Figli spirituali di Benedetto XVI

2005

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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL
    SOBRE EL GENOMA HUMANO

    Sábado19 de noviembre de 2005



    Señor cardenal;
    venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
    ilustres señores y señoras:

    Saludo a todos con afecto y agradezco en particular al señor cardenal Javier Lozano Barragán las amables palabras de saludo que me ha dirigido en nombre de los presentes. Saludo de modo especial a los obispos y a los sacerdotes que participan en esta Conferencia, así como a los relatores, que durante estos días han dado una contribución ciertamente cualificada sobre los problemas afrontados: sus reflexiones y sugerencias serán objeto de atenta valoración por parte de las instancias eclesiales competentes.

    Situándome en la perspectiva pastoral propia del Consejo pontificio que ha organizado esta Conferencia, me complace notar cómo hoy, sobre todo en el ámbito de las nuevas aportaciones de la ciencia médica, se ofrece a la Iglesia una posibilidad ulterior de realizar una valiosa obra de iluminación de las conciencias, para que todo descubrimiento científico contribuya al bien integral de la persona, en el respeto constante de su dignidad.

    Al subrayar la importancia de esta tarea pastoral, quisiera decir ante todo una palabra de aliento a quienes se encargan de promoverla. El mundo actual se caracteriza por el proceso de secularización que, a través de complejas circunstancias culturales y sociales, no sólo ha reivindicado una justa autonomía de la ciencia y de la organización social, sino también, a menudo, ha cancelado el vínculo de las realidades temporales con su Creador, llegando incluso a descuidar la salvaguardia de la dignidad trascendente del hombre y el respeto de su misma vida. Sin embargo, hoy la secularización, en la forma del secularismo radical, ya no satisface a los espíritus más conscientes y atentos. Esto quiere decir que se abren espacios posibles, y tal vez nuevos, para un diálogo fecundo con la sociedad y no sólo con los fieles, especialmente sobre temas importantes como los que atañen a la vida.

    Esto es posible porque en las poblaciones de larga tradición cristiana siguen presentes semillas de humanismo a las que no han afectado las disputas de la filosofía nihilista; semillas que, en realidad, tienden a reforzarse cuanto más graves son los desafíos. Por lo demás, el creyente sabe bien que el Evangelio tiene una sintonía intrínseca con los valores inscritos en la naturaleza humana. La imagen de Dios está tan profundamente grabada en el alma del hombre, que difícilmente puede silenciarse del todo la voz de la conciencia. Con la parábola del sembrador, Jesús nos recuerda en el Evangelio que existe siempre un terreno fértil en el que la semilla echa raíces, germina y da fruto.
    También los hombres que no se reconocen ya como miembros de la Iglesia o que incluso han perdido la luz de la fe siguen estando atentos a los valores humanos y a las contribuciones positivas que el Evangelio puede aportar al bien personal y social.

    Es fácil darse cuenta de esto, sobre todo reflexionando en lo que constituye el objeto de vuestra Conferencia: los hombres de nuestro tiempo, que se han vuelto más sensibles a causa de los terribles acontecimientos que han ensombrecido el siglo XX y el inicio del actual, pueden comprender bien que la dignidad del hombre no se identifica con los genes de su ADN y no disminuye por la posible presencia de diferencias físicas o de defectos congénitos.

    El principio de "no discriminación" sobre la base de factores físicos o genéticos ha penetrado profundamente en las conciencias y está formalmente enunciado en las Cartas sobre los derechos humanos. Este principio tiene su fundamento más verdadero en la dignidad ínsita en todo hombre por el hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26). Por otra parte, el análisis sereno de los datos científicos lleva a reconocer la presencia de esta dignidad en cada fase de la vida humana, comenzando desde el primer momento de la fecundación. La Iglesia anuncia y propone estas verdades no sólo con la autoridad del Evangelio, sino también con la fuerza que deriva de la razón, y precisamente por esto siente el deber de apelar a todos los hombres de buena voluntad, con la certeza de que la aceptación de estas verdades no puede por menos de favorecer a las personas y a la sociedad. En efecto, es preciso evitar los riesgos de una ciencia y de una tecnología que pretenden ser completamente autónomas con respecto a las normas morales inscritas en la naturaleza del ser humano.

    No faltan en la Iglesia organismos profesionales y academias capaces de evaluar las novedades en el ámbito científico, especialmente en el mundo de la biomedicina; hay, además, organismos doctrinales dedicados específicamente a definir los valores morales que hay que salvaguardar y a formular las normas que requiere su tutela eficaz; por último, hay dicasterios pastorales, como el Consejo pontificio para la pastoral de la salud, a los que corresponde elaborar las metodologías oportunas para asegurar una presencia eficaz de la Iglesia en el ámbito pastoral. Este tercer momento es valioso no sólo para una humanización cada vez más adecuada de la medicina, sino también para asegurar una respuesta oportuna a las expectativas, por parte de las personas, de una eficaz ayuda espiritual.

    Por consiguiente, es necesario dar nuevo impulso a la pastoral de la salud. Esto implica una renovación y una profundización de la misma propuesta pastoral, que tenga en cuenta el aumento del conjunto de conocimientos difundidos por los medios de comunicación en la sociedad y del nivel de instrucción más elevado de las personas a las que se dirige.

    No se puede descuidar el hecho de que, cada vez con más frecuencia, no sólo los legisladores, sino también los mismos ciudadanos están llamados a expresar su pensamiento sobre problemas también científicamente cualificados y difíciles. Si falta una instrucción adecuada, más aún, una formación adecuada de las conciencias, en la orientación de la opinión pública fácilmente pueden prevalecer falsos valores o informaciones inexactas.

