres de la tierra.

    Queridos amigos, al concluir mis consideraciones, deseo aseguraros un recuerdo especial en la oración y os encomiendo a la intercesión de María, Salus infirmorum, a todos los que trabajáis tan duramente para llevar curación y esperanza a quienes sufren. Rezo para que vuestro compromiso en la investigación con células madre adultas traiga grandes bendiciones para el futuro del hombre y auténtico enriquecimiento a su cultura. A vosotros, a vuestras familias y a vuestros colaboradores, así como a todos los pacientes que esperan beneficiarse de vuestra generosa competencia y de los resultados de vuestro trabajo, imparto de buen grado mi bendición apostólica. ¡Muchas gracias!


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS MIEMBROS DE LA CÁRITAS ITALIANA
    EN EL 40 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN

    Basílica de San Pedro
    Jueves 24 de noviembre de 2011



    Venerados hermanos;
    queridos hermanos y hermanas:

    Con alegría os acojo con ocasión del 40º aniversario de la institución de la Cáritas italiana. Os saludo con afecto, uniéndome a la acción de gracias de todo el Episcopado italiano por vuestro valioso servicio. Saludo cordialmente al cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia episcopal italiana, agradeciéndole las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo a monseñor Giuseppe Merisi, presidente de la Cáritas, a los obispos encargados de las diversas Conferencias episcopales regionales, para el servicio de la caridad, al director de la Cáritas italiana, a los directores de las Cáritas diocesanas y a todos sus colaboradores.

    Habéis venido a la tumba de Pedro para confirmar vuestra fe y retomar impulso en vuestra misión. El siervo de Dios Pablo VI, en el primer encuentro nacional con la Cáritas, en 1972, afirmó: «Por encima de este cometido puramente material de vuestra actividad debe resaltar su prevalente función pedagógica» (28 de septiembre de 1972: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de octubre de 1972, p. 9). En efecto, a vosotros se os ha confiado una importante tarea educativa con respecto a las comunidades, a las familias y a la sociedad civil en la que la Iglesia está llamada ser luz (cf. Flp 2, 15). Se trata de asumir la responsabilidad de educar en la vida buena del Evangelio, que es tal sólo si se comprende de manera orgánica el testimonio de la caridad. Las palabras del apóstol san Pablo iluminan esta perspectiva: «Pues nosotros mantenemos la esperanza de la justicia por el Espíritu y desde la fe; porque en Cristo nada valen la circuncisión o la incircuncisión, sino la fe que actúa por el amor» (Ga 5, 5-6). Este es el distintivo cristiano: la fe que actúa en la caridad. Cada uno de vosotros está llamado a dar su contribución para que el amor con el que Dios nos ama desde siempre y para siempre se convierta en actividad de la vida, en fuerza de servicio y en conciencia de la responsabilidad. «Porque nos apremia el amor de Cristo» (2 Co 5, 14), escribe san Pablo. Esta es la perspectiva que debéis hacer cada vez más presente en las Iglesias particulares en las que actuáis.

    Queridos amigos, jamás desistáis de este compromiso educativo, aun cuando el camino sea difícil y parezca que el esfuerzo no da resultados. Vividlo con fidelidad a la Iglesia y con respeto a la identidad de vuestras instituciones, utilizando los instrumentos que la historia os ha dado y los que la «creatividad de la caridad» —como decía el beato Juan Pablo II— os sugiera en el futuro. Durante los cuatro decenios pasados habéis podido profundizar, experimentar y actuar un método de trabajo basado en tres aspectos relacionados entre sí y sinérgicos: escuchar, observar, discernir, poniéndolo al servicio de vuestra misión: la animación caritativa dentro de las comunidades y en los territorios. Se trata de un estilo que hace posible actuar pastoralmente, pero también perseguir un diálogo profundo y provechoso con los diversos ámbitos de la vida eclesial, con las asociaciones, con los movimientos y con el variado mundo del voluntariado organizado.

    Ciertamente, escuchar para conocer, pero también para hacerse prójimo, para sostener a las comunidades cristianas en la ayuda a quien necesita sentir el calor de Dios a través de las manos abiertas y disponibles de los discípulos de Jesús. Es importante que las personas que sufren puedan sentir el calor de Dios y puedan sentirlo a través de nuestras manos y nuestro corazón abierto. De este modo, las Cáritas deben ser «centinelas» (cf. Is 21, 11-12), capaces de comprender y hacer comprender, de anticipar y prevenir, de sostener y proponer soluciones en la línea segura del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia. El individualismo de nuestros días, la presunta suficiencia de la técnica y el relativismo que influye en todos, exigen suscitar en personas y comunidades formas más elevadas de escucha, capacidad de apertura de la mirada y del corazón a las necesidades y los recursos, hacia formas comunitarias de discernimiento sobre el modo de ser y de situarse en un mundo en profunda transformación.

    Releyendo las páginas del Evangelio, nos quedamos maravillados ante los gestos de Jesús: gestos que transmiten la Gracia, que educan en la fe y el seguimiento; gestos de curación y acogida, de misericordia y esperanza, de futuro y compasión; gestos que inician o perfeccionan una llamada a seguirlo y desembocan en el reconocimiento del Señor como única razón del presente y del futuro. La modalidad de los gestos y de los signos es connatural a la función pedagógica de la Cáritas. En efecto, a través de los signos concretos habláis, evangelizáis y educáis. Una obra de caridad habla de Dios, anuncia una esperanza, induce a plantearse interrogantes. Deseo que cultivéis del mejor modo posible la calidad de las obras que habéis sabido crear. Haced que hablen, por decirlo así, preocupándoos sobre todo por la motivación interior que las anima y por la calidad del testimonio que dan. Son obras que nacen de la fe. Son obras de Iglesia, expresión de la atención hacia quien más sufre. Son acciones pedagógicas, porque ayudan a los más pobres a crecer en su dignidad, a las comunidades cristianas a caminar en el seguimiento de Cristo, y a la sociedad civil a asumir conscientemente sus propias obligaciones. Recordemos lo que enseña el concilio Vaticano II: «Es preciso satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia» (Apostolicam actuositatem, 8). El servicio humilde y concreto que presta la Iglesia no quiere sustituir ni mucho menos adormecer la conciencia colectiva y civil. La apoya con espíritu de sincera colaboración, con la debida autonomía y con plena conciencia de la subsidiariedad.

    Desde el comienzo de vuestro camino pastoral se os ha asignado, como compromiso prioritario, el esfuerzo por desarrollar una amplia presencia en el territorio, sobre todo a través de las Cáritas diocesanas y parroquiales. Es el objetivo que hay que perseguir también en el presente. Estoy seguro de que los pastores sabrán sosteneros y orientaros, sobre todo ayudando a las comunidades a comprender las características propias de la animación pastoral que la Cáritas lleva a la vida de cada Iglesia particular, y estoy seguro de que escucharéis a vuestros pastores y seguiréis sus indicaciones.

    La atención al territorio y a su animación suscita, además, la capacidad de leer la evolución de la vida de las personas que viven en él, sus dificultades y preocupaciones, pero también las oportunidades y perspectivas. La caridad requiere apertura de la mente, amplitud de miras, intuición y previsión, y un «corazón que ve» (cf. Deus caritas est, 31). Responder a las necesidades no sólo significa dar pan al hambriento, sino también dejarse interpelar por las causas por las que tiene hambre, con la mirada de Jesús, que sabía ver la realidad profunda de las personas que se acercaban a él. Precisamente en esta perspectiva el tiempo actual interpela vuestro modo de ser animadores y agentes de caridad. El pensamiento no puede menos de ir también al vasto mundo de la inmigración. A menudo las calamidades naturales y las guerras crean situaciones de emergencia. La crisis económica global es un ulterior signo de los tiempos, que exige la valentía de la fraternidad. La brecha entre el norte y el sur del mundo, y la herida a la dignidad humana de tantas personas, exigen una caridad que se ensanche en círculos concéntricos desde los pequeños hacia los grandes sistemas económicos. El malestar creciente, el debilitamiento de las familias y la incertidumbre de la condición juvenil indican el riesgo de una disminución de la esperanza. La humanidad no sólo necesita bienhechores, sino también personas humildes y concretas que, como Jesús, sepan estar al lado de los hermanos, compartiendo algo de su sufrimiento. En una palabra, la humanidad busca signos de esperanza. Nuestra fuente de esperanza está en el Señor. Y por este motivo es necesaria la Cáritas; no para delegarle el servicio de caridad, sino para que sea un signo de la caridad de Cristo, un signo que dé esperanza. Queridos amigos, ayudad a toda la Iglesia a hacer visible el amor de Dios. Vivid la gratuidad y ayudad a vivirla. Recordad a todos la esencialidad del amor que se hace servicio. Acompañad a los hermanos más débiles. Animad a las comunidad cristianas. Decid al mundo la palabra del amor que viene de Dios. Buscad la caridad como síntesis de todos los carismas del Espíritu (cf. 1 Co 14, 1).

    Que vuestra guía sea la santísima Virgen María, quien, en su visita a Isabel, llevó el don sublime de Jesús en la humildad del servicio (cf. Lc 1, 39-43). Os acompaño con la oración y de buen grado os imparto la bendición apostólica, extendiéndola a cuantos encontráis diariamente en vuestras múltiples actividades. Gracias.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LA ASAMBLEA PLENARIA
    DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS

    Sala Clementina
    Viernes 25 de noviembre de 2011



    Señores cardenales,
    venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
    queridos hermanos y hermanas:

    Me alegra encontrarme con todos vosotros, miembros y consultores del Consejo pontificio para los laicos, reunidos para la XXV asamblea plenaria. Saludo en particular al cardenal Stanisław Ryłko y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como a monseñor Josef Clemens, secretario. Dirijo a todos una cordial bienvenida, de modo especial a los fieles laicos, mujeres y hombres, que componen el dicasterio. Durante el período transcurrido desde la última asamblea plenaria os habéis comprometido en varias iniciativas, ya mencionadas por su eminencia. Yo también quiero recordar el Congreso para los fieles laicos de Asia y la Jornada mundial de la juventud de Madrid. Fueron momentos muy intensos de fe y de vida eclesial, importantes también desde la perspectiva de los grandes acontecimientos eclesiales que celebraremos el año próximo: la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización y la apertura del Año de la fe.

    El Congreso para los laicos de Asia se organizó el año pasado en Seúl, con la ayuda de la Iglesia que está en Corea, sobre el tema «Anunciar a Jesucristo en Asia hoy». En el vastísimo continente asiático se encuentran pueblos, culturas y religiones diversos, de origen antiguo, pero el anuncio cristiano sólo ha llegado hasta ahora a una pequeña minoría, que a menudo —como ha dicho usted, eminencia— vive la fe en un contexto difícil, a veces de verdadera persecución. El congreso brindó a los fieles laicos, a las asociaciones, a los movimientos y a las nuevas comunidades que actúan en Asia, la ocasión de reforzar el compromiso y la valentía de la misión. Estos hermanos nuestros testimonian de modo admirable su adhesión a Cristo, dejando entrever que en Asia, gracias a su fe, se están abriendo para la Iglesia del tercer milenio amplios escenarios de evangelización. Aprecio que el Consejo pontificio para los laicos esté organizando un Congreso análogo para los laicos de África, que se celebrará el año próximo en Camerún. Esos encuentros continentales son muy valiosos para dar impulso a la obra de evangelización, para fortalecer la unidad y para consolidar cada vez más los vínculos entre las Iglesias particulares y la Iglesia universal.

    Quiero, asimismo, llamar vuestra atención sobre la última Jornada mundial de la juventud celebrada en Madrid. El tema, como sabemos, era la fe: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Y en verdad pude contemplar una multitud inmensa de jóvenes, que acudieron con entusiasmo de todo el mundo para encontrarse con el Señor y vivir la fraternidad universal. Una extraordinaria cascada de luz, de alegría y de esperanza iluminó Madrid, y no sólo Madrid, sino también la vieja Europa y el mundo entero, proponiendo nuevamente de modo claro la actualidad de la búsqueda de Dios. Nadie pudo permanecer indiferente, nadie pudo pensar que la cuestión de Dios sea irrelevante para el hombre de hoy. Los jóvenes de todo el mundo esperan con ilusión poder celebrar las Jornadas mundiales dedicadas a ellos y sé que ya estáis trabajando con vistas a la cita en Río de Janeiro en 2013.

    Al respecto, me parece particularmente importante haber querido afrontar este año, en la asamblea plenaria, el tema de Dios: «La cuestión de Dios hoy». Nunca deberíamos cansarnos de volver a proponer esa pregunta, de «recomenzar desde Dios», para devolver al hombre la totalidad de sus dimensiones, su plena dignidad. De hecho, una mentalidad que se ha ido difundiendo en nuestro tiempo, renunciando a cualquier referencia a lo trascendente, se ha mostrado incapaz de comprender y preservar lo humano. La difusión de esta mentalidad ha generado la crisis que vivimos hoy, que es crisis de significado y de valores, antes que crisis económica y social. El hombre que busca vivir sólo de forma positivista, en lo calculable y en lo mensurable, al final queda sofocado. En este marco, la cuestión de Dios es, en cierto sentido, «la cuestión de las cuestiones». Nos remite a las preguntas fundamentales del hombre, a las aspiraciones a la verdad, la felicidad y a la libertad ínsitas en su corazón, que tienden a realizarse. El hombre que despierta en sí mismo la pregunta sobre Dios se abre a la esperanza, a una esperanza fiable, por la que vale la pena afrontar el cansancio del camino en el presente (cf. Spe salvi, 1).

    Pero, ¿cómo despertar la pregunta sobre Dios, para que sea la cuestión fundamental? Queridos amigos, si es verdad que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona» (Deus caritas est, 1), la cuestión sobre Dios se despierta en el encuentro con quien tiene el don de la fe, con quien tiene una relación vital con el Señor. A Dios se lo conoce a través de hombres y mujeres que lo conocen: el camino hacia él pasa, de modo concreto, a través de quien ya lo ha encontrado. Aquí es particularmente importante vuestro papel de fieles laicos. Como afirma la Christifideles laici, esta es vuestra vocación específica: en la misión de la Iglesia «los fieles laicos ocupan un puesto concreto, a causa de su “índole secular”, que los compromete, con modos propios e insustituibles, en la animación cristiana del orden temporal» (n. 36). Estáis llamados a dar un testimonio transparente de la importancia de la cuestión de Dios en todos los campos del pensamiento y de la acción. En la familia, en el trabajo, así como en la pólítica y en la economía, el hombre contemporáneo necesita ver con sus propios ojos y palpar con sus propias manos que con Dios o sin Dios todo cambia.

