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2009

Ultimo Aggiornamento: 11/09/2013 11:47
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Papa Ratzi Superstar









"CON IL CUORE SPEZZATO... SEMPRE CON TE!"
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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN EL REZO DEL SANTO ROSARIO
CON OCASIÓN DEL VI ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
EN CIUDAD DE MÉXICO

Sábado 17 de enero de 2009



Queridos hermanos y hermanas,
Queridas familias:

1. A todos ustedes congregados para celebrar el VI Encuentro Mundial de las Familias bajo la maternal mirada de Nuestra Señora de Guadalupe, «les deseo la gracia y la paz de Dios Padre y del Señor Jesucristo» (2 Ts 1,2).

Acaban de rezar el Santo Rosario, contemplando los misterios gozosos del Hijo de Dios hecho hombre, que nació en la familia de María y José, y creció en Nazaret dentro de la intimidad doméstica, entre las ocupaciones diarias, la oración y las relaciones con los vecinos. Su familia lo acogió y lo protegió con amor, lo inició en la observancia de las tradiciones religiosas y de las leyes de su pueblo, lo acompañó hacia la madurez humana y hacia la misión a la cual estaba destinado. «Y Jesús –dice el Evangelio de San Lucas– crecía en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres» (Lc 2,52).

Los misterios gozosos se han ido alternando con el testimonio de algunas familias cristianas provenientes de los cinco continentes, que son como un eco y un reflejo en nuestro tiempo de la historia de Jesús y su familia. Estos testimonios nos han mostrado cómo la semilla del Evangelio continúa germinando y dando fruto en las diversas situaciones del mundo de hoy.

2. El tema de este VI Encuentro Mundial de las Familias –La familia formadora en los valores humanos y cristianos– viene a recordar que el ambiente doméstico es una escuela de humanidad y de vida cristiana para todos sus miembros, con consecuencias beneficiosas para las personas, la Iglesia y la sociedad. En efecto, el hogar está llamado a vivir y cultivar el amor recíproco y la verdad, el respeto y la justicia, la lealtad y la colaboración, el servicio y la disponibilidad para con los demás, especialmente para con los más débiles. El hogar cristiano, que debe «manifestar a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la naturaleza auténtica de la Iglesia» (Gaudium et spes, 48), ha de estar impregnado de la presencia de Dios, poniendo en sus manos el acontecer cotidiano y pidiendo su ayuda para cumplir adecuadamente su imprescindible misión.

3. Para ello es de suma importancia la oración en familia en los momentos más adecuados y significativos, pues, como el Señor mismo ha asegurado: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy ahí en medio de ellos» (Mt 18,20). Y el Maestro está ciertamente con la familia que escucha y medita la Palabra de Dios, que aprende de Él lo más importante en la vida (cfr. Lc 10,41-42) y pone en práctica sus enseñanzas (cf. Lc 11, 28). De este modo, se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más, como una casa construida sobre roca (cf. Mt 7,24-25). No dejen los Pastores de ayudar a las familias a que gusten fructuosamente la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura.

4. Con la fuerza que brota de la oración, la familia se transforma en una comunidad de discípulos y misioneros de Cristo. En ella se acoge, se transmite y se irradia el Evangelio. Como decía mi venerado predecesor el Papa Pablo VI: «Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido» (Evangelii nuntiandi, 71).

La familia cristiana, viviendo la confianza y la obediencia filial a Dios, la fidelidad y la acogida generosa de los hijos, el cuidado de los más débiles y la prontitud para perdonar, se convierte en un Evangelio vivo, que todos pueden leer (Cf. 2 Co 3,2), en signo de credibilidad quizás más persuasivo y capaz de interpelar al mundo de hoy. Ha de llevar también su testimonio de vida y su explícita profesión de fe a los diversos ámbitos de su entorno, como la escuela y las diversas asociaciones, así como comprometerse en la formación catequética de sus hijos y las actividades pastorales de su comunidad parroquial, especialmente aquellas relacionadas con la preparación al matrimonio o dirigidas específicamente a la vida familiar.

5. La convivencia en el hogar, al mostrar que libertad y solidaridad se complementan, que el bien de cada uno ha de contar con el bien de los otros, que las exigencias de la estricta justicia han de estar abiertas a la comprensión y el perdón en aras de un bien común, es un don para las personas y una fuente de inspiración para la convivencia social. En efecto, las relaciones sociales pueden tomar como referencia los valores constitutivos de la auténtica vida familiar para humanizarse cada día más y encaminarse hacia la construcción de «la civilización del amor».

Además, la familia es también célula vital de la sociedad, el primer y decisivo recurso para su desarrollo, y tantas veces el último amparo de las personas a las que las estructuras establecidas no llegan a cubrir satisfactoriamente en sus necesidades.

Por su función social esencial, la familia tiene derecho a ser reconocida en su propia identidad y a no ser confundida con otras formas de convivencia, así como a poder contar con la debida protección cultural, jurídica, económica, social, sanitaria y, muy particularmente, con un apoyo que, teniendo en cuenta el número de los hijos y los recursos económicos disponibles, sea suficiente para permitir la libertad de educación y de elección de la escuela.

Es necesario, por tanto, desarrollar una cultura y una política de la familia, que sean impulsadas también de manera organizada por las familias mismas. Por ello las aliento a unirse a las asociaciones que promueven la identidad y los derechos de la familia, según una visión antropológica coherente con el Evangelio, así como invito a dichas asociaciones a coordinarse y a colaborar entre ellas para que su actividad sea más incisiva.

6. Al terminar, exhorto a todos ustedes a tener una gran confianza, pues la familia está en el corazón de Dios, Creador y Salvador. Trabajar por la familia es trabajar por el futuro digno y luminoso de la humanidad y por la edificación del Reino de Dios. Invoquemos unidos humildemente la gracia divina, para que nos ayude a colaborar con ahínco y alegría en la noble causa de la familia, llamada a ser evangelizada y evangelizadora, humana y humanizadora. En esta hermosa tarea, nos acompaña con su maternal intercesión y con su protección celestial la Santísima Virgen María, a quien hoy invoco con el glorioso título de Nuestra Señora de Guadalupe, y en cuyas manos de Madre pongo a las familias de todo el mundo.

Muchas gracias.


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MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LA UNIÓN CATÓLICA DE LA PRENSA ITALIANA
CON OCASIÓN DEL 50 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN



Ilustrísimo señor doctor
Massimo Milone
Presidente de la Unión católica de la prensa italiana

Me han informado de que la Unión católica de la prensa italiana (Ucsi), de la que usted es presidente, celebra en estos días su asamblea nacional, recordando su 50° aniversario de fundación. Aprovecho esta circunstancia para expresarle a usted y a sus colegas mi cordial felicitación y, a la vez, para manifestarles mi aprecio por el valioso servicio que la Ucsi ha prestado, a lo largo de sus cincuenta años de vida, a la Iglesia y al país.

A medio siglo de distancia de la fundación de la Unión han cambiado muchas cosas. De modo visible en sectores como los que van de la ciencia a la tecnología, de la economía a la geopolítica; y, de modo menos notorio, pero más profundo y también más preocupante, en el ámbito de la cultura popular, en la que parece haberse debilitado notablemente, no sólo el respeto a la dignidad de la persona, sino también el sentido de valores como la justicia, la libertad y la solidaridad, que son esenciales para la supervivencia de una sociedad.

Vuestro trabajo de periodistas católicos, apoyado en un patrimonio de principios arraigados en el Evangelio, hoy resulta aún más arduo. En efecto, además del sentido de responsabilidad y del espíritu de servicio que os caracterizan, debéis tener una profesionalidad cada vez más marcada y a la vez una gran capacidad de diálogo con el mundo laico, en busca de valores comunes. Encontraréis tanto mayor escucha cuanto más coherente sea el testimonio de vuestra vida. Entre vuestros colegas laicos no son pocos los que en su interior esperan de vosotros un testimonio silencioso, sin etiquetas pero sustancial, de una vida inspirada en los valores de la fe.

Soy consciente de que estáis comprometidos en una tarea cada vez más exigente, en la que los espacios de libertad a menudo se ven amenazados y los intereses económicos y políticos con frecuencia predominan sobre el espíritu de servicio y sobre el criterio del bien común. Os exhorto a no ceder a componendas en valores tan importantes, sino a tener la valentía de ser coherentes, incluso a costa de pagarlo personalmente: la serenidad de la conciencia no tiene precio.

Os acompaño con mi oración, pidiendo al Señor que os ayude a estar siempre "dispuestos a responder a cualquiera que os pida razón de la esperanza que está en vosotros" (1 P 3, 15). Con este deseo, le envío a usted, señor presidente, a los dirigentes y a los miembros de la Unión católica de la prensa italiana, así como a sus familias, una bendición apostólica especial, prenda de abundantes favores celestiales.

Vaticano, 19 de enero de 2008

BENEDICTUS PP. XVI


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11/09/2013 11:05


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL ARZOBISPO DE TARRAGONA, CON OCASIÓN DE LA CLAUSURA
DEL AÑO JUBILAR POR 1750° ANIVERSARIO DEL MARTIRIO
DEL OBISPO SAN FRUCTUOSO
Y DE LOS DIÁCONOS SAN AUGURIO Y SAN EULOGIO



Al Señor Arzobispo de Tarragona
Mons. Jaume Pujol Balcells

Por medio del Señor Cardenal Julián Herranz, que como muestra de cercanía y aprecio me representa como Enviado Especial, me es grato hacerle llegar un caluroso saludo, así como al presbiterio, a los religiosos y religiosas y a los fieles de esa querida Iglesia particular, uniéndome a la acción de gracias al Señor por el Año Jubilar que ahora concluye, y con el cual se ha querido celebrar el 1750 aniversario del martirio de San Fructuoso, obispo de esa antiquísima sede, y de sus diáconos, San Augurio y San Eulogio.

La conmemoración de estos mártires nos lleva a pensar en una comunidad que, habiendo recibido en los albores del cristianismo el mensaje evangélico transmitido por los Apóstoles, supo confesar, vivir y celebrar su fe sin temor, incluso en un ambiente de incomprensión y hostilidad. El testimonio de quienes dieron su sangre por Cristo sigue iluminando y fortaleciendo la fe de la Iglesia, pues indica sin equívocos que el sentido y la plenitud de nuestra existencia, la razón de la mayor esperanza y más íntimo gozo, es la relación con Dios, fuente de la vida (cf. Spe salvi, 27).

Con este Año Jubilar, la comunidad eclesial de Tarragona, junto con quienes se han unido a ella, ha tenido una oportunidad privilegiada de apreciar el tesoro que lleva dentro y que ha de volver a brillar hoy para dar mayor esplendor y hondura a la vida cristiana en las personas, las familias y las relaciones sociales. Por eso ruego al Señor que este acontecimiento dé nuevos impulsos a una acción pastoral intensa, que haga sentir a todos la alegría y la responsabilidad de ser miembros vivos del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, con el mismo vigor y fidelidad de quienes son honrados como santos Patronos en esa Archidiócesis.

Con estos sentimientos, e invocando la maternal protección de la Santísima Virgen María sobre los Pastores y fieles de Tarragona, les imparto de corazón una especial Bendición Apostólica, que complacido hago extensiva a cuantos participan en las celebraciones conclusivas del mencionado Año Jubilar.

Vaticano, 19 de enero de 2009

BENEDICTUS PP. XVI


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CARTA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A SU BEATITUD IGNACE YOUSSIF III YOUNAN
NUEVO PATRIARCA DE ANTIOQUÍA DE LOS SIRIOS



A Su Beatitud
Ignace Youssif III Younan
Patriarca de Antioquía de los sirios

El mensaje, lleno de profunda confianza en el Señor, con el que Su Beatitud me ha informado de su elección a la sede patriarcal de Antioquía de los sirios, me acaba de llegar y me ha llenado de alegría.

Acojo de todo corazón, Hermano amado en Jesucristo, su petición de comunión eclesiástica, conforme a la costumbre y al voto de toda la Iglesia católica. Me alegra expresarle mi cordial felicitación con esta ocasión, asegurándole mi caridad fraternal.

Que el Señor, Maestro de la historia y Pastor de la Iglesia, lo llene de sus gracias a lo largo de su nuevo ministerio, para gloria de Dios, consuelo de las almas confiadas a su paternal solicitud y bien de la Iglesia universal.

Encomendándolo a Nuestra Señora de la Liberación, le aseguro mi oración ferviente al Espíritu Santo para que su misión patriarcal dé todos sus frutos.

Lo saludo, Beatitud, con el beso fraterno, así como a todos los miembros del Santo Sínodo, e imparto mi afectuosa bendición apostólica a usted y a todos los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles del patriarcado.

Vaticano, 22 de enero de 2009


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MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
A SU SANTIDAD KIRIL,
PATRIARCA DE MOSCÚ Y DE TODAS LAS RUSIAS
CON MOTIVO DE SU ENTRONIZACIÓN



A Su Santidad Kiril
Patriarca de Moscú
y de todas las Rusias

Lo saludo, Santidad, con alegría al asumir la gran responsabilidad de pastor de la venerable Iglesia ortodoxa rusa. Recuerdo bien la buena voluntad que ha caracterizado nuestros encuentros durante el tiempo de su servicio como presidente del Departamento de relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú. Por eso, con ocasión de su entronización, deseo reafirmarle mi estima y mi cercanía espiritual. Pido a nuestro Padre celestial que le conceda los dones abundantes del Espíritu Santo en su ministerio y le permita guiar a la Iglesia en el amor y en la paz de Cristo.

