Il problema dei 3 corpi: Attraverso continenti e decadi, cinque amici geniali fanno scoperte sconvolgenti mentre le leggi della scienza si sgretolano ed emerge una minaccia esistenziale. Vieni a parlarne su TopManga.
 
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2009

Ultimo Aggiornamento: 12/07/2013 13:17
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Papa Ratzi Superstar









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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO
ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE
DURANTE EL INTERCAMBIO DE FELICITACIONES DE AÑO NUEVO*

Sala Regia
Jueves 8 de enero de 2009



Excelencias,
señoras y señores:

El misterio de la encarnación del Verbo, que conmemoramos cada año en la Fiesta de la Navidad, nos invita a meditar sobre los acontecimientos que marcan el curso de la historia. Precisamente a la luz de este misterio colmado de esperanza, se sitúa este tradicional encuentro con ustedes, ilustres miembros del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, como una ocasión privilegiada para intercambiar nuestros mejores deseos al comienzo de este año. Me dirijo en primer lugar a Su Excelencia el Embajador Alejandro Valladares Lanza, para agradecerle el saludo que amablemente me ha dirigido, por primera vez, en calidad de Decano del Cuerpo diplomático. Mi saludo deferente se extiende a cada uno de ustedes, así como a sus familias y colaboradores y, por su medio, a los pueblos y gobiernos de los países que representan. Para todos, pido a Dios el don de un año lleno de justicia, serenidad y paz.

Al comienzo de este año 2009, mi pensamiento se dirige con afecto, ante todo, a los que han sufrido a causa de las graves catástrofes naturales, en particular en Vietnam, Birmania, China y Filipinas, en América central y el Caribe, en Colombia y en Brasil, o bien a causa de sangrantes conflictos nacionales o regionales o de atentados terroristas que han sembrado la muerte y la destrucción en países como Afganistán, India, Pakistán y Argelia. No obstante los muchos esfuerzos realizados, la tan deseada paz todavía está lejana. De cara a esta constante, no hay que desanimarse ni atenuar el compromiso a favor de una auténtica cultura de paz, sino, por el contrario, redoblar los esfuerzos a favor de la seguridad y el desarrollo. En este sentido, la Santa Sede ha procurado estar entre los primeros en firmar y ratificar la “Convención sobre las bombas de racimo”, documento que tiene también el propósito de reforzar el derecho internacional humanitario. Por otra parte, observando con preocupación los síntomas de crisis que se perciben en el campo del desarme y de la no proliferación nuclear, la Santa Sede no cesa de recordar que no se puede construir la paz cuando los gastos militares sustraen enormes recursos humanos y materiales a los proyectos de desarrollo, especialmente de los países más pobres.

Siguiendo el Mensaje para la Jornada mundial de la Paz, que he dedicado este año al tema “combatir la pobreza, construir la paz”, quisiera hoy dirigir mi atención hacia los pobres, los muy numerosos pobres de nuestro planeta. Las palabras con las que el Papa Pablo VI comenzaba su reflexión en la Encíclica Populorum progressio no han perdido su actualidad: «Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más: tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran número de ellos se ven condenados a vivir en condiciones, que hacen ilusorio este legítimo deseo» (n. 6). Para construir la paz, conviene dar nuevamente esperanza a los pobres. ¿Cómo no pensar en tantas personas y familias afectadas por las dificultades y las incertidumbres que la actual crisis financiera y económica ha provocado a escala mundial? ¿Cómo no evocar la crisis alimenticia y el calentamiento climático, que dificultan todavía más el acceso a los alimentos y al agua a los habitantes de las regiones más pobres del planeta? Desde ahora, es urgente adoptar una estrategia eficaz para combatir el hambre y favorecer el desarrollo agrícola local, más aún cuando el porcentaje de pobres aumenta incluso en los países ricos. En esta perspectiva, me alegro que, desde la reciente Conferencia de Doha sobre la financiación para el desarrollo, hayan sido establecidos criterios útiles para orientar la dirección del sistema económico y poder ayudar a los más débiles. Yendo más al fondo de la cuestión, para resanar la economía, es necesario crear una nueva confianza. Este objetivo sólo se podrá alcanzar a través de una ética fundada en la dignidad innata de la persona humana. Sé bien que esto es exigente, pero no es una utopía. Hoy más que nunca, nuestro porvenir está en juego, al igual que el destino de nuestro planeta y sus habitantes, en primer lugar de las generaciones jóvenes que heredan un sistema económico y un tejido social duramente cuestionado.

Señoras y Señores, si queremos combatir la pobreza, debemos invertir ante todo en la juventud, educándola en un ideal de auténtica fraternidad. En mis viajes apostólicos del año pasado, tuve la ocasión de encontrar a muchos jóvenes, sobre todo en el marco extraordinario de la celebración de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud, en Sydney, Australia. Mis viajes apostólicos, comenzando por la visita a los Estados Unidos, me permitieron percibir las expectativas de muchos sectores de la sociedad con respecto a la Iglesia católica. En esta fase delicada de la historia de la humanidad, marcada por incertidumbres e interrogantes, muchos esperan que la Iglesia ejerza con decisión y claridad su misión evangelizadora y su obra de promoción humana. Mi discurso en la Sede de la Organización de las Naciones Unidas se sitúa en este contexto: sesenta años después de la adopción de la Declaración universal de los derechos humanos, quise poner de relieve que este documento se basa en la dignidad de la persona humana, y ésta a su vez en la naturaleza común a todos que trasciende las diversas culturas. Algunos meses más tarde, en mi peregrinación a Lourdes con ocasión del ciento cincuenta aniversario de las apariciones de la Virgen María a Santa Bernadette, quise subrayar que el mensaje de conversión y de amor que se irradia desde la gruta de Massabielle sigue teniendo gran actualidad, como una invitación constante a construir nuestra existencia y las relaciones entre los pueblos sobre unas bases de respeto y de fraternidad auténticas, conscientes de que esta fraternidad presupone un Padre común a todos los hombres, el Dios Creador. Por otra parte, una sociedad sanamente laica no ignora la dimensión espiritual y sus valores, porque la religión, y me pareció útil repetirlo durante mi viaje pastoral a Francia, no es un obstáculo, sino más bien al contrario un fundamento sólido para la construcción de una sociedad más justa y libre.

Las discriminaciones y los graves ataques de los que han sido víctimas, el año pasado, millares de cristianos, muestran cómo la que socava la paz no es sólo la pobreza material, sino también la pobreza moral. De hecho, es en la pobreza moral, donde dichas atrocidades hunden sus raíces. Al reafirmar la valiosa contribución que las religiones pueden dar a la lucha contra la pobreza y a la construcción de la paz, quisiera repetir ante esta asamblea que representa idealmente a todas las naciones del mundo: el cristianismo es una religión de libertad y de paz y está al servicio del auténtico bien de la humanidad. Renuevo el testimonio de mi afecto paternal a nuestros hermanos y hermanas víctimas de la violencia, especialmente en Irak y en la India; pido incesantemente a las autoridades civiles y políticas que se dediquen con energía a poner fin a la intolerancia y a las vejaciones contra los cristianos, que intervengan para reparar los daños causados, en particular en los lugares de culto y en las propiedades; que alienten por todos los medios el justo respeto hacia todas las religiones, proscribiendo todas las formas de odio y de desprecio. Deseo también que en el mundo occidental no se cultiven prejuicios u hostilidades contra los cristianos, simplemente porque, en ciertas cuestiones, su voz perturba. Por su parte, que los discípulos de Cristo, ante tales pruebas, no pierdan el ánimo: el testimonio del Evangelio es siempre un “signo de contradicción” con respecto al “espíritu del mundo”. Si las tribulaciones son duras, la constante presencia de Cristo es un consuelo eficaz. Su Evangelio es un mensaje de salvación para todos y por esto no puede ser confinado en la esfera privada, sino que debe ser proclamado desde las azoteas, hasta los confines de la tierra.

El nacimiento de Cristo en la pobre gruta de Belén nos lleva naturalmente a evocar la situación del Medio Oriente y, en primer lugar, de Tierra Santa, donde, en estos días, asistimos a un recrudecimiento de la violencia que ha provocado daños y sufrimientos inmensos entre las poblaciones civiles. Esta situación complica aún más la búsqueda de una salida vivamente anhelada por muchos de ellos y por el mundo entero al conflicto entre israelíes y palestinos. Una vez más, quisiera señalar que la opción militar no es una solución y la violencia, venga de donde venga y bajo cualquier forma que adopte, ha de ser firmemente condenada. Deseo que, con el compromiso determinante de la comunidad internacional, la tregua en la franja de Gaza vuelva a estar vigente, ya que es indispensable para volver aceptables las condiciones de vida de la población, y que sean relanzadas las negociaciones de paz renunciando al odio, a la provocación y al uso de las armas. Es muy importante que, con ocasión de las cruciales citas electorales que implicarán a muchos habitantes de la región en los próximos meses, surjan dirigentes capaces de hacer progresar con determinación este proceso para guiar a sus pueblos hacia la ardua pero indispensable reconciliación. A ella no se podrá llegar sin adoptar un acercamiento global a los problemas de estos países, en el respecto de las aspiraciones y de los legítimos intereses de todas las poblaciones involucradas. Además de los renovados esfuerzos para la solución del conflicto israelopalestino, que acabo de mencionar, es preciso dar un respaldo convencido al diálogo entre Israel y Siria y, en el Líbano, apoyar la consolidación en curso de las instituciones, que será tanto más eficaz si se lleva a cabo en un espíritu de unidad. A los iraquíes, que se preparan para retomar totalmente en su mano su propio destino, dirijo una particular palabra de ánimo para pasar página y mirar al futuro con el fin de construirlo sin discriminaciones de raza, de etnia o religión. Por lo que concierne a Irán, no debe dejarse de buscar una solución negociada a la controversia sobre el programa nuclear, a través de un mecanismo que permita satisfacer las exigencias legítimas del país y de la comunidad internacional. Dicho resultado favorecerá en gran medida la distensión regional y mundial.

Dirigiendo la mirada al gran continente asiático, constato con preocupación que en ciertos países perdura la violencia y que en otros la situación política permanece tensa, pero existen progresos que permiten mirar al futuro con una confianza mayor. Pienso, por ejemplo, en la reanudación de nuevas negociaciones de paz en Mindanao, en Filipinas, y en el nuevo curso que están tomando las relaciones entre Pekín y Taipei. En este mismo contexto de búsqueda de la paz, una solución definitiva del conflicto en Sri Lanka debe ser también política, mientras que las necesidades humanitarias de las poblaciones afectadas deben continuar siendo objeto de continua atención. Las comunidades cristianas que viven en Asia a menudo son pequeñas desde el punto de vista numérico, pero desean ofrecer una contribución convencida y eficaz al bien común, a la estabilidad y al progreso de sus países, dando un testimonio de la primacía de Dios, que establece una sana jerarquía de valores y otorga una libertad más fuerte que las injusticias. La reciente beatificación en Japón de ciento ochenta y ocho mártires lo ha puesto de relieve de forma elocuente. La Iglesia, como se ha dicho muchas veces, no pide privilegios, sino la aplicación del principio de libertad religiosa en toda su extensión. En este contexto, es importante que, en Asia central, las legislaciones sobre las comunidades religiosas garanticen el pleno ejercicio de este derecho fundamental, en el respeto de las normas internacionales.

Dentro de algunos meses, tendré la alegría de encontrar a muchos hermanos en la fe y en la existencia humana que viven en África. En la espera de esta visita que tanto he deseado, pido al Señor que sus corazones estén dispuestos a acoger el Evangelio y a vivirlo con coherencia, construyendo la paz a través de la lucha contra la pobreza moral y material. La infancia ha de ser objeto de una atención del todo particular: veinte años después de la adopción de la Convención sobre los derechos de los niños, éstos siguen siendo muy vulnerables. Muchos niños viven el drama de los refugiados y los desplazados en Somalia, en Darfur y en la República democrática del Congo. Se trata de flujos migratorios que afectan a millones de personas que tienen necesidad de ayuda humanitaria y que ante todo están privadas de sus derechos elementales y heridas en su dignidad. Pido a los responsables políticos, a nivel nacional e internacional, que tomen todas las medidas necesarias para resolver los conflictos abiertos y pongan fin a las injusticias que los han provocado. Deseo que en Somalia, la restauración del Estado pueda finalmente progresar, para que cesen los interminables sufrimientos de los habitantes de ese país. Asimismo, en Zimbabwe la situación es crítica y es necesaria gran cantidad de ayuda humanitaria. Los acuerdos de paz de Burundi han proporcionado un rayo de esperanza a la región. Expreso mis deseos para que sean plenamente aplicados y se conviertan en fuente de inspiración para otros países, que no han encontrado todavía la vía de la reconciliación. La Santa Sede, como ustedes saben, sigue con una atención especial el continente africano y está feliz de haber establecido el año pasado las relaciones diplomáticas con Botswana.

En ese vasto panorama, que abraza el mundo entero, deseo asimismo detenerme un momento en América Latina. Allí también, los pueblos aspiran a vivir en paz, libres de la pobreza y ejerciendo libremente sus derechos fundamentales. En este contexto, hay que desear que las legislaciones tengan en cuenta las necesidades de los que emigran facilitando el reagrupamiento familiar y conciliando las legítimas exigencias de seguridad con las del respeto inviolable de la persona. Quisiera alabar también el compromiso prioritario de ciertos gobiernos para restablecer la legalidad y emprender una lucha sin cuartel contra el tráfico de estupefacientes y la corrupción. Me alegro que, treinta años después del comienzo de la mediación pontificia sobre el diferendo entre Argentina y Chile, relativo a la zona austral, los dos países hayan sellado de alguna manera su voluntad de paz erigiendo un monumento a mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II. Deseo, por otra parte, que la reciente firma del acuerdo entre la Santa Sede y Brasil facilite el libre ejercicio de la misión evangelizadora de la Iglesia y refuerce todavía más su colaboración con las instituciones civiles para el desarrollo integral de la persona. La Iglesia acompaña desde hace cinco siglos a los pueblos de América Latina, compartiendo sus esperanzas y sus preocupaciones. Sus Pastores saben que, para promover el progreso auténtico de la sociedad, su quehacer propio es iluminar las conciencias y formar laicos capaces de intervenir con ardor en las realidades temporales, poniéndose al servicio del bien común.

Fijándome por último en las naciones que están más cerca, quisiera saludar a la comunidad cristiana de Turquía, recordando que, en este año jubilar especial con ocasión del bimilenario del nacimiento del Apóstol San Pablo, numerosos peregrinos llegan a Tarso, su pueblo natal, lo que señala una vez más el estrecho vínculo de esta tierra con los orígenes del cristianismo. Las aspiraciones a la paz están vivas en Chipre, donde se han retomado las negociaciones con vistas a la justa solución de los problemas vinculados a la división de la Isla. En lo que concierne al Cáucaso, quisiera recordar una vez más que los conflictos que atañen a los Estados de la región no pueden resolverse por la vía de las armas y, pensando en Georgia, expreso el deseo de que sean respetados todos los compromisos suscritos en el Acuerdo de cese el fuego del pasado mes de agosto, concluido gracias a los esfuerzos diplomáticos de la Unión Europea, y que el regreso de los desplazados de sus hogares sea posible cuanto antes. Por lo que respecta, finalmente, al sudeste europeo, la Santa Sede sigue adelante con su compromiso a favor de la estabilidad de la región, y espera que seguirán creándose las condiciones para un futuro de reconciliación y de paz entre las poblaciones de Serbia y Kosovo, en el respeto de las minorías y sin olvidar la preservación del preciado patrimonio artístico y cultural cristiano, que constituye una riqueza para toda la humanidad.

Señoras y Señores Embajadores, al término de este recorrido que, en su brevedad, no puede mencionar todas las situaciones de sufrimiento y pobreza que están presentes en mi corazón, vuelvo al Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la paz de este año. En ese documento, he recordado que los seres humanos más pobres son los niños no nacidos (n. 3). No puedo dejar de mencionar, al concluir, a otros pobres, como los enfermos y las personas ancianas abandonadas, las familias divididas y sin puntos de referencia. La pobreza se combate si la humanidad se vuelve más fraterna compartiendo los valores y las ideas, fundados en la dignidad de la persona, en la libertad vinculada a la responsabilidad, en el reconocimiento efectivo del puesto de Dios en la vida del hombre. En esta perspectiva, dirijamos nuestra mirada a Jesús, el Niño humilde recostado en el pesebre. Porque Él es el Hijo de Dios, Él nos indica que la solidaridad fraterna entre todos los hombres es la vía maestra para combatir la pobreza y construir la paz. Que la luz de su amor ilumine a todos los gobernantes de la humanidad. Que Ella nos guíe a lo largo del año que acaba de comenzar. Feliz año a todos.


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30/06/2013 19:33


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DEL CAMINO NEOCATECUMENAL

Basílica de San Pedro
Sábado 10 de enero de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría os recibo hoy tan numerosos con motivo del cuadragésimo aniversario del inicio del Camino Neocatecumenal en Roma, que ya cuenta actualmente con quinientas comunidades. Os dirijo a todos mi cordial saludo. De manera particular, saludo al cardenal vicario, Agostino Vallini, así como al cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo pontificio para los laicos, que con dedicación os ha seguido en el camino de aprobación de vuestros Estatutos. Saludo a los responsables del Camino Neocatecumenal: al señor Kiko Argüello, a quien doy las gracias cordialmente por las palabras entusiastas y entusiasmantes con las que ha interpretado los sentimientos de todos vosotros. Saludo a la señora Carmen Hernández y al padre Mario Pezzi. Saludo a las comunidades que salen de misión hacia las periferias más necesitadas de Roma, a las que van de "missio ad gentes" en los cinco continentes, a las doscientas nuevas familias itinerantes, a los setecientos catequistas itinerantes responsables del Camino Neocatecumenal en las diferentes naciones. Gracias a todos vosotros. Que el Señor os acompañe.

Nuestro encuentro de hoy tiene lugar significativamente en la basílica vaticana, construida sobre el sepulcro del apóstol san Pedro. Fue precisamente él, el Príncipe de los Apóstoles, quien, respondiendo a la pregunta con la que Jesús interpelaba a los Doce sobre su identidad, confesó con decisión: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Hoy os habéis reunido aquí para renovar esta misma profesión de fe. Vuestra presencia, tan numerosa y animada, testimonia los prodigios realizados por el Señor en los cuatro decenios pasados; indica también el compromiso con el que queréis continuar el camino iniciado, un camino de seguimiento fiel a Cristo y de testimonio valiente de su Evangelio, no sólo aquí en Roma, sino allí donde la Providencia os lleve; un camino de dócil adhesión a las directrices de los pastores y de comunión con todos los demás componentes del pueblo de Dios. Esto es lo que queréis hacer, conscientes de que ayudar a los hombres de nuestro tiempo a encontrar a Jesucristo, redentor del hombre, constituye la misión de la Iglesia y de todo bautizado. El Camino Neocatecumenal se integra en esta misión eclesial como una de las numerosas sendas suscitadas por el Espíritu Santo con el concilio Vaticano II para la nueva evangelización.

Todo comenzó aquí, en Roma, hace cuarenta años, cuando en la parroquia de los Santos Mártires Canadienses se constituyeron las primeras comunidades del Camino Neocatecumenal. ¿Cómo no bendecir al Señor por los frutos espirituales que, a través del método de evangelización que aplicáis, se han podido recoger en estos años? ¡Cuántas lozanas energías apostólicas se han suscitado tanto entre los sacerdotes como entre los laicos! ¡A cuántos hombres y mujeres, y a cuántas familias que se habían alejado de la comunidad eclesial o que habían abandonado la práctica de la vida cristiana, a través del anuncio del kerygma y del itinerario de redescubrimiento del Bautismo se les ha ayudado a volver a encontrar de nuevo la alegría de la fe y el entusiasmo del testimonio evangélico! La reciente aprobación de los Estatutos del Camino por parte del Consejo pontificio para los laicos ha sellado la estima y la benevolencia con que la Santa Sede sigue la obra que el Señor ha suscitado a través de vuestros iniciadores. El Papa, Obispo de Roma, os da las gracias por el servicio generoso que ofrecéis a la evangelización de esta ciudad y por la dedicación con que os prodigáis para llevar el anuncio cristiano a todos los ambientes. Gracias a todos vosotros.

Vuestra acción apostólica, que ya es benemérita, será aún más eficaz en la medida en que os esforcéis por cultivar constantemente ese anhelo por la unidad que Jesús comunicó a los Doce en la última Cena. Hemos escuchado el canto: antes de la Pasión, nuestro Redentor rezó intensamente para que sus discípulos fueran una sola cosa a fin de que el mundo fuera impulsado a creer en él (cf. Jn 17, 21), ya que esa unidad sólo puede venir de la fuerza de Dios. Esta unidad, don del Espíritu Santo y búsqueda incesante de los creyentes, hace de cada comunidad una articulación viva y bien integrada en el Cuerpo místico de Cristo. La unidad de los discípulos del Señor pertenece a la esencia de la Iglesia y es condición indispensable para que su acción evangelizadora resulte fecunda y creíble. Sé con cuánto celo están actuando las comunidades del Camino Neocatecumenal en ciento tres parroquias de Roma. Al mismo tiempo que os aliento a continuar en este compromiso, os exhorto a intensificar vuestra adhesión a todas las directrices del cardenal vicario, mi directo colaborador en el gobierno pastoral de la diócesis. Gracias por vuestro "sí", que sale obviamente del corazón. La integración orgánica del Camino en la pastoral diocesana y su unidad con las demás realidades eclesiales beneficiarán a todo el pueblo cristiano y harán más fecundo el esfuerzo de la diócesis a favor de un anuncio renovado del Evangelio en nuestra ciudad. De hecho, hoy hace falta una amplia acción misionera que involucre a las diferentes realidades eclesiales, las cuales, conservando cada una la originalidad del propio carisma, actúen concordemente, tratando de realizar esa "pastoral integrada" que ya ha permitido alcanzar resultados significativos. Y vosotros, poniéndoos al servicio del obispo con plena disponibilidad, como recuerdan vuestros Estatutos, podréis servir de ejemplo a muchas Iglesias locales, que miran justamente a la de Roma como al modelo al que hacer referencia.

