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2011

Ultimo Aggiornamento: 13/04/2013 15:55
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ANGELUS - 01-01-2011

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
XLIV JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ


Plaza de San Pedro
Sábado 1 de enero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

En este primer Ángelus de 2011, dirijo a todos mi deseo de paz y de bien confiándolo a la intercesión de María santísima, a la que hoy celebramos como Madre de Dios. Al inicio de un nuevo año, el pueblo cristiano se reúne espiritualmente ante la cueva de Belén, donde la Virgen María dio a luz a Jesús. Pedimos a la Madre la bendición, y ella nos bendice mostrándonos a su Hijo: de hecho, él en persona es la Bendición. Dándonos a Jesús, Dios nos lo ha dado todo: su amor, su vida, la luz de la verdad, el perdón de los pecados; nos ha dado la paz. Sí, Jesús es nuestra paz (cf. Ef 2, 14). Él trajo al mundo la semilla del amor y de la paz, más fuerte que la semilla del odio y de la violencia; más fuerte porque el Nombre de Jesús es superior a cualquier otro nombre, contiene todo el señorío de Dios, como había anunciado el profeta Miqueas: «Y tú, Belén... De ti me nacerá el que debe gobernar... Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios. ¡Y él mismo será la paz!» (5, 1. 3-4).

Por esto, ante el icono de la Virgen Madre, la Iglesia en este día invoca de Dios, por medio de Jesucristo, el don de la paz: es la Jornada mundial de la paz, ocasión propicia para reflexionar juntos sobre los grandes desafíos que nuestra época plantea a la humanidad. Uno de ellos, dramáticamente urgente en nuestros días, es el de la libertad religiosa; por eso, este año he querido dedicar mi Mensaje a este tema: «Libertad religiosa, camino para la paz». Hoy asistimos a dos tendencias opuestas, dos extremos igualmente negativos: por una parte el laicismo, que a menudo solapadamente margina la religión para confinarla a la esfera privada; y por otra el fundamentalismo, que en cambio quisiera imponerla a todos con la fuerza. En realidad, «Dios llama a sí a la humanidad con un designio de amor que, a la vez que, implicando a toda la persona en su dimensión natural y espiritual, reclama una correspondencia en términos de libertad y responsabilidad, con todo el corazón y el propio ser, individual y comunitario» (Mensaje, 8). Donde se reconoce de forma efectiva la libertad religiosa, se respeta en su raíz la dignidad de la persona y, a través de una búsqueda sincera de la verdad y del bien, se consolida la conciencia moral y se refuerzan las instituciones y la convivencia civil (cf. ib. 5). Por esto la libertad religiosa es el camino privilegiado para construir la paz.

Queridos amigos, dirijamos de nuevo la mirada a Jesús, en brazos de María su Madre. Mirándolo a él, que es el «Príncipe de la paz» (Is 9, 5), comprendemos que la paz no se alcanza con las armas, ni con el poder económico, político, cultural y mediático. La paz es obra de conciencias que se abren a la verdad y al amor. Que Dios nos ayude a progresar en este camino durante el nuevo año que nos concede vivir.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, en el Mensaje para la Jornada de la paz de hoy subrayé que las grandes religiones pueden constituir un importante factor de unidad y de paz para la familia humana, y recordé, al respecto, que en este año 2011 se celebrará el 25° aniversario de la Jornada mundial de oración por la paz que el venerable Juan Pablo II convocó en Asís en 1986. Por esto, el próximo mes de octubre, iré como peregrino a la ciudad de san Francisco, invitando a unirse a este camino a los hermanos cristianos de las distintas confesiones, a los representantes de las tradiciones religiosas del mundo, y de forma ideal, a todos los hombres de buena voluntad, con el fin de recordar ese gesto histórico querido por mi predecesor y de renovar solemnemente el compromiso de los creyentes de todas las religiones de vivir la propia fe religiosa como servicio a la causa de la paz. Quien está en camino hacia Dios no puede menos de transmitir paz; quien construye paz no puede menos de acercarse a Dios. Os invito a acompañar esta iniciativa desde ahora con vuestra oración.

En este contexto deseo saludar y animar a cuantos, desde ayer por la noche y durante la jornada de hoy, en toda la Iglesia rezan por la paz y por la libertad religiosa. En Italia, la tradicional marcha organizada por la Conferencia episcopal italiana, Pax Christi y Cáritas tuvo lugar en Ancona, ciudad que acogerá el próximo mes de septiembre el Congreso eucarístico nacional. Aquí en Roma, y en otras ciudades del mundo, la Comunidad de San Egidio ha vuelto a proponer la iniciativa «Paz en todas las tierras»: saludo de corazón a cuantos han participado en ella. Saludo también a los miembros del Movimiento del amor familiar, que esta noche han velado en la plaza de San Pedro y en la diócesis de L'Aquila, rezando por la paz en las familias y entre las naciones.

(En español dijo)

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana en este primer día del año, octava de la Navidad. La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y también la Jornada mundial de la paz. Os invito a entrar en la escuela de la Virgen santísima, fiel discípula del Señor, para aprender de ella a acoger en la fe y en la oración la salvación que Dios quiere derramar sobre los que confían en su paz y amor misericordioso. ¡Feliz Año nuevo!


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ANGELUS - 02-01-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 2 de enero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Os renuevo a todos mis mejores deseos para el año nuevo y doy las gracias a cuantos me han enviado mensajes de cercanía espiritual. La liturgia de este domingo vuelve a proponer el Prólogo del Evangelio de san Juan, proclamado solemnemente en el día de Navidad. Este admirable texto expresa, en forma de himno, el misterio de la Encarnación, que predicaron los testigos oculares, los Apóstoles, especialmente san Juan, cuya fiesta, no por casualidad, se celebra el 27 de diciembre. Afirma san Cromacio de Aquileya que «Juan era el más joven de todos los discípulos del Señor; el más joven por edad, pero ya anciano por la fe» (Sermo II, 1 De Sancto Iohanne Evangelista: CCL 9a, 101). Cuando leemos: «En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1, 1), el Evangelista —al que tradicionalmente se compara con un águila— se eleva por encima de la historia humana escrutando las profundidades de Dios; pero muy pronto, siguiendo a su Maestro, vuelve a la dimensión terrena diciendo: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14). El Verbo es «una realidad viva: un Dios que… se comunica haciéndose él mismo hombre» (J. Ratzinger, Teologia della liturgia, LEV 2010, p. 618). En efecto, atestigua Juan, «puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1, 14). «Se rebajó hasta asumir la humildad de nuestra condición —comenta san León Magno— sin que disminuyera su majestad» (Tractatus XXI, 2: CCL 138, 86-87). Leemos también en el Prólogo: «De su plenitud hemos recibido todos, gracia por gracia» (Jn 1, 16). «¿Cuál es la primera gracia que hemos recibido? —se pregunta san Agustín, y responde— Es la fe». La segunda gracia, añade en seguida, es «la vida eterna» (Tractatus in Ioh. III, 8.9: ccl 36, 24.25).

Ahora me dirijo en lengua española a las miles de familias reunidas en Madrid para una gran manifestación.

Saludo con afecto a los numerosos pastores y fieles reunidos en la plaza de Colón, de Madrid, para celebrar con gozo el valor del matrimonio y la familia bajo el lema: «La familia cristiana, esperanza para Europa». Queridos hermanos, os invito a ser fuertes en el amor y a contemplar con humildad el Misterio de la Navidad, que continúa hablando al corazón y se convierte en escuela de vida familiar y fraterna. La mirada maternal de la Virgen María, la amorosa protección de san José y la dulce presencia del Niño Jesús son una imagen nítida de lo que ha de ser cada una de las familias cristianas, auténticos santuarios de fidelidad, respeto y comprensión, en los que también se transmite la fe, se fortalece la esperanza y se enardece la caridad. Aliento a todos a vivir con renovado entusiasmo la vocación cristiana en el seno del hogar, como genuinos servidores del amor que acoge, acompaña y defiende la vida. Haced de vuestras casas un verdadero semillero de virtudes y un espacio sereno y luminoso de confianza, en el que, guiados por la gracia de Dios, se pueda sabiamente discernir la llamada del Señor, que sigue invitando a su seguimiento. Con estos sentimientos, encomiendo fervientemente a la Sagrada Familia de Nazaret los propósitos y frutos de ese encuentro, para que sean cada vez más las familias en las que reine la alegría, la entrega mutua y la generosidad. Que Dios os bendiga siempre.

Pidamos a la Virgen María, a quien el Señor encomendó como Madre al «discípulo al que él amaba», la fuerza de comportarnos como hijos «nacidos de Dios» (cf. Jn 1, 13), acogiéndonos unos a otros y manifestando así el amor fraterno.

Después del Ángelus

Ayer por la mañana recibimos con dolor la noticia del grave atentado contra la comunidad cristiana copta perpetrado en Alejandría de Egipto. Este vil gesto de muerte, al igual que el de colocar bombas, como sucede ahora, cerca de las casas de los cristianos en Irak para obligarlos a irse, ofende a Dios y a toda la humanidad, que precisamente ayer rezó por la paz y comenzó con esperanza un nuevo año. Ante esta estrategia de violencia que tiene como blanco a los cristianos, y tiene consecuencias para toda la población, pido por las víctimas y sus familiares, y aliento a las comunidades eclesiales a perseverar en la fe y en el testimonio de no violencia que nos viene del Evangelio. Asimismo, pienso en los numerosos agentes pastorales asesinados en 2010 en distintas partes del mundo: a ellos va igualmente nuestro afectuoso recuerdo delante del Señor. Permanezcamos unidos en Cristo, nuestra esperanza y nuestra paz.

(En lengua española)

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana. La liturgia de este tiempo de Navidad nos conduce a contemplar con asombro a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, el Emmanuel. Os invito en estos días santos a abrir vuestras almas a este misterio de infinito amor. Que a ello os ayude la santísima Virgen María y san José, cuya protección invoco sobre todas las familias, particularmente sobre las que se encuentran en dificultad o están probadas por la incomprensión y la división. El Salvador, luz del mundo, conceda a todas la gracia para superar cualquier contrariedad, a fin de que de este modo puedan avanzar siempre por el camino del bien. ¡Feliz domingo!


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ANGELUS - 06-01-2011

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


Plaza de San Pedro
Jueves 6 de enero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Hemos celebrado en la basílica la fiesta de la Epifanía —disculpad mi retraso—. Epifanía quiere decir manifestación de Jesús a todos los pueblos, representados hoy por los Magos, que llegaron a Belén desde Oriente para rendir homenaje al Rey de los judíos, cuyo nacimiento habían conocido por la aparición de una nueva estrella en el cielo (cf. Mt 2, 1-12). En efecto, antes de la llegada de los Magos, el conocimiento de este hecho apenas había superado el círculo familiar: además de María y José, y probablemente de otros parientes, sólo era conocido por los pastores de Belén, los cuales, al oír el gozoso anuncio, habían acudido a ver al Niño mientras aún se hallaba recostado en el pesebre. Así, la venida del Mesías, el esperado de las naciones, anunciado por los profetas, inicialmente permanecía en el ocultamiento. Precisamente hasta que llegaron a Jerusalén aquellos personajes misteriosos, los Magos, solicitando noticias acerca del «Rey de los judíos» recién nacido. Obviamente, tratándose de un rey, se dirigieron al palacio real, donde residía Herodes. Pero este no sabía nada de dicho nacimiento y, muy preocupado, convocó inmediatamente a los sacerdotes y los escribas, los cuales, basándose en la célebre profecía de Miqueas (cf. 5, 1), afirmaron que el Mesías debía nacer en Belén. Y, de hecho, tras reanudar su camino en esa dirección, los Magos vieron de nuevo la estrella, que los guió hasta el lugar donde se encontraba Jesús. Al entrar, se postraron y lo adoraron, ofreciendo dones simbólicos: oro, incienso y mirra. He aquí la epifanía, la manifestación: la venida y la adoración de los Magos es el primer signo de la identidad singular del Hijo de Dios, que también es Hijo de la Virgen María. Desde entonces comenzó a propagarse la pregunta que acompañará toda la vida de Cristo y que de diversas maneras atraviesa los siglos: ¿quién es este Jesús?

Queridos amigos, esta es la pregunta que la Iglesia quiere suscitar en el corazón de todos los hombres: ¿quién es Jesús? Este es el anhelo espiritual que impulsa su misión: dar a conocer a Jesús, su Evangelio, para que todos los hombres puedan descubrir en su rostro humano el rostro de Dios, y ser iluminados por su misterio de amor. La Epifanía anuncia la apertura universal de la Iglesia, su llamada a evangelizar a todos los pueblos. Pero la Epifanía nos dice también de qué modo la Iglesia realiza esta misión: reflejando la luz de Cristo y anunciando su Palabra. Los cristianos están llamados a imitar el servicio que prestó la estrella a los Magos. Debemos brillar como hijos de la luz, para atraer a todos a la belleza del reino de Dios. Y a todos los que buscan la verdad debemos ofrecerles la Palabra de Dios, que lleva a reconocer en Jesús «el Dios verdadero y la vida eterna» (1 Jn 5, 20).

Una vez más, sentimos en nosotros un profundo agradecimiento a María, la Madre de Jesús. Ella es la imagen perfecta de la Iglesia que da al mundo la luz de Cristo: es la Estrella de la evangelización. «Respice Stellam», nos dice san Bernardo: mira la Estrella, tú que andas buscando la verdad y la paz; dirige tu mirada a María, y ella te mostrará a Jesús, luz para todos los hombres y para todos los pueblos.