    Pero el desafío de una mentalidad cerrada a lo trascendente obliga también a los propios cristianos a volver de modo más decidido a la centralidad de Dios. A veces nos hemos esforzado para que la presencia de los cristianos en el ámbito social, en la política o en la economía resultara más incisiva, y tal vez no nos hemos preocupado igualmente por la solidez de su fe, como si fuera un dato adquirido una vez para siempre. En realidad, los cristianos no habitan un planeta lejano, inmune de las «enfermedades» del mundo, sino que comparten las turbaciones, la desorientación y las dificultades de su tiempo. Por eso, no es menos urgente volver a proponer la cuestión de Dios también en el mismo tejido eclesial. ¡Cuántas veces, a pesar de declararse cristianos, de hecho Dios no es el punto de referencia central en el modo de pensar y de actuar, en las opciones fundamentales de la vida. La primera respuesta al gran desafío de nuestro tiempo es, por lo tanto, la profunda conversión de nuestro corazón, para que el Bautismo que nos ha hecho luz del mundo y sal de la tierra pueda realmente transformarnos.

    Queridos amigos, la misión de la Iglesia necesita la aportación de todos y cada uno de sus miembros, especialmente de los fieles laicos. En los ambientes de vida en donde el Señor os ha llamado, sed testigos valientes del Dios de Jesucristo, viviendo vuestro Bautismo. Por esto os encomiendo a la intercesión de la santísima Virgen María, Madre de todos los pueblos, y de corazón os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica. Gracias.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS
    EN VISITA «AD LIMINA»

    Sábado 26 de noviembre de 2011



    Queridos hermanos en el episcopado:

    Os saludo a todos con afecto en el Señor y, a través de vosotros, a los obispos de Estados Unidos que durante el próximo año realizarán su visita ad limina Apostolorum.

    Nuestros encuentros son los primeros desde mi visita pastoral de 2008 a vuestro país, que pretendía animar a los católicos de Estados Unidos con motivo del escándalo y la desorientación causados por la crisis desencadenada por los abusos sexuales en las últimas décadas. Quise reconocer personalmente el sufrimiento infligido a las víctimas y los esfuerzos honrados llevados a cabo para garantizar la incolumidad de nuestros niños y para afrontar de modo adecuado y transparente las acusaciones cuando se presentan. Espero que los sinceros esfuerzos de la Iglesia para afrontar esta realidad ayuden a toda la comunidad a reconocer las causas, el verdadero alcance y las devastadoras consecuencias del abuso sexual, y a responder con eficacia a esta plaga que afecta a la sociedad en todos los niveles. Por el mismo motivo, así como la Iglesia se atiene justamente a parámetros precisos a este respecto, todas las demás instituciones, sin excepción, deberían atenerse a los mismos criterios.

    Un segundo objetivo, igualmente importante, de mi visita pastoral fue exhortar a la Iglesia en Estados Unidos a reconocer, a la luz de un panorama religioso y social que está cambiando de modo dramático, la urgencia y las exigencias de una nueva evangelización. En continuidad con este objetivo, en los próximos meses deseo presentar para vuestra consideración algunas reflexiones que confío resulten útiles para el discernimiento que estáis llamados a actuar en vuestra misión de guiar a la Iglesia en el futuro que Cristo nos está preparando.

    Muchos de vosotros me habéis comunicado la preocupación por los graves desafíos a un testimonio cristiano coherente planteados por una sociedad cada vez más secularizada. Sin embargo, considero significativo que haya también un mayor sentido de preocupación por parte de muchos hombres y mujeres, independientemente de sus opiniones religiosas o políticas, por el futuro de nuestras sociedades democráticas. Observan un desplome preocupante de los fundamentos intelectuales, culturales y morales de la vida social, y un creciente sentido de desconcierto e inseguridad, especialmente entre los jóvenes, frente a los grandes cambios sociales. A pesar de los intentos de acallar la voz de la Iglesia en la vida pública, muchas personas de buena voluntad siguen dirigiendo hacia ella su mirada para encontrar sabiduría, discernimiento y sana guía al afrontar esta crisis de vasto alcance. El momento actual puede, por tanto, verse, en términos positivos, como un estímulo a poner en práctica la dimensión profética de vuestro ministerio episcopal pronunciándoos, con humildad pero también con insistencia, en defensa de la verdad moral, y ofreciendo una palabra de esperanza, capaz de abrir los corazones y las mentes a la verdad que nos hace libres.

    Al mismo tiempo, no se puede subestimar la gravedad de los desafíos que la Iglesia en Estados Unidos, bajo vuestra guía, está llamada a afrontar en el futuro próximo. Los obstáculos para la fe y la práctica cristiana puestos por una cultura secularizada también influyen negativamente en la vida de los creyentes, llevando a veces a aquella «serena atrición» por parte de la Iglesia que habéis comentado conmigo durante mi visita pastoral. Inmersos en esta cultura, los creyentes a diario están turbados por las objeciones, por las cuestiones inquietantes y por el cinismo de una sociedad que parece haber perdido sus raíces, por un mundo en el que el amor a Dios se ha enfriado en numerosos corazones.

    La evangelización, por consiguiente, se presenta no sólo como una tarea que es preciso realizar ad extra. Nosotros mismos somos los primeros en necesitar reevangelización. Como en todas las crisis espirituales, tanto individuales como comunitarias, sabemos que la respuesta definitiva sólo puede brotar de una autoevaluación rigurosa, crítica y constante, y de una conversión a la luz de la verdad de Cristo. Sólo a través de esta renovación interior podremos discernir y afrontar las necesidades espirituales de nuestra época con la verdad eterna del Evangelio.

    Aquí no puedo menos de expresar mi aprecio por el progreso real que los obispos estadounidenses han logrado, individualmente y como Conferencia, al afrontar esas cuestiones y al cooperar para elaborar una visión pastoral común, cuyos frutos se pueden ver, por ejemplo, en vuestros documentos recientes sobre la ciudadanía de los fieles y sobre la institución del matrimonio. La importancia de estas expresiones autorizadas de vuestra solicitud común por la autenticidad de la vida y del testimonio de la Iglesia en vuestro país debería ser evidente a todos.

    En estos días, la Iglesia en Estados Unidos está concluyendo la traducción revisada del Misal Romano. Agradezco vuestros esfuerzos por garantizar que esta nueva traducción inspire una catequesis permanente que ponga de relieve la naturaleza auténtica de la liturgia y, sobre todo, el valor único del sacrificio salvífico de Cristo para la redención del mundo. Un débil sentido del significado y de la importancia del culto cristiano sólo puede llevar a un débil sentido de la vocación específica y esencial del laicado a impregnar el orden temporal de espíritu evangélico. Estados Unidos tiene una sana tradición de respeto al domingo. Esta herencia se debe consolidar como exhortación al servicio del reino de Dios y a la renovación del tejido social según su verdad inmutable.

    Al final, en cualquier caso, la renovación del testimonio del Evangelio que da la Iglesia en vuestro país está vinculada de modo esencial al restablecimiento de una visión común y de un sentido de misión por parte de toda la comunidad católica. Sé que esta es una preocupación que lleváis en vuestro corazón, como lo reflejan vuestros esfuerzos encaminados a estimular la comunicación, el debate y el testimonio coherente en todos los niveles de la vida de vuestras Iglesias locales. Pienso en particular en la importancia de las universidades católicas y en los signos de un renovado sentido de su misión eclesial, como lo atestiguan los debates con motivo del décimo aniversario de la constitución apostólica Ex corde Ecclesiae e iniciativas como el simposio que tuvo lugar recientemente en la Catholic University of America sobre las tareas intelectuales de la nueva evangelización. Los jóvenes tienen derecho a escuchar con claridad la enseñanza de la Iglesia y, más importante aún, sentirse estimulados por la coherencia y la belleza del mensaje cristiano, para que a su vez puedan infundir en sus coetáneos un amor profundo a Cristo y a su Iglesia.

    Queridos hermanos en el episcopado, soy consciente de los numerosos problemas, urgentes y a veces aparentemente insolubles que afrontáis a diario en el ejercicio de vuestro ministerio. Con la confianza que brota de la fe y con gran afecto, os ofrezco estas palabras de aliento y os encomiendo de buen grado a vosotros, a los sacerdotes, los religiosos y los laicos de vuestras diócesis, a la intercesión de María Inmaculada, patrona de Estados Unidos. A todos os imparto mi bendición apostólica, como prenda de sabiduría, fuerza y paz en el Señor.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS PARTICIPANTES EN LA XXVI CONFERENCIA INTERNACIONAL
    ORGANIZADA POR EL CONSEJO PONTIFICIO
    PARA LA PASTORAL DE LA SALUD

    Sala Clementina
    Sábado 26 de noviembre de 2011



    Eminencia,
    queridos hermanos en el episcopado,
    queridos hermanos y hermanas:

    Es motivo de gran alegría encontrarme con vosotros con ocasión de la XXVI Conferencia internacional, organizada por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud y que ha querido reflexionar sobre el tema: «La pastoral sanitaria al servicio de la vida a la luz del magisterio del beato Juan Pablo II». Me complace saludar a los obispos encargados de la pastoral de la salud, que se han reunido por primera vez ante la tumba del apóstol Pedro para verificar los modos de una acción colegial en este ámbito tan delicado e importante de la misión de la Iglesia. Expreso mi gratitud al dicasterio por su valioso servicio, comenzando por su presidente, monseñor Zygmunt Zimowski, al que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido, con las que ha ilustrado también los trabajos y las iniciativas de estos días. Saludo asimismo al secretario y al subsecretario, ambos recién nombrados, a los oficiales y al personal, así como a los relatores y a los expertos, a los responsables de los institutos de salud, a los agentes sanitarios, a todos los presentes y a cuantos han colaborado en la realización de la Conferencia.

    Estoy seguro de que vuestras reflexiones han contribuido a profundizar el «Evangelio de la vida», valiosa herencia del magisterio del beato Juan Pablo II. En 1985, instituyó este Consejo pontificio para dar testimonio concreto de él en el vasto y articulado ámbito de la salud; hace ahora veinte años, estableció la celebración de la Jornada mundial del enfermo; y, por último, constituyó la Fundación «El Buen Samaritano», como instrumento de una nueva acción caritativa dirigida a los enfermos más pobres en muchos países. Y hago un llamamiento a un renovado compromiso para sostener esta Fundación.

    En los largos e intensos años de su pontificado, el beato Juan Pablo II proclamó que el servicio a la persona enferma en el cuerpo y en el espíritu constituye un compromiso constante de atención y evangelización para toda la comunidad eclesial, según el mandato de Jesús a los Doce de curar a los enfermos (cf. Lc 9, 2). En particular, en la carta apostólica Salvifici doloris, del 11 de febrero de 1984, mi venerado predecesor afirma: «El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido “destinado” a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo» (n. 2). El misterio del dolor parece ofuscar el rostro de Dios, convirtiéndolo casi en un extraño o, incluso, indicándolo como responsable del sufrimiento humano, pero los ojos de la fe son capaces de ver en profundidad este misterio. Dios se encarnó, se hizo cercano al hombre, incluso en sus situaciones más difíciles; no eliminó el sufrimiento, pero en el Crucificado resucitado, en el Hijo de Dios que padeció hasta la muerte y una muerte de cruz, revela que su amor desciende incluso al abismo más profundo del hombre para darle esperanza. El Crucificado ha resucitado, la muerte ha sido iluminada por la mañana de Pascua: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). En el Hijo «entregado» para la salvación de la humanidad, la verdad del amor se prueba, en cierto sentido, mediante la verdad del sufrimiento; y la Iglesia, nacida del misterio de la redención en la cruz de Cristo, «está obligada a buscar el encuentro con el hombre de modo particular en el camino de su sufrimiento. En ese encuentro el hombre “se convierte en el camino de la Iglesia”, y es este uno de los caminos más importantes» (Juan Pablo II, Salvifici doloris, 3).

    Queridos amigos, el servicio de acompañamiento, de cercanía y de cuidado de los hermanos enfermos, solos, a menudo probados por heridas no sólo físicas sino también espirituales y morales, os sitúa en una posición privilegiada para testimoniar la acción salvífica de Dios, su amor al hombre y al mundo, que abraza también las situaciones más dolorosas y terribles. El rostro del Salvador moribundo en la cruz, del Hijo consustancial con el Padre que sufre como hombre por nosotros (cf. ib., 17), nos enseña a custodiar y a promover la vida, en cualquier estadio y en cualquier condición que se encuentre, reconociendo la dignidad y el valor de cada ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27) y llamado a la vida eterna.

    Esta visión del dolor y del sufrimiento, iluminada por la muerte y la resurrección de Cristo, nos fue testimoniada por el lento calvario que marcó los últimos años de vida del beato Juan Pablo II, al cual se pueden aplicar las palabras de san Pablo: «Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 1, 24). La fe firme y segura sostuvo su debilidad física, haciendo de su enfermedad, vivida por amor a Dios, a la Iglesia y al mundo, una participación concreta en el camino de Cristo hasta el Calvario.

    La sequela Christi no dispensó al beato Juan Pablo II de llevar su propia cruz cada día hasta el final, para ser como su único Maestro y Señor, que desde la cruz se convirtió en punto de atracción y de salvación para la humanidad (cf. Jn 12, 32; 19, 37) y manifestó su gloria (cf. Mc 15, 39). En la homilía de la santa misa de beatificación de mi venerado predecesor recordé que «el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una “roca”, como Cristo lo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo» (Homilía, 1 de mayo de 2011: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de mayo de 2011, p. 7).

    Queridos amigos, atesorando el testamento vivido por el beato Juan Pablo II en carne propia, os deseo que también vosotros, en el ejercicio del ministerio pastoral y en la actividad profesional, descubráis en el árbol glorioso de la cruz de Cristo «el cumplimiento y la plena revelación de todo el Evangelio de la vida» (Evangelium vitae, 50). En el servicio que prestáis en los diversos ámbitos de la pastoral de la salud, experimentad que «sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama» (Deus caritas est, 18).