    Adecuar la formación de los pastores y de los educadores, a fin de capacitarlos para asumir sus responsabilidades de modo coherente con su fe y al mismo tiempo en un diálogo respetuoso y leal con los no creyentes, es la tarea imprescindible de una pastoral actualizada de la salud. En particular, en el campo de las aplicaciones de la genética, hoy las familias pueden carecer de las informaciones adecuadas y tener dificultades para mantener la autonomía moral necesaria para permanecer fieles a sus opciones de vida.

    Por tanto, en este sector se requiere una formación profunda y clara de las conciencias. Los actuales descubrimientos científicos afectan a la vida de las familias, impulsándolas a opciones imprevistas y delicadas, que hay que afrontar con responsabilidad. Así pues, la pastoral en el campo de la salud necesita consejeros formados y competentes. Esto permite entrever cuán compleja y exigente es hoy la gestión de este sector de actividades.

    Ante estas mayores exigencias de la pastoral, la Iglesia, a la vez que sigue confiando en la luz del Evangelio y en la fuerza de la gracia, exhorta a los responsables a estudiar la metodología adecuada para prestar ayuda a las personas, a las familias y a la sociedad, conjugando fidelidad y diálogo, profundización teológica y capacidad de mediación. Para ello cuenta, en particular, con el apoyo de cuantos como vosotros, reunidos aquí para participar en esta Conferencia internacional, se interesan por los valores fundamentales en los que se basa la convivencia humana. Aprovecho de buen grado esta circunstancia para expresar a todos mi gratitud y mi aprecio por la contribución en un sector tan importante para el futuro de la humanidad. Con estos sentimientos, imploro del Señor copiosas luces sobre vuestro trabajo y, como testimonio de estima y afecto, os imparto a todos una especial bendición.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    AL GRUPO DE TRABAJO DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS
    DE CIENCIAS Y CIENCIAS SOCIALES

    Lunes 21 de noviembre de 2005



    Ilustres señoras y señores:

    Saludo con afecto a todos los que participan en este importante encuentro. En particular, deseo agradecer al profesor Nicola Cabibbo, presidente de la Academia pontificia de ciencias, y a la profesora Mary Ann Glendon, presidenta de la Academia pontificia de ciencias sociales, sus palabras. También me alegra saludar al cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado; al cardenal Carlo Maria Martini; y al cardenal Georges Cottier, que siempre se ha dedicado con empeño a la obra de las Academias pontificias.

    Me complace particularmente que la Academia pontificia de ciencias sociales haya elegido "el concepto de persona en las ciencias sociales" como tema de estudio para este año. La persona humana está en el centro de todo el orden social y, por tanto, en el centro mismo de vuestro campo de estudio. Como dice santo Tomás de Aquino, la persona humana "significa lo que es más perfecto en la naturaleza" (Summa Theol. I, 29, 3). Los seres humanos son parte de la naturaleza, pero, como sujetos libres con valores morales y espirituales, la trascienden. Esta realidad antropológica es una parte integrante del pensamiento cristiano y responde directamente a los intentos de abolir el límite entre ciencias humanas y ciencias naturales, a menudo propuestos en la sociedad contemporánea.

    Esta realidad, entendida correctamente, da una profunda respuesta a las cuestiones planteadas hoy sobre el estatus del ser humano. Es un tema que debe seguir formando parte del diálogo con la ciencia. La enseñanza de la Iglesia se basa en el hecho de que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, y les otorgó una dignidad superior y una misión común con respecto a toda la creación (cf. Gn 1 y 2).

    De acuerdo con el designio de Dios, las personas no pueden separarse de las dimensiones física, psicológica o espiritual de la naturaleza humana. Aunque las culturas cambian con el paso del tiempo, suprimir o ignorar la naturaleza que declaran "cultivar" puede tener serias consecuencias. Del mismo modo, los individuos sólo alcanzarán su auténtica realización cuando acepten los elementos genuinos de la naturaleza que los constituye como personas.

    El concepto de persona sigue contribuyendo a una profunda comprensión del carácter único y de la dimensión social de todo ser humano. Esto se verifica especialmente en las instituciones legales y sociales, donde la noción de "persona" es fundamental. Sin embargo, a veces, aunque se la reconoce en las declaraciones internacionales y en los estatutos legales, algunas culturas, especialmente cuando no están impregnadas profundamente del Evangelio, sufren el fuerte influjo de ideologías basadas en grupos o de una visión individualista y secularizada de la sociedad. La doctrina social de la Iglesia católica, que pone a la persona humana en el centro y en la base del orden social, puede ofrecer mucho a la reflexión contemporánea sobre temas sociales.

    Es providencial que estemos discutiendo sobre el tema de la persona mientras rendimos un homenaje particular a mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II. En cierto modo, su incuestionable contribución al pensamiento cristiano puede entenderse como una profunda meditación sobre la persona. Enriqueció y amplió ese concepto en sus encíclicas y en otros escritos. Estos textos representan un patrimonio que hay que recibir, conservar y asimilar con atención, particularmente las Academias pontificias.