Usted es ahora el sucesor de nuestro amado hermano, de venerada memoria, Su Santidad Alexis II, que legó a su pueblo una herencia profunda y duradera de renovación y de desarrollo eclesial, al guiar a la Iglesia ortodoxa rusa fuera del largo y difícil período de sufrimiento causado por el sistema totalitario y ateo hacia una presencia y un servicio nuevos y activos en la sociedad actual. El patriarca Alexis II trabajó asiduamente por la unidad de la Iglesia ortodoxa rusa y por la comunión con las demás Iglesias ortodoxas. Asimismo, conservó un espíritu de apertura y cooperación con otros cristianos y con la Iglesia católica en particular, para la defensa de los valores cristianos en Europa y en el mundo. Estoy seguro de que usted, Santidad, seguirá edificando sobre esta sólida base para el bien de su pueblo y en beneficio de los cristianos en todo el mundo.

Como presidente del Departamento de Relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú, usted desempeñó un papel admirable para instaurar una nueva relación entre nuestras Iglesias basada en la amistad, en la aceptación mutua y en el diálogo sincero al afrontar las dificultades de nuestro camino común. Espero vivamente que sigamos cooperando en la búsqueda de modalidades para promover y reforzar la comunión en el Cuerpo de Cristo, fieles a la oración de nuestro Salvador: "Que todos sean uno para que el mundo crea" (cf. Jn 17, 21).

Consciente de las enormes responsabilidades que acompañan el ministerio espiritual y pastoral al que el Espíritu Santo lo ha llamado, le renuevo, Santidad, la seguridad de mis oraciones y mi buena voluntad fraterna. Pido a Dios todopoderoso que lo bendiga con su amor, vele sobre la amada Iglesia rusa y sostenga a los obispos, a los sacerdotes y a todos los fieles en la esperanza inquebrantable que tenemos en Jesucristo.

Vaticano, 28 de enero de 2009


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11/09/2013 11:08


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA CAMPAÑA DE FRATERNIDAD EN BRASIL



Al venerable hermano
en el episcopado
Monseñor Geraldo Lyrio Rocha
Presidente de la Conferencia
episcopal de Brasil
Arzobispo de Mariana (MG)

Al comenzar el itinerario espiritual de la Cuaresma, camino hacia la Pascua de resurrección del Señor, deseo adherirme una vez más a la Campaña de Fraternidad que, en este año 2009, está destinada a considerar el lema: "La paz es fruto de la justicia". Es un tiempo de conversión y de reconciliación de todos los cristianos, para que se puedan satisfacer las aspiraciones más nobles del corazón humano y prevalezca la verdadera paz entre los pueblos y las comunidades.

Mi venerable predecesor el Papa Juan Pablo II, en la Jornada mundial de la paz de 2002, al poner de relieve que la verdadera paz es fruto de la justicia, hacía notar que "la justicia humana es siempre frágil e imperfecta" y "debe ejercerse y en cierto modo completarse con el perdón, que cura las heridas y restablece en profundidad las relaciones humanas truncadas" (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 2001, p. 7).

El Documento final de Aparecida, al tratar del reino de Dios y la promoción de la dignidad humana, recordaba los signos evidentes de la presencia del Reino: la vivencia personal y comunitaria de las Bienaventuranzas, la evangelización de los pobres, el conocimiento y cumplimiento de la voluntad del Padre, el martirio por la fe, el acceso de todos a los bienes de la creación, el perdón mutuo, sincero y fraterno, aceptando y respetando la riqueza de la pluralidad, y la lucha para no sucumbir a la tentación y no ser esclavos del mal (cf. 8. 1).

La Cuaresma nos invita a luchar sin desmayo para hacer el bien, precisamente porque sabemos cuán difícil es que nosotros, los hombres, nos decidamos seriamente a practicar la justicia; y aún falta mucho para que la convivencia se inspire en la paz y en el amor, y no en el odio o en la indiferencia. Tampoco ignoramos que, aunque se consiguiera llegar a una razonable distribución de los bienes y a una armoniosa organización de la sociedad, jamás desaparecerá el dolor de la enfermedad, de la incomprensión o la soledad, de la muerte de las personas que amamos, de la experiencia de nuestras limitaciones.

Nuestro Señor odia las injusticias y condena a quien las comete, pero respeta la libertad de cada persona y por eso permite que existan, pues forman parte de la condición humana después del pecado original. Con todo, su corazón lleno de amor a los hombres lo impulsó a cargar, juntamente con la cruz, todos esos tormentos: nuestro sufrimiento, nuestra tristeza y nuestra hambre y sed de justicia. Pidámosle que sepamos testimoniar los sentimientos de paz y de reconciliación que lo inspiraron en el Sermón de la Montaña, para alcanzar la eterna Bienaventuranza.

Con estos deseos, invoco la protección del Altísimo, para que su mano benéfica se extienda sobre todo Brasil y para que la vida nueva en Cristo alcance a todos en su dimensión personal, familiar, social y cultural, derramando los dones de la paz y la prosperidad, despertando en todo corazón sentimientos de fraternidad y de viva cooperación.

Con una bendición apostólica especial.

Vaticano, 8 de diciembre de 2008


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11/09/2013 11:24


MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN EL CURSO
DE LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA SOBRE EL FUERO INTERNO



Al venerado hermano
Señor cardenal
James Francis Stafford
Penitenciario mayor

De buen grado, también este año, me dirijo con afecto a usted, señor cardenal, y a los queridos participantes en el curso sobre el fuero interno, organizado por la Penitenciaría apostólica y que ha llegado ya a su XX edición. Saludo a todos con afecto, comenzando por usted, venerado hermano. Extiendo mi saludo y agradecimiento al regente, al personal de la Penitenciaría, a los organizadores de este encuentro, así como a los religiosos de diversas Órdenes que administran el sacramento de la Penitencia en las basílicas papales de Roma.

Esta benemérita iniciativa pastoral vuestra, que atrae cada vez más interés y atención, como lo atestigua el número de cuantos participan en ella, constituye un seminario singular de actualización pastoral, cuyos resultados no confluirán, como en las Actas de otros congresos, sólo en una publicación específica, sino que se convertirán en materiales útiles a los participantes para proporcionar respuestas adecuadas a cuantos encuentren durante la administración del sacramento de la Penitencia. En nuestro tiempo una de las prioridades pastorales es sin duda formar rectamente la conciencia de los creyentes porque por desgracia, como he reafirmado en otras ocasiones, en la medida en que se pierde el sentido del pecado, aumentan los sentimientos de culpa, que se quisiera eliminar con remedios paliativos insuficientes. A la formación de las conciencias contribuyen múltiples y valiosos instrumentos espirituales y pastorales que es preciso valorar cada vez más; entre ellos hoy me limito a señalar brevemente la catequesis, la predicación, la homilía, la dirección espiritual, el sacramento de la Reconciliación y la celebración de la Eucaristía.

Ante todo, la catequesis. Como todos los sacramentos, también el de la Penitencia requiere una catequesis previa y una catequesis mistagógica para profundizar el sacramento "per ritus et preces", como lo subraya bien la constitución sobre la liturgia Sacrosanctum Concilium del Vaticano II (cf. n. 48). Una catequesis adecuada da una contribución concreta a la educación de las conciencias estimulándolas a percibir cada vez mejor el sentido del pecado, hoy en parte apañado o, peor, oscurecido por un modo de pensar y de vivir "etsi Deus non daretur", según la conocida expresión de Grocio, que ha vuelto a tener gran actualidad y que denota un relativismo cerrado al verdadero sentido de la vida.

Además de la catequesis hace falta un sabio uso de la predicación, que en la historia de la Iglesia ha asumido formas diversas según la mentalidad y las necesidades pastorales de los fieles. También hoy, en nuestras comunidades se practican estilos diversos de comunicación que utilizan cada vez más los medios telemáticos modernos que están a nuestra disposición. En efecto, los actuales medios de comunicación, aunque por una parte constituyen un desafío que se ha de afrontar, por otra brindan oportunidades providenciales para anunciar de modo nuevo y más cercano a las sensibilidades contemporáneas la perenne e inmutable Palabra de verdad que el divino Maestro ha confiado a su Iglesia.

La homilía, que con la reforma promovida por el concilio Vaticano II ha recuperado su papel "sacramental" dentro del único acto de culto constituido por la liturgia de la Palabra y la de la Eucaristía (cf. Sacrosanctum Concilium, 56), es sin duda la forma de predicación más generalizada, con la que cada domingo se educa la conciencia de millones de fieles. En el reciente Sínodo de los obispos, dedicado precisamente a la Palabra de Dios en la Iglesia, varios padres sinodales insistieron oportunamente en el valor y la importancia de la homilía, que es preciso adaptar a la mentalidad contemporánea.

También la "dirección espiritual" contribuye a formar las conciencias. Hoy más que nunca se necesitan "maestros de espíritu" sabios y santos: un importante servicio eclesial, para el que sin duda hace falta una vitalidad interior que debe implorarse como don del Espíritu Santo mediante una oración intensa y prolongada y una preparación específica que es necesario adquirir con esmero. Además, todo sacerdote está llamado a administrar la misericordia divina en el sacramento de la Penitencia, mediante el cual perdona los pecados en nombre de Cristo y ayuda al penitente a recorrer el camino exigente de la santidad con conciencia recta e informada. Para poder desempeñar ese ministerio indispensable, todo presbítero debe alimentar su propia vida espiritual y cuidar la actualización teológica y pastoral permanente.

Por último, la conciencia del creyente se afina cada vez más gracias a una devota y consciente participación en la santa misa, que es el sacrificio de Cristo para el perdón de los pecados. Cada vez que el sacerdote celebra la Eucaristía, en la Plegaria eucarística recuerda que la Sangre de Cristo fue derramada para el perdón de nuestros pecados, por lo cual, en la participación sacramental en el memorial del sacrificio de la cruz, se realiza el encuentro pleno de la misericordia del Padre con cada uno de nosotros.

Exhorto a los participantes en el curso a atesorar lo que han aprendido sobre el sacramento de la Penitencia. En los diversos ámbitos donde les toque vivir y trabajar, han de procurar mantener siempre viva en sí mismos la conciencia de que deben ser "ministros" dignos de la misericordia divina y educadores responsables de las conciencias. Han de inspirarse en el ejemplo de los santos confesores y maestros espirituales, entre los cuales quiero recordar en particular al cura de Ars, san Juan María Vianney, de cuya muerte precisamente este año recordamos el 150° aniversario. De él se ha escrito que "durante más de cuarenta años gobernó de modo admirable la parroquia a él confiada... con la predicación asidua, la oración y una vida de penitencia. Cada día, en la catequesis que impartía a niños y adultos, en la Reconciliación que administraba a los penitentes y en las obras impregnadas de la caridad ardiente que extraía de la sagrada Eucaristía como de una fuente, avanzó hasta tal punto que difundió en todas partes su consejo y acercó sabiamente a muchos a Dios" (Martirologio, 4 de agosto). He aquí un modelo al que mirar y un protector al que invocar cada día.

Por último, que vele sobre el ministerio sacerdotal de cada uno la Virgen María, a la que en el tiempo de Cuaresma invocamos y honramos como "discípula del Señor" y "Madre de reconciliación". Con estos sentimientos, a la vez que exhorto a cada uno a dedicarse con empeño al ministerio de las confesiones y de la dirección espiritual, le imparto de corazón mi bendición a usted, venerado hermano, a los presentes en el curso y a sus seres queridos.

Vaticano, 12 de marzo de 2009


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11/09/2013 11:29


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UNA CONFERENCIA INTERNACIONAL
SOBRE EL TEMA: "VIDA, FAMILIA Y DESARROLLO: EL PAPEL
DE LA MUJER EN LA PROMOCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS" (VATICANO, 20-21 DE MARZO 2009)





A mi venerable hermano
Cardenal Renato Raffaele Martino

Me complace enviarle un cordial saludo a usted y a todos los que participan en la Conferencia internacional sobre el tema "Vida, familia y desarrollo: el papel de la mujer en la promoción de los derechos humanos". Esta Conferencia patrocinada por el Consejo pontificio Justicia y paz, con la cooperación de la Alianza mundial de mujeres en favor de la vida y la familia, la Unión mundial de organizaciones femeninas católicas y otras asociaciones, es un ejemplo de respuesta a la invitación de mi predecesor el Papa Juan Pablo II a un "nuevo feminismo" capaz de transformar la cultura, impregnándola de un respeto decidido a la vida (cf. Evangelium vitae, 98-99).

Cada día percibimos nuevas amenazas contra la vida, especialmente en sus fases más vulnerables. Aunque la justicia exige que sean denunciadas como violación de los derechos humanos, también deben suscitar una respuesta positiva y concreta. El reconocimiento y el aprecio del plan de Dios para las mujeres en la transmisión de la vida y en la educación de los hijos es un paso constructivo en esa dirección. Además, dada la notable influencia de las mujeres en la sociedad, es necesario animarlas a aprovechar la oportunidad de defender la dignidad de la vida mediante su compromiso en la educación y su participación en la vida política y civil. En efecto, al haber sido dotadas por el Creador con una "capacidad única de acogida del otro", las mujeres desempeñan un papel crucial en la promoción de los derechos humanos, porque sin su voz se vería debilitado el tejido social (cf. Congregación para la doctrina de la fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, n. 13).