    Os encomiendo a cada uno de vosotros, a los enfermos, a las familias y a todos los agentes sanitarios a la protección materna de María, y de buen grado os imparto a todos la bendición apostólica.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA

    Sala Clementina
    Jueves 1 de diciembre de 2011



    Señores cardenales,
    venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
    queridos hermanos y hermanas:

    Me alegra acogeros con ocasión de la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la familia, al conmemorarse un doble trigésimo aniversario: el de la Exhortación apostólica Familiaris consortio, publicada el 22 de noviembre de 1981 por el beato Juan Pablo II, y el del dicasterio mismo, instituido por él el 9 de mayo precedente con el Motu proprio Familia a Deo instituta, como signo de la importancia que se debe atribuir a la pastoral familiar en el mundo y, al mismo tiempo, instrumento eficaz para ayudar a promoverla en todos los niveles (cf. Juan Pablo II, Familiaris consortio, 73). Saludo cordialmente al cardenal Ennio Antonelli, agradeciéndole las palabras con que ha introducido nuestro encuentro, así como al monseñor secretario, a los demás colaboradores y a todos vosotros, aquí reunidos.

    La nueva evangelización depende en gran parte de la Iglesia doméstica (cf. ib., 65). En nuestro tiempo, como ya sucedió en épocas pasadas, el eclipse de Dios, la difusión de ideologías contrarias a la familia y la degradación de la ética sexual, están vinculados entre sí. Y del mismo modo que están en relación el eclipse de Dios y la crisis de la familia, así la nueva evangelización es inseparable de la familia cristiana. De hecho, la familia es el camino de la Iglesia porque es «espacio humano» del encuentro con Cristo. Los cónyuges, «no sólo reciben el amor de Cristo, convirtiéndose en comunidad salvada, sino que están también llamados a transmitir a los hermanos el mismo amor de Cristo, llegando a ser así comunidad salvadora» (ib., 49). La familia fundada en el sacramento del Matrimonio es actuación particular de la Iglesia, comunidad salvada y salvadora, evangelizada y evangelizadora. Como la Iglesia, está llamada a acoger, irradiar y manifestar en el mundo el amor y la presencia de Cristo. La acogida y la transmisión del amor divino se realizan en la entrega mutua de los cónyuges, en la procreación generosa y responsable, en el cuidado y en la educación de los hijos, en el trabajo y en las relaciones sociales, en la atención a los necesitados, en la participación en las actividades eclesiales y en el compromiso civil. La familia cristiana, en la medida en que, a través de un camino de conversión permanente sostenido por la gracia de Dios, logra vivir el amor como comunión y servicio, como don recíproco y apertura hacia todos, refleja en el mundo el esplendor de Cristo y la belleza de la Trinidad divina. San Agustín tiene una célebre frase: «Immo vero vides Trinitatem, si caritatem vides», «Pues bien, ves la Trinidad, si ves la caridad» (De Trinitate, VIII, 8). Y la familia es uno de los lugares fundamentales en donde se vive y se educa en el amor, en la caridad.

    Siguiendo la línea de mis predecesores, también yo he exhortado muchas veces a los esposos cristianos a evangelizar tanto con el testimonio de la vida como con la participación en las actividades pastorales. Lo hice también recientemente, en Ancona, con ocasión de la clausura del Congreso eucarístico nacional italiano. Allí me reuní con los cónyuges juntamente con los sacerdotes. En efecto, los dos sacramentos llamados «del servicio de la comunión» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1211), el Orden sagrado y el Matrimonio, se deben reconducir a la única fuente eucarística. «Los dos estados de vida tienen, en efecto, en el amor de Cristo —que se da a sí mismo para la salvación de la humanidad—, la misma raíz; están llamados a una misión común: la de testimoniar y hacer presente este amor al servicio de la comunidad, para la edificación del pueblo de Dios. Esta perspectiva permite ante todo superar una visión reductiva de la familia, que la considera como mera destinataria de la acción pastoral. (...) La familia es riqueza para los esposos, bien insustituible para los hijos, fundamento indispensable de la sociedad, comunidad vital para el camino de la Iglesia» (Discurso a los sacerdotes y a las familias, 11 de septiembre de 2011: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de septiembre de 2011, p. 8). En virtud de esto «la familia es lugar privilegiado de educación humana y cristiana, y permanece, por esta finalidad, como la mejor aliada del ministerio sacerdotal. (...) Ninguna vocación es una cuestión privada; tampoco aquella al matrimonio, porque su horizonte es la Iglesia entera» (ib.).

    Hay ámbitos en los que es particularmente urgente el protagonismo de las familias cristianas en colaboración con los sacerdotes y bajo la guía de los obispos: la educación de niños, adolescentes y jóvenes en el amor, entendido como don de sí y comunión; la preparación de los novios para la vida matrimonial con un itinerario de fe; la formación de los cónyuges, especialmente de las parejas jóvenes; las experiencias asociativas con finalidades caritativas, educativas y de compromiso civil; la pastoral de las familias para las familias, dirigida a todo el arco de la vida, valorizando el tiempo del trabajo y el de la fiesta.

    Queridos amigos, nos estamos preparando para el VII Encuentro mundial de las familias, que tendrá lugar en Milán del 30 de mayo al 3 de junio de 2012. Para mí y para todos nosotros será una gran alegría encontrarnos juntos, orar y hacer fiesta con las familias llegadas de todo el mundo, acompañadas por sus pastores. Agradezco a la Iglesia Ambrosiana el gran empeño puesto hasta ahora y el de los próximos meses. Invito a las familias de Milán y de Lombardía a abrir las puertas de sus casas para acoger a los peregrinos que llegarán de todo el mundo. En la hospitalidad experimentarán alegría y entusiasmo: es hermoso conocerse y entablar amistad, narrarse la vivencia de familia y la experiencia de fe vinculada a ella. En mi carta de convocatoria para el Encuentro de Milán pedí «un itinerario adecuado de preparación eclesial y cultural» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de octubre de 2010, p. 5), para que ese acontecimiento dé frutos e implique concretamente a las comunidades cristianas en todo el mundo. Doy las gracias a quienes ya han puesto en marcha iniciativas en ese sentido e invito a quienes no lo han hecho aún a aprovechar los próximos meses. Vuestro dicasterio ya ha redactado un valioso material de apoyo con catequesis sobre el tema: «La familia: el trabajo y la fiesta»; además, ha formulado para las parroquias, las asociaciones y los movimientos una propuesta de «semana de la familia», y es de desear que se promuevan otras iniciativas.

    Gracias, una vez más, por vuestra visita y por el trabajo que realizáis en favor de las familias y al servicio del Evangelio. Os aseguro mi recuerdo en la oración, y de corazón os imparto a cada uno y a vuestros seres queridos una bendición apostólica especial.


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    00 20/08/2013 19:16

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

    Sala de los Papas
    Viernes 2 de diciembre de 2011



    Señor cardenal,
    venerados hermanos en el episcopado,
    distinguidos profesores y profesoras,
    queridos colaboradores:

    Para mí es una gran alegría poder recibiros, al concluir la sesión plenaria anual de la Comisión teológica internacional. Ante todo, quiero agradecer sinceramente las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros el señor cardenal William Levada, en calidad de presidente de la Comisión.

    Este año, los trabajos de esta sesión han coincidido con la primera semana de Adviento, ocasión que nos hace recordar que todo teólogo está llamado a ser hombre del adviento, testigo de la vigilante espera, que ilumina los caminos de la inteligencia de la Palabra que se hizo carne. Podemos decir que el conocimiento del verdadero Dios tiende y se alimenta constantemente de aquella «hora», que desconocemos, en la que el Señor volverá. Mantenerse vigilantes y vivificar la esperanza de la espera no son, por tanto, una tarea secundaria para un recto pensamiento teológico, que encuentra su razón en la Persona de Aquel que sale a nuestro encuentro e ilumina nuestro conocimiento de la salvación.

    Hoy me complace reflexionar brevemente con vosotros sobre los tres temas que la Comisión teológica internacional está estudiando en los últimos años. El primero, como ya se ha dicho, atañe a la cuestión fundamental para toda reflexión teológica: la cuestión de Dios y en particular la comprensión del monoteísmo. A partir de este amplio horizonte doctrinal habéis profundizado también un tema de índole eclesial: el significado de la doctrina social de la Iglesia, prestando luego atención particular a una temática que hoy es de gran actualidad para el pensamiento teológico sobre Dios: la cuestión del estatus mismo de la teología hoy, en sus perspectivas, sus principios y sus criterios.

    Detrás de la profesión de la fe cristiana en el Dios único se encuentra la profesión diaria de fe del pueblo de Israel: «Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo» (Dt 6, 4). El inaudito cumplimento de la libre disposición del amor de Dios por todos los hombres se realizó en la encarnación del Hijo en Jesucristo. En esa Revelación de la intimidad de Dios y de la profundidad de su vínculo de amor con el hombre, el monoteísmo del Dios único se iluminó con una luz completamente nueva: la luz trinitaria. En el misterio trinitario se ilumina también la fraternidad entre los hombres. La teología cristiana, juntamente con la vida de los creyentes, debe restituir la feliz y cristalina evidencia al impacto de la Revelación trinitaria sobre nuestra comunidad. Aunque los conflictos étnicos y religiosos en el mundo hacen más difícil acoger la singularidad del pensamiento cristiano de Dios y del humanismo inspirado por él, los hombres pueden reconocer en el Nombre de Jesucristo la verdad de Dios Padre hacia la cual el Espíritu Santo suscita todo gemido de la criatura (cf. Rm 8). La teología, en fecundo diálogo con la filosofía, puede ayudar a los creyentes a tomar conciencia y a testimoniar que el monoteísmo trinitario nos muestra el verdadero Rostro de Dios, y este monoteísmo no es fuente de violencia, sino fuerza de paz personal y universal.

    El punto de partida de toda teología cristiana es la acogida de esta Revelación divina: la acogida personal del Verbo hecho carne, la escucha de la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Sobre esta base de partida, la teología ayuda a la inteligencia creyente de la fe y a su transmisión. Toda la historia de la Iglesia muestra, sin embargo, que el reconocimiento del punto de partida no basta para llegar a la unidad en la fe. Toda lectura de la Biblia se sitúa necesariamente en un determinado contexto de lectura, y el único contexto en el que el creyente puede estar en plena comunión con Cristo es la Iglesia y su Tradición viva. Debemos vivir siempre de nuevo la experiencia de los primeros discípulos, que «perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Desde esta perspectiva, la Comisión ha estudiado los principios y los criterios según los cuales una teología puede ser católica, y también ha reflexionado sobre la contribución actual de la teología. Es importante recordar que la teología católica, siempre atenta al vínculo entre fe y razón, ha desempeñado un papel histórico en el nacimiento de la Universidad. Una teología verdaderamente católica con los dos movimientos, «intellectus quaerens fidem et fides quaerens intellectum», hoy es más necesaria que nunca, para hacer posible una sinfonía de las ciencias y para evitar las derivas violentas de una religiosidad que se opone a la razón y de una razón que se opone a la religión.

    La Comisión teológica estudia también la relación entre la doctrina social de la Iglesia y el conjunto de la doctrina cristiana. El compromiso social de la Iglesia no es sólo algo humano, ni se limita a una teoría social. La transformación de la sociedad llevada a cabo por los cristianos a lo largo de los siglos es una respuesta a la venida del Hijo de Dios al mundo: el esplendor de esa Verdad y Caridad ilumina toda cultura y sociedad. San Juan afirma: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3, 16). Los discípulos de Cristo Redentor saben que sin la atención al otro, sin el perdón, sin el amor incluso a los enemigos, ninguna comunidad humana puede vivir en paz; y esto comienza en la primera y fundamental sociedad que es la familia. En la necesaria colaboración en favor del bien común también con quienes no comparten nuestra fe, debemos hacer presentes los verdaderos y profundos motivos religiosos de nuestro compromiso social, como esperamos de los demás que nos manifiesten sus motivaciones, para que la colaboración se realice en la claridad. Quien haya percibido los fundamentos del obrar social cristiano podrá así encontrar un estímulo para tomar en consideración la misma fe en Jesucristo.

    Queridos amigos, nuestro encuentro confirma de modo significativo que la Iglesia necesita de la competente y fiel reflexión de los teólogos sobre el misterio del Dios de Jesucristo y de su Iglesia. Sin una sana y vigorosa reflexión teológica la Iglesia correría el riesgo de no expresar plenamente la armonía entre fe y razón. Al mismo tiempo, sin la vivencia fiel de la comunión con la Iglesia y la adhesión a su Magisterio, como espacio vital de la propia existencia, la teología no lograría dar una adecuada razón del don de la fe.

    Expresando, a través de vosotros, el deseo y el aliento a todos los hermanos y hermanas teólogos, diseminados por los diversos ámbitos eclesiales, invoco sobre vosotros la intercesión de María, Mujer del Adviento y Madre del Verbo encarnado, la cual es para nosotros, al custodiar la Palabra en su corazón, el paradigma de la recta actividad teológica, el modelo sublime del verdadero conocimiento del Hijo de Dios. Que ella, la Estrella de la esperanza, guíe y proteja la valiosa labor que realizáis en favor de la Iglesia y en nombre de la Iglesia. Con estos sentimientos de gratitud, os renuevo mi bendición apostólica. Gracias.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO MUNDIAL DE PASTORAL
    PARA LOS ESTUDIANTES INTERNACIONALES

    Sala del Consistorio
    Viernes 2 de diciembre de 2011



    Señores cardenales,
    venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
    queridos estudiantes,
    queridos hermanos y hermanas:

    Me alegra acogeros con ocasión del III Congreso mundial de pastoral para los estudiantes internacionales, organizado por el Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes. Saludo y agradezco al presidente, monseñor Antonio Maria Vegliò, las palabras con las que ha introducido este encuentro. Saludo también a los superiores y a los oficiales del dicasterio y a cada uno de vosotros, que habéis venido de varias partes del mundo, sobre todo de los países con mayor afluencia de estudiantes internacionales. Deseo expresaros mi aprecio por el compromiso asumido para que las jóvenes generaciones encuentren orientación y apoyo para perfeccionar su formación, afrontando los desafíos del mundo gobalizado y secularizado. Dirijo un saludo en particular a los estudiantes universitarios aquí presentes, con el deseo de que, después de ser destinatarios de esta especial atención pastoral, se conviertan a su vez en protagonistas de la misión de la Iglesia.