    Por tanto, aprovecho con gratitud esta ocasión para descubrir esta escultura del Papa Juan Pablo II, con dos inscripciones conmemorativas, que nos recuerdan el especial interés del siervo de Dios en el trabajo de vuestras Academias, especialmente de la Academia pontificia de ciencias sociales, fundada por él en 1994. También subrayan su iluminada disposición a llegar, a través de un diálogo de salvación, al mundo de la ciencia y de la cultura, un deseo que confió de modo particular a las Academias pontificias. Pido a Dios que vuestras actividades sigan produciendo un intercambio fecundo entre la enseñanza de la Iglesia sobre la persona humana y las ciencias y las ciencias sociales, que representáis. Sobre todos los presentes en esta importante ocasión invoco abundantes bendiciones divinas.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    A LOS PARTICIPANTES EN LA XXXIII CONFERENCIA DE LA FAO*

    Jueves 24 de noviembre de 2005



    Señores primeros ministros;
    señor presidente;
    señor director general;
    ilustres señoras y señores:

    Me complace daros una cordial bienvenida a todos vosotros, representantes de los Estados miembros de la FAO, que participáis en la trigésima tercera conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura. Este es nuestro primer encuentro, y me permite conocer de cerca vuestros esfuerzos al servicio de un gran ideal: librar a la humanidad del hambre. Saludo a todos cordialmente y, en particular, al director general, señor Jacques Diouf. Le expreso mis mejores deseos al comienzo de su nuevo mandato.

    El encuentro de hoy me brinda la ocasión para expresar mi sincero aprecio por el programa que la FAO, en sus diversas agencias, ha desarrollado desde hace sesenta años, defendiendo con competencia y profesionalidad la causa del hombre, comenzando precisamente por el derecho básico de cada persona a estar "libre del hambre". La humanidad vive actualmente una paradoja preocupante: junto a avances siempre nuevos y positivos en las áreas de la economía, la ciencia y la tecnología, se asiste a un aumento continuo de la pobreza. Estoy seguro de que la experiencia que habéis acumulado durante estos años puede ayudar a desarrollar un método adecuado para combatir con éxito el hambre y la pobreza, un método modelado por el realismo concreto que ha caracterizado siempre las intervenciones de vuestra benemérita Organización.

    En estos años la FAO ha trabajado en favor de una cooperación más amplia y ha visto en el "diálogo entre las culturas" un medio específico para garantizar un mayor desarrollo y un acceso seguro a la alimentación. Hoy, más que nunca, hacen falta instrumentos concretos y eficaces para eliminar las recurrentes tentaciones de conflicto entre diferentes visiones culturales, étnicas y religiosas. Es necesario basar las relaciones internacionales en el respeto a la persona y en los principios fundamentales de coexistencia pacífica, fidelidad a los compromisos asumidos y aceptación mutua por parte de los pueblos que constituyen la familia humana. Además, es preciso reconocer que el progreso técnico, aun siendo necesario, no lo es todo. Sólo es verdadero progreso el que salvaguarda íntegramente la dignidad del ser humano y permite a cada pueblo compartir sus recursos espirituales y materiales en beneficio de todos.

    En este contexto, deseo recordar la importancia de ayudar a las comunidades autóctonas, con demasiada frecuencia sometidas a apropiaciones indebidas realizadas con fines de lucro, como vuestra Organización ha subrayado recientemente en sus Directrices sobre el derecho a la alimentación.

    No se debe olvidar tampoco que, mientras algunas áreas están sujetas a medidas y controles internacionales, millones de personas están condenadas al hambre, incluso a morir de inanición, en zonas donde tienen lugar conflictos violentos, conflictos que la opinión pública tiende a olvidar porque los considera internos, étnicos o tribales. Pero en esos conflictos se han eliminado sistemáticamente vidas humanas, mientras que la población ha sido desarraigada de sus tierras y a veces forzada, para huir de una muerte segura, a abandonar sus alojamientos precarios en los campos de refugiados.

    Un signo alentador es la iniciativa de la FAO de convocar a sus Estados miembros para discutir sobre la cuestión de la reforma agraria y el desarrollo rural. No se trata de un área nueva, pero la Iglesia siempre se ha interesado por ella, preocupándose en particular por los pequeños agricultores rurales que representan una parte significativa de la población activa, especialmente en los países en vías de desarrollo. Una línea de acción podría consistir en asegurar que las poblaciones rurales cuenten con los recursos y los medios que necesitan, comenzando por la educación y la formación, así como estructuras organizativas que salvaguarden las pequeñas haciendas familiares y las cooperativas (cf. Gaudium et spes, 71).

    Dentro de pocos días muchos de los participantes en esta Conferencia se encontrarán en Hong Kong para entablar negociaciones sobre el comercio internacional, particularmente con respecto a los productos agrícolas. La Santa Sede confía en que prevalezca un sentido de responsabilidad y solidaridad con los menos favorecidos, para que se dejen a un lado los intereses locales y la lógica del poder. No se debe olvidar que la vulnerabilidad de las áreas rurales tiene repercusiones significativas en la subsistencia de los pequeños agricultores y sus familias, si se les niega el acceso al mercado. Actuar con coherencia implica, por tanto, reconocer el papel esencial de la familia rural, guardiana de los valores y agente natural de solidaridad en las relaciones entre las generaciones. Por consiguiente, es preciso apoyar también el papel de la mujer rural y asegurar a los niños no sólo la alimentación sino también la educación básica.