Al reflexionar sobre el papel de la mujer en la promoción de los derechos humanos, os invito a recordar una tarea sobre la que he llamado la atención en muchas ocasiones, a saber, la de corregir la idea errónea según la cual el cristianismo sería solamente un conjunto de mandamientos y prohibiciones. El Evangelio es un mensaje de alegría que anima a hombres y mujeres a gozar del amor conyugal; lejos de reprimirlo, la fe y la moral cristianas lo hacen sano, fuerte y verdaderamente libre. Este es el significado exacto de los diez Mandamientos: no son una serie de "no", sino un gran "sí" al amor y a la vida (cf. Discurso a los participantes en la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 5 de junio de 2006).

Espero sinceramente que vuestros debates de los próximos dos días se traduzcan en iniciativas concretas para salvaguardar el papel indispensable de la familia en el desarrollo integral de la persona humana y de toda la sociedad. El genio de la mujer para movilizar y organizar, la dota de la habilidad y las motivaciones necesarias para desarrollar redes en continua expansión para el intercambio de experiencias y la generación de nuevas ideas. Los logros de la Alianza mundial de mujeres en favor de la vida y la familia, y de la Unión mundial de organizaciones femeninas católicas, son un magnífico ejemplo de esto, y animo a sus miembros a perseverar en su generoso servicio a la sociedad. Ojalá que el radio de vuestra influencia siga creciendo a nivel regional, nacional e internacional para la promoción de los derechos humanos basados en el sólido fundamento del matrimonio y la familia.

Formulo una vez más mis mejores deseos de éxito para esa Conferencia y ofrezco mis oraciones para que las organizaciones participantes continúen su misión. Invocando la intercesión de María, "la figura y la más perfecta realización de la Iglesia" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 507), os imparto de corazón mi bendición apostólica.

Vaticano, 20 de marzo de 2009


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL FUNERAL DE LAS VÍCTIMAS
DEL TERREMOTO EN LOS ABRUZOS



Al amadísimo arzobispo
Giuseppe Molinari
y a todos vosotros
amadísimos hermanos y hermanas
en el Señor

En estas horas dramáticas, en las que una terrible tragedia ha asolado esa tierra, me siento espiritualmente presente en medio de vosotros para compartir vuestra angustia, implorar a Dios el descanso eterno para las víctimas, la pronta recuperación para los heridos, y para todos la valentía de seguir esperando sin caer en el desconsuelo. He pedido a mi secretario de Estado que fuera a presidir esta celebración litúrgica extraordinaria, en la que la comunidad cristiana se congregará en torno a sus difuntos para darles su última despedida. Le encomiendo a él, y a mi secretario particular, la tarea de transmitiros personalmente la expresión de mi conmovida participación en el luto de cuantos lloran a sus seres queridos muertos en el terremoto.

En momentos como estos, es fuente de luz y de esperanza la fe que, precisamente en estos días, nos habla del sufrimiento del Hijo de Dios que se hizo hombre por nosotros: que su pasión, su muerte y su resurrección sean para todos manantial de consuelo y abran el corazón de cada uno a la contemplación de la vida en la que "no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4).

Estoy seguro de que con el compromiso de todos se pueden afrontar las necesidades más urgentes. La violencia del seísmo ha creado situaciones de notable dificultad. He seguido el desarrollo del devastador fenómeno telúrico de la primera sacudida del terremoto, que se sintió también en el Vaticano, y he constatado con agrado que se ha manifestado una creciente ola de solidaridad, gracias a la cual se han organizado las primeras ayudas, con vistas a una acción cada vez más eficaz tanto del Estado como de las instituciones eclesiales, así como de particulares.

La Santa Sede quiere colaborar, juntamente con las parroquias, los institutos religiosos y las asociaciones laicales. Este es el momento del compromiso, en sintonía con los organismos del Estado, que ya están trabajando de forma laudable. Sólo la solidaridad puede permitir superar pruebas tan dolorosas.

Encomiendo a la santísima Virgen a las personas y las familias implicadas en esta tragedia y, por su intercesión materna, pido al Señor que enjugue todas las lágrimas y alivie todas las heridas, a la vez que envío a cada uno una especial y consoladora bendición apostólica.

Vaticano, 9 de abril de 2009


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON MOTIVO DEL IV CENTENARIO DE LA MUERTE
DEL PADRE MATTEO RICCI



Al venerado hermano
Claudio Giuliodori
Obispo de Macerata, Tolentino,
Recanati, Cingoli y Treia

Me ha alegrado saber que en esa diócesis se han programado varias iniciativas para conmemorar, en ámbito eclesial y civil, el IV centenario de la muerte del padre Matteo Ricci, de la Compañía de Jesús, que tuvo lugar en Pekín el 11 de mayo de 1610. Con ocasión de la apertura de este año jubilar especial, me complace enviarle a usted y a toda la comunidad diocesana mi cordial saludo.

El jesuita Matteo Ricci, que nació en Macerata el 6 de octubre de 1552, dotado de profunda fe y de extraordinario ingenio cultural y científico, dedicó muchos años de su vida a tejer un provechoso diálogo entre Occidente y Oriente, realizando al mismo tiempo una acción eficaz de arraigo del Evangelio en la cultura del gran pueblo de China. Su ejemplo sigue siendo también hoy un modelo de encuentro beneficioso entre la civilización europea y la china.

Por tanto, me uno de buen grado a cuantos recuerdan a este generoso hijo de vuestra tierra, ministro obediente de la Iglesia e intrépido e inteligente mensajero del Evangelio de Cristo. Considerando su intensa actividad científica y espiritual, no se puede menos de quedar favorablemente impresionados por la innovadora y peculiar capacidad que tuvo de acercarse, con pleno respeto, a las tradiciones culturales y espirituales chinas en su conjunto.

Efectivamente, esa actitud caracterizó su misión, orientada a buscar la posible armonía entre la noble y milenaria civilización china y la novedad cristiana, que es fermento de liberación y de auténtica renovación dentro de toda sociedad, dado que el Evangelio, mensaje universal de salvación, está destinado a todos los hombres, cualquiera que sea el contexto cultural y religioso al que pertenezcan.

Además, lo que ha hecho original y —podríamos decir— profético su apostolado, fue seguramente la profunda simpatía que sentía por los chinos, por su historia, por sus culturas y tradiciones religiosas. Baste recordar su Tratado sobre la amistad (De amicitia Jiaoyoulun), que obtuvo gran éxito desde su primera edición en Nankín en 1595. Este paisano vuestro, modelo de diálogo y de respeto por las creencias de los demás, hizo de la amistad el estilo de su apostolado durante los veintiocho años que permaneció en China. La amistad que ofrecía era correspondida por las poblaciones locales precisamente gracias al clima de respeto y estima que trataba de cultivar, preocupándose por conocer cada vez mejor las tradiciones de la China de ese tiempo.

A pesar de las dificultades y las incomprensiones que afrontó, el padre Ricci quiso mantenerse fiel hasta la muerte a ese estilo de evangelización, aplicando —se podría decir— una metodología científica y una estrategia pastoral basadas, por una parte, en el respeto de las sanas costumbres del lugar, que los neófitos chinos no debían abandonar cuando abrazaban la fe cristiana; y, por otra, en la convicción de que la Revelación podía valorarlas y completarlas aún más. Y precisamente de acuerdo con estas convicciones, el padre Ricci, como habían hecho los Padres de la Iglesia en el encuentro del Evangelio con la cultura grecorromana, planteó su clarividente labor de inculturación del cristianismo en China, buscando un entendimiento constante con los doctos de ese país.

Deseo vivamente que las manifestaciones jubilares en su honor —encuentros, publicaciones, exposiciones, congresos y otros eventos culturales en Italia y en China— brinden la oportunidad de profundizar en el conocimiento de su personalidad y de su actividad. Ojalá que, siguiendo su ejemplo, nuestras comunidades, dentro de las cuales conviven personas de diversas culturas y religiones, crezcan en el espíritu de acogida y de respeto recíproco. Que el recuerdo de este noble hijo de Macerata sea también para los fieles de esa comunidad diocesana motivo para fortalecer, siguiendo su ejemplo, el celo misionero que debe animar la vida de todo auténtico discípulo de Cristo.

Venerado hermano, expreso mis mejores deseos de pleno éxito de las celebraciones jubilares previstas a partir del próximo día 11 de mayo, asegurando mi recuerdo en la oración, y, a la vez que invoco la intercesión materna de María, Reina de China, envío de corazón mi bendición a usted y a todos los que han sido confiados a sus cuidados pastorales.

Vaticano, 6 de mayo de 2009



BENEDICTO PP. XVI


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MENSAJE DEL CARD. SECRETARIO DE ESTADO TARCISIO BERTONE,
EN NOMBRE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI,
CON OCASIÓN DE LA 30ª EDICIÓN DEL
MEETING PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS

(Rímini, 23-29 de agosto de 2009)



A Su Excelencia Rvdma.
Mons. Francesco Lambiasi
Obispo de Rimini

17 de agosto de 2009

Excelencia reverendísima:

Con ocasión del Meeting para la amistad entre los pueblos, que este año celebra su trigésimo aniversario, me es particularmente grato transmitirle el saludo del Santo Padre a usted y a cuantos han promovido y organizado tal manifestación cultural, que en tres décadas ha visto la participación de miles y miles de hombres y mujeres, sobre todo jóvenes, y la intervención de cientos de relatores en las tribunas preparadas en las salas de la Feria de Rímini. Ayudados por estudiosos de todas las disciplinas, por artistas, por autoridades religiosas, por exponentes del mundo de la política, de la economía, del deporte, ha sido posible confrontar las cuestiones y las instancias fundamentales de la existencia humana, así como profundizar en las razones de ser cristianos en nuestra época. Su Santidad desea que el Meeting siga dando cabida a los desafíos y a los interrogantes que los tiempos actuales plantean a la fe, y continúe dándoles respuesta, teniendo en cuenta la enseñanza del recordado monseñor Luigi Giussani, fundador del movimiento eclesial de Comunión y Liberación.

La temática del Meeting 2009 versa sobre el conocer, que siempre es un acontecimiento. "Acontecimiento" es una palabra con la que don Giussani intentó volver a expresar la naturaleza misma del cristianismo, que para él es un "encuentro", esto es, un dato experiencial de conocimiento y de comunión. Precisamente con el acercamiento entre las palabras "acontecimiento" y "encuentro" es posible percibir mejor el mensaje del Meeting. La reflexión gnoseológica y epistemológica contemporánea ha sacado a la luz el papel determinante del sujeto del conocimiento en el acto mismo de conocer. Contrariamente a los presupuestos del "dogma" positivista de la pura objetividad, el principio de indeterminación de Heisenberg ha hecho evidente que esto es cierto hasta en las ciencias naturales: también en estas disciplinas, cuyo "objeto" parece estar regulado por leyes invariables de la naturaleza, la perspectiva del observador es un factor que condiciona y determina el resultado del experimento científico y, por lo tanto, del conocimiento científico en cuanto tal. Por eso la pura objetividad resulta pura abstracción, expresión de una gnoseología inadecuada e irreal.

Pero si esto es cierto para las ciencias naturales, lo es mucho más para aquellos "objetos" de conocimiento que a su vez están estructuralmente vinculados a la libertad de los hombres, a sus elecciones y a sus diferencias. Pensemos en las ciencias históricas, que se basan en testimonios en los que convergen, como factores influyentes de su modo de comunicar la realidad que transmiten, las visiones del mundo de quien las ha compuesto y sus convicciones, a su vez vinculadas a las de su tiempo, sus situaciones personales, las opciones con las que se pusieron en relación con la realidad que describen, su envergadura moral, sus capacidades y su ingenio, su cultura. El estudioso que se acerca a su objeto tendrá, por lo tanto, que discernir todo aquello, a fin de comprender y valorar el significado y el alcance del mensaje transmitido en un contexto de conjunto, actuando como si se encontrara frente a una persona que aún no conoce bien, pero que relata algo que considera en cualquier caso importante conocer. La consecuencia más relevante de tal situación es que el conocimiento no puede describirse como el registro de un espectador distante. Más aún, la implicación con el objeto conocido por parte del sujeto que lo conoce es conditio sine qua non del conocimiento mismo. Y por lo tanto, el ideal que se persigue no es la distancia ni la ausencia de implicación, por lo demás en vano, en la búsqueda de un conocimiento "objetivo", sino una implicación adecuada con el objeto, una implicación apta para que llegue su mensaje específico a quien interroga el conocimiento.

Precisamente por eso el conocimiento puede ser un "acontecimiento". "Acontece" como un verdadero "encuentro" entre un sujeto y un objeto. El hecho de que tal encuentro sea necesario para que se pueda hablar de conocimiento nos hace entonces contemplar a sujeto y objeto no como dos dimensiones que se pueden mantener recíprocamente a distancia aséptica a fin de preservar su pureza; al contrario, son dos realidades vivas que se influyen con reciprocidad precisamente cuando entran en contacto. La honradez intelectual de quien conoce se halla en el arte sumo de "acoger el objeto" de manera que este pueda revelarse a sí mismo como verdaderamente es, aunque no sea de manera integral y exhaustiva. Y la acogida del objeto, la disponibilidad a la escucha que caracteriza al sujeto que lo conoce como auténtico amante de la verdad, se puede describir como una especie de "simpatía" por el objeto. Aquí, como nos ha transmitido en gran parte el pensamiento medieval, hay una fuerza cognoscitiva especial propia del amor. "Amar" significa "querer conocer" y el deseo y la búsqueda del conocimiento constituyen un impulso interior del amor como tal. Bien mirado, por lo tanto, ello establece una relación insuprimible entre amor y verdad. El conocimiento presupone por su naturaleza una cierta "conformación" de sujeto y objeto: una intuición fundamental, ya condensada en el antiguo axioma de Empédocles según el cual "lo semejante conoce lo semejante". El evangelista san Juan lo recuerda implícitamente al escribir que cuando Dios "se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es" (1 Jn 3, 1).

