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Ratzinger explica el cristiano y el mundo contemporáneo

Ultimo Aggiornamento: 11/12/2014 08:52
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11/12/2014 08:49




2. Las características del mundo contemporáneo

Lo que se ha dicho hasta ahora ha mostrado, en cierta medida, el concepto de "mundo", que se presenta en la tradición de la fe bíblica; queda ahora por desarrollar la segunda - y más difícil - mitad de nuestra tarea, el problema de la identificación de lo que es distintivo en el mundo de "hoy". Es imposible hacer, acerca de este argumento, afirmaciones ni remotamente exhaustivas. Lo que se puede intentar es un examen de la particularidad histórica de la época que se inicia a partir del siglo XIX, en comparación con las etapas anteriores de la historia. Sin ninguna pretensión de exhaustividad, podemos mencionar dos certezas características que dan el sello a la relación con el mundo de la era moderna: la experiencia de la unidad del mundo y de su secularidad y la experiencia de la "producibilidad del mundo." Ahora vamos a pensar un poco más de cerca el significado de estas dos fórmulas.

1. La experiencia de la unidad en el mundo. El descubrimiento de América, en el comienzo de la era moderna, llevó de alguna manera a la "desmitificación" de la tierra y del océano. La tierra se revela como tierra, como el único mundo del único hombre. Una breve referencia a la historia del pensamiento puede ilustrar mejor lo que quiero decir. En el XXVI Canto del infierno, Dante describe su encuentro con Ulises (Odiseo), quien le cuenta su destino final; no encontramos ninguna mención de ello en la Odisea de Homero. Después de su regreso, el gran viajero no podía soportar quedarse en casapor mucho tiempo. El salió de nuevo hacia un viaje mucho más imprudente. Pasa a través del Estrecho de Gibraltar, sobrepasa el hito del límite fijado por el hombre, que el mismo Hércules, el semidiós, había respetado, y continúa por el océano que bordea el mundo. Al final del "viaje loco" (según la definición de Dante), Odiseo se estrella con su nave contra la montaña del Purgatorio; que no pasó impunemente los límites establecidos por el hombre. El verdadero 'Ulises', o sea Colón, quien, un siglo y medio después de Dante, navegó en el océano, no se estrelló contra la montaña del Purgatorio, sino que descubrió América.

En esta contraposición se esconde mucho más que una pequeña broma de la historia del pensamiento. Expresa una conmoción espiritual que, desde hace no mucho tiempo, ha sido superada desde el interior. El mundo que, un tiempo, en las proximidades de sus fronteras, se transformaba naturalmente en lo metafísico y lo eterno, gracias a los descubrimientos de la era moderna, se revela como puro mundo. En todas sus partes es más que mundo. La desmitificación de la tierra, que se inició por Colón, sigue, con el desarrollo del descubrimiento de Copérnico, la desmitificación del cielo. El progreso mensurable de la astronomía muestra inexorablemente que incluso el "cielo", que vemos en nuestras cabezas, no es "cielo", sino de nuevo sólo "mundo." Ni siquiera es un cosmos - como Dante había descrito, de acuerdo con la teología de su tiempo - que, a partir de una estructura metafísica cada vez más alta, llega hasta el "empíreo", a la casa de Dios; incluso el cielo es un mundo de la misma especie de lo que estamos acostumbrados.

Desde el siglo pasado, a esta desmitificación local de la imagen del mundo se suma, de modo creciente, incluso una temporal. El mundo es visto en un futuro. En él no encuentran más lugar las distinciones entre antes y después del pecado original, entre antes y después de la salvación. El experto en ciencias naturales afirma que la estructura del mundo y el comportamiento de los seres vivos no tienen ninguna diferencia antes y después de la aparición del hombre.

El historiador sostiene que la estructura de la historia y la manera de proceder del hombre siguen siendo los mismos a lo largo de la duración de la historia. Ambos niegan las distinciones que conforman el sistema de coordenadas de la concepción histórica de la teología: lo teológico ha desaparecido tanto de la "geografía" temporal, exactamente calculable, como de la local. Aquí tambiénel mundo se ha convertido en un único, idéntico "mundo."

Estas dos conclusiones no suprimen la fe, pero cambian los presupuestos de base, de los cuales ella se debe desarrollar y ampliar. En ambas ocasiones, la fe podría malinterpretarse peligrosamente a sí misma, si quisiera negar los nuevos descubrimientos reales; ella, más bien, debe asumirlas como una premisa de sus afirmaciones, si no quiere rebajarse a sí misma hasta el punto de convertirse en un anacronismo. Y aquí hay todavía mucho por hacer.