    Señoras y señores, consciente de la gran complejidad de vuestro trabajo, ofrezco estas reflexiones a vuestra consideración, puesto que estoy convencido de que el corazón de todos debe abrirse cada vez más a todas las personas que en nuestro mundo carecen del pan de cada día. Los trabajos de esta Conferencia mostrarán la fuerza de la creciente convicción de que hace falta una lucha valiente contra el hambre. Que Dios todopoderoso ilumine vuestras deliberaciones y os conceda la fuerza necesaria para perseverar en vuestros indispensables esfuerzos al servicio del bien común. Renuevo a todos mis mejores deseos de pleno éxito en los trabajos de vuestra Conferencia.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    DURANTE LA INAUGURACIÓN DEL 85° CURSO ACADÉMICO
    EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL SAGRADO CORAZÓN

    Viernes 25 de noviembre de 2005



    Rector magnífico;
    ilustres decanos y profesores;
    señores médicos y auxiliares;
    queridos estudiantes:

    Me alegra mucho visitar esta sede romana de la Universidad católica del Sagrado Corazón para inaugurar oficialmente el año académico 2005-2006. Mi pensamiento va en este momento a las otras sedes del Ateneo: a la central de Milán, cerca de la hermosa basílica de San Ambrosio, a las de Brescia, Piacenza-Cremona y Campobasso. Quisiera que en este momento toda la familia de la "Católica" se sintiera unida, bajo la mirada de Dios, al inicio de una nueva etapa del camino en el compromiso científico y formativo.

    Aquí con nosotros están presentes espiritualmente el padre Gemelli y muchos otros hombres y mujeres que, con su entrega iluminada, han escrito la historia del Ateneo. También sentimos cercanos a los Papas, desde Benedicto XV hasta Juan Pablo II, que mantuvieron siempre un vínculo especial con esta Universidad. En efecto, mi visita de hoy se une a la que mi venerado predecesor realizó hace cinco años a esta misma sede, con la misma ocasión.

    Dirijo un saludo cordial al cardenal Dionigi Tettamanzi, presidente del Instituto Toniolo, y al rector magnífico, profesor Lorenzo Ornaghi, agradeciendo a ambos las amables palabras que me han dirigido en nombre de todos los presentes. Extiendo con deferencia mi saludo a las otras ilustres personalidades religiosas y civiles que han venido, en particular al senador Emilio Colombo, que durante 48 años ha sido miembro del Comité permanente del Instituto Toniolo, presidiéndolo desde 1986 hasta 2003. Le agradezco profundamente cuanto ha hecho al servicio de la Universidad.

    Al encontrarnos aquí, ilustres y queridos amigos, no podemos por menos de pensar en los momentos llenos de aprensión y conmoción que vivimos durante las últimas ocasiones en que Juan Pablo II fue internado en este Policlínico. En aquellos días, desde todas las partes del mundo se dirigía al "Gemelli" el pensamiento de los católicos, y no sólo de ellos. Desde sus habitaciones en el hospital el Papa impartió a todos una enseñanza inigualable sobre el sentido cristiano de la vida y del sufrimiento, testimoniando personalmente la verdad del mensaje cristiano. Por eso, deseo renovar la expresión de mi aprecio y agradecimiento, así como el de innumerables personas, por las solícitas atenciones prestadas al Santo Padre. Que él os obtenga a cada uno las recompensas celestiales.

    La Universidad católica del Sagrado Corazón, en sus cinco sedes y catorce facultades, cuenta hoy con cerca de cuarenta mil alumnos inscritos. Resulta espontáneo pensar: ¡qué responsabilidad! Miles de jóvenes pasan por las aulas de la "Católica". ¿Cómo salen de ellas? ¿Qué cultura han encontrado, asimilado, elaborado? He aquí el gran desafío, que concierne en primer lugar al grupo directivo del Ateneo, al cuerpo docente y, por tanto, a los mismos alumnos: dar vida a una auténtica Universidad católica, que destaque por la calidad de la investigación y la enseñanza y, al mismo tiempo, por la fidelidad al Evangelio y al magisterio de la Iglesia.

    A este propósito, es providencial que la Universidad católica del Sagrado Corazón esté vinculada estructuralmente a la Santa Sede a través del Instituto Toniolo de estudios superiores, cuya tarea era y es garantizar la consecución de los fines institucionales del Ateneo de los católicos italianos. Este planteamiento originario, confirmado siempre por mis predecesores, asegura de modo colegial un sólido arraigo de la Universidad en la Cátedra de Pedro y en el patrimonio de valores que le dejaron en herencia sus fundadores. Expreso mi sincero agradecimiento a todos los componentes de esta benemérita institución.

    Por tanto, volvemos a la pregunta: ¿qué cultura? Me alegra que el rector, en sus palabras de introducción, haya destacado la "misión" originaria y siempre actual de la Universidad católica: hacer investigación científica y actividad didáctica según un proyecto cultural y formativo coherente, al servicio de las nuevas generaciones y del desarrollo humano y cristiano de la sociedad. A este propósito, es riquísimo el patrimonio de enseñanzas legado por el Papa Juan Pablo II, que culminó en la constitución apostólica Ex corde Ecclesiae, de 1990. Él demostró siempre que el hecho de ser "católica" no rebaja en absoluto a la universidad, sino que más bien la valora al máximo. En efecto, si toda universidad tiene como misión fundamental "la constante búsqueda de la verdad mediante la investigación, la conservación y la comunicación del saber para el bien de la sociedad" (ib., 30), una comunidad académica católica se distingue por la inspiración cristiana de las personas y de la comunidad misma, por la luz de la fe que ilumina la reflexión, por la fidelidad al mensaje cristiano tal como lo presenta la Iglesia y por el compromiso institucional al servicio del pueblo de Dios (cf. ib., 13).