Se podría preguntar si existe conocimiento más necesario para el hombre que el de su Creador; si hay conocimiento descrito de forma más adecuada por la palabra "encuentro" que la relación fundamental que existe, precisamente, entre el espíritu del hombre y el Espíritu de Dios. Se comprende entonces por qué los Padres de la Iglesia insistieron en la necesidad de purificar el ojo del alma para llegar a contemplar a Dios, remitiéndose a la bienaventuranza evangélica: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios" (Mt 5, 8). La racionalidad del hombre puede ejercerse y por lo tanto alcanzar su finalidad propia, que es el conocimiento de la verdad y de Dios, sólo gracias a un corazón purificado y sinceramente amante de la verdad que busca. Purificado de este modo, el espíritu humano puede abrirse a la revelación de la verdad. Existe, por lo tanto, un misterioso nexo entre la bienaventuranza evangélica y las palabras que Jesús dirige a Nicodemo, citadas por san Juan: "Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es Espíritu...; tenéis que renacer de lo alto" (Jn 3, 6-7).

El Santo Padre Benedicto XVI desea que estas palabras de Cristo resuenen en el corazón de los participantes en la 30ª edición del Meeting de Rímini, como llamada a dirigirse con confianza a él, a acoger su misteriosa presencia, que para el hombre y para la sociedad es fuente de verdad y de amor. Con estos sentimientos, a la vez que desea pleno éxito a esta manifestación, imparte a vuestra excelencia, a los responsables y a todos los presentes una bendición apostólica especial.

Gustosamente uno mis mejores deseos y aprovecho la ocasión para confirmarme de vuestra excelencia reverendísima afectísimo en el Señor.

Cardenal Tarcisio Bertone
Secretario de Estado


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Messaggio al pellegrinaggio dei chierichetti del Nord della Germania a Kevelaer (27 agosto 2009)

Alemán


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Videomessaggio ai partecipanti al Summit dell'Onu sui cambiamenti climatici (24 settembre 2009)

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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CARD. WALTER KASPER,
PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PROMOCIÓN
DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS,
CON OCASIÓN DE UN SIMPOSIO INTERCRISTIANO





Al venerado hermano
cardenal Walter Kasper
presidente del Consejo pontificio
para la promoción
de la unidad de los cristianos

A través de usted, venerado hermano, en calidad de presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, tengo el placer y la alegría de enviar un saludo afectuoso, con mis mejores deseos, a los organizadores y a los participantes en el XI simposio intercristiano, promovido por el Instituto franciscano de espiritualidad de la Pontificia Universidad Antonianum y por la Facultad teológica ortodoxa de la Universidad Aristóteles de Tesalónica, que tendrá lugar en Roma del 3 al 5 de septiembre.

Me alegro ante todo por esta iniciativa de encuentro fraterno y confrontación sobre los aspectos comunes de la espiritualidad, que es linfa benéfica para una relación más amplia entre católicos y ortodoxos. Efectivamente, estos simposios, iniciados en 1992, afrontan temas importantes y constructivos para la comprensión recíproca y la unidad de propósitos. El hecho de que los encuentros se celebren alternativamente en un territorio de mayoría católica u ortodoxa permite además un contacto real con la vida concreta, histórica, cultural y religiosa de nuestras Iglesias.

Este año, en particular, habéis querido organizar el simposio en Roma, ciudad que ofrece a todos los cristianos testimonios indelebles de historia, arqueología, iconografía, hagiografía y espiritualidad. Fuerte estímulo a avanzar hacia la plena comunión es sobre todo la memoria de los Apóstoles Pedro y Pablo, Protòthroni, y de tantos mártires, testigos antiquísimos de la fe. San Clemente Romano escribe de ellos que "sufriendo (...) muchos ultrajes y tormentos, fueron un ejemplo bellísimo para nosotros" (cf. Carta a los Corintios, VI, 1).

El tema elegido para el próximo encuentro: "San Agustín en la tradición occidental y oriental" —tema que se pretende desarrollar en colaboración con el Instituto patrístico Augustinianum— resulta muy interesante para profundizar la teología y la espiritualidad cristiana en Occidente y en Oriente, y su desarrollo. El santo de Hipona, un gran Padre de la Iglesia latina, reviste en efecto una importancia fundamental para la teología y para la misma cultura de Occidente, mientras que la recepción de su pensamiento en la teología ortodoxa se ha revelado más bien problemática. Por eso, conocer con objetividad histórica y cordialidad fraterna las riquezas doctrinales y espirituales que constituyen el patrimonio del Oriente y del Occidente cristiano, resulta indispensable no sólo para valorarlas, sino también para promover un aprecio recíproco mayor entre todos los cristianos.
Así pues, manifiesto el cordial deseo de que vuestro simposio sea fructuoso y muy provechoso para descubrir convergencias doctrinales y espirituales útiles para construir juntos la ciudad de Dios, en la que sus hijos puedan vivir en paz y en caridad fraterna, fundadas en la verdad de la fe común. Para tal fin aseguro mi oración, pidiendo al Señor que bendiga a los organizadores y a las instituciones que representan, a los relatores católicos y ortodoxos, y a todos los participantes.

Que la gracia y la paz del Señor estén en vuestro corazón y en vuestra mente.

Castelgandolfo, 28 de agosto de 2009



BENEDETTO PP. XVI


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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL RETIRO SACERDOTAL INTERNACIONAL
QUE SE ESTÁ CELEBRANDO EN ARS
(27 DE SEPTIEMBRE-3 DE OCTUBRE)

Lunes 28 de septiembre de 2009



Queridos hermanos en el sacerdocio:

Como podéis imaginar fácilmente, me habría sentido muy feliz de poder estar con vosotros en este retiro sacerdotal internacional sobre el tema: "La alegría del sacerdote consagrado para la salvación del mundo". Estáis participando en gran número y os beneficiáis de las enseñanzas del cardenal Christoph Schönborn. Lo saludo cordialmente, así como a los demás predicadores y al obispo de Belley-Ars, monseñor Guy-Marie Bagnard. Debo contentarme con dirigiros este mensaje grabado, pero —creedme— con estas pocas palabras os hablo a cada uno de vosotros de la manera más personal posible, pues, como dice san Pablo: "Os llevo en el corazón, partícipes como sois de mi gracia" (Flp 1, 7).

San Juan María Vianney subrayaba el papel indispensable del sacerdote, cuando decía: "Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina" (Le curé d'Ars. Pensées, presentados por el abad Bernard Nodet, ed. Desclée de Brouwer, Foi Vivante 2000, p. 101). En este Año sacerdotal, todos estamos llamados a explorar y redescubrir la grandeza del sacramento que nos ha configurado para siempre a Cristo sumo Sacerdote y nos ha "santificado en la verdad" (Jn 17, 19) a todos.

Elegido de entre los hombres, el sacerdote sigue siendo uno de ellos y está llamado a servirles entregándoles la vida de Dios. Es él quien "continúa la obra de la redención en la tierra" (Nodet, p. 98). Nuestra vocación sacerdotal es un tesoro que llevamos en vasijas de barro (cf. 2 Co 4, 7). San Pablo expresó felizmente la infinita distancia que existe entre nuestra vocación y la pobreza de las respuestas que podemos dar a Dios. Desde este punto de vista existe un vínculo secreto que une el Año paulino y el Año sacerdotal. Todavía conservamos en lo más íntimo de nuestro corazón la exclamación conmovedora y confiada del Apóstol, que dice: "Cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte" (2 Co 12, 10). La conciencia de esta debilidad abre a la intimidad de Dios, que da fuerza y alegría. Cuanto más persevera el sacerdote en la amistad de Dios, tanto más continuará la obra del Redentor en la tierra (cf. Nodet, p. 98). El sacerdote ya no vive para sí mismo, sino para todos (cf. Nodet, p. 100).

Este es precisamente uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. El sacerdote, ciertamente hombre de la Palabra divina y de lo sagrado, debe ser hoy más que nunca hombre de alegría y de esperanza. A los hombres que ya no pueden concebir que Dios sea Amor puro él dirá siempre que la vida vale la pena vivirla, y que Cristo le da todo su sentido porque ama a los hombres, a todos los hombres. La religión del cura de Ars es una religión de la felicidad, no una búsqueda morbosa de la mortificación, como a veces se ha creído: "Nuestra felicidad es demasiado grande; no, no, nunca podremos comprenderlo" (Nodet, p. 110), decía, y también: "Cuando estamos en camino y divisamos un campanario, esta vista debe hacer latir nuestro corazón como la vista de la casa donde habita su amado hace latir el corazón de la esposa" (ib.).

Aquí quiero saludar con un afecto particular a aquellos de vosotros que tienen el encargo pastoral de varias iglesias y que se prodigan sin escatimar esfuerzos para mantener la vida sacramental en sus diferentes comunidades. El reconocimiento de la Iglesia hacia todos vosotros es inmenso. No os desalentéis, sino seguid rezando y haciendo rezar para que numerosos jóvenes acepten responder a la llamada de Cristo, que no deja de querer que aumente el número de sus apóstoles para segar sus campos.

Queridos sacerdotes, pensad también en la gran diversidad de los ministerios que ejercéis al servicio de la Iglesia. Pensad en el gran número de misas que habéis celebrado o celebraréis, haciendo cada vez realmente presente a Cristo sobre el altar. Pensad en las innumerables absoluciones que habéis dado y que daréis, permitiendo a un pecador dejarse redimir. Entonces percibís la fecundidad infinita del sacramento del Orden. Vuestras manos, vuestros labios, se han convertido, por un instante, en las manos y los labios de Dios. Lleváis a Cristo en vosotros; por gracia habéis entrado en la Santísima Trinidad. Como decía el santo cura: "Si se tuviera fe, se vería a Dios escondido en el sacerdote como una luz detrás de un cristal, como un vino mezclado con agua" (Nodet, p. 97). Esta consideración debe llevar a armonizar las relaciones entre los sacerdotes con el fin de realizar la comunidad sacerdotal a la que exhortaba san Pedro (cf. 1 P 2, 9) para construir el cuerpo de Cristo y edificaros en el amor (cf. Ef 4, 11-16).

El sacerdote es el hombre del futuro: es aquel que se ha tomado en serio las palabras de san Pablo: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba" (Col 3, 1). Lo que hace en la tierra forma parte de los medios ordenados al Fin último. La misa es el único punto de unión entre los medios y el Fin, pues nos permite contemplar ya, bajo las humildes especies del pan y del vino, el Cuerpo y la Sangre de Aquel a quien adoraremos en la eternidad. Las frases sencillas y densas del santo cura sobre la Eucaristía nos ayudan a percibir mejor la riqueza de este momento único de la jornada en el que vivimos un cara a cara vivificante para nosotros mismos y para cada uno de los fieles. "La felicidad que hay en decir la misa —escribió— sólo se comprenderá en el cielo" (Nodet, p. 104). Por eso, os animo a reforzar vuestra fe y la de los fieles en el Sacramento que celebráis y que es la fuente de la verdadera alegría. El santo de Ars escribió: "El sacerdote debe sentir la misma alegría (de los Apóstoles) al ver a nuestro Señor, al que tiene entre las manos" (ib.).

Agradeciéndoos lo que sois y lo que hacéis, os repito: "Nada sustituirá jamás el ministerio de los sacerdotes en la vida de la Iglesia" (Homilía durante la misa del 13 de septiembre de 2008 en la Explanada de los Inválidos, en París: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de septiembre de 2008, p. 11). Testigos vivos del poder de Dios que actúa en la debilidad de los hombres, consagrados para la salvación del mundo, habéis sido elegidos, mis queridos hermanos, por Cristo mismo para ser, gracias a él, sal de la tierra y luz del mundo. Os deseo que, durante este retiro espiritual, experimentéis de modo profundo al Íntimo inenarrable (san Agustín, Confesiones, III, 6, 11) para estar perfectamente unidos a Cristo a fin de anunciar su amor a vuestro alrededor y de entregaros totalmente al servicio de la santificación de todos los miembros del pueblo de Dios. Encomendándoos a la Virgen María, Madre de Cristo y de los sacerdotes, os imparto a todos mi bendición apostólica.


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A SU SANTIDAD KAREKIN II
EN EL 10° ANIVERSARIO DE SU ELECCIÓN
COMO PATRIARCA SUPREMO
Y CATHOLICÓS DE TODOS LOS ARMENIOS



A Su Santidad
Karekin II
Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios

"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ga 1, 3).

Santidad, en la gozosa ocasión del décimo aniversario de su elección y entronización como Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios, le dirijo mi más afectuoso y fraterno saludo.
Doy a gracias a Dios por las bendiciones que el Señor ha concedido a la Iglesia apostólica armenia mediante su ministerio, Santidad. Conozco también su compromiso personal a favor del diálogo, la cooperación y la amistad entre la Iglesia apostólica armenia y la Iglesia católica, manifestado claramente por los encuentros que han tenido lugar recientemente entre Su Santidad y el Sucesor de Pedro. Rezo para que las buenas relaciones que hemos entablado entre nosotros sigan creciendo en los próximos años.

