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2008

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Messaggio del Card. Tarcisio Bertone, a nome del Santo Padre Benedetto XVI, in occasione dei cinquant'anni di attività dell'Opera assistenziale episcopale Misereor (21 gennaio 2008)

Italiano


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Messaggio in occasione della 97ma edizione del "Deutscher Katholikentag" (11 maggio 2008)

English


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Messaggio del Santo Padre Benedetto XVI, a firma del Card. Tarcisio Bertone, al Congresso del "Forum Deutscher Katholiken" (Fulda, Germania, 12-14 settembre 2008)

Alemán

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MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE CUBA CON MOTIVO DEL X ANIVERSARIO
DE LA VISITA DE JUAN PABLO II AL PAÍS



Queridos Hermanos en el Episcopado:

«El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13). Estas palabras del Apóstol resuenan de nuevo entre vosotros al celebrar con emoción la memorable visita del Siervo de Dios Juan Pablo II a tierras cubanas, a las que llegó con el propósito de «animarlos en la esperanza, alentarlos en la caridad» (Ceremonia de llegada, 21de enero de 1998,n. 3).

El rememorar diez años después aquellas inolvidables jornadas para la Iglesia y el pueblo cubano, vividas también bajo la mirada emocionada de todo el mundo, es sin duda un deber de gratitud para con mi venerado Predecesor, así como manifestación de un ardiente propósito de renovar el auténtico impulso evangelizador que él dejó profundamente impreso en el corazón de todos.

Saludo entrañablemente al Señor Cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, al Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, Mons. Juan García Rodríguez, así como a cada uno de los demás Obispos que la componen. Me siento espiritualmente entre vosotros, como testimonia la presencia del Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, y renuevo al mismo tiempo la estima del Sucesor de Pedro por vuestros desvelos pastorales, así como mi cercanía a las aspiraciones y preocupaciones de todos los cubanos. Pido constantemente al Señor que les dé fortaleza y generosidad para vivir cada vez más intensamente su fe y trabajar en favor de un mundo iluminado por el Evangelio.

El anuncio del Evangelio de Cristo sigue encontrando en Cuba corazones bien dispuestos para acogerlo, lo que conlleva una responsabilidad constante para ayudarles a crecer en la vida espiritual, proponiéndoles ese «alto grado de la vida cristiana ordinaria» (Novo millennio ineunte, 19) propio de la vocación a la santidad de todo bautizado. Anunciar la recta doctrina, iniciar en la escucha y profundización de la Palabra de Dios, promover la participación en los sacramentos y fomentar la vida de oración, son metas primarias de la acción pastoral, pues llevar a todos la salvación de Cristo es el núcleo mismo de la misión de la Iglesia.

En ocasiones, algunas comunidades cristianas se ven abrumadas por las dificultades, por la escasez de recursos, la indiferencia o incluso el recelo, que pueden inducir al desánimo. En estos casos, el buen discípulo se verá confortado por las palabras del Maestro: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino» (Lc 12, 32). El creyente sabe que siempre puede poner su esperanza en Cristo Jesús, nuestro Señor, que no defrauda (cf. 1 Ts 1,3) y colma de alegría su corazón (cf. 1P 1,6), dando sentido y fecundidad a su vida de fe.

En efecto, una pequeña luz puede iluminar toda la casa, la levadura es poca cosa, pero hace fermentar toda la masa (cf. Mt 13,33). Cuántas veces pequeños gestos de amistad y buena volunta, gestos sencillos y cotidianos de respeto, atención al que sufre o entrega desinteresada al bien de los demás, hacen entrever el amor sin límites de Dios por todos y cada uno.

Por eso adquiere también una gran importancia la misión que la Iglesia en Cuba desarrolla en favor de los más necesitados, con obras concretas de servicio y atención a los hombres y mujeres de cualquier condición, que merecen ser sostenidos no sólo en sus necesidades materiales, sino acogidos con afecto y comprensión. El Papa agradece profundamente el esfuerzo y el sacrificio de las personas y comunidades entregadas a estas tareas, siguiendo el ejemplo de Cristo, que «no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos» (Mc 10,45).

Queridos Hermanos, tenéis en vuestras manos el cuidado de la viña del Señor en Cuba, donde el anuncio del Evangelio llegó hace cinco siglos y cuyos valores tuvieron gran influencia en el nacimiento de la Nación, por obra sobre todo del Siervo de Dios Félix Varela y el propagador del amor entre los cubanos y entre todos los hombres, que fue José Martí. En esos valores veían un elemento vital también para la concordia y el porvenir venturoso de la Patria.

Esta herencia ha calado hondo en el alma cubana, que hoy necesita de vuestra generosa solicitud pastoral para reavivarla cada vez más, mostrando que la Iglesia, centrando su mirada en Jesucristo, tiende a hacer el bien, a promover la dignidad de la persona y, sembrando sentimientos de comprensión, misericordia y reconciliación, contribuye a la mejora del hombre y de la sociedad.

Sabéis que contáis con la cercanía del Papa y la fraterna oración y colaboración de otras Iglesias particulares diseminadas por el mundo entero.

Os ruego que llevéis mi afectuoso saludo a los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles laicos, así como a todos los cubanos, por los que invoco a la Virgen de la Caridad del Cobre con las mismas palabras con las que oró ante ella mi venerado Predecesor Juan Pablo II durante la visita que estamos conmemorando: «Haz de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas para que este pueblo abra de par en par su mente, su corazón y su vida a Cristo, único Salvador y Redentor» (Homilía en Santiago, 24 de enero de1998, n. 6).

Con una especial Bendición Apostólica.

El Vaticano 20 de febrero de 2008

BENEDICTUS PP. XVI


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MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS ESTADOUNIDENSES ANTES DE INICIAR SU
VIAJE APOSTÓLICO



Queridos hermanos y hermanas de Estados Unidos:

¡La gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo estén con todos ustedes! Dentro de pocos días comenzaré mi visita apostólica a su amado país. Antes de partir, quiero enviarles un cordial saludo y una invitación a la oración. Como saben, sólo podré visitar dos ciudades: Washington y Nueva York. Pero la intención de mi visita es abrazar espiritualmente a todos los católicos de Estados Unidos. Al mismo tiempo, espero de corazón que mi presencia entre ustedes sea considerada como un gesto de fraternidad hacia todas las comunidades eclesiales, y como un signo de amistad hacia los miembros de las demás tradiciones religiosas y hacia todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El Señor resucitado confió a los Apóstoles y a la Iglesia su Evangelio de amor y de paz para que el mensaje se transmita a todos los pueblos.

En este momento deseo añadir unas palabras de agradecimiento, porque soy consciente de que muchas personas están trabajando intensamente desde hace mucho tiempo, tanto en el ámbito de la Iglesia como en los servicios públicos, para preparar mi viaje. De modo especial, doy las gracias a todos los que están rezando por el éxito de mi visita, puesto que la oración es lo más importante. Queridos amigos, lo digo porque estoy convencido de que, como nos enseña nuestra fe, sin la fuerza de la oración, sin la unión íntima con el Señor, valen muy poco nuestros esfuerzos humanos. Es Dios quien nos salva, quien salva al mundo y toda la historia. Él es el Pastor de su pueblo. Yo voy, enviado por Jesucristo, para llevarles su palabra de vida.

Junto con sus obispos, he elegido como tema de mi viaje tres palabras sencillas, pero esenciales: "Cristo, nuestra esperanza". Siguiendo las huellas de mis venerables predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, iré por primera vez a Estados Unidos como Papa, para proclamar esta gran verdad: Jesucristo es la esperanza para los hombres y las mujeres de toda lengua, raza, cultura y condición social. Sí, Cristo es el rostro de Dios presente entre nosotros. Gracias a él, nuestra vida alcanza la plenitud, y juntos, como individuos y como pueblos, podemos formar una familia unida por el amor fraterno, según el designio eterno de Dios Padre.

Sé cuán profundamente arraigado está en su país este mensaje evangélico. Voy para compartirlo con ustedes, en una serie de celebraciones y encuentros. También llevaré el mensaje de esperanza cristiana a la gran Asamblea de las Naciones Unidas, a los representantes de todos los pueblos del mundo. En efecto, el mundo tiene hoy más necesidad que nunca de esperanza: esperanza de paz, de justicia y de libertad, pero esta esperanza no puede realizarse sin obediencia a la ley de Dios, que Cristo llevó a su plenitud con el mandamiento del amor mutuo. Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti, y no hagas lo que no quieras que te hagan a ti. Esta "regla de oro" se encuentra en la Biblia, pero es válida para todos, incluso para los no creyentes. Es la ley escrita en el corazón humano. En ella todos podemos estar de acuerdo, de modo que, al afrontar otras cuestiones, podamos hacerlo de una manera positiva y constructiva para toda la comunidad humana.

Dirijo un cordial saludo a los católicos de lengua española y les manifiesto mi cercanía espiritual, en particular a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los que pasan por dificultades o se sienten más necesitados. Les expreso mi vivo deseo de poder estar pronto con ustedes en esa querida nación. Mientras tanto, les aliento a orar intensamente por los frutos pastorales de mi inminente viaje apostólico y a mantener en alto la llama de la esperanza en Cristo resucitado.

Queridos hermanos y hermanas, queridos amigos de Estados Unidos, deseo vivamente estar entre ustedes. Quiero que sepan que, aunque mi itinerario sea breve, con pocos encuentros, mi corazón está cerca de todos ustedes, especialmente de los enfermos, los débiles y los abandonados. Les doy una vez más las gracias por apoyar con sus oraciones mi misión. A cada uno expreso mi afecto e invoco sobre ustedes la protección materna de la santísima Virgen María.

Que la Virgen María les acompañe y proteja. Que Dios les bendiga.

Que Dios los bendiga a todos.


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VIAJE APOSTÓLICO
A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
Y VISITA A LA SEDE
DE LA ORGANIZACIÓN DE LA NACIONES UNIDAS



MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD JUDÍA EN LA FIESTA DE LA PESAH



Mi visita a los Estados Unidos me ofrece la ocasión de hacer llegar un cordial y caluroso saludo a mis hermanos y hermanas judíos que están en este País y en el mundo entero. Un saludo repleto de la más intensa espiritualidad porque se acerca la gran fiesta de la Pesah. «Éste será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre» (Éxodo 12,14). Aunque la celebración cristiana de la Pascua difiere en muchos sentidos de vuestra celebración de la Pesah, la consideramos como una experiencia en continuidad con la narración bíblica de las grandezas que el Señor ha hecho por su pueblo.

En este momento de vuestra celebración más solemne, me siento particularmente cercano, precisamente porque Nostra Aetate hace una llamada a los cristianos para que recuerden siempre que la Iglesia «ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por medio del pueblo con el que Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza, y no puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en el que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles» (N. 4). Al dirigirme a ustedes, deseo también yo reafirmar la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre las relaciones católico-judías y reiterar el compromiso de la Iglesia por el diálogo, que en los últimos cuarenta años ha cambiado y mejorado fundamentalmente nuestras relaciones.

Debido a ese aumento de confianza y amistad, cristianos y judíos pueden alegrarse juntos en la profunda espiritualidad de la Pascua, un memorial (zikkarôn) de libertad y redención. Cada año, cuando nosotros escuchamos la historia de la Pascua, volvemos a esa bendita noche de liberación. Este tiempo santo del año debe ser una llamada a nuestras respectivas comunidades a buscar la justicia, la misericordia, la solidaridad con el extranjero en el territorio, con la viuda y el huérfano, como ordenó Moisés: «Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató de allí. Por eso te mando hacer esto» (Deuteronomio 24,18).

En la Pascua Sèder ustedes evocan los santos patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y las santas mujeres de Israel, Sara, Rebeca, Raquel y Lía, inicio del largo linaje de hijos e hijas de la Alianza. Con el paso del tiempo, la Alianza asume un valor cada vez más universal, como se expresa en la promesa hecha a Abraham: «Te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición... Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo» (Génesis 12,2-3). En efecto, según el profeta Isaías la esperanza de la redención se extiende a toda de humanidad: «y acudirán pueblos numerosos. Dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos» (Isaías 2,3). Dentro de este horizonte escatológico se ofrece una perspectiva real de hermandad universal por las sendas de la justicia y la paz, que prepara el camino del Señor (cf. Isaías 62,10).