    Por eso, la Universidad católica es un gran laboratorio en el que, según las diversas disciplinas, se elaboran itinerarios siempre nuevos de investigación en una confrontación estimulante entre fe y razón, orientada a recuperar la síntesis armoniosa lograda por santo Tomás de Aquino y por los otros grandes del pensamiento cristiano, una síntesis contestada, lamentablemente, por importantes corrientes de la filosofía moderna. La consecuencia de esta contestación ha sido que, como criterio de racionalidad, se ha afirmado de modo cada vez más exclusivo el de la demostración mediante el experimento. Así, las cuestiones fundamentales del hombre —como vivir y morir— quedan excluidas del ámbito de la racionalidad, y se dejan a la esfera de la subjetividad.

    Como consecuencia, al final desaparece la cuestión que dio origen a la universidad —la cuestión de la verdad y del bien—, siendo sustituida por la cuestión de la factibilidad. Por tanto, el gran desafío de las universidades católicas consiste en hacer ciencia en el horizonte de una racionalidad verdadera, diversa de la que hoy domina ampliamente, según una razón abierta a la cuestión de la verdad y a los grandes valores inscritos en el ser mismo y, por consiguiente, abierta a lo trascendente, a Dios.

    Ahora bien, sabemos que esto es posible precisamente a la luz de la revelación de Cristo, que unió en sí a Dios y al hombre, la eternidad y el tiempo, el espíritu y la materia. "En el principio existía el Verbo —el Logos, la razón creadora—. (...) Y el Verbo se hizo carne" (Jn 1, 1. 14). El Logos divino, la razón eterna, está en el origen del universo, y en Cristo se unió una vez para siempre a la humanidad, al mundo y a la historia. A la luz de esta verdad capital de fe y, al mismo tiempo, de razón, es posible nuevamente, en el tercer milenio, conjugar fe y ciencia.

    Sobre esta base se desarrolla el trabajo diario de una universidad católica. ¿No es una aventura que entusiasma? Sí, lo es porque, moviéndose dentro de este horizonte de sentido, se descubre la unidad intrínseca que existe entre las diversas ramas del saber: la teología, la filosofía, la medicina, la economía, cada disciplina, incluidas las tecnologías más especializadas, porque todo está unido.
    Elegir la Universidad católica significa elegir este planteamiento que, a pesar de sus inevitables límites históricos, caracteriza la cultura de Europa, a cuya formación las universidades nacidas históricamente "ex corde Ecclesiae" han dado efectivamente una aportación fundamental.

    Por tanto, queridos amigos, con renovado amor a la verdad y al hombre echad las redes mar adentro, en la alta mar del saber, confiando en la palabra de Cristo, aun cuando sintáis el cansancio y la desilusión de no haber "pescado" nada. En el vasto mar de la cultura Cristo necesita siempre "pescadores de hombres", es decir, personas de conciencia y bien preparadas, que pongan su competencia profesional al servicio del bien, es decir, en último término, del reino de Dios.
    También el trabajo de investigación dentro de la universidad, si se realiza desde una perspectiva de fe, ya forma parte de este servicio al Reino y al hombre. Pienso en toda la investigación que se lleva a cabo en los múltiples institutos de la Universidad católica: está destinada a la gloria de Dios y a la promoción espiritual y material de la humanidad. En este momento pienso en particular en el instituto científico que vuestro Ateneo quiso ofrecer al Papa Juan Pablo II el 9 de noviembre de 2000, con ocasión de su visita a esta sede para inaugurar solemnemente el año académico.

    Deseo afirmar que el "Instituto científico internacional Pablo VI de investigación sobre la fertilidad e infertilidad humana para una procreación responsable" me interesa mucho. En efecto, por sus finalidades institucionales se presenta como ejemplo elocuente de la síntesis entre verdad y amor que constituye el centro vital de la cultura católica. Ese Instituto, nacido para responder al llamamiento realizado por el Papa Pablo VI en la encíclica Humanae vitae, se propone dar una base científica segura tanto a la regulación natural de la fertilidad humana como al compromiso de superar de modo natural la posible infertilidad. Haciendo míos el aprecio y la gratitud de mi venerado predecesor por esta iniciativa científica, deseo que tenga el apoyo necesario en la prosecución de su importante actividad de investigación.

    Ilustres profesores y queridos alumnos, el año académico que hoy inauguramos es el 85° de la historia de la Universidad católica del Sagrado Corazón. En efecto, las clases comenzaron en Milán en diciembre de 1921, con cien inscritos, en las dos facultades: ciencias sociales y filosofía. A la vez que con vosotros doy gracias al Señor por el largo y fecundo camino realizado, os exhorto a permanecer fieles al espíritu de los comienzos, así como a los Estatutos, que son la base de esta institución. Así podréis realizar una fecunda y armoniosa síntesis entre la identidad católica y la plena inserción en el sistema universitario italiano, según el proyecto de Giuseppe Toniolo y del padre Agostino Gemelli. Este es el deseo que expreso hoy a todos vosotros: seguid construyendo día a día, con entusiasmo y alegría, la Universidad católica del Sagrado Corazón. Es un compromiso que acompaño con mi oración y con una especial bendición apostólica.


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    DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
    AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE POLONIA
    EN VISITA "AD LIMINA"

    Sábado 26 de noviembre de 2005



    ¡Alabado sea Jesucristo!

    Os doy mi cordial bienvenida, queridos hermanos en el ministerio episcopal. Me alegra acogeros durante esta visita ad limina Apostolorum.