2. La experiencia de la viabilidad del mundo. De la experiencia de la secularidad del mundo proviene el reconocimiento de su viabilidad, que introduce, desde principios del siglo XIX, la segunda fase de la era moderna, la del desarrollo técnico del mundo. Los cambios, que gracias a ella se han realizado en la relación global del hombre con la realidad y la orientación general de la existencia, se han descrito muchas veces y a suficiencia; no hay necesidad de repetirlos aquí. Está claro que la situación del hombre se ha modificado si èl no encuentra en ninguna parte el en sí de la naturaleza, sino en todas partes se encuentra sólo a sí mismo, si él no se encuentra con el ars Dei, sino sólo en la técnica del hombre, que ha llegado a ser para él el espacio de su existencia. Tomando esto por sentado, ocupémonos enseguida de las consecuencias que se derivan en la conducta espiritual del hombre. Ellas son de una magnitud extraordinaria.

a) Se ha cambiado la relación con el trabajo y con la misión terrenal. Mientras que para la antigüedad, la liberación plena de las preocupaciones terrenales para dedicarse ''al ocio en favor de la verdad", fue el verdadero ideal, mientras que el ocuparse de las cosas terrenas aparecía, por lo tanto, como una carga y una desviación de lo esencial, el hombre de hoy considera el servicio al mundo casi como una especie de fervor religioso. Él no tiene en cuenta la huida del mundo y mucho menos del ocio; considera positiva la capacidad del hombre el cambiar la apariencia de este mundo, la extracción de sus posibilidades, la mejora de su habitabilidad.

b) Ha cambiado la actitud hacia la cultura y la ciencia. La magnífica frase de Tertuliano: "¿Qué tiene en común Jerusalén y con Atenas?" expresa una cierta posición particularmente extremista, pero es indicativo de una fundamental disposición de espíritu. Incluso el gran maestro de Occidente, Agustín, en su programa educativo quiere aceptar la ciencia sólo en la medida en que sea útil para la comprensión de la Escritura y para la edificación de la fe. Durante la Edad Media se utilizaba el tèrmino curiositas para indicar el deseo de saber, que al final, sólo puede alejar al hombre de lo esencial, que no es ciencia, sino la sapiencia. Y Buenaventura, respecto de sus colegas en la Facultad de Filosofía de París, que hacían presión para la autonomía de la ciencia, afirmó que no serviría para nada al hombre aprender a medir el mundo, si se olvidara, mientras tanto, cómo medirse a sí mismo.

El libro de la Imitación de Cristo, al final de la Edad Media, repitió una vez más el no energético a una concepción de la ciencia que es independiente de la salvación; y este último es uno de los componentes característicos de la era moderna y de su forma de entender la existencia. La dificultad de orientación del cristiano en el mundo científico contemporáneo tiene, como se puede ver, raíces muy profundas. Un vistazo a la primera carta a los Corintios nos dice que sería demasiado simplista hablar aquí de explicaciones erróneas, transmitidas por un largo tiempo; la locura de la cruz y la sabiduría del mundo no pueden fundirse en una síntesis feliz y animada. El problema que encontramos existía, por lo tanto,  en cierta medida, desde el principio; ha encontrado una muy amplia extensión sólo en un mundo "científico".

c) También cambió la actitud hacia la sociedad humana. Antigüedad y la Edad Media trataron de resolver el problema de las necesidades de los demás, principalmente en la forma de la "caritas", por medio del alivio momentáneo de la necesidad, que todavía no cambia nada sobre la condición en general como tal; se ve, en un mundo que se mueve hacia la destrucción, como irremediable. Hoy, sin embargo, nos encontramos con una disposición casi fanática por la justicia, por la aplicación de las condiciones y ordenamientos que garanticen a cada uno su propio derecho, de modo que no necesite las "limosnas". En consecuencia, la caritas de un tiempo aparece al observador contemporáneo en una luz  problemática; él la ve como un intento de eximirse de la justicia que representaría la premisa de una verdadera caritas.