Después del Ángelus

Dirijo de corazón mi saludo y mi más ferviente felicitación a los hermanos y las hermanas de las Iglesias orientales que mañana celebrarán la santa Navidad. Que la bondad de Dios, manifestada en Jesucristo, Verbo encarnado, fortalezca en todos la fe, la esperanza y la caridad, y conforte a las comunidades que sufren pruebas.

Recuerdo, además, que la Epifanía es la Jornada de la infancia misionera, propuesta por la Obra pontificia de la Santa Infancia. Muchos niños y muchachos, organizados en las parroquias y en las escuelas, forman una red espiritual y de solidaridad para ayudar a sus coetáneos que pasan más dificultades. Es muy hermoso e importante que los niños crezcan con una mentalidad abierta al mundo, con sentimientos de amor y fraternidad, superando el egocentrismo y el consumismo. Queridos niños y muchachos, con vuestra oración y vuestro compromiso colaboráis en la misión de la Iglesia. Os doy las gracias por esto y os bendigo.

(En español)

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, y en particular a la Iglesia en Nicaragua, que hoy conmemora el 50º aniversario de «Radio Católica». Les aliento a seguir difundiendo con fidelidad el mensaje del Evangelio. Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía. En la imagen de los Magos de Oriente la Iglesia contempla a todos los pueblos de la tierra que reconocen a Jesús como Señor de las naciones. Siguiendo el ejemplo de la Virgen María, que acogió con fe a su Hijo, abrid vuestros corazones a la Palabra divina para que, guiados por su luz, salgáis al encuentro de quienes están necesitados de amor y misericordia. ¡Feliz fiesta para todos!


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ANGELUS - 09-01-2011

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR


Plaza de San Pedro
Domingo 9 de enero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Iglesia celebra el Bautismo del Señor, fiesta que concluye el tiempo litúrgico de la Navidad. Este misterio de la vida de Cristo muestra visiblemente que su venida en la carne es el acto sublime de amor de las tres personas divinas. Podemos decir que desde este solemne acontecimiento la acción creadora, redentora y santificadora de la santísima Trinidad será cada vez más manifiesta en la misión pública de Jesús, en su enseñanza, en sus milagros, en su pasión, muerte y resurrección. En efecto, leemos en el Evangelio según san Mateo que «bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”» (3, 16-17). El Espíritu Santo «mora» en el Hijo y da testimonio de su divinidad, mientras la voz del Padre, proveniente de los cielos, expresa la comunión de amor. «La conclusión de la escena del bautismo nos dice que Jesús ha recibido esta “unción” verdadera, que él es el Ungido [el Cristo] esperado» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 49), como confirmación de la profecía de Isaías: «He aquí mi siervo que yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma» (Is 42, 1). Verdaderamente es el Mesías, el Hijo del Altísimo que, al salir de las aguas del Jordán, establece la regeneración en el Espíritu y da, a quienes lo deseen, la posibilidad de convertirse en hijos de Dios. De hecho, no es casualidad que todo bautizado adquiera el carácter de hijo a partir del nombre cristiano, signo inconfundible de que el Espíritu Santo hace nacer «de nuevo» al hombre del seno de la Iglesia. El beato Antonio Rosmini afirma que «el bautizado sufre una operación secreta pero potentísima, por la cual es elevado al orden sobrenatural, es puesto en comunicación con Dios» (Del principio supremo della metodica…, Turín 1857, n. 331). Todo esto se ha verificado de nuevo esta mañana, durante la celebración eucarística en la Capilla Sixtina, donde he conferido el sacramento del Bautismo a veintiún recién nacidos.

Queridos amigos, el Bautismo es el inicio de la vida espiritual, que encuentra su plenitud por medio de la Iglesia. En la hora propicia del sacramento, mientras la comunidad eclesial reza y encomienda a Dios un nuevo hijo, los padres y los padrinos se comprometen a acoger al recién bautizado sosteniéndolo en la formación y en la educación cristiana. Es una gran responsabilidad, que deriva de un gran don. Por esto, deseo alentar a todos los fieles a redescubrir la belleza de ser bautizados y pertenecer así a la gran familia de Dios, y a dar testimonio gozoso de la propia fe, a fin de que esta fe produzca frutos de bien y de concordia.

Lo pedimos por intercesión de la santísima Virgen María, Auxilio de los cristianos, a quien encomendamos a los padres que se están preparando al Bautismo de sus hijos, al igual que a los catequistas. Que toda la comunidad participe de la alegría del renacimiento del agua y del Espíritu Santo.

Después del Ángelus

En el contexto de la oración mariana, deseo reservar un recuerdo especial para la población de Haití, un año después del terrible terremoto, al cual lamentablemente ha seguido también una grave epidemia de cólera. El cardenal Robert Sarah, presidente del Consejo pontificio «Cor unum», viaja hoy a esa isla caribeña, para expresar mi constante cercanía y la de toda la Iglesia.

Saludo al grupo de parlamentarios italianos, aquí presentes, y les agradezco su compromiso, compartido con otros colegas, en favor de la libertad religiosa. Con ellos saludo también a los fieles coptos aquí presentes, a los que expreso de nuevo mi cercanía.


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ANGELUS - 16-01-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 16 de enero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

En este domingo se celebra la Jornada mundial del emigrante y del refugiado, que cada año nos invita a reflexionar sobre la experiencia de tantos hombres y mujeres, y de tantas familias, que abandonan su propio país en busca de mejores condiciones de vida. Esta migración a veces es voluntaria; otras veces, por desgracia, es forzada por guerras o persecuciones, y con frecuencia, como sabemos, se realiza en condiciones dramáticas. Por esto, se instituyó hace sesenta años el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados. En la fiesta de la Sagrada Familia, inmediatamente después de Navidad, recordamos que también los padres de Jesús tuvieron que huir de su tierra y refugiarse en Egipto para salvar la vida de su niño: el Mesías, el Hijo de Dios fue un refugiado. La Iglesia, desde siempre, vive en su interior la experiencia de la migración. A veces, lamentablemente, los cristianos se ven obligados a abandonar su tierra, con sufrimiento, empobreciendo así a los países en los que han vivido sus antepasados. Por otro lado, los desplazamientos voluntarios de los cristianos, por diferentes motivos, de una ciudad a otra, de un país a otro, de un continente a otro, son una ocasión para incrementar el dinamismo misionero de la Palabra de Dios y permiten que el testimonio de la fe circule más en el Cuerpo místico de Cristo, atravesando los pueblos y las culturas, y alcanzando nuevas fronteras, nuevos ambientes.

«Una sola familia humana» es el tema del Mensaje que he enviado con motivo de esta Jornada. Un tema que indica el fin, la meta del gran viaje de la humanidad a través de los siglos: formar una sola familia, naturalmente con todas las diferencias que la enriquecen, pero sin barreras, reconociéndonos todos como hermanos. El concilio Vaticano II afirma: «Todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra» (Nostra aetate, 1). La Iglesia —sigue diciendo el Concilio— «es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1). Por esto, es fundamental que los cristianos, aunque estén esparcidos por todo el mundo y, por eso, tengan diferentes culturas y tradiciones, sean uno, como quiere el Señor.

Este es el objetivo de la «Semana de oración por la unidad de los cristianos», que tendrá lugar en los próximos días, del 18 al 25 de enero. Este año se inspira en un pasaje de los Hechos de los Apóstoles: «Perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Mañana, la Jornada de diálogo judeocristiano precede a la Semana de oración por la unidad de los cristianos: la cercanía de ambas es muy significativa, pues recuerda la importancia de las raíces comunes que unen a judíos y cristianos.

Al dirigirnos a la Virgen María, con la oración del Ángelus, encomendamos a su protección a todos los emigrantes y a quienes están comprometidos en el trabajo pastoral entre ellos. Que María, Madre de la Iglesia, nos obtenga, además, avanzar en el camino hacia la plena comunión de todos los discípulos de Cristo.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas: como sabéis, el 1 de mayo próximo, tendré la alegría de proclamar beato al venerable Papa Juan Pablo II, mi amado predecesor. La fecha escogida es muy significativa: será el II domingo de Pascua, que él mismo dedicó a la Divina Misericordia, y en cuya vigilia terminó su vida terrena. Quienes lo conocieron, quienes lo estimaron y amaron, no podrán menos de alegrarse con la Iglesia por este acontecimiento. ¡Estamos felices!

Deseo asegurar mi particular recuerdo en la oración por las poblaciones de Australia, Brasil, Filipinas y Sri Lanka, recientemente golpeadas por devastadoras inundaciones. Que el Señor acoja las almas de los difuntos, dé fuerza a los desplazados y sostenga el compromiso de quienes se están prodigando para aliviar sufrimientos y dificultades.


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ANGELUS - 23-01-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 23 de enero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

En estos días, del 18 al 25 de enero, se está llevando a cabo la Semana de oración por la unidad de los cristianos. El tema de este año es un pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles, que resume en pocas palabras la vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén: «Perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Es muy significativo que hayan propuesto este tema las Iglesias y comunidades cristianas de Jerusalén, reunidas en espíritu ecuménico. Sabemos cuántas pruebas deben afrontar los hermanos y hermanas de Tierra Santa y Oriente Medio. Por tanto, su servicio es todavía más valioso, avalorado por un testimonio que, en ciertos casos, ha llegado hasta el sacrificio de la vida. Por eso, mientras acogemos con alegría los puntos de reflexión que nos dan las comunidades que viven en Jerusalén, les expresamos nuestra cercanía, y esto se convierte en un factor más de comunión para todos.

También hoy, para ser en el mundo signo e instrumento de íntima unión con Dios y de unidad entre los hombres, los cristianos debemos basar nuestra vida en estos cuatro «ejes»: la vida fundada en la fe de los Apóstoles transmitida en la Tradición viva de la Iglesia, la comunión fraterna, la Eucaristía y la oración. Sólo de este modo, permaneciendo firmemente unida a Cristo, la Iglesia puede cumplir eficazmente su misión, pese a los límites y las faltas de sus miembros, pese a las divisiones, que ya el Apóstol Pablo tuvo que afrontar en la comunidad de Corinto, como recuerda la segunda lectura bíblica de este domingo, donde dice: «Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir» (1, 10). El Apóstol, en efecto, había sabido que en la comunidad cristiana de Corinto habían surgido discordias y divisiones; por eso, con gran firmeza, añade: «¿Está dividido Cristo?» (1, 13). Al decir esto, afirma que toda división en la Iglesia es una ofensa a Cristo; y, al mismo tiempo, que es siempre en él, única Cabeza y único Señor, en quien podemos volver a encontrarnos unidos, por la fuerza inagotable de su gracia.

Esta es, pues, la llamada siempre actual del Evangelio de hoy: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (Mt 4, 17). El compromiso serio de conversión a Cristo es el camino que lleva a la Iglesia, con los tiempos que Dios disponga, a la plena unidad visible. Un signo de ello son los encuentros ecuménicos que en estos días se multiplican en todo el mundo. Aquí, en Roma, además de estar presentes varias delegaciones ecuménicas, comenzará mañana una sesión de encuentro de la Comisión para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las antiguas Iglesias orientales. Y pasado mañana concluiremos la Semana de oración por la unidad de los cristianos con la solemne celebración de las Vísperas en la fiesta de la Conversión de San Pablo. Que en este camino nos acompañe siempre la Virgen María, Madre de la Iglesia.

Después del Ángelus

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana, en particular a los alumnos y profesores del Instituto Maestro Domingo, de Badajoz. En el transcurso de esta Semana de oración por la unidad de los cristianos, la liturgia nos urge, con el apóstol Pablo, a poner siempre el corazón en la salvación que Cristo ofrece, identificándonos cada día más con Él y apartándonos de todo lo que causa división. Que la amorosa intercesión de la Santísima Virgen María, aliente a todos los discípulos de su divino Hijo a edificar sin discordias el Reino de Dios, siendo en todas partes sal de la tierra y luz del mundo. Feliz domingo.


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11/04/2013 13:48

ANGELUS - 30-01-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 30 de enero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

En este cuarto domingo del tiempo ordinario, el Evangelio presenta el primer gran discurso que el Señor dirige a la gente, en lo alto de las suaves colinas que rodean el lago de Galilea. «Al ver Jesús la multitud —escribe san Mateo—, subió al monte: se sentó y se acercaron sus discípulos; y, tomando la palabra, les enseñaba» (Mt 5, 1-2). Jesús, nuevo Moisés, «se sienta en la “cátedra” del monte» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 92) y proclama «bienaventurados» a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los misericordiosos, a quienes tienen hambre de justicia, a los limpios de corazón, a los perseguidos (cf. Mt 5, 3-10). No se trata de una nueva ideología, sino de una enseñanza que viene de lo alto y toca la condición humana, precisamente la que el Señor, al encarnarse, quiso asumir, para salvarla. Por eso, «el Sermón de la montaña está dirigido a todo el mundo, en el presente y en el futuro y sólo se puede entender y vivir siguiendo a Jesús, caminando con él» (Jesús de Nazaret, p. 96). Las Bienaventuranzas son un nuevo programa de vida, para liberarse de los falsos valores del mundo y abrirse a los verdaderos bienes, presentes y futuros. En efecto, cuando Dios consuela, sacia el hambre de justicia y enjuga las lágrimas de los que lloran, significa que, además de recompensar a cada uno de modo sensible, abre el reino de los cielos. «Las Bienaventuranzas son la transposición de la cruz y la resurrección a la existencia del discípulo» (ib., p. 101). Reflejan la vida del Hijo de Dios que se deja perseguir, despreciar hasta la condena a muerte, a fin de dar a los hombres la salvación.