Cristianos y judíos comparten esta esperanza; somos efectivamente, como dicen los profetas, «cautivos» de esperanza (Zacarías 9,12). Esta vinculación nos permite a los cristianos celebrar junto a ustedes, aunque según nuestro modo propio, la Pascua de la muerte y resurrección de Cristo, que consideramos inseparable de lo que es propio de ustedes, pues Jesús mismo dijo: «La salvación viene de los judíos» (Juan 4,22). Nuestra Pascua y su Pesah, aunque distintas y diferentes, nos une en nuestra esperanza común centrada en Dios y su misericordia. Ellas nos instan a cooperar unos con otros, y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para hacer de este mundo un mundo mejor para todos, mientras esperamos el cumplimiento de las promesas de Dios.

Por consiguiente, ruego con respeto y amistad a la comunidad judía que acepte mi saludo de Pesah, en un espíritu de apertura a las posibilidades reales de cooperación que vemos ante nosotros al contemplar las necesidades urgentes de nuestro mundo, y al percibir con compasión los sufrimientos por doquier de millones de nuestros hermanos y hermanas. Naturalmente, nuestra esperanza compartida de paz en el mundo comprende el Medio Oriente y la Tierra Santa en particular. Que la conmemoración de los dones de Dios, que judíos y cristianos celebran en este tiempo festivo, inspire a todos los responsables del futuro de esa región –donde han tenido lugar los acontecimientos que rodean la revelación de Dios– renovados esfuerzos y, sobre todo, nuevas actitudes y una nueva purificación de los corazones.

En mi corazón, repito con ustedes el salmo del Hallel pascual (Salmo 118,1-4), invocando abundantes bendiciones divinas sobre ustedes:

«Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia....
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia».

Vaticano, 14 de abril de 2008

Benedictus PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA CUMBRE DE LA FAO
CELEBRADA EN ROMA*



Señor presidente de la República italiana;
ilustres jefes de Estado y de Gobierno;
señor director general de la FAO;
señor secretario general de la ONU;
señoras y señores:

Me alegra expresaros mi deferente y cordial saludo a todos vosotros, que de diferentes maneras representáis a los diversos componentes de la familia humana y os habéis reunido en Roma para concordar soluciones idóneas y afrontar el problema del hambre y de la desnutrición.

He pedido al cardenal Tarcisio Bertone, mi secretario de Estado, que os transmita la especial atención con la que sigo vuestro trabajo y que os asegure que atribuyo gran importancia a la ardua tarea que os espera. A vosotros se dirige la mirada de millones de hombres y mujeres, mientras nuevas amenazas se ciernen sobre su supervivencia, y situaciones preocupantes ponen en peligro la seguridad de sus países.

En efecto, la creciente globalización de los mercados no siempre favorece la disponibilidad de alimentos, y los sistemas productivos con frecuencia se ven condicionados por límites estructurales, así como por políticas proteccionistas y fenómenos especulativos que dejan a poblaciones enteras al margen de los procesos de desarrollo. A la luz de esta situación, es necesario reafirmar con fuerza que el hambre y la desnutrición son inaceptables en un mundo que, en realidad, dispone de niveles de producción, de recursos y de conocimientos suficientes para acabar con estos dramas y con sus consecuencias. El gran desafío de hoy consiste en «"globalizar" no sólo los intereses económicos y comerciales, sino también las expectativas de solidaridad, respetando y valorando la aportación de todos los componentes de la sociedad» (Discurso a la fundación "Centesimus annus, pro Pontifice", 31 de mayo de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 2008, p. 11).

Así pues, manifiesto a la FAO y a su director general mi aprecio y gratitud por haber llamado nuevamente la atención de la comunidad internacional sobre lo que obstaculiza la lucha contra el hambre y por haberla impulsado a una acción que, para que sea eficaz, debe ser unitaria y coordinada.

Con este espíritu, quiero renovar a las ilustres personalidades que participan en esta cumbre el deseo que formulé durante mi reciente visita a la sede de la ONU: es urgente superar la «paradoja de un consenso multilateral que sigue padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos» (Discurso a la Asamblea general de la ONU, 18 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 10). Además, me permito invitaros a colaborar de manera cada vez más transparente con las organizaciones de la sociedad civil comprometidas en colmar la creciente brecha entre riqueza y pobreza. Os exhorto, una vez más, a continuar las reformas estructurales que, a nivel nacional, son indispensables para afrontar con éxito los problemas del subdesarrollo, de los que el hambre y la desnutrición son consecuencias directas. Sé cuán arduo y complejo es todo ello.

Sin embargo, ¿cómo es posible permanecer insensibles a los llamamientos de quienes, en los diversos continentes, no logran alimentarse suficientemente para vivir? La pobreza y la desnutrición no son una mera fatalidad, provocada por situaciones ambientales adversas o por calamidades naturales desastrosas. Por otra parte, las consideraciones de carácter exclusivamente técnico o económico no deben prevalecer sobre los deberes de justicia con respecto a los que padecen hambre.

El derecho a la alimentación «responde principalmente a una motivación ética: "dar de comer a los hambrientos" (cf. Mt 25, 35), que apremia a compartir los bienes materiales como muestra del amor que todos necesitamos (...). Este derecho primario a la alimentación está intrínsecamente vinculado con la tutela y defensa de la vida humana, roca firme e inviolable donde se apoya todo el edificio de los derechos humanos» (Discurso al nuevo embajador de Guatemala, 31 de mayo de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 2008, p. 7).

Toda persona tiene derecho a la vida; por eso, es necesario promover la efectiva actuación de este derecho; es preciso ayudar a las poblaciones que sufren por la falta de alimentos a ser gradualmente capaces de satisfacer sus propias exigencias de una alimentación suficiente y sana.

En este momento particular, en el que la seguridad alimentaria se ve amenazada por el encarecimiento de los productos agrícolas, hace falta elaborar nuevas estrategias de lucha contra la pobreza y de promoción del desarrollo rural. Esto debe realizarse también a través de procesos de reformas estructurales, que permitan afrontar los desafíos de la misma seguridad y de los cambios climáticos; además, es necesario aumentar la disponibilidad de comida, valorando la laboriosidad de los pequeños agricultores y garantizando su acceso al mercado.

Ahora bien, el aumento global de la producción agrícola sólo podrá ser eficaz si va acompañado de la distribución efectiva de esa producción y si se destina principalmente a satisfacer las necesidades esenciales. Se trata de un camino que ciertamente no es fácil, pero que permitiría, entre otras cosas, redescubrir el valor de la familia rural: esta no se limita a preservar la transmisión, de padres a hijos, de los sistemas de cultivo, de conservación y de distribución de los alimentos, sino que es sobre todo un modelo de vida, de educación, de cultura y de religiosidad.

Además, desde el punto de vista económico, asegura una atención eficaz y amorosa a los más débiles y, en virtud del principio de subsidiariedad, puede asumir un papel directo en la cadena de distribución y comercialización de los productos agrícolas destinados a la alimentación, reduciendo los costes de intermediación y favoreciendo la producción en pequeña escala.

Señoras y señores, las dificultades actuales ponen de manifiesto que las modernas tecnologías, por sí solas, no son suficientes para superar la carencia alimentaria, como tampoco lo son los cálculos estadísticos y, en las situaciones de emergencia, el envío de ayuda alimentaria. Ciertamente, todo esto es muy importante, pero se debe completar y orientar mediante una acción política que, inspirada en los principios de la ley natural que están inscritos en el corazón de los hombres, proteja la dignidad de la persona. De este modo, también se respeta el orden de la creación y se tiene "como criterio orientador el bien de todos" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz del 1 de enero de 2008, n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 2007, p. 5).

Así pues, sólo la tutela de la persona permite combatir la causa principal del hambre, es decir, la cerrazón del ser humano con respecto a sus semejantes que disuelve la solidaridad, justifica los modelos de vida consumistas y disgrega el tejido social, preservando, e incluso aumentando, la brecha de injustos equilibrios, y descuidando las exigencias más profundas del bien (cf. Deus caritas est, 28).

Por tanto, si en la mesa de las negociaciones, de las decisiones y de su aplicación se hiciera valer el respeto de la dignidad humana, podrían superarse obstáculos que de otro modo serían insuperables, y se eliminaría, o al menos disminuiría, el desinterés por el bien de los demás. En consecuencia, sería posible adoptar medidas valientes, que no se rindan ante el hambre y la desnutrición, como si se tratara simplemente de fenómenos endémicos y sin solución. Además, la defensa de la dignidad humana en la acción internacional, también de emergencia, ayudaría a considerar lo superfluo desde la perspectiva de las necesidades de los demás y a administrar de modo justo los frutos de la creación, poniéndolos a disposición de todas las generaciones.

A la luz de esos principios, deseo que las delegaciones presentes en esta reunión asuman nuevos compromisos y se propongan llevarlos a cabo con gran determinación. La Iglesia católica, por su parte, quiere unirse a este esfuerzo. Con espíritu de colaboración, basándose en la antigua sabiduría, inspirada por el Evangelio, hace un llamamiento firme y apremiante, que sigue siendo de gran actualidad para quienes participan en la cumbre: "Da de comer al que está muriéndose de hambre, porque, si no le das de comer, lo matarás" (Decretum Gratiani, c. 21, d. LXXXVI).

Os aseguro que, en este camino, podéis contar con la aportación de la Santa Sede, que, si bien se diferencia de los Estados, se une a ellos en sus objetivos más nobles para sellar un compromiso que, por su misma naturaleza, implica a toda la comunidad internacional: estimular a todos los pueblos a compartir las necesidades de los demás pueblos, poniendo en común los bienes de la tierra que el Creador ha destinado a toda la familia humana.

Con estos sentimientos, formulo mis más fervientes deseos de éxito en los trabajos e invoco la bendición del Altísimo sobre vosotros y sobre cuantos trabajan por el auténtico progreso de la persona y de la sociedad.

Vaticano, 2 de junio de 2008.

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.23 p.9, 10 (317, 318).


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS JÓVENES PARTICIPANTES EN LA VIGILIA
DEL 49º CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL

Sábado 21 de junio de 2008

Queridos jóvenes:

Me alegra saludaros desde Roma y aseguraros mi oración mientras estáis reunidos con ocasión del 49° Congreso eucarístico internacional, en Quebec. Me complace constatar vuestra atención por el misterio de la Eucaristía, "don de Dios para la vida del mundo", como subraya el lema del Congreso. Os invito a meditar sin cesar en este "gran misterio de la fe", como proclamamos en cada misa, después de la consagración.

Ante todo, en la Eucaristía revivimos el sacrificio del Señor al final de su vida, con el que salva a todos los hombres. Así estamos junto a él y recibimos en abundancia las gracias necesarias para nuestra vida diaria y para nuestra salvación. La Eucaristía es, por excelencia, el gesto del amor de Dios hacia nosotros. ¿Qué hay más grande que dar la propia vida por amor? En esto Jesús es el modelo de la entrega total de sí mismo, camino por el que también nosotros debemos avanzar siguiéndole a él.

La Eucaristía también es un modelo para la vida cristiana, que debe impregnar toda nuestra existencia. Cristo nos convoca para reunirnos, para constituir la Iglesia, su Cuerpo en medio del mundo. Para acceder a las mesas de la Palabra y del Pan, debemos acoger antes el perdón de Dios, don que nos vuelve a levantar en nuestro camino diario, que restablece en nosotros la imagen divina y nos muestra hasta qué punto somos amados.

Además, como al fariseo Simón, en el evangelio según san Lucas, Jesús nos dirige continuamente las palabras de la Escritura: "Tengo algo que decirte" (Lc 7, 40). En efecto, cada palabra de la Escritura es para nosotros una palabra de vida, que debemos escuchar con suma atención. De modo especial, el Evangelio constituye el corazón del mensaje cristiano, la revelación total de los misterios divinos. En su Hijo, la Palabra hecha carne, Dios nos lo ha dicho todo. En su Hijo, Dios nos ha revelado su rostro de Padre, un rostro de amor, de esperanza. Nos ha mostrado el camino de la felicidad y de la alegría. Durante la consagración, momento particularmente intenso de la Eucaristía, porque en él recordamos el sacrificio de Cristo, estáis llamados a contemplar al Señor Jesús, como santo Tomás: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28).