    He seguido con atención vuestras relaciones sobre la vida de la Iglesia en las diócesis de las que sois responsables. Os agradezco el empeño que ponéis cada día como pastores de la grey del Señor, animando con vuestra autoridad apostólica el ministerio pastoral de los presbíteros, la realización de los carismas de las comunidades religiosas y el desarrollo espiritual de los fieles laicos. Doy gracias a Dios por todos los frutos que produce este camino común hacia la casa del Padre, tras las huellas de Cristo, a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo. Vuestra presencia aquí es signo del vínculo espiritual de la Iglesia en Polonia con la Sede apostólica y con el Sucesor de san Pedro. Recuerdo con emoción la gran oración con la que los polacos acompañaron a Juan Pablo II durante todo su pontificado y, de modo particular, en los días de su paso a la gloria del Señor. Me alegra poder contar con el mismo apoyo de vuestra oración. Es un don que aprecio mucho y que pido continuamente.

    1. Durante nuestros coloquios se han tratado muchos temas. Entre ellos he elegido hoy la cuestión de la educación cristiana, pues es una de las tareas más fundamentales inscritas establemente en la misión salvífica de la Iglesia y en nuestro servicio episcopal.

    Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Ecclesia in Europa, pidió encarecidamente a la Iglesia en nuestro continente que dedicara una atención cada vez mayor a la educación de los jóvenes en la fe (cf. n. 61). Sabemos que aquí no se trata sólo de la didáctica, de perfeccionar los métodos de transmisión del saber; se trata de una educación basada en el encuentro directo y personal con el hombre, en el testimonio —es decir, en la auténtica transmisión de la fe, de la esperanza, de la caridad, y de los valores que derivan directamente de ellas— de persona a persona. Por tanto, se trata de un auténtico encuentro con otra persona, a la que primero hay que escuchar y comprender. Juan Pablo II fue para nosotros un modelo perfecto de este encuentro con el hombre.

    El fiel y fructuoso cumplimiento de la misión de educar ante la que la Iglesia se encuentra hoy, requiere una adecuada valoración de la situación de los jóvenes que son objeto de dicha misión. En primer lugar, es preciso considerar su situación familiar, puesto que la familia sigue siendo la cuna fundamental de la formación de la persona humana. Soy consciente de que las dificultades económicas, el índice de desempleo que se mantiene elevado y la solicitud por garantizar la existencia material influyen en la forma de vida de numerosas familias polacas. No es posible formar actitudes verdaderamente auténticas, sin tener en cuenta estos problemas, que viven también los jóvenes.

    Es necesario ver también muchos fenómenos positivos que sostienen y ayudan la educación en la fe.
    Son numerosísimos los jóvenes que manifiestan una profunda sensibilidad ante las necesidades de los demás, especialmente de los pobres, los enfermos, las personas solas y los discapacitados. Por eso, emprenden varias iniciativas para llevar ayuda a los necesitados. Existe también un auténtico interés por las cuestiones de fe y religión, la necesidad de estar con los demás en grupos organizados e informales, y el fuerte deseo de experimentar a Dios. Lo testimonia la numerosa participación de los jóvenes polacos en los ejercicios espirituales, en los Encuentros europeos de jóvenes y en las Jornadas mundiales de la juventud. Todo esto constituye una buena base para la solicitud pastoral por el desarrollo espiritual de la juventud.

    La educación en la fe debe consistir antes que nada en cultivar lo bueno que hay en el hombre. El desarrollo del voluntariado, inspirado por el espíritu del Evangelio, ofrece una gran ocasión educativa. Quizá valga la pena crear grupos juveniles de la Cáritas en las parroquias o en las escuelas. En las iniciativas educativas de la Iglesia también sería oportuno responder al interés por las cuestiones de fe, emprendiendo iniciativas que sirvan para acostumbrar a los niños y a los jóvenes al gusto de la oración. Una gran ocasión son los ejercicios espirituales, particularmente los que se hacen en completo silencio, las jornadas de retiro para diversos grupos, y también las escuelas de oración organizadas de modo sistemático en las parroquias. Una magnífica ocasión para esto son los ejercicios espirituales en la escuela en los períodos de Adviento y Cuaresma.
    También es preciso esforzarse para que surjan centros de ejercicios espirituales y otros lugares de oración y recogimiento, a fin de que, sin preocuparse de su coste material, se conviertan efectivamente en centros de formación espiritual accesibles a todos los que buscan un contacto más profundo con Dios.

    Entre las diversas formas de oración, la liturgia ocupa un lugar particular. En Polonia los jóvenes participan en gran número y activamente en la santa misa dominical. Es necesario intensificar aún más los esfuerzos para que la solicitud de los sacerdotes por la adecuada celebración de la liturgia, por la belleza de la palabra, del gesto y de la música sea signo cada vez más visible del Misterio salvífico que se realiza en ella. Asimismo, es preciso que los jóvenes, mediante una participación activa en la preparación de la liturgia, a través de su implicación en la liturgia de la Palabra, en el servicio del altar, o en la música, se inserten en la acción litúrgica. Entonces se sentirán partícipes en el Misterio, que introduce en el mundo de Dios y, simultáneamente, lo orienta hacia el mundo de las personas atraídas por el mismo amor de Cristo.

    Durante los treinta años pasados, muchos jóvenes se han formado según esta orientación en el ámbito de la actividad del movimiento de los "oasis", llamado "Luz y Vida". La espiritualidad de este movimiento se centra en el encuentro con Dios en la sagrada Escritura y en la Eucaristía; por eso, está profundamente unido a la parroquia y a su vida litúrgica. Queridos hermanos en el episcopado, os pido que sostengáis este movimiento particularmente eficaz en la obra de educación en la fe, naturalmente, sin descuidar los demás movimientos.