La recuperación de la libertad para la Iglesia en Armenia hacia finales del siglo pasado supuso una gran alegría para los cristianos de todo el mundo. La tarea inmensa de reconstrucción de la comunidad eclesial le ha correspondido a usted, Santidad. Todo lo que ya se ha logrado, en tan poco tiempo, es verdaderamente extraordinario: han nacido nuevas iniciativas en el ámbito de la educación cristiana de los jóvenes y la formación del clero; se han creado nuevas parroquias; se han construido nuevas iglesias y centros comunitarios; y se han promovido los valores cristianos en la vida social y cultural de la nación.

Santidad, imploro a Dios todopoderoso que, por intercesión de san Gregorio el Iluminador, estemos cada vez más unidos mediante un vínculo santo de fe, esperanza y caridad cristianas. En este importante aniversario le pido a Dios uno y trino que derrame sus bendiciones sobre usted, Santidad: que el amor de Dios Padre lo abrace, la sabiduría del Hijo lo ilumine y el fuego del Espíritu Santo lo inspire.

Con sentimientos de estima, le aseguro mi afecto fraternal en el Señor.

Vaticano, 27 de octubre de 2009

BENEDICTO PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UN SEMINARIO DE ESTUDIOS SOBRE EL TEMA
"DEPORTE, EDUCACIÓN Y FE: PARA UNA NUEVA ETAPA
DEL MOVIMIENTO DEPORTIVO CATÓLICO





Al venerado hermano
Cardenal Stanisław Ryłko
Presidente del Consejo pontificio para los laicos

Con verdadero placer le envío un saludo cordial a usted, al secretario, a los colaboradores del Consejo pontificio para los laicos, a los representantes de los organismos católicos que trabajan en el mundo del deporte, a los responsables de las asociaciones deportivas internacionales y nacionales, y a todos los que participan en el seminario de estudios sobre el tema: "Deporte, educación y fe: para una nueva etapa del movimiento deportivo católico", organizado por la sección "Iglesia y deporte" de ese dicasterio.

El deporte posee un valioso potencial educativo, sobre todo en el ámbito juvenil y, por esto, ocupa un lugar de relieve no sólo en el uso del tiempo libre, sino también en la formación de la persona. El concilio Vaticano II lo quiso incluir entre los medios que pertenecen al patrimonio común de los hombres y son aptos para el perfeccionamiento moral y la formación humana (cf. Gravissimum educationis, 4).

Si esto vale para la actividad deportiva en general, vale más aún para la que se lleva a cabo en los oratorios, en las escuelas y en las asociaciones deportivas, con el fin de asegurar una formación humana y cristiana a las nuevas generaciones. Como recordé recientemente, no hay que olvidar que "el deporte, practicado con pasión y atento sentido ético, especialmente por la juventud, se convierte en gimnasio de sana competición y de perfeccionamiento físico, escuela de formación en los valores humanos y espirituales, medio privilegiado de crecimiento personal y de contacto con la sociedad" (Discurso a los participantes en los campeonatos mundiales de natación, 1 de agosto de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de agosto de 2009, p. 7).

Mediante las actividades deportivas, la comunidad eclesial contribuye a la formación de la juventud, proporcionando un ámbito adecuado a su crecimiento humano y espiritual. Las iniciativas deportivas, cuando tienen como objetivo el desarrollo integral de la persona y se realizan bajo la dirección de personal cualificado y competente, son una buena ocasión para que sacerdotes, religiosos y laicos puedan convertirse en verdaderos educadores y maestros de vida de los jóvenes. Por lo tanto, en nuestra época —en la que resulta urgente la exigencia de educar a las nuevas generaciones—, es necesario que la Iglesia siga sosteniendo el deporte para los jóvenes, valorizando plenamente también la actividad agonística en sus aspectos positivos, como, por ejemplo, en la capacidad de estimular la competitividad, la valentía y la tenacidad a la hora de perseguir los objetivos, pero evitando cualquier tendencia que desvirtúe la naturaleza al recurrir a prácticas incluso dañinas para el organismo, como sucede en el caso del dopaje. En una acción formativa coordinada, los directivos, los técnicos y los agentes católicos deben considerarse guías experimentados para los adolescentes, ayudándoles a desarrollar sus potencialidades agonísticas sin descuidar las cualidades humanas y las virtudes cristianas que llevan a una madurez completa de la persona.

Desde esta perspectiva, creo que es muy útil que este tercer seminario de la sección "Iglesia y deporte" del Consejo pontificio para los laicos centre su atención en la misión específica y en la identidad católica de las asociaciones deportivas, las escuelas y los oratorios administrados por la Iglesia. Deseo de todo corazón que ayude a percibir las muchas y valiosas oportunidades que el deporte puede ofrecer a la pastoral juvenil. Esperando que sea un encuentro fructífero, aseguro mi oración invocando sobre los participantes y sobre los que se dedican a promover una sana actividad deportiva, en particular en las instituciones católicas, la guía del Espíritu Santo y la protección materna de María. Con estos sentimientos, envío a todos de corazón mi bendición apostólica.

Vaticano, 3 de noviembre de 2009



BENEDICTO PP. XVI


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MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA 60ª ASAMBLEA GENERAL
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA



Al venerado hermano
Señor cardenal
Angelo Bagnasco
Presidente de la Conferencia episcopal italiana

Con ocasión de los trabajos de la 60ª asamblea general de la Conferencia episcopal italiana, me es particularmente grato enviarle mi afectuoso saludo a usted, al secretario de la Conferencia y a todos los pastores de la Iglesia que está en Italia, reunidos en Asís, cuidad símbolo de la vida cristiana vivida "según la forma" del Evangelio, encarnada en la existencia de san Francisco y santa Clara, que siguen ejerciendo en Italia y en el mundo una irresistible fascinación espiritual. Idealmente presente, expreso a todos mi cercanía espiritual, conociendo bien el celo con que vosotros, venerados y queridos hermanos, actuáis diariamente al servicio de las comunidades encomendadas a vuestra solicitud pastoral. En los viajes apostólicos que voy realizando a las diócesis italianas, como también en otras ocasiones que me ponen en contacto con la amada Iglesia que está en Italia, encuentro comunidades vivas, firmes en su unión con el Sucesor de Pedro y en la comunión recíproca.

Por esto, "continuamente doy gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones" (Ef 1, 16), junto con los presbíteros, vuestros primeros colaboradores en los trabajos apostólicos, así como con los diáconos, los religiosos y las religiosas, y los fieles laicos que comparten vuestra alegría y vuestra responsabilidad de testigos de Cristo en cada ámbito de la sociedad italiana. Estoy seguro de que estos encuentros periódicos alimentan vuestra recíproca cooperación, indispensable para realizar el mandato, que caracteriza vuestra acción apostólica, de incrementar en el pueblo cristiano la fe, la esperanza y la caridad; de alimentar las relaciones con las demás comunidades religiosas y las autoridades civiles; de fomentar la presencia de la levadura del Evangelio en la cultura y en el tejido de la sociedad italiana; de proteger la vida humana; de promover la paz y la justicia; y de defender la creación. El intercambio y la fraternidad que caracterizan los trabajos de vuestra asamblea dan fuerza y vivacidad al compromiso común por la única Iglesia de Cristo y por el crecimiento del tejido humano de la sociedad.

Han transcurrido pocos meses desde nuestro encuentro con ocasión de la asamblea general celebrada en mayo, durante la cual se señaló que la educación ha de constituir la perspectiva de fondo de las orientaciones pastorales para la próxima década. La emergencia educativa es un signo de los tiempos que impulsa a toda Italia a poner la formación de las nuevas generaciones en el centro de la atención y del compromiso de cada uno, según las respectivas responsabilidades y en el marco de una amplia convergencia de propósitos.

Como recordé en mi intervención del pasado 28 de mayo, la educación es "una exigencia constitutiva y permanente de la vida de la Iglesia" y se sitúa en el corazón de su misión, orientada a lograr que cada persona pueda encontrar y seguir al Señor Jesús, Camino que conduce a la autenticidad del amor, Verdad que nos sale al encuentro y Vida del mundo. El desafío educativo afecta a todos los sectores de la Iglesia y exige que se afronten con decisión las grandes cuestiones de nuestro tiempo: la relativa a la naturaleza del hombre y a su dignidad —elemento decisivo para una formación completa de la persona— y la "cuestión de Dios", que parece muy urgente en nuestra época.

Quiero recordar, al respecto, lo que dije el pasado 24 de julio durante la celebración de las Vísperas en la catedral de Aosta: "Si la relación fundamental —la relación con Dios— no está viva, si no se vive, tampoco las demás relaciones pueden encontrar su justa forma. Pero esto vale también para la sociedad, para la humanidad como tal. También aquí, si falta Dios, si se prescinde de Dios, si Dios está ausente, falta la brújula para mostrar el conjunto de todas las relaciones a fin de hallar el camino, la orientación que conviene seguir. ¡Dios! Debemos llevar de nuevo a este mundo nuestro la realidad de Dios, darlo a conocer y hacerlo presente" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de julio de 2009, p. 3).

Para que esto se realice, queridos hermanos obispos, es necesario que nosotros en primer lugar, con todo nuestro ser, seamos adoración viviente, don que transforma el mundo y lo restituye a Dios. Este es el mensaje profundo del Año sacerdotal, que constituye una ocasión extraordinaria para ir al corazón del ministerio ordenado, reconduciendo a la unidad, en cada sacerdote, la identidad y la misión. Me alegra constatar que en vuestras diócesis esta propuesta especial está generando numerosas iniciativas, sobre todo de carácter espiritual y vocacional, y contribuye a iluminar el camino de santidad trazado en el tiempo por tantos obispos y presbíteros italianos. La historia de Italia es también la historia de una innumerable multitud de sacerdotes, que se inclinaron sobre las heridas de una humanidad extraviada y sufriente, haciendo de sí mismos una ofrenda de salvación. Espero que recojáis abundantes frutos de esta oración y meditación común sobre el don del sacerdocio, que ha brotado del corazón de Cristo para la salvación del mundo.

Otro tema al que se dedicará amplio espacio en los trabajos de vuestra asamblea es la "cuestión meridional". Veinte años después de la publicación del documento "Sviluppo nella solidarietà. Chiesa italiana e Mezzogiorno", sentís la necesidad de dar voz y haceros cargo de las exigencias de un país que sólo crecerá con la colaboración de todos. En las tierras del sur la presencia de la Iglesia es germen de renovación personal y social, y de desarrollo integral. Que el Señor bendiga los esfuerzos de quienes trabajan, con la tenaz fuerza del bien, para la transformación de las conciencias y la defensa de la verdad del hombre y de la sociedad.

En el curso de vuestra asamblea se examinará, además, la nueva edición italiana del Rito de exequias, que responde a la necesidad de conjugar la fidelidad al original latino con las oportunas adaptaciones a la situación nacional, aprovechando la experiencia madurada tras el concilio Vaticano II, teniendo muy presente el nuevo contexto sociocultural y las exigencias de la nueva evangelización. El momento de las exequias constituye una ocasión importante para anunciar el Evangelio de la esperanza y manifestar la maternidad de la Iglesia. El Dios que "vendrá en la gloria para juzgar a vivos y muertos", es quien "enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni llanto ni gritos ni fatigas" (Ap 21, 4). En una cultura que tiende a eliminar el pensamiento de la muerte, cuando incluso no deja de exorcizarla reduciéndola a espectáculo o transformándola en un derecho, es deber de los creyentes proyectar sobre este misterio la luz de la revelación cristiana, seguros de que "el amor puede llegar hasta el más allá, que es posible un recíproco dar y recibir, en el que permanecemos unidos unos a otros con vínculos de afecto" (cf. Spe salvi, 48).

Señor cardenal y venerados hermanos en el episcopado, hace cincuenta años, al término del XVI Congreso eucarístico nacional y tras una extraordinaria Peregrinatio Mariae, los obispos italianos quisieron consagrar a Italia al Corazón Inmaculado de María. Vais a renovar la memoria de ese acto tan significativo y fecundo, confirmando el particularísimo vínculo de afecto y devoción que une al pueblo italiano a la celestial Madre del Señor. De buen grado me uno a este recuerdo, encomendando los trabajos de vuestra asamblea, la Iglesia que está en Italia y la nación entera, a la materna protección de la Virgen María, Reina de los ángeles e imagen purísima de la Iglesia. Invoco su intercesión, con las de san Francisco y santa Clara de Asís, y de todos los santos y santas de la tierra italiana. Con estos sentimientos imparto de corazón a usted, a los obispos, a sus colaboradores y a todos los presentes la bendición apostólica.

Vaticano, 4 de noviembre de 2009



BENEDICTO PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DE LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN
DE LOS PUEBLOS



Al venerado hermano
Señor cardenal Ivan Dias
Prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos

Con ocasión de la asamblea plenaria de la Congregación para la evangelización de los pueblos, deseo dirigirle, señor cardenal, mi cordial saludo, que con gusto extiendo a los cardenales, a los arzobispos, a los obispos y a todos los participantes. Saludo, asimismo, al secretario, al secretario adjunto, al subsecretario y a todos los colaboradores de ese dicasterio; y expreso mis sentimientos de estima y de gratitud por el servicio que prestáis a la Iglesia en el ámbito de la misión ad gentes.
El tema que afrontáis en este encuentro —"San Pablo y los nuevos areópagos"—, también a la luz del Año paulino que acaba de concluir, ayuda a revivir la experiencia del Apóstol de los gentiles en Atenas, quien, después de predicar en numerosos lugares, acudió al areópago y allí anunció el Evangelio usando un lenguaje que hoy podríamos definir "inculturado" (cf. Hch 17, 22-31).