Después de haber recibido la palabra de Dios, después de haberos alimentado con su Cuerpo, dejaos transformar interiormente y recibid de él vuestra misión. En efecto, él os envía al mundo para ser portadores de su paz y testigos de su mensaje de amor. No tengáis miedo de anunciar a Cristo a los jóvenes de vuestra edad. Mostradles que Cristo no es un obstáculo para vuestra vida, ni para vuestra libertad. Al contrario, mostradles que él os da la verdadera vida, os hace libres para luchar contra el mal y para hacer que vuestra vida sea bella.

No olvidéis que la Eucaristía dominical es un encuentro de amor con el Señor, sin el cual no podemos vivir. Cuando lo reconocéis "en la fracción del pan", como los discípulos de Emaús, os convertís en compañeros suyos. Os ayudará a crecer y a dar lo mejor de vosotros mismos. Recordad que en el pan de la Eucaristía Cristo está real, total y sustancialmente presente. Por tanto, en el misterio de la Eucaristía, en la misa y durante la adoración silenciosa ante el santísimo Sacramento del altar lo encontraréis de una forma privilegiada.

Si abrís todo vuestro ser y toda vuestra vida a la mirada de Cristo, no quedaréis oprimidos; al contrario, descubriréis que sois amados de una manera infinita. Recibiréis la fuerza que necesitáis para construir vuestra vida y para realizar las opciones que se os presentan cada día. Ante el Señor, en el silencio de vuestro corazón, algunos de vosotros podéis sentiros llamados a seguirlo de un modo más radical en el sacerdocio o en la vida consagrada. No tengáis miedo de escuchar esta llamada y de responder con alegría. Como dije en la inauguración de mi pontificado, Dios no quita nada a los que se entregan a él. Al contrario, les da todo. Saca lo mejor que hay en cada uno de nosotros, de manera que nuestra vida pueda florecer verdaderamente.

A vosotros, queridos jóvenes, y a todos los participantes en el Congreso eucarístico internacional de Quebec, imparto una afectuosa bendición apostólica.


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[Modificato da Paparatzifan 10/09/2013 19:41]
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MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA
CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN



Señores cardenales,
señor Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia,
queridos hermanos en el Episcopado:

Con entrañable afecto les saludo fraternamente con las mismas palabras de San Pablo: “Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor” (Flp 1,2). Con él les digo también que “siempre que me acuerdo de ustedes, doy gracias a mi Dios. Cuando ruego por ustedes, lo hago siempre con alegría, porque han colaborado en el anuncio del Evangelio” (Flp 1, 3-5).

Están ustedes congregados en la octogésima quinta Asamblea Plenaria de esa Conferencia Episcopal y celebrando con gratitud al Señor los cien años de esa venerable institución, que fomenta el afecto colegial y les ayuda a ejercer de manera concorde y bien coordinada algunas funciones pastorales, alentando así armónicamente la vida cristiana en todo el país.

Me uno de corazón a esta significativa conmemoración, sabiendo que la Conferencia Episcopal de Colombia, nacida en 1908 por disposición del Primer Concilio Plenario de América Latina, ha impulsado con constantemente la misión evangelizadora de la Iglesia en esa querida nación, buscando vías y métodos adecuados para fortalecer la vida eclesial en esas tierras y animar a los bautizados a responder con generosidad a la vocación a la santidad que les es propia.

Es justo recordar y dar gracias a Dios en estos momentos por los insignes Pastores que han formado parte de esa Conferencia en este siglo de andadura. Ellos son para todos un testimonio elocuente de celo apostólico y preclaras virtudes, que invitan a continuar respondiendo con solícita entrega, fe firme y renovado ardor a los retos que hoy se presentan a la Iglesia en su patria.

Queridos hermanos en el Episcopado, la hora presente es una ocasión providencial para tomar el testigo de los que nos precedieron y ayudar a nuestros .hermanos para que afiancen la amistad con Jesucristo, acojan su Palabra con limpieza de corazón, celebren con gozo los sacramentos y sirvan con entusiasmo a todos, en particular a los más desfavorecidos, llevándoles un mensaje de paz, justicia y reconciliación. Nosotros, como Pastores de la Iglesia, hemos de ir por delante guiando por el recto camino al Pueblo de Dios, que necesita vernos como auténticos hombres de Dios y saber que cada día rezamos por sus preocupaciones, sufrimientos, desvelos e inquietudes. Como discípulos, escuchamos, aprendemos y seguimos al Maestro y, como apóstoles y misioneros, ayudamos a los que nos rodean, y también a los alejados, a encontrar en Cristo la plenitud de vida que tanto ansían.

Quiero decirles que en este quehacer no se encuentran solos. Los acompaño con mi plegaria y cercanía espiritual en los esfuerzos que están realizando para que el Evangelio resuene en todos los lugares de esa tierra colombiana a través de las iniciativas emprendidas en el campo de la pastoral educativa y universitaria, en el cuidado que otorgan a los presos, a los enfermos, a los ancianos, a los indígenas, a los trabajadores, a los desplazados, a los jóvenes y a las familias.

Con la certeza de que están poniendo bases sólidas para un futuro prometedor, y para el bien de toda la Iglesia, los animo igualmente a redoblar la atención que prestan a los sacerdotes, seminaristas, misioneros, religiosos y religiosas, y a dar nuevo impulso a los diversos programas de formación de catequistas, seglares y agentes de pastoral.

No puedo olvidar tampoco el esmero que ponen en ser hombres de concordia, ni sus continuas exhortaciones para que cese la violencia, el secuestro y la extorsión que padecen muchos de los hijos de esa amada tierra. Pido ardientemente a Dios que acaben cuanto antes estas situaciones, que tanto dolor han causado, y que en Colombia reine una paz estable y justa, en un clima de esperanza y prosperidad.

Déjenme tener un especial recuerdo para los Obispos eméritos, a los que ruego les lleven mi estima y reconocimiento, sentimientos que también extiendo complacido a los sacerdotes, religioso a y laicos que colaboran con ustedes de diversas maneras en los trabajos de esa Conferencia.

Pongo bajo el amparo maternal de Nuestra Señora de Chiquinquirá las diversas actividades que han preparado este año para dar realce a esta efeméride, sobre todo el IV Congreso Nacional de Reconciliación y la Expocatólica, que tendrán lugar en el próximo mes de agosto. A su Inmaculado Corazón encomiendo también las intenciones de todos ustedes, así como las de sus comunidades diocesanas y las de todo el amado pueblo colombiano. Con estos sentimientos y deseos, y como prenda de abundantes favores celestiales, imparto a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 30 de junio de 2008


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PUEBLO AUSTRALIANO Y A LOS JÓVENES QUE PARTICIPAN
EN LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2008

"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1, 8)



La gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo esté con todos vosotros. Dentro de pocos días comenzaré mi visita apostólica a vuestro país para celebrar la XXIII Jornada mundial de la juventud en Sydney. Aguardo con emoción los días que voy a pasar con vosotros, especialmente las ocasiones para orar y reflexionar con los jóvenes de todas las partes del mundo.

Ante todo deseo expresar mi aprecio a todos los que han ofrecido su tiempo, sus recursos y sus oraciones para apoyar esta celebración. En nombre de todos los jóvenes que van a participar en la Jornada mundial de la juventud, doy sinceramente las gracias al Gobierno australiano y al Gobierno del Estado de Nueva Gales del Sur, a los organizadores de todos los encuentros, a los miembros de la comunidad que se han ofrecido como patrocinadores y a todos los que han apoyado con generosidad este acontecimiento.

Muchos jóvenes han hecho grandes sacrificios para poder hacer el viaje a Australia; pido a Dios que los recompense abundantemente. Las parroquias, las escuelas y las familias han sido muy generosas para acoger a estos jóvenes visitantes. También ellas merecen nuestra gratitud y nuestro aprecio.

"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1, 8). Este es el tema de la XXIII Jornada mundial de la juventud. ¡Cuánta necesidad tiene nuestro mundo de una nueva efusión del Espíritu Santo! Muchos no han escuchado todavía la buena nueva de Jesucristo; otros muchos, por diferentes motivos, no han reconocido en esta buena nueva la única verdad salvadora que puede satisfacer las expectativas más profundas de su corazón. El salmista reza: "Envías tu Espíritu y los creas, y renuevas la faz de la tierra" (Sal 104, 30). Estoy firmemente convencido de que los jóvenes están llamados a ser instrumentos de esta renovación, comunicando a sus coetáneos la alegría que han experimentado al conocer y seguir a Cristo, y compartiendo con los demás el amor que el Espíritu infunde en su corazón, para que también ellos queden llenos de esperanza y gratitud por todos los bienes que han recibido de Dios, nuestro Padre celestial.

Muchos jóvenes hoy no tienen esperanza. Se quedan perplejos ante los interrogantes que se les presentan de manera cada vez más apremiante en un mundo que los confunde, y con frecuencia no saben bien hacia a dónde tienen que dirigirse para encontrar respuestas. Ven la pobreza y la injusticia y desean hallar soluciones. Sienten el desafío de los argumentos de quienes niegan la existencia de Dios y buscan el modo de responder. Ven los grandes daños perpetrados contra el medio ambiente por la avidez humana y se esfuerzan por encontrar estilos de vida en mayor armonía con la naturaleza y con los demás.

¿Dónde podemos buscar respuestas? El Espíritu nos orienta hacia el camino que conduce a la vida, al amor y a la verdad. El Espíritu nos orienta hacia Jesucristo. Hay un dicho atribuido a san Agustín: "Si quieres permanecer joven, busca a Cristo". En él encontramos las respuestas que buscamos, encontramos las metas por las cuales de verdad vale la pena vivir, encontramos la fuerza para seguir el camino que lleva a un mundo mejor. Nuestro corazón no descansa hasta que no descanse en el Señor, como dice san Agustín al inicio de las Confesiones, el famoso relato de su juventud. Pido al Señor que los jóvenes que se reúnan en Sydney con motivo de la celebración de la Jornada mundial de la juventud encuentren verdaderamente descanso en el Señor y se llenen de alegría y de fervor para difundir la buena nueva entre sus amigos, en su familia y entre todas las personas con quienes se encuentren.

Queridos amigos australianos, aunque sólo pasaré pocos días en vuestro país y no podré viajar fuera de Sydney, mi corazón os abraza a todos, incluidos los que están enfermos o atraviesan cualquier tipo de dificultad. En nombre de todos los jóvenes, os doy las gracias una vez más por vuestro apoyo a mi misión y os pido que sigáis rezando sobre todo por ellos.

Concluyo renovando mi invitación a los jóvenes de todo el mundo para que vengan conmigo a Australia, la gran "tierra del sur del Espíritu Santo". Mi deseo es encontrarme allí con vosotros. Que Dios os bendiga a todos.


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MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL III CONGRESO AMERICANO MISIONERO



Al señor cardenal
Antonio José GONZÁLEZ ZUMÁRRAGA
Arzobispo emérito de Quito
Presidente de la Comisión central
del III Congreso americano misionero

El III Congreso americano misionero, que se celebra en Quito, es una oportunidad incomparable que el Espíritu Santo brinda para profundizar en la experiencia importante que supuso la celebración de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, así como en el programa evangelizador que de allí emanó, dando de este modo un paso más en el impulso del ardor misionero en América.

En estas jornadas, bajo el lema "América con Cristo: escucha, aprende y anuncia", el Señor ocupará el centro de sus plegarias y de sus sesiones de estudio, reflexión y diálogo. Él, como el verdadero Maestro, los iluminará para que, dando cabida en sus corazones a su mensaje de amor y redención, vayan y den frutos de santidad copiosos y duraderos (cf. Jn 15, 16).

Deseo saludar con entrañable afecto y estima a vuestra eminencia, así como al arzobispo de Quito, mons. Raúl Eduardo Vela Chiriboga, a los que han preparado con esmero este encuentro continental y a los señores cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que participan en él. "A ustedes que, consagrados por Cristo Jesús, han sido llamados a ser pueblo de Dios en unión con todos los que invocan en cualquier lugar el nombre de Jesucristo, que es Señor de ellos y de nosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor" (1 Co 1, 2-3).

Mi enviado especial, el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo, les hará presente en estos intensos días mi cercanía espiritual y mi gozo al saberles unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar con miras a que las comunidades eclesiales de América se renueven mediante la conversión al Señor Jesús, que tuvo siempre como alimento hacer la voluntad de Dios, su Padre (cf. Jn 4, 32-34; Hb 10, 5-10).