    Sé que durante la última visita ad limina, Juan Pablo II os exhortó a hacer renacer en Polonia la Acción católica junto con la Asociación católica juvenil. Esta tarea se ha realizado a nivel estructural. Sin embargo, es necesario hacer todo lo posible para que la Acción católica y la Asociación católica juvenil tengan un programa cada vez más transparente y maduro, y para que se elabore su propio perfil espiritual.

    2. La formación de la generación joven es una tarea que corresponde a los padres, a la Iglesia y al Estado. Por eso, respetando una oportuna autonomía, hace falta una colaboración muy estrecha de la Iglesia con la escuela, con los ateneos y con las demás instituciones laicas que se ocupan de la educación de la juventud.

    Gracias a los cambios ocurridos en 1989 y a todas las consecuencias derivadas de ellos, esta colaboración cobró nuevas dimensiones. Se han elaborado: el Directorio polaco de catequesis, las Bases programáticas de la catequesis, y en algunos centros de Polonia se han preparado programas y libros de texto para la enseñanza de la religión. Es verdad que este pluralismo programático puede servir bien para la evangelización y la educación religiosa en la escuela y en las parroquias, pero también vale la pena reflexionar sobre si la variedad de programas y libros de texto no dificulta a los alumnos la adquisición de un conocimiento religioso sistemático y ordenado.

    Sin embargo, por lo que atañe a la enseñanza de la religión y a la catequesis en la escuela, no se pueden reducir estas materias a la dimensión de tratado de religión o de ciencias de la religión, aunque esto sea lo que esperan algunos ambientes. La enseñanza de la religión en la escuela, impartida por profesores clérigos y laicos, sostenida por el testimonio de docentes creyentes, debe conservar su auténtica dimensión evangélica de transmisión y testimonio de fe.

    Quiero expresaros mi aprecio por haber asumido el compromiso de la catequesis parroquial, que completa la enseñanza de la religión en la escuela. Por lo general, esta es la catequesis de niños y jóvenes que se preparan para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana. Sin embargo, no debe limitarse a estos grupos. En particular, se trata de lograr que la juventud que estudia fuera del ámbito de su parroquia participe activamente en la vida parroquial.

    3. La colaboración en la obra de la educación por parte de los padres y de los demás laicos exige una preparación personal y una profundización continua del conocimiento religioso, de la espiritualidad y de la corrección de las actitudes según el Evangelio y el Magisterio. Por eso, os exhorto vivamente a vosotros, obispos, a intensificar los esfuerzos para organizar la catequesis de adultos donde falte y para sostener los ambientes que ya imparten una enseñanza de este tipo. Esta catequesis debe basarse en la Escritura y en el Magisterio. En su desarrollo puede servir de ayuda el Catecismo de la Iglesia católica, el Compendio de la doctrina social de la Iglesia o el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, publicado recientemente. Una ayuda particular en la catequesis de adultos puede ser el abundante magisterio de mi venerado predecesor Juan Pablo II. Durante sus numerosas peregrinaciones a Polonia dejó un rico patrimonio de la sabiduría que brota de la fe, el cual, al parecer, hasta ahora no ha sido asimilado del todo. En este contexto, ¡cómo no recordar sus encíclicas, exhortaciones, cartas y tantas otras intervenciones que constituyen una fuente inagotable de la sabiduría cristiana!

    4. Para los pastores de la Iglesia en Polonia, el aumento del número de jóvenes que, al llegar a la madurez, eligen las escuelas superiores y de quienes emprenden los estudios universitarios es un desafío para una búsqueda continua de nuevas formas de pastoral universitaria.

    Después de años de falta de libertad, la Iglesia ha podido instituir en Polonia nuevas universidades y facultades teológicas, la mayor parte de las cuales ha entrado en las estructuras de las universidades estatales. En las facultades teológicas enseñan muchos teólogos insignes y expertos. Su trabajo de investigación basado en la Revelación es la propuesta de la verdad de que Dios es Amor, que el mundo es su don, y que el hombre no es sólo señor del mundo creado, sino que también está llamado a un mundo nuevo en el reino de Dios. Queridos hermanos en el episcopado, os exhorto a sostener los ambientes científicos eclesiales, a cuidar la instrucción y el desarrollo del personal perteneciente al clero y al laicado, y a proveer a su adecuada base material.

    5. La contribución de la Iglesia al proceso de educación se expresa también en las iniciativas en favor de la cultura. En la sede de la Unesco en París, Juan Pablo II dijo: "La cultura es un modo específico del "existir" y del "ser" del hombre. (...) La cultura es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre. (...) El hombre, y sólo el hombre, es "autor" o "artífice" de la cultura, (...) se expresa en ella y en ella encuentra su propio equilibrio" (Discurso del 2 de junio de 1980, nn. 6-7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, p. 11).

    De las generaciones precedentes Polonia ha recibido un rico patrimonio cultural basado en los valores cristianos. Con este patrimonio ha entrado a formar parte de la Unión europea. Ante un proceso, que se está intensificando, de secularización y de abandono de los valores cristianos, Polonia no debe perder este patrimonio. Al contrario, las actitudes negativas y las amenazas a la cultura cristiana, visibles también en Polonia, son para la Iglesia una llamada a un esfuerzo ulterior en favor de una constante evangelización de la cultura. Se trata de impregnar las categorías del pensamiento de los contenidos y los valores del Evangelio, de los criterios, de las valoraciones y de las normas del comportamiento humano, tanto en la dimensión individual como en la social.