Ese areópago, que entonces representaba el centro de la cultura del docto pueblo ateniense, hoy —como dijo mi venerado predecesor Juan Pablo II— "puede ser tomado como símbolo de los nuevos ambientes donde debe proclamarse el Evangelio" (Redemptoris missio, 37). Efectivamente, la referencia a ese acontecimiento constituye una apremiante invitación a saber valorar los "areópagos" de hoy, donde se afrontan los grandes desafíos de la evangelización. Vosotros queréis analizar este tema con realismo, teniendo en cuenta los numerosos cambios sociales que se han producido. Un realismo sostenido por el espíritu de fe, que ve la historia a la luz del Evangelio, y con la certeza que tenía san Pablo de la presencia de Cristo resucitado. También para nosotros son consoladoras las palabras que Jesús le dirigió en Corinto: "No tengas miedo, sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal" (Hch 18, 9-10). El siervo de Dios Pablo VI dijo con eficacia que no se trata sólo de predicar el Evangelio, sino de "alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación" (Evangelii nuntiandi, 19).

Hay que mirar a los "nuevos areópagos" con este espíritu; en la globalización actual algunos de ellos son comunes, mientras que otros siguen siendo específicos de algunos continentes, como hemos visto también en la reciente Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos. Por lo tanto, hay que orientar la actividad misionera de la Iglesia hacia estos centros neurálgicos de la sociedad del tercer milenio. Tampoco hay que subestimar la influencia de una cultura relativista generalizada, que la mayoría de las veces carece de valores y que entra en el santuario de la familia, se infiltra en el campo de la educación y en otros ámbitos de la sociedad y los contamina, manipulando las conciencias, especialmente las de los jóvenes.

Al mismo tiempo, sin embargo, a pesar de estas insidias, la Iglesia sabe que el Espíritu Santo actúa siempre. Se abren nuevas puertas al Evangelio y se va extendiendo en el mundo el anhelo de una auténtica renovación espiritual y apostólica. Como en otras épocas de cambio, la prioridad pastoral es mostrar el verdadero rostro de Cristo, Señor de la historia y único Redentor del hombre. Esto exige que cada comunidad cristiana y la Iglesia en su conjunto den un testimonio de fidelidad a Cristo, construyendo pacientemente la unidad que él deseaba e invocaba para todos sus discípulos. La unidad de los cristianos hará más fácil la evangelización y la confrontación con los desafíos culturales, sociales y religiosos de nuestro tiempo.

En esta tarea misionera podemos mirar al apóstol san Pablo, imitar su "estilo" de vida y su mismo "espíritu" apostólico, totalmente centrado en Cristo. Con esta completa adhesión al Señor, los cristianos podrán transmitir con más facilidad a las generaciones futuras la herencia de la fe, capaz de transformar también las dificultades en posibilidades de evangelización. En la reciente encíclica Caritas in veritate quise subrayar que el desarrollo económico y social de la sociedad contemporánea necesita recuperar la atención a la vida espiritual y "tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz... El anhelo del cristiano es que toda la familia humana invoque a Dios como "Padre nuestro"" (n. 79).

Señor cardenal, agradezco el servicio que ese dicasterio presta a la causa del Evangelio e invoco sobre usted y sobre todos los participantes en esta asamblea plenaria la ayuda de Dios y la protección de la Virgen María, Estrella de la evangelización, enviando a todos de corazón mi bendición.

Vaticano, 13 de noviembre de 2009



BENEDICTO PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
POR LA MUERTE DE SU SANTIDAD PAVLE,
PATRIARCA DE LA IGLESIA ORTODOXA SERBIA



A Su Eminencia
Amfilohije
Arzobispo de Cetinje,
Metropolita de Montenegro,
Locum tenens del Trono patriarcal
Santo Sínodo
de la Iglesia ortodoxa serbia

He recibido la triste noticia de que el Señor ha llamado a Su Santidad Pavle, Patriarca de la Iglesia ortodoxa serbia. Deseo expresarle mi sentido pésame a usted, al Santo Sínodo y a todos los miembros de la Iglesia, asegurando mi unión en la oración con cuantos lloran a su Padre y Pastor.

En una larga vida al servicio del Evangelio, el difunto Patriarca dio testimonio de fe y de fortaleza espiritual también en momentos particularmente difíciles, marcados por conflictos y guerras. Pido al Señor que su ejemplo sea de consuelo a los corazones de sus fieles y de muchos otros hombres de buena voluntad que, impulsados por su perseverancia, se comprometan a vivir plenamente la fe cristiana y a servir con celo a la gran causa de la reconciliación y de la paz.

Recuerdo con gratitud la generosa y cordial acogida que Su Santidad Pavle reservó a los miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto durante la reunión plenaria en septiembre de 2006, en Belgrado. Muchos otros han sido los gestos de fraternidad hacia la Iglesia católica y los encuentros entre católicos y ortodoxos celebrados con su bendición.

Que el dolor por la desaparición del Patriarca Pavle se transforme en esperanza segura del "nacimiento al cielo" y su recuerdo siga inspirando un fuerte crecimiento espiritual en el pueblo al que sirvió con entrega y generosidad. Que su recuerdo sea asimismo una invitación a todos para proseguir en el camino del diálogo y de la búsqueda de la plena comunión entre todos los discípulos de Cristo.

Deseo expresar igualmente el deseo de que el Señor acompañe la acción del Santo Sínodo en este tiempo de transición. Con afecto en el Señor.

Vaticano, 16 de noviembre de 2009

BENEDICTUS PP XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE VIETNAM CON OCASIÓN DEL AÑO JUBILAR



A su excelencia monseñor
Pierre Nguyên van Nhon
Obispo de Dalat
Presidente de la Conferencia episcopal de Vietnam

Al inicio de la celebración jubilar del 350° aniversario de la creación de los vicariatos apostólicos de Tonkin y de la Cochinchina, y del 50° aniversario de la institución de la jerarquía católica en Vietnam, me uno de todo corazón a la alegría y a la acción de gracias de los obispos de vuestro país, con quienes tuve el placer de encontrarme el pasado mes de junio, y de todos sus diocesanos.
Habéis querido que el inicio de esta celebración coincidiera con la fiesta de los ciento diecisiete gloriosos santos mártires de vuestro país. El recuerdo de su noble testimonio ayudará a todo el pueblo de Dios en Vietnam a intensificar su caridad, a aumentar su esperanza y a consolidar su fe, a veces probada en la vida diaria. Entre los mártires destaca la figura singular de André Dung-Lac, cuyas virtudes sacerdotales son modelos luminosos para los sacerdotes y los seminaristas, seculares y regulares, de vuestro país. Que en este año sacerdotal su ejemplo y el de sus compañeros les infunda una energía espiritual renovada que les ayude a vivir su sacerdocio con mayor fidelidad a su vocación, en la comunión fraterna, en la celebración digna de los sacramentos de la Iglesia y en un apostolado dinámico e intenso.

Para la apertura de vuestra celebración, habéis escogido So-Kiên, en la archidiócesis de Hanoi, un lugar emblemático, que habla especialmente a vuestro corazón. Fue la sede del primer vicariato apostólico de Vietnam y todavía conserva preciosos vestigios de vuestros santos mártires así como sus nobles reliquias. Que en este año jubilar ese lugar tan querido para vosotros ocupe el centro de una evangelización profunda, que lleve a toda la sociedad vietnamita los valores evangélicos de la caridad, la verdad, la justicia y la rectitud. Estos valores, vividos en el seguimiento de Cristo, adquieren una dimensión nueva que supera su sentido moral tradicional, cuando se arraigan en Dios, que desea el bien de todo hombre y que quiere su felicidad.

El año jubilar es un tiempo de gracia propicio para la reconciliación con Dios y con el prójimo. Con este fin, conviene reconocer las faltas que hemos cometido, en el pasado y en el presente, contra los hermanos en la fe y contra los hermanos compatriotas, y pedir perdón por ellas. Al mismo tiempo, conviene tomar la decisión de profundizar y enriquecer la comunión eclesial y edificar una sociedad justa, solidaria y equitativa mediante el diálogo auténtico, el respeto mutuo y la sana colaboración. El jubileo también es un tiempo especial para renovar el anuncio del Evangelio a los conciudadanos y para ser cada vez más una Iglesia de comunión y misión.

Toda la Iglesia en Vietnam se ha preparado a la celebración del jubileo con una novena de oración a fin de que este acontecimiento excepcional sea agradable a Dios, contribuya al crecimiento espiritual de todos los fieles y consolide la misión de la Iglesia. Pienso naturalmente en los religiosos y religiosas que desean dar testimonio con su vida de la radicalidad evangélica a través del carisma de sus respectivos fundadores. Que sigan creciendo en Dios mediante una vida espiritual más profunda, con fidelidad a su vocación y con un apostolado fecundo siguiendo a Cristo. Expreso igualmente mi afecto paterno a todos los fieles laicos vietnamitas. Los tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración diaria. Es necesario que se comprometan más profunda y activamente en la vida y en la misión de la Iglesia.

Queridos hermanos en el episcopado, pido al Señor que os ilumine y os guíe para que, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor y Maestro, seáis buenos pastores (cf. Jn 10, 11-16) que se dediquen a apacentar sus ovejas, a alentarlas y cuidarlas cuando sea necesario, y obispos que den testimonio con valentía y perseverancia de la grandeza de Dios y de la belleza de la vida en Cristo.

Que Nuestra Señora de La Vang, tan amada por todos los creyentes de vuestra nación, os acompañe con su ternura maternal a lo largo de este año. Le envío, monseñor, mi afectuosa bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los obispos, a los sacerdotes y a los seminaristas, a los religiosos y a las religiosas, como también a todos los fieles de Vietnam y a todas las personas que se unan de cerca o de lejos a la alegría de vuestras celebraciones.

Vaticano, 17 de noviembre de 2009



BENEDICTO PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I,
PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA





A Su Santidad
Bartolomé I
Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

Con gran alegría me dirijo a usted, con ocasión de la visita de la delegación encabezada por mi venerado hermano el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, a quien he encomendado la tarea de transmitirle mi afectuoso saludo fraterno en la fiesta de san Andrés, hermano de san Pedro y patrono del Patriarcado ecuménico.

En esta dichosa ocasión, en la que conmemoramos el nacimiento a la vida eterna del apóstol san Andrés, cuyo testimonio de fe en el Señor culminó en el martirio, extiendo también mi saludo respetuoso al Santo Sínodo, al clero y a todos los fieles, que bajo su solicitud pastoral y su guía siguen testimoniando el Evangelio de Jesucristo.

El recuerdo de los santos mártires impulsa a todos los cristianos a dar testimonio de su fe ante el mundo. Esta llamada es especialmente urgente en nuestro tiempo, en el que el cristianismo afronta desafíos cada vez más complejos. Seguramente el testimonio de los cristianos sería más creíble si todos los creyentes en Cristo fueran "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).

En las últimas décadas nuestras Iglesias se han comprometido sinceramente a proseguir por el camino hacia el restablecimiento de la comunión plena y, aunque todavía no hemos logrado nuestro objetivo, se han dado muchos pasos que nos han permitido estrechar los vínculos entre nosotros. Nuestra amistad creciente y el respeto mutuo, así como la voluntad de encontrarnos y de reconocernos los unos a los otros como hermanos en Cristo, no deben verse entorpecidos por quienes permanecen apegados al recuerdo de divergencias históricas, que les impiden abrirse al Espíritu Santo que guía a la Iglesia y puede transformar todas las debilidades humanas en oportunidades para el bien.

Esta apertura ha caracterizado el trabajo de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico, que el mes pasado celebró en Chipre su undécima sesión plenaria. La reunión estuvo marcada por un espíritu de solemne compromiso y un afectuoso sentimiento de cercanía. Quiero expresar una vez más mi gratitud sincera a la Iglesia de Chipre por su generosísima acogida y hospitalidad. Es muy alentador el hecho de que, a pesar de las dificultades y los malentendidos, todas las Iglesias que componen esta comisión internacional hayan expresado su intención de seguir adelante con el diálogo.

El tema de la sesión plenaria —"El papel del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia en el primer milenio"—, ciertamente es complejo y requerirá un estudio amplio y un diálogo paciente si queremos aspirar a una integración compartida de las tradiciones de Oriente y de Occidente. La Iglesia católica comprende el ministerio petrino como un don de Dios a su Iglesia. Este ministerio no debe interpretarse desde una perspectiva de poder, sino en el ámbito de una eclesiología de comunión, como un servicio a la unidad en la verdad y en la caridad. El Obispo de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad (san Ignacio de Antioquía), se entiende como el Servus servorum Dei (san Gregorio Magno). Por eso, como escribió mi venerable predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II, y como reiteré con ocasión de mi visita a El Fanar en noviembre de 2006, se trata de buscar juntos, inspirándonos en el modelo del primer milenio, las formas en que el ministerio del Obispo de Roma pueda realizar un servicio de amor reconocido por unos y otros (cf. Ut unum sint, 95). Por lo tanto, pidamos al Señor que nos bendiga y que el Espíritu Santo nos guíe a lo largo de este camino difícil pero prometedor.