    Observo con gran interés el tema que habéis elegido para el Congreso: «Estudiantes internacionales y encuentro de las culturas». El encuentro de las culturas es una realidad fundamental en nuestra época y para el futuro de la humanidad y de la Iglesia. El hombre y la mujer no pueden alcanzar un nivel de vida verdadera y plenamente humano si no es precisamente mediante la cultura (cf. Gaudium et spes, 53); y la Iglesia está atenta a la centralidad de la persona humana sea como artífice de la actividad cultural sea como su último destinatario. Hoy, más que nunca, la apertura recíproca entre las culturas es terreno privilegiado para el diálogo entre quienes están comprometidos en la búsqueda de un auténtico humanismo. El encuentro de las culturas en el ámbito universitario debe ser, por tanto, animado y apoyado, teniendo como base los principios humanos y cristianos, los valores universales, para que ayude a hacer que crezca una nueva generación capaz de diálogo y discernimiento, comprometida a difundir el respeto y la colaboración con vistas a la paz y el desarrollo. Los estudiantes internacionales, de hecho, pueden convertirse, con su formación intelectual, cultural y espiritual, en artífices y protagonistas de un mundo con un rostro más humano. Deseo vivamente que haya buenos programas a nivel continental y mundial para ofrecer a muchos jóvenes esta oportunidad.

    A causa de la carencia de formación cualificada y de estructuras adecuadas en la propia tierra, como también debido a las tensiones sociales y políticas y, gracias a los apoyos económicos para el estudio en el extranjero, los estudiantes internacionales son una realidad en aumento dentro del gran fenómeno migratorio. Es importante, por tanto, ofrecerles una sana y equilibrada preparación intelectual, cultural y espiritual, para que no sean presa de la «fuga de cerebros», sino que formen una categoría social y culturalmente importante con vistas a su regreso como futuros responsables en los países de origen, y contribuyan a construir «puentes» culturales, sociales y espirituales con los países de acogida. Las universidades y las instituciones católicas de educación superior están llamadas a ser «laboratorios de humanidad», ofreciendo programas y cursos que estimulen a los jóvenes estudiantes no sólo en la búsqueda de una cualificación profesional, sino también de la respuesta a la demanda de felicidad, de sentido y de plenitud, que anida en el corazón del hombre.

    El mundo universitario es para la Iglesia un campo privilegiado para la evangelización. Como destaqué en el Mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado del año próximo, los ateneos de inspiración cristiana, cuando se mantienen fieles a su identidad, se convierten en lugares de testimonio, donde se puede encontrar y conocer a Jesucristo, donde se puede experimentar su presencia, que reconcilia, tranquiliza e infunde una nueva esperanza. La difusión de ideologías «débiles» en los diversos campos de la sociedad estimula a los cristianos a un nuevo impulso en el ámbito intelectual, con el fin de animar a las generaciones jóvenes a la búsqueda y el descubrimiento de la verdad sobre el hombre y sobre Dios. La vida del beato John Henry Newman, tan vinculada al contexto académico, confirma la importancia y la belleza de promover un ambiente educativo en el que van de la mano la formación intelectual, la dimensión ética y el compromiso religioso. La pastoral universitaria, por tanto, se ofrece a los jóvenes como apoyo para que la comunión con Cristo los lleve a percibir el misterio más profundo del hombre y de la historia. Además, el encuentro entre los universitarios ayuda a descubrir y a valorar el tesoro escondido en cada estudiante internacional, considerando su presencia como un factor de enriquecimiento humano, cultural y espiritual. Los jóvenes cristianos, que provienen de culturas distintas pero pertenecen a la única Iglesia de Cristo, pueden mostrar que el Evangelio es Palabra de esperanza y de salvación para los hombres de todos los pueblos y de todas las culturas, de todas las edades y de todas las épocas, como reafirmé también en mi reciente Exhortación apostólica postsinodal Africae munus (nn. 134.138).

    Queridos jóvenes estudiantes, os animo a aprovechar el tiempo de vuestros estudios para crecer en el conocimiento y en el amor a Cristo, mientras recorréis vuestro itinerario de formación intelectual y cultural. Conservando vuestro patrimonio de sabiduría y de fe, en la experiencia de vuestra formación cultural en el extranjero podréis tener una valiosa oportunidad de universalidad, de fraternidad y también de comunicación del Evangelio. Os deseo todo bien en los trabajos de vuestro congreso y os aseguro mi oración. Encomiendo a María, Madre de Jesús, el compromiso y los generosos propósitos de quienes cuidan de los emigrantes, en particular de los estudiantes internacionales, y de corazón os imparto a todos la bendición apostólica.


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    00 20/08/2013 19:18

    PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
    AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO EN SU HONOR
    POR LA TELEVISIÓN BÁVARA BAYERISCHER RUNDFUNK

    Sala Clementina
    Viernes 2 de diciembre de 2011



    Eminencias,
    excelencias,
    amables señoras y señores;
    queridos amigos:

    Al final de este momento de Adviento aquí, en el palacio apostólico, quiero dirigiros algunas palabras. Ante todo, un cordial agradecimiento a todos los que han hecho posible esta velada. Agradezco al señor Hans Berger, así como a su conjunto y al «Coro Montini» la presentación del «Oratorio navideño de los Alpes», que verdaderamente me ha conmovido en lo más profundo. Gracias de corazón. Asimismo expreso mi agradecimiento a la Radiotelevisión Bávara, representada por el señor Mandlik y por la señora Sigrid Esslinger, por la proyección del filme sobre el Adviento y la Navidad en los Prealpes bávaros. Todos vosotros habéis traído un poco de costumbres y de sentido de la vida típicamente bávaros a la casa del Papa: os digo de corazón «Que el Señor os recompense» por este regalo.

    Y espero que también nuestros amigos italianos hayan disfrutado con esta inculturación de la fe en nuestras tierras, especialmente usted, eminencia [dirigiéndose al cardenal Bertone], en el día de su cumpleaños. Entre nosotros, como se ha dicho, el Adviento se suele llamar «tiempo silencioso» (staade Zeit). La naturaleza hace una pausa; la tierra está cubierta de nieve; en el mundo campesino no se puede trabajar en el exterior; todos están necesariamente en casa. El silencio de la casa se convierte, por la fe, en espera del Señor, en alegría por su presencia. Así han surgido todas estas melodías, todas estas tradiciones que, en cierto sentido, —como se ha dicho también hoy— hacen «presente el cielo en la tierra». Tiempo silencioso, tiempo de silencio. Hoy, a menudo, el Adviento es precisamente lo contrario: tiempo de una actividad desenfrenada; se compra, se vende, se hacen preparativos para la Navidad, para las grandes comidas, etcétera. Así sucede también entre nosotros. Pero, como habéis visto, las tradiciones populares de la fe no han desaparecido; más aún, se han renovado, profundizado, actualizado. Y de este modo crean islas para el alma, islas de silencio, islas de fe, islas para el Señor, en nuestro tiempo, y esto me parece muy importante. Y debemos dar gracias a todos los que lo hacen: lo hacen en las familias, en las iglesias, con grupos más o menos profesionales, pero todos hacen lo mismo: hacer presente la realidad de la fe en nuestras casas, en nuestro tiempo. Y esperamos que permanezca también en el futuro esta fuerza de la fe, su visibilidad, y que ayude a caminar, como quiere el Adviento, hacia el Señor.

    Una vez más, gracias de todo corazón y que «Dios os recompense» por todo.


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    00 20/08/2013 19:21

    Illuminazione via web dell'albero di Natale luminoso di Gubbio (Perugia) (7 dicembre 2011)

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    Alla Delegazione della Confcooperative e delle Banche di Credito Cooperativo (10 dicembre 2011)

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    Alla delegazione dall'Ucraina, per la consegna dell'albero di Natale in Piazza San Pietro (16 dicembre 2011)

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    00 20/08/2013 19:21

    ACTO DE VENERACIÓN A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

    Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María
    Jueves 8 de diciembre de 2011

    [Vídeo]
    Galería fotográfica



    Queridos hermanos y hermanas:

    La gran fiesta de María Inmaculada nos invita cada año a encontrarnos aquí, en una de las plazas más hermosas de Roma, para rendir homenaje a ella, a la Madre de Cristo y Madre nuestra. Con afecto os saludo a todos vosotros, aquí presentes, así como a cuantos están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión. Y os agradezco vuestra coral participación en este acto de oración.

    En la cima de la columna en torno a la cual estamos, María está representada por una estatua que en parte recuerda el pasaje del Apocalipsis que se acaba de proclamar: «Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1). ¿Cuál es el significado de esta imagen? Representa al mismo tiempo a la Virgen y a la Iglesia.

    Ante todo, la «mujer» del Apocalipsis es María misma. Aparece «vestida de sol», es decir vestida de Dios: la Virgen María, en efecto, está totalmente rodeada de la luz de Dios y vive en Dios. Este símbolo del vestido luminoso expresa claramente una condición que atañe a todo el ser de María: Ella es la «llena de gracia», colmada del amor de Dios. Y «Dios es luz», dice también san Juan (1 Jn 1, 5). He aquí entonces que la «llena de gracia», la «Inmaculada» refleja con toda su persona la luz del «sol» que es Dios.

    Esta mujer tiene bajo sus pies la luna, símbolo de la muerte y de la mortalidad. María, de hecho, está plenamente asociada a la victoria de Jesucristo, su Hijo, sobre el pecado y sobre la muerte; está libre de toda sombra de muerte y totalmente llena de vida. Como la muerte ya no tiene ningún poder sobre Jesús resucitado (cf. Rm 6, 9), así, por una gracia y un privilegio singular de Dios omnipotente, María la ha dejado tras de sí, la ha superado. Y esto se manifiesta en los dos grandes misterios de su existencia: al inicio, el haber sido concebida sin pecado original, que es el misterio que celebramos hoy; y, al final, el haber sido elevada en alma y cuerpo al cielo, a la gloria de Dios. Pero también toda su vida terrena fue una victoria sobre la muerte, porque la dedicó totalmente al servicio de Dios, en la oblación plena de sí a él y al prójimo. Por esto María es en sí misma un himno a la vida: es la criatura en la cual se ha realizado ya la palabra de Cristo: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).

    En la visión del Apocalipsis, hay otro detalle: sobre la cabeza de la mujer vestida de sol hay «una corona de doce estrellas». Este signo representa a las doce tribus de Israel y significa que la Virgen María está en el centro del Pueblo de Dios, de toda la comunión de los santos. Y así esta imagen de la corona de doce estrellas nos introduce en la segunda gran interpretación del signo celestial de la «mujer vestida de sol»: además de representar a la Virgen, este signo simboliza a la Iglesia, la comunidad cristiana de todos los tiempos. Está encinta, en el sentido de que lleva en su seno a Cristo y lo debe alumbrar para el mundo: esta es la tribulación de la Iglesia peregrina en la tierra que, en medio de los consuelos de Dios y las persecuciones del mundo, debe llevar a Jesús a los hombres.

    Y precisamente por esto, porque lleva a Jesús, la Iglesia encuentra la oposición de un feroz adversario, representado en la visión apocalíptica de «un gran dragón rojo» (Ap 12, 3). Este dragón trató en vano de devorar a Jesús —el «hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones» (12, 5)—; en vano, porque Jesús, a través de su muerte y resurrección, subió hasta Dios y se sentó en su trono. Por eso, el dragón, vencido una vez para siempre en el cielo, dirige sus ataques contra la mujer —la Iglesia— en el desierto del mundo. Pero en todas las épocas la Iglesia es sostenida por la luz y la fuerza de Dios, que la alimenta en el desierto con el pan de su Palabra y de la santa Eucaristía. Y así, en toda tribulación, a través de todas las pruebas que encuentra a lo largo de los tiempos y en las diversas partes del mundo, la Iglesia sufre persecución pero resulta vencedora. Y precisamente de este modo la comunidad cristiana es la presencia, la garantía del amor de Dios contra todas las ideologías del odio y del egoísmo.

    La única insidia que la Iglesia puede y debe temer es el pecado de sus miembros. En efecto, mientras María es Inmaculada, está libre de toda mancha de pecado, la Iglesia es santa, pero al mismo tiempo, marcada por nuestros pecados. Por esto, el pueblo de Dios, peregrino en el tiempo, se dirige a su Madre celestial y pide su ayuda; la solicita para que ella acompañe el camino de fe, para que aliente el compromiso de vida cristiana y para que sostenga la esperanza. Necesitamos su ayuda, sobre todo en este momento tan difícil para Italia, para Europa, para varias partes del mundo. Que María nos ayude a ver que hay una luz más allá de la capa de niebla que parece envolver la realidad. Por esto también nosotros, especialmente en esta ocasión, no cesamos de pedir su ayuda con confianza filial: «Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti». Ora pro nobis, intercede pro nobis ad Dominum Iesum Christum!


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    00 20/08/2013 19:22

    VISITA PASTORAL DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA MARÍA DE LAS GRACIAS,
    EN CASAL BOCCONE

    III Domingo de Adviento "Gaudete", 11 de diciembre de 2011



    Palabras del Papa a los niños que lo acogieron

    Queridos niños:

    A todos os deseo un feliz domingo. Sabemos que la Navidad está cerca: preparémonos no sólo con los regalos, sino también con nuestro corazón. Pensemos que Cristo, el Señor, está cerca de nosotros, entra en nuestra vida y nos da luz y alegría. San Pablo dice hoy en la Carta a los Tesalonicenses: «Orad sin cesar». Naturalmente, no quiere decir que debemos decir siempre palabras de oración; lo que quiere decir es que no debemos perder el contacto con Dios en nuestro corazón. Si tiene lugar este contacto, hay alegría. A todos os deseo la alegría de Navidad y toda la alegría de la presencia en nuestro corazón de Jesucristo Niño, que es Dios . ¡Enhorabuena! ¡Feliz domingo y Feliz Navidad ya desde ahora!

    * * *
    Saludo de Benedicto XVI al final de la misa

    Al salir de la iglesia, en el atrio, el Papa improvisando saludó a la comunidad de la parroquia de Santa María de las Gracias con estas palabras:

    Queridos amigos, un abrazo espiritual para todos vosotros. Gracias por vuestra presencia y por la cordialidad de la acogida. Fue como en África: esta cordialidad tan hermosa y abierta, corazones abiertos y vivos. Para mí es una gran alegría ver cómo vive la Iglesia aquí, en la ciudad de Roma: en esta nueva parroquia se participa realmente en la Eucaristía y se prepara la Navidad.