Hay otro fruto espiritual madurado en estos cuarenta años por el que quisiera dar gracias con vosotros a la divina Providencia: es el gran número de sacerdotes y de personas consagradas que el Señor —Kiko nos ha hablado de ello— ha suscitado en vuestras comunidades. Muchos sacerdotes están comprometidos en las parroquias y en otros campos de apostolado diocesano, muchos son misioneros itinerantes en varias naciones: prestan un generoso servicio a la Iglesia de Roma, y la Iglesia de Roma ofrece un precioso servicio a la evangelización en el mundo. Es una verdadera "primavera de esperanza" para la comunidad diocesana de Roma y para la Iglesia universal. Doy las gracias al rector y a sus colaboradores del seminario Redemptoris Mater de Roma por la obra educativa que desempeñan. Sabemos que su tarea no es fácil, pero es muy importante para el futuro de la Iglesia. Los animo, por tanto, a proseguir en esta misión, adoptando las orientaciones formativas propuestas tanto por la Santa Sede como por la diócesis. El objetivo que deben buscar todos los formadores es el de preparar presbíteros plenamente integrados en el presbiterio diocesano y en la pastoral tanto parroquial como diocesana.

Queridos hermanos y hermanas, la página evangélica que ha sido proclamada nos ha recordado las exigencias y las condiciones de la misión apostólica. Las palabras de Jesús, que nos refiere el evangelista san Mateo, resuenan como una invitación a no desalentarnos ante las dificultades, a no buscar éxitos humanos, a no tener miedo de las incomprensiones e incluso de las persecuciones. Alientan más bien a poner la confianza únicamente en el poder de Cristo, a tomar la "propia cruz" y a seguir las huellas de nuestro Redentor que, en este tiempo de Navidad que ya termina, se nos ha aparecido en la humildad y en la pobreza de Belén. Que la Virgen santa, modelo de todo discípulo de Cristo y "casa de bendición", como habéis cantado, os ayude a realizar con alegría y fidelidad el mandato que la Iglesia os encomienda con confianza. Al mismo tiempo que os doy las gracias por el servicio que ofrecéis en la Iglesia de Roma, os aseguro mi oración y de corazón os bendigo a los que estáis aquí presentes y a todas las comunidades del Camino Neocatecumenal esparcidas por todo el mundo.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS ADMINISTRADORES DE LA REGIÓN DEL LACIO,
DEL MUNICIPIO Y DE LA PROVINCIA DE ROMA

Lunes 12 de enero de 2009



Ilustres señores y amables señoras:

Es buena tradición que el Papa, al inicio del año nuevo, acoja en su casa a los administradores de Roma, de su provincia y de la región del Lacio para un intercambio cordial de felicitaciones. Es lo que sucede también esta mañana en un clima de estima y de sincera amistad; por tanto, gracias por vuestra grata presencia.

Saludo cordialmente, en primer lugar, al presidente de la Junta regional del Lacio, señor Pietro Marrazzo; al alcalde de Roma, honorable Gianni Alemanno; y al presidente de la provincia de Roma, señor Nicola Zingaretti, agradeciéndoles las amables palabras que gentilmente han querido dirigirme también en nombre de las respectivas administraciones. Mi saludo se extiende a los presidentes de los diversos concejos y a cada uno de vosotros, aquí presentes, a vuestras familias y a las queridas poblaciones que representáis idealmente.

En los discursos que se acaban de pronunciar he captado esperanzas y preocupaciones. Es indudable que la comunidad mundial está atravesando un tiempo de grave crisis económica, que se une a la crisis estructural, cultural y de valores. La difícil situación, que está afectando a la economía mundial, tiene en todas partes consecuencias inevitables y, por tanto, incide también en Roma, en su provincia y en las ciudades y pueblos del Lacio. Ante un desafío tan arduo, como emerge también de vuestras palabras, la voluntad de reaccionar debe ser concorde, superando las divisiones y concertando estrategias que, si por una parte afrontan las emergencias de hoy, por otra miran a diseñar un proyecto estratégico orgánico para los años futuros, inspirado en los principios y los valores que forman parte del patrimonio ideal de Italia, y más específicamente de Roma y del Lacio. En los momentos difíciles de su historia, el pueblo sabe mantener unidad de propósitos y valentía en torno a la sabia guía de administradores prudentes, cuya preocupación fundamental es el bien de todos.

Queridos amigos, vuestras intervenciones muestran claramente que las administraciones que dirigís aprecian la presencia y la actividad de la comunidad católica. Aquí quiero reafirmar que la comunidad católica no pide ni ostenta privilegios, sino que desea que su misión espiritual y social siga suscitando aprecio y cooperación. Os agradezco vuestra disponibilidad. Recuerdo que Roma y el Lacio desempeñan un papel peculiar para la cristiandad. Los católicos aquí se sienten estimulados a un vivo testimonio evangélico y a una solícita acción de promoción humana, de manera especial hoy ante las dificultades que bien conocemos. A este respecto, aunque las Cáritas diocesanas, las comunidades parroquiales y las asociaciones católicas no escatimen esfuerzos para prestar ayuda a cuantos se encuentran en necesidad, es indispensable una sinergia entre todas las instituciones para dar respuestas concretas a las necesidades crecientes de la gente. Pienso aquí en las familias, sobre todo en las que tienen hijos pequeños, los cuales tienen derecho a un porvenir sereno, y en los ancianos, muchos de los cuales viven en soledad y en condiciones difíciles; pienso en la emergencia de viviendas, en la carencia de trabajo y en el desempleo juvenil, en la difícil convivencia entre grupos étnicos diversos y en la gran cuestión de la inmigración y de los nómadas.

Aunque poner en marcha políticas económicas y sociales adecuadas es tarea del Estado, la Iglesia, a la luz de su doctrina social, está llamada a dar su aportación estimulando la reflexión y formando las conciencias de los fieles y de todos los ciudadanos de buena voluntad. Quizás hoy más que nunca, la sociedad civil comprende que solamente con estilos de vida inspirados en la sobriedad, la solidaridad y la responsabilidad es posible construir una sociedad más justa y un futuro mejor para todos. Los poderes públicos tienen el deber institucional de garantizar a todos los habitantes sus derechos, tomando en consideración que se definan claramente y se apliquen realmente los deberes de cada uno. Por eso es prioridad inderogable la formación en el respeto de las normas, en la asunción de las propias responsabilidades y en un planteamiento de vida que reduzca el individualismo y la defensa de intereses partidarios, para tender juntos al bien de todos, preocupándose de modo especial por las expectativas de las personas más débiles de la población, a las que no ha de considerar como un peso sino como un recurso para valorar.

Desde esta perspectiva, con una intuición que definiría profética, desde hace años la Iglesia concentra sus esfuerzos en el tema de la educación. Deseo expresar mi gratitud por la colaboración que se ha establecido entre vuestras administraciones y las comunidades eclesiales por lo que respecta a los oratorios y a la construcción de nuevos complejos parroquiales en los barrios que carecen de ellos. Confío en que en el futuro este apoyo mutuo, respetando las competencias recíprocas, se consolide ulteriormente, teniendo presente que las estructuras eclesiales, en el corazón de un barrio, además de permitir el ejercicio del derecho fundamental de la persona humana, que es la libertad religiosa, en realidad son centros de asociación y de formación en los valores de la sociabilidad, de la convivencia pacífica, de la fraternidad y de la paz.

¿Cómo no pensar especialmente en los muchachos y en los jóvenes, que son nuestro futuro? Cada vez que la crónica refiere episodios de violencia juvenil, cada vez que la prensa informa sobre accidentes de tráfico en los que mueren tantos jóvenes, me viene a la mente el tema de la emergencia educativa, que hoy requiere la mayor colaboración posible. Se debilitan, especialmente entre las generaciones jóvenes, los valores naturales y cristianos que dan significado a la vida diaria y forman en una visión de la vida abierta a la esperanza. En cambio, emergen deseos efímeros y expectativas no duraderas, que al final generan aburrimiento y fracasos.

Todo esto tiene como resultado nefasto la consolidación de tendencias que subestiman el valor de la vida misma, para refugiarse en la transgresión, en la droga y en el alcohol, que para algunos se han convertido en un rito habitual del fin de semana. Incluso el amor corre el riesgo de reducirse a "simple objeto que se puede comprar y vender" y, "más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía" (Deus caritas est, 5). Ante el nihilismo que impregna de manera creciente al mundo juvenil, la Iglesia invita a todos a dedicarse seriamente a los jóvenes, a no dejarlos abandonados a sí mismos y expuestos a la enseñanza de "malos maestros", sino a comprometerlos en iniciativas serias, que les permitan comprender el valor de la vida en una familia estable fundada en el matrimonio. Sólo así se les da la posibilidad de proyectar con confianza su futuro.

Por lo que respecta a la comunidad eclesial, está cada vez más dispuesta a ayudar a las nuevas generaciones de Roma y del Lacio a proyectar de modo responsable su futuro. Les propone, sobre todo, el amor de Cristo, el único que puede dar respuestas exhaustivas a los interrogantes más profundos de nuestro corazón.

Por último, permitidme una breve consideración relativa al mundo de la sanidad. Sé bien cuán difícil es la tarea de garantizar a todos una adecuada asistencia sanitaria en el campo de las enfermedades físicas y psíquicas, y cuán grande es el costo que implica. También en este ámbito, como por lo demás en el escolar, la comunidad eclesial, heredera de una larga tradición de asistencia a los enfermos, con muchos sacrificios sigue prestando su servicio a través de hospitales y clínicas inspirados en los principios evangélicos. Durante el año que acaba de terminar, a pesar de las dificultades de la situación actual, en la región del Lacio se apreciaron señales positivas para ayudar también a las instituciones sanitarias católicas. Confío en que, prosiguiendo los esfuerzos actuales, dicha colaboración se incentive oportunamente, de modo que la gente pueda seguir beneficiándose del valioso servicio que esas instituciones de reconocida excelencia prestan con competencia, profesionalidad, seriedad en la gestión financiera y solicitud para con los enfermos y sus familias.

Ilustres señores y amables señoras, la tarea que los ciudadanos os han confiado no es fácil: debéis afrontar numerosas y complejas situaciones que necesitan, cada vez más a menudo, intervenciones y decisiones complejas y a veces impopulares. Os ha de animar y consolar la certeza de que, mientras prestáis un servicio importante a la sociedad actual, contribuís a construir un mundo verdaderamente humano para las nuevas generaciones. La contribución más importante que el Papa os asegura, y lo hace con mucho afecto, es su oración diaria para que el Señor os ilumine y os haga siempre servidores honrados del bien común.

Con estos sentimientos, invoco la protección maternal de la Virgen, venerada en numerosas localidades del Lacio, y del apóstol san Pablo, de cuyo nacimiento estamos conmemorando el bimilenario, e imploro la bendición de Dios sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre cuantos viven en Roma, en su provincia y en toda la región.

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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL PERSONAL DE LA COMISARÍA DE SEGURIDAD PÚBLICA
JUNTO AL VATICANO

Sala Clementina
Jueves 15 de enero de 2009



Queridos amigos de la Comisaría de seguridad pública junto al Vaticano:

Ahora que acaba de comenzar el nuevo año, es para mí un verdadero placer encontrarme una vez más con vosotros y expresaros a cada uno mi sincera felicitación, que extiendo cordialmente a vuestras familias y a vuestros seres queridos. El carácter familiar de este encuentro tradicional, tan querido por mí, me brinda la oportunidad de dirigiros un saludo personal y expresaros mi más vivo aprecio y mi gratitud por el trabajo que realizáis diariamente con reconocida profesionalidad y gran entrega. En vosotros saludo con afecto a aquellos a quienes el Estado italiano destina a un servicio especial de policía y de vigilancia, relacionado con mi misión de Pastor de la Iglesia universal.

Mi saludo y mi felicitación va, ante todo, al doctor Giulio Callini, recién nombrado director general, al que agradezco las palabras con las que ha interpretado vuestros sentimientos comunes, así como al prefecto Salvatore Festa. Con igual afecto saludo a los demás componentes de la Comisaría de seguridad pública junto al Vaticano que no han podido estar presentes. Extiendo mi saludo deferente al jefe de la policía, prefecto Antonio Manganelli; al subjefe de la policía, prefecto Francesco Cirillo; al jefe de policía de Roma, doctor Giuseppe Caruso, y a los demás dirigentes y funcionarios de la policía de Estado por su significativa presencia.

Considerando el trabajo que estáis llamados a realizar —recuerdo que, cuando era cardenal y cruzaba cada día la plaza de San Pedro, solía encontrarme siempre con alguno de vosotros—, pienso en los sacrificios que implica vuestro servicio. Sacrificios que debéis hacer, pero que también vuestros familiares están llamados a compartir a causa de los turnos que requiere la vigilancia continua de los lugares adyacentes a la plaza de San Pedro y al Vaticano. Por eso, hoy quiero incluir en mi agradecimiento también a vuestras familias, con un pensamiento especial para los que estáis recién casados o los que os disponéis a dar este paso. A todos y a cada uno aseguro un recuerdo cordial en la oración.

Comienza un nuevo año y son muchas nuestras expectativas y esperanzas. Pero no podemos olvidar que en el horizonte se ciernen también muchas sombras que preocupan a la humanidad. Sin embargo, no debemos desanimarnos; antes bien, debemos mantener siempre encendida en nosotros la llama de la esperanza. Para nosotros, los cristianos, la verdadera esperanza es Cristo, don del Padre a la humanidad. Este anuncio, que se encuentra en el corazón del mensaje evangélico, es para todos los hombres. En efecto, Jesús nació, murió y resucitó por todos. La Iglesia sigue proclamándolo hoy y a toda la humanidad, para que toda persona y toda situación humana pueda experimentar la fuerza de la gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar el mal en bien. Sólo Cristo puede renovar el corazón del hombre y convertirlo en un "oasis" de paz; sólo Cristo puede ayudarnos a construir un mundo donde reinen la justicia y el amor.

Queridos funcionarios y agentes, a la luz de esta firme esperanza, nuestro trabajo diario, cualquiera que sea, asume un significado y un valor diversos, porque lo basamos en los valores humanos y espirituales perennes que hacen que nuestra existencia sea más serena y útil para los hermanos. Por ejemplo, por lo que concierne a vuestra obra de vigilancia, se puede vivir como una misión. Un servicio al prójimo, concerniente al orden y a la seguridad y, al mismo tiempo, una ascesis personal, por decirlo así, una constante vigilancia interior que exige armonizar bien la disciplina y la cordialidad, el control de sí y la acogida vigilante de los peregrinos y de los turistas que acuden al Vaticano. Y este servicio, prestado con amor, se convierte en oración, oración aún más agradable a Dios cuando vuestro trabajo resulta poco gratificante, monótono y fatigoso, especialmente en las horas nocturnas o en los días en que el clima es riguroso. Y todo bautizado realiza su propia vocación a la santidad cumpliendo bien su deber.

Queridos amigos, a la vez que os renuevo mi más cordial felicitación con ocasión de este nuevo año, os aseguro mi cercanía espiritual y de buen grado os imparto a cada uno una especial bendición apostólica, que extiendo con afecto a vuestros familiares y a vuestros seres queridos.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE IRÁN
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 16 de enero de 2009

Queridos y venerados hermanos en el episcopado:

Con alegría y afecto os recibo esta mañana. Saludo en particular a su excelencia monseñor Ramzi Garmou, arzobispo de Teherán de los caldeos y presidente de la Conferencia episcopal iraní, que acaba de dirigirme en vuestro nombre hermosas palabras. Sois los Ordinarios de las Iglesias armenia, caldea y latina. Por tanto, queridos amigos, representáis la riqueza de la unidad en la diversidad que existe en el seno de la Iglesia católica y que testimoniáis diariamente en la República islámica de Irán. Aprovecho esta ocasión para dirigir a todo el pueblo iraní mi saludo cordial, que vosotros transmitiréis a vuestras comunidades. Hoy como en el pasado, la Iglesia católica no cesa de animar a todos los que se preocupan por el bien común y la paz entre las naciones. Por su parte, Irán, puente entre Oriente Próximo y Asia subcontinental, no dejará de realizar esta vocación.

Sobre todo, me alegra mucho poder expresaros personalmente mi aprecio cordial por el servicio que prestáis en una tierra donde la presencia cristiana es antigua y donde se ha desarrollado y mantenido a lo largo de las diversas vicisitudes de la historia iraní. Mi agradecimiento va asimismo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas que trabajan en ese vasto y hermoso país. Sé cuán necesaria es su presencia y cuán valiosa es la asistencia espiritual y humana que garantiza a los fieles a través de un contacto directo y diario, y da a todos un hermoso testimonio.

Pienso de manera particular en los cuidados brindados a las personas ancianas y en la asistencia dada a determinadas categorías sociales particularmente necesitadas. A través de vosotros saludo también a todas las personas comprometidas en las obras de la Iglesia. Quisiera evocar asimismo la hermosa contribución de la Iglesia católica, especialmente a través de Cáritas, a la obra de reconstrucción después del terrible terremoto que asoló la región de Bam. No puedo olvidar a los fieles católicos, cuya presencia en la tierra de sus antepasados recuerda la imagen bíblica de la levadura en la masa (cf. Mt 13, 33), que hace fermentar el pan y le da sabor y consistencia. A través de vosotros, queridos hermanos, agradezco a todos su constancia y perseverancia, y los animo a permanecer fieles a la fe de sus padres y a seguir arraigados en su tierra, para colaborar en el desarrollo de la nación.

Aunque vuestras diversas comunidades viven en contextos diferentes, ciertos problemas son comunes. Es necesario desarrollar relaciones armoniosas con las instituciones públicas que, con la gracia de Dios, ciertamente se profundizarán poco a poco y les permitirán cumplir del mejor modo posible su misión de Iglesia en el respeto mutuo y por el bien de todos. Os aliento a promover todas las iniciativas que favorezcan un conocimiento recíproco mejor. Se pueden recorrer dos caminos: el del diálogo cultural, riqueza plurimilenaria de Irán, y el de la caridad. Este último iluminará al primero y será su motor. "La caridad es paciente, es servicial. (...) La caridad no acaba nunca..." (1Co 13, 4.8). Para lograr este objetivo, y sobre todo para el progreso espiritual de vuestros respectivos fieles, es necesario tener obreros que siembren y cosechen: sacerdotes, religiosos y religiosas. Vuestras reducidas comunidades no permiten el florecimiento de numerosas vocaciones locales, que, por tanto, es necesario promover. Por otra parte, la difícil misión de los sacerdotes y de los religiosos los obliga a desplazarse para llegar a las diferentes comunidades cristianas esparcidas por todo el país. Para superar esta dificultad concreta y otras, se está estudiando la constitución de una comisión bilateral con vuestras autoridades para permitir desarrollar así las relaciones y el conocimiento mutuos entre la República islámica de Irán y la Iglesia católica.

Quiero mencionar otro aspecto de vuestra vida diaria. A veces los cristianos de vuestras comunidades buscan en otra parte posibilidades más favorables para su vida profesional y para la educación de sus hijos. Este deseo legítimo se encuentra en los habitantes de numerosos países y está arraigado en la condición humana, que busca siempre un futuro mejor. Esta situación os mueve, como pastores de vuestra grey, a ayudar en particular a los fieles que permanecen en Irán y a estimularlos a permanecer en contacto con los miembros de sus familias que han elegido otro destino. Así, estos estarán en condiciones de mantener su identidad y su fe ancestral. El camino que se abre ante vosotros es largo. Exige mucha constancia y paciencia. El ejemplo de Dios, que es misericordioso y paciente con su pueblo, será vuestro modelo y os ayudará a recorrer el espacio necesario para el diálogo.

Vuestras Iglesias son herederas de una noble tradición y de una larga presencia cristiana en Irán. Han contribuido, cada una a su manera, a la vida y a la edificación del país. Desean proseguir su obra de servicio en Irán, manteniendo su identidad propia y viviendo libremente su fe. En mi oración no olvido a vuestro país y a las comunidades católicas presentes en su territorio y pido a Dios que las bendiga y asista.

Queridos hermanos en el episcopado, os aseguro mi afecto y mi apoyo. Os ruego que, cuando volváis a Irán, digáis a vuestros sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a todos vuestros fieles, que el Papa está cerca de ellos y ora por ellos. Que la ternura maternal de la Virgen María os acompañe en vuestra misión apostólica y que la Madre de Dios presente a su Hijo divino todas las intenciones, todas las preocupaciones y todas las alegrías de los fieles de vuestras diversas comunidades. Invoco para vosotros, en este año dedicado a san Pablo, el Apóstol de los gentiles, una bendición particular.


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Concerto dei Regensburger Domspatzen in occasione dell’85° compleanno di Mons. Georg Ratzinger (17 gennaio 2009)

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
EN CONEXIÓN TELEVISIVA AL FINAL DE LA MISA DE CLAUSURA
DEL VI ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
EN CIUDAD DE MÉXICO

Domingo 18 de enero de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

1. Les saludo a todos ustedes con afecto al término de esta solemne celebración Eucarística con la cual se está concluyendo el VI Encuentro Mundial de las Familias en la Ciudad de México. Doy gracias a Dios por tantas familias que, sin ahorrar esfuerzos, se han congregado en torno al altar del Señor.

Saludo de modo especial al Señor Cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que ha presidido esta celebración como mi Legado. Quiero expresar mi afecto y mi gratitud al Señor Cardenal Ennio Antonelli, así como a los miembros del Consejo Pontificio para la Familia, que él preside, al Señor Cardenal Arzobispo Primado de México, Norberto Rivera Carrera, y a la Comisión Central que se ha ocupado de la organización de este VI Encuentro Mundial. Mi reconocimiento se extiende a todos los que con su abnegada dedicación y entrega han hecho posible su realización. Saludo también a los Señores Cardenales y Obispos presentes en la celebración, en particular a los miembros de la Conferencia del Episcopado Mexicano, y a las Autoridades de esa querida Nación, que generosamente han acogido y hecho posible este importante acontecimiento.

Los mexicanos saben bien que están muy cerca del corazón del Papa. Pienso en ellos y presento a Dios Padre sus alegrías y sus esperanzas, sus proyectos y sus preocupaciones. En México el Evangelio ha arraigado profundamente, forjando sus tradiciones, su cultura y la identidad de sus nobles gentes. Se ha de cuidar ese rico patrimonio para que siga siendo manantial de energías morales y espirituales para afrontar con valentía y creatividad los desafíos de hoy y ofrecerlo como don precioso a las nuevas generaciones.

He participado con alegría e interés en este Encuentro Mundial, sobre todo con mi oración, dando orientaciones específicas y siguiendo atentamente su preparación y desarrollo. Hoy, a través de los medios de comunicación, he peregrinado espiritualmente hasta ese Santuario Mariano, corazón de México y de toda América, para confiar a Nuestra Señora de Guadalupe a todas las familias del mundo.

2. Este Encuentro Mundial de las Familias ha querido alentar a los hogares cristianos a que sus miembros sean personas libres y ricas en valores humanos y evangélicos, en camino hacia la santidad, que es el mejor servicio que los cristianos podemos brindar a la sociedad actual. La respuesta cristiana ante los desafíos que debe afrontar la familia y la vida humana en general consiste en reforzar la confianza en el Señor y el vigor que brota de la propia fe, la cual se nutre de la escucha atenta de la Palabra de Dios. Qué bello es reunirse en familia para dejar que Dios hable al corazón de sus miembros a través de su Palabra viva y eficaz. En la oración, especialmente con el rezo del Rosario, como se hizo ayer, la familia contempla los misterios de la vida de Jesús, interioriza los valores que medita y se siente llamada a encarnarlos en su vida.