Un antiguo eremita afirma: «Las Bienaventuranzas son dones de Dios, y debemos estarle muy agradecidos por ellas y por las recompensas que de ellas derivan, es decir, el reino de los cielos en el siglo futuro, la consolación aquí, la plenitud de todo bien y misericordia de parte de Dios… una vez que seamos imagen de Cristo en la tierra» (Pedro de Damasco, en Filocalia, vol. 3, Turín 1985, p. 79). El Evangelio de las Bienaventuranzas se comenta con la historia misma de la Iglesia, la historia de la santidad cristiana, porque —como escribe san Pablo— «Dios ha escogido lo débil del mundo para humillar lo poderoso; ha escogido lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta» (1 Co 1, 27-28). Por esto la Iglesia no teme la pobreza, el desprecio, la persecución en una sociedad a menudo atraída por el bienestar material y por el poder mundano. San Agustín nos recuerda que «lo que ayuda no es sufrir estos males, sino soportarlos por el nombre de Jesús, no sólo con espíritu sereno, sino incluso con alegría» (De sermone Domini in monte, I, 5, 13: CCL 35, 13).

Queridos hermanos y hermanas, invoquemos a la Virgen María, la Bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza para buscar al Señor (cf. So 2, 3) y seguirlo siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas.

Después del Ángelus

Este domingo se celebra la «Jornada mundial de los enfermos de lepra», promovida en los años 50 del siglo pasado por Raoul Follereau y reconocida oficialmente por la ONU. La lepra, aunque está retrocediendo, lamentablemente todavía afecta a muchas personas en condiciones de grave miseria. Aseguro a todos los enfermos una oración especial, que extiendo a cuantos los asisten y, de diversos modos, trabajan por eliminar la enfermedad de Hansen. Saludo en particular a la Asociación italiana Amigos de Raoul Follereau, que cumple 50 años de actividad.

En los próximos días, en varios países de Extremo Oriente se celebra, con alegría, especialmente en la intimidad de las familias, el fin de año lunar. A todos esos grandes pueblos les deseo de corazón serenidad y prosperidad.

Asimismo, hoy se celebra la «Jornada internacional de intercesión por la paz en Tierra Santa». Me asocio al Patriarca latino de Jerusalén y al Custodio de Tierra Santa invitando a todos a orar al Señor a fin de que haga que las mentes y los corazones converjan en proyectos concretos de paz.

Me alegra dirigir un cordial saludo a los muchachos y muchachas de la Acción católica de la diócesis de Roma, con el cardenal vicario Agostino Vallini a la cabeza. Queridos muchachos, también este año habéis venido en gran número, al término de vuestra «Caravana de la paz», cuyo lema ha sido: «Contamos con la paz».


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11/04/2013 18:33

ANGELUS - 06-02-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 6 de febrero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

En el Evangelio de este domingo el Señor Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Mediante estas imágenes llenas de significado, quiere transmitirles el sentido de su misión y de su testimonio. La sal, en la cultura de Oriente Medio, evoca varios valores como la alianza, la solidaridad, la vida y la sabiduría. La luz es la primera obra de Dios creador y es fuente de la vida; la misma Palabra de Dios es comparada con la luz, como proclama el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 119, 105). Y también en la liturgia de hoy, el profeta Isaías dice: «Cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía» (58, 10). La sabiduría resume en sí los efectos benéficos de la sal y de la luz: de hecho, los discípulos del Señor están llamados a dar nuevo «sabor» al mundo, y a preservarlo de la corrupción, con la sabiduría de Dios, que resplandece plenamente en el rostro del Hijo, porque él es la «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). Unidos a él, los cristianos pueden difundir en medio de las tinieblas de la indiferencia y del egoísmo la luz del amor de Dios, verdadera sabiduría que da significado a la existencia y a la actuación de los hombres.

El próximo 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, celebraremos la Jornada mundial del enfermo. Es ocasión propicia para reflexionar, para rezar y para acrecentar la sensibilidad de las comunidades eclesiales y de la sociedad civil hacia los hermanos y las hermanas enfermos. En el Mensaje para esta Jornada, inspirado en una frase de la primera carta de san Pedro: «Por sus llagas habéis sido curados»» (2, 24), invito a todos a contemplar a Jesús, el Hijo de Dios, que sufrió, murió, pero resucitó. Dios se opone radicalmente a la prepotencia del mal. El Señor cuida del hombre en cada situación, comparte el sufrimiento y abre el corazón a la esperanza. Exhorto, por tanto, a todos los agentes sanitarios a reconocer en el enfermo no sólo un cuerpo marcado por la fragilidad, sino ante todo una persona, a la que es preciso dar toda la solidaridad y ofrecer respuestas adecuadas y competentes. En este contexto recuerdo, además, que hoy se celebra en Italia la «Jornada por la vida». Espero que todos se esfuercen por hacer que crezca la cultura de la vida, para poner en el centro, en cualquier circunstancia, el valor del ser humano. Según la fe y la razón, la dignidad de la persona no se puede reducir a sus facultades o a las capacidades que pueda manifestar y, por tanto, no disminuye cuando la persona es débil, inválida y necesitada de ayuda.

Queridos hermanos y hermanas, invocamos la intercesión maternal de la Virgen María, para que los padres, los abuelos, los profesores, los sacerdotes y cuantos trabajan en la educación formen a las generaciones jóvenes en la sabiduría del corazón, para que lleguen a la plenitud de la vida.



Después del Ángelus

En estos días, sigo con atención la delicada situación de la querida nación egipcia. Pido a Dios que esa tierra, bendecida por la presencia de la Sagrada Familia, vuelva a encontrar la tranquilidad y la convivencia pacífica, en el compromiso compartido por el bien común.

Dirijo un cordial saludo a las delegaciones de las facultades de medicina y cirugía de la Universidad de Roma, acompañadas por el cardenal vicario, con ocasión del congreso organizado por los departamentos de ginecología y obstetricia sobre el tema de la asistencia sanitaria en el embarazo. Cuando la investigación científica y tecnológica se guía por auténticos valores éticos es posible encontrar soluciones adecuadas para la acogida de la vida naciente y para la promoción de la maternidad. Espero que las nuevas generaciones de profesionales de la salud sean portadores de una renovada cultura de la vida.


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11/04/2013 18:34

ANGELUS - 13-02-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 13 de febrero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

En la Liturgia de este domingo prosigue la lectura del llamado «Sermón de la montaña» de Jesús, que comprende los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio de Mateo. Después de las «bienaventuranzas», que son su programa de vida, Jesús proclama la nueva Ley, su Torá, como la llaman nuestros hermanos judíos. En efecto, el Mesías, con su venida, debía traer también la revelación definitiva de la Ley, y es precisamente lo que Jesús declara: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud». Y, dirigiéndose a sus discípulos, añade: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5, 17.20). Pero ¿en qué consiste esta «plenitud» de la Ley de Cristo, y esta «mayor» justicia que él exige?

Jesús lo explica mediante una serie de antítesis entre los mandamientos antiguos y su modo proponerlos de nuevo. Cada vez comienza diciendo: «Habéis oído que se dijo a los antiguos...», y luego afirma: «Pero yo os digo...». Por ejemplo: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”; y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: “todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado”» (Mt 5, 21-22). Y así seis veces. Este modo de hablar suscitaba gran impresión en la gente, que se asustaba, porque ese «yo os digo» equivalía a reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, fuente de la Ley. La novedad de Jesús consiste, esencialmente, en el hecho que él mismo «llena» los mandamientos con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en él. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos hace capaces de vivir el amor divino. Por eso todo precepto se convierte en verdadero como exigencia de amor, y todos se reúnen en un único mandamiento: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. «La plenitud de la Ley es el amor», escribe san Pablo (Rm 13, 10). Ante esta exigencia, por ejemplo, el lamentable caso de los cuatro niños gitanos que murieron la semana pasada en la periferia de esta ciudad, en su chabola quemada, impone que nos preguntemos si una sociedad más solidaria y fraterna, más coherente en el amor, es decir, más cristiana, no habría podido evitar ese trágico hecho. Y esta pregunta vale para muchos otros acontecimientos dolorosos, más o menos conocidos, que acontecen diariamente en nuestras ciudades y en nuestros países.

Queridos amigos, quizás no es casualidad que la primera gran predicación de Jesús se llame «Sermón de la montaña». Moisés subió al monte Sinaí para recibir la Ley de Dios y llevarla al pueblo elegido. Jesús es el Hijo de Dios que descendió del cielo para llevarnos al cielo, a la altura de Dios, por el camino del amor. Es más, él mismo es este camino: lo único que debemos hacer es seguirle, para poner en práctica la voluntad de Dios y entrar en su reino, en la vida eterna. Una sola criatura ha llegado ya a la cima de la montaña: la Virgen María. Gracias a la unión con Jesús, su justicia fue perfecta: por esto la invocamos como Speculum iustitiae. Encomendémonos a ella, para que guíe también nuestros pasos en la fidelidad a la Ley de Cristo.

Después del Ángelus

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, y en particular a los fieles de la parroquia San Antonio Abad, de Cartagena, y a los alumnos del Instituto Suárez de Figueroa, de Zafra. Como nos enseñan las lecturas de la Misa del día de hoy, la voluntad de Dios se nos manifiesta como un camino de sabiduría, para que sepamos discernir el bien y el mal con libertad. Asimismo, mediante el cumplimiento fiel de la voluntad amorosa de Dios, Cristo nos ha salvado. Pidamos, por intercesión de la Virgen María, que sepamos abrir nuestro corazón a la acción poderosa del Espíritu Santo, para conformar nuestra vida con el querer de Dios. Feliz domingo.


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11/04/2013 18:36

ANGELUS - 20-02-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 20 de febrero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

En este séptimo domingo del tiempo ordinario, las lecturas bíblicas nos hablan de la voluntad de Dios de hacer partícipes a los hombres de su vida: «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo», se lee en el libro del Levítico (19, 1). Con estas palabras, y los preceptos que se siguen de ellas, el Señor invitaba al pueblo que se había elegido a ser fiel a la alianza con él caminando por sus senderos, y fundaba la legislación social sobre el mandamiento «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19, 18). Y si escuchamos a Jesús, en quien Dios asumió un cuerpo mortal para hacerse cercano a cada hombre y revelar su amor infinito por nosotros, encontramos esa misma llamada, ese mismo objetivo audaz. En efecto, dice el Señor: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). ¿Pero quién podría llegar a ser perfecto? Nuestra perfección es vivir como hijos de Dios cumpliendo concretamente su voluntad. San Cipriano escribía que «a la paternidad de Dios debe corresponder un comportamiento de hijos de Dios, para que Dios sea glorificado y alabado por la buena conducta del hombre» (De zelo et livore, 15: ccl 3a, 83).

¿Cómo podemos imitar a Jesús? Él dice: «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt 5, 44-45). Quien acoge al Señor en su propia vida y lo ama con todo su corazón es capaz de un nuevo comienzo. Logra cumplir la voluntad de Dios: realizar una nueva forma de vida animada por el amor y destinada a la eternidad. El apóstol san Pablo añade: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Co 3, 16). Si de verdad somos conscientes de esta realidad, y nuestra vida es profundamente plasmada por ella, entonces nuestro testimonio es claro, elocuente y eficaz. Un autor medieval escribió: «Cuando todo el ser del hombre se ha mezclado, por decirlo así, con el amor de Dios, entonces el esplendor de su alma se refleja también en el aspecto exterior» (Juan Clímaco, Scala Paradisi, XXX: pg 88, 1157 B), en la totalidad de su vida. «Gran cosa es el amor —leemos en el libro de la Imitación de Cristo—, y bien sobremanera grande; él solo hace ligero todo lo pesado, y lleva con igualdad todo lo desigual. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido de ninguna cosa baja. Nace de Dios y sólo en Dios puede encontrar descanso» (III, v, 3).

Queridos amigos, pasado mañana, 22 de febrero, celebraremos la fiesta de la Cátedra de San Pedro. A él, el primero de los Apóstoles, Cristo confió la tarea de Maestro y de Pastor para la guía espiritual del pueblo de Dios, para que este pueda elevarse hasta el cielo. Exhorto, por tanto, a todos los pastores a «asimilar el “nuevo estilo de vida” que el Señor Jesús inauguró y que los Apóstoles hicieron suyo» (Carta de convocatoria del Año sacerdotal: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de junio de 2009, p. 8). Invoquemos a la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos enseñe a amarnos unos a otros y a acogernos como hermanos, hijos del Padre celestial.

Después del Ángelus

La liturgia nos invita hoy a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, fuente de la reconciliación duradera. Un mensaje oportuno también para el pueblo colombiano, al que deseo hacer llegar mi cercanía y afecto con motivo de las diferentes iniciativas que se están llevan a cabo para conmemorar que, hace veinticinco años, mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, se puso en marcha «con la paz de Cristo, por los caminos de Colombia». Que Santa María la Virgen, Madre del Amor hermoso, acompañe los esfuerzos que en aquella querida nación latinoamericana, y en otras partes del mundo, se realizan para promover la fraternidad y la concordia entre todas las personas sin excepción alguna. ¡Feliz domingo!