    Preparar la Navidad hoy es muy difícil. Y sé que hay muchos compromisos. Pero preparar la Navidad no es sólo comprar, preparar y pensar; también es tener contacto con el Señor, salir a su encuentro. Y me parece muy importante no olvidar esta dimensión. Ya expliqué a los niños que san Pablo dice: «Orad sin cesar», es decir, no perdáis el contacto con Dios. Y esto no es un peso añadido a los demás, sino que es la fuerza que nos ayuda a hacer todo lo que es necesario. En este sentido, os deseo un contacto permanente con Jesús, y así su alegría y su fuerza de vivir en este mundo. ¡Feliz Adviento y feliz Navidad! Gracias a todos vosotros.


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    00 20/08/2013 19:23

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    EN LA PRESENTACIÓN DE LAS CREDENCIALES
    DE ONCE NUEVOS EMBAJADORES

    Sala Clementina
    Jueves 15 de diciembre de 2011



    Señoras y señores embajadores:

    Con gran alegría los recibo esta mañana en el palacio apostólico para la presentación de las cartas que los acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de sus respectivos países ante la Santa Sede: Trinidad y Tobago, República de Guinea-Bissau, Confederación Suiza, Burundi, Tailandia, Pakistán, Mozambique, Kirguizistán, Principado de Andorra, Sri Lanka y Burkina Faso. Me acaban de dirigir palabras amables de parte de sus jefes de Estado y se lo agradezco. Les ruego que les transmitan de mi parte un cordial saludo y mis mejores deseos para ellos y para la elevada misión que desempeñan al servicio de sus países y de sus pueblos. Deseo también saludar, por medio de ustedes, a todas las autoridades civiles y religiosas de sus naciones, así como a todos sus compatriotas. Mis oraciones y mis pensamientos se dirigen naturalmente también a las comunidades católicas presentes en sus países.

    La unidad de la familia humana se vive hoy como un hecho. Gracias a los medios de comunicación social que conectan unas con otras a todas las regiones del mundo, a los transportes que facilitan los intercambios humanos, a los vínculos comerciales que hacen interdependientes las economías, a los desafíos que asumen una dimensión mundial como la salvaguarda del medio ambiente y la importancia de los flujos migratorios, los hombres han comprendido que tienen un destino común. Junto a los aspectos positivos, esta toma de conciencia a veces se percibe como una carga en el sentido de que amplía considerablemente el ámbito de responsabilidad de cada uno y confiere a la solución de los problemas una complejidad tanto mayor cuanto más numerosos son los protagonistas. Eso no se puede negar; sin embargo, la mirada de la humanidad sobre sí misma debe evolucionar para descubrir en esta interdependencia no una amenaza, sino un beneficio: el que obtienen los hombres trabajando unos juntamente con otros, unos para otros. Todos somos responsables de todos y es importante tener una concepción positiva de la solidaridad. Esta es la palanca concreta del desarrollo humano integral que permite a la humanidad avanzar hacia su plenitud. Considerando todos los campos en donde la solidaridad merece ponerse en práctica, debemos acoger como un signo positivo de la cultura actual la exigencia, cada vez más presente en la conciencia de nuestros contemporáneos, de una solidaridad intergeneracional. Esta última tiene su arraigo natural en la familia, que conviene sostener para que siga cumpliendo su misión fundamental en la sociedad. Al mismo tiempo, para ampliar el campo de la solidaridad y promoverla de modo duradero, el camino privilegiado es la educación de los jóvenes. En este ámbito, aliento a cada uno, cualquiera que sea su nivel de responsabilidad, y en particular a los gobernantes, a tener inventiva, a tomar y poner en práctica las medidas necesarias para dar a la juventud las bases éticas fundamentales, especialmente ayudándola a formarse y a luchar contra los males sociales, como el desempleo, la droga, la criminalidad y la falta de respeto a la persona. La preocupación por la suerte de las generaciones futuras lleva a un progreso significativo en la percepción de la unidad del género humano.

    No hay que temer que esta responsabilidad común y compartida con vistas al bien de todo el género humano se contraponga constantemente con la diversidad cultural y religiosa, como en un callejón sin salida. El pluralismo de las culturas y de las religiones no se opone a la búsqueda común de la verdad, del bien y de la belleza. Iluminada y sostenida por la luz de la Revelación, la Iglesia anima a los hombres a confiar en la razón que, si es purificada por la fe, «la exalta, permitiéndole así dilatar sus propios espacios para insertarse en un campo de investigación insondable como el misterio mismo» (Discurso con ocasión del décimo aniversario de la encíclica Fides et ratio, 16 de octubre de 2008: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de noviembre de 2008, p. 6). Por tanto, la razón es capaz de superar los condicionamientos partidistas o interesados, para reconocer los bienes universales que todos los hombres necesitan. Entre estos bienes, la paz y la armonía social y religiosa tan anheladas están vinculadas no sólo a un marco legislativo justo y adecuado, sino también a la calidad moral de cada ciudadano pues «la solidaridad se presenta (…) bajo dos aspectos complementarios: como principio social y como virtud moral» (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 193).

    La solidaridad desempeña plenamente su papel de virtud social cuando puede apoyarse al mismo tiempo en estructuras de subsidiariedad y en la determinación firme y perseverante de toda persona a trabajar por el bien común, consciente de una responsabilidad compartida. Los nuevos desafíos que sus países afrontan hoy exigen indudablemente una movilización de las inteligencias y de la creatividad del hombre para luchar contra la pobreza y con vistas a un uso cada vez más eficaz y más sano de las energías y de los recursos disponibles. Tanto en el ámbito individual como en el político, se trata de encaminarse con decisión hacia un compromiso más concreto y más ampliamente compartido con vistas al respeto y a la protección de la creación. Así pues, aliento encarecidamente a las autoridades políticas de sus países a actuar en este sentido.

    Por último, hacer crecer la responsabilidad de todos implica también una vigilancia activa y eficaz para que se respete y promueva la dignidad humana frente a cualquier intento de menoscabarla, o incluso de negarla, o ante una instrumentalización de cada persona. Esa actitud contribuirá a evitar que la actividad social resulte demasiado fácilmente presa de intereses privados y de lógicas de poder que llevan a la disgregación de la sociedad y acentúan la pobreza. Fundándose en la noción de desarrollo integral de la persona humana, la solidaridad podrá realizarse y permitir una justicia mayor. A este respecto, no sólo a las religiones corresponde poner de relieve el primado del espíritu, sino también a los Estados, especialmente a través de una política cultural que favorezca el acceso de todos a los bienes del espíritu, valorice la riqueza del vínculo social y no desaliente nunca al hombre en la libre realización de su búsqueda espiritual.

    Al comenzar su misión ante la Santa Sede, quiero asegurarles, excelencias, que encontrarán siempre en mis colaboradores la escucha atenta y la ayuda que puedan necesitar. Sobre ustedes, sobre sus familias, sobre los miembros de sus misiones diplomáticas y sobre todas las naciones que ustedes representan, invoco la abundancia de las bendiciones divinas.


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    00 20/08/2013 19:24

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS OBISPOS DE NUEVA ZELANDA Y DEL PACÍFICO
    EN VISTA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

    Sábado 17 de diciembre de 2011



    Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

    Me alegra daros una cordial y fraterna bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Este encuentro es un signo tangible de nuestra comunión en la fe y la caridad, en la única Iglesia de Cristo. Deseo agradecer a monseñor Dew y a monseñor Mafi las amables palabras que me han dirigido en vuestro nombre. Saludo cordialmente a los sacerdotes, a las personas consagradas, así como a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral. Aseguradles mis oraciones por su crecimiento en la santidad y mi afecto hacia ellos en el Señor.

    Con gratitud a Dios todopoderoso, constato en vuestras relaciones las numerosas bendiciones que el Señor ha concedido a vuestras circunscripciones eclesiásticas. También soy consciente de los desafíos de la vida cristiana que afrontáis en común, a pesar de los diversos contextos sociales, económicos y culturales en los que actuáis. Habéis mencionado en particular el desafío que constituye para vosotros la secularización, característica de vuestras sociedades. Esta realidad tiene un impacto importante sobre la comprensión y la práctica de la fe católica. Eso resulta especialmente visible en un enfoque inadecuado de la naturaleza sagrada del matrimonio cristiano y de la estabilidad de la familia. En ese contexto, la lucha por llevar una vida digna de nuestra vocación bautismal (cf. Ef 4, 1) y por abstenerse de las pasiones terrenas que combaten contra el alma (cf. 1 P 2, 11), resulta cada vez más ardua. Además, y en último análisis, sabemos que la fe cristiana da a la vida una base más segura que la visión secularizada. «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22).

    Por eso, recientemente se creó el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización. Dado que la fe cristiana está fundada en el Verbo encarnado, Jesucristo, la nueva evangelización no es un concepto abstracto, sino una renovación de la auténtica vida cristiana basada en las enseñanzas de la Iglesia. Vosotros, como obispos y pastores, estáis llamados a ser protagonistas al formular esta respuesta según las necesidades y las circunstancias locales en vuestros distintos países y entre vuestros pueblos. Reforzando los vínculos visibles de comunión eclesial, cread entre vosotros un sentido aún más fuerte de fe y de caridad, de forma que aquellos a quienes servís imiten, a su vez, vuestra caridad y sean embajadores de Cristo tanto en la Iglesia como en la sociedad civil.

    Debéis afrontar este desafío histórico bajo la guía del Espíritu Santo, que está presente y que, además, llama, consagra y envía sacerdotes como «cooperadores del orden de los obispos, con los cuales están unidos en el oficio sacerdotal y juntamente con los cuales están llamados al servicio del pueblo de Dios» (Rito de ordenación sacerdotal). Queridos hermanos en el episcopado, os animo a tener una solicitud especial por vuestros sacerdotes. Como sabéis, uno de vuestros primeros deberes pastorales es con respecto a vuestros sacerdotes y su santificación, de modo especial con respecto a quienes están afrontando dificultades y a quienes tienen poco contacto con sus hermanos en el sacerdocio. Sed padres que los guíen a lo largo del camino hacia la santidad, de modo que su vida atraiga a otros al seguimiento de Cristo. Sabemos que sacerdotes buenos, sabios y santos son los mejores promotores de vocaciones al sacerdocio. Con la confianza que deriva de la fe, podemos afirmar que el Señor sigue llamando a hombres al sacerdocio, y vosotros sois conscientes de que animarlos a pensar en dedicar su vida plenamente a Cristo es una de vuestras prioridades. En nuestro tiempo, los jóvenes necesitan mayor asistencia y discernimiento espiritual, para que puedan conocer la voluntad del Señor. En un mundo golpeado por una «profunda crisis de fe» (Porta fidei, 2), asegurad también que vuestros seminaristas reciban una formación completa que los prepare para servir al Señor y amar a su rebaño según el corazón del Buen Pastor.

    En este contexto, deseo reconocer la significativa contribución que dan a la difusión del Evangelio los religiosos y las religiosas presentes en toda vuestra región, incluidos quienes trabajan en los campos de la educación, la catequesis y la pastoral. Que, juntamente con quienes llevan una vida contemplativa, permanezcan fieles a los carismas de sus fundadores, que siempre están unidos a la vida y a la disciplina de toda la Iglesia, y que su testimonio de Dios siga siendo un faro que señala hacia una vida de fe, amor y rectitud.

    Del mismo modo, el papel de los fieles laicos con vistas al bienestar de la Iglesia es esencial porque el Señor no espera que los pastores «por sí solos se hagan cargo de toda la misión de la Iglesia para salvar al mundo» (Lumen gentium, 30). Comprendo, a través de vuestras relaciones, que vuestra tarea de difundir el Evangelio depende a menudo de la ayuda de los misioneros y catequistas laicos. Seguid garantizándoles una formación sólida y permanente, de modo especial en el contexto de sus asociaciones. Al hacerlo así, los prepararéis para toda obra buena en la edificación del Cuerpo de Cristo (cf. 2 Tm 3, 17; Ef 4, 12). Su celo por la fe, gracias a vuestra guía y a vuestro apoyo constantes, dará ciertamente frutos abundantes en la viña del Señor.

    Mis queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, al tener esta oportunidad de hablar con vosotros de la nueva evangelización, lo hago recordando la reciente proclamación del Año de la fe, que pretende precisamente «dar renovado impulso a la misión de toda la Iglesia de conducir a los hombres fuera del desierto en el que a menudo se encuentran» (Homilía, 16 de octubre de 2011: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de octubre de 2011, p. 7). Que este tiempo privilegiado sirva de inspiración para uniros a toda la Iglesia en los constantes esfuerzos de la nueva evangelización, porque, aunque estéis diseminados por muchas islas y nos separen grandes distancias, juntos profesamos «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos» (Ef 4, 5-6). Seguid unidos entre vosotros y con el Sucesor de Pedro. Encomendándoos a la intercesión de Nuestra Señora, Estrella del mar, y asegurándoos mi afecto y mis oraciones por vosotros y por todos los que han sido confiados a vuestra solicitud pastoral, os imparto de buen grado mi bendición apostólica.


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    00 20/08/2013 19:25

    VISITA PASTORAL AL CENTRO PENITENCIARIO ROMANO DE REBIBBIA

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

    Domingo 18 de diciembre de 2011

    [Vídeo]



    Queridos hermanos y hermanas:

    Con gran alegría y emoción estoy esta mañana en medio de vosotros, para una visita que tiene lugar a pocos días de la celebración de la Navidad del Señor. Dirijo un cordial saludo a todos, en especial a la ministra de Justicia, Paola Severino, y a los capellanes, a los que agradezco las palabras de bienvenida que me han dirigido también en vuestro nombre. Saludo al doctor Carmelo Cantone, director del centro penitenciario y a los colaboradores, a la policía penitenciaria y a los voluntarios que se prodigan en las actividades de esta institución. Y os saludo de modo especial a todos vosotros, detenidos, manifestándoos mi cercanía.