3. La familia es un fundamento indispensable para la sociedad y los pueblos, así como un bien insustituible para los hijos, dignos de venir a la vida como fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Como puso de manifiesto Jesús honrando a la Virgen María y a San José, la familia ocupa un lugar primario en la educación de la persona. Es una verdadera escuela de humanidad y de valores perennes. Nadie se ha dado el ser a sí mismo. Hemos recibido de otros la vida, que se desarrolla y madura con las verdades y valores que aprendemos en la relación y comunión con los demás. En este sentido, la familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral. (Cf. Homilía en la Santa Misa del V Encuentro Mundial de las Familias, Valencia, 9 de julio de 2006).

Sin embargo, esta labor educativa se ve dificultada por un engañoso concepto de libertad, en el que el capricho y los impulsos subjetivos del individuo se exaltan hasta el punto de dejar encerrado a cada uno en la prisión del propio yo. La verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y por ello debe ejercerse con responsabilidad, optando siempre por el bien verdadero para que se convierta en amor, en don de sí mismo. Para eso, más que teorías, se necesita la cercanía y el amor característicos de la comunidad familiar. En el hogar es donde se aprende a vivir verdaderamente, a valorar la vida y la salud, la libertad y la paz, la justicia y la verdad, el trabajo, la concordia y el respeto.

4. Hoy más que nunca se necesita el testimonio y el compromiso público de todos los bautizados para reafirmar la dignidad y el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio de un hombre con una mujer y abierto a la vida, así como el de la vida humana en todas sus etapas. Se han de promover también medidas legislativas y administrativas que sostengan a las familias en sus derechos inalienables, necesarios para llevar adelante su extraordinaria misión. Los testimonios presentados en la celebración de ayer muestran que también hoy la familia puede mantenerse firme en el amor de Dios y renovar la humanidad en el nuevo milenio.

5. Deseo expresar mi cercanía y asegurar mi oración por todas las familias que dan testimonio de fidelidad en circunstancias especialmente arduas. Aliento a las familias numerosas que, viviendo a veces en medio de contrariedades e incomprensiones, dan un ejemplo de generosidad y confianza en Dios, deseando que no les falten las ayudas necesarias. Pienso también en las familias que sufren por la pobreza, la enfermedad, la marginación o la emigración. Y muy especialmente en las familias cristianas que son perseguidas a causa de su fe. El Papa está muy cerca de todos ustedes y les acompaña en su esfuerzo de cada día.

6. Antes de concluir este encuentro, me complace anunciar que el VII Encuentro Mundial de las Familias tendrá lugar, Dios mediante, en Italia, en la ciudad de Milán, el año 2012, con el tema: “La familia, el trabajo y la fiesta”. Agradezco sinceramente al Señor Cardenal Dionigi Tettamanzi, Arzobispo de Milán, su amabilidad al aceptar este importante compromiso.

7. Confío a todas las familias del mundo a la protección de la Virgen Santísima, tan venerada en la noble tierra mexicana bajo la advocación de Guadalupe. A Ella, que nos recuerda siempre que nuestra felicidad está en hacer la voluntad de Cristo (Cf. Jn 2,5), le digo ahora:

Madre Santísima de Guadalupe,
que has mostrado tu amor y tu ternura
a los pueblos del continente americano,
colma de alegría y de esperanza a todos los pueblos
y a todas las familias del mundo.

A Ti, que precedes y guías nuestro camino de fe
hacia la patria eterna,
te encomendamos las alegrías, los proyectos,
las preocupaciones y los anhelos de todas las familias.

Oh María,
a Ti recurrimos confiando en tu ternura de Madre.
No desoigas las plegarias que te dirigimos
por las familias de todo el mundo
en este crucial período de la historia,
antes bien, acógenos a todos en tu corazón de Madre
y acompáñanos en nuestro camino hacia la patria celestial.

Amén.


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ALOCUCIÓN DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DE FINLANDIA

Lunes 19 de enero de 2009



Queridos y distinguidos amigos de Finlandia:

Con gran alegría os doy la bienvenida con ocasión de vuestra visita anual a Roma para la fiesta de vuestro santo patrono, san Enrique, y agradezco al obispo Gustav Björkstrand las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

Estas peregrinaciones son una oportunidad para orar juntos, reflexionar y dialogar al servicio de nuestra búsqueda de una comunión plena. Vuestra visita tiene lugar durante la Semana de oración por la unidad de los cristianos, cuyo tema este año está tomado del libro de Ezequiel: "Que sean una sola cosa en tu mano" (Ez 37, 17). En su visión, el profeta ve dos leños, que simbolizan los dos reinos en que el pueblo de Dios se había dividido y que luego llegan a ser uno (cf. Ez 37, 15-23). En el contexto ecuménico nos habla de Dios, que constantemente nos impulsa hacia una unidad más profunda en Cristo, renovándonos y liberándonos de nuestras divisiones.

La comisión del diálogo entre luteranos y católicos en Finlandia y Suecia sigue tomando en cuenta la Declaración común sobre la justificación. Este año celebramos el décimo aniversario de esta importante declaración y la comisión está estudiando ahora sus implicaciones y la posibilidad de su recepción. Con el tema: "Justificación en la vida de la Iglesia", el diálogo está considerando cada vez más a fondo la naturaleza de la Iglesia como signo e instrumento de la salvación traída en Jesucristo y no simplemente como una mera asamblea de creyentes o una institución con varias funciones.

Vuestra peregrinación a Roma se realiza en el Año paulino, bimilenario del nacimiento del Apóstol de los gentiles, que dedicó incansablemente su vida y su enseñanza a la unidad de la Iglesia. San Pablo nos recuerda la gracia maravillosa que hemos recibido al llegar a ser miembros del Cuerpo de Cristo por el bautismo (cf. 1 Co 12, 12-31). La Iglesia es este Cuerpo místico de Cristo y está guiada continuamente por el Espíritu Santo, que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Sólo sobre la base de esta realidad de la Encarnación se puede comprender el carácter sacramental de la Iglesia como comunión en Cristo. Un consenso sobre las implicaciones profundamente cristológicas y pneumatológicas del misterio de la Iglesia será una base muy esperanzadora para el trabajo de la comisión.

San Pablo nos enseña también que la unidad que buscamos no es más que la manifestación de nuestra plena incorporación en el Cuerpo de Cristo, porque "todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo (...), pues todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 27-28). Con este fin, queridos amigos, espero fervientemente que vuestra visita a Roma fortalezca ulteriormente las relaciones ecuménicas entre luteranos y católicos en Finlandia, que desde hace muchos años son tan positivas. Demos juntamente gracias a Dios por todo lo que se ha logrado hasta ahora en las relaciones entre luteranos y católicos, y pidamos al Espíritu de la verdad que nos guíe hacia una unidad cada vez mayor al servicio del Evangelio.

Con estos sentimientos de afecto en el Señor, y al inicio de este nuevo año, invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias los dones divinos de alegría y paz.


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Conferimento al Santo Padre della Cittadinanza onoraria di Mariazell (21 gennaio 2009)

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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL SÍNODO DE LA IGLESIA APOSTÓLICA
SIRO-CATÓLICA DE ANTIOQUÍA

Viernes 23 de enero de 2009



Eminencias;
Beatitudes;
queridos hermanos en el Episcopado:

Os acojo con alegría y os doy mi más cordial bienvenida, dando gracias a nuestro Señor Jesucristo al término del Sínodo de la Iglesia de Antioquía de los sirios, que ha elegido a su nuevo patriarca.

Mi saludo fraternal se dirige ante todo al patriarca Ignace Youssif Younan, que acaba de ser elegido, invocando sobre él la abundancia de las bendiciones divinas. Que el Señor conceda a Su Beatitud "la gracia del apostolado", para poder servir a la Iglesia y glorificar su santo Nombre ante el mundo.

Saludo a su eminencia el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, al que confié la presidencia de vuestro Sínodo y a quien doy vivamente las gracias.

Saludo también a Su Beatitud el cardenal Ignace Moussa Daoud, prefecto emérito de la Congregación para las Iglesias orientales, y a Su Beatitud Ignace Pierre Abdel Ahad, patriarca emérito, así como a todos vosotros, que habéis venido a Roma para realizar el acto más importante de la responsabilidad sinodal.

Desde los orígenes del cristianismo, los apóstoles san Pedro y san Pablo estuvieron íntimamente vinculados a Antioquía, donde por primera vez los discípulos de Jesús recibieron el nombre de cristianos (cf. Hch 11, 26). No podemos olvidar a vuestros ilustres padres en la fe. En primer lugar san Ignacio, obispo de Antioquía, de quien por tradición los patriarcas siro-antioquenos toman el nombre en el momento de aceptar el oficio patriarcal; y san Efrén, llamado comúnmente "el sirio", cuya luz espiritual sigue iluminando vivamente a la Iglesia universal. Junto con ellos, otros grandes santos, hijos y pastores de vuestra Iglesia, que han ilustrado admirablemente el misterio de la salvación y, en más de una ocasión, con la sublime elocuencia del martirio.

El nuevo patriarca es el primer custodio de esta herencia. Sin embargo, cada uno, como hermano y miembro del Sínodo, debe contribuir a llevar esta carga con un auténtico espíritu de colegialidad episcopal. Pongo en manos del nuevo patriarca y del Episcopado siro-católico ante todo la tarea de la unidad entre los pastores y en el seno de las comunidades eclesiales.

Beatitud, en esta feliz circunstancia, usted ha pedido, conforme a los sagrados cánones, la "comunión eclesiástica", que le he concedido de buen grado, cumpliendo un aspecto del servicio petrino que me es particularmente querido. La comunión con el Obispo de Roma, sucesor del apóstol san Pedro, puesto por el Señor mismo como fundamento visible de unidad en la fe y en la caridad, es la garantía del vínculo de unión con Cristo pastor, e inserta a las Iglesias particulares en el misterio de la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

Vuestra Beatitud ha nacido y crecido en Siria, y conoce bien el Oriente Próximo, cuna de la Iglesia siro-católica. Sin embargo, usted ha desempeñado su servicio episcopal en América como primer obispo de la eparquía Nuestra Señora de la Liberación en Newark para los fieles sirios residentes en Estados Unidos y Canadá, asumiendo también el cargo de visitador apostólico en América central. Por tanto, la diáspora oriental ha contribuido a ofrecer a la Iglesia siria su nuevo patriarca. Así, serán aún más estrechos los vínculos con la madre patria, que tantos orientales han debido abandonar para buscar mejores condiciones de vida. Mi deseo es que en Oriente, de donde vino el anuncio del Evangelio, las comunidades cristianas sigan viviendo y testimoniando su fe, como lo han hecho a lo largo de los siglos, y al mismo tiempo espero que se preste una adecuada atención pastoral a todos los que se han establecido en otras partes, para que puedan mantenerse fructíferamente vinculados a sus raíces religiosas.

Pido al Señor que ayude a cada comunidad oriental para que, dondequiera que se encuentre, sepa integrarse en su nuevo contexto social y eclesial, sin perder su identidad propia y llevando la impronta de la espiritualidad oriental, para que, utilizando "las palabras de Oriente y Occidente", la Iglesia hable eficazmente de Cristo al hombre contemporáneo. De esta forma, los cristianos afrontarán los desafíos más urgentes de la humanidad, edificarán la paz y la solidaridad universal, y darán testimonio de la "gran esperanza" de la que son portadores incansables. Le expreso a usted, Beatitud, y a la Iglesia siro-católica, mis mejores deseos y mi felicitación.

Pido al Príncipe de la paz para que lo sostenga a usted como "caput et pastor", así como a sus hermanos y sus hijos, a fin de que sean sembradores de paz ante todo en Tierra Santa, en Irak y en Líbano, donde la Iglesia siria tiene una presencia histórica muy apreciada.

Encomendándoos a la santísima Madre de Dios, imparto de corazón la bendición apostólica al nuevo patriarca y a cada uno de vosotros, así como a las comunidades a las que representáis.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CALDEA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Sábado 24 de enero de 2009



Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado:

Os acojo con gran alegría, pastores de la Iglesia caldea que realizáis vuestra visita ad limina Apostolorum, junto con vuestro patriarca, Su Beatitud el cardenal Emmanuel III Delly, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Esta visita es un momento importante porque permite consolidar los vínculos de fe y de comunión con la Iglesia de Roma y con el Sucesor de Pedro. También me brinda la ocasión de saludaros cordialmente y, por medio de vosotros, a todos los fieles de vuestra venerable Iglesia patriarcal, y aseguraros mi oración ferviente y mi cercanía espiritual, en estos momentos difíciles que vive vuestra región y en particular Irak.

Permitidme recordar aquí con emoción a las víctimas de la violencia en Irak a lo largo de los últimos años. Pienso en monseñor Paul Faraj Rahho, arzobispo de Mosul, en el padre Ragheed Aziz Ganni, y en tantos otros sacerdotes y fieles de vuestra Iglesia patriarcal. Su sacrificio es signo de su amor a la Iglesia y a su país. Rezo a Dios para que los hombres y mujeres que buscan la paz en esa amada región unan sus fuerzas para hacer que cese la violencia de forma que todos puedan vivir en seguridad y mutua concordia. En este contexto, recibo con emoción el don de la capa utilizada por monseñor Faraj Rahho en las celebraciones diarias de la misa y la estola utilizada por el padre Ragheed Aziz Ganni. Estos dones hablan de su supremo amor a Cristo y a su Iglesia.

La Iglesia caldea, cuyos orígenes se remontan a los primeros siglos del cristianismo, tiene una larga y venerable tradición que expresa su enraizamiento en las regiones de Oriente, donde ha estado presente desde sus orígenes, así como su insustituible aportación a la Iglesia universal, especialmente a través de sus teólogos y maestros espirituales. Su historia muestra también que ha participado siempre de manera activa y fecunda en la vida de vuestras naciones. Hoy la Iglesia caldea, que ocupa un lugar importante entre los diferentes componentes de vuestros países, debe continuar esta misión al servicio del desarrollo humano y espiritual. Por ello, es necesario promover un alto nivel cultural de los fieles, especialmente de los jóvenes. Una buena formación en los diversos campos del saber, tanto religioso como profano, es una inversión preciosa para el futuro.

La Iglesia caldea, manteniendo relaciones cordiales con los miembros de las demás comunidades, está llamada a desempeñar un papel esencial de moderación de cara a la construcción de una nueva sociedad donde cada uno pueda vivir en concordia y respeto mutuo. Sé que la convivencia entre los musulmanes y la comunidad cristiana ha experimentado muchos avatares. Los cristianos, que viven en Irak desde siempre, son ciudadanos de pleno título con los derechos y deberes de todos, sin distinción de religión. Deseo ofrecer mi apoyo a los esfuerzos de comprensión y de buenas relaciones que habéis elegido como camino común para vivir en una misma tierra sagrada para todos.

Para cumplir su misión, la Iglesia necesita fortalecer sus vínculos de comunión con su Señor, que la reúne y la envía entre los hombres. Esta comunión debe vivirse ante todo dentro de la Iglesia, para que su testimonio sea creíble, como afirmó Jesús mismo: "Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). Por eso, la Palabra de Dios debe estar siempre en el centro de vuestros proyectos y de vuestra acción pastoral. Sobre la fidelidad a esta Palabra se construye la unidad entre todos los fieles, en comunión con sus pastores. Desde esta perspectiva, las orientaciones del concilio Vaticano II sobre la liturgia darán así a todos la posibilidad de acoger cada vez con más frutos los dones hechos por el Señor a su Iglesia en la liturgia y los sacramentos.

Por otro lado, en vuestra Iglesia patriarcal la Asamblea sinodal es una riqueza indudable que debe ser instrumento privilegiado para hacer más sólidos y eficaces los vínculos de comunión y vivir la caridad entre los obispos. Es el lugar donde se realiza efectivamente la corresponsabilidad gracias a una auténtica colaboración entre sus miembros y a encuentros regulares bien preparados que permitan elaborar orientaciones pastorales comunes. Pido al Espíritu Santo que aumente cada vez más entre vosotros la unidad y la confianza mutua, para que el servicio pastoral que os ha sido encomendado se realice plenamente para mayor bien de la Iglesia y de sus miembros. Por otra parte, especialmente en Irak, la Iglesia caldea, que es mayoritaria, tiene una responsabilidad particular para promover la comunión y la unidad del Cuerpo místico de Cristo. Os animo a continuar los encuentros con los pastores de las distintas Iglesias sui iuris y también con los responsables de las demás Iglesias cristianas, para impulsar el ecumenismo.

En cada eparquía, las diversas estructuras pastorales, administrativas y económicas previstas por el derecho también son para vosotros ayudas valiosas para realizar efectivamente la comunión en el seno de las comunidades y favorecer la colaboración.

Entre las urgencias que debéis atender se encuentra la situación de los fieles que afrontan diariamente la violencia. Los admiro por su valentía y su perseverancia frente a las pruebas y las amenazas de que son objeto, sobre todo en Irak. El testimonio que dan del Evangelio es un signo elocuente de la vitalidad de su fe y de la fuerza de su esperanza. Os animo vivamente a apoyar a los fieles para que superen las dificultades actuales y consoliden su presencia, apelando a las autoridades responsables para que reconozcan sus derechos humanos y civiles, exhortándolos también a amar la tierra de sus antepasados, en la que están profundamente arraigados.

El número de fieles de la diáspora no ha dejado de crecer, especialmente a raíz de los recientes acontecimientos. Agradezco a todos aquellos que, en diversos países, participan en la acogida fraternal de las personas que, por un tiempo, desgraciadamente han debido abandonar Irak. Convendría que los fieles caldeos que viven fuera de las fronteras nacionales mantuvieran e intensificaran sus vínculos con su patriarcado, con el fin de que no se separen de su centro de unidad. Es indispensable que los fieles conserven su identidad cultural y religiosa y que los más jóvenes descubran y aprecien la riqueza del patrimonio de su Iglesia patriarcal. Desde esta perspectiva, la asistencia espiritual y moral que los fieles diseminados por el mundo necesitan debe ser cuidadosamente tenida en consideración por sus pastores, en relación fraterna con los obispos de las Iglesias locales donde se encuentran. También deberán estar atentos a que los futuros sacerdotes, incluidos los formados en la diáspora, aprecien y consoliden los vínculos con su Iglesia patriarcal.

Por último, saludo con afecto a los sacerdotes, a los diáconos, a los seminaristas, a los religiosos y las religiosas y a todas las personas que se dedican con vosotros a anunciar el Evangelio. Que todos, bajo vuestra guía paternal, den un testimonio vivo de su unidad y fraternidad. Conozco su adhesión a la Iglesia y su celo apostólico. Los invito a unirse cada día más a Cristo y a proseguir valientemente su compromiso al servicio de la Iglesia y de su misión. Sed para vuestros sacerdotes padres, hermanos y amigos, preocupándoos especialmente por darles una formación inicial y permanente sólida, e invitándoles con vuestra palabra y ejemplo a estar cerca de las personas necesitadas o que atraviesan dificultades, de los enfermos y de los que sufren.

El testimonio de caridad desinteresada de la Iglesia hacia todos aquellos que pasan necesidad, sin distinción de origen o de religión, no puede menos de favorecer la expresión de la solidaridad de todas las personas de buena voluntad. Por eso, es importante desarrollar las obras de caridad, para que el mayor número posible de fieles pueda comprometerse de forma concreta en el servicio a los más pobres. Sé que en Irak, a pesar de los terribles momentos que habéis atravesado y que aún vivís, se han llevado a cabo pequeñas obras de una caridad extraordinaria, que honran a Dios, a la Iglesia y al pueblo iraquí.

Beatitud, queridos hermanos en el episcopado, os animo a perseverar con valor y esperanza en vuestra misión al servicio del pueblo de Dios que os ha sido encomendada. La oración y la ayuda de vuestros hermanos en la fe y de numerosos hombres de buena voluntad en todo el mundo os acompañan para que el rostro de amor de Dios pueda seguir brillando sobre el pueblo iraquí, que tantos sufrimientos padece. A los ojos del creyente, esos sufrimientos, unidos al sacrificio de Cristo, se convierten en elementos de unión y esperanza. Del mismo modo, la sangre de los mártires de esa tierra es una intercesión elocuente ante Dios. Llevad a vuestros diocesanos el saludo y el aliento afectuoso del Sucesor de Pedro.

Encomendándoos a cada uno a la intercesión materna de la Virgen María, Madre de la esperanza, os imparto de corazón una particular bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles de la Iglesia caldea.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR STANILAS LEFEVBRE DE LABOUYALE
NUEVO EMBAJADOR DE FRANCIA ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 26 de enero de 2009



Señor embajador:

Me alegra acogerlo, excelencia, en esta circunstancia solemne de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República francesa ante la Santa Sede. En primer lugar, le ruego que exprese mi saludo a su excelencia el señor Nicolas Sarkozy, presidente de la República francesa y le transmita los más cordiales deseos que formulo para su persona, para su actividad al servicio de su país así como para todo el pueblo francés.

Sigue viva mi alegría por haber podido acudir, el año pasado, a París y a Lourdes para celebrar el 150° aniversario de las apariciones de la Virgen María a Bernardita Soubirous. Deseo renovar mi agradecimiento al señor presidente de la República por su invitación, así como a las autoridades políticas, civiles y militares que permitieron el pleno éxito de ese viaje. Mi gratitud se dirige también a los pastores y a los fieles católicos que hicieron posible esos grandes encuentros, dando testimonio de la capacidad de la fe para mantener abierto pacíficamente el espacio de interioridad que existe en el hombre, y para reunir fraternal y gozosamente a grandes multitudes de hombres y mujeres tan diversos.

Esos momentos mostraron, si fuera necesario, que la comunidad católica es una de las fuerzas vivas de su país. Los fieles comprendieron bien y acogieron con interés y satisfacción las palabras de su presidente que subrayó cómo la aportación de las grandes familias espirituales constituye para la vida de la nación una "gran riqueza", que sería una "locura" ignorar. La Iglesia está dispuesta a responder a esta invitación y disponible para trabajar con vistas al bien común.

El año próximo tendrá lugar en Francia un gran debate sobre bioética. Me alegro ya desde ahora de que la misión parlamentaria sobre las cuestiones relativas al final de la vida haya llegado a conclusiones sabias y llenas de humanidad, proponiendo intensificar los esfuerzos para permitir acompañar mejor a los enfermos. Espero que esa misma sabiduría que reconoce el carácter intangible de toda vida humana se aplique cuando se revisen las leyes sobre bioética. Los pastores de la Iglesia que está en Francia han trabajado mucho y están dispuestos a ofrecer una contribución de calidad al debate público que se va a entablar. Por su parte, el Magisterio de la Iglesia, recientemente, a través del documento Dignitas personae publicado por la Congregación para la doctrina de la fe, ha querido subrayar que los grandes avances científicos siempre deben estar guiados por la preocupación de servir al bien y a la dignidad inalienable del hombre.