A ese Congreso, como a un cenáculo continental, llega la fuerza potente del Espíritu Santo, que con sus dones y carismas continúa impulsando a la Iglesia a pregonar la buena noticia de la salvación a cada persona, en particular a las que desconocen a Cristo o, tal vez, lo han olvidado, llegando hasta los extremos confines de la tierra.

El Congreso será también el marco en el que se dará un solemne inicio a una "Misión continental", en la que, armonizando esfuerzos pastorales e iniciativas evangelizadoras, las distintas Iglesias particulares en América Latina y el Caribe van a intensificar su quehacer, para que el Señor sea cada día más conocido, amado, seguido y alabado en esas benditas tierras. Él ha vencido el pecado y la muerte, nos otorga cotidianamente su perdón, nos enseña a perdonar y nos llama a vivir una vida alejada del egoísmo que nos esclaviza y colmada del amor que nos engrandece y dignifica.

La hora presente es una ocasión providencial para que, con sencillez, limpieza de corazón y fidelidad, volvamos a escuchar cómo Cristo nos recuerda que no somos siervos, sino sus amigos. Él nos instruye para que permanezcamos en su amor sin amoldarnos a los dictados de este mundo. No seamos sordos a su Palabra. Aprendamos de él. Imitemos su estilo de vida. Seamos sembradores de su Palabra (cf. Mc 3, 15; Jn 8, 33-36; 15, 1-8; 17, 14-17). De este modo, con toda nuestra vida, con el gozo de sabernos amados por Jesús, a quien podemos llamar hermano, seremos instrumentos válidos para que él siga atrayendo a todos con la misericordia que brota de su cruz.

Queridos hermanos y hermanas, con mansedumbre y fortaleza, con la caridad que el Espíritu Santo ha derramado en nuestro interior, les animo a compartir con otros este tesoro, pues no hay riqueza mayor que gozar de la amistad de Cristo y caminar a su lado. Merece la pena consagrar a esta hermosa labor nuestras mejores energías, sabiendo que la gracia divina nos precede, sostiene y acompaña en su realización. Encuentren, pues, en la oración perseverante, en la meditación ferviente de la palabra de Dios, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia, en la digna celebración de los sacramentos y en el testimonio de la caridad fraterna la fuerza necesaria para identificarse con los sentimientos de Cristo y así ser discípulos suyos con coherencia y generosidad, proclamando con el propio ejemplo que Cristo es el Hijo de Dios, el Redentor del hombre y la roca firme donde cimentar nuestra existencia. Beban el agua vivificante que mana del costado del Salvador y sacien de su frescura cristalina a todos los que están sedientos de justicia, paz y verdad; a los que están sumidos en la cerrazón del pecado, en el ofuscamiento del relativismo, en la dureza del corazón o en la oscuridad de la violencia. Sientan el consuelo de Cristo y ofrezcan el bálsamo de su amor a los atribulados, a los que andan apesadumbrados por el dolor o han quedado heridos por la frialdad del indiferentismo o el flagelo de la corrupción. Estos retos exigen superar el individualismo y el aislamiento y reclaman robustecer el sentido de pertenencia eclesial y la colaboración leal con los pastores, con el fin de formar comunidades cristianas orantes, concordes, fraternas y misioneras.

El servicio más importante que podemos brindar a nuestros hermanos es el anuncio claro y humilde de Jesucristo, que vino a este mundo para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (cf. Jn 10, 10). De nosotros, por tanto, que sin mérito alguno de nuestra parte somos discípulos suyos, se espera "un testimonio muy creíble de santidad y compromiso. Deseando y procurando esta santidad no vivimos menos, sino mejor, porque cuando Dios pide más es porque está ofreciendo mucho más" (Documento conclusivo de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, n. 352).

Ante las dificultades de un ambiente a veces hostil, de la escasez de resultados inmediatos y espectaculares o frente a la insuficiencia de medios humanos, los invito a no dejarse vencer por el miedo, abatir por el desánimo o arrastrar por la inercia. Recuerden las palabras de Jesús, el buen Pastor: "Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero, ánimo, yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33).

En esta circunstancia, he querido ofrecer a cada uno de los presidentes de las Conferencias episcopales de Latinoamérica y el Caribe un tríptico en el que aparece Cristo glorioso que, con sus brazos abiertos, acoge a todos. Él nos precede en el camino de la vida y nos ayudará a aspirar a la santidad, de modo que se despierte en cada bautizado el misionero que lleva dentro de sí y se venza la vacilación o la mediocridad que a menudo nos asalta.

En la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, podremos siempre encontrar el modelo de perfecta entrega a su divino Hijo. Como hizo en Caná de Galilea, ella nos sigue exhortando a hacer lo que Jesús nos diga (cf. Jn 2, 5). A su lado, y confiando en que su tierno amor no nos abandona, queremos asistir cada día a la escuela de Jesús, donde volvemos a escuchar de sus labios: "Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). A Ella suplico su maternal protección, a la vez que imparto a los participantes en ese Congreso la implorada bendición apostólica, que complacido extiendo a todos los hijos e hijas de América.

Vaticano, 12 de agosto de 2008

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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI,
FIRMADO POR EL CARD. TARCISIO BERTONE,
A LOS PARTICIPANTES EN EL XXIX MEETING
PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS
(RÍMINI, 24-30 DE AGOSTO DE 2008)





A Su Excelencia Revma.
Mons. Francesco Lambiasi
Obispo de Rímin

Con ocasión de la XXIX edición del "Meeting para la amistad entre los pueblos", que se va a celebrar en Rímini del 24 al 30 de agosto, me es grato hacer llegar a usted, a los organizadores y a cuantos participen en esa significativa manifestación, el cordial saludo de Su Santidad Benedicto XVI.

El título provocador del encuentro: "O protagonistas o nadie", llama inmediatamente la atención. En verdad, eso es precisamente lo que intentan los organizadores: hacer "reflexionar sobre el concepto de persona". ¿Qué significa ser protagonistas de la propia existencia y de la del mundo? La pregunta resulta hoy urgente, porque la alternativa al protagonismo parece ser a menudo una vida sin sentido, el gris anonimato de muchos "nadie" que se pierden entre los pliegues de una masa informe, por desgracia incapaces de emerger con un rostro propio digno de atención. Por eso, conviene enfocar mejor la pregunta, planteándola así: ¿Qué es lo que da un rostro al hombre?, ¿qué es lo que lo hace inconfundible, asegurando plena dignidad a su existencia?

La sociedad y la cultura en la que estamos inmersos y de la que los medios de comunicación constituyen una fuerte caja de resonancia, están ampliamente dominadas por la convicción de que la notoriedad constituye un componente esencial de la propia realización personal. Muchos tienen como fin salir del anonimato, conseguir imponerse a la opinión pública con cualquier medio y pretexto. El poder político o económico, el prestigio conseguido en la propia profesión, la riqueza abiertamente mostrada, la notoriedad de las propias realizaciones, la ostentación incluso de los propios excesos..., todo esto se considera hoy pacíficamente como "éxito", como "logro" de la propia vida. Por ello, las nuevas generaciones ambicionan cada vez más profesiones y carreras idealizadas precisamente porque ofrecen una oportunidad para "aparecer", para sentirse "alguien". El ideal al que aspiran está representado por los actores de cine, por los personajes y mitos de la televisión y del espectáculo, por los atletas, los jugadores de fútbol, etc.

Pero, ¿qué pasa con el que no accede a ese nivel de visibilidad social? ¿Qué pasa con el que es relegado al olvido o incluso aplastado por las dinámicas del éxito mundano sobre las que se ha apoyado la sociedad en la que vive? ¿Qué pasa con el que es pobre, inerme, enfermo, anciano o discapacitado; con el que no tiene talentos para abrirse camino entre los demás o no tiene medios para cultivarlos; con el que no tiene voz para hacer oír sus ideas o convicciones? ¿Cómo se considera al que lleva una vida oscura, sin relevancia aparente para los periódicos y televisiones?

El hombre de hoy, como el de todos los tiempos, tiende a su propia felicidad y la busca donde cree que puede encontrarla. Ese es, por tanto, el verdadero interrogante que se oculta tras la palabra "protagonismo", que el Meeting propone este año a nuestra reflexión: ¿En qué consiste la felicidad? ¿Qué es lo que puede llevar verdaderamente al hombre a conseguirla?

El Papa Benedicto XVI ha convocado para este año un jubileo especial dedicado a un "campeón" de la cristiandad de todos los tiempos, el fariseo de Tarso llamado Saulo, que tras haber perseguido encarnizadamente a la Iglesia de los orígenes, se convirtió al irrumpir la llamada del Señor. Desde aquel momento, sirvió a la causa del Evangelio con dedicación total, recorriendo incansablemente el mundo entonces conocido y contribuyendo a poner las bases de la que luego sería la cultura europea, conformada por el cristianismo.

Pocos hombres han mostrado una amplitud de conocimientos y una agudeza como los de él. Sus cartas manifiestan la fuerza explosiva de su personalidad apasionada y han atraído a millones de lectores, ejerciendo una influencia única sobre generaciones y generaciones de hombres, sobre naciones y pueblos enteros. A través de sus escritos, san Pablo no cesa de presentar a Cristo como auténtica fuente de respeto entre los hombres, de paz entre las naciones, de justicia en la convivencia. Todos nosotros, a dos mil años de distancia, podemos aún considerarnos "hijos" de su predicación, y nuestra civilización se sabe deudora de este hombre precisamente por los valores sobre los que se funda.

Y, sin embargo, la existencia de san Pablo está muy lejos de las candilejas y de los reconocimientos públicos. Cuando murió, la Iglesia que había contribuido a difundir era todavía una pequeña semilla, un grupo que las máximas autoridades del Imperio romano se podían permitir ignorar o tratar de aplastar en la sangre. La existencia de san Pablo, examinada en su cotidianidad, parece incluso atribulada, afligida por hostilidades y peligros, llena de dificultades que afrontar más que de consuelos y alegrías de las cuales disfrutar. Él mismo da un testimonio vivo en muchísimos pasajes de sus escritos. Por ejemplo, en la segunda carta a los Corintios dice: "Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?" (2 Co 11, 24-29). Esta carrera de obstáculos -así podríamos definirla- realizada con la fuerza y en nombre de su Redentor, la concluyó san Pablo en Roma, donde condenado a muerte fue decapitado. Juntamente con él, al arreciar la persecución del emperador Nerón, murieron muchos otros cristianos, y entre ellos san Pedro, el pescador de Galilea y jefe de la Iglesia.

¿Se puede decir que la vida de san Pablo fue verdaderamente "lograda"? Estamos ante la paradoja de la vida cristiana como tal. ¿Qué significa para el cristiano una vida "lograda"? ¿Qué nos dice la vida de tantos santos que han pasado su existencia retirados en los conventos? ¿Qué nos dicen la vida y la muerte de innumerables mártires cristianos cuyos nombres son desconocidos para la mayoría, y que no han concluido su existencia entre aclamaciones, sino rodeados del desprecio, del odio y de la indiferencia? ¿Dónde está entonces la "grandeza" de su vida, la luminosidad de su testimonio, su "éxito"?

También recientemente el Papa Benedicto XVI ha recordado que el hombre está llamado a la culminación eterna de su existencia. Esto va más allá del simple éxito mundano y no está en contradicción con la humildad de las condiciones en las que tiene lugar su peregrinación en la tierra. La culminación de lo humano es el conocimiento de Dios, por quien toda persona ha sido creada y a quien tiende con todas las fibras de su ser. Para conseguir esto no vale ni la fama ni el éxito entre las multitudes. Por tanto, este es el protagonismo que nos quiere proponer el título de la presente edición del Meeting de Rímini. Protagonista de su existencia es quien entrega su vida a Dios, que lo llama a cooperar en el proyecto universal de la salvación.

El Meeting quiere corroborar que sólo Cristo puede desvelar al hombre su verdadera dignidad y comunicarle el verdadero sentido de su existencia. Cuando el creyente lo sigue dócilmente, es capaz de dejar un rastro duradero en la historia. Es el rastro del Amor, del que se convierte en testigo precisamente porque está aferrado por el Amor. Y entonces lo que fue posible para san Pablo lo es también para cada uno de nosotros. No importa si el plan de Dios prevé para nosotros un radio de acción reducido; no importa si vivimos entre las paredes de un monasterio de clausura o si estamos inmersos en múltiples y diversas actividades del mundo; no importa si somos padres y madres de familia, consagrados o sacerdotes. Dios se sirve de nosotros según su plan de amor, según modalidades que él establece, y nos pide que secundemos la acción de su Espíritu; nos quiere colaboradores suyos para la realización de su Reino. A cada uno le dice: "Ven y sígueme" (Lc 18, 22), y sólo siguiéndolo el hombre alcanza la verdadera exaltación de su yo.