    «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 36). Estas son las palabras del juicio final, contado por el evangelista san Mateo, y estas palabras del Señor, en las que él se identifica con los detenidos, expresan en plenitud el sentido de mi visita de hoy entre vosotros. Dondequiera que haya un hambriento, un extranjero, un enfermo, un preso, allí está Cristo mismo que espera nuestra visita y nuestra ayuda. Esta es la razón principal por la que me siento feliz de estar aquí, para rezar, dialogar y escuchar. La Iglesia siempre ha incluido entre las obras de misericordia corporal la visita a los presos (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2447). Y esta, para ser completa, exige una plena capacidad de acogida del detenido, «dándole espacio en el propio tiempo, en la propia casa, en las propias amistades, en las propias leyes, en las propias ciudades» (cf. Conferencia episcopal italiana, Evangelización y testimonio de la caridad, 39). De hecho, quisiera poder ponerme a la escucha de la historia personal de cada uno, pero, lamentablemente, no es posible; sin embargo, he venido a deciros sencillamente que Dios os ama con un amor infinito, y sois siempre hijos de Dios. Y el mismo Hijo unigénito de Dios, el Señor Jesús, experimentó la cárcel, fue sometido a un juicio ante un tribunal y sufrió la más feroz condena a la pena capital.

    Con motivo de mi reciente viaje apostólico a Benín, el pasado mes de noviembre, firmé una exhortación apostólica postsinodal en la que reiteré la atención de la Iglesia a la justicia en los Estados, escribiendo: «Por tanto, hay una necesidad urgente de establecer sistemas independientes judiciales y penitenciarios, con el fin de restaurar la justicia y rehabilitar a los culpables. Se han de desterrar también los casos de errores judiciales y los malos tratos a los reclusos, así como las numerosas ocasiones en que no se aplica la ley, lo que comporta una violación de los derechos humanos, y también los encarcelamientos que sólo muy tarde, o nunca, terminan en un proceso. La Iglesia reconoce su misión profética respecto a todos los afectados por la delincuencia, así como la necesidad que tienen de reconciliación, justicia y paz. Los reclusos son seres humanos que merecen, no obstante su crimen, ser tratados con respeto y dignidad. Necesitan nuestra atención» (n. 83).

    Queridos hermanos y hermanas, la justicia humana y la divina son muy diferentes. Ciertamente, los hombres no pueden aplicar la justicia divina, pero al menos deben apuntar a ella, tratar de captar el espíritu profundo que la anima, para que ilumine también la justicia humana, para evitar —como lamentablemente sucede no pocas veces— que el detenido se convierta en un excluido. Dios, en efecto, es Aquel que proclama la justicia con fuerza, pero que, al mismo tiempo, cura las heridas con el bálsamo de la misericordia.

    La parábola del Evangelio de san Mateo (20, 1-16) sobre los trabajadores llamados a jornal a la viña nos da a entender en qué consiste esta diferencia entre la justicia humana y la divina, porque hace explícita la delicada relación entre justicia y misericordia. La parábola describe a un agricultor que asume trabajadores en su viña. Lo hace, sin embargo, en diversas horas del día, de manera que alguno trabaja todo el día y algún otro sólo una hora. En el momento del pago del salario, el amo suscita estupor y provoca una discusión entre los jornaleros. La cuestión tiene que ver con la generosidad —considerada por los presentes como injusticia— del amo de la viña, el cual decide dar la misma paga tanto a los trabajadores de la mañana como a los últimos de la tarde. Desde el punto de vista humano, esta decisión es una auténtica injusticia, pero desde el punto de vista de Dios es un acto de bondad, porque la justicia divina da cada uno lo suyo y, además, incluye la misericordia y el perdón.

    Justicia y misericordia, justicia y caridad, ejes de la doctrina social de la Iglesia, son dos realidades diferentes sólo para nosotros los hombres, que distinguimos atentamente un acto justo de un acto de amor. Justo, para nosotros, es «lo que se debe al otro», mientras que misericordioso es lo que se dona por bondad. Y una cosa parece excluir a la otra. Pero para Dios no es así: en él justicia y caridad coinciden; no hay acción justa que no sea también acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay una acción misericordiosa que no sea perfectamente justa.

    ¡Qué lejana está la lógica de Dios de la nuestra! ¡Y qué diferente es nuestro modo de actuar del suyo! El Señor nos invita a captar y observar el verdadero espíritu de la ley, para darle pleno cumplimiento en el amor hacia los necesitados. «La plenitud de la ley es el amor», escribe san Pablo (Rm 13, 1o): nuestra justicia será tanto más perfecta cuanto más esté animada por el amor a Dios y a los hermanos.

    Queridos amigos, el sistema de detención gira en torno a dos criterios, ambos importantes: por un lado, tutelar a la sociedad de eventuales amenazas; por otro, reintegrar a quien ha cometido un error sin pisotear su dignidad y sin excluirlo de la vida social. Ambos aspectos tienen su relevancia y pretenden no crear aquel «abismo» entre la realidad carcelaria real y la pensada por la ley, que prevé como elemento fundamental la función reeducadora de la pena y el respeto de los derechos y de la dignidad de las personas. La vida humana pertenece sólo a Dios, que nos la ha regalado, y no está abandonada a merced de nadie, ¡ni siquiera a merced de nuestro libre albedrío! Estamos llamados a custodiar la perla preciosa de nuestra vida y de la de los demás.

    Sé que la superpoblación y la degradación de las cárceles pueden hacer todavía más amarga la detención: me han llegado varias cartas de detenidos que lo subrayan. Es importante que las instituciones promuevan un atento análisis de la situación penitenciaria hoy, verifiquen las estructuras, los medios, el personal, de modo que los detenidos no paguen nunca una «doble pena»; y es importante promover un desarrollo del sistema penitenciario, que, aun en el respeto de la justicia, sea cada vez más adecuado a las exigencias de la persona humana, con el recurso también a las penas sin internamiento o a modalidades diversas de detención.

    Queridos amigos, hoy es el cuarto domingo de Adviento. Que la Navidad del Señor, ya cercana, encienda nuevamente la esperanza y el amor en vuestro corazón. El nacimiento del Señor Jesús, que conmemoraremos dentro de pocos días, nos recuerda su misión de traer la salvación a todos los hombres, sin excluir a nadie. Su salvación no se impone, sino que nos llega a través de los actos de amor, de misericordia y de perdón que nosotros mismos sabemos realizar. El Niño de Belén será feliz cuando todos los hombres vuelvan a Dios con corazón renovado. Pidámosle en el silencio y en la oración que nos libere a todos de la cárcel del pecado, de la soberbia y del orgullo, pues cada uno necesita salir de esta cárcel interior para ser verdaderamente libre del mal, de las angustias y de la muerte. ¡Sólo el Niño recostado en el pesebre es capaz de donar a todos esta liberación plena!

    Quiero terminar diciéndoos que la Iglesia sostiene y anima cualquier esfuerzo dirigido a garantizar a todos una vida digna. Tened la seguridad de mi cercanía a cada uno de vosotros, a vuestras familias, a vuestros niños, a vuestros jóvenes, a vuestros ancianos, y os llevo a todos en el corazón delante de Dios. ¡El Señor os bendiga a vosotros y vuestro futuro!


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    00 20/08/2013 19:26

    VISITA PASTORAL AL CENTRO PENITENCIARIO ROMANO DE REBIBBIA

    RESPUESTAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LAS PREGUNTAS DE LOS RECLUSOS

    Domingo 18 de diciembre de 2011



    Me llamo Rocco. Ante todo quiero manifestarle nuestro agradecimiento, y el mío personal, por esta visita que nos resulta tan grata y que, en un momento tan dramático para las cárceles italianas, asume un gran contenido de solidaridad, humanidad y consuelo. Deseo preguntar a Su Santidad si este gesto suyo lo comprenderán en su sencillez también nuestros políticos y gobernantes para que se restituya a todos los últimos, entre los que estamos incluidos nosotros los detenidos, la dignidad y la esperanza que deben reconocerse a todo ser vivo. Esperanza y dignidad indispensables para reemprender el camino hacia una vida digna de vivirse.

    Gracias por sus palabras. Siento su afecto por el Santo Padre, y me conmueve esta amistad, que siento en todos vosotros. Y quiero decir que pienso a menudo en vosotros y rezo siempre por vosotros, porque sé que es una condición muy difícil, que con frecuencia, en vez de ayudar a renovar la amistad con Dios y con la humanidad, empeora la situación, incluso la interior. Yo he venido sobre todo para mostraros esta cercanía mía, personal e íntima, en la comunión con Cristo que os ama, como he dicho. Pero ciertamente esta visita a vosotros, que quiere ser personal, es también un gesto público que recuerda a nuestros compatriotas, a nuestro Gobierno, el hecho de que hay grandes problemas y dificultades en las cárceles italianas. Desde luego, el sentido de estas cárceles es precisamente ayudar a la justicia, y la justicia implica como primer hecho la dignidad humana. Así pues, se deben construir de forma que crezca la dignidad, que se respete la dignidad, y que vosotros podáis renovar en vosotros mismos el sentido de la dignidad, para responder mejor a esta vocación íntima nuestra. Hemos escuchado a la ministra de Justicia; hemos escuchado cómo siente con vosotros, cómo siente toda vuestra realidad, y así podemos estar convencidos de que nuestro Gobierno y los responsables harán lo posible por mejorar esta situación, para ayudaros a encontrar realmente aquí una buena realización de una justicia que os ayude a volver a la sociedad con toda la convicción de vuestra vocación humana y con todo el respeto que exige vuestra condición humana. Por lo tanto, en la medida de mis posibilidades, quisiera dar siempre signos de la gran importancia de que estas cárceles respondan a su sentido de renovar la dignidad humana y no de menoscabar esta dignidad, y de mejorar la situación. Y esperamos que el Gobierno tenga la posibilidad y todas las posibilidades de responder a esta vocación. Gracias.

    Me llamo Omar. Santo Padre, quisiera preguntarte un millón de cosas, que siempre he pensado preguntarte, pero hoy que puedo me resulta difícil hacerte una pregunta. Me siento emocionado por este acontecimiento; tu visita aquí a la cárcel es un hecho muy fuerte para nosotros los reclusos cristianos católicos y, por eso, más que una pregunta, prefiero pedirte que nos permitas unirnos contigo, en nuestro sufrimiento y el de nuestros familiares, como un cable de electricidad que comunique con nuestro Señor. Te quiero mucho.

    También yo te quiero mucho, y te agradezco estas palabras, que me tocan el corazón. Creo que esta visita manifiesta que quisiera seguir las palabras del Señor que me conmueven siempre —las he leído en mi discurso—, donde en el último juicio dice: «Me habéis visitado cuando estuve en la cárcel, y yo he sido quien os esperaba». Esta identificación del Señor con los que están en la cárcel nos obliga profundamente, y yo mismo debo preguntarme: ¿He actuado según este mandato del Señor? ¿He tenido presente esta palabra del Señor? Este es uno de los motivos por los que he venido, porque sé que en vosotros el Señor me espera, que vosotros necesitáis este reconocimiento humano y necesitáis esta presencia del Señor, el cual, en el juicio último, nos preguntará precisamente sobre este punto y, por eso, espero que aquí se pueda realizar cada vez más la verdadera finalidad de estos centros penitenciarios: ayudar a reencontrarse a sí mismos, ayudar a seguir adelante consigo mismos, en la reconciliación consigo mismos, con los demás y con Dios, para reintegrarse en la sociedad y contribuir al progreso de la humanidad. El Señor os ayudará. En mis oraciones estoy siempre con vosotros. Sé que para mí es una obligación particular orar por vosotros, para «elevaros hacia el Señor», hacia lo alto, porque el Señor, a través de nuestra oración ayuda: la oración es una realidad. Yo invito también a todos los demás a rezar, de modo que, por decirlo así, haya un fuerte cable que os «eleva hacia el Señor» y nos comunica asimismo entre nosotros, para que yendo hacia el Señor también estemos unidos entre nosotros. Tened la seguridad de esta fuerza de mi oración e invito igualmente a los demás a unirse a vosotros en la oración, para formar de este modo casi una cordada que va hacia el Señor.

    Me llamo Alberto. Santidad, ¿le parece justo que, después de haber perdido uno tras otro a todos los miembros de mi familia, ahora que soy un hombre nuevo, y desde hace dos meses papá de una espléndida niña, que lleva el nombre de Gaia, no me concedan la posibilidad de volver a casa, a pesar de que ya he pagado ampliamente mi deuda con la sociedad?

    Ante todo, ¡felicidades! Me alegra que sea usted padre, que se considere un hombre nuevo y que tenga una espléndida hija: esto es un don de Dios. Yo, naturalmente, no conozco los detalles de su caso, pero espero con usted que cuanto antes pueda volver a su familia. Ya sabe usted que para la doctrina de la Iglesia la familia es fundamental, es importante que el padre pueda tener entre sus brazos a su hija. Y así, rezo y espero que cuanto antes usted pueda tener realmente entre sus brazos a su hija, estar con su esposa y con su hija para construir una hermosa familia y así contribuir también al futuro de Italia.

    Santidad, soy Federico, hablo en nombre de las personas detenidas del G14, que es el sector de enfermería. ¿Qué pueden pedir al Papa unos reclusos enfermos y seropositivos? ¿A nuestro Papa, que ya carga con el peso de todos los sufrimientos del mundo, le piden que rece por ellos? ¿Que los perdone? ¿Que los tenga presentes en su gran corazón? Sí. Esto es lo que queremos pedirle, pero sobre todo que lleve nuestra voz a donde no se la escucha. Estamos ausentes de nuestras familias, pero no de la vida; hemos caído, y en nuestras caídas hemos hecho el mal a los demás, pero nos estamos levantando. Se habla demasiado poco de nosotros, y a menudo se hace de un modo muy feroz, como si quisieran eliminarnos de la sociedad. Esto nos hace sentir infrahumanos. Usted es el Papa de todos y nosotros le pedimos que evite que nos arrebaten la dignidad juntamente con la libertad. Para que no se dé por descontado que recluso significa excluido para siempre. ¡Su presencia es para nosotros un honor muy grande! ¡Nuestra más cordial felicitación por la Santa Navidad, a todos!