Como en todo el mundo, el Gobierno de su país debe afrontar hoy la crisis económica: espero que las medidas que se están estudiando vayan encaminadas en particular a favorecer la cohesión social, a proteger a las poblaciones más frágiles y sobre todo a devolver al mayor número posible de personas la capacidad y la oportunidad de convertirse en actores de una economía verdaderamente creadora de servicios y de auténtica riqueza. Estas dificultades son una fuente dolorosa de preocupaciones y sufrimientos para muchos, pero también son una oportunidad para sanear los mecanismos financieros, para hacer que el funcionamiento de la economía progrese hacia una atención mayor al hombre y para reducir las formas antiguas y nuevas de pobreza (cf. Discurso en el Elíseo, 12 de septiembre de 2008).

La Iglesia desea dar testimonio de Cristo poniéndose al servicio de todo hombre. Por esta razón, me alegra el acuerdo que usted mismo ha mencionado antes y que se acaba de firmar entre Francia y la Santa Sede sobre el reconocimiento de los títulos otorgados por las universidades pontificias y los institutos católicos. Este acuerdo, inscrito dentro del marco del Acuerdo de Bolonia, beneficiará a numerosos estudiantes franceses y extranjeros, pues valora la gran contribución, sobre todo en el campo de la educación, de la Iglesia que se preocupa de la formación de los jóvenes a fin de que adquieran las competencias técnicas adecuadas para ejercer sus capacidades en el futuro, y reciban también una formación que les lleve a estar vigilantes para afrontar la dimensión ética de toda responsabilidad.

Hace poco, las autoridades francesas manifestaron una vez más su firme voluntad de dotarse de mecanismos de debate y de representación de los cultos. Al respecto, en mi viaje a Francia, me alegró la puesta en práctica de la instancia oficial de diálogo entre el Gobierno francés y la Iglesia católica. Además, conozco la preocupación constante de los obispos franceses por crear las condiciones para un diálogo sereno y permanente con todas las comunidades religiosas y todas las corrientes de pensamiento. Les agradezco que se esfuercen por poner las bases de un diálogo intercultural e interreligioso en el que las diferentes comunidades religiosas tengan la oportunidad de demostrar que son factores de paz.

En efecto, como subrayé en la tribuna de la Onu, reconociendo el valor trascendente de todo ser humano, lejos de enfrentar a los hombres unos contra otros, favorecen la conversión del corazón "que lleva al compromiso de resistir a la violencia, al terrorismo y a la guerra, y de promover la justicia y la paz" (Discurso a la Onu, 18 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 11).

A este respecto, usted, señor embajador, ha recordado las numerosas crisis que marcan actualmente la escena internacional. Es bien sabido -como recordé en mi reciente discurso al Cuerpo diplomático- que la Santa Sede sigue con preocupación constante las situaciones de conflicto y los casos de violación de los derechos humanos, pero no duda de que la comunidad internacional, en la que Francia desempeña un papel importante, puede aportar una contribución cada vez más justa y eficaz en favor de la paz y de la concordia entre las naciones y para el desarrollo de cada país.

Quiero aprovechar la ocasión de nuestro encuentro para saludar cordialmente, por medio de usted, a las comunidades de fieles católicos que viven en Francia. Sé que este año será grande su alegría al ver canonizada a la beata Jeanne Jugan, fundadora de la congregación de las Hermanitas de los Pobres. En efecto, muchos franceses son deudores del humilde y firme testimonio de caridad de las religiosas que han seguido sus pasos, sirviendo sobre todo a los pobres y los ancianos. Este acontecimiento manifestará, una vez más, cómo la fe viva es pródiga en buenas obras y cómo la santidad es un bálsamo benéfico para las heridas de la humanidad.

En el momento en que usted inaugura su noble misión de representación ante la Santa Sede, deseo honrar la memoria de su predecesor, su excelencia Bernard Kessedjian, valorando las cualidades humanas que ha mostrado en el desempeño de su misión al servicio de las relaciones entre Francia y la Santa sede. Con reconocimiento, lo encomiendo, como a sus familiares, a la ternura del Señor.
Señor embajador, le formulo mis mejores votos por el feliz cumplimiento de su misión. Esté seguro de que entre mis colaboradores encontrará siempre la acogida y la comprensión que pueda necesitar. Sobre usted, excelencia, sobre su familia y sobre sus colaboradores, así como sobre todo el pueblo francés y sus dirigentes, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE RUSIA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 29 de enero de 2009

Queridos y venerados hermanos:

En el contexto del Año paulino que estamos celebrando, me es particularmente grato acogeros y os saludo con alegría con las palabras del Apóstol: "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (1 Co 1, 3). Habéis venido a Roma para venerar los lugares sagrados donde san Pedro y san Pablo sellaron su vida al servicio del Evangelio con el martirio, y este es precisamente el primer significado de la visita ad limina Apostolorum.

Vosotros, sucesores de los Apóstoles, os encontráis con el Sucesor de Pedro, poniendo de relieve la comunión que os une a él. La comunión con el Obispo de Roma, garante de la unidad eclesial, permite a las comunidades encomendadas a vuestra solicitud pastoral, aunque minoritarias, sentirse cum Petro y sub Petro parte viva del Cuerpo de Cristo extendido por toda la tierra. En efecto, la unidad, que es don de Cristo, crece y se desarrolla en las situaciones concretas de las diversas Iglesias locales.

Al respecto, el concilio Vaticano II recuerda que "cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal. En ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única" (Lumen gentium, 23). A vosotros, pastores de la Iglesia que vive en Rusia, el Sucesor de Pedro os renueva la expresión de su solicitud y cercanía espiritual, animándoos a proseguir unidos la actividad pastoral, beneficiándoos también de la experiencia de la Iglesia universal.

He escuchado con gran interés cuanto me habéis referido sobre vuestras comunidades, que están viviendo un proceso de maduración y van profundizando juntas su "rostro" de Iglesia católica local. Por lo demás, a esto tiende vuestro esfuerzo de inculturación de la fe. Expreso de buen grado mi aprecio por el empeño con que impulsáis la participación litúrgico-sacramental, la catequesis, la formación sacerdotal y la preparación de un laicado maduro y responsable, que sea fermento evangélico en las familias y en la sociedad civil.

Por desgracia, también en Rusia, como en otras partes del mundo, se registra la crisis de la familia y la consiguiente disminución demográfica, junto con el resto de problemas a los que se enfrenta la sociedad contemporánea. Como es sabido, estos problemas preocupan también a las autoridades estatales, con las cuales, por tanto, conviene proseguir la colaboración por el bien de todos. En este contexto vuestra atención se dirige especialmente a los jóvenes, a los que la comunidad católica rusa, fiel a la "memoria" de sus propios testigos y mártires, y utilizando los oportunos instrumentos y lenguajes, está llamada a transmitir inalterado el patrimonio de santidad y de fidelidad a Cristo, y los valores humanos y espirituales que están en la base de una promoción humana y evangélica eficaz.

Queridos hermanos en el episcopado, dado que no son pocas las preocupaciones que debéis afrontar cada día, os exhorto a no desanimaros si a veces os parecen modestas las realidades eclesiales y si los resultados pastorales que obtenéis no parecen corresponder a los esfuerzos realizados. Más bien, alimentad en vosotros y en vuestros colaboradores un auténtico espíritu de fe, con la conciencia plenamente evangélica de que Jesucristo hará fecundo, con la gracia de su Espíritu, vuestro ministerio para gloria del Padre, según tiempos y modos que sólo él conoce.

Seguid promoviendo y cuidando, con esfuerzo y atención constantes, las vocaciones sacerdotales y religiosas. La pastoral de las vocaciones es particularmente necesaria en nuestro tiempo. Procurad formar presbíteros con el mismo esmero con que san Pablo formó a su discípulo Timoteo, para que sean auténticos "hombres de Dios" (cf.1 Tm 6, 11). Sed para ellos padres y modelos en el servicio a los hermanos; animad su fraternidad, amistad y colaboración; sostenedlos en la formación doctrinal y espiritual permanente. Rezad por los sacerdotes y junto con ellos, conscientes de que sólo quien vive de Cristo y en Cristo puede ser su fiel ministro y testigo. Asimismo, cuidad con esmero la formación de las personas consagradas y el crecimiento espiritual de los fieles laicos, para que sientan su vida como una respuesta a la llamada universal a la santidad, que debe expresarse en un testimonio evangélico coherente en todas las circunstancias de la vida diaria.

Vosotros vivís en un contexto eclesial particular, es decir, en un país marcado en la mayoría de su población por una tradición milenaria ortodoxa con un rico patrimonio religioso y cultural. Es esencial tener en cuenta la necesidad de un renovado compromiso en el diálogo con nuestros hermanos y hermanas ortodoxos. Sabemos que este diálogo, a pesar de los progresos alcanzados, atraviesa aún algunas dificultades. En estos días me siento espiritualmente cercano a los queridos hermanos y hermanas de la Iglesia ortodoxa rusa, que se alegran por la elección del metropolita Kiril como nuevo Patriarca de Moscú y de todas las Rusias: a él le dirijo mis más cordiales deseos para la delicada tarea eclesial que le ha sido confiada. Pido al Señor que nos confirme a todos en el compromiso de caminar juntos por el camino de la reconciliación y del amor fraterno.

Que vuestra presencia en Rusia sea una llamada y un estímulo también al diálogo personal. A pesar de que en los diversos encuentros no se llega siempre a afrontar cuestiones de fondo, estos contactos contribuyen a un mejor conocimiento mutuo, gracias al cual podéis colaborar juntos en ámbitos de interés común, para la educación de las nuevas generaciones. Es importante que los cristianos afronten unidos los grandes desafíos culturales y éticos del momento presente, que conciernen a la dignidad de la persona humana y a sus derechos inalienables, a la defensa de la vida en todas sus fases, a la tutela de la familia y a otras cuestiones económicas y sociales urgentes.

Queridos hermanos, alabo al Señor y os estoy profundamente agradecido por el bien que realizáis, desempeñando vuestro ministerio episcopal en fidelidad plena al Magisterio. Os aseguro un recuerdo diario en la oración. Que a través de vosotros llegue mi agradecimiento a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos, que colaboran con vosotros en el servicio de Cristo y de su Evangelio.

Invoco la intercesión maternal de la santísima Virgen María y de los apóstoles san Pedro y san Pablo sobre vosotros y sobre vuestros programas apostólicos, e imparto de corazón una bendición apostólica especial a cada uno de vosotros, extendiéndola con afecto a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a toda la comunidad católica que da testimonio de Cristo entre las poblaciones de la Federación Rusa.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA CON MOTIVO
DE LA INAUGURACIÓN DEL AÑO JUDICIAL

Sala Clementina
Jueves 29 de enero de 2009



Ilustres jueces,
oficiales y colaboradores del Tribunal de la Rota romana:

La solemne inauguración de la actividad judicial de vuestro Tribunal me ofrece también este año la alegría de recibir a sus dignos componentes: al monseñor decano, a quien agradezco sus nobles palabras de saludo, al Colegio de los prelados auditores, a los oficiales del Tribunal y a los abogados del Estudio rotal. A todos os dirijo mi cordial saludo, juntamente con la expresión de mi aprecio por las importantes tareas que realizáis como fieles colaboradores del Papa y de la Santa Sede.

Vosotros esperáis del Papa, al inicio de vuestro año de trabajo, unas palabras que os sirvan de luz y orientación en el cumplimiento de vuestras delicadas tareas. Son muchos los temas que podríamos tratar en esta circunstancia, pero a veinte años de distancia de los discursos de Juan Pablo II sobre la incapacidad psíquica en las causas de nulidad matrimonial, del 5 de febrero de 1987 (AAS 79 [1987] 1453-1459) y del 25 de enero de 1988 (AAS 80 [1988] 1178-1185), parece oportuno preguntarse en qué medida esas intervenciones han tenido una recepción adecuada en los tribunales eclesiásticos. No es este el momento de hacer un balance, pero está a la vista de todos el dato de hecho de un problema que sigue siendo de gran actualidad. En algunos casos, por desgracia, se puede advertir aún viva la exigencia de la que hablaba mi venerado predecesor: la de preservar a la comunidad eclesial "del escándalo de ver destruido en la práctica el valor del matrimonio cristiano por la multiplicación exagerada y casi automática de las declaraciones de nulidad, en caso de fracaso del matrimonio, con el pretexto de cierta inmadurez o debilidad psíquica de los contrayentes" (Discurso a la Rota romana, 5 de febrero de 1987, n. 9: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de marzo de 1987, p. 20).

En nuestro encuentro de hoy me urge llamar la atención de los operadores del derecho sobre la exigencia de tratar las causas con la debida profundidad que exige el ministerio de verdad y de caridad que es propio de la Rota romana. En efecto, a la exigencia del rigor de procedimiento, los discursos mencionados, basándose en los principios de la antropología cristiana, proporcionan los criterios de fondo, no sólo para el análisis de los informes periciales psiquiátricos y psicológicos, sino también para la misma definición judicial de las causas. Al respecto, conviene recordar una vez más algunas distinciones que trazan la línea de demarcación ante todo entre "una madurez psíquica, que sería el punto de llegada del desarrollo humano", y la "madurez canónica, que es en cambio el punto mínimo de partida para la validez del matrimonio" (ib., n. 6); en segundo lugar, entre incapacidad y dificultad, en cuanto que "sólo la incapacidad, y no simplemente la dificultad para prestar el consentimiento y para realizar una verdadera comunidad de vida y de amor, hace nulo el matrimonio" (ib., n. 7); en tercer lugar, entre la dimensión canónica de la normalidad, que inspirándose en la visión integral de la persona humana, "comprende también moderadas formas de dificultad psicológica", y la dimensión clínica que excluye del concepto de la misma toda limitación de madurez y "toda forma de psicopatología" (Discurso a la Rota romana, 25 de enero de 1988, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de febrero de 1988, p. 21); por último, entre la "capacidad mínima, suficiente para un consentimiento válido", y la capacidad idealizada "de una plena madurez en orden a una vida conyugal feliz" (ib., n. 9).

Por lo que atañe a la implicación de las facultades intelectivas y volitivas en la formación del consentimiento matrimonial, el Papa Juan Pablo II, en la mencionada intervención del 5 de febrero de 1987, reafirmó el principio según el cual una verdadera incapacidad "puede considerarse como hipótesis sólo en presencia de una seria forma de anomalía que, de cualquier modo que se quiera definir, ha de afectar sustancialmente a la capacidad de entender y/o de querer" (Discurso a la Rota romana, n. 7). Al respecto parece oportuno recordar que la norma jurídica sobre la incapacidad psíquica en su aspecto aplicativo ha sido enriquecida e integrada también por la reciente instrucción Dignitas connubii del 25 de enero de 2005. En efecto, esta instrucción, para comprobar dicha incapacidad, requiere, ya en el tiempo del matrimonio, la presencia de una particular anomalía psíquica (art. 209, 1) que perturbe gravemente el uso de la razón (art. 209, 2, n. 1; can. 1095, n. 1), o la facultad crítica y electiva en relación con decisiones graves, particularmente por cuanto se refiere a la libre elección del estado de vida (art. 209, 2, n. 2; can. 1095, n. 2), o que provoque en el contrayente no sólo una dificultad grave, sino también la imposibilidad de afrontar los deberes inherentes a las obligaciones esenciales del matrimonio (art. 209, 2, n. 3; can. 1095, n. 3).

Con todo, en esta ocasión quiero volver a tratar el tema de la incapacidad de contraer matrimonio, de la que habla el canon 1095, a la luz de la relación entre la persona humana y el matrimonio, y recordar algunos principios fundamentales que deben iluminar a los especialistas en derecho. Es necesario ante todo redescubrir en positivo la capacidad que en principio toda persona humana tiene de casarse en virtud de su misma naturaleza de hombre o de mujer. En efecto, corremos el peligro de caer en un pesimismo antropológico que, a la luz de la situación cultural actual, considera casi imposible casarse. Aparte del hecho de que esa situación no es uniforme en las diferentes regiones del mundo, no se pueden confundir con la verdadera incapacidad consensual las dificultades reales en que se encuentran muchos, en especial los jóvenes, llegando a considerar que la unión matrimonial normalmente es impensable e impracticable. Más aún, la reafirmación de la capacidad innata humana para el matrimonio es precisamente el punto de partida para ayudar a las parejas a descubrir la realidad natural del matrimonio y la relevancia que tiene en el plano de la salvación. Lo que en definitiva está en juego es la verdad misma sobre el matrimonio y sobre su intrínseca naturaleza jurídica (cf. Benedicto XVI, Discurso a la Rota romana, 27 de enero de 2007, AAS 99 [2007] 86-91), presupuesto imprescindible para poder captar y valorar la capacidad requerida para casarse.

En este sentido, la capacidad debe ser puesta en relación con lo que es esencialmente el matrimonio, es decir, "la comunión íntima de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y estructurada con leyes propias" (Gaudium et spes, 48), y, de modo particular, con las obligaciones esenciales inherentes a ella, que deben asumir los esposos (cf. can. 1095, n. 3). Esta capacidad no se mide en relación a un determinado grado de realización existencial o efectiva de la unión conyugal mediante el cumplimiento de las obligaciones esenciales, sino en relación al querer eficaz de cada uno de los contrayentes, que hace posible y operante esa realización ya desde el momento del pacto nupcial.

Así pues, el discurso sobre la capacidad o incapacidad tiene sentido en la medida en que atañe al acto mismo de contraer matrimonio, ya que el vínculo creado por la voluntad de los esposos constituye la realidad jurídica de la una caro bíblica (cf. Gn 2, 24; Mc 10, 8; Ef 5, 31; can. 1061, 1), cuya subsistencia válida no depende del comportamiento sucesivo de los cónyuges a lo largo de la vida matrimonial. De forma diversa, en la visión reduccionista que desconoce la verdad sobre el matrimonio, la realización efectiva de una verdadera comunión de vida y de amor, idealizada en el plano del bienestar puramente humano, resulta esencialmente dependiente sólo de factores accidentales, y no del ejercicio de la libertad humana sostenida por la gracia.

Es verdad que esta libertad de la naturaleza humana, "herida en sus propias fuerzas naturales" e "inclinada al pecado" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 405), es limitada e imperfecta, pero no por ello es inauténtica e insuficiente para realizar el acto de autodeterminación de los contrayentes que es el pacto conyugal, que da vida al matrimonio y a la familia fundada en él.

Obviamente, algunas corrientes antropológicas "humanistas", orientadas a la autorrealización y a la autotrascendencia egocéntrica, idealizan de tal forma a la persona humana y el matrimonio, que acaban por negar la capacidad psíquica de muchas personas, fundándola en elementos que no corresponden a las exigencias esenciales del vínculo conyugal. Ante estas concepciones, los estudiosos del derecho eclesial no pueden menos de tener en cuenta el sano realismo al que hacía referencia mi venerado predecesor (cf. Juan Pablo II, Discurso a la Rota romana, 27 de enero de 1997, n. 4: AAS 89 [1997] 488), porque la capacidad hace referencia a lo mínimo necesario para que los novios puedan entregar su ser de persona masculina y femenina para fundar ese vínculo al que está llamada la gran mayoría de los seres humanos. De ahí se sigue que las causas de nulidad por incapacidad psíquica exigen, en línea de principio, que el juez se sirva de la ayuda de peritos para certificar la existencia de una verdadera incapacidad (can. 1680; art. 203, 1, DC), que es siempre una excepción al principio natural de la capacidad necesaria para comprender, decidir y realizar la donación de sí mismos de la que nace el vínculo conyugal.

Venerados componentes del Tribunal de la Rota romana, esto es lo que deseaba exponeros en esta circunstancia solemne, siempre tan grata para mí. A la vez que os exhorto a perseverar con alta conciencia cristiana en el ejercicio de vuestro oficio, cuya gran importancia para la vida de la Iglesia emerge también de las cosas que os acabo de decir, os deseo que el Señor os acompañe siempre en vuestro delicado trabajo con la luz de su gracia, de la que quiere ser prenda la bendición apostólica, que os imparto a cada uno con profundo afecto.


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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA COMISIÓN MIXTA INTERNACIONAL
PARA EL DIÁLOGO ENTRE CATÓLICOS Y ORTODOXOS

Sala del Consistorio
Viernes 30 de enero de 2009



Queridos hermanos en Cristo:

Os doy una cordial bienvenida a vosotros, miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias orientales ortodoxas. Al final de esta semana de intenso trabajo, podemos dar juntamente gracias al Señor por vuestro firme compromiso en la búsqueda de la reconciliación y la comunión en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

Ciertamente, cada uno de vosotros contribuye a esta tarea no sólo con la riqueza de su propia tradición, sino también con el compromiso de las Iglesias implicadas en este diálogo para superar las divisiones del pasado y para reforzar el testimonio común de los cristianos ante los enormes desafíos que deben afrontar hoy los creyentes.

El mundo necesita un signo visible del misterio de unidad que vincula a las tres divinas Personas y que se nos reveló, hace dos mil años, con la encarnación del Hijo de Dios. San Juan nos muestra perfectamente la realidad concreta del mensaje del Evangelio, cuando declara su intención de anunciar lo que oyó, lo que sus ojos vieron, lo que sus manos tocaron, para que todos puedan estar en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (cf. 1 Jn 1, 1-4). Nuestra comunión a través de la gracia del Espíritu Santo en la vida que une al Padre y al Hijo tiene una dimensión perceptible en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, "la plenitud del que lo llena todo en todo" (Ef 1, 23), y tenemos el deber de esforzarnos para que esta dimensión esencial de la Iglesia se manifieste al mundo.

En vuestro sexto encuentro se han dado importantes pasos precisamente en el estudio de la Iglesia como comunión. El hecho mismo de que el diálogo haya continuado en el tiempo y que cada año sea acogido por una de las diversas Iglesias a las que representáis es, de por sí, un signo de esperanza y de aliento. Sólo debemos volver la mirada hacia Oriente Próximo —de donde procedéis muchos de vosotros— para ver que se necesitan con urgencia auténticas semillas de esperanza en un mundo herido por la tragedia de la división, del conflicto y del inmenso sufrimiento humano.