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ANGELUS - 27-02-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 27 de febrero de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia de hoy se hace eco de una de las palabras más conmovedoras de la Sagrada Escritura. El Espíritu Santo nos la ha dado a través de la pluma del llamado «segundo Isaías», el cual, para consolar a Jerusalén, afligida por desventuras, dice así: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49, 15). Esta invitación a la confianza en el amor indefectible de Dios se nos presenta también en el pasaje, igualmente sugestivo, del evangelio de san Mateo, en el que Jesús exhorta a sus discípulos a confiar en la providencia del Padre celestial, que alimenta a los pájaros del cielo y viste a los lirios del campo, y conoce todas nuestras necesidades (cf. 6, 24-34). Así dice el Maestro: «No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso».

Ante la situación de tantas personas, cercanas o lejanas, que viven en la miseria, estas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o, incluso, evasivas. En realidad, el Señor quiere dar a entender con claridad que no es posible servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. Quien cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su reino, de su voluntad. Y eso es precisamente lo contrario del fatalismo o de un ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la ardua lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana. Es evidente que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo su verdad y validez para todos, se practica de maneras diferentes según las distintas vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos. En todo caso, sin embargo, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la relación con Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a sus gestos de salvación, hasta su pasión, muerte y resurrección. Jesús nos demostró lo que significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo y, al mismo tiempo, teniendo siempre el corazón en el cielo, sumergido en la misericordia de Dios.

Queridos amigos, a la luz de la Palabra de Dios de este domingo, os invito a invocar a la Virgen María con el título de Madre de la divina Providencia. A ella le encomendamos nuestra vida, el camino de la Iglesia y las vicisitudes de la historia. En particular, invocamos su intercesión para que todos aprendamos a vivir siguiendo un estilo más sencillo y sobrio en la actividad diaria y en el respeto de la creación, que Dios ha encomendado a nuestra custodia.


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11/04/2013 18:38

ANGELUS - 06-03-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 6 de marzo de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo presenta la conclusión del «Sermón de la montaña», donde el Señor Jesús, a través de la parábola de las dos casas, una construida sobre roca y otra sobre arena, invita a sus discípulos a escuchar sus palabras y a ponerlas en práctica (cf. Mt 7, 24). De este modo sitúa al discípulo y su camino de fe en el horizonte de la Alianza, constituida por la relación que Dios estableció con el hombre, a través del don de su Palabra, entrando en comunicación con nosotros. El concilio Vaticano II afirma: «Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía». (Dei Verbum, 2). «En esta visión, cada hombre se presenta como el destinatario de la Palabra, interpelado y llamado a entrar en este diálogo de amor mediante su respuesta libre» (Verbum Domini, 22). Jesús es la Palabra viva de Dios. Cuando enseñaba, la gente reconocía en sus palabras la misma autoridad divina, sentía la cercanía del Señor, su amor misericordioso, y alababa a Dios. En toda época y en todo lugar, quien tiene la gracia de conocer a Jesús, especialmente a través de la lectura del santo Evangelio, queda fascinado con él, reconociendo que en su predicación, en sus gestos, en su Persona, él nos revela el verdadero rostro de Dios, y al mismo tiempo nos revela a nosotros mismos, nos hace sentir la alegría de ser hijos del Padre que está en el cielo, indicándonos la base sólida sobre la cual debemos edificar nuestra vida.

Pero a menudo el hombre no construye su obrar, su existencia, sobre esta identidad, y prefiere las arenas de las ideologías, del poder, del éxito y del dinero, pensando encontrar en ellos estabilidad y la respuesta a la insuprimible demanda de felicidad y de plenitud que lleva en su alma. Y nosotros, ¿sobre qué queremos construir nuestra vida? ¿Quién puede responder verdaderamente a la inquietud de nuestro corazón? ¡Cristo es la roca de nuestra vida! Él es la Palabra eterna y definitiva que no hace temer ningún tipo de adversidad, de dificultad, de molestia (cf. Verbum Domini, 10). Que la Palabra de Dios impregne toda nuestra vida, nuestro pensamiento y nuestra acción, como proclama la primera lectura de la liturgia de hoy, tomada del libro del Deuteronomio: «Meted estas palabras mías en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a la muñeca como un signo y ponedlas de señal en vuestra frente» (11, 18). Queridos hermanos, os exhorto a dedicar tiempo cada día a la Palabra de Dios, a alimentaros de ella, a meditarla continuamente. Es una ayuda preciosa también para evitar un activismo superficial, que puede satisfacer por un momento el orgullo, pero que al final nos deja vacíos e insatisfechos.

Invocamos la ayuda de la Virgen María, cuya existencia estuvo marcada por la fidelidad a la Palabra de Dios. La contemplamos en la Anunciación, al pie de la cruz, y ahora, partícipe de la gloria de Cristo resucitado. Como ella, queremos renovar nuestro «sí» y encomendar con confianza a Dios nuestro camino.

Después del Ángelus

Sigo continuamente y con gran preocupación las tensiones que en estos días se registran en diversos países de África y de Asia. Pido al Señor Jesús que el conmovedor sacrificio de la vida del ministro pakistaní Shahbaz Bhatti despierte en las conciencias la valentía y el compromiso de tutelar la libertad religiosa de todos los hombres y, de esta forma, promover su igual dignidad. Mi pensamiento y mi preocupación se dirigen también a Libia, donde los recientes enfrentamientos han provocado numerosos muertos y una creciente crisis humanitaria. A todas las víctimas y a aquellos que se encuentran en situaciones angustiosas aseguro mi oración y mi cercanía, mientras pido asistencia y socorro para las poblaciones afectadas.

(En español)

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, y en particular a los fieles de las parroquias San Francisco de Asís, de Murcia, y San Francisco Javier, de Los Barreros-Cartagena. Jesús nos dice en el Evangelio de este domingo que quien escucha sus palabras y las pone en práctica se parece a un hombre que construye su casa sobre roca. Esta roca firme sobre la que podemos construir nuestra vida es la fe en la Palabra de Dios. Fijando nuestros ojos en la Virgen María, aprendamos de ella a cumplir en todo momento la voluntad del Padre celestial para que, con la ayuda de la gracia divina, seamos transformados en imagen de Cristo y demos un testimonio eficaz de su vida y enseñanzas. ¡Feliz domingo!


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11/04/2013 18:39

ANGELUS - 13-03-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 13 de marzo de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy es el primer domingo de Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días que constituye en la Iglesia un camino espiritual de preparación para la Pascua. Se trata, en definitiva, de seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de su misión de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero esta afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma palabra «pecado», pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado. Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras —la sombra sólo aparece cuando hay sol—, del mismo modo el eclipse de Dios conlleva necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado —que no es lo mismo que el «sentido de culpa», como lo entiende la psicología—, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere, atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: «Contra ti —dice David, dirigiéndose a Dios—, contra ti sólo pequé» (Sal 51, 6).

Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador. Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar a la humanidad, Dios interviene: lo vemos en toda la historia del pueblo judío, desde la liberación de Egipto. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del pecado. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los hombres del dominio de Satanás, «origen y causa de todo pecado». Lo envió a nuestra carne mortal para que se convirtiera en víctima de expiación, muriendo por nosotros en la cruz. Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se ha opuesto con todas sus fuerzas, como lo demuestra en particular el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, que se proclama cada año en el primer domingo de Cuaresma. De hecho, entrar en este tiempo litúrgico significa ponerse cada vez del lado de Cristo contra el pecado, afrontar —sea como individuos sea como Iglesia— el combate espiritual contra el espíritu del mal (Miércoles de Ceniza, oración colecta).

Por eso, invocamos la ayuda maternal de María santísima para el camino cuaresmal que acaba de comenzar, a fin de que abunde en frutos de conversión. Pido un recuerdo especial en la oración por mí y por mis colaboradores de la Curia romana, que esta tarde comenzaremos la semana de ejercicios espirituales.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, las imágenes del trágico terremoto y del consiguiente tsunami en Japón nos han impresionando profundamente a todos. Deseo renovar mi cercanía espiritual a las queridas poblaciones de ese país, que con dignidad y valentía están afrontando las consecuencias de esas calamidades. Rezo por las víctimas y por sus familiares, así como por todos los que sufren a causa de estos tremendos sucesos. Aliento a todos los que, con encomiable rapidez, se están comprometiendo para llevar ayuda. Permanezcamos unidos en la oración. ¡El Señor está cerca de nosotros!

* * *

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana, en particular al grupo de ucranianos llegados desde España y a los fieles de las parroquias de san Nicolás, de Plasencia y san Francisco de Sales, de Mérida. En este tiempo de Cuaresma, la imagen del desierto nos invita a recogernos interiormente y, con espíritu de penitencia, progresar en nuestro camino espiritual. Que apoyados en la Palabra de Dios y guiados por el ejemplo del Salvador vivamos con alegría y aprovechemos este tiempo de gracia. Os ruego también un recuerdo particular por mí y por mis colaboradores de la Curia romana, que esta tarde comenzaremos los ejercicios espirituales. Feliz domingo.


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11/04/2013 18:40

ANGELUS - 20-03-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 20 de marzo de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias al Señor que me ha permitido vivir en los días pasados los ejercicios espirituales, y me siento agradecido a cuantos me han manifestado su cercanía con la oración. Este domingo, segundo de Cuaresma, se suele denominar de la Transfiguración, porque el Evangelio narra este misterio de la vida de Cristo. Él, tras anunciar a sus discípulos su pasión, «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (Mt 17, 1-2). Según los sentidos, la luz del sol es la más intensa que se conoce en la naturaleza, pero, según el espíritu, los discípulos vieron, por un breve tiempo, un esplendor aún más intenso, el de la gloria divina de Jesús, que ilumina toda la historia de la salvación. San Máximo el Confesor afirma que «los vestidos que se habían vuelto blancos llevaban el símbolo de las palabras de la Sagrada Escritura, que se volvían claras, transparentes y luminosas» (Ambiguum 10: pg 91, 1128 b).

Dice el Evangelio que, junto a Jesús transfigurado, «aparecieron Moisés y Elías conversando con él» (Mt 17, 3); Moisés y Elías, figura de la Ley y de los Profetas. Fue entonces cuando Pedro, extasiado, exclamó: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mt 17, 4). Pero san Agustín comenta diciendo que nosotros tenemos sólo una morada: Cristo; él «es la Palabra de Dios, Palabra de Dios en la Ley, Palabra de Dios en los Profetas» (Sermo De Verbis Ev. 78, 3: pl 38, 491). De hecho, el Padre mismo proclama: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo» (Mt 17, 5). La Transfiguración no es un cambio de Jesús, sino que es la revelación de su divinidad, «la íntima compenetración de su ser con Dios, que se convierte en luz pura. En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de Luz» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 361). Pedro, Santiago y Juan, contemplando la divinidad del Señor, se preparan para afrontar el escándalo de la cruz, como se canta en un antiguo himno: «En el monte te transfiguraste y tus discípulos, en la medida de su capacidad, contemplaron tu gloria, para que, viéndote crucificado, comprendieran que tu pasión era voluntaria y anunciaran al mundo que tú eres verdaderamente el esplendor del Padre» (Kontákion eis ten metamórphosin, en: Menaia, t. 6, Roma 1901, 341).

Queridos amigos, participemos también nosotros de esta visión y de este don sobrenatural, dando espacio a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios. Además, especialmente en este tiempo de Cuaresma, os exhorto, como escribe el siervo de Dios Pablo vi, «a responder al precepto divino de la penitencia con algún acto voluntario, además de las renuncias impuestas por el peso de la vida diaria» (const. ap. Pænitemini, 17 de febrero de 1966, iii, c: aas 58 [1966] 182). Invoquemos a la Virgen María, para que nos ayude a escuchar y seguir siempre al Señor Jesús, hasta la pasión y la cruz, para participar también en su gloria.

Después del Ángelus

Llamamiento por la paz en Libia

En los días pasados las preocupantes noticias que llegaban de Libia han suscitado también en mí viva inquietud y temor. Por ello hice particular oración al Señor durante la semana de los ejercicios espirituales. Sigo ahora los últimos acontecimientos con gran preocupación, rezo por quienes están implicados en la dramática situación de ese país y dirijo un apremiante llamamiento a cuantos tienen responsabilidades políticas y militares, para que den prioridad, ante todo, a la incolumidad y la seguridad de los ciudadanos y garanticen el acceso a la ayuda humanitaria. A la población deseo asegurar mi afectuosa cercanía, mientras pido a Dios que un horizonte de paz y de concordia surja lo antes posible en Libia y en toda la región del norte de África

(En español)

En este segundo domingo de Cuaresma, la liturgia nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración. Jesús manifiesta el esplendor de su gloria, para testimoniar que la pasión es el camino de la resurrección. Os aliento, en este tiempo, a escuchar al Hijo predilecto del Padre, a alimentar vuestro espíritu con su Palabra y así renovar con gozo en la noche de Pascua los compromisos bautismales. ¡Feliz domingo!


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11/04/2013 18:41

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Domingo 27 de marzo de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Este tercer domingo de Cuaresma se caracteriza por el célebre diálogo de Jesús con la mujer samaritana, narrado por el evangelista san Juan. La mujer iba todos los días a sacar agua de un antiguo pozo, que se remontaba a los tiempos del patriarca Jacob, y ese día se encontró con Jesús, sentado, «cansado del camino» (Jn 4, 6). San Agustín comenta: «Hay un motivo en el cansancio de Jesús... La fuerza de Cristo te ha creado, la debilidad de Cristo te ha regenerado... Con la fuerza nos ha creado, con su debilidad vino a buscarnos» (In Ioh. Ev., 15, 2). El cansancio de Jesús, signo de su verdadera humanidad, se puede ver como un preludio de su pasión, con la que realizó la obra de nuestra redención. En particular, en el encuentro con la Samaritana, en el pozo, sale el tema de la «sed» de Cristo, que culmina en el grito en la cruz: «Tengo sed» (Jn 19, 28). Ciertamente esta sed, como el cansancio, tiene una base física. Pero Jesús, como dice también Agustín, «tenía sed de la fe de esa mujer» (In Ioh. Ev., 15, 11), al igual que de la fe de todos nosotros. Dios Padre lo envió para saciar nuestra sed de vida eterna, dándonos su amor, pero para hacernos este don Jesús pide nuestra fe. La omnipotencia del Amor respeta siempre la libertad del hombre; llama a su corazón y espera con paciencia su respuesta.