Esto nos lo enseña la experiencia de los santos, hombres y mujeres, que han vivido su fidelidad a Dios muy a menudo de forma discreta y ordinaria. Y entre ellos encontramos muchos verdaderos protagonistas de la historia, personas plenamente realizadas, ejemplos vivos de esperanza y testigos de un amor que no teme nada, ni siquiera a la muerte.

El Santo Padre espera que estas reflexiones ayuden a los participantes en el Meeting a encontrar a Cristo, para comprender mejor el valor de la vida cristiana y realizar su sentido en el protagonismo humilde del servicio a la misión de la Iglesia, en Italia y en el mundo. Con este fin asegura su oración por el éxito del Meeting y le envía a usted, a los organizadores y a todos los presentes una bendición especial.

Añado, de buen grado, mis mejores deseos de un provechoso éxito del Meeting, y me complace aprovechar la ocasión para confirmarles mi afecto y estima.


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MENSAJE SMS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS JÓVENES QUE PARTICIPARON EN LA JORNADA MUNDIAL
DE LA JUVENTUD EN SYDNEY



Queridos amigos, hace cincuenta días celebramos juntos la misa. Hoy os saludo en el día del nacimiento de María, Madre de la Iglesia. Fortalecidos por el Espíritu y valientes como María, vuestra peregrinación de fe llena de vida a la Iglesia.

Pronto voy a visitar Francia. Os pido a todos que os unáis a mis oraciones por los jóvenes franceses. Que la esperanza nos rejuvenezca a todos.

BXVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI,
FIRMADO POR EL CARD. TARCISIO BERTONE,
PARA EL ENCUENTRO DE ORACIÓN
CON MOTIVO DE LA PRIMERA REUNIÓN DE LA LXIII SESIÓN
DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LA ONU



Su Santidad el Papa Benedicto xvi envía saludos cordiales a todos los participantes en el encuentro de oración en vísperas de la 63ª sesión de la Asamblea general de las Naciones Unidas. Se une a los miembros de la comunidad diplomática y a los funcionarios de las Naciones Unidas presentes para implorar de Dios todopoderoso la guía y la fuerza necesarias para llevar a cabo las urgentes tareas de las Naciones Unidas en los próximos meses, incluyendo la constante realización de los objetivos de desarrollo del milenio, del programa Nepad y de otras actividades destinadas a asegurar que toda la familia humana participe de los beneficios de la globalización. Recordando con gratitud su visita del pasado mes de abril a la Asamblea general, con ocasión del sexagésimo aniversario de la Declaración universal de derechos humanos, Su Santidad renueva su llamamiento a los responsables internacionales a que vuelvan a hacer suyos la noble visión moral y los principios trascendentes de justicia contenidos en los documentos fundacionales de las Naciones Unidas. Con estos sentimientos, el Santo Padre invoca sobre todos los presentes abundantes bendiciones divinas, confiando en que estos momentos de reflexión y oración refuercen su compromiso de defender la dignidad de toda persona humana y construir un mundo de solidaridad, libertad y paz cada vez mayores.


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10/09/2013 19:49


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A SU SANTIDAD ALEXIS II
PATRIARCA DE MOSCÚ Y DE TODA RUSIA



A Su Santidad
Alexis II
Patriarca de Moscú
y de toda Rusia

La visita de Su Eminencia el cardenal Crescenzio Sepe, arzobispo de Nápoles, me brinda la ocasión de enviar a Su Santidad mi cordial y fraterno saludo en el Señor. Albergo un profundo afecto por todos los hermanos ortodoxos y me siento particularmente cercano a ellos durante estos últimos días en los que un conflicto ha causado profundo sufrimiento a pueblos muy queridos por mí. Nunca dejo de orar cada día por la paz, pidiendo al Señor que sean escuchados los llamamientos de Su Santidad a resolver todas las hostilidades por el bien de las naciones. La fe en nuestro Señor Jesucristo es un vínculo que une los corazones de un modo profundo y nos invita a todos a fortalecer nuestro compromiso de dar al mundo un testimonio común de convivencia respetuosa y pacífica.

En nuestro tiempo, marcado muy a menudo por conflictos y dolores, es más necesario aún apresurar el camino hacia la unidad plena de todos los discípulos de Cristo, para que el mensaje gozoso de salvación pueda propagarse a toda la humanidad.

Invocando sobre Su Santidad la protección materna de María, Madre de Dios, para que lo mantenga en buena salud y lo asista en su ministerio diario, le renuevo la seguridad de mi sincera y fraterna estima.

Vaticano, 22 de septiembre de 2008

BENEDICTVS PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UN CONGRESO INTERNACIONAL CON OCASIÓN
DEL 40° ANIVERSARIO DE LA "HUMANAE VITAE"



A mons. Livio Melina
Director del Instituto pontificio "Juan Pablo II"
para estudios sobre el matrimonio y la familia

He sabido con alegría que el Instituto pontificio del que usted es director y la Universidad católica del Sagrado Corazón han organizado oportunamente un congreso internacional con ocasión del 40° aniversario de la publicación de la encíclica Humanae vitae, importante documento en el que se afronta uno de los aspectos esenciales de la vocación matrimonial y del camino de santidad específico que deriva de ella. En efecto, los esposos, habiendo recibido el don del amor, están llamados a convertirse a su vez en un don sin reservas el uno para el otro. Sólo así los actos propios y exclusivos de los cónyuges son verdaderamente actos de amor que, mientras los unen en una sola carne, constituyen una genuina comunión personal. Por tanto, la lógica de la totalidad del don configura intrínsecamente el amor conyugal y, gracias a la efusión sacramental del Espíritu Santo, se convierte en el medio para realizar en la propia vida una auténtica caridad conyugal.

La posibilidad de procrear una nueva vida humana está incluida en la donación integral de los cónyuges. En efecto, si toda forma de amor tiende a difundir la plenitud de la que vive, el amor conyugal tiene un modo propio de comunicarse: engendrar hijos. Así, no sólo se asemeja, sino que también participa en el amor de Dios, que quiere comunicarse llamando a la vida a las personas humanas. Excluir esta dimensión comunicativa mediante una acción que tienda a impedir la procreación significa negar la verdad íntima del amor esponsal, con el que se comunica el don divino: "Si no se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar" (Humanae vitae, 17). Este es el núcleo esencial de la enseñanza que mi venerado predecesor Pablo vi dirigió a los cónyuges y que el siervo de Dios Juan Pablo ii, a su vez, reafirmó en muchas ocasiones, iluminando su fundamento antropológico y moral.

A 40 años de distancia de la publicación de la encíclica podemos entender mejor cuán decisiva es esta luz para comprender el gran "sí" que implica el amor conyugal. A esta luz, los hijos ya no son el objetivo de un proyecto humano, sino que se reconocen como un auténtico don, que se ha de acoger con actitud de generosidad responsable ante Dios, fuente primera de la vida humana. Ciertamente, este gran "sí" a la belleza del amor implica la gratitud, tanto de los padres al recibir el don de un hijo, como del hijo mismo al saber que su vida tiene origen en un amor tan grande y acogedor.

Por otra parte, es verdad que en el camino de la pareja pueden darse circunstancias graves por las que es prudente distanciar el nacimiento de los hijos o incluso suspenderlo. Y es aquí donde el conocimiento de los ritmos naturales de fertilidad de la mujer resulta importante para la vida de los cónyuges. Los métodos de observación, que permiten a la pareja determinar los períodos de fertilidad, le consienten administrar lo que el Creador ha inscrito sabiamente en la naturaleza humana, sin turbar el significado íntegro de la donación sexual. De este modo los cónyuges, respetando la plena verdad de su amor, podrán modular su expresión en conformidad con estos ritmos, sin quitar nada a la totalidad del don de sí mismos, que expresa la unión en la carne. Obviamente, esto requiere una madurez en el amor, que no es inmediata, sino que implica un diálogo y una escucha recíproca, y un singular dominio del impulso sexual en un camino de crecimiento en la virtud.

Desde esta perspectiva, sabiendo que el congreso también se celebra por iniciativa de la Universidad católica del Sagrado Corazón, me complace expresar asimismo mi particular aprecio por cuanto hace esta institución universitaria en apoyo del Instituto internacional Pablo VI de investigación sobre la fertilidad e infertilidad humana para una procreación responsable (ISI), que donó a mi inolvidable predecesor el Papa Juan Pablo ii, queriendo de este modo dar una respuesta, por decirlo así, institucionalizada al llamamiento dirigido por el Papa Pablo vi en el número 24 de la encíclica a los "hombres de ciencia". En efecto, el ISI tiene como finalidad hacer progresar el conocimiento de los métodos tanto para la regulación natural de la fertilidad humana como para la superación natural de la posible infertilidad.

Hoy, "gracias al progreso de las ciencias biológicas y médicas, el hombre dispone de medios terapéuticos cada vez más eficaces, pero puede también adquirir nuevos poderes, preñados de consecuencias imprevisibles sobre el inicio y los primeros estadios de la vida humana" (Donum vitae, 1). Desde esta perspectiva, "muchos investigadores se han esforzado en la lucha contra la esterilidad. Salvaguardando plenamente la dignidad de la procreación humana, algunos han obtenido resultados que anteriormente parecían inalcanzables. Se debe impulsar a los hombres de ciencia a proseguir sus trabajos de investigación, con objeto de poder prevenir y remediar las causas de la esterilidad, de manera que los matrimonios estériles consigan procrear respetando su dignidad personal y la de quien ha de nacer" (Donum vitae, 8). Esta es precisamente la finalidad que el ISI Pablo vi y otros centros análogos se proponen con el apoyo de las autoridades de la Iglesia.
Podemos preguntarnos: ¿Cómo es posible que hoy el mundo, y también muchos fieles, encuentren tanta dificultad para comprender el mensaje de la Iglesia que ilustra y defiende la belleza del amor conyugal en su manifestación natural? Ciertamente, a menudo la solución técnica, también en las grandes cuestiones humanas, parece la más fácil, pero en realidad oculta la cuestión de fondo, que se refiere al sentido de la sexualidad humana y a la necesidad de un dominio responsable, para que su ejercicio pueda llegar a ser expresión de amor personal. Cuando está en juego el amor, la técnica no puede sustituir la maduración de la libertad. Más aún, como sabemos bien, ni siquiera basta la razón: es necesario que el corazón vea. Sólo los ojos del corazón logran captar las exigencias propias de un gran amor, capaz de abrazar la totalidad del ser humano. Por esto, el servicio que la Iglesia presta en su pastoral matrimonial y familiar deberá orientar a los matrimonios a comprender con el corazón el designio maravilloso que Dios ha inscrito en el cuerpo humano, ayudándoles a acoger todo lo que implica un auténtico camino de maduración.

Por eso, el congreso que estáis celebrando es un momento importante de reflexión y de atención a las parejas y a las familias, ofreciendo el fruto de años de investigación, tanto en el ámbito antropológico y ético como en el ámbito meramente científico, a propósito de la procreación verdaderamente responsable. A esta luz, no puedo por menos de congratularme con vosotros, deseándoos que este trabajo dé abundantes frutos y contribuya a sostener a los cónyuges cada vez con mayor sabiduría y claridad en su camino, animándolos en su misión de ser, en el mundo, testigos creíbles de la belleza del amor. Con estos deseos, a la vez que invoco la ayuda del Señor sobre el desarrollo de los trabajos del congreso, envío a todos una bendición apostólica especial.

Vaticano, 2 de octubre de 2008


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MENSAJE DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE,
EN NOMBRE EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI,
CON OCASIÓN DEL 30° ANIVERSARIO DE LA MEDIACIÓN
DEL PAPA JUAN PABLO II ENTRE ARGENTINA Y CHILE



Al Eminentísimo
Cardenal Jorge Mario Bergoglio, SJ
Arzobispo de Buenos Aires
Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina.