La Semana de oración por la unidad de los cristianos acaba de concluir con la ceremonia en la basílica dedicada al gran apóstol san Pablo, en la que muchos de vosotros habéis participado. San Pablo fue el primer gran baluarte y teólogo de la unidad de la Iglesia. Sus esfuerzos y luchas estaban inspirados por la constante aspiración de mantener una comunión visible, no sólo exterior, sino real y plena, entre los discípulos del Señor. Así pues, por intercesión de san Pablo, pido la bendición de Dios para todos vosotros, así como para todas las Iglesias y los pueblos a los que representáis.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFEDERACIÓN ITALIANA SINDICAL DE TRABAJADORES (CISL)

Sábado 31 de enero de 2009



Ilustres señores,
gentiles señoras:

Con viva complacencia os acojo y saludo cordialmente, miembros del grupo dirigente de la Confederación italiana sindical de trabajadores (CISL). Saludo en particular al secretario general y le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Ha recordado que precisamente hace sesenta años la CISL dio sus primeros pasos participando activamente en la fundación del sindicato libre internacional y contribuyó a la naciente entidad con el arraigo en los principios de la doctrina social de la Iglesia y la práctica de un sindicalismo libre y autónomo frente a las facciones políticas y a los partidos. Hoy intentáis llevar a la práctica esas mismas orientaciones, con el deseo de seguir inspirándoos en el magisterio social de la Iglesia para vuestra actividad, encaminada a tutelar los intereses de los trabajadores y las trabajadoras, así como de los jubilados de Italia.

Como ha afirmado oportunamente el secretario general, el gran desafío y oportunidad que la preocupante crisis económica del momento invita a saber aprovechar, consiste en encontrar una nueva síntesis entre bien común y mercado, entre capital y trabajo. Y en este ámbito es significativa la contribución que pueden aportar las organizaciones sindicales.

La Iglesia, experta en humanidad, respetando plenamente la legítima autonomía de toda institución, no se cansa de ofrecer la contribución de su enseñanza y de su experiencia a aquellos que pretenden servir a la causa del hombre, del trabajo y del progreso, de la justicia social y de la paz. Su atención a los problemas sociales ha crecido a lo largo del último siglo. Precisamente por esto, mis venerados predecesores, atentos a los signos de los tiempos, no han dejado de proporcionar oportunas indicaciones a los creyentes y a los hombres de buena voluntad, iluminándolos en su compromiso por la salvaguardia de la dignidad del hombre y de las exigencias reales de la sociedad.

En el alba del siglo XX, con la encíclica Rerum novarum, el Papa León XIII hizo una encendida defensa de la dignidad inalienable de los trabajadores. Las orientaciones ideales contenidas en ese documento contribuyeron a reforzar la animación cristiana de la vida social; y, por lo demás, esto se tradujo en el nacimiento y la consolidación de no pocas iniciativas de interés civil, como los centros de estudios sociales, las sociedades obreras, las cooperativas y los sindicatos. Se verificó también un notable impulso hacia una legislación del trabajo respetuosa de las legítimas expectativas de los obreros, especialmente de las mujeres y de los menores, y se obtuvo también una sensible mejora de los salarios e incluso de las condiciones de trabajo.

Juan Pablo II quiso solemnizar el centenario de esa encíclica —que ha tenido "el privilegio" de ser conmemorada por varios sucesivos documentos pontificios— publicando la encíclica Centesimus annus, en la que constata que la doctrina social de la Iglesia, especialmente en este último periodo histórico, considera al hombre insertado en la compleja red de relaciones que es típica de las sociedades modernas. Las ciencias humanas, por su parte, contribuyen a que pueda entenderse cada vez mejor a sí mismo, en cuanto ser social. "Solamente la fe —señala mi venerado predecesor— le revela plenamente su identidad verdadera, y precisamente de ella arranca la doctrina social de la Iglesia, la cual, valiéndose de todas las aportaciones de las ciencias y de la filosofía, se propone ayudar al hombre en el camino de la salvación" (n. 54).

En su anterior encíclica social Laborem exercens, de 1981, dedicada al tema del trabajo, el Papa Juan Pablo II había subrayado que la Iglesia nunca ha dejado de considerar el problema del trabajo dentro de una cuestión social que ha ido asumiendo progresivamente dimensiones mundiales. Más aún, el trabajo —insiste— se ve como la "clave esencial" de toda la cuestión social, porque condiciona el desarrollo no sólo económico, sino también cultural y moral, de las personas, de las familias, de las comunidades y de la humanidad entera (cf. n. 1). También en este importante documento se resaltan el papel y la importancia estratégica de los sindicatos, definidos "un elemento indispensable de la vida social, especialmente en las sociedades modernas industrializadas" (n. 20).

Hay otro elemento que aparece frecuentemente en el magisterio de los Papas del siglo XX, y es el llamamiento a la solidaridad y a la responsabilidad. Para superar la crisis económica y social que estamos viviendo, sabemos que es necesario un esfuerzo libre y responsable por parte de todos; o sea, es necesario superar los intereses particulares y de sector, para afrontar juntos y unidos las dificultades que existen en todos los ámbitos de la sociedad y especialmente en el mundo del trabajo. Hoy se siente más que nunca esa urgencia; las dificultades que atraviesa el mundo del trabajo impulsan a una concertación efectiva y más compacta entre todos los componentes de la sociedad.

La llamada a la colaboración encuentra significativas referencias también en la Biblia. Por ejemplo, en el libro del Qohelet leemos: "Más valen dos que uno solo, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo. Pues si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo que cae, pues no tiene quien lo levante!" (Qo 4, 9-10). Por tanto, es de desear que la actual crisis mundial suscite la voluntad común de dar vida a una nueva cultura de la solidaridad y de la participación responsable, condiciones indispensables para construir juntos el futuro de nuestro planeta.

Queridos amigos, que la celebración del 60° aniversario de la fundación de vuestra organización sindical sea motivo para renovar el entusiasmo de los comienzos y para redescubrir aún más vuestro carisma original. El mundo necesita personas que se dediquen con desinterés a la causa del trabajo respetando plenamente la dignidad humana y el bien común. La Iglesia, que aprecia el papel fundamental de los sindicatos, está cerca de vosotros hoy como ayer, y está dispuesta a ayudaros para que podáis cumplir lo mejor posible vuestra tarea en la sociedad.

En la fiesta de hoy de san Juan Bosco, deseo por último encomendar la actividad y los proyectos de vuestro sindicato a este Apóstol de los jóvenes, que con gran sensibilidad social hizo del trabajo un precioso instrumento de formación y de educación de las nuevas generaciones. Asimismo, invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias la protección de la Virgen y de san José, buen padre y trabajador experto que cuidó día a día de la familia de Nazaret. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, y os bendigo con afecto a vosotros, aquí presentes, y a todos los inscritos en vuestra Confederación.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL SR. JÁNOS BALASSA,
NUEVO EMBAJADOR DE HUNGRÍA ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 2 de febrero de 2009



Excelencia:

Me alegra darle la bienvenida al comienzo de su misión y aceptar las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Hungría ante la Santa Sede. Le agradezco sus amables palabras y el saludo que me trae del presidente László Sólyom. Le ruego que le transmita mis mejores deseos y la seguridad de mis oraciones por todos los habitantes de su nación.

El restablecimiento de plenas relaciones diplomáticas de la Santa Sede con los países del antiguo bloque del Este, después de los importantes acontecimientos de 1989, abrió nuevos horizontes de esperanza para el futuro. En los veinte años que han pasado desde entonces, Hungría ha realizado grandes progresos para crear las estructuras de una sociedad libre y democrática, capaz y deseosa de desempeñar su papel en una comunidad mundial cada vez más globalizada. Como usted ha observado, las fuerzas que gobiernan los asuntos económicos y políticos en el mundo actual deben ser gestionadas correctamente. En otras palabras, deben fundarse en una base ética, dando siempre prioridad a la dignidad y los derechos de la persona humana y al bien común de la humanidad. Teniendo en cuenta su profunda herencia cristiana, que se remonta a hace más de mil años, Hungría está en condiciones de ayudar a la promoción de estos ideales humanos en la comunidad europea y, de forma más amplia, en la comunidad mundial. Espero que nuestras relaciones diplomáticas sirvan para apoyar esta dimensión vital de la contribución de su país a los asuntos internacionales.

La experiencia de la libertad recién conquistada ha conllevado a veces el riesgo de que esos mismos valores humanos y cristianos, tan profundamente enraizados en la historia y en la cultura de los pueblos, y también en el conjunto del continente europeo, puedan ser suplantados por otros, basados en concepciones erróneas del hombre y de su dignidad, y dañosas para el desarrollo de una sociedad realmente próspera.

En mi mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2008, puse de relieve la importancia primordial de la familia para construir relaciones comunitarias pacíficas en todos los niveles. En gran parte de la Europa moderna el papel vital de cohesión que debe desempeñar la familia en los asuntos humanos es puesto en tela de juicio e incluso peligra como resultado de formas erróneas de pensar, que a veces se expresan en estrategias políticas sociales y políticas agresivas. Espero vivamente que se encuentren formas de salvaguardar este elemento esencial de nuestra sociedad, que es el corazón de toda cultura y nación. Uno de los modos específicos como el Gobierno puede ayudar a la familia es asegurar que a los padres de familia se les permita ejercer su derecho fundamental como primeros educadores de sus hijos, lo que incluye la opción de enviarlos a escuelas religiosas, si así lo desean.

La Iglesia católica en Hungría ha vivido con particular intensidad la transición del período de gobierno totalitario y la libertad de la que su país goza actualmente. Tras décadas de opresión, la Iglesia, sostenida por el heroico testimonio de muchos cristianos, ha emergido para ocupar su lugar en una sociedad transformada, de nuevo capaz de proclamar el Evangelio libremente. No busca privilegios para sí misma, sino que desea desempeñar su papel en la vida de la nación, fiel a su naturaleza y a su misión.

Confío en que, mientras continúa el proceso de aplicación de los acuerdos entre Hungría y la Santa Sede —pienso en el memorándum sobre asistencia religiosa a las fuerzas armadas y a la policía de fronteras recientemente firmado—, todas las cuestiones importantes que afectan a la vida de la Iglesia en su país se resuelvan con el espíritu de buena voluntad y el diálogo fructífero que ha caracterizado nuestras relaciones diplomáticas desde que se restablecieron tan felizmente.

Excelencia, rezo para que la misión diplomática que comienza hoy refuerce aún más los vínculos de amistad que existen entre la Santa Sede y la República de Hungría. Le aseguro que los diversos dicasterios de la Curia romana están siempre dispuestos a ofrecerle su ayuda y su apoyo para el cumplimiento de sus tareas. Con mis sinceros buenos deseos, invoco sobre usted, sobre su familia y sobre todos sus conciudadanos abundantes bendiciones de paz y prosperidad. ¡Que Dios bendiga a Hungría!


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DISCURSO DE L SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE TURQUÍA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 2 de febrero de 2009



Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Me alegra recibiros esta mañana, al realizar vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, signo elocuente de vuestra comunión con el Sucesor de san Pedro. Doy las gracias al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Luigi Padovese, vicario apostólico de Anatolia, por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. A través de vuestra presencia, vuestras comunidades, tan diversas entre sí, vienen a encontrarse con la Iglesia de Roma, manifestando así su unidad profunda. Al regresar a vuestro país, llevad mi afectuoso saludo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles de vuestras diócesis. Decidles que el Papa, que lleva siempre en su corazón el recuerdo de su peregrinación a Turquía, se siente cercano a cada uno de ellos, compartiendo sus preocupaciones y sus esperanzas.

Vuestra visita, que se desarrolla providencialmente en este año dedicado a san Pablo, adquiere una importancia particular para vosotros, pastores de la Iglesia católica en Turquía, tierra en la que nació el Apóstol de los gentiles y en la que fundó muchas comunidades. Como dije en la basílica en la que se encuentra su tumba, he querido convocar este Año paulino "para escucharlo y aprender ahora de él, como nuestro maestro, "la fe y la verdad" en las que se arraigan las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo" (Homilía en la basílica de San Pablo extramuros, 28 de junio de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de julio de 2008, p. 5).

Sé que en vuestro país habéis querido dar relieve especial a este año jubilar y que numerosos peregrinos están visitando los lugares venerados por la tradición cristiana. Espero que a los peregrinos se les facilite cada vez más el acceso a esos lugares tan significativos para la fe cristiana, así como la celebración del culto. De hecho, me alegra vivamente la dimensión ecuménica que se le ha dado al Año paulino, manifestando de este modo la importancia de esta iniciativa para las demás Iglesias y comunidades cristianas. Ojalá que este año permita nuevos progresos en el camino hacia la unidad de todos los cristianos.

La existencia de vuestras Iglesias locales, con toda su diversidad, se enmarca en la prolongación de una rica historia caracterizada por el desarrollo de las primeras comunidades cristianas. Muchos nombres, muy amados por los discípulos de Cristo, están vinculados a vuestra tierra, como san Juan, san Ignacio de Antioquía, san Policarpo de Esmirna, y otros muchos ilustres Padres de la Iglesia, sin olvidar el concilio de Éfeso en el que la Virgen María fue proclamada "Theotokos". Más recientemente, el Papa Benedicto XV y el beato Juan XXIII también marcaron la vida de la nación y de la Iglesia en Turquía.

Quiero recordar también a todos los cristianos, sacerdotes y laicos, que han testimoniado la caridad de Cristo, en ocasiones hasta con el don supremo de su vida, como el padre Andrea Santoro. Que esta historia prestigiosa sea para vuestras comunidades, cuyo vigor en la fe y abnegación en las pruebas conozco, no sólo el recuerdo de un pasado glorioso, sino también un estímulo a continuar con generosidad en el camino trazado, testimoniando entre sus hermanos el amor de Dios por todo hombre.

Queridos hermanos, los concilios de Nicea y Constantinopla dieron al Credo su expresión definitiva. Que sea para vosotros y para vuestros fieles un fuerte aliento a profundizar en la fe de la Iglesia y a vivir cada vez con mayor ardor la esperanza que brota de ella. El pueblo de Dios encontrará un apoyo eficaz para su fe y su esperanza en una auténtica comunión eclesial. De hecho, "la Iglesia es una comunión orgánica que se realiza coordinando los diversos carismas, ministerios y servicios para la consecución del fin común que es la salvación" (Pastores gregis, 44), y los obispos son los primeros responsables de la realización concreta de esta unidad. La profunda comunión que debe reinar entre ellos, en la diversidad de ritos, se expresa sobre todo en una fraternidad real y una colaboración mutua, que les permita ejercer su ministerio con un espíritu colegial y reforzar la unidad del Cuerpo de Cristo.

Esta unidad encuentra una fuente vital en la Palabra de Dios, cuya importancia en la vida y en la misión de la Iglesia subrayó el reciente Sínodo de los obispos. Os invito, por tanto, a formar a los fieles de vuestras diócesis para que la Sagrada Escritura no sea una Palabra del pasado, sino que ilumine su existencia y les permita acceder verdaderamente a Dios. En este contexto, me complace recordar que la meditación de la Palabra de Dios ofrecida por el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, fue un momento importante de esa Asamblea sinodal.

Permitidme también dirigir un saludo a los sacerdotes y a los religiosos que colaboran con vosotros en el anuncio del Evangelio. Procedentes de gran número de países, con frecuencia su tarea es difícil. Los aliento a integrarse cada vez más en las realidades de vuestras Iglesias locales para que puedan dar a todos los miembros de la comunidad católica la atención pastoral necesaria, sin olvidar a las personas más débiles y aisladas. El escaso número de sacerdotes, con frecuencia insuficiente para la magnitud del trabajo, os debe impulsar a desarrollar una intensa pastoral de las vocaciones.

La pastoral de los jóvenes es una de vuestras preocupaciones principales. Es importante que puedan adquirir una formación cristiana que les ayude a consolidar su fe y a vivir en un contexto con frecuencia difícil. Desde esta perspectiva, la formación de los laicos también debe permitirles asumir con competencia y eficacia las responsabilidades que se les encomienden en el seno de la Iglesia.

La comunidad cristiana de vuestro país vive en una nación regida por una Constitución que afirma la laicidad del Estado, pero en la que la mayoría de los habitantes es musulmana. Por tanto, es muy importante que cristianos y musulmanes puedan comprometerse juntos a favor del hombre, de la vida, así como de la paz y la justicia. Además, la distinción entre la esfera civil y la esfera religiosa es ciertamente un valor que debe protegerse. No obstante, en ese ámbito corresponde al Estado garantizar con eficacia a los ciudadanos y a las comunidades religiosas la libertad de culto y la libertad religiosa, haciendo inaceptable toda violencia contra los creyentes, cualquiera que sea su religión.

En este contexto, soy consciente de vuestro deseo y de vuestra disponibilidad para entablar un diálogo sincero con las autoridades para encontrar una solución a los diversos problemas planteados a vuestras comunidades, como el reconocimiento de la personalidad jurídica de la Iglesia católica y de sus bienes. Ese reconocimiento tendrá necesariamente consecuencias positivas para todos. Es de desear que se establezcan contactos permanentes, por ejemplo a través de una comisión bilateral para estudiar las cuestiones que todavía quedan por resolver.

Queridos hermanos, al final de nuestro encuentro, quiero repetiros estas palabras de esperanza dirigidas a las Iglesias de Éfeso y Esmirna en el libro del Apocalipsis: "Tienes paciencia: y has sufrido por mi nombre sin desfallecer. (...) No temas por lo que vas a sufrir. (...) Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (Ap 2, 3.10). Que la intercesión de san Pablo y de la Theotokos os permita vivir en esta esperanza que procede de Cristo resucitado, el cual vive entre nosotros. De todo corazón os imparto una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles de vuestras diócesis.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL SR. LUIZ FELIPE DE SEIXAS CORRÊA,
NUEVO EMBAJADOR DE BRASIL ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 9 de febrero de 2009



Excelencia:

Me alegra mucho darle la bienvenida al recibirlo aquí en el Vaticano, en el acto de presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federativa de Brasil ante la Santa Sede.

Esta feliz circunstancia me ofrece la oportunidad de constatar una vez más los sentimientos de cercanía espiritual que el pueblo brasileño alberga hacia el Sucesor de Pedro; al mismo tiempo me brinda la ocasión de renovar la expresión de mi sincero afecto y mi gran estima por su noble nación.
Le agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido. En especial, le agradezco los deferentes pensamientos y el saludo que el presidente de la República, señor Luiz Inácio Lula da Silva, ha querido enviarme. Ruego a su excelencia que tenga la bondad de devolverle de mi parte ese saludo, con mis mejores deseos de felicidad, y que le transmita la seguridad de mis oraciones por su país y por su pueblo.

Aprovecho la ocasión para recordar con aprecio la visita pastoral que la Providencia me permitió realizar a Brasil en 2007, para presidir la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, así como los encuentros celebrados con el más alto mandatario de la nación, tanto en São Paulo, como más recientemente aquí en Roma. Ojalá que estas circunstancias atestigüen, una vez más, los estrechos vínculos de amistad y fructífera colaboración entre su país y la Santa Sede.

Los objetivos de la Iglesia, en su misión de naturaleza religiosa y espiritual, y del Estado, aun siendo distintos, confluyen en un punto de convergencia: el bien de la persona humana y el bien común de la nación. Pero, como afirmó en cierta ocasión mi venerable predecesor el Papa Juan Pablo II, "el entendimiento respetuoso, la mutua preocupación por la independencia y el principio de servir al hombre del mejor modo posible, en una concepción cristiana, constituirán factores de concordia, con los que saldrá beneficiado el mismo pueblo" (Discurso al presidente de Brasil, 14 de octubre de 1991, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 1991, p. 5). Brasil es un país que, en su gran mayoría, conserva la fe cristiana transmitida, desde los orígenes de su pueblo, por la evangelización iniciada hace más de cinco siglos.

Así, me complace considerar la convergencia de principios de la Sede apostólica y de su Gobierno en lo que respecta a las amenazas a la paz en el mundo, cuando se ve afectada por la falta de una visión de respeto al prójimo en su dignidad humana. El reciente conflicto de Oriente Próximo demuestra la necesidad de apoyar todas las iniciativas destinadas a resolver pacíficamente las divergencias surgidas, y hago votos para que su Gobierno prosiga en esta dirección.

Por otro lado, deseo reiterar aquí la esperanza de que, en conformidad con los principios que salvaguardan la dignidad humana, que Brasil siempre ha defendido, continúen fomentándose y difundiéndose los valores humanos fundamentales, sobre todo cuando se trata de reconocer de forma explícita la santidad de la vida familiar y la salvaguarda de los niños por nacer, desde el momento de su concepción hasta su fin natural. Del mismo modo, en lo que respecta a los experimentos biológicos, la Santa Sede sigue promoviendo incansablemente la defensa de una ética que no perjudique, sino que proteja la existencia del embrión y su derecho a nacer.

Veo con satisfacción que la nación brasileña, en un clima de acentuada prosperidad, se está convirtiendo en un factor de estímulo al desarrollo en las regiones limítrofes y en varios países del continente africano. En un clima de solidaridad y entendimiento mutuo, el Gobierno procura apoyar iniciativas destinadas a favorecer la lucha contra la pobreza yel retraso tecnológico, tanto a nivel nacional como internacional.

La política de redistribución de la renta interna ha facilitado un mayor bienestar entre la población; en este sentido, espero que siga estimulándose una mejor distribución de la renta, y se refuerce una mayor justicia social para el bien de la población. Sin embargo, es preciso destacar que, además de la pobreza material, incide de manera relevante la pobreza moral que impregna todo el mundo, incluso donde no faltan los bienes materiales. De hecho, el peligro del consumismo y del hedonismo, juntamente con la falta de principios morales sólidos que guíen la vida de los ciudadanos comunes, vuelve vulnerable la estructura de la sociedad y de la familia brasileña.

Por eso, nunca está de más insistir en la urgencia de una sólida formación moral en todos los niveles, incluyendo el ámbito político, ante las constantes amenazas generadas por las ideologías materialistas aún dominantes y, sobre todo, la tentación de la corrupción en la gestión del dinero público y privado. Con este fin, el cristianismo puede ofrecer una contribución válida -como dije recientemente- porque es "una religión de libertad y de paz, y está al servicio del auténtico bien de la humanidad" (Discurso al Cuerpo diplomático, 8 de enero de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de enero de 2009, p. 7). Con esos valores la Iglesia sigue ofreciendo este servicio de gran valor evangélico para favorecer el establecimiento de la paz y la justicia entre todos los pueblos.

El reciente Acuerdo en el que se define el estatuto jurídico civil de la Iglesia católica en Brasil y se regulan las materias de interés mutuo entre ambas partes son señales significativas de esta colaboración sincera que desea mantener la Iglesia, dentro de su misión propia, con el Gobierno brasileño. En este sentido, albergo la esperanza de que este Acuerdo, como ya señalé, "facilite el libre ejercicio de la misión evangelizadora de la Iglesia y refuerce todavía más su colaboración con las instituciones civiles para el desarrollo integral de la persona" (ib.). La fe y la adhesión a Jesucristo exigen que los fieles católicos, también en Brasil, sean instrumentos de reconciliación y de fraternidad, en la verdad, en la justicia y en el amor. Así, espero que este Documento solemne sea ratificado, a fin de que se facilite la organización eclesiástica de la vida de los católicos y alcance un alto grado de eficiencia.