En el encuentro con la Samaritana, destaca en primer lugar el símbolo del agua, que alude claramente al sacramento del Bautismo, manantial de vida nueva por la fe en la gracia de Dios. En efecto, este Evangelio, como recordé en la catequesis del miércoles de Ceniza, forma parte del antiguo itinerario de preparación de los catecúmenos a la iniciación cristiana, que tenía lugar en la gran Vigilia de la noche de Pascua. «El que beba del agua que yo le daré —dice Jesús—, nunca más tendrá sed. El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4, 14). Esta agua representa al Espíritu Santo, el «don» por excelencia que Jesús vino a traer de parte de Dios Padre. Quien renace por el agua y el Espíritu Santo, es decir, en el Bautismo, entra en una relación real con Dios, una relación filial, y puede adorarlo «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23.24), como revela también Jesús a la mujer samaritana. Gracias al encuentro con Jesucristo y al don del Espíritu Santo, la fe del hombre llega a su cumplimiento, como respuesta a la plenitud de la revelación de Dios.

Cada uno de nosotros puede identificarse con la mujer samaritana: Jesús nos espera, especialmente en este tiempo de Cuaresma, para hablar a nuestro corazón, a mi corazón. Detengámonos un momento en silencio, en nuestra habitación, o en una iglesia, o en otro lugar retirado. Escuchemos su voz que nos dice: «Si conocieras el don de Dios...». Que la Virgen María nos ayude a no faltar a esta cita, de la que depende nuestra verdadera felicidad.

Después del Ángelus

Nuevo llamamiento por Libia

Ante las noticias, cada vez más dramáticas, que llegan de Libia, crece mi preocupación por la incolumidad y la seguridad de la población civil, y mi inquietud por la evolución de la situación, actualmente marcada por el uso de las armas. En los momentos de mayor tensión resulta más urgente la exigencia de recurrir a todos los medios de los que dispone la acción diplomática y apoyar toda señal, por más débil que sea, de apertura y de voluntad de reconciliación entre todas las partes implicadas, en la búsqueda de soluciones pacíficas y duraderas. Desde esta perspectiva, mientras elevo al Señor mi oración por la vuelta a la concordia en Libia y en toda la región del norte de África, dirijo un apremiante llamamiento a los organismos internacionales y a cuantos tienen responsabilidades políticas y militares, para el inmediato inicio de un diálogo que suspenda el uso de las armas.

Por último mi pensamiento se dirige a las autoridades y a los ciudadanos de Oriente Medio, donde en días pasados se han producido varios casos de violencia, para que también allí se privilegie el camino del diálogo y de la reconciliación en la búsqueda de una convivencia justa y fraterna.

(En italiano)

Saludo al cardenal Elio Sgreccia y a los participantes en el congreso sobre el tema «Niños no nacidos: el honor y la piedad», que ha recordado el sagrado respeto por los niños abortados.


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ANGELUS - 03-04-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 3 de abril de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

El itinerario cuaresmal que estamos viviendo es un tiempo especial de gracia, durante el cual podemos experimentar el don de la bondad del Señor para con nosotros. La liturgia de este domingo, denominado «Laetare», nos invita a alegrarnos, a regocijarnos, como proclama la antífona de entrada de la celebración eucarística: «Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos» (cf. Is 66, 10-11). ¿Cuál es la razón profunda de esta alegría? Nos lo dice el Evangelio de hoy, en el cual Jesús cura a un hombre ciego de nacimiento. La pregunta que el Señor Jesús dirige al que había sido ciego constituye el culmen de la narración: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?» (Jn 9, 35). Aquel hombre reconoce el signo realizado por Jesús y pasa de la luz de los ojos a la luz de la fe: «Creo, Señor» (Jn 9, 38). Conviene destacar cómo una persona sencilla y sincera, de modo gradual, recorre un camino de fe: en un primer momento encuentra a Jesús como un «hombre» entre los demás; luego lo considera un «profeta»; y, al final, sus ojos se abren y lo proclama «Señor». En contraposición a la fe del ciego curado se encuentra el endurecimiento del corazón de los fariseos que no quieren aceptar el milagro, porque se niegan a aceptar a Jesús como el Mesías. La multitud, en cambio, se detiene a discutir sobre lo acontecido y permanece distante e indiferente. A los propios padres del ciego los vence el miedo del juicio de los demás.

Y nosotros, ¿qué actitud asumimos frente a Jesús? También nosotros a causa del pecado de Adán nacimos «ciegos», pero en la fuente bautismal fuimos iluminados por la gracia de Cristo. El pecado había herido a la humanidad destinándola a la oscuridad de la muerte, pero en Cristo resplandece la novedad de la vida y la meta a la que estamos llamados. En él, fortalecidos por el Espíritu Santo, recibimos la fuerza para vencer el mal y obrar el bien. De hecho, la vida cristiana es una continua configuración con Cristo, imagen del hombre nuevo, para alcanzar la plena comunión con Dios. El Señor Jesús es «la luz del mundo» (Jn 8, 12), porque en él «resplandece el conocimiento de la gloria de Dios» (2 Co 4, 6) que sigue revelando en la compleja trama de la historia cuál es el sentido de la existencia humana. En el rito del Bautismo, la entrega de la vela, encendida en el gran cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, es un signo que ayuda a comprender lo que ocurre en el Sacramento. Cuando nuestra vida se deja iluminar por el misterio de Cristo, experimenta la alegría de ser liberada de todo lo que amenaza su plena realización. En estos días que nos preparan para la Pascua revivamos en nosotros el don recibido en el Bautismo, aquella llama que a veces corre peligro de apagarse. Alimentémosla con la oración y la caridad hacia el prójimo.

A la Virgen María, Madre de la Iglesia, encomendamos el camino cuaresmal, para que todos puedan encontrar a Cristo, Salvador del mundo.



Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Ayer fue el sexto aniversario de la muerte de mi amado predecesor, el venerable Juan Pablo II. Con motivo de su próxima beatificación, no he celebrado la tradicional misa en sufragio por él, pero lo he recordado con afecto en la oración, igual que, me parece, todos vosotros. Mientras nos preparamos, a través del camino cuaresmal, a la fiesta de Pascua, nos acercamos también al día en el que podremos venerar como beato a este gran Pontífice y testigo de Cristo, y encomendarnos todavía más a su intercesión.

Y en lengua española añadió:

La liturgia de este día nos recuerda que Jesucristo es la Luz del mundo. De su mano podemos afrontar la vida y vencer todo lo que oscurece la conciencia y nos impide distinguir el bien del mal. Como hizo el siervo de Dios Juan Pablo II, del que ayer recordamos el sexto aniversario de su fallecimiento, os invito a identificaros cada vez más con el Señor y de este modo avanzar siempre por el camino de la verdad y de la auténtica alegría.


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ANGELUS - 10-04-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 10 de abril de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Ya sólo faltan dos semanas para la Pascua y todas las lecturas bíblicas de este domingo hablan de la resurrección. Pero no de la resurrección de Jesús, que irrumpirá como una novedad absoluta, sino de nuestra resurrección, a la que aspiramos y que precisamente Cristo nos ha donado, al resucitar de entre los muertos. En efecto, la muerte representa para nosotros como un muro que nos impide ver mas allá; y sin embargo nuestro corazón se proyecta mas allá de este muro y, aunque no podemos conocer lo que oculta, sin embargo, lo pensamos, lo imaginamos, expresando con símbolos nuestro deseo de eternidad.

El profeta Ezequiel anuncia al pueblo judío, en el destierro, lejos de la tierra de Israel, que Dios abrirá los sepulcros de los deportados y los hará regresar a su tierra, para descansar en paz en ella (cf. Ez 37, 12-14). Esta aspiración ancestral del hombre a ser sepultado junto a sus padres es anhelo de una «patria» que lo acoja al final de sus fatigas terrenas. Esta concepción no implica aún la idea de una resurrección personal de la muerte, pues esta sólo aparece hacia el final del Antiguo Testamento, y en tiempos de Jesús aún no la compartían todos los judíos. Por lo demás, incluso entre los cristianos, la fe en la resurrección y en la vida eterna con frecuencia va acompañada de muchas dudas y mucha confusión, porque se trata de una realidad que rebasa los límites de nuestra razón y exige un acto de fe. En el Evangelio de hoy —la resurrección de Lázaro—, escuchamos la voz de la fe de labios de Marta, la hermana de Lázaro. A Jesús, que le dice: «Tu hermano resucitará», ella responde: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día» (Jn 11, 23-24). Y Jesús replica: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11, 25). Esta es la verdadera novedad, que irrumpe y supera toda barrera. Cristo derrumba el muro de la muerte; en él habita toda la plenitud de Dios, que es vida, vida eterna. Por esto la muerte no tuvo poder sobre él; y la resurrección de Lázaro es signo de su dominio total sobre la muerte física, que ante Dios es como un sueño (cf. Jn 11, 11).

Pero hay otra muerte, que costó a Cristo la lucha más dura, incluso el precio de la cruz: se trata de la muerte espiritual, el pecado, que amenaza con arruinar la existencia del hombre. Cristo murió para vencer esta muerte, y su resurrección no es el regreso a la vida precedente, sino la apertura de una nueva realidad, una «nueva tierra», finalmente unida de nuevo con el cielo de Dios. Por este motivo, san Pablo escribe: «Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros» (Rm 8, 11). Queridos hermanos, encomendémonos a la Virgen María, que ya participa de esta Resurrección, para que nos ayude a decir con fe: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios» (Jn 11, 27), a descubrir que él es verdaderamente nuestra salvación.


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11/04/2013 18:45

ANGELUS - 17-04-2011

XXVI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


Plaza de San Pedro
Domingo de Ramos, 17 de abril de 2011


Saludo con alegría a los peregrinos de lengua francesa. Siguiendo a Jesús, que camina hacia su pasión y su resurrección, acojamos de corazón su enseñanza en nuestra vida. Que su luz ilumine nuestros juicios y nuestras decisiones. Queridos jóvenes, permaneced arraigados en Cristo y firmes en la fe. Así seréis testigos gozosos e incansables del amor infinito de Dios para nosotros hoy. Que la Virgen María nos acompañe en nuestra subida hacia la Pascua.

Saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua inglesa presentes aquí en Roma este domingo de Ramos, mientras toda la Iglesia canta «¡Hosanna al Hijo de David!», conmemorando la solemne entrada de nuestro Señor en Jerusalén en los días que llevan a su pasión y muerte. Saludo en particular a todos los jóvenes presentes y pienso en la celebración de la Jornada mundial de la juventud en Madrid este verano con miles y miles de jóvenes de todo el mundo.

Saludo cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua alemana. En la liturgia del domingo de Ramos, a la exclamación «¡Hosanna!» durante la entrada del Señor en Jerusalén, siguen los gritos: «¡Crucifícalo!» en la Pasión. Las dos expresiones están muy cercanas y manifiestan la inestabilidad del corazón humano. Pidamos al Señor en esta Semana Santa que nos ayude a permanecer en la fidelidad a él. Que nos dé, por eso, la gracia que proviene de su muerte y su resurrección. Una bendición a todos para la Semana Santa.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española y los animo a vivir las celebraciones de la pasión del Rey de la gloria, para alcanzar la plenitud de lo que estas fiestas significan y contienen. Me dirijo ahora en particular a vosotros, queridos jóvenes, para que me acompañéis en la Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en Madrid el próximo mes de agosto, bajo el lema: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe».

Hoy pienso también en Colombia, donde el próximo Viernes Santo se celebra la Jornada de oración por las víctimas de la violencia. Me uno espiritualmente a esta importante iniciativa y exhorto encarecidamente a los colombianos a participar en ella, al mismo tiempo que pido a Dios por cuantos en esa amada nación han sido despojados vilmente de su vida y sus haberes. Renuevo mi urgente llamado a la conversión, al arrepentimiento y a la reconciliación. ¡No más violencia en Colombia! ¡Que reine en ella paz!

Saludo cordialmente a los jóvenes y demás peregrinos de lengua portuguesa, deseándoles una Semana Santa llena de frutos espirituales, viviéndola unidos a la Virgen María, para aprender de ella a escuchar a Dios en el silencio interior, a ver a los demás con corazón puro y a seguir a Jesús con fe amorosa por el camino del Calvario, que lleva a la alegría de la resurrección. Nos vemos en Madrid, si Dios quiere.

Dirijo un cordial saludo a los peregrinos procedentes de Polonia, especialmente a los jóvenes que se preparan para el encuentro mundial en Madrid. Permitidme que hoy, domingo de la Pasión del Señor, os repita las palabras del Mensaje para esta jornada: la cruz de Cristo «es el “sí” de Dios al hombre, la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna. (...) Por eso, quiero invitaros a acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de vida nueva» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de septiembre de 2010, p. 7). ¡Que Dios os bendiga!