Señor Cardenal:

Con motivo de la Jornada dedicada "A 30 años de la Mediación de su Santidad Juan Pablo II en el diferendo austral entre Argentina y Chile. Los frutos de la paz (1978-2008)", organizada por la Pontificia Universidad Católica de Argentina de Buenos Aires el próximo 16 octubre, el Santo Padre desea hacer llegar un afectuoso saludo a los participantes en ese solemne acontecimiento.

Las celebraciones programadas quieren recordar la mediación pontificia que contribuyó a resolver una controversia, que corría el riesgo de convertirse en un conflicto, y reflexionar sobre los frutos de paz que de ella han derivado hasta nuestros días.

El recuerdo de los acontecimientos de hace treinta años está indisolublemente unido a la amada figura de Papa Juan Pablo II y a la destacada obra de su Delegado especial, el Cardenal Antonio Samorè, ambos muy comprometidos en la búsqueda de la paz y de la concordia entre los pueblos argentino y chileno, unidos desde siglos por sólidos vínculos de fe y solidariedad. Es obligado también mencionar al Card. Agostino Casaroli y a sus colaboradores que, tras la muerte del llorado Card. Samorè, finalizaron los trabajos de la mediación, hasta conseguir la firma de una declaración conjunta de paz y de amistad, que tuvo lugar en el Vaticano el 23 de enero de 1984. Fue un ejemplo admirable de construcción de la paz a través de la vía maestra y siempre actual del diálogo, que tiene come finalidad no la supremacía de la fuerza y del interés, sino la afirmación de una justicia ecuánime y solidaria, fundamento seguro y estable de la convivencia entre los pueblos.

A treinta años del acontecimiento la mediación del Beagle continúa siendo un ejemplo que se puede poner para llamar la atención de la Comunidad internacional, ya que muestra, junto a la paciencia y a la responsabilidad de las partes implicadas, cómo en todas las controversias el diálogo no perjudica los derechos, sino que amplía el campo de las posibilidades razonables para resolver las divergencias. Es necesario, por tanto, seguir recurriendo a la diplomacia y a sus métodos de negociación, que toman su fuerza del bagaje moral de los pueblos, dándoles confianza para garantizar la paz, la seguridad y el bienestar. Las nuevas generaciones, teniendo presente las lecciones de la historia, antigua y reciente, están llamadas a mirar al futuro con ojos de esperanza y a comprometerse en la realización de la civilización del amor, de la cual Juan Pablo II fue profeta, aunque no siempre fuera escuchado.

Mientras desea que la iniciativa contribuya a reforzar los vínculos de paz y amistad entre los pueblos hermanos de la región, el Santo Padre invoca sobre todos los participantes en esa Jornada abundantes gracias divinas e imparte cordialmente a las queridas poblaciones argentina y chilena, como signo de su paterna solicitud, la Bendición Apostólica.

En esta feliz circunstancia, uniéndome a los deseos del Santo Padre, aprovecho la ocasión para reiterarle, Señor Cardenal, los sentimientos de mi consideración y estima en Cristo.

Tarcisio Cardenal Bertone
Secretario de Estado de Su Santidad

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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE EL TEMA
"EL VATICANO II EN EL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II"



Al padre Marco Tasca
Ministro general de los Frailes Menores Conventuales
y gran canciller de la Facultad teológica pontificia
"San Buenaventura" Seraphicum

He sabido con alegría que esa Facultad teológica pontificia, juntamente con el Instituto de documentación y de estudio del pontificado de Juan Pablo II, ha organizado un congreso internacional sobre el tema: "El Vaticano II en el pontificado de Juan Pablo II". Con esta iniciativa, la Facultad teológica ha querido llevar a cabo, entre otras cosas, una reflexión profunda sobre la situación actual de la Iglesia con vistas a la celebración del VIII centenario de la Regla que san Francisco presentó al Papa Inocencio III en el año 1209, recibiendo de palabra su aprobación. El Instituto de documentación y de estudio, con este importante acontecimiento científico, se ha propuesto celebrar el 30° aniversario de la elevación de Karol Wojtyla a la Sede de Pedro, con el fin de dar a conocer mejor la enseñanza del gran Pontífice y su amor a la Iglesia en el contexto histórico y teológico del Concilio, por el que tanto se interesó.

Al dirigirle, querido ministro general, mi saludo cordial, le ruego que se haga intérprete con sus hermanos conventuales, con los profesores del Ateneo, con el director y los miembros del Instituto y con todos los participantes en el congreso, de los sentimientos de afecto paterno que albergo por cada uno de ellos.

No puedo menos de alegrarme por la elección de un tema que une dos asuntos de un interés muy singular para mí: por una parte, el concilio Vaticano II, en el que tuve el honor de participar como experto; y, por otra, la figura de mi amado predecesor Juan Pablo II, que dio a ese Concilio una significativa contribución personal como padre conciliar, convirtiéndose después, por voluntad divina, en su ejecutor principal durante los años de su pontificado. En este contexto, siento el deber de recordar también que el Concilio brotó del gran corazón del Papa Juan XXIII, de cuya elección a la Cátedra de Pedro se conmemora precisamente hoy, 28 de octubre, el quincuagésimo aniversario.

He dicho que el Concilio brotó del corazón de Juan XXIII, pero sería más exacto decir que, en última instancia, como todos los grandes acontecimientos de la historia de la Iglesia, brotó del corazón de Dios, de su voluntad salvífica: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). Hacer accesible al hombre de hoy la salvación divina fue para el Papa Juan XXIII el motivo fundamental de la convocación del Concilio, y esta fue la perspectiva con la que trabajaron los padres. Precisamente por eso "los documentos conciliares —como recordé el 20 de abril de 2005, al día siguiente de mi elección como Pontífice—, no han perdido su actualidad con el paso de los años; al contrario, sus enseñanzas se revelan particularmente pertinentes ante las nuevas instancias de la Iglesia y de la actual sociedad globalizada" (Mensaje al final de la santa misa por la Iglesia universal, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de abril de 2005, p. 6).

Juan Pablo II acogió prácticamente en cada uno de sus documentos, y sobre todo en sus opciones y en su comportamiento como Pontífice, las instancias fundamentales del concilio ecuménico Vaticano II, convirtiéndose así en su intérprete cualificado y en su testigo coherente. Su preocupación constante fue dar a conocer a todos las ventajas que podían derivar de la acogida de la visión conciliar, no sólo para el bien de la Iglesia sino también para el de la sociedad civil y de las personas que actúan en ella: "Hemos contraído una deuda con el Espíritu Santo —dijo en el Ángelus del 6 de octubre de 1985, refiriéndose al Sínodo extraordinario de los obispos que estaba a punto de celebrarse precisamente para reflexionar sobre la respuesta dada por la Iglesia durante los veinte años que habían pasado desde la conclusión del Vaticano II—, hemos contraído una deuda con el Espíritu de Cristo. En efecto, este es el Espíritu que habla a las Iglesias (cf. Ap 2, 7): durante el Concilio y por medio de él, su palabra se ha hecho especialmente expresiva y decisiva para la Iglesia" (n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de octubre de 1985, p. 2).

En verdad, todos somos deudores de este extraordinario acontecimiento eclesial. La múltiple herencia doctrinal que encontramos en sus constituciones dogmáticas, en sus declaraciones y en sus decretos, nos estimula todavía a profundizar en la palabra del Señor para aplicarla al hoy de la Iglesia, teniendo muy presentes las numerosas necesidades de los hombres y de las mujeres del mundo contemporáneo, sumamente necesitado de conocer y experimentar la luz de la esperanza cristiana. El Sínodo de los obispos recién concluido centró en estas necesidades sus provechosas y ricas reflexiones, reafirmando el deseo expresado ya en la constitución Dei Verbum: "Que, por la lectura y estudio de los libros sagrados, "se difunda y brille la Palabra de Dios" (2 Ts 3, 1); que el tesoro de la Revelación encomendado a la Iglesia vaya llenando el corazón de los hombres" (n. 26), llevándoles la salvación de Dios y con ella la felicidad auténtica.

Es un compromiso que me complace confiaros de modo particular a vosotros, queridos profesores de la Facultad teológica pontificia, que venera al doctor seráfico san Buenaventura como su patrono celestial. En la riqueza de su pensamiento puede ofreceros claves de lectura todavía actuales, con las cuales acercaros a los documentos conciliares para buscar en ellos respuestas satisfactorias a los numerosos interrogantes de nuestro tiempo. El anhelo de salvación de la humanidad que animaba a los padres conciliares, orientando su esfuerzo por buscar soluciones para los numerosos problemas actuales, no era menos vivo en el corazón de san Buenaventura ante las esperanzas y las angustias de los hombres de su tiempo.

Por otra parte, puesto que los interrogantes de fondo que el hombre lleva en su corazón no cambian con el paso del tiempo, también las respuestas elaboradas por el Doctor seráfico siguen siendo sustancialmente válidas aún hoy. En particular, sigue siendo válido el Itinerarium mentis in Deum, que san Buenaventura compuso en el año 1259. Este libro, pequeño pero valioso, aun guiando a las alturas de la teología mística, habla también a todos los cristianos de lo que es esencial en su vida. La meta última de todas nuestras actividades debe ser nuestra comunión con el Dios vivo. Así, también para los padres del concilio Vaticano II el objetivo último de todos los elementos de la renovación de la Iglesia fue guiar hacia el Dios vivo, que se reveló en Jesucristo.

Estoy seguro de que la Facultad teológica pontificia San Buenaventura y el Instituto de documentación y de estudio del pontificado de Juan Pablo II seguirán desarrollando su reflexión sobre los textos conciliares, valiéndose también de las aportaciones maduradas en este congreso. En este sentido, aseguro el apoyo de mi oración y, como prenda de las luces celestiales para un trabajo rico en frutos, le imparto a usted, reverendísimo ministro general, a los relatores del congreso y a cuantos participan en él, así como a la Fundación Juan Pablo II, que ha contribuido generosamente a su realización, la bendición apostólica.

Vaticano, 28 de octubre de 2008


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE LA XIII SESIÓN PÚBLICA
DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS





Al venerado hermano
Monseñor Gianfranco Ravasi
Presidente del Consejo pontificio
para la cultura

Me complace enviarle a usted y al Consejo de coordinación de las Academias pontificias mi cordial saludo con ocasión de la sesión pública anual, cita tradicional para dar relieve a las actividades promovidas con empeño y generosa dedicación por cada una de las Academias, y momento de encuentro y de comunión entre diversas Instituciones animadas por un objetivo común: servir a la persona humana, para que resalten su esplendor y sus responsabilidades, su armonía y su misión. Extiendo mi saludo a los señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a los señores embajadores y a los representantes de cada Academia pontificia reunidos para este acto solemne y familiar.

Para esta decimotercera sesión pública de las Academias pontificias, la insigne Academia pontificia de Bellas Artes y Letras de los Virtuosos en el Panteón, que este año organiza el acontecimiento, ha elegido como tema: "Universalidad de la belleza: estética y ética en confrontación". Se trata de un tema muy significativo para profundizar la relación, o mejor, el diálogo entre estética y ética, entre belleza y actuar humano, diálogo tan necesario como quizás olvidado o eludido.

No sólo el actual debate cultural y artístico, sino también la realidad cotidiana nos vuelven a proponer la necesidad y la urgencia de un renovado diálogo entre estética y ética, entre belleza, verdad y bondad. Efectivamente, en diversos niveles emerge dramáticamente la separación, e incluso la contraposición, entre las dos dimensiones: la de la búsqueda de la belleza, aunque comprendida reductivamente como forma exterior, como apariencia que se ha de perseguir a toda costa, y la de la verdad y la bondad de las acciones que se llevan a cabo para realizar un fin.

De hecho, una búsqueda de la belleza que fuese extraña o separada de la búsqueda humana de la verdad y de la bondad se transformaría, como por desgracia sucede, en mero estetismo, y, sobre todo para los más jóvenes, en un itinerario que desemboca en lo efímero, en la apariencia banal y superficial, o incluso en una fuga hacia paraísos artificiales, que enmascaran y esconden el vacío y la inconsistencia interior. Ciertamente, esta búsqueda aparente y superficial no tendría una inspiración universal, sino que inevitablemente resultaría del todo subjetiva, si no incluso individualista, para terminar quizás incluso en la incomunicabilidad.

Muchas veces he puesto de relieve la necesidad y el compromiso de un ensanchamiento de los horizontes de la razón, y, desde esta perspectiva, es necesario volver a comprender también la íntima conexión que une la búsqueda de la belleza con la búsqueda de la verdad y de la bondad. Una razón que quisiera despojarse de la belleza resultaría disminuida, como también una belleza privada de razón se reduciría a una máscara vacía e ilusoria.