En cualquier caso, mientras recorremos este camino hacia la comunión plena, ya debemos dar un testimonio común, cooperando al servicio de la humanidad, especialmente defendiendo la dignidad de la persona humana, afirmando los valores éticos fundamentales, promoviendo la justicia y la paz, y respondiendo a los sufrimientos que siguen afligiendo a nuestro mundo, especialmente el hambre, la pobreza, el analfabetismo y la distribución injusta de los recursos.

Además, nuestras Iglesias pueden cooperar para llamar la atención sobre la responsabilidad de la humanidad respecto de la salvaguarda de la creación. Al respecto, expreso de nuevo mi aprecio por las numerosas y valiosas iniciativas que usted, Santidad, ha apoyado y alentado, y que han testimoniado el don de la creación. El reciente simposio internacional sobre "Religión, ciencia y medio ambiente" dedicado al río Misisipi, y sus encuentros en Estados Unidos con personalidades destacadas del mundo político, cultural y religioso, son un ejemplo de su empeño.

Santidad, en la solemnidad del gran Apóstol san Andrés, le expreso mi estima respetuosa y mi cercanía espiritual a usted y al Patriarcado ecuménico, e invoco al Dios uno y trino para que conceda abundantes bendiciones de gracia y luz a su elevado ministerio para bien de la Iglesia.

Con estos sentimientos, le envío un abrazo fraterno en nombre de nuestro único Señor Jesucristo, y renuevo mi oración para que la paz y la gracia de nuestro Señor estén con usted y con cuantos han sido encomendados a su eminente guía pastoral.

Vaticano, 25 de noviembre de 2009



BENEDICTO PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CONGRESO SOBRE EL TEMA "DEL TELESCOPIO DE GALILEO A LA COSMOLOGÍA EVOLUTIVA"



Al venerado hermano
Monseñor Rino Fisichella
Rector magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense

Me alegra dirigir mi saludo a todos los participantes en el Congreso internacional sobre el tema "Del telescopio de Galileo a la cosmología evolutiva. Ciencia, filosofía y teología en diálogo". Lo saludo en particular a usted, venerado hermano, que se ha hecho promotor de este importante momento de reflexión, en el contexto del "Año internacional de la astronomía", para celebrar el cuarto centenario del descubrimiento del telescopio. Mi pensamiento se dirige también al profesor Nicola Cabibbo, presidente de la Academia pontificia de ciencias, que ha colaborado en la preparación de ese congreso. Saludo cordialmente a las personalidades procedentes de distintos países del mundo que, con su presencia, cualifican estas jornadas de estudio.

Cuando se abre el Sidereus nuncius y se leen las primeras expresiones de Galileo, se percibe en seguida la maravilla del científico de Pisa ante cuanto él mismo había realizado: "Grandes cosas —escribe— en este breve tratado propongo a la observación y a la contemplación de los estudiosos de la naturaleza. Grandes, digo, tanto por la excelencia de la materia en sí misma, como por la novedad nunca oída en los siglos, y por el instrumento a través del cual estas mismas cosas se han manifestado a nuestro sentido" (Galileo Galilei, Sidereus nuncius, 1610, tr. P.A. Giustini, Lateran University Press 2009, p. 89). Era el año 1609 cuando Galileo apuntó por primera vez hacia el cielo con un instrumento "diseñado por mí —escribe— iluminándome antes la gracia divina": el telescopio. Lo que se presentó a su mirada es fácil imaginarlo; la maravilla se transformó en emoción y esta en entusiasmo, que le llevó a escribir: "Gran cosa es ciertamente añadir a la inmensa multitud de las estrellas fijas, que con la natural facultad visual han podido observarse hasta hoy, otras innumerables estrellas, nunca vistas antes y que superan más de diez veces el número de las estrellas antiguas ya observadas" (ib.). El científico pudo observar con sus propios ojos algo que, hasta ese momento, sólo era fruto de hipótesis controvertidas. No se equivoca quien piensa que el alma profundamente creyente de Galileo, ante esa visión se abrió casi naturalmente a la oración de alabanza, haciendo suyos los sentimientos del Salmista: "¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! (...) Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? ... le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies" (Sal 8, 1.4-5.7).

Con este descubrimiento aumentó en la cultura la conciencia de que se encontraba ante un punto crucial de la historia de la humanidad. La ciencia se convertía en algo distinto de como los antiguos la habían pensado siempre. Gracias a Aristóteles se había llegado al conocimiento cierto de los fenómenos partiendo de principios evidentes y universales; ahora Galileo mostraba concretamente cómo acercarse y observar los propios fenómenos, para comprender sus causas secretas. El método deductivo cedía el paso al inductivo y abría el camino a la experimentación. El concepto de ciencia que había durado siglos ahora se modificaba, emprendiendo el camino hacia una concepción moderna del mundo y del hombre. Galileo se había adentrado en las sendas desconocidas del universo; abría la puerta para observar espacios cada vez más inmensos. Probablemente más allá de sus intenciones, el descubrimiento del científico de Pisa permitía también retroceder en el tiempo, suscitando interrogantes sobre el origen mismo del cosmos y poniendo de manifiesto que también el universo, salido de las manos del Creador, tiene su historia; que "gime y sufre dolores de parto" —por usar la expresión del apóstol san Pablo— con la esperanza de ser liberado "de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8, 21-22).

También hoy el universo sigue suscitando interrogantes a los que la simple observación, sin embargo, no consigue dar una respuesta satisfactoria: por sí solas las ciencias naturales y físicas no bastan. De hecho, el análisis de los fenómenos, si se queda cerrado en sí mismo, corre el riesgo de presentar el cosmos como un enigma irresoluble: la materia posee una inteligibilidad capaz de hablar a la inteligencia del hombre y de indicar un camino que va más allá del simple fenómeno. Es la lección de Galileo la que lleva a esta consideración. ¿Acaso no era el científico de Pisa quien sostenía que Dios ha escrito el libro de la naturaleza en la forma del lenguaje matemático? Y sin embargo, la matemática es una invención del espíritu humano para comprender la creación. Pero si la naturaleza está realmente estructurada con un lenguaje matemático y la matemática inventada por el hombre puede llegar a comprenderlo, eso significa que se ha verificado algo extraordinario: la estructura objetiva del universo y la estructura intelectual del sujeto humano coinciden, la razón subjetiva y la razón objetivada en la naturaleza son idénticas. En definitiva, es "una" razón que las une a ambas y que invita a mirar a una única Inteligencia creadora (cf. Benedicto XVI, Discurso a los jóvenes de la diócesis de Roma, 6 de abril de 2006: L'Osservatore Romano,edición en lengua española, 14 de abril de 2006, p. 7).

Los interrogantes sobre la inmensidad del universo, sobre su origen y sobre su fin, como también sobre su comprensión, no admiten una única respuesta de carácter científico. Quien mira al cosmos, siguiendo la lección de Galileo, no podrá detenerse sólo en aquello que observa con el telescopio; deberá ir más allá, interrogándose sobre el sentido y el fin al que se orienta toda la creación. La filosofía y la teología, en esta fase, revisten un papel importante para allanar el camino hacia ulteriores conocimientos. Ante los fenómenos y la belleza de la creación la filosofía busca, con su razonamiento, entender la naturaleza y la finalidad última del cosmos. La teología, fundada en la Palabra revelada, escruta la belleza y la sabiduría del amor de Dios, que ha dejado sus huellas en la naturaleza creada (cf. santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, ia. q. 45, a. 6). En este movimiento gnoseológico están implicadas tanto la razón como la fe; ambas ofrecen su luz. Cuanto más aumenta el conocimiento de la complejidad del cosmos, tanto más requiere una pluralidad de instrumentos capaces de poder satisfacerla; no se vislumbra ningún conflicto en el horizonte entre los varios conocimientos científicos y los filosóficos y teológicos; al contrario, sólo en la medida en que estos conocimientos consigan entrar en diálogo e intercambiarse sus respectivas competencias serán capaces de presentar a los hombres de hoy resultados verdaderamente eficaces.

El descubrimiento de Galileo fue una etapa decisiva para la historia de la humanidad. De ella han surgido otras grandes conquistas, con la invención de instrumentos que hacen precioso el progreso tecnológico al que se ha llegado. Desde los satélites que observan las diversas fases del universo, el cual paradójicamente resulta cada vez más pequeño, hasta las máquinas más sofisticadas utilizadas para la ingeniería biomédica, todo muestra la grandeza del intelecto humano, que, según el mandato bíblico, está llamado a "dominar" toda la creación (cf. Gn 1, 28), a "cultivarla" y a "custodiarla" (cf. Gn 2, 15). Sin embargo, todas esas conquistas entrañan siempre un riesgo sutil: que el hombre confíe sólo en la ciencia y se olvide de levantar la mirada más allá de sí mismo hacia el Ser trascendente, Creador de todo, que en Jesucristo ha revelado su rostro de Amor. Estoy seguro de que la interdisciplinariedad con la que se realiza este congreso permitirá comprender la importancia de una visión unitaria, fruto de un trabajo común para el verdadero progreso de la ciencia en la contemplación del cosmos.

Acompaño de buen grado, venerado hermano, vuestro compromiso académico, pidiendo al Señor que bendiga estas jornadas, como también la investigación de cada uno de vosotros.

Vaticano, 26 de noviembre de 2009



BENEDICTO PP. XVI


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MENSAJE DEL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO,
EN NOMBRE DE SANTO PADRE BENEDICTO XVI,
A LA PRESIDENTA DE LA II CONFERENCIA DE EXAMEN
DE LA CONVENCIÓN SOBRE LA PROHIBICIÓN DEL EMPLEO,
ALMACENAMIENTO, PRODUCCIÓN Y TRASPORTE
DE LAS MINAS ANTIPERSONAL Y SU DESTRUCCIÓN





A la Excelentísima Presidenta de la II Conferencia de Examen de la Convención sobre la prohibición del empleo, almacenamiento, producción y transporte de las minas antipersonal y su destrucción.

Su Santidad Benedicto XVI saluda cordialmente a los organizadores y participantes en esa Conferencia, manifestando su interés y atención por sus trabajos, que no tratan solamente de responder a los graves problemas humanitarios que plantean las minas antipersonal y reforzar el derecho humanitario internacional, sino también de favorecer la búsqueda de un auténtico desarrollo humano integral.

A diez años de un logro notable, que ha abierto la vía a un mundo sin minas antipersonal, los Estados que forman parte de la Convención sobre dichas minas se encuentran de nuevo para evaluar el camino recorrido y detectar los retos que todavía han de afrontarse, antes de que se pueda asegurar que los riesgos de esas armas insidiosas ya no existen y que todas sus víctimas están dignamente atendidas. En éste, como en otros campos, la voluntad política y humanitaria, así como el compromiso concreto, se han de renovar día a día. Las causas nobles merecen un esfuerzo continuo y sin cejar,

Tanto en la política, en la economía o en el campo del desarme, es indispensable volver a poner a la persona en el centro de nuestras preocupaciones. Siempre que los objetivos se han centrado en otras cosas, ha costado a las personas y los pueblos un precio exorbitante, que han pagado con sus vida, su desarrollo y el porvenir de sus familias y comunidades. La Convención sobre las minas antipersonal ha sido pionera en este campo. Las víctimas y sus familias han sido el centro de nuestra atención y deberían seguir siéndolo, no sólo para que reciban asistencia, sino también considerándoles interlocutores y artífices en la realización conjunta de los objetivos de la Convención.

Es cierto que la atención está centrada principalmente en la Convención que se celebra esta semana. Pero es indispensable no perder una visión más amplia para no excluir campos tan cercanos que seria fútil intentar separar. ¿Cómo se pueden discriminar entre las víctimas de las minas antipersonal y aquellas de las bombas de racimo o de las armas ligeras y de pequeño calibre? ¿Cómo se puede desarrollar una acción de desminado de una sola de estas armas sin tener en cuenta las otras? ¿Cómo es posible prohibir las minas antipersonal y seguir contaminando impunemente amplias zonas con armas inhumanas, como las bombas de racimo, que en buena parte funcionan como minas antipersonal? La defensa de los intereses nacionales nunca puede ni debe ir en detrimento de las poblaciones civiles, en especial de las más débiles.

La Santa Sede muestra su satisfacción por los éxitos innegables que se han podido lograr en común, Y se ha de elogiar y alentar la colaboración entre los Estados, las Naciones Unidas, las Organizaciones Internacionales, el Comité Internacional de la Cruz Roja y la sociedad civil. Esta Convención es también pionera en un modelo que puede ser calificado como multilateralismo renovado, que con el tiempo ha demostrado su validez, en particular y recientemente en el marco de la Convención sobre las bombas de racimo. La creciente toma de conciencia de la propia dignidad y los propios derechos por parte de las personas y poblaciones más damnificadas, así como la voluntad de trabajar juntos en su favor, es también garantía de otros éxitos en diversos campos del desarme.

Son de apreciar los esfuerzos realizados en este marco para cumplir las obligaciones previstas en la Convención, particularmente en lo que se refiere a la asistencia a las víctimas, la destrucción de los arsenales y la limpieza de minas de las regiones afectadas. En un mundo cada vez más globalizado e interdependiente, la paz y el desarrollo son inseparables. Los unos no pueden beneficiarse sin los otros, y menos aún en detrimento de los otros. A este respecto, es indispensable la cooperación internacional y la inclusión de los países menos favorecidos, con el fin de aumentar las oportunidades de paz en el mundo y crear las condiciones necesarias para la construcción de la prosperidad y el desarrollo integral de la familia humana. «La cooperación internacional necesita personas que participen en el desarrollo económico y humano, mediante la solidaridad de la presencia, el acompañamiento, la formación y el respeto» (Caritas in veritate, 47). En estos momentos de crisis, es imperativo no olvidar nuestro deber de ser solidarios, de compartir y de actuar con justicia respecto a los países más afectados y menos favorecidos.