Saludo con afecto, por último, a los peregrinos de lengua italiana, especialmente a los jóvenes, a los que doy cita en Madrid para la Jornada mundial de la juventud, en el próximo mes de agosto.

Y ahora nos dirigimos en oración a María, para que nos ayude a vivir con intensa fe la Semana Santa. También María exultó en el espíritu cuando Jesús hizo su entrada en Jerusalén, cumpliendo las profecías; pero su corazón, como el de su Hijo, estaba preparado para el sacrificio. Aprendamos de ella, Virgen fiel, a seguir al Señor también cuando el camino lleva a la cruz.


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11/04/2013 18:46

REGINA CAELI - 25-04-2011

Castelgandolfo
Lunes del Ángel 25 de abril de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Surrexit Dominus vere! Alleluja! La Resurrección del Señor marca la renovación de nuestra condición humana. Cristo ha derrotado la muerte, causada por nuestro pecado, y nos reconduce a la vida inmortal. De ese acontecimiento brota toda la vida de la Iglesia y la existencia misma de los cristianos. Lo leemos precisamente hoy, lunes del Ángel, en el primer discurso misionero de la Iglesia naciente: «A este Jesús —proclama el apóstol Pedro— lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo» (Hch 2, 32-33). Uno de los signos característicos de la fe en la Resurrección es el saludo entre los cristianos en el tiempo pascual, inspirado en un antiguo himno litúrgico: «¡Cristo ha resucitado! ¡Ha resucitado verdaderamente!». Es una profesión de fe y un compromiso de vida, precisamente como aconteció a las mujeres descritas en el Evangelio de san Mateo: «De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alegraos”. Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: “No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (28, 9-10). «Toda la Iglesia —escribe el siervo de Dios Pablo VI— recibe la misión de evangelizar, y la actividad de cada miembro constituye algo importante para el conjunto. Permanece como un signo, opaco y luminoso al mismo tiempo, de una nueva presencia de Jesucristo, de su partida y de su permanencia. Ella lo prolonga y lo continúa» (Ex. ap. Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, n. 15: AAS 68 [1976] 14).

¿Cómo podemos encontrar al Señor y ser cada vez más sus auténticos testigos? San Máximo de Turín afirma: «Quien quiera encontrar al Salvador, lo primero que debe hacer es ponerlo con su fe a la diestra de la divinidad y colocarlo con la persuasión del corazón en los cielos» (Sermo XXXIX A, 3: CCL 23, 157), es decir, debe aprender a dirigir constantemente la mirada de la mente y del corazón hacia la altura de Dios, donde está Cristo resucitado. Por consiguiente, en la oración, en la adoración, Dios encuentra al hombre. El teólogo Romano Guardini observa que «la adoración no es algo accesorio, secundario (...). Se trata del interés último, del sentido y del ser. En la adoración el hombre reconoce lo que vale en sentido puro, sencillo y santo» (La Pasqua, Meditazioni, Brescia 1995, p. 62). Sólo si sabemos dirigirnos a Dios, orar a él, podemos descubrir el significado más profundo de nuestra vida, y el camino diario queda iluminado por la luz del Resucitado.

Queridos amigos, la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, hoy festeja a san Marcos evangelista, sabio anunciador del Verbo y escritor de las doctrinas de Cristo, como se lo definía antiguamente. Él es también el patrono de la ciudad de Venecia, a donde, si Dios quiere, iré en visita pastoral los días 7 y 8 del próximo mes de mayo. Invoquemos ahora a la Virgen María, para que nos ayude a cumplir fielmente y con alegría la misión que el Señor resucitado nos encomienda a cada uno.


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REGINA CAELI - 01-05-2011

BEATIFICACIÓN DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II


Plaza de San Pedro
Domingo 1 de mayo de 2011


Saludo con alegría a las delegaciones oficiales, a las autoridades civiles y militares de los países de lengua francesa, así como a los cardenales, los obispos, los sacerdotes y los numerosos peregrinos venidos a Roma para la beatificación. Queridos amigos, que la vida y la obra del beato Juan Pablo II sea fuente de un compromiso renovado al servicio de todos los hombres y de todo el hombre. Le pido a él que bendiga los esfuerzos de cada uno para construir una civilización del amor, en el respeto de la dignidad de cada persona humana, creada a imagen de Dios, con una atención particular a la que es más frágil. Con él seguid las huellas luminosas de los beatos y los santos de vuestros países. Que la Virgen María os acompañe. Con mi bendición.

Saludo a los visitantes de habla inglesa presentes en la misa de hoy. De modo particular, doy la bienvenida a las distinguidas autoridades civiles y representantes de todas las naciones del mundo que se unen a nosotros para honrar al beato Juan Pablo II. Que su ejemplo de fe firme en Cristo, Redentor del hombre, nos impulse a vivir plenamente la nueva vida que celebramos en Pascua, a ser iconos de la divina misericordia y a trabajar por un mundo en el que se respeten y promuevan la dignidad y los derechos de todo hombre, mujer y niño. Confiando en vuestras oraciones, invoco de corazón sobre vosotros y sobre vuestras familias la paz del Salvador resucitado.

Con gran alegría saludo a todos los hermanos y hermanas de lengua alemana, entre ellos a los hermanos en el episcopado y a las distintas delegaciones gubernamentales. El beato Papa Juan Pablo II sigue todavía vivo ante nuestros ojos, al igual que cuando nos anunció la lozanía del Evangelio, y encarnó a través de su acción la misericordia de Dios y el amor de Cristo. Pidamos al nuevo beato que seamos testigos gozosos de la presencia de Dios en el mundo. Que la paz del Señor resucitado os acompañe a todos en vuestro camino.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, y en especial a los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas y numerosos fieles, así como a las delegaciones oficiales y autoridades civiles de España y Latinoamérica. El nuevo beato recorrió incansable vuestras tierras, caracterizadas por la confianza en Dios, el amor a María y el afecto al Sucesor de Pedro, sintiendo en cada uno de sus viajes el calor de vuestra estima sincera y entrañable. Os invito a seguir el ejemplo de fidelidad y amor a Cristo y a la Iglesia, que nos dejó como preciosa herencia. Que desde el cielo os acompañe siempre su intercesión, para que la fe de vuestros pueblos se mantenga en la solidez de sus raíces, y la paz y la concordia favorezcan el progreso necesario de vuestras gentes. Que Dios os bendiga.

Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, de modo especial a los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y numerosos fieles, así como a las delegaciones oficiales de los países de habla portuguesa venidos para la beatificación del Papa Juan Pablo II. A todos deseo la abundancia de los dones del cielo por intercesión del nuevo beato, cuyo testimonio debe seguir resonando en vuestro corazón y en vuestros labios, repitiendo como él al inicio de su pontificado: «¡No tengáis miedo! Abrid, más aún, ¡abrid de par en par las puertas a Cristo!». Que Dios os bendiga.

Mi cordial saludo va a los polacos participantes en esta beatificación, tanto en persona como a través de los medios de comunicación. Saludo a los cardenales, los obispos, los presbíteros, las personas consagradas y a todos los fieles. Saludo a las autoridades del Estado y de las regiones, comenzando por el señor presidente de la República. Os encomiendo a todos a la intercesión de vuestro beato compatriota, el Papa Juan Pablo II. Que él obtenga para vosotros y para su patria terrena el don de la paz, de la unidad y de toda prosperidad.

Dirijo, por último, mi cordial saludo al presidente de la República italiana y a su séquito, con un especial agradecimiento a las autoridades italianas por su apreciada colaboración en la organización de estas jornadas de fiesta. Y ¿cómo podría dejar de mencionar aquí a todos los que han preparado, desde hace tiempo y con gran generosidad, este acontecimiento: mi diócesis de Roma con el cardenal Vallini, el ayuntamiento de la ciudad con su alcalde, todas las fuerzas del orden y las diversas organizaciones, asociaciones, los numerosísimos voluntarios y cuantos, también individualmente, se han mostrado disponibles para dar su contribución? Mi agradecimiento va también a las instituciones y a las oficinas vaticanas. En tanto empeño veo un signo de gran amor hacia el beato Juan Pablo II. Por último, dirijo mi más afectuoso saludo a todos los peregrinos —reunidos aquí en la plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros varios lugares de Roma— y a cuantos están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión, cuyos dirigentes y operadores no han escatimado esfuerzos para ofrecer también a los que están lejos la posibilidad de participar en este gran día. A los enfermos y a los ancianos, hacia quienes el nuevo beato se sentía particularmente unido, llegue un saludo especial. Y ahora, en unión espiritual con el beato Juan Pablo II, nos dirigimos con amor filial a María santísima, confiándole a ella, Madre de la Iglesia, el camino de todo el pueblo de Dios.


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[Modificato da Paparatzifan 12/04/2013 11:45]
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REGINA CAELI - 08-05-2011

VISITA PASTORAL A AQUILEA Y VENECIA


Parco San Julián - Mestre
Domingo 8 de mayo de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Al concluir esta solemne celebración eucarística, dirigimos nuestra mirada a María, Regina caeli. En el alba de la Pascua, se convirtió en la Madre del Resucitado y su unión con él es tan profunda que donde está presente el Hijo no puede faltar la Madre. En estos espléndidos lugares, don y signo de la belleza de Dios, ¡cuántos santuarios, iglesias y capillas están dedicados a María! En ella se refleja el rostro luminoso de Cristo. Si la seguimos con docilidad, la Virgen nos conduce a él. En estos días del tiempo pascual, dejémonos conquistar por Cristo resucitado. En él comienza el nuevo mundo de amor y de paz que constituye la profunda aspiración de todo corazón humano. Que el Señor os conceda a quienes habitáis en estas tierras, ricas de una larga historia cristiana, vivir el Evangelio según el modelo de la Iglesia naciente, en la cual «el grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32). Invoquemos a María santísima, que sostuvo a los primeros testigos de su Hijo en la predicación de la Buena Nueva, para que sostenga también hoy los esfuerzos apostólicos de los sacerdotes; haga fecundo el testimonio de los religiosos y de las religiosas; anime la obra diaria de los padres en la primera transmisión de la fe a sus hijos; ilumine el camino de los jóvenes para que avancen con confianza por la senda trazada por la fe de sus padres; colme de firme esperanza el corazón de los ancianos; conforte con su cercanía a los enfermos y a todos los que sufren; refuerce la obra de los numerosos laicos que colaboran activamente en la nueva evangelización, en las parroquias, en las asociaciones, como los scouts y la Acción católica —tan enraizada y presente en estas tierras—, y en los movimientos, que con la variedad de sus carismas y de sus acciones son un signo de la riqueza del tejido eclesial —pienso en realidades como el Movimiento de los Focolares, Comunión y Liberación o el Camino Neocatecumenal, por mencionar sólo algunas—. Aliento a todos a trabajar con verdadero espíritu de comunión en esta gran viña a la que el Señor nos ha llamado a trabajar. María, Madre del Resucitado y de la Iglesia, ¡ruega por nosotros!


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REGINA CAELI - 15-05-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 15 de mayo de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia del IV domingo de Pascua nos presenta uno de los iconos más bellos que, desde los primeros siglos de la Iglesia, han representado al Señor Jesús: el del buen Pastor. El Evangelio de san Juan, en el capítulo décimo, nos describe los rasgos peculiares de la relación entre Cristo pastor y su rebaño, una relación tan íntima que nadie podrá jamás arrebatar las ovejas de su mano. De hecho, están unidas a él por un vínculo de amor y de conocimiento recíproco, que les garantiza el don inconmensurable de la vida eterna. Al mismo tiempo, el Evangelista presenta la actitud del rebaño hacia el buen Pastor, Cristo, con dos verbos específicos: escuchar y seguir. Estos términos designan las características fundamentales de quienes viven el seguimiento del Señor. Ante todo la escucha de su Palabra, de la que nace y se alimenta la fe. Sólo quien está atento a la voz del Señor es capaz de evaluar en su propia conciencia las decisiones correctas para obrar según Dios. De la escucha deriva, luego, el seguir a Jesús: se actúa como discípulos después de haber escuchado y acogido interiormente las enseñanzas del Maestro, para vivirlas cada día.

En este domingo surge espontáneamente recordar a Dios a los pastores de la Iglesia y a quienes se están formando para ser pastores. Os invito, por tanto, a una oración especial por los obispos —incluido el Obispo de Roma—, por los párrocos, por todos aquellos que tienen responsabilidades en la guía del rebaño de Cristo, para que sean fieles y sabios al desempeñar su ministerio. En particular, recemos por las vocaciones al sacerdocio en esta Jornada mundial de oración por las vocaciones, para que no falten nunca obreros válidos en la mies del Señor. Hace setenta años, el venerable Pío XII instituyó la Obra pontificia para las vocaciones sacerdotales. La feliz intuición de mi predecesor se fundaba en la convicción de que las vocaciones crecen y maduran en las Iglesias particulares, ayudadas por ambientes familiares sanos y robustecidos por espíritu de fe, de caridad y de piedad. En el mensaje que envié para esta Jornada mundial subrayé que una vocación se realiza cuando se sale «de su propia voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de febrero de 2011, p. 4). También en este tiempo, en el que la voz del Señor corre el riesgo de verse ahogada por muchas otras voces, cada comunidad eclesial está llamada a promover y cuidar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. En efecto, los hombres siempre tienen necesidad de Dios, también en nuestro mundo tecnológico, y siempre habrá necesidad de pastores que anuncien su Palabra y que ayuden a encontrar al Señor en los sacramentos.