En el encuentro con el clero de la diócesis de Bressanone, el pasado 6 de agosto, dialogando precisamente sobre la relación entre belleza y razón, hice notar que debemos aspirar a una razón de mayor amplitud, en la que el corazón y la razón se encuentren, en la que la belleza y la verdad se toquen. Aunque este compromiso corresponde a todos, vale aún más para el creyente, para el discípulo de Cristo, llamado por el Señor a "dar razón" a todos de la belleza y de la verdad de su propia fe. Nos lo recuerda el Evangelio de san Mateo, en el que leemos la exhortación dirigida por Jesús a sus discípulos: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16). Conviene notar que en el texto griego se habla de kalà erga, de obras bellas y buenas al mismo tiempo, porque la belleza de las obras manifiesta y expresa, en una síntesis excelente, la bondad y la verdad profundas del gesto, como también la coherencia y la santidad de quien lo realiza. La belleza de las obras, de la que habla el Evangelio, nos remite a otra belleza, verdad y bondad, que sólo en Dios tienen su perfección y su fuente última.

Así pues, nuestro testimonio debe alimentarse de esta belleza, nuestro anuncio del Evangelio debe percibirse en su belleza y novedad; y por ello es necesario saber comunicar con el lenguaje de las imágenes y de los símbolos. Nuestra misión diaria debe convertirse en transparencia elocuente de la belleza del amor de Dios para que llegue de modo eficaz a nuestros contemporáneos, a menudo distraídos y absorbidos por un clima cultural no siempre propenso a acoger una belleza en plena armonía con la verdad y la bondad, pero deseosos y nostálgicos de una belleza auténtica, no superficial y efímera.

Esto se ha puesto de manifiesto también durante el reciente Sínodo de los obispos, convocado para reflexionar sobre el tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". Diversas intervenciones pusieron de relieve el valor perenne de un "testimonio de la belleza" para anunciar el Evangelio, subrayando la importancia de saber leer y escrutar la belleza de las obras de arte, inspiradas por la fe y promovidas por los creyentes, para descubrir en ellas un itinerario singular que acerca a Dios y a su Palabra.

En el Mensaje conclusivo, dirigido por los Padres sinodales a todos los creyentes, se reafirma la bondad y la eficacia de la via pulchritudinis, uno de los posibles itinerarios, quizá el más atractivo y fascinante, para comprender y alcanzar a Dios. En el mismo documento se recuerda la Carta a los artistas de mi venerado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II, que invitaba a reflexionar sobre el íntimo y fecundo diálogo entre la Sagrada Escritura y las diversas formas artísticas, del que han brotado innumerables obras maestras.

En esta ocasión os sugiero que volváis a tomar esta Carta, a los diez años de su publicación, para hacerla objeto de una renovada reflexión sobre el arte, sobre la creatividad de los artistas, así como sobre el fecundo y a la vez problemático diálogo entre los artistas y la fe cristiana, vivida en la comunidad de los creyentes. Me dirijo particularmente a vosotros, queridos académicos y artistas, porque vuestra tarea, vuestra misión consiste precisamente en suscitar la admiración y el deseo de lo bello, formar la sensibilidad de las personas y alimentar la pasión por todo aquello que es expresión auténtica del genio humano y reflejo de la Belleza divina.

Queridos hermanos y hermanas, el premio de las Academias pontificias, instituido por mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo ii, tiene una finalidad peculiar: suscitar nuevos talentos en los diversos campos del saber y animar la tarea de jóvenes estudiosos, artistas e instituciones que dedican su actividad a la promoción del humanismo cristiano. Así pues, acogiendo la propuesta formulada por el Consejo de coordinación de las Academias pontificias, en esta solemne sesión pública me alegra en verdad que se asigne el premio de las Academias pontificias al doctor Daniele Piccini, que se ha distinguido tanto por su compromiso en el estudio crítico de la poesía y de la literatura —particularmente en la italiana de los orígenes y del Renacimiento— como por su militancia activa en el campo poético, expresada en algunas antologías significativas.

También me complace que, como signo de aprecio y aliento, se entregue una medalla del pontificado al doctor Giulio Catelli, joven pintor, por su investigación artística, apreciada ya por la crítica de arte; así como a la fundación Stauròs italiana, Onlus, por la realización del Museo de arte sacro contemporáneo y por la organización de la Bienal de arte sacro, cita ya tradicional para los artistas comprometidos en el sector del arte sacro.

Por último manifiesto a todos los académicos, y especialmente a los miembros de la insigne Academia pontificia de Bellas Artes y Letras de los Virtuosos en el Panteón, mi vivo aprecio por la actividad realizada, y expreso el deseo de un compromiso apasionado y creativo, sobre todo en el campo artístico, para promover en las culturas contemporáneas un nuevo humanismo cristiano, que recorra con claridad y decisión el camino de la belleza auténtica. Con estos sentimientos, os encomiendo a cada uno de vosotros, así como vuestra valiosa obra de estudio e investigación creativa, a la protección materna de la Virgen María, a la que con toda la Iglesia invocamos como Tota pulchra, la Toda hermosa, y de corazón le imparto a usted, señor presidente, y a todos los presentes una especial bendición apostólica.

Vaticano, 24 de noviembre de 2008



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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I, PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA
CON MOTIVO DE LA FIESTA DE SAN ANDRÉS



A Su Santidad Bartolomé I
Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre" (Ga 1, 3)

Con profunda alegría dirijo estas palabras de san Pablo a Su Santidad, al Santo Sínodo y a todo el clero ortodoxo, así como a los fieles reunidos para la fiesta de san Andrés, el hermano de san Pedro y, como él, gran apóstol y mártir por Cristo. Me complace ser representado en esta festiva ocasión por una delegación encabezada por mi venerado hermano el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, a quien he encomendado este mensaje de saludo. Mis oraciones se unen a las vuestras para pedir al Señor el bienestar y la unidad de los discípulos de Cristo en todo el mundo.

Doy gracias a Dios que nos ha permitido fortalecer los vínculos de amor mutuo entre nosotros, apoyados por la oración y por un contacto fraterno cada vez más regular. Durante el año que está a punto de terminar, hemos sido bendecidos tres veces por la presencia de Su Santidad en Roma: con ocasión de su lección magistral en el Pontificio Instituto Oriental, que tiene el honor de contarlo entre sus alumnos; en la inauguración del Año paulino, en la fiesta de san Pedro y san Pablo, patronos de Roma; y en la XII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos de la Iglesia católica, celebrada en octubre sobre el tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia", cuando usted pronunció un discurso con reflexiones muy profundas.

Como signo de nuestra creciente comunión y cercanía espiritual, la Iglesia católica, por su parte, estuvo representada en las celebraciones del Año paulino presididas por Su Santidad, que incluyeron un simposio y una peregrinación a los lugares paulinos en Asia menor. Estas experiencias de encuentro y de oración común contribuyen a aumentar nuestro compromiso de alcanzar la meta de nuestro camino ecuménico.

Con este mismo espíritu, Su Santidad me ha informado del resultado positivo de la Synaxis de los primados y representantes de las Iglesias ortodoxas, que tuvo lugar recientemente en El Fanar. Los signos de esperanza que han surgido de las relaciones entre los ortodoxos y el compromiso ecuménico han sido acogidos con alegría. Confío y pido a Dios que estos pasos tengan un efecto constructivo en el diálogo teológico oficial entre las Iglesias ortodoxas y la Iglesia católica, y lleven a una solución de las dificultades que se han encontrado en las dos últimas sesiones. Como Su Santidad señaló en su discurso al Sínodo de los obispos de la Iglesia católica, la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre católicos y ortodoxos está afrontando ahora una cuestión crucial que, una vez resuelta, nos acercaría más a la comunión plena.

En esta fiesta de san Andrés, reflexionamos con alegría y damos gracias porque las relaciones entre nosotros están entrando de manera progresiva en niveles cada vez más profundos, a la vez que renovamos nuestro compromiso en el camino de oración y de diálogo. Confiamos en que nuestro camino común apresurará la llegada del día bendito en que alabaremos juntos a Dios en una celebración común de la Eucaristía. La vida interior de nuestras Iglesias y los desafíos del mundo moderno exigen urgentemente este testimonio de unidad entre los discípulos de Cristo.

Con estos sentimientos fraternos, envío a Su Santidad mi saludo cordial en el Señor, que nos asegura su gracia y su paz.

Vaticano, 26 de noviembre de 2008



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CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA PRESIDENTA DE LA REPÚBLICA DE CHILE
CON MOTIVO DEL 30 ANIVERSARIO DE LA MEDIACIÓN PONTIFICIA
EN EL DIFERENDO ENTRE ARGENTINA Y CHILE*



A la Excma. Sra. Michelle Bachelet Jeria,
Presidenta de la República de Chile

Señora Presidenta:

Con viva satisfacción he tenido conocimiento de la iniciativa que, conjuntamente con la Excma. Presidenta de Argentina, se llevará a cabo, el próximo día 5 de diciembre, para recordar el trigésimo aniversario del comienzo de la intervención personal de mi recordado Predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II, en la solución del antiguo diferendo que ambos países mantuvieron sobre la determinación de sus límites en la Zona Austral del Continente.

La decisión de poner solemnemente en el Monte Aymond, frontera entre los dos Países, la primera piedra de un monumento conmemorativo de dicha efeméride, me brinda la ocasión de evocar aquellos primeros días de diciembre de 1978, cuando los dirigentes de esas dos queridas Naciones llegaron a pensar que se había agotado toda posibilidad de lograr un acuerdo que pusiera fin a su secular controversia; más aún les parecía difícil acoger la sugerencia que el Pontífice les había hecho en su mensaje del 11 de ese mes, para que insistieran en un examen sereno y responsable del problema, de modo que prevalecieran las exigencias de la justicia, la equidad y la prudencia como fundamento seguro y estable de la convivencia fraterna entre los Pueblos, chileno y argentino.

Conociendo los profundos deseos de paz de ambas Naciones, que desde hacía tiempo habían sido presentados al Sumo Pontífice por los respectivos Pastores de esos dos Países de arraigada tradición católica, Juan Pablo II, impulsado por su especial sensibilidad para concretar la misión recibida del Príncipe de la Paz, sintió la necesidad de ofrecer una nueva y peculiar intervención suya, de carácter más personal.

Es bien sabido que su decisión, anunciada el 22 de diciembre de 1978, de enviar al Señor Cardenal Antonio Samoré a las respectivas capitales, detuvo providencialmente el enfrentamiento bélico y llevó, como colofón de la misión fiel y generosamente cumplida por el recordado Purpurado, a la firma de los Acuerdos de Montevideo, en el Palacio Taranco, el 8 de enero de 1979. Éstos incluían una apuesta decidida de los dos Gobiernos por la paz, la cual quedaba expresada en la petición al Sucesor de san Pedro para que actuara como mediador con la finalidad de guiarlos en las negociaciones y asistirlos en la búsqueda de una solución definitiva de las discrepancias.

La aceptación de esa solicitud, cuyas exigencias iban más allá de las previsiones iniciales del posible compromiso del Papa y de la praxis habitual de la actividad internacional de la Santa Sede, representó en realidad el primer paso del largo y complejo camino de la mediación, en la que los trabajos del Cardenal Samoré como Representante personal del Sumo Pontífice, junto con sus colaboradores, y de las Delegaciones de los dos Países, bajo la dirección de sus autoridades, condujo a la conclusión feliz de la disensión sobre la Zona Austral, con la firma del Tratado de Paz y Amistad.

Por ello, deseo unirme ahora con gratitud y gozo a la celebración especial de ese hecho histórico por parte de las Presidentes de ambos Países, que agradecen la obra de mi Predecesor, que tanto se distinguió durante su largo Pontificado por la promoción de la concordia entre todos los pueblos.

Dicho éxito, causando una agradable e inesperada sorpresa en el mundo, fue un ejemplo de como, ante cualquier controversia, se debe vencer siempre el desánimo y no dar nunca por agotado el camino del diálogo paciente y de la negociación conducida con sabiduría y prudencia, para alcanzar una solución justa y digna a través de medios pacíficos, propios de pueblos civilizados, sobre todo cuando sus miembros se saben, además, hermanos e hijos de un único Dios y Padre.