Desde su adopción, la Convención ha conseguido el beneplácito de la mayoría de los Estados del mundo, aunque, desafortunadamente, la adhesión aún no ha llegado a ser universal. La Santa Sede hace en esta ocasión un llamamiento a todos los Estados para que reconozcan las deplorables consecuencias humanitarias de las minas antipersonal. En efecto, la experiencia muestra que estas armas han causado más víctimas y daños entre la población civil, que habría que defender, de lo que han servido para defender a los Estados. Los miles de víctimas que siguen provocando nos recuerdan, en el caso de que aún fuera necesario repetirlo, la quimera de querer construir la paz y la estabilidad con una visión exclusivamente militar. Es oportuno reiterar en esta circunstancia que la paz, la seguridad y la estabilidad no pueden estar sólo en función de la seguridad militar, sino que dependen sobre todo de que se den todas aquellas condiciones que permitan el pleno desarrollo de la persona humana, que tantas veces se ven impedidas por el uso y la presencia de minas antipersonal.

El Santo Padre expresa en esta ocasión su cercanía a todas las víctimas, a sus familias y a los países afectados. Todos ellos necesitan fuerza de voluntad y valor para emprender un proceso de rehabilitación, y precisan también de nuestra ayuda y cercanía humana. El Santo Padre manifiesta también su satisfacción por el valioso trabajo llevado a cabo por la presidencia noruega y personalmente por Usted, Señora Presidenta. Así mismo, reitera el apoyo sin reservas de la Santa Sede a quienes están comprometidos en la gran tarea de liberar nuestro mundo de las minas antipersonal, a la vez que invoca sobre todos los participantes en esa Conferencia abundantes bendiciones divinas.

Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CONGRESO "DIOS HOY. CON ÉL O SIN ÉL TODO CAMBIA"
[ROMA, 10-12 DE DICIEMBRE 2009]



Al venerado hermano
Señor cardenal
Angelo Bagnasco
Arzobispo metropolitano de Génova
Presidente de la Conferencia episcopal italiana

Con ocasión del congreso "Dios hoy. Con él o sin él todo cambia", que se celebra en Roma del 10 al 12 de diciembre, deseo manifestarle a usted, venerado hermano, a la Conferencia episcopal italiana y, en particular, al comité para el proyecto cultural, vivo aprecio por esa importante iniciativa, que aborda uno de los grandes temas que desde siempre fascinan e interrogan al espíritu humano. La cuestión de Dios es central también para nuestra época, en la que a menudo se tiende a reducir al hombre a una sola dimensión, la "horizontal", considerando irrelevante para su vida la apertura a lo Trascendente. La relación con Dios, en cambio, es esencial para el camino de la humanidad y, como he afirmado muchas veces, la Iglesia y todo cristiano tienen precisamente la tarea de hacer presente a Dios en este mundo, de tratar de abrir a los hombres el acceso a Dios.

En esta perspectiva se plantea el congreso internacional de estos días. La amplitud del enfoque de la importante temática que caracteriza el encuentro permitirá trazar un cuadro rico y articulado de la cuestión de Dios, pero sobre todo será un estímulo para una profunda reflexión sobre el lugar que ocupa Dios en la cultura y en la vida de nuestro tiempo. Por una parte, se pretende mostrar los diversos caminos que llevan a afirmar la verdad sobre la existencia de Dios, el Dios que la humanidad siempre ha conocido de algún modo, aun en los claroscuros de su historia, y que se reveló con el esplendor de su rostro en la alianza con el pueblo de Israel y, más allá de toda medida y esperanza, de modo pleno y definitivo en Jesucristo. Este es el Hijo de Dios, el Viviente que entra en la vida y en la historia del hombre para iluminarlas con su gracia, con su presencia. Por otra parte, se quiere destacar precisamente la importancia esencial que Dios tiene para nosotros, para nuestra vida personal y social, para la comprensión de nosotros mismos y del mundo, para la esperanza que ilumina nuestro camino, para la salvación que nos espera más allá de la muerte.

Hacia estos objetivos se dirigen las numerosas intervenciones, según las múltiples perspectivas que serán objeto de estudio y de debate: desde la reflexión filosófica y teológica hasta el testimonio de las grandes religiones; desde el impulso hacia Dios, que se expresa en la música, en las letras, en las artes figurativas, en el cine y en la televisión, hasta el desarrollo de las ciencias, que tratan de leer en profundidad los mecanismos de la naturaleza, fruto de la obra inteligente de Dios Creador; desde el análisis de la experiencia personal de Dios hasta la consideración de las dinámicas sociales y políticas de un mundo ya globalizado.

En una situación cultural y espiritual como la que estamos viviendo, donde crece la tendencia a relegar a Dios en la esfera privada, a considerarlo como irrelevante o superfluo, o a rechazarlo explícitamente, deseo de corazón que este congreso contribuya al menos a disipar la penumbra que hace precaria y temerosa para el hombre de nuestro tiempo la apertura a Dios, aunque él no cesa nunca de llamar a nuestra puerta. Las experiencias del pasado, incluso del reciente, enseñan que cuando Dios desaparece del horizonte del hombre, la humanidad pierde la orientación y corre el riesgo de caminar hacia su propia destrucción. La fe en Dios abre al hombre el horizonte de una esperanza cierta, que no defrauda; indica un fundamento sólido sobre el cual poder apoyar la vida sin temor; pide abandonarse con confianza en las manos del Amor que sostiene el mundo.

A usted, señor cardenal, a cuantos han contribuido a preparar el congreso, a los ponentes y a todos los participantes va mi cordial saludo con el deseo de pleno éxito de la iniciativa. Acompaño los trabajos con la oración y con mi bendición apostólica, propiciadora de la luz de lo alto que nos hace capaces de encontrar en Dios nuestro tesoro y nuestra esperanza.

Vaticano, 7 de diciembre de 2009


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL ARZOBISPO DE SANTIAGO DE COMPOSTELA
CON OCASIÓN DE LA APERTURA
DEL AÑO SANTO COMPOSTELANO 2010



A Mons. Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela

1. Con ocasión de la apertura de la Puerta Santa, que da comienzo al Jubileo Compostelano de 2010, hago llegar un cordial saludo a Vuestra Excelencia y a los participantes en esa significativa ceremonia, así como a los pastores y fieles de esa Iglesia particular, que por su vinculación inmemorial con el Apóstol Santiago hunde sus raíces en el Evangelio de Cristo, ofreciendo este tesoro espiritual a sus hijos y a los peregrinos de Galicia, de otras partes de España, de Europa y de los más lejanos rincones del mundo.

Con este acto solemne, se abre un tiempo especial de gracia y de perdón, de la «gran perdonanza», como dice la tradición. Una oportunidad particular para que los creyentes recapaciten sobre su genuina vocación a la santidad de vida, se impregnen de la Palabra de Dios, que ilumina e interpela, y reconozcan a Cristo, que sale a su encuentro, les acompaña en las vicisitudes de su caminar por el mundo y se entrega a ellos personalmente, sobre todo en la Eucaristía. Pero también los que no tienen fe, o tal vez la han dejado marchitar, tendrán una ocasión singular para recibir el don de «Aquel que ilumina a todos los hombres para que puedan tener finalmente vida» (Lumen gentium, 16).

2. Santiago de Compostela se distingue desde tiempos remotos por ser meta eminente de peregrinos, cuyos pasos han marcado un Camino que lleva el nombre del Apóstol, hasta cuyo sepulcro acuden gentes especialmente de las más diversas regiones de Europa para renovar y fortalecer su fe. Un Camino sembrado de tantas muestras de fervor, penitencia, hospitalidad, arte y cultura, que nos habla elocuentemente de las raíces espirituales del Viejo Continente.

El lema de este nuevo Año Jubilar Compostelano, «Peregrinando hacia la luz», así como la carta pastoral para esta ocasión, «Peregrinos de la fe y testigos de Cristo resucitado», siguen fielmente esta tradición y la reproponen como una llamada evangelizadora a los hombres y mujeres de hoy, recordando el carácter esencialmente peregrino de la Iglesia y del ser cristiano en este mundo (cf. Lumen gentium, 6.48-50). En el Camino se contemplan nuevos horizontes que hacen recapacitar sobre las angosturas de la propia existencia y la inmensidad que el ser humano tiene dentro y fuera de sí, preparándole para ir en busca de lo que realmente su corazón anhela. Abierto a la sorpresa y la trascendencia, el peregrino se deja instruir por la Palabra de Dios, y de este modo va decantando su fe de adherencias y miedos infundados. Así hizo el Señor resucitado con los discípulos que, aturdidos y desalentados, iban de camino hacia Emaús. Cuando a la palabra se añadió el gesto de partir el pan, a los discípulos «se les abrieron los ojos» (cf. Lc 24,31) y reconocieron al que creían sumido en la muerte. Entonces se encuentran personalmente con Cristo, que vive para siempre y forma parte de sus vidas. En ese momento, su primer y más ardiente deseo es anunciar y atestiguar lo ocurrido ante los demás (cf. Lc 24,35).

Pido fervientemente al Señor que acompañe a los peregrinos, que se dé a conocer y entre en sus corazones, «para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Ésta es la verdadera meta, la gracia, que el mero recorrido material del Camino no puede alcanzar por sí solo, y que lleva al peregrino a convertirse en testigo ante los demás de que Cristo vive y es nuestra esperanza imperecedera de salvación. En esa archidiócesis, junto a otras muchas organizaciones eclesiales, se han puesto en marcha múltiples iniciativas pastorales para ayudar a lograr este fin esencial de la peregrinación a Santiago de Compostela, de carácter espiritual, aunque en ciertos casos se tienda a ignorarlo o desvirtuarlo.

3. En este Año Santo, en sintonía con el Año Sacerdotal, un papel decisivo corresponde a los presbíteros, cuyo espíritu de acogida y entrega a los fieles y peregrinos ha de ser particularmente generoso. Peregrinos también ellos, están llamados a servir a sus hermanos ofreciéndoles la vida de Dios, como hombres de la Palabra divina y de lo sagrado (cf. Al retiro sacerdotal internacional en Ars, 28 septiembre 2009). Aliento, pues, a los sacerdotes de esa Archidiócesis, así como a los que se sumen a ellos durante este Jubileo y a los de las diócesis por donde pasa el Camino, a prodigarse en la administración de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, pues lo más buscado, lo más preciado y característico del Año Santo es el Perdón y el encuentro con Cristo vivo.

4. En esta circunstancia, expreso mi especial cercanía a los peregrinos que llegan y seguirán llegando a Santiago. Les invito a que hagan acopio de las sugestivas experiencias de fe, caridad y fraternidad que encuentren en su andadura, a que vivan el Camino sobre todo interiormente, dejándose interpelar por la llamada que el Señor hace a cada uno de ellos. Así podrán decir con gozo y firmeza en el Pórtico de la Gloria: «Creo». Les ruego también que en su oración cadenciosa no olviden a los que no pudieron acompañarles, a sus familias y amigos, a los enfermos y necesitados, a los emigrantes, a los frágiles en la fe y al Pueblo de Dios con sus Pastores.

5. Agradezco cordialmente a la archidiócesis de Santiago, así como a las autoridades y otros colaboradores, sus esfuerzos en la preparación de este Jubileo Compostelano, como también a los voluntarios y a cuantos están dispuestos a contribuir a su buen desarrollo. Confío los frutos espirituales y pastorales de este Año Santo a nuestra Madre del cielo, la Virgen Peregrina, y al Apóstol Santiago, el «amigo del Señor», a la vez que imparto a todos con afecto la Bendición Apostólica.

Vaticano, 19 de diciembre de 2009



BENEDICTUS PP XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LOS JUEGOS OLÍMPICOS INVERNALES DE VANCOUVER



A monseñor J. Michael Miller
arzobispo de Vancouver

Me alegra conocer la noticia de que del 12 al 28 de febrero de 2010 se van a celebrar en la archidiócesis de Vancouver y en la diócesis de Kamloops los XXI Juegos olímpicos de invierno y los X Juegos paralímpicos de invierno. Con esta ocasión, Excelencia, le envío mis más cordiales saludos a usted y al obispo David Monroe, y mis mejores deseos para los atletas, los organizadores y los numerosos voluntarios de la comunidad que colaboran generosamente en la celebración de este significativo evento internacional.

Este acontecimiento tan importante para los atletas y para los espectadores me permite recordar que el deporte "puede dar una valiosa aportación al entendimiento pacífico entre los pueblos y contribuir a que se consolide en el mundo la nueva civilización del amor" (Juan Pablo II, Homilía, 29 de octubre de 2000, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de noviembre de 2000, p. 5). A esta luz, el deporte ha de ser siempre un elemento esencial para la construcción de la paz y la amistad entre los pueblos y las naciones. Subrayo también la iniciativa ecuménica More Than Gold, orientada a ofrecer asistencia espiritual y material a los visitantes, a los participantes y a los voluntarios. Pido para que todos los que reciban este servicio se vean confirmados en su amor a Dios y al prójimo.

Con estos sentimientos, invoco de corazón abundantes bendiciones de Dios nuestro Señor para todas las personas que participen en la celebración de los XXI Juegos olímpicos de invierno y los X Juegos paralímpicos de invierno.

Vaticano, 30 de diciembre de 2009


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