Queridos hermanos y hermanas, fortalecidos por la alegría pascual y por la fe en el Resucitado, confiemos nuestros propósitos y nuestras intenciones a la Virgen María, madre de toda vocación, para que con su intercesión suscite y sostenga numerosas y santas vocaciones al servicio de la Iglesia y del mundo.

Después del Regina Caeli

Queridos hermanos y hermanas, como sabéis, la beatificación del Papa Juan Pablo II ha tenido una resonancia mundial. Hay otros testigos ejemplares de Cristo, mucho menos conocidos, que la Iglesia señala con alegría a la veneración de los fieles. Hoy, en Wurzburgo, Alemania, es proclamado beato Georg Häfner, sacerdote diocesano, que murió mártir en el campo de concentración de Dachau; y el pasado sábado 7 de mayo, en Pozzuoli, fue beatificado otro presbítero, Giustino Maria Russolillo, fundador de la Sociedad de las Divinas Vocaciones. Demos gracias al Señor porque no permite que falten santos sacerdotes a su Iglesia.



Llamamiento

Sigo con gran preocupación el dramático conflicto armado que, en Libia, ha causado un elevado número de víctimas y de sufrimientos, sobre todo entre la población civil. Renuevo un apremiante llamamiento para que la senda de la negociación y del diálogo prevalezca sobre la de la violencia, con la ayuda de los organismos internacionales que se están esforzando por buscar una solución a la crisis. Aseguro, además, mi orante y sentida participación en el empeño con el que la Iglesia local asiste a la población, en particular a través de las personas consagradas presentes en los hospitales.

Mi pensamiento va también a Siria, donde urge restablecer una convivencia basada en la concordia y en la unidad. Pido a Dios que no haya más derramamiento de sangre en esa patria de grandes religiones y civilizaciones, e invito a las autoridades y a todos los ciudadanos a no escatimar ningún esfuerzo en la búsqueda del bien común y en la acogida de las legítimas aspiraciones a un futuro de paz y de estabilidad.
(En español)

Saludo con afecto a los fieles de lengua española. En este cuarto domingo de Pascua, llamado «del Buen Pastor», celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones. Invito a todos a asumir el compromiso en la promoción y cuidado de las vocaciones, a alentar y sostener a los que muestran indicios de una llamada a la vida sacerdotal o a la vida consagrada. Roguemos al «Señor de la mies», que conceda a su Iglesia numerosas y santas vocaciones. Confiemos igualmente a la maternal protección de María, la Virgen, a todos aquellos que han respondido a la llamada de Dios en sus vidas. Muchas gracias y Feliz Domingo.


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12/04/2013 11:50

REGINA CAELI - 22-05-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 22 de mayo de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este quinto domingo de Pascua propone un doble mandamiento sobre la fe: creer en Dios y creer en Jesús. En efecto, el Señor dice a sus discípulos: «Creed en Dios y creed también en mí» (Jn 14, 1). No son dos actos separados, sino un único acto de fe, la plena adhesión a la salvación llevada a cabo por Dios Padre mediante su Hijo unigénito. El Nuevo Testamento puso fin a la invisibilidad del Padre. Dios mostró su rostro, como confirma la respuesta de Jesús al apóstol Felipe: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). El Hijo de Dios, con su encarnación, muerte y resurrección, nos libró de la esclavitud del pecado para darnos la libertad de los hijos de Dios, y nos dio a conocer el rostro de Dios, que es amor: Dios se puede ver, es visible en Cristo. Santa Teresa de Ávila escribe que no hay que «apartarse de industria de todo nuestro bien y remedio, que es la sacratísima humanidad de nuestro Señor Jesucristo» (Castillo interior, 7, 6: Obras Completas, EDE, Madrid 1984, p. 947). Por tanto sólo creyendo en Cristo, permaneciendo unidos a él, los discípulos, entre quienes estamos también nosotros, pueden continuar su acción permanente en la historia: «En verdad, en verdad os digo —dice el Señor—: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago» (Jn 14, 12).

La fe en Jesús conlleva seguirlo cada día, en las sencillas acciones que componen nuestra jornada. «Es propio del misterio de Dios actuar de manera discreta. Sólo poco a poco va construyendo su historia en la gran historia de la humanidad. Se hace hombre, pero de tal modo que puede ser ignorado por sus contemporáneos, por las fuerzas de renombre en la historia. Padece y muere y, como Resucitado, quiere llegar a la humanidad solamente mediante la fe de los suyos, a los que se manifiesta. No cesa de llamar con suavidad a las puertas de nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace lentamente capaces de “ver”» (Jesús de Nazaret II, Madrid 2011, p. 321). San Agustín afirma que «era necesario que Jesús dijese: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6), porque una vez conocido el camino faltaba por conocer la meta» (Tractatus in Ioh., 69, 2: ccl 36, 500), y la meta es el Padre. Para los cristianos, para cada uno de nosotros, por tanto, el camino al Padre es dejarse guiar por Jesús, por su palabra de Verdad, y acoger el don de su Vida. Hagamos nuestra la invitación de san Buenaventura: «Abre, por tanto, los ojos, tiende el oído espiritual, abre tus labios y dispón tu corazón, para que en todas las criaturas puedas ver, escuchar, alabar, amar, venerar, glorificar y honrar a tu Dios» (Itinerarium mentis in Deum, I, 15).

Queridos amigos, el compromiso de anunciar a Jesucristo, «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6), constituye la tarea principal de la Iglesia. Invoquemos a la Virgen María para que asista siempre a los pastores y a cuantos en los diversos ministerios anuncian el alegre mensaje de salvación, para que la Palabra de Dios se difunda y el número de los discípulos se multiplique (cf. Hch 6, 7).



Después del Regina caeli

Queridos hermanos y hermanas, me uno a la alegría de la Iglesia en Portugal por la beatificación de la madre María Clara del Niño Jesús, que tuvo lugar ayer en Lisboa; y a la de Brasil, donde hoy, en San Salvador de Bahía, se proclama beata a sor Dulce Lopes Pontes. Dos mujeres consagradas, en institutos puestos ambos bajo la protección de María Inmaculada. ¡Alabados sean el Señor y su santa Madre!

(En español)

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de San Fernando de Henares. En este tiempo de Pascua, el ejemplo de la comunidad apostólica nos llama a manifestar con la palabra y el testimonio de vida la Verdad de Jesucristo, según la propia vocación. El Evangelio de hoy nos muestra el ideal de los diáconos y de los que son llamados al servicio de la comunidad: imbuirse plenamente de la Palabra de Dios y del amor a Jesucristo, para reflejar con sus buenas obras la bondad de Dios. ¡Feliz domingo!


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12/04/2013 20:51

REGINA CAELI - 29-05-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 29 de mayo de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que, tras una primera violenta persecución, la comunidad cristiana de Jerusalén, a excepción de los Apóstoles, se dispersó en las regiones circundantes y Felipe, uno de los diáconos, llegó a una ciudad de Samaría. Allí predicó a Cristo resucitado y numerosas curaciones acompañaron su anuncio, de forma que la conclusión del episodio es muy significativa: «La ciudad se llenó de alegría» (Hch 8, 8). Cada vez nos impresiona esta expresión, que esencialmente nos comunica un sentido de esperanza; como si dijera: ¡es posible! Es posible que la humanidad conozca la verdadera alegría, porque donde llega el Evangelio, florece la vida; como un terreno árido que, regado por la lluvia, inmediatamente reverdece. Felipe y los demás discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo, hicieron en los pueblos de Palestina lo que había hecho Jesús: predicaron la Buena Nueva y realizaron signos prodigiosos. Era el Señor quien actuaba por medio de ellos. Como Jesús anunciaba la venida del reino de Dios, así los discípulos anunciaron a Jesús resucitado, profesando que él es Cristo, el Hijo de Dios, bautizando en su nombre y expulsando toda enfermedad del cuerpo y del espíritu.

«La ciudad se llenó de alegría». Leyendo este pasaje, espontáneamente se piensa en la fuerza sanadora del Evangelio, que a lo largo de los siglos ha «regado», como río benéfico, a tantas poblaciones. Algunos grandes santos y santas han llevado esperanza y paz a ciudades enteras: pensemos en san Carlos Borromeo en Milán, en el tiempo de la peste; en la beata madre Teresa de Calcuta; y en tantos misioneros, cuyos nombres Dios conoce, que han dado la vida por llevar el anuncio de Cristo y hacer que florezca entre los hombres la alegría profunda. Mientras los poderosos de este mundo buscaban conquistar nuevos territorios por intereses políticos y económicos, los mensajeros de Cristo iban por todas partes con el objetivo de llevar a Cristo a los hombres y a los hombres a Cristo, sabiendo que sólo él puede dar la verdadera libertad y la vida eterna. También hoy la vocación de la Iglesia es la evangelización: tanto de las poblaciones que todavía no han sido «regadas» por el agua viva del Evangelio; como de aquellas que, aun teniendo antiguas raíces cristianas, necesitan linfa nueva para dar nuevos frutos, y redescubrir la belleza y la alegría de la fe.

Queridos amigos, el beato Juan Pablo II fue un gran misionero, como lo documenta también una muestra preparada estos días en Roma. Él relanzó la misión ad gentes y, al mismo tiempo, promovió la nueva evangelización. Confiamos una y otra a la intercesión de María santísima. Que la Madre de Cristo acompañe siempre y en todas partes el anuncio del Evangelio, para que se multipliquen y se amplíen en el mundo los espacios en los que los hombres reencuentren la alegría de vivir como hijos de Dios.

Después del Regina Caeli

(En italiano)

Queridos hermanos y hermanas, ayer, en Cerreto Sannita, fue proclamada beata sor María Serafina del Sagrado Corazón de Jesús, en el siglo Clotilde Micheli. Originaria del Trentino, fundó en Campania el instituto de las Hermanas de la Caridad de los Ángeles. Al recordar el centenario de su nacimiento al cielo, nos alegramos con sus hijas espirituales y con todos sus devotos.

(En polaco)

Ayer se celebraba el 30º aniversario de la muerte del cardenal Stefan Wyszyński, el Primado del Milenio. Invocando el don de su beatificación, aprendamos de él el total abandono a la Madre de Dios. Que su confianza expresada con las palabras «Todo lo he confiado a María», sea para nosotros un modelo especial. Lo recordamos al final del mes de mayo dedicado de manera particular a la Virgen. Os bendigo de corazón.

(En español)

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. La liturgia de hoy nos invita a no sentirnos huérfanos de Dios en el mundo, porque Cristo vive y, por su Espíritu, el Espíritu de la verdad, sigue siendo nuestro consuelo, nuestra defensa y nuestra guía. Invito a todos a renovar con gozo la esperanza cristiana que nace del misterio pascual, para afrontar las dificultades, ahuyentar el desánimo y los esfuerzos por construir un mundo más digno del hombre, según los deseos de Dios. Que la Santísima Virgen María nos acompañe en este camino. Feliz domingo.


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12/04/2013 20:52

REGINA CAELI - 05-06-2011

VIAJE APOSTÓLICO A CROACIA
(4-5 DE JUNIO DE 2011)


Hipódromo de Zagreb
Domingo, 5 de junio de 2011


Queridos hermanos:

Antes de concluir esta solemne celebración, deseo daros las gracias por vuestra intensa y devota participación, con la que habéis querido también expresar vuestro amor por la familia y vuestro compromiso por favorecerla –como ha recordado hace un momento Mons. Župan, al que también doy las gracias de corazón.

Estoy aquí hoy para confirmaros en la fe; éste es el don que os traigo: la fe de Pedro, la fe de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, vosotros me dais a mí esta misma fe, enriquecida por vuestra experiencia, por vuestras alegrías y por vuestros sufrimientos. En particular, vosotros me dais vuestra fe vivida en familia, para que yo la conserve en el patrimonio de toda la Iglesia.

Yo sé que vosotros encontráis gran fuerza en María, Madre de Cristo y Madre nuestra. Por eso, en este momento, nos dirigimos a ella, espiritualmente orientados hacia su Santuario de Marija Bistrica, y le confiamos todas las familias croatas: los padres, los hijos, los abuelos; el camino de los esposos, el compromiso educativo, el trabajo profesional y en el hogar. E invocamos su intercesión para que las administraciones públicas sostengan siempre la familia, célula del organismo social.

Queridos hermanos y hermanas, precisamente el próximo año, celebraremos el VII Encuentro Mundial de las Familias, en Milán. Confiemos a María la preparación de este importante evento eclesial.

En este momento, nos unimos en la oración también con todos aquellos que, en la Catedral de Burgo de Osma, en España, celebran la beatificación de Juan de Palafox y Mendoza, luminosa figura de obispo del siglo diecisiete en México y España; fue un hombre de vasta cultura y profunda espiritualidad, gran reformador, Pastor incansable y defensor de los indios. El Señor conceda numerosos y santos pastores a su Iglesia como el beato Juan.

Saludo con afecto a los fieles de lengua eslovena. Os agradezco vuestra presencia. El Señor os bendiga.

Saludo con afecto a los fieles de lengua serbia. Os agradezco vuestra presencia. El Señor os bendiga.

Saludo con afecto a los fieles de lengua macedonia. Os agradezco vuestra presencia. El Señor os bendiga.

Saludo con afecto a los fieles de lengua húngara. Os agradezco vuestra presencia. El Señor os bendiga.

Saludo con afecto a los fieles de lengua albanesa. Os agradezco vuestra presencia. El Señor os bendiga.

Saludo con afecto a los fieles de lengua alemana. Os agradezco vuestra presencia. El Señor os bendiga.