Señor embajador, antes de concluir este encuentro, le reitero mi petición de que transmita al señor presidente de la República mis mejores votos de felicidad y de paz. Y aseguro a su excelencia que puede contar con la estima, la buena acogida y el apoyo de esta Sede apostólica en el desempeño de su misión, que espero sea feliz y fecunda en frutos y alegrías. Mi pensamiento se dirige, en este momento, a todos los brasileños y a cuantos guían su destino. A todos deseo felicidad, en progreso y armonía crecientes. Estoy seguro de que su excelencia se hará intérprete de estos sentimientos y esperanzas míos ante el más alto mandatario de la nación. Por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, imploro para usted, para su mandato y para sus familiares, así como para todos los amados brasileños, abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.


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02/07/2013 20:30


XVII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
MEMORIA LITÚRGICA DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS ENFERMOS

Basílica Vaticana
Miércoles 11 de febrero de 2009



Queridos enfermos;
queridos hermanos y hermanas:

Este encuentro asume un valor y un significado singulares, pues tiene lugar con ocasión de la Jornada mundial del enfermo, que se celebra hoy, memoria de Nuestra Señora de Lourdes. Mi pensamiento va a ese santuario, al que acudí también yo con ocasión del 150° aniversario de las apariciones a santa Bernardita. Conservo un vivo recuerdo de esa peregrinación y, sobre todo, del contacto que tuve con los enfermos reunidos en la gruta de Massabielle.

De buen grado he venido a saludaros al final de la celebración eucarística, que ha presidido el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, al que dirijo un cordial saludo. Asimismo, saludo a los prelados presentes, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los voluntarios, a los peregrinos, y especialmente a los queridos enfermos y a quienes los cuidan diariamente.

Siempre es emocionante revivir en esta circunstancia, aquí, en la basílica de San Pedro, el clima típico de oración y espiritualidad mariana que caracteriza al santuario de Lourdes. Así pues, gracias por esta manifestación de fe y de amor a María; gracias a quienes la han promovido y organizado, de modo especial a la UNITALSI y a la Obra Romana de Peregrinaciones.

Esta Jornada invita a hacer que los enfermos sientan con mayor intensidad la cercanía espiritual de la Iglesia, que, como escribí en la encíclica Deus caritas est, es la familia de Dios en el mundo, dentro de la cual nadie debe sufrir por falta de lo necesario, sobre todo por falta de amor (cf. n. 25 b). Al mismo tiempo, hoy tenemos la oportunidad de reflexionar sobre la experiencia de la enfermedad, del dolor y, más en general, sobre el sentido de la vida que es preciso realizar plenamente incluso cuando se sufre.

En el Mensaje para esta Jornada quise poner en primer plano a los niños enfermos, que son las criaturas más débiles e indefensas. Es verdad. Si ya quedamos sin palabras ante un adulto que sufre, ¿qué decir cuando la enfermedad afecta a un niño inocente? ¿Cómo percibir también en situaciones tan difíciles el amor misericordioso de Dios, que nunca abandona a sus hijos en la prueba?

Son frecuentes y a veces inquietantes esos interrogantes, que en verdad, en un plano meramente humano, no encuentran respuestas adecuadas, pues el dolor, la enfermedad y la muerte en su significado siguen siendo insondables para la mente humana. Pero viene en nuestra ayuda la luz de la fe. La Palabra de Dios nos revela que incluso estos males son misteriosamente "abrazados" por el plan divino de salvación; la fe nos ayuda a considerar que la vida humana es hermosa y digna de vivirse en plenitud, a pesar de estar menoscabada por el mal. Dios creó al hombre para la felicidad y para la vida, mientras que la enfermedad y la muerte entraron en el mundo como consecuencia del pecado.

Sin embargo, el Señor no nos ha abandonado a nosotros mismos. Él, el Padre de la vida, es el médico del hombre por excelencia y no deja de inclinarse amorosamente hacia la humanidad que sufre. El Evangelio relata cómo Jesús "expulsaba los espíritus con su palabra y curaba a los enfermos" (cf. Mt 8, 16), indicando el camino de la conversión y de la fe como condiciones para obtener la curación del cuerpo y del espíritu. El Señor quiere siempre esta curación, la curación integral, de cuerpo y alma; por eso expulsa los espíritus con su palabra. Su palabra es palabra de amor, palabra purificadora: expulsa los espíritus de temor, soledad y oposición a Dios; así purifica nuestra alma y nos da paz interior. Así nos da el espíritu de amor y la curación que comienza en nuestro interior.

Pero Jesús no sólo habló; es Palabra encarnada. Sufrió con nosotros y murió. Con su pasión y muerte, asumió y transformó hasta el fondo nuestra debilidad. Precisamente por eso, como dice el siervo de Dios Juan Pablo II en la carta apostólica Salvifici doloris, "sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad en Cristo" (n. 23).

Queridos hermanos y hermanas, somos cada vez más conscientes de que la vida del hombre no es un bien del que se pueda disponer, sino un cofre valioso que es preciso custodiar y cuidar con el mayor esmero posible, desde el momento de su inicio hasta su término último y natural. La vida es un misterio que, de por sí, exige por parte de todos y de cada uno responsabilidad, amor, paciencia y caridad. Aún más necesario es rodear de cuidados y de respeto a quienes están enfermos y sufren.

Esto no siempre es fácil, pero sabemos dónde encontrar la valentía y la paciencia para afrontar las vicisitudes de la existencia terrena, especialmente las enfermedades y todo tipo de sufrimiento. Para nosotros, los cristianos, en Cristo es donde se encuentra la respuesta al enigma del dolor y de la muerte. La participación en la santa misa, como acabáis de hacer vosotros, nos sumerge en el misterio de su muerte y resurrección. Toda celebración eucarística es el memorial perenne de Cristo crucificado y resucitado, que derrotó el poder del mal con la omnipotencia de su amor. Por tanto, en la "escuela" de Cristo Eucaristía es donde podemos aprender a amar siempre la vida y a aceptar nuestra aparente impotencia ante la enfermedad y la muerte.

Mi venerado predecesor Juan Pablo II quiso que la Jornada mundial del enfermo coincidiera con la fiesta de la Virgen Inmaculada de Lourdes. En ese lugar sagrado nuestra Madre celestial vino a recordarnos que en esta tierra sólo estamos de paso y que la morada verdadera y definitiva del hombre es el cielo. Hacia esa meta debemos tender todos. Que la luz que viene "de lo alto" nos ayude a comprender y a dar sentido y valor también a la experiencia del sufrir y del morir.

Pidamos a la Virgen que dirija su mirada materna a todo enfermo y a su familia, para ayudarles a llevar con Cristo el peso de la cruz. Encomendémosle a ella, Madre de la humanidad, a los pobres, a los que sufren, a los enfermos del mundo entero, y de modo especial a los niños que sufren. Con estos sentimientos, os animo a confiar siempre en el Señor y de corazón os bendigo a todos.


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02/07/2013 20:31


DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL SR. TIMOTHY ANDREW FISCHER,
NUEVO EMBAJADOR DE AUSTRALIA ANTE LA SANTA SEDE*

Jueves 12 de febrero de 2009



Señor embajador:

Con particular placer le doy la bienvenida al Vaticano y acepto las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Australia ante la Santa Sede. Le pido por favor que transmita a la gobernadora general, señora Quentin Bryce, al Gobierno y a los habitantes de su nación, mi gratitud por su saludo. Recordando vivamente mi reciente visita a su hermoso país, le aseguro mis oraciones por el bienestar de su nación y, en particular, deseo enviar mi condolencia a las personas y familias de Victoria que están de luto por haber perdido a sus seres queridos en los recientes incendios forestales.

El nombramiento de su excelencia como primer embajador residente de Australia ante la Santa Sede inaugura una nueva etapa en nuestras relaciones diplomáticas y ofrece una oportunidad para profundizar la comprensión mutua y ampliar nuestra ya significativa colaboración. El compromiso de la Iglesia con la sociedad civil está fundado en la convicción de que el progreso humano, tanto el de los individuos como el de las comunidades, depende del reconocimiento de la vocación sobrenatural de toda persona. Es de Dios de quien los hombres y las mujeres reciben su dignidad esencial (cf. Gn 1, 27) y la capacidad de buscar la verdad y la bondad. Desde esta amplia perspectiva podemos afrontar tendencias al pragmatismo y al consecuencialismo, tan dominantes hoy, que sólo se ocupan de los síntomas y los efectos de los conflictos, de la fragmentación social y de la ambigüedad moral, en lugar de buscar sus causas. Cuando sale a la luz la dimensión espiritual de la humanidad, el corazón y la mente de las personas se vuelve hacia Dios y hacia las maravillas de la vida humana: el ser mismo, la verdad, la belleza, los valores morales y las demás personas. De esta forma se puede encontrar un fundamento seguro para unir a la sociedad y para sostener una visión de esperanza.

La Jornada mundial de la juventud fue un acontecimiento de singular importancia para la Iglesia universal y para Australia. Siguen resonando ecos de aprecio en su nación y en todo el mundo. Cada Jornada mundial de la juventud es sobre todo un acontecimiento espiritual: un momento en que numerosos jóvenes, no todos íntimamente relacionados con la Iglesia, encuentran a Dios en una intensa experiencia de oración, aprendizaje y escucha, para vivir la fe en acción. Como ha observado usted, excelencia, a los propios ciudadanos de Sydney les admiró la alegría de los peregrinos. Rezo para que esta generación joven de cristianos en Australia y en todo el mundo canalice el entusiasmo hacia todo lo que es verdadero y bueno, forjando amistades por encima de las divisiones y creando lugares de fe viva en nuestro mundo y para él, como ambientes de esperanza y de caridad práctica.

Señor embajador, la diversidad cultural enriquece el entramado social de la Australia de hoy. Durante décadas esta mezcla se ha visto empañada por las injusticias sufridas tan dolorosamente por los pueblos indígenas. Con la petición de perdón hecha el año pasado por el primer ministro Rudd, se confirmó un profundo cambio del corazón. Ahora, renovados en el espíritu de reconciliación, tanto las agencias gubernamentales como los ancianos aborígenes pueden afrontar con determinación y compasión los numerosos retos que se plantean. Otro ejemplo del deseo de su Gobierno de promover el respeto y la comprensión entre las culturas es su laudable esfuerzo para facilitar el diálogo y la cooperación entre las religiones tanto en el país como en la región. Estas iniciativas contribuyen a conservar herencias culturales, alimentan la dimensión pública de la religión y reavivan los valores sin los cuales pronto se pararía el corazón de la sociedad civil.

La actividad diplomática de Australia en el Pacífico, en Asia y más recientemente en África es muy variada y cada vez más amplia. El apoyo activo de la nación a los Objetivos de desarrollo del milenio, a los numerosos organismos regionales, a las iniciativas para reforzar el Tratado de no proliferación nuclear, y la gran preocupación por un desarrollo económico justo son bien conocidos y respetados. Y mientras las sombras y las luces de la globalización envuelven nuestro mundo con formas cada vez más complejas, su nación se está mostrando dispuesta a responder a la creciente variedad de exigencias de un modo innovador, responsable y fundado en principios. No menos preocupantes son las amenazas a la creación de Dios a través del cambio climático. Quizás ahora más que nunca en la historia humana, la relación fundamental entre el Creador, la creación y la criatura debe ser ponderada y respetada. Desde este reconocimiento podemos descubrir un código ético común, que consiste en normas enraizadas en la ley natural inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano.

En mi mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año, llamé la atención en particular sobre la necesidad de un enfoque ético con vistas a la creación de sinergias positivas entre mercados, sociedad civil y Estados (cf. n. 12). A este respecto, constato con interés la determinación del Gobierno australiano de establecer relaciones de cooperación basadas en los valores de la equidad, el buen gobierno y el sentido de vecindad regional. Una verdadera posición ética está en el centro de toda política de desarrollo responsable, respetuosa y socialmente inclusiva. Es la ética la que hace imperativa una respuesta compasiva y generosa a la pobreza. La ética hace urgente sacrificar los intereses proteccionistas de una correcta accesibilidad de los países pobres a los mercados desarrollados, a la vez que hace razonable la insistencia de las naciones donantes en la responsabilidad y la transparencia en el uso de la ayuda financiera por parte de las naciones receptoras.

Por su parte, la Iglesia tiene una larga tradición en el sector sanitario, en el que pone de relieve un enfoque ético de todas las exigencias particulares de todo individuo. Especialmente en los países más pobres, las Órdenes religiosas y las organizaciones eclesiales, incluidos muchos misioneros australianos, financian y dirigen una vasta red de hospitales y clínicas, a menudo en áreas remotas en las que los Estados no han logrado servir a sus propios ciudadanos. Es interesante en especial el ofrecimiento de cuidados médicos a las familias, incluyendo cuidados obstétricos de alta calidad a las mujeres. Sin embargo, resulta paradójico que algunos grupos, a través de programas de ayuda, promuevan el aborto como forma de asistencia a la "maternidad": eliminan una vida supuestamente para mejorar la calidad de vida.

Excelencia, estoy seguro de que su nombramiento reforzará aún más los vínculos de amistad que ya existen entre Australia y la Santa Sede. En el ejercicio de sus nuevas responsabilidades todos los dicasterios de la Curia romana están dispuestos a ayudarle en el cumplimiento de sus tareas. Sobre usted y sobre su familia, así como sobre todos sus conciudadanos, invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.


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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA DE PRESIDENTES
DE LAS MAYORES ORGANIZACIONES JUDÍAS DE ESTADOS UNIDOS

Jueves 12 de febrero de 2009



Queridos amigos:

Me alegra daros la bienvenida a todos hoy y agradezco al rabino Arthur Schneier y al señor Alan Solow las palabras que me han dirigido en vuestro nombre. Me acuerdo muy bien de las diferentes ocasiones, durante mi visita del año pasado a los Estados Unidos, en las que me encontré con algunos de vosotros en Washington y en Nueva York. Usted, rabino Schneier, con cortesía me recibió en la sinagoga de Park East algunas horas antes de vuestra celebración de la Pascua. Ahora, tengo la alegría de ofrecerle hospitalidad aquí en mi casa. Encuentros como este nos permiten demostrar nuestro respeto recíproco. Quiero que sepáis que sois todos bienvenidos hoy en la casa de Pedro, la casa del Papa.

Recuerdo con gratitud las diferentes ocasiones que he tenido en el transcurso de muchos años de pasar tiempo en compañía de mis amigos judíos. Mis visitas, aunque hayan sido breves, a vuestras comunidades en Washington y en Nueva York, fueron experiencias de estima fraterna y de amistad sincera. Esto sucedió también durante la visita a la sinagoga de Colonia, la primera de este tipo en mi pontificado. Para mí fue muy conmovedor pasar algunos momentos con la comunidad judía en esa ciudad, que conozco tan bien, una ciudad que acogió el primer asentamiento judío en Alemania y cuyos orígenes se remontan al tiempo del Imperio romano.

Un año después, en mayo de 2006, visité el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. ¿Qué palabras pueden expresar de modo adecuado esa experiencia profundamente conmovedora? Al entrar en ese lugar del horror, escenario de tanto sufrimiento inenarrable, medité en el incontable número de prisioneros, muchos de ellos judíos, que habían recorrido ese mismo camino en el cautiverio de Auschwitz y en todos los demás campos de concentración. Aquellos hijos de Abraham, afectados por el luto y horriblemente humillados, no tenían más apoyo que la fe en el Dios de sus padres, una fe que nosotros, los cristianos, compartimos con vosotros, nuestros hermanos y hermanas.

¿Cómo podemos comenzar a comprender la enormidad de lo que sucedió en aquellas cárceles infames? Todo el género humano experimenta una profunda vergüenza por la brutalidad salvaje que se desencadenó entonces contra vuestro pueblo. Permitidme que repita lo que dije en aquella triste ocasión: «Los potentados del Tercer Reich querían aplastar al pueblo judío en su totalidad, borrarlo de la lista de los pueblos de la tierra. Entonces se verificaron de modo terrible las palabras del Salmo: "Nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza"» (Discurso durante la visita al campo de concentración de Auschwitz, 28 de mayo de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 2006, p. 15).

Nuestro encuentro de hoy tiene lugar en el contexto de vuestra visita a Italia, en concomitancia con vuestra "Leadership Mission" anual a Israel. Yo también me estoy preparando para visitar Israel, una tierra que es santa para los cristianos y para los judíos, dado que allí se encuentran las raíces de nuestra fe. En efecto, la Iglesia encuentra su sustento en la raíz de ese buen olivo, el pueblo de Israel, en el que se han injertado las ramas del olivo silvestre de los gentiles (cf. Rm 11, 17-24). Desde los primeros días del cristianismo, nuestra identidad y cada uno de los aspectos de nuestra vida y de nuestro culto están íntimamente vinculados a la antigua religión de nuestros padres en la fe.

La historia de dos mil años de relaciones entre el judaísmo y la Iglesia ha atravesado muchas fases diferentes, algunas de las cuales han dejado un recuerdo doloroso. Ahora que podemos encontrarnos con espíritu de reconciliación, no debemos permitir que las dificultades pasadas nos impidan tender recíprocamente la mano de la amistad. De hecho, ¿qué familia no ha experimentado tensiones de un tipo o de otro? La declaración Nostra aetate del concilio Vaticano ii marcó un hito en el camino hacia la reconciliación y subrayó claramente los principios que rigen desde entonces la actitud de la Iglesia en las relaciones entre cristianos y judíos.

La Iglesia está profunda e irrevocablemente comprometida a rechazar toda forma de antisemitismo y a seguir construyendo relaciones buenas y duraderas entre nuestras dos comunidades. Una imagen particular que expresa este compromiso es la del momento en el que mi querido predecesor el Papa Juan Pablo II se detuvo ante el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, implorando el perdón de Dios después de toda la injusticia que el pueblo judío se había visto obligado a sufrir. Ahora hago mía su oración: "Dios de nuestros padres, tú has elegido a Abraham y a su descendencia para que tu nombre fuera dado a conocer a las naciones: nos duele profundamente el comportamiento de cuantos, en el curso de la historia, han hecho sufrir a estos tus hijos, y, a la vez que te pedimos perdón, queremos comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza" (26 de marzo de 2000: cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de marzo de 2000, p. 8).

El odio y el desprecio por hombres, mujeres y niños, manifestados en el Holocausto fueron un crimen contra Dios y contra la humanidad. Esto debería quedar claro a todos, en particular a quienes pertenecen a la tradición de las Sagradas Escrituras, según las cuales, todo ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26-27). Es indudable que toda negación o minimización de este terrible crimen es intolerable y totalmente inaceptable. Recientemente, en una audiencia pública, reafirmé que el Holocausto debe ser "advertencia contra el olvido, la negación o el reduccionismo, porque la violencia hecha contra un solo ser humano es violencia contra todos" (28 de enero de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de enero de 2009, p. 19).

Este terrible capítulo de nuestra historia no debe olvidarse nunca. Como se ha dicho con razón, el recuerdo es "memoria futuri"; para nosotros es una advertencia en orden al futuro y una exhortación a luchar por la reconciliación. Recordar es hacer todo lo posible por evitar que se repita una catástrofe como esta en la familia humana, construyendo puentes de amistad duradera.

Pido fervientemente a Dios que el recuerdo de este horrible crimen fortalezca nuestra determinación de curar las heridas que durante tanto tiempo han empañado las relaciones entre cristianos y judíos. Deseo de corazón que nuestra amistad se fortalezca cada vez más, de modo que el compromiso irrevocable de la Iglesia de mantener relaciones respetuosas y armoniosas con el pueblo de la Alianza dé frutos abundantes.


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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI Ç
AL FINAL DE UN CONCIERTO CON OCASIÓN DEL 80º ANIVERSARIO
DEL ESTADO DE LA CIUDAD DEL VATICANO

Sala Pablo VI
Jueves 12 de febrero de 2009



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señores y señoras:

Al final de esta hermosa velada, me alegra dirigiros un cordial saludo a todos vosotros, que habéis participado en el concierto organizado con ocasión del 80° aniversario de la fundación del Estado de la Ciudad del Vaticano. Saludo a las autoridades religiosas, civiles y militares; a las ilustres personalidades, y en particular a los prelados de la Curia romana y los colaboradores de las diversas oficinas de la Gobernación del Vaticano, que han venido para recordar, también con esta iniciativa, un aniversario tan significativo.

Deseo manifestar mi profunda gratitud sobre todo al señor cardenal Giovanni Lajolo, presidente de la Comisión pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano, a quien agradezco también las palabras llenas de afecto y devoción que me ha dirigido al inicio del concierto. Extiendo mi saludo al secretario general, monseñor Renato Boccardo, y a los demás responsables de la Gobernación; y naturalmente expreso mi gratitud a todos los que han cooperado de diversas maneras en la organización y en la realización de este acontecimiento musical.

Con la seguridad de interpretar los sentimientos de todos los presentes, deseo dirigir unas palabras especiales de agradecimiento y aprecio a los componentes de la RTE Concert Orchestra (Orquesta de la Radiotelevisión irlandesa), a los coristas de la Our Lady's Choral Society, de Dublín, al director Proinnsias O Duinn, al director del coro Paul Ward, y a los solistas. Deseo dirigir un saludo particular a la numerosa representación de fieles de Dublín, que han venido para acompañar a la coral de su ciudad.

Nos han ofrecido la ejecución de fragmentos del conocido oratorio Mesías, de Georg Friedrich Händel, capaz de crear un sugestivo clima espiritual gracias a una rica antología de textos sagrados del Antiguo y del Nuevo Testamento, que constituyen como el entramado de toda la partitura musical. De igual modo, la orquesta y el coro han logrado evocar admirablemente la figura del Mesías, de Cristo, a la luz de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Así, la riqueza del contrapunto musical y la armonía del canto nos han ayudado a contemplar el intenso y arcano misterio de la fe cristiana. Una vez más se ha puesto de manifiesto que la música y el canto, gracias a su hábil unión con la fe, pueden revestir un elevado valor pedagógico en el ámbito religioso. La música como arte puede ser una manera particularmente adecuada de anunciar a Cristo, porque logra hacer perceptible el misterio con una elocuencia muy suya.

Este concierto, con el que se ha querido conmemorar un aniversario significativo para el Estado de la Ciudad del Vaticano, se inserta en el programa del congreso organizado para esta circunstancia sobre el tema: "Un territorio pequeño para una gran misión". Ciertamente, no es ahora el momento para una disquisición sobre dicho acontecimiento histórico, al que varios expertos están aportando en el congreso la contribución de su competencia desde múltiples perspectivas. Por lo demás, el sábado próximo tendré la oportunidad de encontrarme con los participantes en estas jornadas de estudio y dirigirles mi palabra.