    Sí, me has dirigido palabras realmente memorables: hemos caído, pero estamos aquí para levantarnos. Es importante esto, esta valentía para levantarse, para salir adelante con la ayuda del Señor y con la ayuda de todos los amigos. Usted ha dicho también que se habla de modo «feroz» de vosotros. Lamentablemente, es verdad, pero quisiera decir que no sólo está eso; hay otros que hablan bien de vosotros y piensan bien de vosotros. Yo pienso en mi pequeña familia papal; estoy rodeado de cuatro «hermanas laicas» y a menudo hablamos de este problema; ellas tienen amigos en varias cárceles; recibimos también regalos de ellos y por nuestra parte también hacemos regalos. Por lo tanto, esta realidad está presente de modo muy positivo en mi familia y creo que también lo está en muchas otras. Debemos soportar que algunos hablen de modo «feroz»; hablan de modo «feroz» incluso contra el Papa y, a pesar de ello, vamos adelante. Me parece importante animar a todos a que piensen bien, a que tengan el sentido de vuestros sufrimientos, a que tengan el sentido de ayudaros en el proceso de levantaros, y, digamos, yo haré lo que esté de mi parte para invitar a todos a pensar de este modo justo, no con desprecio, sino de modo humano, pensando que cualquiera puede caer, pero Dios quiere que todos lleguen a él, y nosotros debemos cooperar con espíritu de fraternidad y reconociendo también la propia fragilidad, para que puedan realmente levantarse y seguir adelante con dignidad y encontrar que siempre se respete su dignidad, para que crezca y puedan así también hallar alegría en la vida, porque la vida nos la da el Señor, con una idea suya. Y si reconocemos esta idea, Dios está con nosotros, e incluso los pasos oscuros tienen su sentido para ayudar a conocernos más a nosotros mismos, para ayudarnos a ser nosotros mismos, más hijos de Dios y así sentirnos realmente felices de ser hombres, creados por Dios, incluso en diversas condiciones difíciles. El Señor os ayudará y nosotros estamos cercanos a vosotros.

    Me llamo Gianni, del sector G8. Santidad, me han enseñado que el Señor ve y lee en nuestro interior, y me pregunto por qué la absolución se ha delegado a los sacerdotes. Si la pidiera de rodillas, yo solo dentro de una habitación, dirigiéndome al Señor, ¿me absolvería? ¿O sería una absolución de distinto valor? ¿Cuál sería la diferencia?

    Sí, es una grande y verdadera cuestión la que usted me plantea. Yo diría dos cosas. La primera: naturalmente, si usted se pone de rodillas y con verdadero amor a Dios le pide que lo perdone, él lo perdona. Es doctrina constante de la Iglesia que si uno, con verdadero arrepentimiento, es decir, no sólo para evitar penas, dificultades, sino por amor al bien, por amor a Dios, pide perdón, recibe el perdón de Dios. Esta es la primera parte. Si yo realmente reconozco que he obrado mal, y si en mí ha renacido el amor al bien, la voluntad del bien, el arrepentimiento por no haber respondido a este amor, y pido a Dios, que es el Bien, el perdón, él lo concede. Pero hay un segundo elemento: el pecado no es solamente algo «personal», individual, entre Dios y yo. El pecado siempre tiene también una dimensión social, horizontal. Con mi pecado personal, aunque tal vez nadie lo conozca, he dañado asimismo la comunión de la Iglesia, he ensuciado la comunión de la Iglesia, he ensuciado a la humanidad. Por eso, esta dimensión social, horizontal, del pecado exige que sea absuelto también a nivel de la comunidad humana, de la comunidad de la Iglesia, casi corporalmente. Por consiguiente, esta segunda dimensión del pecado, que no es sólo contra Dios, sino que también afecta a la comunidad, exige el Sacramento, y el Sacramento es el gran don en el que puedo, mediante la confesión, librarme de ese pecado y puedo realmente recibir el perdón también en el sentido de una plena readmisión en la comunidad de la Iglesia viva, del Cuerpo de Cristo. Así, en este sentido, la necesaria absolución por parte del sacerdote, el Sacramento, no es una imposición que —digamos— limita la bondad de Dios, sino, al contrario, es una expresión de la bondad de Dios porque me demuestra que también concretamente, en la comunión de la Iglesia, he recibido el perdón y puedo recomenzar de nuevo. Por lo tanto, yo diría que se han de tener presentes estas dos dimensiones: la vertical, con Dios, y la horizontal, con la comunidad de la Iglesia y de la humanidad. La absolución del sacerdote, la absolución sacramental es necesaria para absolverme realmente de este vínculo del mal y reintegrarme completamente en la voluntad de Dios, en la perspectiva de Dios, en su Iglesia, y darme la certeza, incluso casi corporal, sacramental: Dios me perdona y me recibe en la comunidad de sus hijos. Creo que debemos aprender a entender el sacramento de la Penitencia en este sentido: una posibilidad de encontrar, casi corporalmente, la bondad del Señor, la certeza de la reconciliación.

    Santidad, me llamo Nwaihim Ndubuisi, sector G11. Santo Padre, el pasado mes realizó una visita pastoral a África, a la pequeña nación de Benín, una de las más pobres del mundo. Allí vio la fe y el amor de aquellos hombres por Jesucristo. Vio personas que sufren por diversas causas: racismo, hambre, trabajo infantil... Le pregunto: ellos ponen la esperanza y la fe en Dios y mueren en medio de pobreza y violencia. ¿Por qué Dios no los escucha? ¿Es que Dios escucha sólo a los ricos y poderosos, que, en cambio, no tienen fe? Gracias, Santo Padre.

    Ante todo quiero decir que me he sentido muy feliz en su tierra; la acogida que me dispensaron los africanos fue muy cordial; sentí esa cordialidad humana que en Europa se ha oscurecido un poco, porque tenemos muchas otras cosas en nuestro corazón que hacen más duro también el corazón. En Benín hubo una cordialidad, por decir así, exuberante; sentí también la alegría de vivir, y esta fue una de mis impresiones más hermosas: a pesar de la pobreza y de todos los grandes sufrimientos que vi también —saludé a leprosos, enfermos de sida, etc.—, a pesar de todos estos problemas y de la gran pobreza, hay una alegría de vivir, una alegría de ser una criatura humana, porque hay una consciencia originara de que Dios es bueno y me ama, y de que el hombre es amado por Dios. Por tanto, esta fue para mí la impresión preponderante, fuerte: ver, en un país que sufre, alegría, una alegría mayor que en los países ricos. Y esto a mí me hace pensar que en los países ricos la alegría a menudo está ausente; todos estamos muy ocupados con tantos problemas: cómo hacer esto, cómo organizar aquello, cómo conservar esto, seguir comprando... Y con la cantidad de cosas que tenemos nos hemos alejado cada vez más de nosotros mismos y de esta experiencia originaria de que Dios existe y de que Dios está cercano a mí. Por eso, yo diría que poseer grandes propiedades y tener poder no hace necesariamente felices, no es el don más grande. Incluso yo diría que puede ser algo negativo, algo que me impide vivir realmente. Las medidas de Dios, los criterios de Dios, son distintos de los nuestros. A estos pobres Dios les da también alegría, el reconocimiento de su presencia, les hace sentir que está cercano a ellos incluso en el sufrimiento, en las dificultades; y, naturalmente, nos pide a todos que hagamos lo posible para que puedan salir de esas oscuridades de las enfermedades, de la pobreza. Es un cometido nuestro, y así, al hacerlo, también nosotros podemos estar más alegres. Por lo tanto, las dos partes deben complementarse: nosotros debemos ayudar para que también África, esos países pobres, puedan superar sus problemas, la pobreza; ayudarles a vivir; y ellos pueden ayudarnos a comprender que las cosas materiales no son la última palabra. Y debemos pedirle a Dios: muéstranos, ayúdanos, para que haya justicia, para que todos puedan vivir en la alegría de ser tus hijos.



    La oración de un recluso y la conclusión del Papa

    En la conclusión del encuentro, un detenido, Stefano, leyó la siguiente oración:

    ¡Oh Dios, dame la valentía
    de llamarte Padre.
    Sabes que no siempre logro pensar en ti con la atención
    que mereces.
    Tú no te has olvidado de mí, aunque a menudo vivo
    lejos de la luz de tu rostro.
    Haz que te sienta cercano,
    a pesar de todo, a pesar
    de mi pecado, grande o pequeño, secreto o público.
    Dame la paz interior,
    la que sólo tú sabes dar.
    Dame la fuerza de ser verdadero, sincero; arranca de mi rostro
    las máscaras que oscurecen
    la conciencia de que yo valgo
    algo sólo porque soy tu hijo.
    Perdona mis culpas y dame
    a la vez la posibilidad
    de hacer el bien.
    Abrevia mis noches insomnes;
    dame la gracia
    de la conversión del corazón.
    Acuérdate, Padre, de aquellos
    que están fuera de aquí y que a
    pesar de todo me quieren bien,
    para que pensando en ellos
    yo me acuerde de que sólo
    el amor da vida, mientras
    que el odio destruye y el rencor
    transforma en infierno las largas
    e interminables jornadas.
    Acuérdate de mí, oh Dios. Amén.

    Después de la oración el Papa dijo:

    Queridos amigos, he dicho que todos somos hijos de Dios. Como hijos oremos juntos a nuestro Padre, como el Señor nos enseñó a rezar:

    Padre nuestro...

    Al final de la visita, Benedicto XVI pronunció las siguientes palabras:

    Queridos amigos, un cordial gracias por esta acogida. A todos deseo una feliz Navidad. Que nos alcance un poco de la luz del Señor. El Adviento es un tiempo de espera: todavía no hemos llegado, pero sabemos que vamos hacia la luz y que Dios nos ama. En este sentido, ¡feliz domingo! y también ¡feliz Navidad! ¡Felicidades! Gracias.


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    00 20/08/2013 19:27

    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS MUCHACHOS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA

    Lunes 19 de diciembre de 2011



    Queridos muchachos y educadores de la Acción Católica:

    También yo me siento contento de acogeros y de ver la alegría y la vida que traéis a la casa del Papa. Os agradezco mucho los buenos deseos que me habéis manifestado también en nombre de toda la Acción Católica italiana. Os quiero felicitar sinceramente por la iniciativa que habéis organizado para el mes de enero; también de este modo demostráis que sois un grupo de muchachos y muchachas excelentes, porque vuestra atención no se limita a los compañeros de escuela o de juego, sino que además quiere llegar a muchos de vuestros coetáneos que no pueden estar bien y ser felices como vosotros, porque les falta lo necesario para vivir de una manera digna. Sed siempre sensibles hacia quienes necesitan ayuda; actuad como Jesús, que no dejaba a nadie solo con sus problemas, sino que lo acogía siempre, compartía sus dificultades, lo ayudaba y le daba la fuerza y la paz de Dios.

    Sé que este año reflexionáis sobre la invitación de Jesús a Bartimeo: «Levántate, te llama». También vosotros debéis escucharla cada día. Cuando vuestra madre o vuestro padre os despierten por la mañana para ir a la escuela, se repite siempre el «levántate». Es verdad que a veces no es fácil de escuchar y la respuesta no siempre es inmediata. Yo no sólo os invito a tener prontitud, sino también a ver que dentro de esta palabra diaria hay una llamada de otra persona que os ama mucho, hay una llamada de Dios a la vida, a ser muchachos y muchachas cristianos, a comenzar un nuevo día que es un gran don suyo para encontrar muchos amigos, como sois vosotros, para aprender, para hacer el bien y también para decir a Jesús: «Gracias por todo lo que me das». Por la mañana, cuando os levantéis, acordaos también del gran Amigo que es Jesús con una oración. Espero que lo hagáis todos los días.

    La invitación «Levántate, te llama» ya se ha repetido muchas veces en vuestra vida y se sigue repitiendo también hoy. La primera llamada la habéis recibido con el don de la vida; estad siempre atentos a este gran don, apreciadlo, agradecédselo al Señor, pedidle que conceda una vida alegre a todos los muchachos y muchachas del mundo: que a todos se los respete, siempre, y que a ninguno le falte lo necesario para vivir.

    Otra llamada importante la habéis recibido con el Bautismo, aunque no lo recordéis; en aquel momento os convertisteis en hermanos de Jesús, que os ama mucho más que cualquier otra persona, y quiere ayudaros a crecer. Otra llamada, por último, es la que habéis recibido cuando hicisteis la primera Comunión: aquel día la amistad con Jesús se volvió más profunda, íntima, y él os acompaña siempre en el camino de vuestra vida. Queridos muchachos y muchachas de la Acción Católica, responded con generosidad al Señor, que os llama a su amistad: ¡nunca os defraudará! Os podrá llamar a ser un don de amor a una persona para formar una familia, o bien os podrá llamar a hacer de vuestra vida un don a él y a los demás como sacerdotes, religiosas, misioneros o misioneras. Sed valientes al darle una respuesta, como habéis dicho: «apuntad alto»; ello os hará felices durante toda la vida.

    En este momento, sin embargo, quiero aprovechar la ocasión para expresar mi agradecimiento a todos vuestros educadores, especialmente a los de la Acción Católica, y a vuestros padres; son muy valiosos porque os han ayudado y os ayudan a responder al Señor, a recorrer este camino; más aún, lo recorren juntamente con vosotros. Y me alegra de modo especial que nuestro obispo, Sigalini, haya vuelto: como sabéis, sufrió una caída y se encontraba muy enfermo. Pero el Señor lo necesita. Así pues, gracias por su regreso.

    Queridos amigos, deseo pediros que hagáis algo: llevad a vuestros compañeros esta hermosa invitación —«Levántate, te llama»— y decidles: mira que yo he respondido a la llamada de Jesús y me siento contento porque he hallado en él un gran Amigo, con el que me encuentro en la oración, al que veo entre mis amigos, al que escucho en el Evangelio. La Navidad que os deseo es esta: cuando preparéis el belén, pensad que estáis diciendo a Jesús: «ven a mi vida y yo te escucharé siempre».

    ¡Feliz Navidad a vosotros, a vuestro consiliario, que como he dicho se está recuperando de un grave accidente, a vuestro presidente y a toda la Acción Católica italiana!