Queridas familias, no temáis. El Señor ama la familia y está con vosotros.


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12/04/2013 20:53

REGINA CAELI - 12-06-2011

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

BENEDICTO XVI

REGINA CÆLI

Plaza de San Pedro
Domingo 12 de junio de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad de Pentecostés, que hoy celebramos, concluye el tiempo litúrgico de Pascua. En efecto, el Misterio pascual —la pasión, muerte y resurrección de Cristo y su ascensión al Cielo— encuentra su cumplimiento en la poderosa efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos junto con María, la Madre del Señor, y los demás discípulos. Fue el «bautismo» de la Iglesia, bautismo en el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 5). Como narran los Hechos de los Apóstoles, en la mañana de la fiesta de Pentecostés, un estruendo como de viento llenó el Cenáculo, y sobre cada uno de los discípulos se posaron lenguas como de fuego (cf. Hch 2, 2-3). San Gregorio Magno comenta: «Hoy el Espíritu Santo descendió con sonido repentino sobre los discípulos y cambió las mentes de seres carnales dentro de su amor, y mientras aparecían en el exterior lenguas de fuego, en el interior los corazones se volvieron llameantes, pues, acogiendo a Dios en la visión del fuego, ardieron suavemente de amor» (XXX, 1: CCL 141, 256). La voz de Dios diviniza el lenguaje humano de los Apóstoles, los cuales se volvieron capaces de proclamar de modo «polifónico» el único Verbo divino. El soplo del Espíritu Santo llena el universo, genera la fe, arrastra a la verdad, prepara la unidad entre los pueblos. «Al oírse este ruido acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua» de las «maravillas de Dios» (Hch 2, 6.11).

El beato Antonio Rosmini explica que «en el día del Pentecostés de los cristianos Dios promulgó... su ley de caridad, escribiéndola por medio del Espíritu Santo no sobre tablas de piedra, sino en el corazón de los Apóstoles, y comunicándola después a toda la Iglesia por medio de los Apóstoles» (Catechismo disposto secondo l'ordine delle idee., n. 737, Turín 1863). El Espíritu Santo, «Señor y dador de vida» —como rezamos en el Credo—, está unido al Padre por el Hijo y completa la revelación de la Santísima Trinidad. Proviene de Dios como soplo de su boca y tiene el poder de santificar, abolir las divisiones y disolver la confusión debida al pecado. Incorpóreo e inmaterial, otorga los bienes divinos, sostiene a los seres vivos, para que actúen en conformidad con el bien. Como Luz inteligible da significado a la oración, da vigor a la misión evangelizadora, hace arder los corazones de quien escucha el alegre mensaje, inspira el arte cristiano y la melodía litúrgica.

Queridos amigos, el Espíritu Santo, que crea en nosotros la fe en el momento de nuestro Bautismo, nos permite vivir como hijos de Dios, conscientes y convencidos, según la imagen del Hijo Unigénito. También el poder de perdonar los pecados es don del Espíritu Santo; de hecho, al aparecerse a los Apóstoles la tarde de Pascua, Jesús sopló su aliento sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20, 23). A la Virgen María, templo del Espíritu Santo, encomendamos la Iglesia, para que viva siempre de Jesucristo, de su Palabra, de sus mandamientos, y bajo la acción perenne del Espíritu Paráclito anuncie a todos que «¡Jesús es Señor!» (1 Co 12, 3).



Después del «Regina caeli»

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra recordar que mañana en Dresde, Alemania, será proclamado beato Alois Andritzki, sacerdote y mártir, asesinado por los nacional-socialistas en 1943, a la edad de 28 años. Alabemos al Señor por este heroico testigo de la fe, que se añade al grupo de cuantos dieron la vida en el nombre de Cristo en los campos de concentración. Quiero confiar a su intercesión hoy, que es Pentecostés, la causa de la paz en el mundo. Que el Espíritu Santo inspire valientes propósitos de paz y sostenga el compromiso de llevarlos a cabo, para que el diálogo prevalezca sobre las armas y el respeto de la dignidad del hombre supere los intereses de parte.

El Espíritu, que es vínculo de comunión, convierta los corazones desviados por el egoísmo y ayude a toda la familia humana a redescubrir y custodiar con vigilancia su unidad fundamental.

(En español)

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular a los fieles de la parroquia de Moral de Calatrava y al grupo de Oficiales de la Escuela Militar de Colombia. Celebramos hoy, cincuenta días después de la Pascua, la solemnidad de Pentecostés, en la que la liturgia revive el inicio de la misión apostólica a todos los pueblos. Invito a todos a perseverar junto con María, Madre de la Iglesia, en ferviente oración y a poner al servicio de toda la humanidad los diversos dones y carismas que el Espíritu Santo nos ha concedido, para continuar así anunciando la buena nueva de la resurrección de Cristo. Muchas gracias y feliz domingo.


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ANGELUS - 19-06-2011

VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE SAN MARINO-MONTEFELTRO


Estadio de Serravalle - República de San Marino
Domingo 19 de junio de 2011
Solemnidad de la Santísima Trinidad


Queridos hermanos y hermanas:

Mientras nos preparamos para concluir esta celebración, la hora del mediodía nos invita a dirigirnos en oración a la Virgen María. También en esta tierra, nuestra Madre santísima es venerada en muchos santuarios, antiguos y modernos. A ella os encomiendo a todos vosotros y a toda la población de San Marino y Montefeltro, de manera particular a las personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Un pensamiento de especial agradecimiento dirijo en este momento a todos los que han colaborado en la preparación y organización de esta visita. ¡Gracias de corazón!

Me alegra recordar que hoy en Dax, Francia, es proclamada beata sor Margarita Rutan, Hija de la Caridad. En la segunda mitad del siglo XVIII, trabajó con gran empeño en el hospital de Dax, pero, en las trágicas persecuciones que siguieron a la Revolución, fue condenada a muerte por su fe católica y por su fidelidad a la Iglesia.

Participo espiritualmente en la alegría de las Hijas de la Caridad y de todos los fieles que, en Dax, participan en la beatificación de sor Margarita Rutan, testigo luminosa del amor de Cristo a los pobres.

Por último, deseo recordar que mañana se celebra la Jornada mundial del refugiado. En esta circunstancia, este año se celebra el sexagésimo aniversario de la adopción de la Convención internacional que tutela a quienes son perseguidos y se ven forzados a huir de sus propios países. Invito, por tanto, a las autoridades civiles y a todas las personas de buena voluntad a garantizar acogida y condiciones dignas de vida a los refugiados, esperando que puedan volver a su patria libremente y con seguridad.


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ANGELUS - 26-06-2011

Plaza de San Pedro
Domingo 26 de junio de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, en Italia y en otros países, se celebra el Corpus Christi, la fiesta de la Eucaristía, el Sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, que él instituyó en la Última Cena y que constituye el tesoro más precioso de la Iglesia. La Eucaristía es como el corazón palpitante que da vida a todo el cuerpo místico de la Iglesia: un organismo social basado en el vínculo espiritual pero concreto con Cristo. Como afirma el apóstol san Pablo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10, 17). Sin la Eucaristía la Iglesia sencillamente no existiría. La Eucaristía es, de hecho, la que hace de una comunidad humana un misterio de comunión, capaz de llevar a Dios al mundo y el mundo a Dios. El Espíritu Santo, que convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, transforma también en miembros del cuerpo de Cristo a cuantos lo reciben con fe, de forma que la Iglesia es realmente sacramento de unidad de los hombres con Dios y entre sí.

En una cultura cada vez más individualista, como lo es la cultura en la que estamos inmersos en las sociedades occidentales, y que tiende a difundirse en todo el mundo, la Eucaristía constituye una especie de «antídoto», que actúa en la mente y en el corazón de los creyentes y que siembra continuamente en ellos la lógica de la comunión, del servicio, del compartir, es decir, la lógica del Evangelio. Los primeros cristianos, en Jerusalén, eran un signo evidente de este nuevo estilo de vida, porque vivían en fraternidad y ponían en común sus bienes, para que nadie fuese indigente (cf. Hch 2, 42-47). ¿De qué derivaba todo esto? De la Eucaristía, es decir, de Cristo resucitado, realmente presente en medio de sus discípulos y operante con la fuerza del Espíritu Santo. Y también en las generaciones siguientes, a través de los siglos, la Iglesia, a pesar de los límites y los errores humanos, ha seguido siendo en el mundo una fuerza de comunión. Pensemos especialmente en los periodos más difíciles, de prueba: en lo que significó, por ejemplo, para los países sometidos a regímenes totalitarios, la posibilidad de congregarse en la misa dominical. Como decían los antiguos mártires de Abitinia: «Sine Dominico non possumus», sin el «Dominicum», es decir, sin la Eucaristía dominical no podemos vivir. Pero el vacío producido por la falsa libertad puede ser también muy peligroso, y entonces la comunión con el Cuerpo de Cristo es medicina de la inteligencia y de la voluntad, para volver a encontrar el gusto de la verdad y del bien común.

Queridos amigos, invoquemos a la Virgen María, a quien mi predecesor, el beato Juan Pablo II, definió «Mujer eucarística» (Ecclesia de Eucharistia, 53-58). Que en su escuela también nuestra vida llegue a ser plenamente «eucarística», abierta a Dios y a los demás, capaz de transformar el mal en bien con la fuerza del amor, orientada a favorecer la unidad, la comunión y la fraternidad.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, también hoy tengo la alegría de anunciar la proclamación de algunos nuevos beatos. Ayer, en Lübeck fueron beatificados Johannes Prassek, Eduard Müller y Hermann Lange, asesinados por los nazis en 1943 en Hamburgo. Hoy, en Milán, es el turno de don Serafino Morazzone, párroco ejemplar en la zona de Lecco entre los siglos XVIII y XIX; del padre Clemente Vismara, heroico misionero del PIME en Birmania; y de Enrichetta Alfieri, Hermana de la Caridad, llamada «ángel» de la cárcel milanesa de San Vittore. ¡Alabemos al Señor por estos luminosos testigos del Evangelio!

En este domingo que precede a la solemnidad de San Pedro y San Pablo se celebra en Italia la Jornada por la caridad del Papa. Deseo dar vivamente las gracias a todos aquellos que, con la oración y con los donativos, dan su apoyo a mi ministerio apostólico y de caridad. ¡Gracias! ¡Que el Señor os recompense!


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12/04/2013 20:58

ANGELUS - 29-06-2011

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO


Miércoles 29 de junio de 2011


Queridos hermanos y hermanas:

Perdonad el largo retraso. La misa en honor de los santos Pedro y Pablo ha sido larga y hermosa. Y hemos meditado también en ese hermoso himno de la Iglesia de Roma que comienza con las palabras: «O Roma felix!». Hoy en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, patronos de esta ciudad, cantamos así: «Dichosa Roma, porque fuiste empurpurada por la preciosa sangre de estos grandes príncipes. No para tu alabanza, sino por sus méritos ¡superas toda belleza!». Como cantan los himnos de la tradición oriental, los dos grandes Apóstoles son las «alas» del conocimiento de Dios, que han recorrido la tierra hasta sus confines y han subido al cielo; son también las «manos» del Evangelio de la gracia, los «pies» de la verdad del anuncio, los «ríos» de la sabiduría, los «brazos» de la cruz (cf. MHN t. 5, 1899, p. 385). El testimonio de amor y de fidelidad de los santos Pedro y Pablo ilumina a los pastores de la Iglesia, para llevar a los hombres a la verdad, formándolos en la fe en Cristo. San Pedro, en particular, representa la unidad del colegio apostólico. Por este motivo, durante la liturgia celebrada esta mañana en la basílica vaticana, impuse a 41 arzobispos metropolitanos el palio, que manifiesta la comunión con el Obispo de Roma en la misión de guiar al pueblo de Dios a la salvación. Escribe san Ireneo, obispo de Lyon, en el siglo II, que en la Iglesia de Roma, «propter potentiorem principalitatem» [por su peculiar principalidad], deben converger todas las demás Iglesias, es decir, los fieles que están en todas partes, porque en ella se ha custodiado siempre la tradición que viene de los Apóstoles (Adversus haereses, III, 3, 2).

Es la fe profesada por Pedro la que constituye el fundamento de la Iglesia: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo», dice el Evangelio de san Mateo (16, 16). El primado de Pedro es una predilección divina, como lo es también la vocación sacerdotal: «porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, —dice Jesús— sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así sucede a quien decide responder a la llamada de Dios con la totalidad de la propia vida. Lo recuerdo de buen grado en este día, en el que se cumple el sexagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal. Gracias por vuestra presencia, por vuestras oraciones. Os doy las gracias a todos vosotros, pero sobre todo doy gracias al Señor por su llamada y por el ministerio que me ha confiado, y expreso mi agradecimiento a todos los que en esta circunstancia me han manifestado su cercanía y sostienen mi misión con la oración, que de todas las comunidades eclesiales sube incesantemente hacia Dios (cf. Hch 12, 5), traduciéndose en adoración a Cristo Eucaristía para acrecentar la fuerza y la libertad de anunciar el Evangelio. En este clima, me alegra saludar cordialmente a la delegación del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, presente hoy en Roma, siguiendo la significativa tradición, para venerar a los santos Pedro y Pablo y compartir conmigo el anhelo de la unidad de los cristianos querida por el Señor. Invoquemos con confianza a la Virgen María, Reina de los Apóstoles, para que todo bautizado se convierta cada vez más en una «piedra viva» que construya el reino de Dios.


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