En esta circunstancia también deseo dar las gracias a cuantos han contribuido a solemnizar una celebración tan significativa para la Iglesia católica. Al conmemorar los 80 años de la Civitas Vaticana, se siente la necesidad de rendir homenaje a cuantos han sido y son los protagonistas de estos ocho decenios de historia de una pequeña franja de tierra. En primer lugar, quiero recordar al protagonista principal, mi venerado predecesor Pío XI, el cual, al anunciar la firma de los Pactos lateranenses, y sobre todo la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano, se refirió a san Francisco de Asís. Dijo que la nueva realidad soberana era para la Iglesia, al igual que para el Poverello, "la parte de cuerpo que bastaba para mantener unida el alma" (cf. Discurso del 11 de febrero de 1929).

Pidamos al Señor, que dirige firmemente el destino de la "barca de Pedro" en medio de las vicisitudes no siempre tranquilas de la historia, que siga velando sobre este pequeño Estado. Pidámosle, sobre todo, que asista con la fuerza de su Espíritu a aquel que gobierna el timón de la barca, al Sucesor de Pedro, para que pueda cumplir con fidelidad y eficacia su ministerio como fundamento de la unidad de la Iglesia católica, que tiene en el Vaticano su centro visible y se extiende hasta los confines del mundo. Encomiendo esta oración a la intercesión de María, Virgen Inmaculada y Madre de la Iglesia, y, a la vez que renuevo en nombre de los presentes un agradecimiento cordial a quienes idearon esta velada, a los miembros de la orquesta y a los cantores, en especial a los solistas, aseguro a cada uno un recuerdo en la oración y sobre todos invoco la bendición de Dios.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE NIGERIA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Sábado 14 de febrero de 2009



Queridos hermanos en el episcopado:

Con gran alegría os doy la bienvenida a vosotros, obispos de Nigeria, durante vuestra visita ad limina a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Como Sucesor de Pedro aprecio este encuentro, que fortalece nuestro vínculo de comunión y amor fraterno y nos permite renovar juntos la sagrada responsabilidad que desempeñamos en la Iglesia. Agradezco al arzobispo Job las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Por mi parte, me alegra expresaros mis sentimientos de respeto y gratitud a vosotros y a todos los fieles de Nigeria.

Hermanos, desde vuestra última visita ad limina Dios todopoderoso ha bendecido a la Iglesia en vuestro país con un generoso crecimiento. Esto se puede constatar especialmente en el número de nuevos cristianos que han recibido a Cristo en su corazón y han aceptado con gozo a la Iglesia como "columna y fundamento de la verdad" (1 Tm 3, 15). Las abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas también son un signo claro de la obra del Espíritu entre vosotros. Por estas bendiciones doy gracias a Dios y os manifiesto mi aprecio a vosotros, así como a los sacerdotes, religiosos y catequistas que han trabajado en la viña del Señor.

La expansión de la Iglesia requiere cuidar con esmero la planificación diocesana y la formación del personal a través de las actividades de formación que estáis llevando a cabo para facilitar la necesaria profundización en la fe de vuestro pueblo (cf. Ecclesia in Africa, 76). Por vuestros informes veo que conocéis bien los pasos básicos que es preciso dar: enseñar el arte de la oración, impulsar la participación en la liturgia y en los sacramentos, predicar de modo sabio y adecuado, impartir el catecismo, y proporcionar una guía moral y espiritual. Sobre este fundamento la fe florece en virtudes cristianas, y promueve parroquias vibrantes y un servicio generoso a la comunidad más amplia. Vosotros mismos, juntamente con vuestros sacerdotes, debéis guiar con humildad, sin las ambiciones del mundo, con oración, con obediencia a la voluntad de Dios y con transparencia al gobernar. De esta forma seréis signo de Cristo, buen Pastor.

La celebración de la liturgia es una fuente privilegiada de renovación de la vida cristiana. Os felicito por vuestros esfuerzos para mantener el equilibrio correcto entre los momentos de contemplación y las actividades externas de participación y alegría en el Señor. Con este fin es necesario prestar atención a la formación litúrgica de los sacerdotes y evitar excesos extraños. Continuad por este camino teniendo en cuenta que la adoración eucarística en las parroquias, en las comunidades religiosas y en otros lugares adecuados mejora notablemente el diálogo de amor y la veneración del Señor (cf. Sacramentum caritatis, 67).

El próximo Sínodo de los obispos para África abordará, entre otros temas, la cuestión de los conflictos étnicos. La maravillosa imagen de la Jerusalén celestial, la reunión de innumerables hombres y mujeres de toda tribu, lengua, pueblo y nación que han sido redimidos por la sangre de Cristo (cf. Ap 5, 9), os impulsa a afrontar el desafío de los conflictos étnicos, donde existan, incluso dentro de la Iglesia. Expreso mi aprecio a los que habéis aceptado una misión pastoral fuera de los límites de vuestro propio grupo regional o lingüístico, y agradezco a los sacerdotes y a los fieles que os han acogido y apoyado.

Vuestro deseo de adaptaros a los demás es un signo elocuente de que en la Iglesia, nueva familia de todos los que creen en Cristo (cf. Mc 3, 31-35), no hay lugar para ningún tipo de división. A los catecúmenos y a los neófitos es preciso enseñarles a aceptar esta verdad cuando se comprometen a seguir a Cristo y a llevar una vida de amor cristiano. Todos los creyentes, especialmente los seminaristas y los sacerdotes, deben progresar en generosidad y madurez permitiendo que el mensaje del Evangelio purifique y supere cualquier estrechez de perspectivas locales.

La selección sabia y ponderada de los seminaristas es fundamental para el bienestar espiritual de vuestro país. Su formación personal debe asegurarse mediante la dirección espiritual regular, el sacramento de la Reconciliación, la oración y la meditación de la Sagrada Escritura. En la Palabra de Dios los seminaristas y los presbíteros encontrarán los valores que distinguen al buen sacerdote, consagrado al Señor en cuerpo y alma (cf. 1 Co 7, 34). Aprenderán a servir con desprendimiento personal y caridad pastoral a quienes están encomendados a su cuidado, fortalecidos por la gracia que está en Cristo Jesús (cf. 2 Tm 2, 1).

Quiero subrayar la tarea del obispo de apoyar la importante realidad social y eclesial del matrimonio y la vida familiar. Con la cooperación de sacerdotes y laicos bien preparados, de expertos y de parejas casadas, debéis ejercer con celo y responsabilidad vuestra solicitud en esta área de prioridad pastoral (cf. Familiaris consortio, 73). Los cursos para novios, y la enseñanza catequética general y específica sobre el valor de la vida humana, sobre el matrimonio y la familia, fortalecerán a los fieles ante los desafíos que les plantean los cambios sociales. De la misma forma, no dejéis de animar a las asociaciones o movimientos que ayudan eficazmente a los esposos a vivir su fe y sus compromisos matrimoniales.

Como un importante servicio a la nación, estáis comprometidos en el diálogo interreligioso, especialmente con el islam. Con paciencia y perseverancia se están forjando fuertes relaciones de respeto, amistad y cooperación práctica con los miembros de otras religiones. Gracias a vuestros esfuerzos como promotores diligentes e incansables de buena voluntad, la Iglesia llegará a ser signo e instrumento más claro de la comunión con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium, 1).

Vuestra dedicación a aplicar los principios católicos para aportar luz a los actuales problemas nacionales es muy apreciada. La ley natural, inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2009, n. 8), y el Evangelio, correctamente comprendido y aplicado a las realidades civiles y políticas, no reducen en ningún caso la gama de opciones políticas válidas. Al contrario, para todos los ciudadanos constituyen una garantía de vida de libertad, con respeto a su dignidad de personas, y de protección ante la manipulación ideológica y el abuso basado en la ley del más fuerte (cf. Discurso a la sesión plenaria de la Comisión teológica internacional, 5 de diciembre de 2008). Con confianza en el Señor, seguid ejerciendo vuestra autoridad episcopal en la lucha contra las prácticas injustas y la corrupción, y contra todas las causas y las formas de discriminación y criminalidad, especialmente contra el trato degradante de la mujer y la deplorable práctica de los secuestros. Promoviendo la doctrina social católica dais vuestra leal contribución al país y ayudáis a la consolidación de un orden nacional basado en la solidaridad y en la cultura de los derechos humanos.

Queridos hermanos en el episcopado, os exhorto con las palabras del apóstol san Pablo: "Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. Haced todo con amor" (1 Co 16, 13-14). Os pido que transmitáis mi saludo a vuestro querido pueblo, especialmente a los numerosos fieles que dan testimonio de Cristo en la esperanza a través de la oración y el sufrimiento (cf. Spe salvi, 35 y 36). También saludo con afecto a quienes ofrecen su servicio a la familia, en las parroquias y en las estaciones misioneras, en los campos de la educación, la asistencia sanitaria y otras esferas de la caridad cristiana.

Encomendándoos a vosotros y a quienes están confiados a vuestro cuidado pastoral a las oraciones del beato Cipriano Miguel Iwene Tansi y a la protección maternal de María, Madre de la Iglesia, os imparto de corazón mi bendición apostólica.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO EN EL 80° ANIVERSARIO
DE LA FUNDACIÓN DEL ESTADO DE LA CIUDAD DEL VATICANO*

Sala Clementina
Sábado 14 de febrero de 2009



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señores y señoras:

Con verdadero placer os dirijo mi cordial saludo a todos vosotros, organizadores, relatores y participantes en el Congreso organizado para celebrar el 80° aniversario de la fundación del Estado de la Ciudad del Vaticano. "Un territorio pequeño para una gran misión" es el tema en el que habéis centrado vuestra atención, reflexionando juntos sobre el valor espiritual y civil que reviste este pequeño Estado soberano, dedicado completamente al servicio de la gran misión encomendada por Jesucristo al apóstol san Pedro y a sus sucesores. Agradezco al señor cardenal Giovanni Lajolo no sólo las palabras de saludo que me ha dirigido en vuestro nombre, sino también el empeño que él y sus colaboradores de la Gobernación han puesto para solemnizar la significativa meta de los ochenta años de existencia y actividad del Estado vaticano.

Expreso viva complacencia por las celebraciones y por las diversas iniciativas conmemorativas de estos días, con las que se ha querido profundizar y dar a conocer mejor la historia y la fisonomía de la Civitas Vaticana. A los ochenta años de su fundación, constituye una realidad pacíficamente consolidada, aunque no siempre bien comprendida en sus razones de ser y en las múltiples tareas que está llamada a realizar. Para quien trabaja diariamente al servicio de la Santa Sede o para quien vive en la ciudad de Roma es un dato de hecho, algo natural, que exista en el centro de Roma un pequeño Estado soberano, pero no de todos es conocido que es fruto de un proceso histórico en ciertos aspectos tormentoso, que hizo posible su constitución, motivada por elevados ideales de fe y por la clarividente conciencia de las finalidades que debía cumplir. Así, podríamos decir que este aniversario, que justifica nuestro encuentro, invita a contemplar con una conciencia más viva lo que el Estado de la Ciudad del Vaticano significa y es.

Cuando se vuelve con la memoria al 11 de febrero de 1929, no se puede menos de recordar con profunda gratitud al primer y principal artífice de los Pactos lateranenses, mi venerado predecesor el Papa Pío XI: era el Papa de mi infancia, por el que sentíamos gran veneración y amor. Merecidamente durante estos días se ha mencionado en repetidas ocasiones su nombre, porque, con su lúcida clarividencia y su indómita voluntad, fue el verdadero fundador y el primer constructor del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Por lo demás, los estudios históricos que se siguen realizando sobre su pontificado nos ayudan a comprender cada vez más la grandeza del Papa Ratti, el cual gobernó la Iglesia en los años difíciles que mediaron entre las dos guerras mundiales. Con mano firme dio fuerte impulso a la acción eclesial en sus múltiples dimensiones: basta pensar en la expansión misionera, en la atención a la formación de los ministros de Dios, en la promoción de la actividad de los fieles laicos en la Iglesia y en la sociedad, y en la intensa relación con la comunidad civil.

Durante su pontificado, el "Papa bibliotecario" tuvo que afrontar las dificultades y las persecuciones que la Iglesia sufría en países como México y España, así como la guerra que le declararon los totalitarismos —nacionalsocialismo y fascismo— que surgieron y se consolidaron en esos años. En Alemania no se ha olvidado su gran encíclica Mit brennender Sorge, como fuerte señal contra el nazismo.

Admira de verdad la obra sabia y fuerte de este Pontífice, que para la Iglesia sólo quiso la libertad que le permitiera cumplir plenamente su misión. También el Estado de la Ciudad del Vaticano, que surgió como resultado de los Pactos lateranenses y en particular del Tratado, fue considerado por Pío XI como un instrumento para garantizar su independencia necesaria frente a cualquier potestad humana, para dar a la Iglesia y a su Pastor supremo la posibilidad de cumplir plenamente el mandato recibido de Cristo Señor.

Ya diez años después, cuando estalló la segunda guerra mundial, una guerra que con sus violencias y sufrimientos llegó incluso hasta las puertas del Vaticano, se vio con claridad cuán útil y benéfica es para la Santa Sede, para la Iglesia e incluso para Roma y para el mundo entero, esta pequeña pero completa realidad estatal.

Así pues, se puede afirmar que a lo largo de sus ocho décadas de existencia, el Estado vaticano ha sido un instrumento dúctil y siempre a la altura de las exigencias que le planteaban y le siguen planteando tanto la misión del Papa como las necesidades de la Iglesia y las condiciones continuamente cambiantes de la sociedad. Precisamente por eso, bajo la guía de mis venerados predecesores, desde el siervo de Dios Pío XII hasta el Papa Juan Pablo II, se ha realizado, y se sigue llevando a cabo ante los ojos de todos una constante adecuación de las normas, de las estructuras y de los medios de este singular Estado edificado en torno a la tumba del apóstol san Pedro.

El significativo aniversario que estamos conmemorando en estos días es, por tanto, motivo de profunda acción de gracias al Señor, que guía el destino de su Iglesia en medio de las vicisitudes a menudo borrascosas del mar de la historia, y asiste a su Vicario en la tierra en el desempeño de su oficio de Christianae religionis summus Antistes.

Mi gratitud se extiende a todos los que en el pasado han sido y hoy son protagonistas de la vida del Estado de la Ciudad del Vaticano, algunos conocidos, pero muchos otros desconocidos en su humilde y valioso servicio. Expreso mi agradecimiento a los miembros de la actual comunidad de vida y de trabajo de la Gobernación y de los demás organismos del Estado, interpretando así los sentimientos de todo el pueblo de Dios. Al mismo tiempo, quiero animar a los que trabajan en las diferentes oficinas y servicios vaticanos a realizar sus tareas no sólo con honradez y competencia profesional, sino también con una conciencia cada vez más viva de que su trabajo constituye un valioso servicio a la causa del reino de Dios.

La Civitas Vaticana es, en realidad, un punto casi invisible en los mapas de la geografía mundial, un Estado diminuto e inerme, sin ejércitos temibles, aparentemente irrelevante en las grandes estrategias geopolíticas internacionales. Y, sin embargo, este baluarte visible de la independencia absoluta de la Santa Sede ha sido y es centro de irradiación de una acción constante en favor de la solidaridad y del bien común. ¿No es verdad que, precisamente por esto, desde todas partes se mira con gran atención a este pequeño trozo de tierra?

El Estado vaticano, que encierra tesoros de fe, de historia y de arte, conserva un patrimonio muy valioso para la humanidad entera. Desde su interior, donde habita el Papa junto a la tumba de san Pedro, se difunde de forma incesante un mensaje de verdadero progreso social, de esperanza, de reconciliación y de paz.

Ahora, este Estado nuestro, después de recordar solemnemente el 80° aniversario de su fundación, reemprende el camino con un impulso apostólico más fuerte. Ojalá que la Ciudad del Vaticano sea cada vez más una verdadera "ciudad situada en la cima de un monte", luminosa gracias a las convicciones y a la generosa entrega de todos los que trabajan al servicio de la misión eclesial del Sucesor de Pedro.

Con este deseo, a la vez que invoco la protección maternal de María, así como la intercesión de san Pedro y san Pablo y de los demás mártires que con su sangre hicieron sagrada esta tierra, de buen grado os imparto mi bendición a todos vosotros, aquí reunidos, y la extiendo con afecto a la gran familia del Estado de la Ciudad del Vaticano.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO COLEGIO
PÍO LATINO AMERICANO DE ROMA

Sala Clementina
Jueves 19 de febrero 2009



Venerados hermanos en el Episcopado,
Queridos Padre Rector, superiores, religiosas
y alumnos del Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma

1. Agradezco las amables palabras que en nombre de todos ustedes me ha dirigido Monseñor Carlos José Ñáñez, Arzobispo de Córdoba y Presidente de la Comisión Episcopal del Pontificio Colegio Pío Latino Americano. Me alegra recibirlos cuando están celebrando los ciento cincuenta años de la fundación de esta benemérita institución.

El veintisiete de noviembre de mil ochocientos cincuenta y ocho dio comienzo la fructuosa andadura de este Colegio como valioso centro de formación, primero de seminaristas y, desde hace algo más de tres décadas, de diáconos y sacerdotes. Hoy, más de cuatro mil alumnos se sienten miembros de esa gran familia. Todos ellos han mirado esta alma mater con entrañable afecto, pues ésta se ha distinguido desde sus inicios por un clima de sencillez, de acogida, de oración y de fidelidad al Magisterio del Sumo Pontífice, lo cual contribuye poderosamente a que en los colegiales crezca el amor a Cristo y el deseo de servir humildemente a la Iglesia, buscando siempre la mayor gloria de Dios y el bien de las almas.

2. Ustedes, queridos alumnos del Colegio Pío Latinoamericano, son herederos de este rico patrimonio humano y espiritual, que hay que perpetuar y enriquecer con un serio cultivo de las distintas disciplinas eclesiásticas y con la vivencia gozosa de la universalidad de la Iglesia. Aquí, en esta ciudad, los Apóstoles Pedro y Pablo proclamaron con audacia el Evangelio y pusieron fundamentos sólidos para propagarlo por todo el mundo, en cumplimiento del mandato del Maestro: «Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20).

Ustedes mismos son fruto de esa maravillosa siembra del mensaje redentor de Cristo a lo largo de la historia. En efecto, provienen de diversos países, en los que, hace más de quinientos años, unos valerosos misioneros dieron a conocer a Jesús, nuestro Salvador. De este modo, por medio del bautismo, aquellas gentes se abrieron a la vida de la gracia que los hizo hijos de Dios por adopción y recibieron, además, el Espíritu Santo, que fecundó sus culturas, purificándolas y desarrollando las semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio (cf. Discurso en la Sesión inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, n. 1).

En Roma, junto a la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, ustedes tienen una oportunidad privilegiada de forjar su corazón de verdaderos apóstoles, en los que todo su ser y quehacer esté anclado firmemente en el Señor, que ha de ser siempre para ustedes cimiento, brújula y meta de sus esfuerzos. Además, el Colegio les permite compartir fraternalmente su experiencia humana y sacerdotal y les ofrece una ocasión favorable para abrirse permanentemente al conocimiento de otras culturas y expresiones eclesiales. Esto les ayudará a ser auténticos discípulos de Jesucristo e intrépidos misioneros de su Palabra, con amplitud de miras y grandeza de alma. De este modo, estarán más capacitados para ser hombres de Dios que lo conocen en profundidad, abnegados trabajadores en su viña y solícitos dispensadores de la caridad de Jesucristo para con los más necesitados.

3. Sus Obispos los han enviado al Pontificio Colegio Pío Latinoamericano para que se llenen de la sabiduría de Cristo crucificado, de forma que, al regresar a sus diócesis, puedan poner este tesoro a disposición de los demás en los diversos encargos que les sean confiados. Esto requiere aprovechar bien el tiempo de su estancia en Roma. La constancia en el estudio y la investigación rigurosa, además de hacerlos indagar en los misterios de la fe y en la verdad sobre el hombre a la luz del Evangelio y de la tradición de la Iglesia, fomentará en ustedes una vida espiritual arraigada en la Palabra de Dios y siempre alimentada por la riqueza incomparable de los sacramentos.

4. El amor y la adhesión a la Sede Apostólica es una de las características más relevantes de los pueblos latinoamericanos y del Caribe. Por eso, mi encuentro con ustedes me hace recordar los días que pasé en Aparecida, cuando comprobé emocionado las manifestaciones de colegialidad y comunión fraterna en el ministerio episcopal de los representantes de las Conferencias Episcopales de aquellos nobles países. Con mi presencia allí, quise alentar a los obispos en su reflexión sobre algo fundamental para avivar la fe de la Iglesia que peregrina en aquellas amadas tierras: llevar a todos nuestros fieles a ser "discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida".

Les invito a asociarse con entusiasmo a ese espíritu, mostrado en el dinamismo con el que todas aquellas diócesis han iniciado, o lo están haciendo, la «Misión continental» impulsada en Aparecida, iniciativa que facilitará la puesta en marcha de programas catequéticos y pastorales destinados a la formación y desarrollo de comunidades cristianas evangelizadas y misioneras. Acompañen estos propósitos con su ferviente oración, para que los fieles conozcan, se entreguen e imiten cada vez más a Jesucristo, participando frecuentemente en las celebraciones dominicales de cada comunidad y dando testimonio de Él, de modo que se conviertan en instrumentos eficaces de esa «Nueva Evangelización», a la cual convocó repetidamente el Siervo de Dios Juan Pablo II, mi venerado predecesor.

5. Al concluir este encuentro, quisiera renovar mi cordial agradecimiento a todos los presentes, en particular a la Comisión Episcopal para el Colegio, que tiene la misión de animar a sus alumnos a fortalecer su sentido de comunión y fidelidad al Romano Pontífice y a sus propios Pastores. Asimismo, quiero manifestar en las personas de los Superiores del Colegio mi reconocimiento a la Compañía de Jesús, a la que mi predecesor San Pío X encomendó a perpetuidad la dirección de esta insigne institución, así como a las religiosas y al personal que acompañan con esmero e ilusión a estos jóvenes. Pienso igualmente con gratitud en los que financian con su ayuda económica y sostienen con su generosidad y plegaria esta obra eclesial.

6. Pongo en las manos de María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, a todos y cada uno de ustedes, así como a sus familias y comunidades de origen, para que su maternal protección les asista amorosamente en sus tareas y les ayude a enraizarse muy hondamente en su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, fruto bendito de su seno.

Muchas gracias.