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LA CURIA ROMANA CON MOTIVO
    DE LAS FELICITACIONES DE NAVIDAD

    Sala Clementina
    Jueves 22 de diciembre de 2011

    [Vídeo]



    Señores Cardenales,
    Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Presbiterado,
    queridos hermanos y hermanas

    Vivimos hoy en un momento especialmente intenso. La santa Navidad está ya muy cerca y lleva a la gran familia de la Curia romana a reunirse para este hermoso intercambio de felicitaciones, que conllevan el deseo recíproco de vivir con alegría y auténtico fruto espiritual la fiesta de Dios que se hizo carne y puso su morada entre nosotros (cf. Jn 1,14). Esta es para mí una ocasión no sólo para expresar mi felicitación personal, sino también para manifestar a cada uno de vosotros mi agradecimiento y el de la Iglesia por vuestro generoso servicio; os ruego que lo transmitáis también a todos los colaboradores de nuestra gran familia. Doy las gracias de modo particular al Cardenal Decano, Angelo Sodano, que se ha hecho portavoz de los sentimientos de todos los presentes y de los que trabajan en las diferentes oficinas de la Curia, del Governatorato, incluidos los que desempeñan su ministerio en las Representaciones Pontificias repartidas por todo el mundo. Todos estamos comprometidos en que el anuncio que los ángeles proclamaron en la noche de Belén, «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14), resuene en toda la tierra para llevar gozo y esperanza.

    En este final del año, Europa se encuentra en una crisis económica y financiera que, en última instancia, se funda sobre la crisis ética que amenaza al Viejo Continente. Aunque no están en discusión algunos valores como la solidaridad, el compromiso por los demás, la responsabilidad por los pobres y los que sufren, falta con frecuencia, sin embargo, la fuerza que los motive, capaz de inducir a las personas y a los grupos sociales a renuncias y sacrificios. El conocimiento y la voluntad no siguen siempre la misma pauta. La voluntad que defiende el interés personal oscurece el conocimiento, y el conocimiento debilitado no es capaz de fortalecer la voluntad. Por eso, de esta crisis surgen preguntas muy fundamentales: ¿Dónde está la luz que pueda iluminar nuestro conocimiento, no sólo con ideas generales, sino con imperativos concretos? ¿Dónde está la fuerza que lleva hacia lo alto nuestra voluntad? Estas son preguntas a las que debe responder nuestro anuncio del Evangelio, la nueva evangelización, para que el mensaje llegue a ser acontecimiento, el anuncio se convierta en vida.

    En efecto, el gran tema de este año, como también de los siguientes, es cómo anunciar el Evangelio. ¿De qué manera la fe, en cuanto fuerza viva y vital, puede llegar a ser hoy realidad? Todos los acontecimientos eclesiales del año que está por concluir han estado relacionados en definitiva con este tema. Se han realizado viajes a Croacia, a España, para la Jornada Mundial de la Juventud, a mi Patria, Alemania, y finalmente a África, Benín, para la entrega del Documento postsinodal sobre justicia, paz y reconciliación; un documento del que ha de nacer una realidad concreta en las diversas Iglesias particulares. Han sido inolvidables también los viajes a Venecia, a San Marino, a Ancona, para el Congreso eucarístico, y a Calabria. Y ha tenido lugar, en fin, la importante jornada del encuentro entre las religiones y entre las personas en búsqueda de verdad y de paz en Asís; una jornada concebida como un nuevo impulso en la peregrinación hacia la verdad y la paz. La institución del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización nos remite anticipadamente al Sínodo que sobre el mismo tema tendrá lugar en el próximo año. También tiene que ver con ello el Año de la Fe, en recuerdo del comienzo del Concilio, hace cincuenta años. Cada uno de estos acontecimientos ha tenido su propio matiz. En Alemania, el país de origen de la Reforma, la cuestión ecuménica, con todas sus dificultades y esperanzas, ha tenido naturalmente una importancia particular. Indisolublemente unida a esto, hay siempre en el centro de las discusiones una pregunta: ¿Qué es una reforma de la Iglesia? ¿Cómo sucede? ¿Cuáles son sus caminos y sus objetivos? No sólo los fieles creyentes, sino también otros ajenos, observan con preocupación cómo los que van regularmente a la iglesia son cada vez más ancianos y su número disminuye continuamente; cómo hay un estancamiento de las vocaciones al sacerdocio; cómo crecen el escepticismo y la incredulidad. ¿Qué debemos hacer entonces? Hay una infinidad de discusiones sobre lo que se debe hacer para invertir la tendencia. Y, ciertamente, es necesario hacer muchas cosas. Pero el hacer, por sí solo, no resuelve el problema. El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces.

    En este sentido, el encuentro en África con la gozosa pasión por la fe ha sido de gran aliento. Allí no se percibía ninguna señal del cansancio de la fe, tan difundido entre nosotros, ningún tedio de ser cristianos, como se percibe cada vez más en nosotros. Con tantos problemas, sufrimientos y penas como hay ciertamente en África, siempre se experimentaba sin embargo la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar. Encontrar esta fe dispuesta al sacrificio, y precisamente alegre en ello, es una gran medicina contra el cansancio de ser cristianos que experimentamos en Europa.

    La magnífica experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, ha sido también una medicina contra el cansancio de creer. Ha sido una nueva evangelización vivida. Cada vez con más claridad se perfila en las Jornadas Mundiales de la Juventud un modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano, que quisiera intentar caracterizar en cinco puntos.

    1. Primero, hay una nueva experiencia de la catolicidad, la universalidad de la Iglesia. Esto es lo que ha impresionado de inmediato a los jóvenes y a todos los presentes: venimos de todos los continentes y, aunque nunca nos hemos visto antes, nos conocemos. Hablamos lenguas diversas y tenemos diferentes hábitos de vida, diferentes formas culturales y, sin embargo, nos encontramos de inmediato unidos, juntos como una gran familia. Se relativiza la separación y la diversidad exterior. Todos quedamos tocados por el único Señor Jesucristo, en el cual se nos ha manifestado el verdadero ser del hombre y, a la vez, el rostro mismo de Dios. Nuestras oraciones son las mismas. En virtud del encuentro interior con Jesucristo, hemos recibido en nuestro interior la misma formación de la razón, de la voluntad y del corazón. Y, en fin, la liturgia común constituye una especie de patria del corazón y nos une en una gran familia. El hecho de que todos los seres humanos sean hermanos y hermanas no es sólo una idea, sino que aquí se convierte en una experiencia real y común que produce alegría. Y, así, hemos comprendido también de manera muy concreta que, no obstante todas las fatigas y la oscuridad, es hermoso pertenecer a la Iglesia universal, a la Iglesia católica, que el Señor nos ha dado.

    2. De aquí nace después un modo nuevo de vivir el ser hombres, el ser cristianos. Una de las experiencias más importantes de aquellos días ha sido para mí el encuentro con los voluntarios de la Jornada Mundial de la Juventud: eran alrededor de 20.000 jóvenes que, sin excepción, habían puesto a disposición semanas o meses de su vida para colaborar en los preparativos técnicos, organizativos y de contenido de la JMJ, y precisamente así habían hecho posible el desarrollo ordenado de todo el conjunto. Al dar su tiempo, el hombre da siempre una parte de la propia vida. Al final, estos jóvenes estaban visible y «tangiblemente» llenos de una gran sensación de felicidad: su tiempo que habían entregado tenía un sentido; precisamente en el dar su tiempo y su fuerza laboral habían encontrado el tiempo, la vida. Y entonces, algo fundamental se me ha hecho evidente: estos jóvenes habían ofrecido en la fe un trozo de vida, no porque había sido mandado o porque con ello se ganaba el cielo; ni siquiera porque así se evita el peligro del infierno. No lo habían hecho porque querían ser perfectos. No miraban atrás, a sí mismos. Me vino a la mente la imagen de la mujer de Lot que, mirando hacia atrás, se convirtió en una estatua de sal. Cuántas veces la vida de los cristianos se caracteriza por mirar sobre todo a sí mismos; hacen el bien, por decirlo así, para sí mismos. Y qué grande es la tentación de todos los hombres de preocuparse sobre todo de sí mismos, de mirar hacia atrás a sí mismos, convirtiéndose así interiormente en algo vacío, «estatuas de sal». Aquí, en cambio, no se trataba de perfeccionarse a sí mismos o de querer tener la propia vida para sí mismos. Estos jóvenes han hecho el bien –aun cuando ese hacer haya sido costoso, aunque haya supuesto sacrificios– simplemente porque hacer el bien es algo hermoso, es hermoso ser para los demás. Sólo se necesita atreverse a dar el salto. Todo eso ha estado precedido por el encuentro con Jesucristo, un encuentro que enciende en nosotros el amor por Dios y por los demás, y nos libera de la búsqueda de nuestro propio «yo». Una oración atribuida a san Francisco Javier dice: «Hago el bien no porque a cambio entraré en el cielo y ni siquiera porque, de lo contrario, me podrías enviar al infierno. Lo hago porque Tú eres Tú, mi Rey y mi Señor». También en África encontré esta misma actitud, por ejemplo en las religiosas de Madre Teresa que cuidan de los niños abandonados, enfermos, pobres y que sufren, sin preguntarse por sí mismas y, precisamente así, se hacen interiormente ricas y libres. Esta es la actitud propiamente cristiana. También ha sido inolvidable para mí el encuentro con los jóvenes discapacitados en la fundación San José, de Madrid, encontré de nuevo la misma generosidad de ponerse a disposición de los demás; una generosidad en el darse que, en definitiva, nace del encuentro con Cristo que se ha entregado a sí mismo por nosotros.

    3. Un tercer elemento, que de manera cada vez más natural y central forma parte de las Jornadas Mundiales de la Juventud, y de la espiritualidad que proviene de ellas, es la adoración. Fue inolvidable para mí, durante mi viaje en el Reino Unido, el momento en Hydepark, en que decenas de miles de personas, en su mayoría jóvenes, respondieron con un intenso silencio a la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento, adorándolo. Lo mismo sucedió, de modo más reducido, en Zagreb, y de nuevo en Madrid, tras el temporal que amenazaba con estropear todo el encuentro nocturno, al no funcionar los micrófonos. Dios es omnipresente, sí. Pero la presencia corpórea de Cristo resucitado es otra cosa, algo nuevo. El Resucitado viene en medio de nosotros. Y entonces no podemos sino decir con el apóstol Tomás: «Señor mío y Dios mío». La adoración es ante todo un acto de fe: el acto de fe como tal. Dios no es una hipótesis cualquiera, posible o imposible, sobre el origen del universo. Él está allí. Y si él está presente, yo me inclino ante él. Entonces, razón, voluntad y corazón se abren hacia él, a partir de él. En Cristo resucitado está presente el Dios que se ha hecho hombre, que sufrió por nosotros porque nos ama. Entramos en esta certeza del amor corpóreo de Dios por nosotros, y lo hacemos amando con él. Esto es adoración, y esto marcará después mi vida. Sólo así puedo celebrar también la Eucaristía de modo adecuado y recibir rectamente el Cuerpo del Señor.

    4. Otro elemento importante de las Jornadas Mundiales de la Juventud es la presencia del Sacramento de la Penitencia que, de modo cada vez más natural, forma parte del conjunto. Con eso reconocemos que tenemos continuamente necesidad de perdón y que perdón significa responsabilidad. Existe en el hombre, proveniente del Creador, la disponibilidad a amar y la capacidad de responder a Dios en la fe. Pero, proveniente de la historia pecaminosa del hombre (la doctrina de la Iglesia habla del pecado original), existe también la tendencia contraria al amor: la tendencia al egoísmo, al encerrarse en sí mismo, más aún, al mal. Mi alma se mancha una y otra vez por esta fuerza de gravedad que hay en mí, que me atrae hacia abajo. Por eso necesitamos la humildad que siempre pide de nuevo perdón a Dios; que se deja purificar y que despierta en nosotros la fuerza contraria, la fuerza positiva del Creador, que nos atrae hacia lo alto.

    5. Finalmente, como última característica que no hay que descuidar en la espiritualidad de las Jornadas Mundiales de la Juventud, quisiera mencionar la alegría. ¿De dónde viene? ¿Cómo se explica? Seguramente hay muchos factores que intervienen a la vez. Pero, según mi parecer, lo decisivo es la certeza que proviene de la fe: yo soy amado. Tengo un cometido en la historia. Soy aceptado, soy querido. Josef Pieper, en su libro sobre el amor, ha mostrado que el hombre puede aceptarse a sí mismo sólo si es aceptado por algún otro. Tiene necesidad de que haya otro que le diga, y no sólo de palabra: «Es bueno que tú existas». Sólo a partir de un «tú», el «yo» puede encontrarse a sí mismo. Sólo si es aceptado, el «yo» puede aceptarse a sí mismo. Quien no es amado ni siquiera puede amarse a sí mismo. Este ser acogido proviene sobre todo de otra persona. Pero toda acogida humana es frágil. A fin de cuentas, tenemos necesidad de una acogida incondicionada. Sólo si Dios me acoge, y estoy seguro de ello, sabré definitivamente: «Es bueno que yo exista». Es bueno ser una persona humana. Allí donde falta la percepción del hombre de ser acogido por parte de Dios, de ser amado por él, la pregunta sobre si es verdaderamente bueno existir como persona humana, ya no encuentra respuesta alguna. La duda acerca de la existencia humana se hace cada vez más insuperable. Cuando llega a ser dominante la duda sobre Dios, surge inevitablemente la duda sobre el mismo ser hombres. Hoy vemos cómo esta duda se difunde. Lo vemos en la falta de alegría, en la tristeza interior que se puede leer en tantos rostros humanos. Sólo la fe me da la certeza: «Es bueno que yo exista». Es bueno existir como persona humana, incluso en tiempos difíciles. La fe alegra desde dentro. Ésta es una de las experiencias maravillosas de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

    Nos llevaría muy lejos hablar ahora también del encuentro de Asís de manera detallada, como merecería la importancia del acontecimiento. Agradezcamos sencillamente a Dios porque nosotros –representantes de las religiones del mundo y también representantes del pensamiento en búsqueda de la verdad – pudimos encontrarnos aquel día en un clima de amistad y de respeto recíproco, en el amor por la verdad y en la responsabilidad común por la paz. Podemos esperar que de este encuentro haya nacido una nueva disponibilidad para servir la paz, la reconciliación y la justicia.

    Por último, quisiera agradecer de corazón a todos vosotros por el apoyo para llevar adelante la misión que el Señor nos ha confiado como testigos de su verdad, y os deseo a todos la alegría que Dios, en la encarnación de su Hijo, nos ha querido dar. Feliz Navidad a todos vosotros. Gracias.


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