    Hoy los medios de comunicación social desempeñan un papel particular en el mundo de la cultura. Se sabe que no sólo informan, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios. Por tanto, pueden constituir un valioso instrumento de evangelización. Los hombres de Iglesia, especialmente los cristianos laicos, están llamados a promover en un radio de acción aún mayor los valores evangélicos por medio de la prensa, la radio, la televisión e internet. Sin embargo, una importante tarea de los pastores de la Iglesia es la solicitud no sólo por una preparación profesional de los agentes de los medios de comunicación social, sino también por su formación espiritual, humana o ética. Queridos hermanos en el episcopado, os animo a establecer un contacto benévolo con los ambientes de los periodistas y de los demás agentes de los medios de comunicación. Podría ser oportuno organizar para ellos un sector específico de la pastoral.

    Quiero encomendar también a vuestra atención especial, queridos hermanos, la cuestión de la institución y del uso de las emisoras católicas de radio y televisión en la obra de evangelización de la cultura, ya sea de carácter local, regional o nacional. Pueden desarrollar una obra valiosa para la nueva evangelización y la difusión de la doctrina social de la Iglesia. Han de proclamar la verdad de Dios, sensibilizando al mundo actual sobre el patrimonio de los valores cristianos; su objetivo principal ha de ser el acercamiento a Cristo, la construcción de la comunidad de la Iglesia con el espíritu de la búsqueda de la verdad, del amor, de la justicia y de la paz, en el respeto de la autonomía de la esfera política. En todo caso, será necesario que, en cuanto realizan una acción pastoral, mantengan relaciones abiertas y confiadas con los obispos, de acuerdo con la responsabilidad que es propia de ellos en este campo.

    No se puede por menos de mencionar la prensa católica nacional, diocesana y parroquial, que contribuye en gran medida a la propagación de la cultura de la verdad, del bien y de la belleza. La solicitud por el desarrollo de la prensa católica significa no sólo llevarla a un nivel superior, sino también extender su radio de acción. Por tanto, los responsables han de preocuparse por darle un perfil alto, digno de la tradición cultural católica de Polonia.

    Al final de esta reflexión y como conclusión, deseo recordar las palabras del concilio Vaticano II, que enseñaba en la declaración Gravissimum educationis: "Todos los cristianos, puesto que mediante la regeneración por el agua y el Espíritu se han convertido en una criatura nueva y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana. Esta no persigue sólo la madurez antes descrita de la persona humana, sino que busca que los bautizados, mientras se inician gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación, sean cada vez más conscientes del don recibido de la fe. (...) Por lo cual, este Concilio recuerda a los pastores de almas su gravísima obligación de disponer las cosas de tal modo que todos los fieles gocen de esta educación cristiana, especialmente los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia" (n. 2).

    Esta exhortación es siempre actual, y puede que sea más comprometedora hoy, ante los nuevos desafíos que plantean los fenómenos sociales actuales. Expreso el deseo de que la luz del Espíritu Santo os acompañe a vosotros, aquí presentes, y a todos los obispos polacos en su realización perseverante.

    Que la bendición de Dios os sostenga a vosotros y vuestras diócesis en la obra de formación de las mentes y los corazones humanos. ¡Dios os sea propicio!


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    00 18/05/2013 19:21

    ALOCUCIÓN DEL PAPA BENEDICTO XVI
    AL CARDENAL GABRIEL ZUBEIR WAKO,
    ARZOBISPO DE JARTUM (SUDÁN)

    Lunes 28 de noviembre de 2005



    Eminencia;
    queridos hermanos en el episcopado;
    distinguidos visitantes:

    Me alegra daros la bienvenida al Vaticano y, a través de vosotros, envío un cordial saludo al pueblo de vuestro país. Aprecio mucho los sentimientos que han impulsado vuestra visita, y deseo aseguraros mis oraciones y mi profunda solicitud por el desarrollo pacífico de la vida civil y eclesial en vuestra nación.

    El fin de la guerra civil y la promulgación de una nueva Constitución han dado esperanza al sufrido pueblo de Sudán. Aunque ha habido contratiempos a lo largo del camino de reconciliación, especialmente la trágica muerte de John Garang, ahora existe una oportunidad sin precedentes y la Iglesia tiene el deber de contribuir significativamente al proceso de perdón y reconstrucción nacional. Los católicos, aunque son una minoría, pueden contribuir en gran medida con el diálogo interreligioso y con la prestación de los servicios sociales más necesarios. Por eso, os aliento a emprender las iniciativas necesarias para hacer realidad de esa manera la presencia salvífica de Cristo.

    El horror de los hechos acaecidos en Darfur, a los que mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II se refirió en muchas ocasiones, subraya la necesidad de una resolución internacional más fuerte para garantizar la seguridad y los derechos humanos fundamentales. Hoy uno mi voz al clamor de los que sufren y os aseguro que la Santa Sede, junto con el nuncio apostólico en Jartum, seguirá haciendo todo lo posible para poner fin al ciclo de violencia y miseria.

    Queridos amigos, sobre vosotros y sobre vuestro pueblo invoco las bendiciones de Dios de sabiduría, fortaleza y paz.


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    Ai partecipanti all'Incontro promosso dalla Fondazione "Latinitas" (28 novembre 2005)


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