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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL CONSEJO DE GOBIERNO DEL FONDO INTERNACIONAL
DE DESARROLLO AGRÍCOLA*

Sala Clementina
Viernes 20 de febrero de 2009





Señor presidente del Consejo de gobierno;
gobernadores;
representantes permanentes de los Estados miembros;
funcionarios del FIDA;
señoras y señores:

Me complace tener esta oportunidad de encontrarme con todos vosotros al concluir las celebraciones con motivo del trigésimo aniversario de la creación del Fondo internacional de desarrollo agrícola. Agradezco al presidente saliente, señor Lennart Båge, sus amables palabras y felicito al señor Kanayo Nwanze por su elección para este alto cargo, expresándole mis mejores deseos. Os agradezco a todos que hayáis venido aquí hoy y os aseguro mis oraciones por la importante labor que realizáis promoviendo el desarrollo agrícola. Vuestro trabajo es particularmente importante en este momento a causa de los efectos dañinos de la actual inestabilidad de los precios de los productos agrícolas sobre la seguridad alimentaria. Esto requiere nuevas estrategias a largo plazo para luchar contra la pobreza rural y para promover el desarrollo rural. Como sabéis, la Santa Sede comparte plenamente vuestro empeño por superar la pobreza y el hambre, y por ayudar a las poblaciones más pobres del mundo. Rezo para que la celebración del aniversario del fida sea para vosotros un incentivo para tratar de alcanzar en los próximos años estos importantes objetivos con renovada energía y determinación.

Desde el inicio, el Fondo internacional ha obtenido una forma ejemplar de cooperación y corresponsabilidad entre naciones con diferentes grados de desarrollo. Cuando los países ricos y las naciones en vías de desarrollo se unen para tomar decisiones conjuntas y para establecer criterios específicos para la contribución que cada país debe dar al presupuesto del Fondo, se puede afirmar de verdad que los diferentes Estados miembros se encuentran en el mismo plano, expresando su solidaridad mutua y su compromiso común de erradicar la pobreza y el hambre. En un mundo cada vez más interdependiente, este tipo de procesos conjuntos de toma de decisiones es esencial si se quieren dirigir los asuntos internacionales con equidad y visión de futuro.

Asimismo, es laudable el empeño del FIDA por promover las oportunidades de empleo en las comunidades rurales, con el fin de que, a largo plazo, no dependan de la ayuda exterior. La asistencia dada a los productores locales sirve para construir la economía y contribuye al desarrollo global de la nación implicada. En este sentido, los proyectos de "créditos rurales", destinados a ayudar a pequeños granjeros y trabajadores agrícolas que no tienen tierras propias, pueden relanzar la economía global y proporcionar mayor seguridad alimentaria para todos. Estos proyectos ayudan también a las comunidades indígenas a prosperar en su propia tierra y a vivir en armonía con su cultura tradicional, en lugar de verse obligadas a desarraigarse para buscar empleo en ciudades masificadas, llenas de problemas sociales, donde a menudo tienen que soportar condiciones de vida miserables.

Este enfoque tiene el mérito particular de volver a situar el sector agrícola en el lugar que le corresponde dentro de la economía y del tejido social de las naciones en vías de desarrollo. A este propósito, pueden dar una valiosa contribución las organizaciones no gubernamentales, algunas de las cuales están estrechamente vinculadas a la Iglesia católica y están comprometidas en la aplicación de su doctrina social. El principio de subsidiariedad requiere que cada grupo de la sociedad sea libre de dar su contribución al bien general. Con demasiada frecuencia, a los agricultores de las naciones en vías de desarrollo se les niega esta oportunidad, cuando su trabajo es explotado con codicia y su producción se desvía hacia mercados lejanos, con poco o ningún beneficio para la propia comunidad local.

Hace cerca de cincuenta años, mi predecesor el beato Papa Juan XXIII, a propósito de la tarea de labrar la tierra, dijo: "Los agricultores deben poseer una conciencia clara y profunda de la nobleza de su trabajo. Viven en plena armonía con la Naturaleza, el templo majestuoso de la creación. (...) El trabajo del campo está dotado de una dignidad específica" (Mater et Magistra, 144-145). Todo el trabajo humano es una participación en la providencia creadora de Dios todopoderoso, pero el trabajo del campo lo es de modo destacado. Una sociedad verdaderamente humana siempre sabrá cómo apreciar y recompensar adecuadamente la contribución que da el sector agrícola. Si se lo apoya y equipa como conviene, puede sacar a una nación de la pobreza y poner los fundamentos de una creciente prosperidad.

Señoras y señores, a la vez que damos gracias por los logros de los últimos treinta años, es necesario renovar la determinación de actuar en armonía y solidaridad con todos los diferentes elementos de la familia humana a fin de asegurar un acceso equitativo a los recursos de la tierra ahora y en el futuro. La motivación para actuar de esta forma procede del amor: amor a los pobres, amor que no puede tolerar la injusticia o la privación, amor que no puede descansar hasta que la pobreza y el hambre desaparezcan de entre nosotros.

Los objetivos de erradicar la miseria y el hambre, y promover la seguridad alimentaria y el desarrollo rural, lejos de ser demasiado ambiciosos o irreales, se convierten, en este contexto, en imperativos vinculantes para toda la comunidad internacional. Rezo fervientemente para que las actividades de organizaciones como la vuestra continúen contribuyendo significativamente a la consecución de estos objetivos. A la vez que os doy las gracias y os animo a perseverar en la buena obra que lleváis a cabo, os encomiendo a la solicitud constante de nuestro Padre amoroso, Creador del cielo y de la tierra, y de todo cuanto contienen. ¡Que Dios os bendiga!


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA

Sala del Consistorio
Viernes 20 de febrero de 2009



Señores Cardenales,
queridos hermanos en el Episcopado:

1. Saludo cordialmente a los Consejeros y Miembros de la Pontificia Comisión para América Latina, que en su Asamblea Plenaria han reflexionado sobre «la situación actual de la formación sacerdotal en los Seminarios» de aquella tierra. Agradezco las palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido el Presidente de la Comisión, el Señor Cardenal Giovanni Battista Re, presentándome las líneas centrales de los trabajos y recomendaciones pastorales que han surgido en este encuentro.

2. Doy gracias a Dios por los frutos eclesiales de esta Comisión Pontificia desde su creación, en mil novecientos cincuenta y ocho, cuando el Papa Pío XII vio la necesidad de crear un organismo de la Santa Sede para intensificar y coordinar más estrechamente la obra desarrollada en favor de la Iglesia en Latinoamérica, ante la escasez de sus sacerdotes y misioneros. Mi venerado predecesor Juan Pablo II corroboró y potenció esta iniciativa, con el fin de resaltar la especial solicitud pastoral del Sucesor de Pedro por las Iglesias que peregrinan en aquellas queridas tierras. En esta nueva etapa de la Comisión, no puedo dejar de mencionar con viva gratitud el trabajo realizado por su Vicepresidente durante largos años, el Obispo Cipriano Calderón Polo, recientemente fallecido, y al que el Señor habrá premiado su abnegado y fiel servicio a la Iglesia.

3. El año pasado recibí a muchos Obispos de América Latina y del Caribe en su visita ad limina. Con ellos he dialogado sobre la realidad de las Iglesias particulares que les han sido encomendadas, pudiendo así conocer más de cerca las esperanzas, y dificultades de su ministerio apostólico. A todos los acompaño con mi oración, para que continúen ejerciendo con fidelidad y alegría su servicio al Pueblo de Dios, impulsando en la hora presente la «Misión continental», que se está poniendo en marcha como fruto de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (cf. Documento conclusivo, n. 362).

Conservo un grato recuerdo de mi estancia en Aparecida, cuando vivimos una experiencia de intensa comunión eclesial, con el único deseo de acoger el Evangelio con humildad y sembrarlo generosamente. El tema escogido –Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida– continúa orientando los esfuerzos de los miembros de la Iglesia en aquellas amadas Naciones.

Cuando presenté un balance de mi viaje apostólico a Brasil ante los miembros de la Curia Romana, me preguntaba: «¿Hizo bien Aparecida, buscando la vida para el mundo, en dar prioridad al discipulado de Jesucristo y a la evangelización? ¿Era una retirada equivocada hacia la interioridad?» A ello respondía con toda certeza: «No. Aparecida decidió lo correcto, precisamente porque mediante el nuevo encuentro con Jesucristo y su Evangelio, y sólo así, se suscitan las fuerzas que nos capacitan para dar la respuesta adecuada a los desafíos de nuestro tiempo» (Discurso a la Curia romana, 21 diciembre 2007). Sigue siendo fundamental ese encuentro personal con el Señor, alimentado por la escucha de su Palabra y la participación en la Eucaristía, así como la necesidad de transmitir con gran entusiasmo nuestra propia experiencia de Cristo.

4. Los Obispos, sucesores de los Apóstoles, somos los primeros que hemos de mantener siempre viva la llamada gratuita y amorosa del Señor, como la que Él hizo a los primeros discípulos (cf. Mc 1,16-20). Como ellos, también nosotros hemos sido elegidos para «estar con Él» (cf. Mc 3,14), acoger su Palabra y recibir su fuerza, y vivir así como Él, anunciando a todas las gentes la Buena Nueva del Reino de Dios.

Para todos nosotros, el seminario fue un tiempo decisivo de discernimiento y preparación. Allí, en diálogo profundo con Cristo, se fue fortaleciendo nuestro deseo de enraizarnos hondamente en Él. En aquellos años, aprendimos a sentirnos en la Iglesia como en nuestra propia casa, acompañados de María, la Madre de Jesús y amantísima Madre nuestra, obediente siempre a la voluntad de Dios. Por eso me complace que esta Asamblea Plenaria haya dedicado su atención a la situación actual de los Seminarios en Latinoamérica.

5. Para lograr presbíteros según el corazón de Cristo, se ha de poner la confianza en la acción del Espíritu Santo, más que en estrategias y cálculos humanos, y pedir con gran fe al Señor, «Dueño de la mies», que envíe numerosas y santas vocaciones al sacerdocio (cf. Lc 10,2), uniendo siempre a esta súplica el afecto y la cercanía a quienes están en el seminario con vistas a las sagradas órdenes. Por otro lado, la necesidad de sacerdotes para afrontar los retos del mundo de hoy, no debe inducir al abandono de un esmerado discernimiento de los candidatos, ni a descuidar las exigencias necesarias, incluso rigurosas, para que su proceso formativo ayude a hacer de ellos sacerdotes ejemplares.

6. Por consiguiente, las recomendaciones pastorales de esta Asamblea han de ser un punto de referencia imprescindible para iluminar el quehacer de los Obispos de Latinoamérica y del Caribe en este delicado campo de la formación sacerdotal. Hoy más que nunca, es preciso que los seminaristas, con recta intención y al margen de cualquier otro interés, aspiren al sacerdocio movidos únicamente por la voluntad de ser auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo que, en comunión con sus Obispos, lo hagan presente con su ministerio y su testimonio de vida. Para ello es de suma importancia que se cuide atentamente su formación humana, espiritual, intelectual y pastoral, así como la adecuada elección de sus formadores y profesores, que han de distinguirse por su capacitación académica, su espíritu sacerdotal y su fidelidad a la Iglesia, de modo que sepan inculcar en los jóvenes lo que el Pueblo de Dios necesita y espera de sus pastores.

7. Encomiendo al amparo maternal de la Santísima Virgen María las iniciativas de esta Asamblea Plenaria, suplicándole que acompañe a quienes que se preparan para el ministerio sacerdotal en su caminar tras las huellas de su divino Hijo, Jesucristo, nuestro Redentor. Con estos sentimientos, les imparto con afecto la Bendición Apostólica.


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"LECTIO DIVINA" DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
EN EL PONTIFICIO SEMINARIO ROMANO MAYOR

Viernes 20 de febrero de 2009



Señor cardenal;
queridos amigos:

Para mí siempre es una gran alegría estar en mi Seminario, ver a los futuros sacerdotes de mi diócesis, estar con vosotros en el signo de Nuestra Señora de la Confianza. Con ella, que nos ayuda, nos acompaña y nos da realmente la certeza de contar siempre con la ayuda de la gracia divina, seguimos adelante.

Veamos ahora qué nos dice san Pablo con este texto: "Habéis sido llamados a la libertad" (Ga 5, 13). En todas las épocas, desde los comienzos pero de modo especial en la época moderna, la libertad ha sido el gran sueño de la humanidad. Sabemos que Lutero se inspiró en este texto de la carta a los Gálatas; y la conclusión fue que la Regla monástica, la jerarquía, el magisterio le parecieron un yugo de esclavitud del que era necesario librarse. Sucesivamente, el período de la Ilustración estuvo totalmente dominado, penetrado por este deseo de libertad, que se pensaba haber alcanzado ya. Y también el marxismo se presentó como camino hacia la libertad.

Esta tarde nos preguntamos: ¿Qué es la libertad? ¿Cómo podemos ser libres? San Pablo nos ayuda a entender esta realidad complicada que es la libertad insertando este concepto en un contexto de concepciones antropológicas y teológicas fundamentales. Dice: "No toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por caridad los unos a los otros" (Ga 5, 13). El rector nos ha dicho ya que "carne" no es el cuerpo, sino que "carne", en el lenguaje de san Pablo, es expresión de la absolutización del yo, del yo que quiere serlo todo y tomarlo todo para sí. El yo absoluto, que no depende de nada ni de nadie, parece poseer realmente, en definitiva, la libertad. Soy libre si no dependo de nadie, si puedo hacer todo lo que quiero. Y precisamente esta absolutización del yo es "carne", es decir, degradación del hombre; no es conquista de la libertad. El libertinaje no es libertad, sino más bien el fracaso de la libertad.

Y san Pablo se atreve a proponer una fuerte paradoja: "Servíos por caridad los unos a los otros" (en griego douléuete); es decir, la libertad se realiza paradójicamente mediante el servicio; llegamos a ser libres si nos convertimos en siervos unos de otros. Así san Pablo pone todo el problema de la libertad a la luz de la verdad del hombre. Reducirse a la carne, aparentemente elevándose al rango de divinidad -"Sólo yo soy el hombre"- introduce en la mentira. Porque en realidad no es así: el hombre no es un absoluto, como si el yo pudiera aislarse y comportarse sólo según su propia voluntad. Esto va contra la verdad de nuestro ser. Nuestra verdad es que, ante todo, somos criaturas, criaturas de Dios y vivimos en relación con el Creador. Somos seres relacionales, y sólo entramos en la verdad aceptando nuestra relacionalidad; de lo contrario, caemos en la mentira y en ella, al final, nos destruimos.

Somos criaturas y, por tanto, dependemos del Creador. En la época de la Ilustración, sobre todo al ateísmo esto le parecía una dependencia de la que era necesario liberarse. Sin embargo, en realidad, esta dependencia sólo sería fatal si este Dios Creador fuera un tirano, no un Ser bueno; sólo si fuera como los tiranos humanos. En cambio, si este Creador nos ama y nuestra dependencia es estar en el espacio de su amor, en este caso la dependencia es precisamente libertad. En efecto, de este modo nos encontramos en la caridad del Creador, estamos unidos a él, a toda su realidad, a todo su poder. Por tanto este es el primer punto: ser criatura quiere decir ser amados por el Creador, estar en esta relación de amor que él nos da, con la que nos previene. De ahí deriva ante todo nuestra verdad, que es al mismo tiempo una llamada a la caridad.

Por eso, ver a Dios, orientarse a Dios, conocer a Dios, conocer la voluntad de Dios, insertarse en la voluntad, es decir, en el amor de Dios es entrar cada vez más en el espacio de la verdad. Y este camino del conocimiento de Dios, de la relación de amor con Dios, es la aventura extraordinaria de nuestra vida cristiana: porque en Cristo conocemos el rostro de Dios, el rostro de Dios que nos ama hasta la cruz, hasta el don de sí mismo.

Pero la relacionalidad propia de las criaturas implica también un segundo tipo de relación: estamos en relación con Dios, pero al mismo tiempo, como familia humana, también estamos en relación unos con otros. En otras palabras, libertad humana es, por una parte, estar en la alegría y en el espacio amplio del amor de Dios, pero implica también ser uno con el otro y para el otro. No hay libertad contra el otro. Si yo me absolutizo, me convierto en enemigo del otro; ya no podemos convivir y toda la vida se transforma en crueldad, en fracaso. Sólo una libertad compartida es una libertad humana; sólo estando juntos podemos entrar en la sinfonía de la libertad.

Así pues, este es otro punto de gran importancia: sólo aceptando al otro, sólo aceptando también la aparente limitación que supone para mi libertad respetar la libertad del otro, sólo insertándome en la red de dependencias que nos convierte, en definitiva, en una sola familia humana, estoy en camino hacia la liberación común.

Aquí aparece un elemento muy importante: ¿Cuál es la medida de compartir la libertad? Vemos que el hombre necesita orden, derecho, para que se pueda realizar su libertad, que es una libertad vivida en común. ¿Y cómo podemos encontrar este orden justo, en el que nadie sea oprimido, sino que cada uno pueda dar su propia contribución para formar esta especie de concierto de las libertades? Si no hay una verdad común del hombre como aparece en la visión de Dios, queda sólo el positivismo y se tiene la impresión de algo impuesto, incluso de manera violenta. De ahí esta rebelión contra el orden y el derecho, como si se tratara de una esclavitud.

Pero si podemos encontrar en nuestra naturaleza el orden del Creador, el orden de la verdad, que da a cada uno su sitio, precisamente el orden y el derecho pueden ser instrumentos de libertad contra la esclavitud del egoísmo. Servirnos unos a otros se convierte en instrumento de la libertad; y aquí podemos insertar toda una filosofía de la política según la doctrina social de la Iglesia, la cual nos ayuda a encontrar este orden común que da a cada uno su lugar en la vida común de la humanidad. La primera realidad que hay que respetar es, por tanto, la verdad: la libertad contra la verdad no es libertad. Servirnos unos a otros crea el espacio común de la libertad.

Y luego san Pablo prosigue diciendo: "Toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo"" (Ga 5, 14). En esta afirmación aparece el misterio del Dios encarnado, aparece el misterio de Cristo que en su vida, en su muerte, en su resurrección se convierte en la ley viviente. Inmediatamente, las primeras palabras de nuestra lectura -"Habéis sido llamados a la libertad"- aluden a este misterio. Hemos sido llamados por el Evangelio, hemos sido llamados realmente en el Bautismo, en la participación en la muerte y la resurrección de Cristo, y de esta forma hemos pasado de la "carne", del egoísmo, a la comunión con Cristo. Así estamos en la plenitud de la ley.

Probablemente todos conocéis las hermosas palabras de san Agustín: "Dilige et fac quod vis", "Ama y haz lo que quieras". Lo que dice san Agustín es verdad, si entendemos bien la palabra "amor". "Ama y haz lo que quieras", pero debemos estar realmente penetrados de la comunión con Cristo, debemos estar identificados con su muerte y su resurrección, debemos estar unidos a él en la comunión de su Cuerpo. En la participación de los sacramentos, en la escucha de la Palabra de Dios, la voluntad divina, la ley divina entra realmente en nuestra voluntad; nuestra voluntad se identifica con la suya; se convierten en una sola voluntad; así realmente somos libres, así en realidad podemos hacer lo que queramos, porque queremos con Cristo, queremos en la verdad y con la verdad.

Por tanto, pidamos al Señor que nos ayude en este camino que comenzó con el Bautismo, un camino de identificación con Cristo que se realiza siempre, continuamente, en la Eucaristía. En la Plegaria eucarística iii decimos: "Para que (...) formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu". Es un momento en el cual, a través de la Eucaristía y a través de nuestra verdadera participación en el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo, formamos un solo espíritu con él, nos identificamos con su voluntad, y así llegamos realmente a la libertad.

Detrás de las palabras "La ley está cumplida", detrás de estas palabras que se hacen realidad en la comunión con Cristo, aparecen juntamente con el Señor todas las figuras de los santos que han entrado en esta comunión con Cristo, en esta unidad del ser, en esta unidad con su voluntad. Aparece, sobre todo, la Virgen, en su humildad, en su bondad, en su amor. La Virgen nos da esta confianza, nos toma de la mano, nos guía, nos ayuda en el camino para unirnos a la voluntad de Dios, como ella lo hizo desde el primer momento, expresando esta unión en su "fiat".

Y, por último, después de estas cosas hermosas, una vez más en la carta se alude a la situación un poco triste de la comunidad de los Gálatas, cuando san Pablo dice: "Si os mordéis y os devoráis mutuamente, al menos no os destruyáis del todo unos a otros... Caminad según el Espíritu" (Ga 5, 15-16). Me parece que en esta comunidad, que ya no estaba en el camino de la comunión con Cristo, sino en el de la ley exterior de la "carne", emergen naturalmente también las polémicas y san Pablo dice: "Os convertís en fieras; uno muerde al otro". Así alude a las polémicas que nacen donde la fe degenera en intelectualismo y la humildad se sustituye con la arrogancia de creerse mejores que los demás.

Vemos cómo también hoy suceden cosas parecidas donde, en lugar de insertarse en la comunión con Cristo, en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, cada uno quiere ser superior al otro y con arrogancia intelectual quiere hacer creer que él es mejor. Así nacen las polémicas, que son destructivas; así nace una caricatura de la Iglesia, que debería ser una sola alma y un solo corazón.
En esta advertencia de san Pablo debemos encontrar también hoy un motivo de examen de conciencia: no debemos creernos superiores a los demás; debemos tener la humildad de Cristo, la humildad de la Virgen; debemos entrar en la obediencia de la fe. Precisamente así se abre realmente, también para nosotros, el gran espacio de la verdad y de la libertad en el amor.

Por último, demos gracias a Dios porque nos ha mostrado su rostro en Cristo, nos ha dado a la Virgen, nos ha dado a los santos, nos ha llamado a ser un solo cuerpo, un solo espíritu con él. Y pidámosle que nos ayude a insertarnos cada vez más en esta comunión con su voluntad, para encontrar así, con la libertad, el amor y la alegría.



Al final de la cena, el Santo Padre se despidió con estas palabras:

Me dicen que esperan aún unas palabras mías. Quizás ya he hablado demasiado, pero quiero expresar mi gratitud, mi alegría por estar con vosotros. En la conversación ahora a la mesa he aprendido algo más de la historia de Letrán, comenzando por Constantino, Sixto V y Benedicto XIV, el Papa Lambertini.

Así he visto todos los problemas de la historia y el renacimiento continuo de la Iglesia en Roma. Y he comprendido que en la discontinuidad de los acontecimientos exteriores está la gran continuidad de la unidad de la Iglesia en todos los tiempos. Y también sobre la composición del Seminario he comprendido que es expresión de la catolicidad de nuestra Iglesia. Procediendo de todos los continentes, somos una Iglesia y tenemos en común el futuro. Esperamos sólo que aumenten más las vocaciones porque, como ha dicho el rector, necesitamos trabajadores en la viña del Señor. ¡Gracias a todos vosotros!


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