La historia reciente, con la experiencia de varios intentos fatalmente fallidos y de soluciones drásticas que, en controversias en distintos escenarios del mundo, han generado gravísimas consecuencias, nos ayuda a descubrir los horrores que aquella mediación pontificia evitó a los pueblos chileno y argentino, e incluso a otras naciones de la región. Y la realidad de hoy, con los abundantes resultados positivos de la colaboración mutua entre los dos Países, y que son un testimonio ejemplar e innegable de los frutos de la paz, empezó a gestarse hace ahora treinta años.

A la vez que doy gracias a Dios por tantos beneficios recibidos por medio de su Hijo, el Príncipe de la Paz, y por intercesión de la Santísima Virgen María, en sus advocaciones del Carmen y de Luján, imparto de corazón a las nobles Naciones de Chile y Argentina una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 29 de noviembre de 2008



Benedictus PP. XVI


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CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA PRESIDENTA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA
CON MOTIVO DEL 30 ANIVERSARIO DE LA MEDIACIÓN PONTIFICIA
EN EL DIFERENDO ENTRE ARGENTINA Y CHILE*



A la Excma. Sra. Cristina Fernández de Kirchner,
Presidenta de la República de Argentina

Señora Presidenta:

Con viva satisfacción he tenido conocimiento de la iniciativa que, conjuntamente con la Excma. Presidenta de Chile, se llevará a cabo, el próximo día 5 de diciembre, para recordar el trigésimo aniversario del comienzo de la intervención personal de mi recordado Predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II, en la solución del antiguo diferendo que ambos países mantuvieron sobre la determinación de sus límites en la Zona Austral del Continente.

La decisión de poner solemnemente en el Monte Aymond, frontera entre los dos Países, la primera piedra de un monumento conmemorativo de dicha efeméride, me brinda la ocasión de evocar aquellos primeros días de diciembre de 1978, cuando los dirigentes de esas dos queridas Naciones llegaron a pensar que se había agotado toda posibilidad de lograr un acuerdo que pusiera fin a su secular controversia; más aún les parecía difícil acoger la sugerencia que el Pontífice les había hecho en su mensaje del 11 de ese mes, para que insistieran en un examen sereno y responsable del problema, de modo que prevalecieran las exigencias de la justicia, la equidad y la prudencia como fundamento seguro y estable de la convivencia fraterna entre los Pueblos, argentino y chileno.

Conociendo los profundos deseos de paz de ambas Naciones, que desde hacía tiempo habían sido presentados al Sumo Pontífice por los respectivos Pastores de esos dos Países de arraigada tradición católica, Juan Pablo II, impulsado por su especial sensibilidad para concretar la misión recibida del Príncipe de la Paz, sintió la necesidad de ofrecer una nueva y peculiar intervención suya, de carácter más personal.

Es bien sabido que su decisión, anunciada el 22 de diciembre de 1978, de enviar al Señor Cardenal Antonio Samoré a las respectivas capitales, detuvo providencialmente el enfrentamiento bélico y llevó, como colofón de la misión fiel y generosamente cumplida por el recordado Purpurado, a la firma de los Acuerdos de Montevideo, en el Palacio Taranco, el 8 de enero de 1979. Éstos incluían una apuesta decidida de los dos Gobiernos por la paz, la cual quedaba expresada en la petición al Sucesor de san Pedro para que actuara como mediador con la finalidad de guiarlos en las negociaciones y asistirlos en la búsqueda de una solución definitiva de las discrepancias.

La aceptación de esa solicitud, cuyas exigencias iban más allá de las previsiones iniciales del posible compromiso del Papa y de la praxis habitual de la actividad internacional de la Santa Sede, representó en realidad el primer paso del largo y complejo camino de la mediación, en la que los trabajos del Cardenal Samoré como Representante personal del Sumo Pontífice, junto con sus colaboradores, y de las Delegaciones de los dos Países, bajo la dirección de sus autoridades, condujo a la conclusión feliz de la disensión sobre la Zona Austral, con la firma del Tratado de Paz y Amistad.

Por ello, deseo unirme ahora con gratitud y gozo a la celebración especial de ese hecho histórico por parte de las Presidentes de ambos Países, que agradecen la obra de mi Predecesor, que tanto se distinguió durante su largo Pontificado por la promoción de la concordia entre todos los pueblos.

Dicho éxito, causando una agradable e inesperada sorpresa en el mundo, fue un ejemplo de como, ante cualquier controversia, se debe vencer siempre el desánimo y no dar nunca por agotado el camino del diálogo paciente y de la negociación conducida con sabiduría y prudencia, para alcanzar una solución justa y digna a través de medios pacíficos, propios de pueblos civilizados, sobre todo cuando sus miembros se saben, además, hermanos e hijos de un único Dios y Padre.

La historia reciente, con la experiencia de varios intentos fatalmente fallidos y de soluciones drásticas que, en controversias en distintos escenarios del mundo, han generado gravísimas consecuencias, nos ayuda a descubrir los horrores que aquella mediación pontificia evitó a los pueblos argentino y chileno, e incluso a otras naciones de la región. Y la realidad de hoy, con los abundantes resultados positivos de la colaboración mutua entre los dos Países, y que son un testimonio ejemplar e innegable de los frutos de la paz, empezó a gestarse hace ahora treinta años.

A la vez que doy gracias a Dios por tantos beneficios recibidos por medio de su Hijo, el Príncipe de la Paz, y por intercesión de la Santísima Virgen María, en sus advocaciones de Luján y del Carmen, imparto de corazón a las nobles Naciones de Argentina y Chile una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 29 de noviembre de 2008



Benedictus PP. XVI


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE UNA JORNADA DE ESTUDIO
SOBRE EL DIÁLOGO ENTRE CULTURAS Y RELIGIONES



Al señor cardenal
Jean-Louis Tauran
Presidente del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso
y al arzobispo
Gianfranco Ravasi
Presidente del Consejo pontificio para la cultura

Ante todo deseo expresar viva satisfacción por la iniciativa conjunta del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y del Consejo pontificio para la cultura, que han querido organizar una Jornada de estudio dedicada al tema: "Culturas y religiones en diálogo", como participación de la Santa Sede en la iniciativa de la Unión europea, aprobada en diciembre de 2006, de declarar el año 2008 como "Año europeo del diálogo intercultural".

Saludo cordialmente, junto con los presidentes de los Consejos pontificios mencionados, a los señores cardenales, a los venerados hermanos en el episcopado, a los excelentísimos miembros del Cuerpo diplomático acreditados ante la Santa Sede, así como a los representantes de las distintas religiones y a todos los participantes en este significativo encuentro.

Ya desde hace muchos años Europa ha tomado conciencia de su sustancial unidad cultural, no obstante la constelación de culturas nacionales que han modelado su rostro. Conviene subrayarlo: la Europa contemporánea, que se asoma al tercer milenio, es fruto de dos milenios de civilización. Hunde sus raíces tanto en el ingente y antiguo patrimonio de Atenas y de Roma, como, sobre todo, en el fecundo terreno del cristianismo, que se ha revelado capaz de crear nuevos patrimonios culturales, aun recibiendo la contribución original de cada civilización.

El nuevo humanismo, surgido de la difusión del mensaje evangélico, exalta todos los elementos dignos de la persona humana y de su vocación trascendente, purificándolos de las escorias que ofuscan el auténtico rostro del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Así, Europa se nos presenta hoy como un precioso tejido, cuya trama está formada por los principios y los valores surgidos del Evangelio, mientras que las culturas nacionales han sabido bordar una inmensa variedad de perspectivas que manifiestan las capacidades religiosas, intelectuales, técnicas, científicas y artísticas del Homo europeus. En este sentido, podemos afirmar que Europa ha ejercido y sigue ejerciendo todavía una influencia cultural sobre la totalidad del género humano, y no puede menos de sentirse particularmente responsable no sólo de su propio futuro, sino también del de la humanidad entera.

En el contexto actual, en el que cada vez con mayor frecuencia nuestros contemporáneos se plantean los interrogantes esenciales sobre el sentido de la vida y sobre su valor, es más importante que nunca reflexionar sobre las antiguas raíces de las que ha fluido una savia abundante a lo largo de los siglos. Por eso, el tema del diálogo intercultural e interreligioso se presenta como una prioridad para la Unión europea e interesa de modo transversal a los sectores de la cultura y la comunicación, la educación y la ciencia, las migraciones y las minorías, hasta llegar a los sectores de la juventud y el trabajo.

Una vez acogida la diversidad como dato positivo, es necesario hacer que las personas no sólo acepten la existencia de la cultura del otro, sino que también deseen enriquecerse gracias a ella. Mi predecesor el siervo de Dios Pablo VI, dirigiéndose a los católicos, enunció su profunda convicción con estas palabras: "La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio" (Ecclesiam suam, 67). Vivimos en lo que se suele llamar un "mundo pluralista", caracterizado por la rapidez de las comunicaciones, por la movilidad de los pueblos y por su interdependencia económica, política y cultural. Precisamente en esta hora, a veces dramática, aunque por desgracia muchos europeos parecen ignorar las raíces cristianas de Europa, estas están vivas y deberían trazar el camino y alimentar la esperanza de millones de ciudadanos que comparten los mismos valores.

Por consiguiente, los creyentes deben estar siempre dispuestos a promover iniciativas de diálogo intercultural e interreligioso, para estimular la colaboración en temas de interés recíproco, como la dignidad de la persona humana, la búsqueda del bien común, la construcción de la paz y el desarrollo. A este propósito, la Santa Sede ha querido dar un relieve particular a su participación en el diálogo de alto nivel sobre el entendimiento entre las religiones y las culturas, y sobre la cooperación para la paz, en el marco de la 62ª Asamblea general de las Naciones Unidas (4-5 de octubre de 2007). Ese diálogo, para ser auténtico, no debe ceder al relativismo y al sincretismo, y debe estar animado por el respeto sincero a los demás y por un generoso espíritu de reconciliación y fraternidad.

Animo a cuantos se dedican a la construcción de una Europa acogedora, solidaria y cada vez más fiel a sus raíces; y, en particular, exhorto a los creyentes no sólo a que contribuyan a conservar celosamente la herencia cultural y espiritual que los caracteriza y que forma parte integrante de su historia, sino también a que se comprometan aún más a buscar nuevos caminos para afrontar de forma adecuada los grandes desafíos que marcan la época posmoderna. Entre estas, me limito a citar la defensa de la vida del hombre en todas sus fases, la tutela de todos los derechos de la persona y de la familia, la construcción de un mundo justo y solidario, el respeto de la creación y el diálogo intercultural e interreligioso. En esta perspectiva, hago votos por el éxito de la Jornada de estudio programada e invoco sobre todos los participantes la abundancia de las bendiciones de Dios.

Vaticano, 3 de diciembre de 2008


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
POR LA MUERTE DE SU SANTIDAD ALEXIS II,
PATRIARCA DE MOSCÚ Y DE TODAS LAS RUSIAS



Al Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa rusa

He recibido con profunda conmoción la triste noticia de la muerte de Su Santidad Alexis II, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, y con afecto fraterno deseo enviar al Santo Sínodo y a todos los miembros de la Iglesia ortodoxa rusa mi más sincero pésame, asegurando mi cercanía espiritual en este momento de gran tristeza. Elevo súplicas al Señor para que acoja en su reino de paz y de alegría eterna a este incansable ministro suyo, y consuele y conforte a todos los que lloran por la dolorosa pérdida. Recordando el compromiso común en el camino de la comprensión mutua y la colaboración entre ortodoxos y católicos, me complace recordar los esfuerzos que el difunto Patriarca realizó para el renacimiento de la Iglesia, después de la dura opresión ideológica, que causó el martirio de tantos testigos de la fe cristiana. Recuerdo también el buen combate en favor de la defensa de los valores humanos y evangélicos que libró de modo especial en el continente europeo, deseando que su compromiso produzca frutos de paz y de auténtico progreso humano, social y espiritual. Que en la dolorosa hora de la despedida, mientras sus restos mortales se entregan a la tierra en espera de la resurrección, el recuerdo de este servidor del Evangelio de Cristo sea un apoyo para quienes experimentan el dolor de la pérdida y un estímulo para cuantos recogen su herencia en la dirección de esa veneranda Iglesia ortodoxa rusa. Con afecto fraterno en el Señor resucitado.

BENEDICTUS PP. XVI


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