Mientras tanto se puede ver, poco a poco, algo parecido a un autocrítica de esta tendencia en una situación en la que el desarrollo técnico tiende a un punto de saturación tal que puede llevar a su auto supresión, si no se deja de nuevo fecundar y limitar de concepciones de valor, que se consideran superadas y enterradas por mucho tiempo. Se podría fácilmente demostrar refiriéndose a cada uno de los tres puntos que hemos mencionado como un ejemplo de la nueva actitud. ¿Qué es lo que aumenta la habitabilidad del mundo? Después de que la comodidad, lograda por la tecnología, ha alcanzado su desarrollo extremo, surge la nostalgia por la simplicidad de los orígenes; el mundo autoproducido, del que el hombre está rodeado por todas partes, se convierte en la prisión, que hace surgir el grito hacia la libertad, hacia algo totalmente diferente. Nos damos cuenta de que el tiempo libre no sustituye el ocio, que el ocio quiere ser aprendido de nuevo, si el trabajo desea mantener un sentido.

La afirmación de que el hombre, que construye todo el mundo para sí mismo, a fin de cuentas, destruye, ya sea el mundo como su particular espacio de vida, ya no es más una profecía de Casandra, actuada por los románticos, en contra de la técnica, sino una evaluación de sí misma por parte de la técnica.  La ciencia devaluada se convierte así en la pesadilla y la verdadera acusada de todo el progreso; la ideología es una ventaja; en ella emerge de nuevo, sin vergüenza, el deseo de la sabiduría, de la contemplación y la libertad interior que ella da.
Está claro, por último, que un amor, que debe reemplazar una justicia, que no es amor sino un juez que quiera hacer superfluo el amor, es un fantasma de Satanás; y se lo puede ver aún más claramente si nos fijamos en las sociedades que quieren curar al hombre sólo por medio del sistema, transformando así la moral en el fanatismo para el futuro; pero, de este modo, destruyen al hombre desde adentro.

En esta comparación de experiencias y conocimientos toma forma el dilema del cristianismo moderno. Por un lado, la era moderna renuncia a él por los ideales de la libertad, la humanización del mundo a través del poder de la razón humana y la justicia; se tiene aquí la impresión, sin embargo, que las fuerzas impulsoras de este éxodo de la Iglesia fueran tomadas desde el núcleo del mensaje cristiano; se abre camino la idea de que en este movimiento clásico de la era moderna se lleve a término el contenido más profundo del cristianismo y, por tanto, el cristiano deba decidirse, con la mayor rapidez, a entrar en este movimiento, a estimularlo, para convertirse en un verdadero cristiano en virtud de su absoluta solidaridad con el espíritu de la era moderna.

Por otra parte queda la pregunta de si un cristiano no deba ejercer su tarea de correjir y proteger al hombre de sí mismo. El camino del cristianismo en la época moderna hace ver, por lo tanto, un singular zig-zag de movimientos : en el iluminismo se sube con decisión al tren de la era moderna; más tarde, después de las convulsiones de la revolución y de las guerras que ellas suscitaron, se vuelve, más bien asustados, a lo que es parte constitutiva de la Iglesia. Después del nuevo refuerzo de una acusación de herejía cada vez más decisiva, dirigida al gueto eclesiástico de ese período (que no incluye los grandes impulsos, que justo en ese momento entraron en acción, tanto en el campo social como en el educativo, gracias a las fundaciones de nuevos órdenes y nuevos movimientos laicos), se produjo una nueva, radical solidaridad con el espíritu contemporáneo y, finalmente, surgió el dilema de las divisiones contemporáneas y una Iglesia con problemas dentro.

El trágica unilateralidad de los últimos debates conciliares se debió al predominio del trauma del atraso y de un énfasis de recuperada modernidad, que permaneció ciega respecto de la contradicción del mundo contemporáneo y, debido a la reacción demasiado doctrinaria y escolástica de la  oposición conciliar, no pudo ni siquiera acercarse a la crudeza de la situación real. Por tanto, las consecuencias de lo que no se decidió en el debate conciliar deben ser soportadas ahora, y con dificultad, en la Iglesia post-conciliar; pero tal vez el sufrir juntos por esta situación es también el único camino por el cual podemos encontrar una forma de conocimiento que nos haga progresar.






Fraternamente CaterinaLD

"Siamo mendicanti e chiediamo agli altri anche le loro idee, come la staffetta della posta che riceve il documento dalle mani di uno e poi corre per darlo ad un altro. Faccio una timida parafrasi delle parole di chi ci ha preceduto nel cammino della fede, per annunciarle ad altri."
(fr. Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP
Maestro dell’Ordine)
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